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Clase 4 - Franco Trulli

Pensar en como textos que dialogan con el mundo precolombino siguen siendo vigentes, es
caer en la conclusión de que hay tensiones que aún en la posmodernidad no han sido
resueltas. Por eso, la mirada que proponen autores como Cardenal y Dávila Andrade se
resignifica en la actualidad bajo la evidencia de conflictos que el capitalismo perpetua. Un
repaso por esas culturas y su relación con lo espiritual nos permiten ver parte de lo que
hemos perdido con el exterminio de aquellas culturas. Las relaciones con las deidades son
divergentes y ambiguas. Hay, por un lado, manifestaciones de adoración como en Boletín y
elegía de las mitas y, por otro, miedo al poder y la furia como en Chac Mool y Por boca de
los dioses.

En el primer caso, el poema de Dávila Andrade, el yo poético se manifiesta como una


entidad trascendental, que identifica a todos los indios sometidos a lo largo de los siglos.
Esto se pronuncia desde la marca del origen de territorios expropiados hasta la
identificación de nombres olvidados. Ciertamente, la historia de sumisión del poema puede
ser fácilmente previsible como universal. La tortura, los trabajos forzados, la violación de
mujeres, el exterminio son materia común en la historia del sometimiento y la violencia
colonial e imperialista. Pero, justamente, el poema nombra, nombra personas y lugares.
Llama a las cosas por su nombre y se deja intervenir por el kichwa y por la presencia de
Pachacámac.

Al leerlo puedo percibir dos registros. Uno es una suerte de periplo del derrotero, de un
héroe -o héroes- que más que avanzar por el deseo, soporta por la posibilidad de libertad.
Es que los cuerpos en el poema avanzan y se movilizan por la mano del torturador, pasan
de trabajos forzados a recibir latigazos sin ningún tipo de autonomía. Y, en esa posibilidad
de libertad, aparece el otro registro, el rezo a Pachacámac. En los versos al dios inca radica
la esperanza y la redención. Una melancolía cargada de existencialismo que también
podemos leer en Los heraldos negros de César Vallejo. Hay una suerte de contraste
interesante cuando aparece la figura de Cristo. Especialmente en dos momentos, cuando el
protagonista es obligado a agradecer la vida que lleva y cuando se describe la crucifixión:
“todito Él, era una sola llaga salpicada”. Mientras que Pachacámac presenta un espacio de
alivio para la lírica, una esperanza, Cristo es una suerte de contradicción, un mesías
destruido por la tortura de la propia iglesia que lejos de tomar la leyenda como una fuente
de sabiduría reproduce los mecanismos a todo aquel que se presente como un otro.

De Economía de Tahuantinsuyu también podemos tomar una comparación interesante.


Sería un error creer que por poseer estructuras políticas y organizaciones sociales similares
a las monarquías los imperios precolombinos eran igual de desiguales. Lo cierto es que sus
economías más destinadas al trabajo conjunto de la tierra y su preocupación social eran
mucho más eficientes que las coronas feudales de Europa más enfocadas en el
expansionismo colonial y empresas territoriales que en sus conflictos internos. Así mismo,
consolidada la conquista del continente americano los regímenes impuestos trasladaron ese
sistema y desde entonces la pobreza y la desigualdad se han ido actualizando a las nuevas
formas del capitalismo y se han perpetuado como condiciones necesarias para la
funcionalidad de la política ya sea mediante la exclavitud o la explotación: “nunca se vendió
ningún indio // y hubo chicha para todos”. La tierra, destruida por la técnica moderna lejos
está de representar una parte de la identidad del sujeto latinoamericano: “No se podía
enajenar la tierra // Llacta mama era de todos // Madre de todos”.

¿Cómo Carlos Fuentes puede imaginar en una reaparición del pasado mitológico una
historia de terror? Tanto en Chac Mool como en Por boca de los dioses la aparición de
dioses mitológicos implica una restauración del orden natural del vínculo deidad-hombre.
Una comparación con la literatura lovecraftiana me parece muy pertinente para
desenmascarar algo. Podemos afirmar que para Lovecraft, las deidades absolutas del
universo nos odian. Pues, no son deidades creadoras, no estamos hechos a su imagen y
semejanza y nada los vincula con nosotros. Pero, ante la traslación de esta idea a la
mitología precolombina, la idea del dios creador implicaría una suerte de apego al devenir
del hombre. Justamente, en eso podemos establecer un paralelo. En los dos relatos, la
estructura lovecraftiana se hace presente. En la sumisión ante la deidad por un lado, y en el
descenso a la locura por el otro. No obstante, la reacción de las deidades no puede leerse si
no en el contexto de urbanización en el cual se hacen presentes. Es Chac Mool un objeto
de mercancía, una ostentación para el fetiche del hombre. Por eso, al despertar, la relación
de poder se invierte y ahora el hombre debe alimentar y venerar a la bestia. Por eso, ante la
interrogante acerca de si las deidades precolombinas nos odiarían, la respuesta es otra
pregunta: ¿Porqué no odiarían al hombre del capitalismo actual?

Estas y muchas otras más tensiones se evidencian en los textos que actualizan el mito inca,
azteca o maya. Hay algo universal y existencialista en esas culturas que las revela mucho
más vigentes de lo que imaginamos. Son textos que son producto de sociedades prósperas,
que desarrollaron sus economías, sus ciencias y artes y con una forma de comprender su
existencia mucho más particular e intimada con la tierra. Hoy, al segundo año de una
pandemia originada por la marginalidad y perpetuada por la desigualdad, pensar en qué
defectos nos evidencian estos textos es dar cuenta de un sistema que exige un cambio
radical.

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