Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cosmovisión mítica: ¿cómo explicaban los pueblos antiguos el origen de todas las cosas: del
hombre, del fuego, de las enfermedades, de las estaciones, etc.? El mito brinda explicaciones que a
nosotros nos parecen extraordinarias. Las acciones se desarrollan en un tiempo remoto, cuando no
existía un orden universal. Los mitos tienen un carácter sagrado debido a que en ese principio la
intervención de los dioses era la que explicaba ese relato: los dioses actuaban empujados por las
pasiones propias del ser humano.
Estos relatos ancestrales informaban sobre las reglas que rigen la vida de los hombres, y por
ello es que también los mitos explican fenómenos relacionados con las virtudes y defectos de sus
protagonistas.
El mito está emparentado con la leyenda, aunque se diferencia porque los primeros tratan
temas universales. Las leyendas son narraciones tradicionales que cuentan hechos fabulosos o
explican fenómenos de la naturaleza vinculados a una región geográfica particular y a la vida de
determinado pueblo. Las historias narradas transcurren en épocas que es posible especificar con
cierta precisión, y alguno de los personajes puede tener existencia histórica probada.
Hoy, gracias a los adelantos científicos podemos decir cómo se origina el rayo, el trueno o la
lluvia. Para los pueblos antiguos estas cuestiones resultaban inexplicables. Entonces, podemos decir
que nacieron en las distintas comunidades como respuesta a lo inexplicable. En sus orígenes, se
transmitieron oralmente, por eso llegaron hasta nosotros en diferentes versiones. Los mitos cuentan
historias que van más allá del mundo real; en ocasiones, encarnan los valores más elevados, en
otras, el mito cumple la función de explicar la naturaleza moral del hombre, el bien o el mal.
Sus protagonistas son los dioses (que generalmente viven las mismas pasiones que los
humanos), semidioses (hijos de dioses con humanos) o héroes (que tienen características
excepcionales y realizan hazañas).
Parte II
La cosmovisión indígena
Nosotros leímos en la primera clase un cuento de Julio Cortázar, La noche boca arriba, cuyo
acción principal ocurre en la selva donde habitan los aztecas. Ahora les propongo leer un cuento,
con el propósito de reconocer las dos miradas: la del pueblo maya y la de Europa. Se llama “El
eclipse”, de Augusto Monterroso.
ACTIVIDAD
A continuación, leemos el cuento “El eclipse”; luego contestar la breve guía de lectura del mismo.
1- ¿Entendía Fray Bartolomé las lenguas nativas? ¿Cuál es el significado de esto para el cuento?
2- ¿Cómo intentó librarse de la muerte?; ¿lo consiguió?
3- Finalmente, ¿qué le pasó a Fray Bartolomé?
4- ¿Por qué es irónica la última frase del cuento?
5- Explique el título del cuento.
6- Escriba un resumen del cuento en cinco líneas.
Tercera parte
MARCO TEÓRICO Y CONTEXTUALIZACIÓN
¿Cómo se originó y cómo evolucionó la literatura hispanoamericana?
América siempre fue tierra de asombro y se forjó a partir del enfrentamiento de dos culturas:
la aborígen y la europea. Sin embargo, la primera, por el sentido que tiene la palabra conquista
quedó mutilada. Con la llegada de los conquistadores, la literatura hispanoamericana fue creando un
proceso de “mezcla” entre lo ajeno y lo propio. Desde el S.XIV, con las Crónicas, se incorporan
temas como la naturaleza, el hombre, las luchas por la independencia, pero sigue sujeta al modelo
europeo. Sin embargo, la dinámica de los conflictos propiamente americanos y su desenvolvimiento
histórico fue generando en los escritores una preocupación cada vez mayor para lograr una literatura
original.
A finales del siglo XIX, la búsqueda de los escritores por encontrar un "lenguaje propio"
comienza a tomar forma. La originalidad de la literatura hispanoamericana no estalla
inesperadamente, sino que se va dando progresivamente. En el siglo XX el escritor contemporáneo
recupera los mitos y experiencias con el lenguaje, logrando originalidad y ubicando a la literatura
hispanoamericana en el mismo nivel de la literatura europea.
ACTIVIDADES
Video
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=Hca_ZWLYdjY
2- A continuación, les proponemos la lectura de un fragmento del ensayo del escritor mexicano
Octavio Paz, Todos los santos: Día de muertos.
Todos los Santos: Día de Muertos.
Autor: Octavio Paz
El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Cualquier pretexto es bueno para
interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias. En pocos lugares del mundo se
puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores
violentos, agrios y puros y sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y objetos que se
venden esos días en plazas y mercados.
El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser un presente en donde pasado y futuro al fin se
reconcilian. Las fiestas son nuestro único lujo. En esas ceremonias se le da al mexicano la posibilidad de
dialogar con la divinidad. Esa noche los amigos, que durante meses no pronunciaron más palabras que las
prescritas por la cortesía, se emborrachan juntos, se hacen confidencias, lloran las mismas penas, se
descubren hermanos. La noche se puebla de canciones y aullidos. Se arrojan los sombreros al aire. Brotan
las guitarras. Porque el mexicano quiere saltar el muro de la soledad que el resto del año lo incomunica.
Las ceremonias de fin de año, en todas las culturas, significan algo más que la conmemoración de
una fecha. Ese día es una pausa; efectivamente el tiempo se acaba, se extingue. Los ritos que celebran su
extinción están destinados a provocar su renacimiento: la fiesta de fin de año es también la de año nuevo, la
del tiempo que empieza. Todo ocurre en un mundo encantado: el tiempo es otro tiempo (situado en un
pasado mítico o en una actualidad pura); el espacio en que se verifica cambia de aspecto y se
convierte en un "sitio de fiesta".
En ciertas fiestas desaparece la noción misma de orden. El caos regresa y reina la licencia. Todo se
permite: desaparecen las jerarquías habituales, las distinciones sociales, las clases, los gremios. Los
hombres se disfrazan de mujeres, los señores de esclavos, los pobres de ricos. Se ridiculiza al ejército, al
clero, a la magistratura. Gobiernan los niños o los locos.
Es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas. Su
frecuencia, el brillo que alcanzan, el entusiasmo con que todos participamos, parecen revelar que, sin ellas,
estallaríamos. Las festividades nos liberan, así sea momentáneamente, de todos esos impulsos que
guardamos en nuestro interior. Entre nosotros la fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo
y lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana,
pero también no hay nada más triste. La noche de fiesta es también noche de duelo. Si en la vida diaria nos
ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la fiesta nos disparamos. (…)
Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra
vida. Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para
nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la
vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico,
que se repetía insaciable. La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su
contrario y complemento.
Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía, como jamás pensaron que
su vida fuese realmente "su vida". Todo se conjugaba para determinar, desde el nacimiento, la vida y la
muerte de cada hombre. El azteca era tan poco responsable de sus actos como de su muerte. Los únicos
libres eran los dioses. Ellos podían escoger y, por lo tanto, en un sentido profundo, pecar. La religión azteca
está llena de grandes dioses que desfallecen y pueden abandonar a sus creyentes, del mismo modo que los
cristianos reniegan a veces de su Dios. Para los antiguos aztecas lo esencial era asegurar la continuidad de
la creación; el sacrificio no entrañaba la salvación ultraterrena, sino la salud cósmica; el mundo, y no el
individuo, vivía gracias a la sangre y a la muerte de los hombres.
Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia,
porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta y la festeja; la contempla cara a cara con
impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez". Nuestras canciones,
refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta
porque "la vida nos ha curado de espantos".
Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el Día de los Difuntos panes que fingen huesos y
nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarronada
familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos
inventado una nueva respuesta.
a. ¿Qué quiere decir el autor con la siguiente afirmación: “Todo ocurre en un mundo encantado: el
tiempo es otro tiempo”?
b. ¿Cómo era considerada la muerte por los antiguos mexicanos o antepasados indígenas?