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Cuenta la leyenda, que en los tiempos en que los dioses poblaban el mundo. La diosa de la
tierra Coatlicue se encontraba barriendo la entrada de su templo en Coatepec, el cerro de las
serpientes. En esa ocasión por un extraño sortilegio una pequeña bola de plumas de colibrí
bajo flotando desde el cielo. Maravillada ante el suceso y encantada por el color de las
plumas de la pequeña esfera. La gran diosa introdujo dicha esfera en su falda. Y en ese
momento que encinta.
La diosa no sabia que hacer pues era un evento humillante, no solo para ella, sino para sus
numerosos hijos los Cenzonhuiznaga; los cuatrocientos del sur. Que no eran otros sino las
estrellas y para su hija Coyolxauhqui la diosa de la luna. Se preocupaba por que
seguramente la matarían para aliviar la desgracia que había dejado caer sobre sus cabezas.
Justo cuando más preocupada estaba el pequeño ser que se engendraba le hablo y le dijo;
madre, no debes temer, yo velare por tu subsistencia, nadie jamás podrá hacerte daño.
Coatlicue se sintió mejor al escuchar las palabras del pequeño dios. Pero los
Cenzonhuiznaga estaban enardecidos por el consejo de Coyolxauhqui, quien animaba a sus
hermanos a tomar las armas, matar a su madre y reparar la injuria de la que eran objeto.
Los Cenzonhuiznaga tomaron sus mejores armas y se prepararon para librar una gran
batalla. Se pintaron, tomaron sus escudos, tensaron sus arcos y afilaron sus cuchillos. Así,
se dispusieron acabar con la vida de la que era su madre y de su próximo hermano.
Dime cuando estén próximos madre, dijo el pequeño dios, debes decirme en el momento
indicado para que yo pueda defenderte. Coatlicue vio venir a lo lejos sobre las montañas
vecinas a sus hijos armados hasta los dientes. Hijo mío, dijo la diosa están en el valle. Deja
que se acerquen más madre mía. Hijo mío, están subiendo el cerro de las serpientes. Deja
que se acerquen aún más. Hijo mío, están próximos al templo.