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Cuando Tzutzuma supo que lo buscaban unos soldados supo que estaba perdido, pero le dijo a su criado que les dijera
a los tres jefes que podían pasar a verlo. Cuando los tres jefes entraron se encontraron con un águila colosal que estaba
posada en el respaldo del sillón, salieron muy enojados, pero el criado aseguró que su señor estaba en la sala. Volvieron
a entrar y se encontraron con un tigre corpulento que mostraba sus grandes colmillos.
Los capitanes retrocedieron espantados y salieron corriendo, pálidos de susto. Al llegar a México le dijeron al rey
- ¡Señor! el cacique de Coyoacán se ha vuelto águila y después tigre.
Ahuítzol se maravilló con el relato y ordenó que el doble de soldados fuera a cumplir con la sentencia. Al llegar con
Tzutzuma se encontraron con una serpiente.
Pero antes de que pudieran cumplir la orden, la serpiente saltó sobre ellos, arrojando por las fauces abiertas llamaradas
de lumbre. Los soldados temblaron y huyeron aterrorizados.
“¡Habitantes de Coyoacán! el poderoso emperador Ahuítzotl, manda decir que apresen a su señor Tzutzuma y lo
entreguen sin dilación. Y les advierte que, en caso de desobediencia, se les tendrá por rebeldes y arrasará sus ciudades
pasando por el cuchillo a todos los habitantes.”
Todos quedaron aterrados, Tzutzuma, como buen señor de su pueblo, se presentó voluntariamente a los mexicanos y
les dijo:
-Aquí estoy, me pongo en sus manos, pero no olviden decir a su señor que, si introduce en México el agua de
Acuecuexco, yo le profetizo que antes de muchos días la ciudad será anegada y destruida.
Los soldados mataron a Tzutzuma ahogándolo, y su profecía se cumplió al pie de la letra. A los cuarenta días de
introducida el agua a México, se inundó la ciudad y el emperador se vio en la necesidad de romper las cañerías del
acueducto.