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Capítulo 2
La función pública
128. El régimen de la función pública tiene por protagonista central al funcio-
nario público (párrafo 1). El estudio de este régimen exige prestar atención a los
distintos momentos de la vida funcionaria (párrafo 2), los derechos y deberes que
lleva envuelto (párrafo 3), así como las responsabilidades que pueden surgir en
este marco (párrafo 4).
(EA, art. 11, inc. final). Con todo, la jurisprudencia administrativa también ha ex-
tendido a este personal la observancia del principio de probidad pública, porque
“si bien no son funcionarios públicos, tienen el carácter de servidores estatales y
realizan una función pública” (Dictamen 42.992, de 2014).
No siendo funcionarios públicos, los servidores contratados a honorarios tam-
poco pueden ejercer potestades públicas, sino solo las tareas específicas que se
les hubiere encomendado. Ahora bien, en una práctica que remonta a mediados
de la década de 1980, diversas leyes han atribuido a algunos de estos agentes
contractuales la calidad de “agentes públicos”, con el propósito explícito de que
puedan ejercer tales potestades. Al respecto, la jurisprudencia de la Contraloría
ha considerado que los agentes públicos son también funcionarios públicos, con
el solo objeto de hacerles extensivo el régimen de responsabilidad administrativa.
Pero en lo demás, el régimen jurídico aplicable a este personal es el definido en sus
respectivos contratos, y no el régimen estatutario de derecho público.
Sección 1. Ingreso
141. Se analizan separadamente las modalidades de ingreso a la función públi-
ca y los requisitos comunes para gozar de la calidad de funcionario.
1825, del Min. del Interior, de 1998). En cuanto las calificaciones permiten medir
el desempeño de los funcionarios (para efectos de determinar el ascenso, los estí-
mulos y eventualmente la eliminación del servicio), no sólo se aplican al personal
de planta sino también al de contrata.
En esencia, las calificaciones son efectuadas por órganos específicos (Juntas
calificadoras) sobre la base del historial del funcionario, que se contiene en su
hoja de vida, relativo al periodo anual respectivo. Al jefe directo del respectivo
funcionario le corresponde efectuar una precalificación, que es el insumo princi-
pal de la evaluación. El régimen de recursos (“apelaciones”) también es objeto de
regulación legal. La calificación conduce a la clasificación de los funcionarios en
4 grandes categorías o “listas”. El funcionario calificado en lista 4 o por dos años
consecutivos en lista 3 deberá retirarse del servicio dentro de los 15 días hábiles
siguientes, so pena de declararse vacante su cargo. La prolífica regulación de las
calificaciones no se condice mucho con la práctica, en que es por extremo inusual
que algún funcionario sea mal evaluado (por razones, seguramente, de orden so-
ciológico o político).
Sección 3. Término
148. Hay que distinguir la situación de los funcionarios de planta y de los
funcionarios a contrata.
El tiempo suplementario que sirvan los empleados públicos trae consigo una
compensación pagadera en descanso o en dinero, conforme a criterios definidos
por la ley.
En contraste, la ausencia injustificada del trabajador por tres días consecutivos
es causa de destitución del funcionario.
Los empleados pueden obtener permisos para ausentarse de su empleo por un
tiempo. Sin derecho a gozar del sueldo, el permiso puede otorgarse por períodos
prolongados de tiempo, en consideración a motivos particulares o una permanen-
cia en el extranjero (art. 110). Con goce de sueldo, reglas tradicionales confieren
al empleado el derecho a ausentarse hasta 6 días al año, fraccionables por mita-
des, por motivos particulares (es lo que se conoce como “días administrativos”,
art. 109).
Como el trabajador en el derecho laboral, el funcionario público tiene derecho
a un descanso anual (denominado “feriado”). La duración de este periodo de
vacaciones va en aumento en función de la antigüedad del funcionario (art. 103).
Respecto de otros eventos que justifican la ausencia del funcionario (como la ma-
ternidad o la paternidad o por enfermedad) rigen reglas análogas a las laborales.
designados a contrata están obligados a dimitir de sus cargos. Por cierto, a veces
la renuncia puede evitar al funcionario unas consecuencias más gravosas, como
las que se seguirían de una destitución.
Las responsabilidades más significativas de los funcionarios son, en el campo
jurídico, la responsabilidad penal, la responsabilidad civil y la responsabilidad
disciplinaria, comúnmente llamada, “responsabilidad administrativa”. Las tres
son independientes entre sí (EA, art. 120), de modo que no hay límites legales a
su acumulación, y lo que se resuelva con respecto a una de ellas no incide necesa-
riamente en las demás.
La responsabilidad penal de los funcionarios es muy importante. Evidente-
mente, el funcionario puede incurrir en delitos penales comunes (hurto, estafa,
lesiones, etc.), pero su posición institucional y sus deberes fiduciarios para con el
interés público (que se expresan en el principio de probidad) lo colocan en situa-
ción de incurrir en ilícitos específicos. Los delitos funcionarios más significativos
son la malversación de caudales públicos (Código Penal, arts. 233 y ss.), el fraude
al fisco (art. 239), la negociación incompatible (art. 240), el tráfico de influencias
(art. 240 bis), el cohecho y el soborno (arts. 248 y ss.) y varias figuras de abusos
contra particulares (arts. 255 y ss.). De estas materias se ocupa con profundidad
y refinamiento el derecho penal.
Aquí sólo cabe referirse, brevemente, a la responsabilidad civil (sección 1) y la
responsabilidad administrativa de los funcionarios (sección 2).
“Los órganos de la Administración serán responsables del daño que causen por falta
de servicio.
No obstante, el Estado tendrá derecho a repetir en contra del funcionario que hubiere
incurrido en falta personal”.
Los conceptos de falta de servicio y falta personal tienen una importancia
mayor en el derecho de la responsabilidad pública (cf. §§ 655 y ss., § 674). Aquí
basta con entender que la falta de servicio es una culpa que se atribuye al organis-
mo administrativo en cuanto representa una mala organización o funcionamiento
deficiente; así, el comportamiento medianamente negligente de los funcionarios se
imputa directamente al Estado para efectos de la responsabilidad. En cambio, el
concepto de falta personal designa una culpa civil del funcionario, que es atribui-
ble a él solo, y con cuyas consecuencias debe cargar.
Ahora bien, la jurisprudencia ha entendido que la falta personal es siempre una
culpa grave; de este modo, la culpa leve o simple de un funcionario se absorbe
dentro del concepto de falta de servicio (y, por eso, sólo debería comprometer
la responsabilidad civil de la administración). Esta orientación jurisprudencial
parece correcta y en línea con un entendimiento doctrinal que viene de antiguo.
Sin embargo, es más o menos común que las víctimas intenten acciones conjunta-
mente contra la administración y el funcionario, sin que los jueces censuren esta
práctica.
la demostración de una culpa (o dolo) del agente. Sin embargo, presenta rasgos
híbridos que le dan una naturaleza semidisciplinaria.
Por último, respecto del daño a las instalaciones o equipos de la administra-
ción no rigen mecanismos especiales de responsabilidad; por eso, a su respecto
cabría una responsabilidad civil ordinaria.
La Ley Orgánica de la Contraloría dispone que “Los funcionarios que tengan
a su cargo fondos o bienes de los señalados en el artículo anterior serán responsa-
bles de su uso, abuso o empleo ilegal y de toda pérdida o deterioro de los mismos
que se produzca, imputables a su culpa o negligencia” (art. 61). Sin embargo, cabe
dudar de que la culpa que compromete la responsabilidad del funcionario sea una
culpa simple (o, con mayor razón, una culpa levísima). Por razones de coherencia
sistémica, parece más razonable que los desgastes o accidentes ordinarios en el
servicio, provenientes de un descuido común de los funcionarios, se imputen al
funcionamiento común del servicio en condiciones análogas a la noción de falta
de servicio, de modo que el funcionario sólo responsa por culpa grave (o dolo).
BIBLIOGRAFÍA REFERENCIAL
170. En el derecho chileno, la materia carece de un texto que la aborde de
manera integral en sus aspectos teóricos. De hecho, el texto de referencia ha sido,
por años, un repertorio de jurisprudencia relativo al Estatuto Administrativo: Ro-
lando Pantoja, Estatuto Administrativo interpretado (en cuya última edición fue
publicado dentro del Tratado jurisprudencial de derecho administrativo, Santia-
go, Legal Publishing, 8ª ed., 2012).
Los análisis más finos sobre la dilución del sentido de las categorías legales per-
tenecen a Enrique Rajevic; por ejemplo, su “La precarización del empleo público
en Chile y el mito de la carrera funcionaria” (inédito, pero disponible en https://
uahurtado.academia.edu/EnriqueRajevic), o –analizando la cuestión incidental-
mente, desde el ángulo del principio de probidad– “Las agendas de probidad de
los gobiernos de la Concertación: entre la realidad y el deseo”, en Juan Romero,
Nicolás Rodríguez y José Olivares (eds.), Buen gobierno y corrupción. Algunas
perspectivas (Santiago, Eds. Derecho UC, 2009). Rajevic también es autor de una
propuesta de reforma que posiblemente tenga influencia futura en el régimen del
personal del Estado: “La crisis de la regulación del empleo público en Chile. Ideas
para un nuevo modelo”, en Isabel Aninat y Slaven Razmilic (eds.), Un Estado
para la Ciudadanía. Estudios para su modernización (Santiago, Centro de Estu-
dios Públicos, 2018). Las Jornadas de derecho administrativo de 2016 estuvieron
consagradas precisamente al empleo público, cuyas actas están en prensas.
En la elaboración de este texto se han tenido en cuenta, en particular, los de-
sarrollos sobre la materia en los manuales de R. Parada y J. A. Santamaría, así
como algunos estudios monográficos de derecho comparado, como el trabajo de
Fabrice Melleray, Droit de la fonction publique (París, Economica, 4ª ed., 2017).