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Unidad 21.

Resoluciones Judiciales. La sentencia y la cosa juzgada.

Primero. Resoluciones judiciales

1. Concepto. Las resoluciones judiciales son actos emanados del órgano jurisdiccional que se dictan con el objeto de
tramitar el proceso, decidir las cuestiones que se suscitan durante su desarrollo, resolver el objeto principal de la
causa y ejecutar lo decidido.

2. Clases. El Código Procesal Civil de la Nación clasifica las resoluciones judiciales en tres categorías:

a) las providencias simples;

b) las sentencias interlocutorias y;

c) las sentencias definitivas.

a) Las providencias simples: se dictan sin previa sustanciación para responder a pedidos de mero trámite o para
disponer de oficio medidas instructorias y propias del deber de dirección del proceso. Existen resoluciones que son
dictadas sin vista o traslado previo pero deciden algo que no es un acto de mero trámite, de instrucción ni de simple
dirección del proceso. Tales, por ejemplo, las que resuelven sobre un pedido de medida cautelar, las que declaran de
oficio la caducidad de la instancia, repelen in limine una demanda por improponible, etcétera. Estas resoluciones no
son providencias simples.

b) Las sentencias interlocutorias: son las que resuelven un artículo, vale decir una cuestión que planteada durante el
desarrollo del proceso requirió sustanciación.

c) Las sentencias definitivas: son las que ponen fin al pleito emitiendo juicio sobre las cuestiones que constituyen el
objeto principal de la causa.

3. Formas de las resoluciones judiciales.

a) Las providencias simples no requieren más formalidad que su expresión por escrito, indicación de fecha y lugar en
que es dictada y la firma del juez, presidente del tribunal, o del secretario o prosecretario en su caso. Mas si la
providencia simple es denegatoria del pedido que la motiva, por razón de la garantía de la defensa en juicio debe ser
fundada.

b) Las sentencias interlocutorias deben contener, además de los requisitos exigidos para las providencias simples:

1) los fundamentos de la decisión;

2) la decisión expresa, positiva y precisa sobre el artículo y;

3) el pronunciamiento sobre las costas.

c) La sentencia definitiva de primera instancia, debe contener:

1. Mención del lugar y la fecha: la sentencia constituye un instrumento público y como tal tiene que satisfacer las
formas prescriptas para los documentos de ese tipo.

2. Nombre y apellido de las partes: la necesidad de que la sentencia se autoabastezca justifica este requisito.

3. Relación sucinta de las cuestiones que constituyen el objeto del pleito: esta parte de la sentencia, conocida como
resultando, debe contener una apretada síntesis de la pretensión del actor, de la eventual reconvención del
demandado, de sus contestaciones y nada más. La única justificación razonable de esta exigencia es la conveniencia
de que las sentencias se autoabastezcan; de modo que no debería ocupar, salvo casos excepcionales por la
complejidad de las cuestiones litigiosas, más de una página.

4. Fundamentos: la importancia de la motivación de la sentencia obliga al más detenido examen que en punto de
ella hacemos infra, en el parágrafo que sigue.

5. Decisión expresa, positiva y precisa de conformidad con las pretensiones deducidas en el proceso. Es la parte
dispositiva de la sentencia o fallo, donde se declara si se acoge o rechaza la demanda y en su caso, la reconvención,
total o parcialmente.

6. Plazo para el cumplimiento. Esta exigencia sólo rige para las sentencias de condena, que son las únicas
susceptibles de ejecución. En algunos supuestos el plazo está fijado por la ley, y en su defecto lo determina el juez.

7. Pronunciamiento sobre el cargo de las costas y, en su caso la declaración sobre temeridad y malicia.

8. Firma del juez: requisito de esencia para que la sentencia exista como tal.

Segundo. Motivación de la sentencia que promete el debido proceso

1. Razones a) A los jueces le es debido fundar y adecuadamente sus decisiones. La Constitución Nacional carece de
un precepto que recepte expresamente el deber de los jueces de fundar sus resoluciones. Sin embargo, el deber está
ínsito en todo el plexo normativo de la Carta Magna, particularmente en sus artículos 1, 14, 17, 18 y 33. Sino también
porque “para resguardar las garantías de la defensa en juicio y del debido proceso es exigible que las sentencias
estén debidamente fundadas, tanto fáctica como jurídicamente, y, de tal modo, constituyan una derivación razonada
del Derecho vigente con aplicación a las concretas circunstancias de la causa”• Además que “...el mismo sistema
republicano de la justicia exige la fundamentación de las sentencias, porque esta última es la explicación de sus
motivaciones”• Por todo eso, “la exigencia que los fallos tengan fundamentos serios, reconoce raíz constitucional”.

b) Efectivamente. El deber de motivar las sentencias es consustancial al Estado de Derecho, por lo que existe
independientemente de estar o no previsto en una norma expresa. El ejercicio jurisdiccional, del mismo modo que el
ejercicio de cualquier otro poder del estado, debe ser racional y controlable. Rige el principio de transparencia,
porque el Estado de Derecho se pone necesariamente como forma política que se legitima en cuanto justifica el
modo en que el poder viene ejercitado. Constituye por otra parte, uno de los modos de asegurar la imparcialidad del
juez. •Desarrollar motivación autosuficiente: Para alcanzar sus fines garantistas es inevitable que la motivación sea
autosuficiente, en el sentido de abastecerse, expresando no sólo las conclusiones decisivas sino, fundamentalmente,
las razones en que tales conclusiones se basan. •Desarrollar motivación comprensible: La motivación debe ser
comprensible, porque ello es presupuesto necesario para el control sobre el ejercicio del poder jurisdiccional. Las
razones de las sentencias han de ser expuestas con lenguaje simple, diáfano y sencillo, y nunca en términos
enrevesados y difíciles, ya que deben ser accesibles no sólo a los abogados sino también a las partes, y a cualquier
persona de cultura media del lugar en que se las dicta. • Respetar el principio de congruencia:

1) Principio: En la garantía de la defensa en juicio está ínsito el deber de la jurisdicción de respetar los límites
subjetivos, objetivos y causales de las pretensiones y defensas. De allí que la Corte refiere a la congruencia como un
principio procesal pero de raigambre constitucional.

Cuando existe discordancia entre el pronunciamiento judicial y el contenido de las peticiones de las partes
efectuadas oportunamente en el pleito se produce el vicio de incongruencia. Ello puede ocurrir por (ultrapetita), por
defecto (citra o infra petita) o por exceso y por defecto (extra petita) en la respuesta de la jurisdicción. Por exceso,
concediendo más de lo pedido. Por defecto, omitiendo injustificadamente pronunciarse sobre alguna de las
cuestiones decisivas del debate. Por exceso y por defecto, saliendo del tema litigioso para, de ese modo, otorgar o
denegar lo que nadie le ha pedido y, al propio tiempo, no responder a lo que se le ha pedido.
2) Excepción. La adopción “ultra petita” de medidas tendientes a prevenir daños ambientales, o a la vida o a la salud
de las personas. El “mandato preventivo” o “tutela inhibitoria”.

Consecuentemente, refiere Peyrano, el órgano jurisdiccional puede y debe, aun oficiosamente, emitir órdenes
accesorias (respecto de lo principal, decidido en la sentencia) cuando la sustanciación del proceso le ha permitido
tomar conocimiento de que es probable que un daño ya acaecido se repita (o se agrave) en detrimento de sujetos
identificados o no.

A título ilustrativo, en el leading case “Altamirano”, se había iniciado una pretensión exclusivamente encaminada a
obtener una indemnización de daños y perjuicios derivados del fallecimiento de un menor, ahogado en una
acumulación artificial de aguas formada en terrenos del Ejército argentino. Pese a ello, el tribunal ex officio (además
de hacer lugar a las pretensiones del demandante) dispuso —advertido de la grave situación de peligro existente
para la comunidad por la posibilidad cierta de que se repitieran accidentes análogos— la construcción de una cerca
que aislara las excavaciones inundadas, la colocación de carteles bien visibles que indicaran el riesgo y el
mantenimiento de un servicio de vigilancia permanente en el lugar, todo bajo apercibimiento de ser efectuado por la
Municipalidad de Quilmes y a costa de la demandada. •  Justificar racionalmente el juicio de hecho y el juicio de
derecho: Puesto que la garantía del debido proceso no permite decidir de modo arbitrario o absurdo sino
respetando el principio de legalidad, es condición necesaria para la validez de las sentencias judiciales que contenga
la justificación razonable del juicio de hecho y del juicio de derecho.

Primero: Respetar el principio de legalidad en la sentencia significa, ante todo, decidir con fundamento en una
apreciación racional y verdadera de los hechos. Porque de una conclusión errada sobre los hechos litigiosos
lógicamente derivará, una errónea aplicación del Derecho. Por ello, la justificación del juicio de hecho en la
motivación de las sentencias no es cosa que pueda ser menos importante que la justificación del juicio de derecho. A
los justiciables hay que tutelarles efectivamente. Y es al emitir el juicio de hecho cuando el ejercicio de la jurisdicción
alcanza su mayor significación.

a) Individualizar las fuentes probatorias que le permiten al juez formarse convicción. Porque de lo contrario se corre
el riesgo de que el juicio sobre la cuestión fáctica quede sujeto al capricho o al mero error del sentenciante. Es
exigible que en la motivación se individualicen las pruebas que demuestran los hechos sobre los cuales se funda la
decisión. Salvo, claro está, que se trate de hechos evidentes, notorios, presumidos o normales, pues ninguno de
éstos requiere de prueba. Por lo tanto, la motivación no puede válidamente reducirse a la pura afirmación de la
verdad o falsedad de los hechos. La sentencia es un acto de razón y garantía efectiva para la defensa. Entonces debe
estar sostenida, alimentada y apuntalada con un discurso fundado en pruebas.

b) Valorar adecuadamente la prueba, sin desvirtuar las normas de tarifa legal, ni las reglas de la sana crítica. Porque
para la validez de una sentencia no basta con que el juez rinda cuenta de las fuentes por las cuales fija sus
conclusiones de hecho sino que también es absolutamente necesario que esa rendición sea razonable, seria y no
absurda o caprichosa. Recordemos que en algunos casos el legislador ha preferido, fundamentalmente por razones
de seguridad, tasar el valor que ha de darse a una prueba, o bien señalar las condiciones que ella debe reunir para
que el juez pueda estimarla eficaz. Manifestaciones concretas de este sistema, llamado de la prueba legal, o tasada,
o tarifada, son en nuestro ordenamiento jurídico, verbigracia, las disposiciones del Código Civil que establece los
requisitos de los instrumentos públicos y privados y que señalan el valor probatorio de ellos; la determinación por
los ordenamientos procesales de los recaudos que deben satisfacer los indicios para valer como presunción simple,
judicial o del hombre, y del valor probatorio que cabe otorgar a la confesión en sus diversas variantes. Recordemos
también que en los otros casos, es decir, cuando no existen reglas legales para la valoración de la prueba, la libertad
que se le concede al juez para apreciar las fuentes no significa autorización para una apreciación arbitraria,
caprichosa o absurda, sino todo lo contrario: la apreciación debe ser razonada, crítica, basada en las reglas de la
lógica, la experiencia y la sociología. O sea: libre apreciación, pero con sana crítica. En consecuencia, carecerán de la
debida fundamentación exigible a las decisiones judiciales los fallos que en la ponderación de las referencias fácticas
rebalsen los límites impuestos por la ley, o por la sana crítica racional.
Tales: 1. Los fundados en una conclusión de hecho que quebranta el sistema legal previsto para la valoración de la
prueba.

2. Los sustentados en una conclusión de hecho fruto de una injustificada inversión de la carga probatoria.

3. Los que incurren en omisiones o falencias respecto de elementos de juicio decisivos. Prescindiendo de pruebas
decisivas, invocando como sustento del juicio de hecho prueba inexistente, o tergiversando la existente.

4. Los que prescinden de la prueba conducente sobre la base de afirmaciones dogmáticas.

5. Los que arriban a la conclusión de hecho merced a una consideración fragmentaria o aislada de los elementos de
juicio, distinta de la que surgiría si éstos hubiesen sido integrados y armonizados debidamente en su conjunto.

6. O revestida de un desmedido rigor crítico en la valoración de la prueba.

7. O con defectos graves de razonamiento.

8. O contrariando las máximas de experiencia. Tal los sustentados en una conclusión de hecho desatendida de la
realidad económica al tiempo de la sentencia.

Segundo: Si la forma o manera de construir una sentencia fuese, como durante mucho tiempo se explicó, una suerte
de silogismo, una vez justificado el juicio de hecho al sentenciante sólo le restaría determinar la norma a aquél
aplicable para sin más extraer el fallo. Sin embargo, sentenciar es cosa más delicada que silogizar. Como bien dijo
Calamandrei, no es función tan pobre. Así, para acordar una determinada solución a la “cuestión de derecho” no
pocas veces concurren dos tipos de juicio: los juicios lógicos y los juicios de valor. Entonces, cuando funcionando el
viejo aforismo del dabo tibi ius el juez dice el Derecho, le será debido dar cuenta en la motivación de las selecciones
que lo hayan inducido a aplicar el Derecho como lo ha hecho, y el justificarlas, explicando las razones por las cuales
su selección ha sido considerada válida, o más válida que las otras selecciones posibles. Sobre todo cuando se trata
de la selección propia de los juicios de valores. Y con mayor razón aún en aquellos casos de amplio paradigma,
cuando el sentenciante opera ante lagunas de la ley, standards jurídicos, o con poderes discrecionales. • Adecuarse a
la jerarquía normativa: El poder-deber de los jueces de fundar sus resoluciones respetando el principio de legalidad
presupone el mantener la jerarquía normativa de nuestro ordenamiento jurídico, principio que sienta el art. 31 de la
Constitución Nacional.

Tercero. Clases de sentencias definitivas.

Atendiendo a su contenido, las sentencias se distinguen en tres categorías: a) meramente declarativas; b)


constitutivas y; c) de condena.

1. Sentencias meramente declarativas. Estas sentencias agotan su contenido ratificando la existencia —o no— de un
derecho o de un estado jurídico. Lo que justifica a la pretensión que resuelve este tipo de sentencias es el estado de
incertidumbre que ocasiona el demandado al demandante. Entonces, la sentencia con su mera declaración hace que
desaparezca dicha incertidumbre. De allí que las sentencias meramente declarativas no requieren, aún cuando
resulten favorables al actor, actos ulteriores de ejecución. A lo más, una ejecución impropia; como es, por ejemplo la
anotación de la declaración judicial en registros públicos. Es sentencia meramente declarativa, ejemplo, la que
declara adquirido el dominio por prescripción.

2. Sentencias constitutivas. En las sentencias llamadas constitutivas el pronunciamiento jurisdiccional extingue una
relación jurídica, creando un nuevo estado. La pretensión que ellas dirimen se hace valer porque la sentencia se
precisa para la extinción o modificación de una relación jurídica. Por ejemplo: un contrato no es nulo aunque
padezca de un vicio que lo invalide, ni un cónyuge pasa a ser divorciado aunque el otro cónyuge haya dado motivo al
divorcio, hasta que una sentencia así lo proclame. De allí que las sentencias constitutivas producen sus efectos ex
nunc, pues si los produjesen ex tunc serían meramente declarativas.
3. Sentencias de condena. Las sentencias de condena, previa declaración de certeza acerca de la violación del
derecho del actor o del reconviniente, mandan restablecerlo. Imponen pues una prestación, que puede ser de
cualquier tipo (de dar, de hacer, o de no hacer), y abren el camino a la ejecución forzada, que entra en juego en el
caso de no cumplimiento voluntario de su condena por el justiciable condenado.

Cuarta. Cosa juzgada.

Un efecto directo, aunque no expreso, de la sentencia definitiva firme es su autoridad de cosa juzgada.

1. Concepto La sentencia definitiva pronunciada en los procesos contradictorios, una vez que ha precluido la
facultad de las partes para impugnarla mediante los recursos, pasa a ser sentencia firme, inimpugnable. Es entonces
cuando nos encontramos frente a una sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada.

De lo dicho se sigue que la cosa juzgada supone la inimpugnabilidad de la sentencia: obsta el ataque directo de la
sentencia mediante recurso (cosa juzgada en sentido formal) y, si la cosa juzgada la es no sólo en sentido formal sino
también material, impide asimismo el ataque indirecto a través de un nuevo proceso que verse sobre la misma
cuestión. Se trata, pues, de una cualidad de la sentencia firme porque es algo que se suma a la decisión: la
estabilidad jurídica, de la que no estaba dotada al pronunciarla el magistrado. Un segundo proceso sobre lo ya
juzgado por sentencia firme se evita mediante la excepción de cosa juzgada o bien por declaración de oficio, en
cualquier estado de la causa.

2. Clases.

La cosa juzgada puede ser formal, o bien material.

a) Cosa juzgada formal. Cuando una sentencia ya no puede ser objeto de recurso alguno pero admite la posibilidad
de ser modificada a través de un proceso posterior, estamos en presencia de una cosa juzgada sólo formal. Hacen
cosa juzgada sólo formal las sentencias definitivas de los procesos para los cuales el legislador limita la alegación y
consecuentemente la prueba. Para ciertos procesos, tales el ejecutivo y los especiales, y en razón de las propias
finalidades que esos procesos están llamados a cumplir, la ley no permite una plena cognición, vedando que ciertos
hechos puedan alegarse en ellos. Entonces, y dado que la Constitución Nacional garantiza que nadie puede ser
condenado sin previa oportunidad suficiente de ser oído, el legislador ha debido pivotear aquella su limitación con la
cosa juzgada: el perdidoso por la sentencia definitiva de esos procesos puede promover uno posterior, de pleno
conocimiento, para hacer valer allí todas las alegaciones y las pruebas que no le fueron permitidas en la anterior .

b) Cosa juzgada material. Cuando una sentencia ya no admite recurso y tampoco ataque indirecto a través de un
proceso posterior, estamos en presencia de una cosa juzgada material. Hacen cosa juzgada material las sentencias
definitivas de los procesos de pleno conocimiento, esto es, el llamado “ordinario” y todo otro para el cual el
legislador no haya limitado los actos de alegación y consecuente prueba.

3. Fundamento de la inmutabilidad de la cosa juzgada. Constituyó una antigua preocupación doctrinaria la de


encontrar una justificación racional al principio de la inmutabilidad de los pronunciamientos jurisdiccionales
definitivos.

La Corte Suprema expone que la estabilidad de las sentencias constituye un presupuesto ineludible de la seguridad
jurídica y por ello es también exigencia del orden público con jerarquía superior. Mas, como ocurre con todas las
instituciones procesales, no cabe la sacralización de la cosa juzgada, porque las mismas consideraciones que la
justifican “pueden, a veces, aconsejar su sacrificio para evitar el desorden y el mayor daño que se derivaría de la
conservación de una sentencia intolerablemente injusta” (Chiovenda).

4. Límites objetivos ¿Qué parte o partes de la sentencia firme son las que adquieren fuerza de cosa juzgada? Y
¿cuáles son las cuestiones litigiosas que hay que considerar amparadas por la cosa juzgada?
a) Parte de la sentencia que causa efectos de cosa juzgada. En principio, lo que pasa en autoridad de cosa juzgada es
el concreto pronunciamiento judicial contenido en el fallo, mas, también las premisas o considerandos de la
sentencia hacen cosa juzgada cuando la parte dispositiva se remite a ellos en forma expresa, o cuando constituyen
un antecedente lógico absolutamente inseparable de lo decidido. Sobre este particular, el Más Alto Tribunal tiene
declarado que una sentencia es un todo compuesto de diversas partes consideradas entre sí armónicas y solidarias,
de tal manera que lo que se dejara de decir en la parte dispositiva, que es sin duda donde se polariza el mandato del
juez, se ha de suplir o interpretarse por lo que el mismo juez ha dicho claramente al fundar su resolución. De tal
manera considera que para conocer bien el pensamiento del órgano jurisdiccional es necesario reanimar los motivos
en que se funda, sin lo cual la defensa de cosa juzgada no podría ser aceptada o rechazada. De ahí que la cosa
juzgada se extienda aún a los motivos de la sentencia que pone fin a la litis, porque tales elementos, una vez
constatados, forman parte integrante de la sentencia misma. En suma; pasa en autoridad de cosa juzgada lo que ha
sido escrito en la parte dispositiva de la sentencia y también las motivaciones del fallo cuando para determinar su
alcance es necesario remontarse a ellos.

b) Cuestiones amparadas por la cosa juzgada. En cuanto al segundo interrogante, rige el principio de que la
autoridad de cosa juzgada se extiende a todas aquellas cuestiones que han sido, o pudieron haber sido debatidas en
el proceso y decididas por la sentencia. Dicho de otro modo, se produce la cosa juzgada respecto de todas las
cuestiones alegadas o que se hubieran podido alegar; aquélla cubre lo deducido y lo deducible, de modo que con la
sentencia definitiva firme precluye no solamente la facultad de renovar las cuestiones que fueron planteadas, sino
que también precluye la facultad de proponer cuestiones que pudiendo haber sido planteadas en el proceso
sentenciado, no lo fueron. Si, por ejemplo, ante la demanda en un proceso ejecutivo por cobro de la suma de dinero
instrumentada en un pagaré el ejecutado opone la defensa de pago, y no la de prescripción, la sentencia firme que
hace lugar a la demanda impide que en este proceso o en otro posterior pueda plantearse no sólo el pago, sino
también la de prescripción. En suma: los límites objetivos están dados por la cosa demandada y todas aquellas
excepciones o defensas que opuso o debió oponer el demandado. La inmutabilidad de lo decidido está condicionada
a que la sentencia definitiva haya juzgado sobre el mérito de la pretensión, o haya hecho lugar a una excepción
perentoria (con la salvedad que formularemos respecto de la falta de legitimación). Porque si la sentencia dejó
imprejuzgado el mérito de la demanda por algún impedimento procesal, ello no obsta a renovar la pretensión, en el
mismo proceso o en uno nuevo, subsanando el defecto que motivó la decisión judicial (incompetencia, falta de
personería, defecto legal y arraigo). En cuanto a los efectos de la sentencia que rechazó la demanda acogiendo la
excepción perentoria de falta de legitimación, corresponde distinguir: si tal pronunciamiento se fundó en la falta de
prueba de la legitimación para obrar, el actor podrá promover un nuevo proceso y allí acreditarla, ya que aquella
sentencia no se ha pronunciado sobre el derecho pretendido. En cambio, si lo decidido es que el título invocado no
otorga legitimación, la sentencia hace cosa juzgada material y luego no se podrá accionar invocando el mismo título.

5. Límites subjetivos La cosa juzgada afecta desde luego a los sujetos que fueron parte del proceso con sentencia
investida de aquella autoridad. También a sus sucesores a título universal o singular, ya que no obstante el cambio
de persona física éstos continúan la personalidad jurídica del causante.

Los alcances reflejos de la cosa juzgada oponible a los terceros con derecho conexo al que fuera debatido en el
pleito, lo hemos tratado al ocuparnos de la intervención adhesiva de tercero. En el caso de que un mismo título o
causa genere obligaciones a favor de varios acreedores o contra varios deudores, la sentencia que recae en el
proceso no perjudica a quienes no fueron parte de él ni fueron citados en los términos del art. 94 del Código
Procesal. Es la solución impuesta por la garantía constitucional de la defensa en juicio. Con relación a las obligaciones
solidarias, la ley 17.711 con el agregado al art. 715 del Código Civil puso fin al debate doctrinario y jurisprudencial,
disponiendo que: “la cosa juzgada recaída en juicio, es invocable por los acreedores, pero no es oponible a los
codeudores que no formaron parte del juicio. Los codeudores pueden invocar la cosa juzgada contra el coacreedor
que fue parte en el juicio”. Existen no obstante sentencias con efecto erga omnes, en principio. Se acepta así que los
pronunciamientos firmes sobre cuestiones de estado deben ser acatados por todos, en razón del carácter indivisible
que reviste el estado civil de las personas y el principio de orden público comprometido en todo lo atinente a la
organización de la familia. Empero, la regla encuentra excepción respecto de terceros que ostenten un interés de
igual jerarquía e incompatible al de quienes fueron las partes del proceso sentenciado. Arazi nos ayuda para
ejemplificar: lo decidido en un proceso de filiación debe ser acatado por todos reconociendo el estado declarado en
la sentencia, pero un tercero puede reclamar la paternidad.

6. Revisión de la cosa juzgada írrita.

a) El principio de la inmutabilidad relativa de la cosa juzgada. Tan sabida como ancestral es la regla que enerva juzgar
dos veces un mismo hecho. En primer lugar, para una inmensa mayoría de regímenes jurídicos, pasados y
contemporáneos, en principio y como regla, la sentencia definitiva pronunciada en procesos contradictorios, una vez
precluida (por pérdida o consumación) la facultad de los litigantes de impugnarla a través de recursos, se convierte
en decisión firme, produciendo el poderoso efecto de su indiscutibilidad o inmutabilidad. Todavía más en nuestra
legislación positiva, donde los derechos reconocidos por una sentencia firme (o pasada en autoridad de cosa
juzgada) recaída en juicio de conocimiento pleno quedan incorporados al patrimonio del beneficiario y protegidos
por la garantía de la inviolabilidad de la propiedad que asegura el artículo 17 de la Constitución Nacional. Ahora bien,
esa inmutabilidad que caracteriza a las sentencias pasadas en autoridad de cosa juzgada, que se justifica por obvias
razones de seguridad, certeza y estabilidad de las relaciones jurídicas, que es recomendable conservar porque, de lo
contrario, los pleitos no tendrían fin y servirían para perturbar el orden público haciendo imposible la convivencia
social, no es sin embargo absoluta. Ya los grandes maestros del Derecho Procesal enseñaban que la cosa juzgada es
una exigencia política; no es de razón natural sino práctica. Que nada tiene de irracional que se admita la
impugnación de la cosa juzgada, ya que su autoridad misma no es absoluta y necesaria, sino establecida por
consideraciones de utilidad y oportunidad, de tal manera que esas mismas consideraciones pueden, a veces,
aconsejar su sacrificio para evitar el desorden y el mayor daño que se derivaría de una sentencia intolerablemente
injusta. Exégesis esta última, la de admitir la relatividad de la cosa juzgada, condicionando su firmeza a la inexistencia
de vicios de la voluntad tanto en las partes como del juzgador, esto es, a la ausencia de dolo o malicia de una o
ambas partes, con o sin la participación del magistrado, que es compartida además, y vaya argumento de autoridad,
por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Chances ciertas de revisar la sentencia firme, siempre con carácter excepcional, que tiene rango constitucional en la
opinión de muchos y calificados autores. Sostenía Bidart Campos que la cosa juzgada nula o írrita necesita, por
imperio de la Constitución, haya normas procesales o no las haya para su impugnación, ser volteada para rescatar la
verdad material u objetiva. Destronar la cosa juzgada nula o irrita es una de las batallas constitucionales y procesales
más elocuentes y necesarias para dar prioridad a la verdad objetiva y, con ella a la justicia cuyo afianzamiento
ordena imperativamente el Preámbulo. En suma, si bien la institución tantas veces aludida constituye una pieza
fundamental de la maquinaria judicial, reconoce ciertas fisuras o válvulas de escape. Con lo que queremos dejar bien
establecido que la cosa juzgada es retractable si padece de ciertas imperfecciones, no sólo sustanciales, sino también
de procedimiento. Es decir, que el punto de partida finca en el principio de la inmutabilidad relativa de la res
judicata.

b) Casos en los que se admite la revisión Según vimos, el principio de la inmutabilidad de la cosa juzgada, durante
siglos dogmático e intransigente, admite hoy en día atenuantes o excepciones. Que tienen por finalidad inequívoca
dar prioridad a la verdad en tanto premisa insoslayable a la hora de justo componer el caso concreto. Postergando,
en ciertas situaciones extraordinarias, el valor de la seguridad jurídica a la menesterosa razón de justicia. En términos
generales y sin pretender realizar un exhaustivo análisis de las causales que habilitan la revisión de la cosa juzgada,
los principales motivos actualmente admitidos se encasillan en cuatro grupos, a saber:

1) Prueba documental incompleta o inexacta. Hipótesis en las que se descubren documentos anteriores a la
sentencia, o la inexactitud de tales instrumentos se declara a posteriori del pronunciamiento.

2) Prueba testimonial viciada. Los testigos en lo que se apoyó el decisorio fueron condenados por falso testimonio.

3) Delitos u otras conductas dolosas. Tales prevaricato, cohecho, violencia u otra maquinación fraudulenta; en todos
los casos conocidos los hechos luego de la formación de la cosa juzgada.
4) El desarrollo de nuevas técnicas probatorias o el perfeccionamiento de las actuales: Hipótesis en las cuales, con
posterioridad a la formación de la cosa juzgada, se descubre o reformula una técnica probatoria, con menores
índices de cuestionamientos y, por lo tanto, con mayores probabilidades de ofrecer certeza.

5) El abuso del derecho resultante de una sentencia que, aunque firme, origina un enriquecimiento incausado: Por
este motivo, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, declaró que no viola los principios de seguridad jurídica y
preclusión de los actos procesales, la corrección dispuesta de una sentencia firme a fin de evitar que se concrete la
obtención de un beneficio económico al que no se tiene derecho.

6) Error esencial: Asimismo, el Máximo Tribunal del país abrió las puertas a la revisión de la cosa juzgada en los
casos en que se incurrió en error esencial, verbigracia, declarando la nulidad de una sentencia suya en la que se
remitió a una decisión que nunca se había dictado. De manera, pues, la retractación de la res judicata asimismo
procede en aquellos supuestos en los que ha existido una grave deficiencia en el material de percepción del órgano
judicial, que determina un error en el conocimiento de los hechos que fundamentan la sentencia cuya eficacia se
pretende cancelar.

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