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Dos relatos. Las imágenes se tocan entre sí, devolviendo una a otra una parte de su
significado. Los puntos se conectan, la red va atrapando las imágenes que sueltan una
forma de abrazar la tierra, la guerra, el sol. La sangre va fluyendo a su alrededor, como
un zumo que cubre el manto, que llena los huecos y los disuelve. El sacrificio da vida, o
mejor, inicia la vuelta, pone en marcha el orden cósmico siempre endeble, siempre a
punto de frenar su marcha. Y una vez girando la rueda, el orden instaurado, la sangre
avienta el fantasma del caos, la perturbación en el universo. El sol necesita de sangre,
los dioses necesitan sangre, la tierra para volver a dar vida necesita sangre. El mundo
no-es si la sangre no fluye de los cuerpos fundando la vida, fuente del movimiento,
energía cósmica. Los relatos míticos cobran vida, fundados en una apologética de la
muerte… Teatro del orden, drama que envuelve el cosmos, la economía, el imperio, lo
social.
Desandar el camino de las prácticas rituales y los sacrificios en el México Azteca nos
pone frente al análisis de una infinidad de prácticas que confluyen como discursos en el
ceremonial y las fiestas del calendario Mexica. Los relatos y las imágenes nos proveen
de una cantidad de signos que se cruzan y componen una maquinaria del orden que se
inscribe en los cuerpos, se materializa en nuevas prácticas, se distribuye a lo largo de
todo el tejido social. Para comenzar a transitar el mundo de los sacrificios humanos
tomaremos entonces dos relatos fundamentales en la cosmovisión azteca del universo:
el nacimiento del quinto sol, instante fundacional del aquí y ahora en el que transcurre el
Imperio Tenochca, y el nacimiento de Huitzilopochtli, dios tutelar, deidad tribal convertida
en pieza principal del dispositivo estatal.
El mundo actual es el “Quinto Sol”. Antes, otros cuatro tiempos, otros cuatro soles,
precedieron la existencia del presente aunque cada uno de ellos tuvo su fin en
diferentes cataclismos1. 4 jaguar (nahui océlotl), el primer Sol; 4 viento (nahui
ehécatl), el segundo, 4 lluvia de fuego (nahui quiáhuitl) el tercer Sol; 4 agua (nahui
atl), el cuarto Sol. Al cerrarse cada ciclo se abría uno nuevo en el que confluían una
serie de características vinculadas a un dios particular y que daban un carácter propio
a dicho ciclo. El sol-movimiento, Ollín Tonatiuh, es aquel que corresponde al último
período, al tiempo que transcurre durante el imperio azteca. El relato narrado por
Sahagún2 cuenta sobre su surgimiento que habiéndose reunido los dioses para dar
vida al sol, se eligió a dos de ellos, Tecciztecatl y Nanahuatzin, para arrojarse al fuego
y sacrificarse, y así convertirse en la luna y el sol. A su vez los demás dioses debieron
arrojarse también para poder iniciar el movimiento ya que estos una vez que
aparecieron en el cielo no se movían. Este momento fundacional tiene por principio el
sacrificio como condición de la vida, como motor del universo y del mismo surge
también la necesidad de la sangre para mantener encendida esta dinámica. La Piedra
del Sol nos sirve de claro ejemplo para graficar este aspecto 3. En su centro figura el
sol actual con su lengua afuera convertida en cuchillo de pedernal, sediento de
sangre de los sacrificios, con dos corazones en sus garras y rodeado por las
imágenes que simbolizan los cuatro soles anteriores.
1
Soustelle, Jacques: El universo de los Aztecas, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, Pág.
102.
2
Sahagún, Fray Bernardino de: Historia General de las cosas de Nueva España, México, Editorial
Pedro Robredo, 1938, Vol. II, Pág. 257
3
Graulich, Michel: “La Piedra del Sol“. En: Alcina Franch, José; León-Portilla, Miguel; y Matos
Moctezuma, Eduardo (compiladores): Azteca-Mexica. Madrid. Sociedad Estatal Quinto Centenario;
Lunwerg. 1992. Pág. 291-295.
Figura 1: La Piedra del Sol
4
Sahagún, Fray Bernardino de: Historia General de las cosas de Nueva España, México, Editorial
Pedro Robredo, 1938, Vol. I, Pág. 259.
5
Sostelle, Jacques: op. cit. Pág.113.
desde donde brota el agua. Todo el relato apela a esta idea de circularidad, de relación
entre la vida y la muerte.
6
Alcina, José: “Arte y Religión”. En: Alcina Franch, José; León-Portilla, Miguel; y Matos
Moctezuma, Eduardo (compiladores). Azteca-Mexica. Madrid. Sociedad Estatal Quinto Centenario;
Lunwerg. 1992. Pág. 33
7
Deleuze, Gilles y Guattarí, Félix: Mil Mesetas, Valencia, Pre-Textos, 2002, Pág. 359.
desterritorializa. En él ubicamos a Huitzilopochtli, el dios guerrero, transformación de la
figura mítica que remite a la tradición de los pueblos chichimecas. El otro polo es
Quetzalcoatl, el sacerdote-jurista. En tanto el primero produce la operación de
sobrecodificación, instituye el centro, el segundo comienza a producir toda una serie de
signos que remiten a él, un significante sobre el que se intentará hacer confluir todos los
signos dispersos y sobre el que se construirá una serie de nuevos signos. El primero
captura y el segundo negocia, traza la escritura, funda la ley.
Veamos ahora como funcionan estas operaciones en la discursividad del estado azteca.
Recordemos aquí entonces parte de su genealogía. Los relatos narran su llegada al valle
central de México como el de una las tribus chichimecas del norte. Allí encontramos la
primer Maquina de guerra. Estos grupos cazadores-recolectores nómades, pueden ser
ubicados dentro de las características que Clastres da a las sociedades sin Estado 8.
Guiados por la lógica de las relaciones de parentesco y la reciprocidad, se mueven por el
territorio sin unas coordenadas fijas, desplazándose en busca de los recursos o para
generar algún tipo de intercambio con otros grupos. Su lógica de autoridad es diferente a
la del Estado. En ellas es el prestigio el que le otorga su lugar al jefe dentro del grupo, su
capacidad de redistribuir dentro de la comunidad los bienes que esta le entrega, la
habilidad de desplegar la palabra o para hacer la guerra, su experiencia. Estas
características son las que generan un tipo de relaciones sociales que impiden la
conformación de relaciones estatales en la comunidad. La guerra funciona como límite al
surgimiento del estado. El jefe basa su prestigio en su capacidad para hacer la guerra.
Pero la comunidad se dispone a hacer la guerra sólo si es de su interés, de lo contrario
dejará sin apoyo al jefe. Al mismo tiempo la guerra funciona como límite a las alianzas
que permitirían la acumulación de poder, la unión entre grupos que tienda a conformar la
unidad, lo Uno que disolvería lo múltiple abriendo camino a la aparición del Estado.
Esta raíz “bárbara” es de la que dan cuenta los propios relatos construidos por los
aztecas y a la que intentan conjurar luego cuando en la construcción histórica producida
por el Estado la elite se proclama descendiente directa de los Toltecas, “Estado
civilizado”, negación de aquella característica que es necesario borrar de la memoria 9. La
llegada a la Meseta Central del Valle de México da cuenta de la fundación de
Tenochtitlán pero en ella podemos ver primero al pueblo salido de “Aztlan” sometido a
los Tepanecas de Azcapotzalco. Sin embargo no pierden por ello su carácter guerrero.
La Máquina de guerra es incorporada por este nuevo Estado que los somete. Así esta
máquina que funcionaba como exterioridad al Estado es incorporada por él. Comienza a
8
Clastres, Pierre: La Sociedad contra el estado, Barcelona, Monte Ávila Editores, 1978, Pág. 26-
44.
9
Graulich, Michel: Las peregrinaciones Aztecas, México, ECN, 1974, Págs. 311-312.
formar un manto que la envuelve en un espacio de interioridad. Vemos como el Estado
se procura un ejército a través de una apropiación jurídica de la guerra. Ahora bien, la
exterioridad de la Máquina de Guerra hace que esta exista en sus propias
metamorfosis10. La potencia que aun conserva como tal genera luego la fisura ante el
Estado de los Tepanecas, quiebra esta dominación, se vuelve a configurar como fuerza
externa que rompe con aquel manto que la envuelve en una Unidad, que la hace Uno
con él. Pero aquí la vieja tribu chichimeca ve surgir de su propio seno la aparición del
aparato de Captura que generará la formación del Estado Azteca. No obstante, aquello
de lo que se nutre el Estado quedará latente en su interioridad como su posible fisura…
En esta descripción hallamos el primero de los elementos presentes en la sangre: la
guerra. Junto a ella analizaremos el otro componente, la metáfora del agua, de la
fertilidad. La sangre es el Agua Preciosa, el “Liquido Divino” 11. Como se ve en el mito del
nacimiento de Huitzilopochtli, las imágenes que remiten a la fertilidad son constantes. En
primer lugar en la figura de Coatlicue, diosa madre, una de las corporizaciones que tiene
entre los Aztecas una deidad ligada a la tierra, presente en los diferentes pueblos
mesoamericanos bajo distintos nombres. También la referencia a la fertilidad puede
detectarse en el escenario en que transcurre esta historia, el monte Coatepec. La
montaña, como ya hemos señalado, se liga a la fertilidad como espacio de donde
proviene el agua. Es el Tlalocan, morada de Tláloc, dios de la lluvia, fuente del agua. Y el
agua es la herramienta indispensable para la producción de la vida, para que crezca el
maíz, fuente principal de alimento entre los mesoamericanos en general y en especial de
los del valle central. Pero la referencia a Tláloc y la montaña no agotan las imágenes que
remiten a la germinación. Coatlicue aparece barriendo con una escoba al momento de
ser preñada y al mismo tiempo posee una sonaja. Ambos elementos traen consigo el
momento del proceso de sembrado del maíz, primero en el barrido que se hacía antes de
la siembra y luego en este bastón con sonajero que servía para cavar los agujeros donde
se depositan los granos12. A su vez, Coyolxauhqui es la imagen de la luna, astro ligado a
lo femenino y cuya influencia se ejerce sobre la vegetación y la fertilidad, aunque aquí
aparece sometida al sol. Como estas, podemos detectar varias señales presentes en
este relato. Y en estas marcas es en donde la sangre se confunde con el agua, donde el
agua, vital en los hombres, se asemeja a la sangre, vital para la vida de los dioses y el
orden social. Lo circular acompaña ambos procesos. La muerte del maíz y la vegetación
10
Deleuze, Gilles y Guattarí, Félix: op. cit, Pág. 367
11
Alcina Franch, José: “Guerra”, En: Alcina Franch, José; León-Portilla, Miguel; y Matos
Moctezuma, Eduardo (compiladores). Azteca-Mexica. Madrid. Sociedad Estatal Quinto Centenario;
Lunwerg. 1992, Pág. 215.
12
Soustelle, Jacques: op. cit. pág. 124
es parte del ciclo anual, es condición para volver a nacer. La sangre y el sacrificio
cumplen este mismo papel, actualizan el cosmos, el orden: el Estado.
La narración deja a la vista la sobrecodificación de otra máquina de guerra. Como hemos
visto, el relato presenta los viejos mitos agrícolas, los dioses del maíz, la lluvia y la tierra.
El agua fluye para poner en marcha el ciclo de la tierra y permitir la producción del
alimento. La comunidad traza con ella una relación mística que hace de su actividad
productiva una práctica en la que se desdibuja la relación entre el hombre y el objeto 13.
Funde las coordenadas tiempo-espacio en un aquí y ahora que no presenta límites,
disuelve la idea de trabajo en una experiencia que involucra la comunidad, la tierra, el
objeto y la acción. De esa experiencia mística de su trabajo es que surgen las imágenes
míticas del maíz, de la tierra y del agua. Y sobre esta dimensión mística que nace de su
propia materialidad es sobre la que se apoya el Estado para producir la captura.
Desterritorializa estos signos y produce una reterritorialización a partir del centro que
construye. Es la operación de reificación. Lo múltiple se vuelve Uno. Aquello que nace de
la propia experiencia en un plano de inmanencia se transforma en trascendente, se
convierte en fetiche por el juego de las prácticas que fundan lo estatal.
Sin embargo, aun siendo sobrecodificada, la guerra continúa funcionando como barrera
frente a la estructura del Estado, dispersándolo, provocando su fisura. Aun allí donde el
Estado se establece, produce una captura, la máquina de guerra surge de su propia
metamorfosis, se instala como espacio de exterioridad. Así vemos aparecer como su
manifestación la constante inestabilidad que sufren los pequeños estados que surgen
durante el período clásico o las constantes resistencias que padece incluso el Imperio y
a las que debe imponer nuevamente la fuerza o trazar sobre ellas nuevas mediaciones
que las restituyan a su espacio de interioridad.
Houston, Stephen: Hieroglyphs and History al Dos Pilas. Dinastic politics of the Classic Maya.
15
El drama-Puesta en acto
16
Earle, Timothy: “Estilo e iconografía como legitimación en señoríos complejos”, en Conkey &
Pastor (eds): The uses of Style in Archeology, Cambridge, Cambridge University Press, 1990.
17
Chartier, Roger: “Poderes y limites de la representación”, en Escribir las Prácticas, Buenos Aires,
Manantial, 1996, Pág. 86-88
en un teatro donde se materializa el discurso del mito. Lentamente se deja caer el velo,
dejando la escena a la vista, el relato cobrar sentido ante nuestros ojos. La fertilidad fluye
hacia el centro como tributo, la reciprocidad ahora-siempre será deuda. Los dioses así lo
quieren. La imagen se vuelve entonces una herramienta para ejercer un poder sobre los
sujetos. Cada símbolo, cada segmento de la naturaleza debe fundirse en lo Uno. Y esta
maquinaria ritual que desangra la tierra será la encargada de ordenar la existencia,
modificarla18. Desde aquí se organiza la vida. El calendario ritual organiza los tiempos.
Nada en este juego pretende representar el cosmos, simplemente juega a producirlo.
Cada quien en su lugar, cada actor a su papel. El Sol a sostener el mundo; el guerrero a
gestionar la sangre, los esclavos para ofrecer a los dioses. Sin esclavos no hay sangre,
sin sangre no hay cosmos, ni orden, ni vida, ni Estado… Sin Estado no hay clases, o
estamentos, no hay jerarquías… El Estado debe producirlas. La irrupción violenta del
Estado sobre el territorio, necesita del ritual para construir esa diferenciación entre los
hombres. Nada se parece a los rituales de iniciación que Clastres describe para los
Guayakís en Sudamérica. Allí la función es marcar el secreto en los cuerpos, secreto que
se inscribe en la piel, es huella, es memoria. Secreto que anuncia a todos que no hay
Estado, no hay jerarquías, no hay sumisión 19. Nada se parece a esa puesta en acto que
es la tragedia griega para Nietzsche 20, drama social del que actores y público participan
activamente, donde la música vibra y hace vibrar los cuerpos al unísono, camino a la
voluntad de ser, potencia, manifestación del carácter flexible e indeterminado del ser.
Nada se parece y algo se confunde. Es esta dimensión del hombre sobrecodificada. Aquí
el Estado determina de antemano el ser, el orden y el cosmos y hace confluir discursos-
prácticas de forma tal que todo remita a lo Uno.
El orden frente al Caos. La verdad revelada, la captura mágica y la palabra como
esencia, como existencia incontrastable. Escrito en la piedra, escrito en el cuerpo. Poder.
Poder que señala su asunción, sus valores, su energía. El rey y el sacerdote. Guerra y
fertilidad. Ya nada es lo que es… Y seguirá siendo…
18
Balandier, Georges, El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la
representación. Barcelona. Ediciones Paidós. 1994, Pág. 24.
19
Clastres, Pierre: op. cit. Pág. 160-163.
20
Nietzsche, Friedrich: El Nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, España, Alianza
Editorial, 2004, Pág. 146-150
Figura 2. Huitzilopochtli. Códice Borbónico, página 32.
21
Broda, Johanna: “Los estamentos en el ceremonial mexica”. En Carrasco, P. y Broda, J. (Eds).
Estratificación social en Mesoamérica prehispánica. México, SEP. INAH, 1976, Pág. 39.
22
Carrasco, Pedro: “La Economía del México Prehispánico”, en Carrasco, P. y J. Broda (Eds.),
Economía política e ideología en el México prehispánico, México, CIS-INAH-Ed. Nueva Imagen,
1978 pp. 13-74
23
Mohar Betancourt, Luz María: “La organización tributaria”. En: Temas Mesoamericanos
(Lombardo, Sonia y Nalda, Enrique eds), México, INAH, 1996, Pág. 214
encargados del tráfico e intercambio de bienes, personajes fundamentales para obtener
objetos sin apelar a la coerción o la guerra. Cada actor ha de cumplir un papel dentro de
este esquema según su lugar en la sociedad. El que ofrece la víctima, el sacrificador, el
que ofrece el banquete, el que participa del banquete, el que come la carne del
sacrificado, el que guarda los huesos como símbolo de haber ofrecido una ofrenda a los
dioses, el sacrificado… Los espectadores.
Tras los actores, la acción. La fiesta era precedida por varios días de ayuno y penitencia.
Al finalizar esta primera etapa comenzaba una minuciosa preparación que incluía el
“vestuario”, pinturas, procesiones, danzas:
“Acabados los cuatro días de la penitencia juntábanse con los esclavos y esclavas los
dueños de ellos, hombres y mujeres, y también los que habían de subir al cu y los que
habían (los) de descender después de muertos, y las que habían de lavar las caras, y
también los que habían de llevar las banderillas delante de ellos (…) los esclavos que
habían de morir iban danzando mezclados entre los otros que danzaban; iban con gran
prisa saltando y corriendo, y danzando, galopando y acezando, y los viejos de los barrios
ibanles haciendo el són y cantando; iba mirando esta danza mucha gente…” 24.
La espectacularidad del acto cumple el rol fundamental de hacer visibles las imágenes
que se deben recordar luego cotidianamente. Se presenta la mayor cantidad de signos
posibles que luego permita provocar la referencialidad con el centro. Se destaca de esta
forma el papel preponderante del guerrero y la nobleza dentro de esta sociedad ya que el
guerrero reafirma su prestigio y puede elevar su status según la cantidad, la procedencia
y la valentía de los esclavos que aporta para el sacrificio. También los pochtecas cobran
importancia al entregar esclavos y ofrendas para los dioses. Lo mismo jugará para los
sacerdotes que participan de la fiesta activamente como sacrificadores y directores de
cada escena. La dramatización incluye aquí las “guerras floridas”, dentro de un recorrido
que continuaba durante varios días, paseando el ritual por las casas, bebiendo y
comiendo, ofrendando a los dioses y participando de los banquetes con dones. Vemos
en esta participación de los nobles la clave para generar la estratificación social. El
reparto de los bienes, en especial de las insignias, se cruza con el momento de la
exhibición. Las prácticas rituales nos permiten ver confluir uno a uno los elementos
dinámicos de la sociedad y la sobrecodificación que el Estado produce sobre ellos. La
sacralización de esta materialidad asume entonces esta forma ritual basada en una
puesta en acto de los mitos de los orígenes y alcanza su máxima intensidad en el
momento de los sacrificios. La semblanza más impactante de ellos se da en el sacrificio
24
Sahagún: op. cit., Vol. I Pág. 194
gladiatorio. El cuerpo es compartimentado. “Entre tanto se hacía esta procesión hacían
una escaramuza los esclavos que habían de morir, un bando eran de Huitznahua y de
otro bando, otros esclavos y de la parte de Huitznahua ayudaban los soldados de
Huitznahua… matábanse unos a otros en esta escaramuza, y los que cautivaban los
esclavos de los soldados también los mataban; echaban a los que cautivaban sobre un
teponaztli y allí les sacaban el corazón…” 25. “Luego descendía un sátrapa con gran prisa
trayendo en los brazos la estatua de Painal, vicario de Huitzilopochtli; y llegando con ella
abajo pasaba por delante del pilón y por delante de los cautivos y esclavos que habían
de morir, como guiándolos; luego tornaba a subir al cu (y) en llegando arriba mataban
primero a los cautivos, para que fuesen delante de los esclavos, y luego mataban a los
esclavos; en matando a uno luego tocaban las cornetas y caracoles, descendían el
cuerpo por las gradas rodando, derramando por ellas la sangre…” 26
Las descripciones de Sahagún son útiles en este punto para poner de manifiesto toda
una tecnología política del cuerpo. Dos desplazamientos operan allí. Como vimos en el
ejemplo de Clastres, el rito cumple una función de iniciación, todos pasan por él,
condición y secreto de su ser-iguales. En cambio entre los aztecas podemos ver el
autosacrificio como marca y memoria plasmada sobre el cuerpo sólo para la nobleza.
Para ellos se construye ese ser-iguales que a su vez marca la diferencia con los que no
lo son. En segunda instancia, en los sacrificios humanos la función es marcar el orden en
el cuerpo del otro. El rito como práctica que inscribe en los cuerpos la pertenencia a la
comunidad y la condición de igualdad deja paso a un ritual que sirve para producir la
estratificación social a través de un nuevo tipo de dispositivo. Desde las primeras líneas
hemos podido observar como se construyen las técnicas y estrategias que se activan en
los ritos de manera visible. La teatralidad, nos permite ver en sus escenarios
monumentales, el vestuario, las pinturas en la piel y en las herramientas y
procedimientos quirúrgicos para extraer los órganos vitales estas técnicas que activan un
determinado tipo de relaciones sociales a partir de un poder que se ejerce sobre los
cuerpos, que se marca sobre ellos para lograr su disciplinamiento 27.
25
Sahagún: op. cit., Vol. I. Pág. 197
26
Sahagún: op. cit., Vol. I. Pág. 198
27
Abeyta, Michael: Un cuadro Sincrónico del Cuerpo en la Noche de Tlatelolco y en Visión de los
Vencidos. En Internet: http://www.colmich.edu.mx/relaciones/082/pdf/Michael%20Abeyta.pdf, Págs.
177-182 ; Foucault, Michel : Vigilar y Castigar, Siglo XXI editores Argentina, Buenas Aires, 2004,
33-35
Figura 3. Sacrificios a Huitzilopochtli. Códice Magliabechiano. Pág. 141
Conclusión
Corona Sanchez, Eduardo: Trabajo y tributo en la formación de los estados mesoamericanos. En
28
homenaje a la Dra. Beatriz Beba de Piña Chan, (Agripana García Díaz et al eds), México, INAH,
1997. Pág. 439
Pensar el ritual entonces es pensar un dispositivo que permite construir la diferenciación
social, la jerarquía, lo estamental. Que parte de una operación de sobrecodificación, se
despliega a través de la captura y la producción de signos que remiten hacia un centro
generando la expansión del Estado. Hemos visto el papel de la imagen en este juego con
el fin de establecer un determinado tipo de relaciones sociales. Al mismo tiempo
analizamos como estos dispositivos actúan como forma de ejercer un poder sobre los
cuerpos.
Nada en este trabajo pretende mostrar el horror ante el otro, a lo bárbaro, lo salvaje. Es
simplemente una alerta ante los juegos de la representación, ante el dominio teatralizado
del poder, ante una forma de subsumir la multiplicidad en lo Uno. Es una búsqueda
interminable, efímera, inútil quizás, de volver a fundirse en la tierra. Deconstruir un
discurso para trazar otro. Una herramienta para el camino. Hoy en mis manos, luego en
el viento, tal vez en ningún lugar. He podido citar una cantidad innumerable de autores y
textos que apoyan estas líneas, este mapa de relaciones sociales. Que produzcan
efectos de verdad. En ningún lugar podré citar la experiencia, las prácticas que dieron
vida a este material, la infinidad de espacios de discusión que nada tienen que ver con
Huitzilopochtli ni con Aztlan y que han enriquecido esta pequeña producción. Que me
han enriquecido. A esos espacios cotidianos, de militancia, de producción. A esos
afectos... Hasta aquí llega. Es mío. Ya no lo es.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
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