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Unidad 22.

Modos Alternativos de terminación del proceso.

Primero. Introducción. Lo normal sería que el proceso concluya con la sentencia definitiva, vale decir, con el dictado
de un pronunciamiento que ponga fin al pleito y, simultáneamente, resuelva sobre el mérito o fundabilidad de las
peticiones (pretensiones y defensas) oportunamente articuladas por los litigantes en sus escritos postulatorios
(demanda, reconvención y contestación de ambas). Sin embargo, por diversas razones o contingencias, a veces
ocurre que el proceso termina antes de la oportunidad prevista para el dictado de la sentencia de mérito y, por
consiguiente, incluso en defecto de ella. Esas contingencias, que el Título V, del Libro Primero del Código Procesal
Civil y Comercial de la Nación denomina modos anormales de terminación del proceso, son cinco, a saber: el
desistimiento, el allanamiento, la transacción, la conciliación y la caducidad de la instancia.

Segundo. Desistimiento

1. Concepto. Desistir significa renunciar, abdicar o abandonar, ya sea del derecho sustancial invocado como
fundamento de la pretensión (desistimiento del derecho), ya sea del proceso y únicamente de éste, reservándose el
actor la potestad de replantear la misma cuestión mediante la potencial promoción de una nueva demanda
(desistimiento del proceso). Si el proceso tan sólo puede iniciarse a instancias del actor (nemo iudex sine actore), va
de suyo que éste podría, en cualquier momento (y en ciertas ocasiones, unilateralmente, vale decir, sin necesidad de
contar con la avenencia del demandado), manifestar su voluntad de no continuarlo.

2. Clases. En cualquier momento o estado de la causa, el actor puede desistir ora del derecho material invocado
como fundamento de su pretensión, ora del proceso en sí. En el primero de los casos, el desistimiento provoca que
el actor no pueda intentar, en lo sucesivo, la satisfacción de una pretensión de igual contenido ni en ése ni en ningún
otro pleito ulterior. En el segundo, en cambio, el accionante se reserva la facultad de replantear su petición a través
de la promoción de una nueva demanda.

a) Desistimiento del proceso. Antes de notificada la demanda, el actor puede desistir del proceso unilateralmente
(vale decir, sin necesidad de contar con el consentimiento del demandado) y sin solemnidades (a condición de
expresar precisa e inequívoca voluntad de renuncia). En este caso, el juicio se tendrá por finalizado mediante el
dictado de la resolución respectiva y el actor deberá cargar con las costas (incluidas en éstas los honorarios de los
letrados intervinientes) y demás gastos hasta entonces originados. A su vez, “Cuando el actor desistiere del proceso
después de notificada la demanda deberá requerir la conformidad del demandado. (A ese efecto) se dará traslado (al
demandado) notificándosele personalmente o por cédula, bajo apercibimiento de tenérsele conforme en caso de
silencio. Si mediare oposición, el desistimiento carecerá de eficacia” (artículo 304). Sucede que, como en el
desistimiento del proceso el actor conserva el derecho de replantear la pretensión articulando una nueva demanda,
el accionado puede negarse a consentir aquella renuncia pues, válidamente, podría tener interés en resolver, con
carácter definitivo, aquello que constituye la materia del pleito.

b) Desistimiento del derecho. El desistimiento del derecho invocado por el actor como fundamento de su pretensión
“no requerirá la conformidad del demandado, debiendo el juez limitarse a determinar si el acto procede por la
naturaleza del derecho en litigio, y a dar por terminado el juicio en caso afirmativo. En lo sucesivo no podrá
promoverse otro proceso por el mismo objeto y causa” (art. 305, CPCCN). El actor sólo puede desistir de derechos
disponibles, pues sobre ellos ejerce monopolístico señorío. A contrario sensu, el desistimiento no puede recaer
sobre aquellos derechos en los que se encuentre comprometido el interés público o de terceros. Así, por ejemplo, el
actor víctima de un accidente de tránsito puede renunciar a su derecho a la percepción de una indemnización; mas
no podría desistir (por tratarse de cuestiones de orden público) del derecho a conocer su identidad, o del derecho a
la percepción de alimentos, abdicando pretensiones articuladas en procesos de familia.
3. Revocación. Según el art. 306 del Código procesal “el desistimiento no se presume”; motivo por el cual, si bien no
se exigen formas sacramentales, el desistimiento requiere contar con una manifestación de voluntad precisa e
inequívoca. De suerte que, en caso de duda, deberá estarse por la supervivencia del pleito o derecho.

A su vez, “podrá revocarse hasta tanto el juez se pronuncie, o surja en el expediente la conformidad de la contraria”.
El dictado de la sentencia homologatoria y la comprobada anuencia del demandado se erigen, pues, como los límites
temporales para la retractación del desistimiento.

4. Costas. “Si el proceso se extinguiere por desistimiento, las costas serán a cargo de quien desiste, salvo cuando se
debiere exclusivamente a cambios de legislación o jurisprudencia y se llevare a cabo sin demora injustificada”.
Lógicamente la solución legal no enerva la validez de los pactos celebrados en contrario.

Tercero. Allanamiento

1. Concepto. El allanamiento es un acto procesal unilateral que involucra el reconocimiento liso, llano e incondicional
del derecho que constituye la razón de ser de la pretensión. Desde la perspectiva opuesta, se trata de la renuncia,
por el demandado o reconvenido, a la facultad de contradecir o resistir, en tanto poder subjetivo asegurado en
abstracto por la garantía del debido proceso.

2. Requisitos. El allanamiento, para ser eficaz, debe satisfacer los siguientes presupuestos:

a) Sujeto: Sólo puede allanarse el demandado o reconvenido, vale decir, quien siendo parte en la relación procesal,
haya sido emplazado a contestar la demanda o reconvención. A contrario sensu, no puede allanarse quien,
verbigracia, por su condición de deudor, sea parte en la relación jurídica sustancial, más por no haberse articulado
demanda en su contra, no reviste el carácter de parte en sentido estricto procesal.

b) Objeto: Al igual que el desistimiento del derecho, la validez del allanamiento depende de la naturaleza (disponible
o indisponible, patrimonial o extrapatrimonial) de la pretensión reconocida. “Si estuviere comprometido el orden
público, el allanamiento carecerá de efectos y continuará el proceso según su estado”.

c) Liso, llano e incondicionado: Motivo por el cual el accionado no puede limitar su reconocimiento a un aspecto o
segmento de la pretensión deducida, discutiendo lo demás. De lo contrario, antes que allanarse, estaría proponiendo
una transacción (así por ejemplo, someterse al reclamo por el capital y, simultáneamente, desconocer la pretensión
de actualización por desvalorización monetaria e intereses). Por la misma razón, de existir acumulación de
pretensiones, el allanamiento será posible sólo respecto de alguna (y no de las restantes) cuando éstas fueran
independientes y separables entre sí.

d) Forma: Al igual que el desistimiento, el allanamiento no requiere de formas solemnes, a condición de ser expreso,
inequívoco y preciso.

e) Oportunidad: “El demandado puede allanarse a la demanda en cualquier estado de la causa anterior a la
sentencia”. Ahora bien, cuando el allanamiento no tuviese cabida dentro del plazo para contestar la demanda o
reconvención, o no fuese incondicional y efectivo, vale decir, acompañado del íntegro cumplimiento de la obligación
pretendida, el demandado o reconvenido deberá cargar con las costas del proceso.

Litisconsorcio. En caso de litisconsorcio voluntario o facultativo, el allanamiento de un litisconsorte sólo produce


efectos respecto de él, más no beneficia ni perjudica a los demás: el proceso deberá continuar para los restantes
codemandados, teniéndose presente el allanamiento para el momento de dictar sentencia. Muy por el contrario,
cuando de litisconsorcio necesario se trata, el allanamiento de uno de los demandados no produce efectos si los
demás no han adoptado la misma actitud. Soluciones que son congruentes a la naturaleza de una y otra modalidad
litisconsoricial.

Veamos: a) Es de la esencia del litisconsorcio facultativo el que existan tantos procesos (aunque ventilados a través
de un único procedimiento) como litisconsortes intervengan. Ello así por cuanto la conexidad de pretensiones que
justifica esta modalidad no autoriza privar de autonomía a las diversas relaciones jurídicas sustanciales que se han
hecho valer, precisamente, a través de las respectivas pretensiones.

Circunstancia de la cual se derivan, entre otras, las siguientes consecuencias:

1) No necesariamente la sentencia que se dicte será igual para todos los litisconsortes; así por ejemplo, la demanda
puede prosperar para unos, y rechazarse para otros.

2) Los actos de los litisconsortes no aprovechan ni perjudican a los demás, de manera que uno pueda allanarse y
otros no; uno puede ser rebelde y otros no; uno puede consentir la sentencia y otros apelar; uno puede transigir y
los otros no; uno puede confesar y otros no, etcétera, sin que esto traiga efectos sobre los demás.

b) Es de la esencia del litisconsorcio necesario que a la pluralidad de partes no corresponde una pluralidad de
relaciones sustanciales: la pretensión o relación controvertida es única para varios sujetos.

Verbigracia, en la relación jurídica entre los condóminos, cada uno de ellos tiene derecho a pedir, en forma
individual, la disolución de la comunidad; pero la legitimación pasiva compete conjuntamente a todos los
condóminos de manera que el actor debe dirigir la demanda contra la integralidad de los comuneros. En razón de la
unicidad de la pretensión o relación controvertida:

1) Los actos de disposición (confesión, allanamiento, transacción, desistimiento) realizados por uno de los
litisconsortes no producen efectos si los otros no adoptan igual actitud y;

2) La sentencia debe ser común y comprensiva de todos los litisconsortes: o todos los litisconsortes ganan o todos
pierden el litigio.

3. Efectos. El allanamiento, en principio y como regla, impone al juez dictar sentencia, admitiendo o rechazando las
pretensiones del actor o reconviniente.

Examinemos brevemente esta afirmación sobre la base de las diversas situaciones que pueden presentarse: a) Si la
pretensión cuya legitimidad ha sido reconocida es lícita, de cumplimiento posible y no compromete el orden público,
y el allanamiento es total, la sentencia deberá conformarse a ella y, por consiguiente, deberá hacer lugar a la
demanda o reconvención en todas sus partes.

Ahora bien. Si el sometimiento es parcial, habrá de acogerse la demanda en la proporción del allanamiento y
resolver sobre lo demás según el derecho invocado y la prueba ofrecida.

b) Si la pretensión cuya legitimidad se reconoce es ilícita (verbigracia, el cumplimiento de un contrato de


compraventa de estupefacientes) o de ejecución imposible (verbigracia, se condene al demandado a restituir la
pierna amputada a la víctima a raíz del accidente de tránsito), la sentencia deberá ser “conforme a derecho”, vale
decir, desestimatoria de la demanda.

c) Si el allanamiento comprometiere el orden público (verbigracia, el sometimiento a la pretensión de nulidad del


matrimonio), o no fuese realizado por todos los demandados o reconvenidos en caso de mediar litisconsorcio
necesario, carecerá de efectos y el proceso continuará según su estado.

4. Costas. En principio, las costas son a cargo del allanado, porque a priori reviste la calidad de derrotado. No
obstante, no se impondrán las costas al vencido cuando el allanamiento sea real, incondicionado, oportuno (dentro
del plazo para contestar la demanda o dentro del quinto día de tener conocimiento de los documentos tardíamente
presentados por el actor), total y efectivo (acompañado del íntegro cumplimiento de la obligación pretendida).
Además, para eximirse de las costas, el demandado no debe haber incurrido en mora ni adoptado una actitud que
por su culpa hubiera dado lugar a la reclamación judicial.
Cuarto. Transacción.

1. Concepto. “La transacción es el acto jurídico bilateral en virtud del cual las partes, haciéndose concesiones
recíprocas, extinguen obligaciones litigiosas o dudosas”.

2. Objeto. El principio general es que todos los derechos patrimoniales son disponibles y, por consiguiente, pueden
ser materia de transacción. A título de excepción, no puede transarse sobre los eventuales derechos a una sucesión
futura; ni sobre la sucesión de una persona viva; ni sobre la obligación de pasar alimentos; etcétera. En materia de
derechos extrapatrimoniales y, más particularmente, en el Derecho de Familia, la regla se invierte. Así, no se puede
transigir sobre contestaciones relativas a la patria potestad, o la autoridad del marido, ni sobre el propio estado de
familia, ni sobre el derecho a reclamar el estado que corresponda a las personas, sea por filiación natural, sea por
filiación legítima; sobre cuestiones relativas a la validez y nulidad del matrimonio, a no ser que la transacción sea a
favor del matrimonio. En cambio, no hay inconvenientes en transar sobre intereses puramente económicos
subordinados al estado de una persona. Verbigracia, muerta una persona y abierta su sucesión, se presenta alguien
acumulando dos pretensiones: reconocimiento de la filiación natural y petición de herencia; mientras la primera de
las peticiones sería indisponible (por comprometido el orden público), la segunda (por su naturaleza estrictamente
patrimonial) sería susceptible de transacción. Tampoco pueden transarse las acciones penales derivadas de delitos,
pero sí la acción civil por indemnización de daños y perjuicios derivados del propio delito.

3. Forma. Existen dos formas de instrumentar la transacción. La primera, mediante la presentación del convenio que
refleja el acuerdo de partes y; la segunda, a través de la suscripción de un acta (que asimismo contendrá las bases
del pacto) por ante el juez interviniente.

4. Homologación. La transacción, en tanto haya sido celebrada por escrito y presentada por ante el juez
interviniente, no necesariamente debe ser homologada, ya que dicho acto de aprobación judicial no constituye un
requisito para su eficacia. Sin perjuicio, va de suyo que homologado el pacto, éste queda asimilado a la sentencia,
extinguiendo los derechos y obligaciones que las partes hubiesen renunciado y adquiriendo para ellas la autoridad
de cosa juzgada; cualidad que, por razones de seguridad jurídica, impide volver sobre lo que se ha acordado.

5. Costas. “Si el juicio terminase por transacción o conciliación, las costas serán impuestas en el orden causado
respecto de quienes celebraron el avenimiento; en cuanto a las partes que no lo suscribieron, se aplicarán las reglas
generales”. Lógicamente la solución legal no enerva la validez de los pactos celebrados en contrario.

Quinto. Conciliación.

1. Concepto. La conciliación es una modalidad de transacción caracterizada por la activa participación del órgano
judicial, que interviene procurando avenir a las partes mediante la formulación de propuestas que permitan superar
el conflicto. Como en la transacción más pura, las partes se hacen concesiones recíprocas, sacrificando parte de sus
pretensiones, en miras de evitar las consecuencias derivadas de un largo juicio; empero mientras la conciliación es
una actividad procesal realizada siempre en presencia del juez (lo que a su vez presupone la existencia de un
proceso), la transacción es un acto eminentemente privado y, como tal, no requiere forzosamente que concurra un
pleito judicial.

2. Clases. La conciliación puede ser procesal o judicial (verificada en el marco de un proceso abierto); o preprocesal
o extrajudicial (en cuyo caso, quedará afuera de la actividad jurisdiccional, adquiriendo ribetes de mecanismo
alternativo de solución de conflictos). Va de suyo que tratándose de derechos patrimoniales y, por lo tanto
transigibles, las partes podrían acordar, incluso en defecto de proceso en trámite, que un tercero imparcial
(mediador o conciliador designado de común acuerdo) tenga incidencia en la resolución de la disputa, acercando los
intereses enfrentados y proponiendo alternativas de solución pacífica. Empero, en tales casos, pensamos que no
corresponde hablar de conciliación en sentido estricto: sin litigio judicial mal puede la conciliación erigirse en “modo
anormal de terminación del proceso”.
3. Efectos. “Los acuerdos conciliatorios celebrados por los partes ante el juez y homologados por éste, tendrán
autoridad de cosa juzgada”. Y, por consiguiente, el cumplimiento de dichos pactos conciliatorios puede exigirse a
través del procedimiento previsto para la ejecución de sentencias.

Sexto. Caducidad de la instancia.

1. Concepto y finalidad. La caducidad (o perención de la instancia, como también se la denomina), es la extinción o


finalización del proceso, si se produce en el primer grado; del incidente, si fuera el caso; o de la actividad derivada de
los recursos interpuestos, si sucediera en segunda o ulterior instancia, decretada a raíz de la inactividad procesal
(ausencia de actos de impulso, idóneos para encaminar al proceso hacia el dictado de la sentencia) una vez vencidos
los plazos previstos por la ley. En términos generales, el instituto de la perención se justifica por la virtud de sendos
propósitos. En primer lugar, aliviar a los tribunales, autorizándoselos a desprenderse de aquellos procesos respecto
de los cuales las partes demuestran presumible desinterés. Y, simultáneamente, estimular la actividad de los
litigantes para que los pleitos puedan concluir dentro de plazos razonables.

2. Presupuestos. La declaración de perención de la depende del cumplimiento de múltiples requisitos, a saber: a)


Existencia de una instancia abierta y no clausurada

a.1) “La instancia (principal o incidental) se abre con la promoción de la demanda aunque no hubiera sido notificada
la resolución que dispone su traslado y termina con el dictado de la sentencia”. A su turno, ante la falta de previsión
expresa por parte del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, las fuentes discrepan en punto al momento en
que se produce la apertura de las instancias recursivas. Así, para la doctrina y la jurisprudencia mayoritaria, la
segunda o ulterior instancia se abre con la concesión del recurso ordinario o extraordinario, según el caso, aun
cuando no se hubiesen elevado los autos. Cabe señalar, sin embargo, que existen calificados autores y que son varios
los precedentes en virtud de los cuales el plazo de perención de la segunda o ulterior instancia se computa desde la
interposición del recurso, con prescindencia de si ha sido concedido o no.

a.2) Al amparo de la norma trascrita, el dictado de la sentencia que decida sobre el mérito de la cuestión principal,
incidental o recursiva, provoca la clausura de la instancia y, por lo tanto, constituye el límite temporal para la
declaración de perención. El código (en cuya virtud: “no se producirá la caducidad si se hubiere llamado autos para
sentencia, salvo cuando se dispusiere prueba de oficio”, en cuyo caso, renace para las partes la carga “de impulsar el
procedimiento desde que tomaron conocimiento de las medidas ordenadas”) interpretamos que el agotamiento de
la instancia se produce, en rigor, con el llamamiento de autos para sentencia.

b) Inactividad procesal. La ausencia de actos de impulso.

b.1) Generalidades. Es de la esencia del instituto en análisis la ausencia de actos procesales idóneos para impulsar el
trámite dentro de los plazos legales establecidos. La idoneidad del acto depende, pues, de su utilidad para hacer
avanzar o reencauzar la actividad hacia el dictado de la sentencia que decida sobre el mérito de la cuestión principal,
incidental o recursiva, siendo indiferente que provengan de las partes o del órgano judicial. Cabe precisar, sin
embargo, la diferencia entre actos de impulso y, por consiguiente, interruptivos del plazo de perención, de los
hechos o circunstancias que provocan la mera suspensión de los términos. La distinción no es menor, pues mientras
los primeros (los actos de impulso) importan de facto la no iniciación del plazo, en tanto dejan sin efecto el lapso
hasta entonces sucedido; los segundos (los hechos meramente suspensivos), no comprometen el tiempo
transcurrido, limitándose a privar temporalmente de efectos a cierto período del plazo, inutilizando una parte de
aquél.

En otras palabras, para computar el plazo interrumpido a raíz de un acto de impulso, sólo puede tenerse en cuenta el
tiempo posterior a la ejecución de dicho acto; el anterior queda por no sucedido. En cambio, como la suspensión
sólo implica neutralizar los efectos del plazo durante el tiempo por el cual ella ha durado, el cómputo del plazo de
perención suspendido debe hacerse tomándose en consideración el tiempo anterior transcurrido a la fecha en que
se produjo el hecho suspensivo y el período posterior a la cesación de dicha suspensión.
b.2) Actos de impulso, interruptivos de la perención. Previa aclaración de que existen muy variados criterios en
punto a esta cuestión, a título meramente ilustrativo, pueden considerarse actos de impulso de la instancia: •
Instancia principal e incidental: La interposición de escritos postulatorios (demanda, reconvención, el planteo de
hecho nuevo, la oposición de excepciones, etcétera) y la presentación de sus respondes; el diligenciamiento de una
cédula de notificación; el escrito pidiendo se certifique que no existen pruebas pendientes de producción para que
los autos, en su momento, sean puestos a disposición de las partes para alegar; la actividad desarrollada a fin de
ubicar el domicilio del demandado (desde que sin esas diligencias no podría correrse traslado de la demanda);
escritos a través del cuales se solicita la búsqueda del expediente extraviado, o la devolución de los autos cuando
fueron retirados por la contraparte o un auxiliar (ejemplo, perito), o la apertura de la causa a pruebas, o la
declaración de la causa como de puro derecho; la resolución que dispone un traslado, o la que llama autos (ora para
sentencia, ora para resolver cuestión incidental); etcétera.

•  Segunda o ulterior instancia: La interposición (verbal o escrita) del recurso; el dictado y la notificación del auto
que concede el recurso u ordena pasar los autos a secretaría para expresar agravios; la presentación del memorial
por el que se expresan los agravios y del respectivo escrito de contestación; el pedido del apelante de que se diera
cumplimiento al proveído que ordenaba la elevación de los autos a la alzada; la resolución que dispone la elevación
de los autos; la remisión efectiva de aquellos; la respectiva nota de elevación y la recepción del expediente por la
Alzada; etcétera.

b.3) Actos no considerados hábiles o idóneos, ejemplo, los actos que, aun tendientes a impulsar el trámite, se
intentan con posterioridad al acuse de perención de la instancia; los decretos internos y de oficio sobre integración
del tribunal y su notificación a las partes, porque nada dicen de la actividad de los litigantes y no hacen al
procedimiento mismo; la revocación de un mandato y/o la presentación de nuevo apoderado constituyendo
domicilio, toda vez que carecen de idoneidad para hacer avanzar al proceso hacia la sentencia; la renuncia al
mandato y su notificación, puesto que el mandatario tiene la obligación de proseguir el trámite hasta el vencimiento
del plazo fijado en el expediente; las actuaciones relativas al pago de tasas de justicia, salvo supuesto en que el
tribunal imponga como requisito previo al dictado de una providencia impulsoria, ya sea en forma expresa o tácita,
la integración de dicha tasa; el mero retiro de copias para traslado; los trámites referidos al beneficio de litigar sin
gastos; las peticiones, resoluciones y actividades en orden a las medidas cautelares; etcétera.

b.4) Circunstancias que suspenden el plazo de caducidad, ejemplo, la falta de integración del tribunal invocada para
posponer el llamamiento de autos para sentencia, hasta que se produzca la integración, pues configura una situación
de fuerza mayor que impide el impulso de causa; el fallecimiento de una de las partes, desde ese momento y hasta la
integración de la relación procesal con la intervención de los herederos, entre tanto media un lapso durante el cual
no pueden ejecutarse actos procesales válidos”; cuando la resolución a dictarse fue diferida por razones ajenas a las
partes, como el caso en el que deban resolverse otros puntos controvertidos previos; etcétera.

c) Vencimiento del plazo legal previsto. Se producirá la caducidad de instancia cuando no se instare su curso dentro
de los siguientes plazos:

1) De seis meses, en primera y única instancia.

2) De tres meses, en segunda o tercera instancia y en cualquiera de las instancias en el juicio sumarísimo, en el juicio
ejecutivo, en las ejecuciones especiales y en los incidentes.

3) En el que se opere la prescripción de la acción, si fuere menor a los indicados precedentemente. Así, por ejemplo,
la acción redhibitoria para dejar sin efecto el contrato de compraventa prescribe a los tres meses.

4) De un mes, en el incidente de caducidad de la instancia. No es inatingente memorar que en materia de perención,


los plazos se rigen por las normas del Código Civil y, por lo tanto, que los meses se contarán de acuerdo al calendario
gregoriano, quedando incluidos los feriados, los fines de semana y los días inhábiles, con la única salvedad de los que
correspondan a las ferias judiciales. Y que los plazos corren desde la fecha del acto interruptivo (y sin que
corresponda incluir el día en que tuvo lugar dicho acto) y no desde su notificación por ministerio de la ley; y se
computan desde la medianoche de la última petición de las partes, o resolución o actuación del juez, secretario u
oficial primero, que tenga por objeto impulsar el procedimiento; y fenecen a la medianoche del mismo número del
día del mes correspondiente.

d) Sujetos legitimados de pedir la declaración de caducidad. La perención de la instancia puede decretarse por
iniciativa del órgano judicial, es decir, sin necesidad de petición de parte interesada. Empero dicha declaración
oficiosa, para ser eficaz, deberá pronunciarse antes de que cualquiera de las partes impulsare el procedimiento. En
otras palabras, la declaración ex officio de caducidad no resulta admisible cuando alguna de las partes ha realizado
algún acto de impulso, con indiferencia de que él esté o no consentido por la contraria. Va de suyo que la caducidad
de la instancia también podrá resolverse a pedido de parte, en cuyo caso, el sujeto legitimado para solicitarla es el
demandado o reconvenido, el incidentado (vale decir, la parte contra quien se promovió el incidente) o el recurrido
(es decir, la contraria a quien opuso el recurso), según la instancia sea principal, incidental o recursiva,
respectivamente. Y aunque la norma no lo diga, asimismo podrá solicitarlo el recurrente, en cuyo caso el pedido de
perención significa desistimiento del recurso; y los terceros que intervengan en el proceso y tuvieran interés
supeditado al resultado de la sentencia, que lo afecta como a las partes principales, beneficiándose, por lo tanto, con
la conclusión del pleito.

e) Oportunidad para pedirla. El acuse de caducidad requiere que el sujeto legitimado para formularlo no haya
consentido cualquier actividad procesal idónea, del tribunal o de parte, posterior al vencimiento del plazo legal. Caso
contrario, esa su facultad (la de pedir la declaración de perención) habrá precluido por convalidación o subsanación.
En buen romance, los sujetos legitimados pueden hacer valer la potestad de solicitar la declaración de caducidad de
la segunda o ulterior instancia en las siguientes oportunidades:

1. En cualquier momento a condición de ser anterior a la ejecución de actividad, de parte o del órgano judicial, que
impulse el procedimiento. Lógicamente, en la medida en que se hayan verificado los presupuestos previos de
inactividad y de vencimiento del plazo legal previsto.

2. Si el acuse de perención es posterior a la ejecución de un acto de impulso oficial (lo que presupone el dictado de
una providencia), deberá articularse dentro del plazo previsto para la interposición del recurso de reposición. La
revocatoria constituye, por consiguiente, la herramienta a través de la cual es legitimado no convalidará la actividad
de impulso oficial y, simultáneamente, hará valer su derecho de solicitar la declaración de caducidad.

3. Si el acuse de perención es posterior a la ejecución de un acto de impulso de parte (verbigracia, el


diligenciamiento de la cédula destinada a notificar el traslado de la demanda), deberá articularse dentro del plazo de
cinco días a computar desde que se tuvo conocimiento del mismo. Ello así sobre la base de una interpretación
analógica y sistemática de los artículos (según el cual, el plazo para contestar vistas y traslados, como regla, será de
cinco días) y (en cuya virtud, el incidente de nulidad debe promoverse dentro de los cinco días subsiguientes al
conocimiento del acto). En cualquiera de las situaciones antes descriptas, el acuse de perención se sustanciará de
acuerdo al procedimiento previsto para los incidentes. Vale decir, se dispondrá traslado a la contraria y recién
después de contestado (o de vencido infructuosamente el perentorio plazo para hacerlo), el tribunal del recurso
estará habilitado para el dictado de la resolución correspondiente.

f) Resolución judicial. La caducidad de la instancia requiere de un acto jurisdiccional que así lo declare. Dicho de otro
modo, la perención no opera de pleno derecho, vale decir, por la mera inactividad procesal transcurrido el plazo
legal previsto. Razón por la cual el tribunal, previo al dictado de la resolución, verificará el cumplimiento de los
presupuestos examinados y la eventual concurrencia de alguna de las hipótesis contempladas por el Código Procesal
(que enumera los casos en los que, pese a la ausencia de actividad después de vencido el plazo legal, no corresponde
declarar la caducidad). Ahora bien. Las normas que gobiernan el instituto se interpretan con carácter restrictivo,
debiendo primar un criterio de razonabilidad. Motivo por el cual, en caso de duda deberá estarse a la supervivencia
de la instancia. Y es por ello que, en la doctrina de la Corte Suprema de la Nación: “Por ser la caducidad de la
instancia un modo anormal de terminación de los procesos y cuyo fundamento reside en la presunción del abandono
del proceso, debe interpretarse con carácter restrictivo. De ahí que la aplicación que de ella se realice debe
adecuarse a esas características sin llevar con excesivo ritualismo el criterio que la preside más allá de su propio
ámbito”. “Especialmente cuando el trámite se encuentra en estado avanzado y los justiciables lo han instado
durante años, encontrándose la causa ya para definitiva, aunque estuviese pendiente el llamamiento de autos a
cargo del juzgador”. Empero, entiéndase bien, “el criterio restrictivo que debe seguirse en la aplicación del instituto
de la caducidad de la instancia es útil y necesario cuando existen dudas sobre la inactividad que se aduce pero no
cuando aquélla resulta manifiesta”.

3. Casos en los que no corresponde declararla. No se producirá la caducidad:

a) En los procesos de ejecución de sentencia, salvo si se tratare de incidentes que no guardan relación estricta con la
ejecución procesal forzada propiamente dicha (verbigracia, el incidente de levantamiento de embargo).

b) En los procesos sucesorios y, en general, en los voluntarios (verbigracia, informaciones sumarias, la ejecución de
prenda con registro, etcétera), salvo en los incidentes y juicios que en ellos suscitaran.

c) Cuando los procesos estuvieren pendientes de alguna resolución y la demora en dictarla fuere imputable al
tribunal (verbigracia, contestado el traslado conferido o vencido el perentorio plazo, es deber del tribunal dictar la
resolución respectiva y cualquier demora le es exclusivamente atribuible); o la prosecución del trámite dependiere
de una actividad que el Código o la reglamentación imponen al secretario o al oficial primero (verbigracia, después
de concedido el recurso de apelación o extraordinario, la elevación de los autos a la Alzada es actividad impuesta al
órgano judicial, y más concretamente, a su oficial primero.

d) Si se hubiesen llamado autos para sentencia. Salvo que el tribunal ordene oficiosamente la producción de prueba
y su producción dependiese de la actividad de las partes. En cuyo caso la carga de impulsar el procedimiento existirá
desde el momento en que éstas tomaren conocimiento de las medidas ordenadas.

e) Si el acuse de caducidad se dirige contra providencia que da curso al acto de impulso preveniente de la
contraparte. Si bien la ley no lo contempla, la doctrina y jurisprudencia modernas consideran improcedente, por
extemporáneo, el acuse de caducidad en contra de providencia que da curso al acto de impulso, aun cuando éste
haya sido realizado luego de transcurrido el plazo de perención, si el acto provino de la contraparte y no del órgano
judicial. En otras palabras, si una resolución judicial impulsa el procedimiento y ese despacho fue dictado a pedido
de parte, no corresponde acusar la caducidad oponiendo recurso pues, a través de ese acto, la caducidad ha
quedado purgada o interrumpida.

f) En lo relativo a la caducidad de la instancia extraordinaria, cuando el recurrente fue notificado del auto de
concesión del recurso extraordinario federal con posterioridad al acuse de perención. Cabe tener presente que el
auto de concesión del recurso del artículo 14 de la ley 48 debe ser notificado personalmente o por cédula, conforme
lo dispuesto por el a Código Procesal Civil y Comercial de la Nación. De manera que si el recurrente fue anoticiado
personalmente o por cédula del mencionado auto recién con posterioridad al acuse de perención de la instancia
extraordinaria, este planteo es improcedente pues, en las referidas circunstancias, al recurrente no podía exigírsele
que realizara acto alguno tendiente a urgir la elevación de la causa.

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