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Coloquio de contemporánea

Unidad I
RUDÉ, George, (1978), “La Ilustración”, en Europa en el siglo XVIII. La aristocracia y el
desafío burgués
La ilustración fue un movimiento teórico que se dio en el siglo XVIII por toda Europa, en
materias como filosofía, la astronomía, la física, la educación, el derecho penal, el gobierno, el
derecho internacional, etc. De todos, dentro de lo que podríamos llamar un cambio de
paradigma, las nuevas maneras de pensar la política condujeron a cuestionar antiguas formas y a
poner en presencia nuevas formas de gobierno. En este aspecto se destacan autores como
Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Locke y Hobbes. Este último, propuso retomo la idea del
contrato social, ya expuesta por Rousseau. Para este, ello, significa la entrega total de los
derechos de los súbditos a la soberanía del gobernante. Locke, por su parte, fue determinante su
obra en cuanto que expuso los fundamentos de la propiedad privada, sobre el contrato social, la
sociedad y el Estado. En ese sentido, los primeros dos (Rousseau y Montesquieu), son aún más
importantes por sus ideas sobre la sociedad y la política y el contrato social. En definitiva, todos
estos vinieron a inaugurar lo que se denominan las teorías contractualitas, sin embargo, la
república no era una solución, sino, más bien, una monarquía moderada por una constitución
(como sucedió en Inglaterra con la monarquía parlamentaria). Rousseau, por su parte, se debatió
en la correlación entre bondad natural y el hombre con el estado y la vida comunitaria que de
ella emana. Él creyó, que la sociedad era la que corrompía al hombre y que éste, por naturaleza
(estado primitivo) no tiene malas intenciones. En conclusión, advierte que a pesar de que el
hombre el libre en su naturaleza, se haya encadenado a la sociedad misma. En ese sentido, el
único medio para liberarse es el contrato social (a través de él, los hombres se unen para vivir en
sociedad, pueden conseguir la libertad, seguridad, cultura y dignidad humana supremas). Para
llegar a éste estadio, solo es posible a partir de la voluntad general de toda la sociedad y de una
buena legislación (leyes). Sin embargo, y a medida que se hacer una lectura de sus discursos
sociopolíticos, vemos que sus formulaciones están plagadas de contradicciones, más que se
aseveraciones. Su creencia radica, que la posibilidad de lograr que la comunidad logre a partir
de la voluntad general formular leyes es a través de un legislador (al estilo Solón) quien debe
respetar las individualidades y las leyes que éstos debatan en la asamblea
Llamados todos ellos “Los filósofos”, compartieron algunos pensamientos: revelados en contra
de la religión y todo su esquema mental, basaban sus explicaciones en la razón sobre el mundo,
el hombre y la naturaleza; estaban convencidos de que “el entendimiento humano es capaz por
su propio poder comprender el sistema del mundo”. Grandes señores de la persuasión buscaron
que todo gobernante, político y agente teórico adhirieran a sus pensamientos. Conformaron una
elite (grupo de hombres ilustrados). Sin embargo, en la iglesia no hubo aceptación. En este
aspecto, vemos que cobra relevancia el hecho de que, esta primera etapa de la ilustración, la
mayoría de estos filósofos se pronunciaban en contra de la religión. Todas estas ideas que
vemos en los filósofos tienen su antecedente en Francia y en Inglaterra, ambos lugares donde en
el siglo anterior ya habían surgido algunas de las ideas que éste sector pregonó.
En definitiva, todas las ideas y esquemas mentales que surgieron a partir que la Ilustración
como movimiento teórico empieza a pujar en diversos ámbitos de sociabilidad. Con el tiempo,
vemos una interconectividad e interrelación entre los esquemas que van presentándose. En ese
aspecto, por ejemplo, dentro del campo de la física se había teorizado que el mundo se rige por
leyes naturales y mecánicas. Aspecto que pronto encontró un lugar dentro de las esferas teóricas
de lo social. Así también se preguntaron ¿por qué no también las relaciones sociales del hombre
y sus instituciones?
Los espacios de sociabilidad fueron elementales para que todas estas ideas de la iluminación se
propagaran. Grandes centros y salones en los que asistían la nobleza, aristocracia y mercaderes
muy ricos que se acercaban a escuchar las últimas novedades en libros. El atractivo estuvo en
las clases medias profesionales (gobernantes, abogados, médicos, agrónomos, periodistas,
escritores, profesores universitarios) quienes consideraron estimulantes tales publicaciones. De
esta manera, podemos decir que fue un fenómeno urbano en cuanto que el acceso a estas
publicaciones requirió de cierto nivel escolar que no toda la población obtuvo, principalmente si
nos abocamos a los espacios rurales (analfabetismo, es una variable). Las posibilidades de
acceso a éstas nuevas ideas estuvieron a partir de las vías directas entere autor y lector, por
ejemplo, a través de la prensa, panfletos, folletines, las academias, las universidades, las
sociedades literarias, los cafés y clubs, salones, como los parisenses que eran por demás de
elegantes, y logias masónicas. La mayoría de éstas, fueron patrocinadas por ricos financieros y
nobles.
Debemos destacar que los resultados de estas nuevas ideas fueron prácticas en cuanto que se
desarrollaron en un contexto histórico, político y social en el que pudieron sostenerse y penetrar.
Unidad II  Revolución Industrial y Revolución Francesa
BLISS, Rex (1997), “Introducción. Debates recientes sobre la revolución industrial”
Los primeros estudios sobre la industrialización dada en Europa a finales del siglo XVIII
enfatizaron en el concepto de revolución industrial para dar cuenta de los cambios ocurridos a
nivel productivo y social. (Thomas Ashton, Eric Hobsbawm, A. Cole, John Capham, etc.)
teorizaron que tal revolución sucedió en Inglaterra y que tuvo como resultado una gran
transformación a partir del uso (difusión del mismo) del hierro, el carbón y la energía a vapor,
fundamentalmente en la industria algodonera. Este proceso introdujo un nuevo escenario, la
fábrica, que trajo aparejado a su vez la incorporación de nuevos métodos de producción que
decantaron en una fuerte aceleración o un “despegue” en el crecimiento económico, y que, de
hecho, introdujo una fuerte transformación en la estructura social inglesa (relaciones entre
campo y ciudad y modifico los niveles de vida de las clases populares). De acuerdo con éstas
explicaciones clásicas, la agricultura cumplió un rol fundamental, en cuanto que permitió el
abastecimiento de alimentos de una creciente población urbana. Algunos de estos estudios,
fueron hegemónicos hasta llegaron a plantear a la vía inglesa como la única posible. En ese
sentido, organismos internacionales plantaron al caso inglés como la única vía posible
La revolución industrial y la “nueva historia económica”
Una nueva línea de pensamiento económico se determinó en cuestionar las afirmaciones que
habían surgido en éste mismo campo, sobre que la revolución industrial en Inglaterra a fines del
siglo XVIII produjo un despegue económico nunca antes visto. Tales afirmaciones estuvieron
fundamentadas en datos cuantitativos. La nueva historia económica, sin embargo, a partir de
estudio cualitativos de tales datos cuantitativos formulo una nueva interpretación. Se dijo que
más que un desplegué, fue un crecimiento moderado entre los años 1780 y 1831, porque los
sectores más dinámicos de la economía británica (hierro y la industria) solo representaron una
pequeña parte de la economía en su conjunto. Es decir, no era la totalidad de producción, sino
una pequeña parte de todo lo que se puso en producción. En ese sentido, se constató que no
representaron grandes modificaciones en relación a los niveles de vida, y que la productividad
tampoco había experimentado un fuerte crecimiento. Estudios que se sustentan de esta nueva
historia económica explican que uno de las cuestiones que permiten explicar el porqué del
moderado crecimiento de Inglaterra en los años anteriores al 1820. Se afirma que fueron por dos
motivos, uno por su intento interés en industrializarse y segundo por las costosas guerras que
sostenía. Más allá de todas las interpretaciones, todos los autores concuerdan en afirmar que las
migraciones del campo a la ciudad fueron el elemento principal y el rasgo más importante de la
revolución industrial; como así también la mano de obra femenina e infantil empleada en ésta
nueva industria
Francia ¿una vía alternativa de desarrollo industrial?
Estos nuevos estudios económicos y comparativos empezaron a postular, entonces, que el
crecimiento, como se había formulado en la historiografía clásica, no era esplendido, sino que
más bien fue lento. En ese sentido, también se empezaron a preguntar si Inglaterra es el único
país que puede indicarnos cómo evolucionó y cómo se desplegó la revolución industrial. Es así
que Francia, comenzó a ser el país que todos los historiadores de ésta rama del campo
(economía) comenzaron a realizar trabajos comparativos. De tal forma, las nuevas conclusiones
establecieron que el caso francés mostró que el crecimiento económico podía obtenerse en un
escenario social muy diferente al inglés.
En un primer momento los estudios comparativos destacaban a la vía inglesa por sobre las
demás
BERG, Maxime y HUDSON, Pat (1997), “Rehabilitación de la Revolución Industrial”
A partir de una historiografía gradualista la idea de revolución industrial ocurrida a finales del
siglo XVIII y durante el siglo XIX fue puesta en tensión, hasta al punto de estar desacreditada.
Se sostuvo que la Revolución, no había sido más que una breve interrupción dentro de todo un
arco de continuidad por lo que Inglaterra, en base a estos estudios, no había sufrido cambios
estructurales, sino todo lo contrario. Los argumentos giraron en torno a que la base económica y
política siguió siendo la misma estando en manos de la aristocracia terrateniente y en las
finanzas metropolitanas. Las influencias siguieron estando en manos de la sociedad caballeresca
(capitalismo caballeresco) y la sociedad inglesa en lo que concierne al poder y la influencia de
la industria no fue de gran injerencia, sino más bien efímera e ilimitada.
Ante este contexto historiográfico, las autoras se proponen recuperar y rehabilitar el concepto
revolución industrial con el fin de visibilizar los cambios y las continuidades que acaecieron en
la sociedad inglesa de fines del siglo XVIII. Las críticas de las autoras, radican en las formas de
estudiar este proceso. En ese sentido, afirman que mirar indicadores macro económicos a largo
plazo nos introducen al error, en cuanto lo fluctuantes que ellos son. Que ciertos indicadores
demuestren poca o nula transformación económica, ello no quiere decir que a nivel social ocurra
lo mismo. Entonces, se proponen analizar, en primera instancia, la innovación técnica y la
organización fuera del sector fabril, en segunda instancia el aumento de la mano de obra
femenina e infantil, junto con la especialización regional y el desarrollo demográfico. En
conclusión, consideraron la importancia de los estudios sociales y políticos acerca de los
cambios introducidos en aquellos años.
¿Por qué utilizar los indicadores económicos para indicar tasas altas o bajas y por resultado
determinar si hubo o no transformación e innovación industrial? ¿sobre qué modelo de
industrialización se basa, tales explicaciones? Tales parten de una división tajante de la
industrialización de los sectores tradicionales y modernos: una parte tradicional y otra parte
industrial con servicios. Las autoras que esta división es irrelevante. El sector moderno fue
impulsado, en gran medida, por el sector tradicional y derivado de él, no a la inversa. Ambos
aspectos (lo moderno y lo tradicional) fueron mutuos. Las nuevas formas de producir, de
vender, de manejar el crédito y la deuda junto con la dinámica productiva evolucionaron juntas
para satisfacer las necesidades de una producción más dinámica y orientada al mercado. El
resultado fue de una considerable transformación dentro del sector tradicional.
La constante necesidad de fijarse en datos y documentos oficiales condujo a que estudios
revisionistas y ortodoxos obviaran ciertos datos que, allí no aparecen, y son extremadamente
relevantes. En una primera instancia, entrar en la paradoja de indicadores productivos nos exige
reconocer la naturaleza limitada que poseen estos números y tasas de porcentajes (todo con el
fin de demostrar si fue que hubo una innovación y un auge económico a partir de la revolución).
En una segunda instancia, su definición limitada de los recursos humanos que intervinieron en
el proceso. Esto es la fuerza de trabajo femenina y de niños que fueron incorporados al proceso
fabril en pésimas condiciones laborales. Las ventajas de obtener esta mano de obra radico en el
disciplinamiento y habilidad manual que estos habían adquirido previamente en sus espacios
tradicionales. Los bajos salarios y las largas horas de trabajo habían sido para estos patronos
aspectos que atraían en demasía. Aspecto que se deja visibilizar cuando analizamos la
tecnificación instrumentada apta para cuerpos infantiles, por ejemplo, la máquina de hilar. A
pesar de que la mano de obra de estos dos sectores sociales fue muy requerida, pronto ciertas
legislaciones políticas derivaron las posibilidades de seguir contratándolos. Principalmente en lo
que respecta a la mujer y la imagen de hombre proveedor que estaba imperando. La industria
dejo de ser vista como el lugar que debía ocupar la mujer, cuestión que decanto en que los
ámbitos privados y públicos se intensificaran aún más. Pero, en definitiva, el aspecto relevante
es que el trabajo femenino e infantil se expandió en todas las ramas industriales por los bajos
costos que estos significaban para avanzar y generar producción. A su vez, ante el desempleo
varonil la mujer vino a suplir estos vacíos productivos, es decir, vinieron a compensar y a
sustituir la mano de obra que faltaba (la cual era disciplinada, abundante, barata con
conocimientos técnicos básicos).
Otro error que han cometido estudios gradualistas y ortodoxos es mirar el proceso en su
conjunto y no atendiendo a las particularidades regionales, como proponen las autoras. La
industrialización, presentan, acentuó las diferencias regionales haciéndolas distintivamente
especializadas. En ese sentido, las más involucradas en este proceso presentan, además, otras
dinámicas sociales y económicas que no hubieran sucedido si no fuera por la concentración de
industrias y la especialización de las misma. Me refiero a manifestaciones populares en torno la
pobreza y la falta de alimentos a causa de salarios bajos
Otros de los errores que ha cometido la historiografía revisionista y ortodoxa es en temas
demográficos. Alegó a partir de indicadores demográficos nacionales que no hubo una
discontinuidad en las tasas de natalidad y mortalidad, sino que el régimen de población siguió
siendo el mismo, con tasas normales de matrimonio indicando que más bien la nupcialidad y
fertilidad fueron las que demostraron cambios en sus tasas. Aspecto que ésta, según estos
autores, determinado por las tendencias de los salarios reales. Las autoras afirman, que
indudablemente, mirar estos indicadores lleva, a largo plazo, a ingresar en el error en cuanto que
ellos dependen de las variaciones regionales, espacios que pueden incurrir en tendencias
opuestas según donde se mire. De esa manera, sólo es posible llegar a una aproximación certera
si se atienden a tales precisiones regionales, sectoriales y de clase, porque seguramente, cada
sector tiene sus variaciones según sus características culturales y sociales. En ese sentido, una
variable interesante y que puede aportar grandes informaciones es el movimiento de los salarios
reales en cuanto que a partir de ellos es posible identificar la proletarización de estos sectores,
las fluctuaciones de los precios, la inseguridad económica y el tipo de administración parroquial
(leyes de pobres)
En relación a las clases sociales y la conciencia de las mismas se ha teorizado que lo que
predomino en la revolución industrial, es decir, en la sociedad inglesa del siglo XVIII y
principios del XIX fue un capitalismo caballeresco. Sin embargo, nuevos estudios han
formulado otras interpretaciones a partir de la creciente concentración ocupacional, la
proletarización y la perdida de independencia, la explotación, la perdida de capacidades y la
urbanización. De todo esto, surgió la afirmación que todo éste proceso fue complejo, de
desarrollo combinado y disparejo en cuanto a la multiplicidad de formas organizativas que
adquirieron estas fábricas, las experiencias laborales por sexo que diagramaron a las industrias,
los ingresos variables e irregulares, los cambios de empleo hicieron que el concepto de los
obreros sobre el trabajo de la clase patronal variara y fuera contradictoria. De todas formas, lo
que podemos decir es que el proceso industrial fue un proceso de partida doble: por un lado,
hubo aspectos que fueron disruptivos y que marcaron una discontinuidad (perdida de
especialidades, estandarización de la producción, no podemos hablar de un grupo de patronos
homogéneo en cuanto que dentro de éste sector las diferencias estaban marcadas y las
respuestas al proceso productivo variaban conforme a los puntos de vista de cada uno). Sin
embargo, por el otro lado, algunas cuestiones permanecieron intactas sosteniendo una
continuidad del proceso. Aspecto que hemos desarrollado en todo éste apartado.
El mundo europeo había cambiado, y no era la misma sociedad la de 1850 que la de 1750. El
paisaje urbano cambio, las formas de producción también, las maquinarias y las formas
organizativas y de mecanización del trabajo también habían introducido cambios a la sociedad y
al sistema productivo. El tiempo laboral se fue separando del tiempo libre (por la declinación de
las unidades familiares y de la producción doméstica), la proletarización avanzó y la esperanza
de vida estaba determinada por las condiciones de trabajo y de hacinamiento. Siguiendo éste
esquema de pensamiento, de la misma forma podemos afirmar sobre las conciencias sociales
que emergieron en éstos periodos. No podemos hablar de un capitalismo caballeresco porque
estaríamos omitiendo y sobre estimando ciertos cambios que se dieron a nivel socio cultural y
regional. En ese sentido, debemos atender a las particularidades y ver las interconexiones
sociales que se establecieron.
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Unidad III  movimiento revolucionario del 1848
HOBSBAWM, Eric (1988), “La primavera de los pueblos”, en La era del capital (1848-
1875), Buenos Aires, Crítica, pp. 21-38.
Luego de la revolución francesa en Europa acontecen diversos sucesos revolucionarios,
inundados de ideas contractualitas, por un lado, y, por el otro, ideas de base democrática e
igualitaria. El autor muestra dos procesos revolucionarios dados en espacios distintos en
aspectos sociales, políticos y económicos: mientras en la periferia acaecieron movilizaciones
endebles (en cuanto que sus pueblos estaban sumamente aislados o atrasados en aspectos
políticos), en el centro del continente (Confederación alemana, Francia, el imperio austriaco,
entre otros) la revolución adquirió un tinte político e ideológico distinto. Las experiencias
vividas en este espacio eran distintas a las de la periferia. Allí, además, carecía de una estructura
social urbana característico de Occidente donde los campesinos eran hombres libres, en cuento
que la servidumbre todavía era un elemento preponderante, como así también la tenencia de
grandes extensiones de tierra por parte de los nobles terratenientes. En el centro, las sociedades
eran la clase dirigente y la clase media (banqueros, comerciantes, empresarios capitalistas,
profesionales con oficio liberal, funcionarios, etc.) todos ellos compusieron la vida urbana; en
Oriente, los grupos nacionales predominaron en demasía. En ese sentido, la heterogeneidad fue
una característica predominante en éste espacio de igual manera que la zona central, o el
corazón, de la revolución si hablamos en términos políticos. Las ideas nacionalistas chocaron
con las imperialistas al considerar esta última como incapaz de abordar grupos divergentes
como los alemanes, por ejemplo. En ese sentido, ésta temática era un péndulo que viajaba desde
la republica (radicales) a la monarquía constitucional o un tipo de representatividad con base
sumamente restringida (moderados, quienes temían a la democracia y las implicancias de la
misma)
Las revoluciones del 48, sin embargo, y más allá de presentar singularidades, compartieron
algunos elementos. Uno de ello fue la brevedad de la misma y la perdida de importancia en
Francia, Viena, Hungría e Italia, por mencionar algunos. La abolición de la servidumbre, es
también un elemento en común en casi toda Europa, principalmente en el imperio de los
Habsburgo. Todas ellas fueron revoluciones sociales de trabajadores pobres quienes
construyeron barricadas para visibilizar sus descontentos con el sistema fabril
(explotación, alienación, carestía, hambrunas), pero su mayor objetivo era construir una
república democrática y social. En ese sentido, dirigentes comunistas, socialistas presentaron
una forma de gobierno y de hacer política que se presentó como alternativa a la presente, liberal,
y como revolución de las ideas y significados. Moderados y radicales aprovecharon la
situación y se convirtieron en fuertes defensores de las ideas abordadas por los integrantes
revolucionarios. Empero, con el tiempo se convirtieron en severos conservadores, llamados
por integrantes de movimiento como un partido del orden (Francia). Las represiones, así mismo,
y el asesinato en masa termino siendo la respuesta y la escena final de las revoluciones. Los
intereses económicos y político de los sectores más pudientes de las sociedades europeas se
posicionaron por sobre los interese políticos de las masas. La cohesión en un mismo sentir de
la burguesía o liberales radicales juntos con los moderados conformo una fuerza contraria
hacia los sectores que pregonaban una república democrática y social. De tal forma que el
liberalismo burgués hizo su entrada, aspecto que con posterioridad vemos que despliega un
sinfín de políticas con tendencia a estrechar la base sufragista, que es, en última instancia, el
poder de elección. Es así, y en palabras del autor que “la burguesía dejaba de ser una fuerza
revolucionaria”.
¿Qué paso con esa clase media, media pobre, algunos trabajadores, otros profesionales que se
identificaban con la izquierda y con las ideas radicales de democracia? La ambigüedad fue
una característica inherente, aspecto que se vio reforzado ante la incapacidad de la
burguesía liberal de generar los suficientes puestos de trabajo para incorporarlos en sus
ámbitos sociales. Aunque nunca llegaron a reproducir tendencias de derecha. En cuanto a la
clase obrera su escaza organización y endebles bases teóricas hicieron que sea imposible
posicionarse como alternativa política. Sin embargo, su accionar evidencio en el 48 el poder que
poseía en su interior; contrariamente, en lugares como Alemania o Viena, la asociación entre
obreros y activistas (estudiantes, por ejemplo) embarcados en las ideas socialistas lograron
ser una puja concreta, hasta llegaron a conformar la Liga Comunista liderada por Marx.
Lejos de ese radio de influencia la clase obrera era políticamente insignificante. El objetivo
del 48 fue consolidar una “República democrática y social” basada en la experiencia
política de los sindicatos y de las cooperativas obreras. A pesar de ello, los delineamientos
fueron poco claros o endebles en cuanto que, más allá de posicionarse en contra de las
tendencias que oprimieron a la clase obrera, no se habló del capitalismo como el enemigo a
derrocar.
A pesar de que el resultado de las revoluciones no fue lo que esperaban utópicos insurgentes, los
efectos de la misma nos presentan la conformación de un movimiento obrero inspirado en el
socialismo y en el cartismo del 1830 y, por ende, una clara conciencia de clase. Pero, los
cambios deseados no llegaron a consolidarse. Por el contrario, aquellos que durante la
revolución francesa fueron radicales se convirtieron en el 48 en los tradicionales
conservadores, introduciendo una república libera altamente restringida a los intereses
burgueses. En ese sentido, y como aspecto innovador que introdujo las revoluciones, la
democracia se convirtió en una herramienta para las clases pudientes y opulentas. Con un
significado radicalmente distinto a la que le otorgó el pueblo obrero. Aspecto que
evidenciamos con Luis Napoleón, quien llega al poder gracias a las masas a través del sufragio
universal, quienes expresaban fervientemente estar en contra de los que representa la burguesía
y la republica liberal. El legado de Napoleón es que es necesario disfrazar las ideas políticas
de izquierda con el fin de obtener la aceptación y legitimación popular.
Unidad IV  Formación de la clase burguesa
HOBSBAWM, Eric J. (1962), “La carrera abierta al talento”, en Las revoluciones
burguesas, Madrid, Guadarrama, 1962, pp. 325-355.
Cuando la revolución francesa llega a su pleno desarrollo, de ella concluye el fin de la
sociedad aristocrática en términos de privilegios de sangre, títulos nobiliarios y jerarquías
naturales todas ellas fueron las marcas de una sociedad exclusiva. Con el desarrollo de la
revolución industrial, en plena sintonía con la revolución francesa, surge un nuevo sector
mercantil que deviene de los propietarios gremiales quienes se lanzan a una carrera al
talento, prestigio y opulencia propias de la aristocracia. En ese sentido, es que E. H dice que
el fin de la sociedad aristocrática no significo el fin de la influencia propia de ella, sino, que
se elevan como modelo a seguir visibilizado en la comodidad y el lujo. Sin embargo,
elementos distintivos del antiguo régimen que se relacionan con el lujo y la opulencia fueron
heredados a ésta sociedad burguesa y los protegió como costumbre en el tiempo. A pesar de
ello, el ancien regimen había llegado a su fin y con él las marcas aristócratas, empero de ello
surgió las clases burguesas como hijos herederos de tales privilegios.
En estos periodos, entonces, el hombre se hacía así mismo, aunque no siempre sucedió así. El
padronazgo fue el medio por el cual la pequeña burguesía entro en carrera abierta al talento, por
lo general éstos eran jóvenes de familias humildes y/o pobres quienes recibían ayuda de algún
familiar con grandes riquezas y le facilitaba su ascenso. Ésta carrera abierta al talento, así,
implicaba desarrollar una habilidad y hacer de ella la fortuna; el teatro, la música, la
pintura o las finanzas eran los oficios que más destacaron en ésta sociedad ahora
distinguida por sectores medios o pequeños burgueses en ascenso. Denominados ahora
como clase media se posicionaron en contra de la clase proletaria y los grandes señores que
se distinguían por haber amasado su fortuna gracias a ellos y no por el privilegio del
nacimiento. De igual manera, el protestantismo sirvió de base religiosa para justificar su
frugalidad distinguida a la del aristócrata derrochón, como así también, la moralidad familiar
como patrimonio a proteger y conservar. Los nuevos hombres burgueses, personificaban el
capital junto con sus mujeres, sirvientas del hombre (quien amasa la fortuna) y del
capital; “ser una chica buena sin preocuparse de más”, sin bienes propios y protegidas
eran el objeto de lujo que los hombres poseían en su casa como un adorno más.
La carreta abierta al talento, la energía, la capacidad de trabajo y la ambición fueron los
elementos que se inauguraron con las dos revoluciones. El arte, la milicia, los negocios y los
estudios universitarios fueron durante esta primera fase capitalista los cuatro caminos a
seguir para formarse a sí mismo y posicionarse dentro de la clase media. Sin embargo, los
caminos de la formación universitaria y de los negocios no estuvo abierto para todos sino
para aquellos que tenían fortuna o un padronazgo que les financie sus estudios. Ser
sacerdote, ministro o rabino creaba honor a las familias que luego derivaron en estudios para ser
funcionario ya sea maestro, abogados, entre otros. La instrucción representó la competencia
individualista, la “carrera abierto al talento” y el triunfo del mérito por sobre el nacimiento y
el parentesco, dado a partir de los exámenes. Esto último, como criterio para acceder a un
puesto público fue un elemento propiamente liberal más que democrático e igualitario. Lo que
condujo, de forma paradójica, la conformación de una sociedad cerrada. De esa manera, la
competencia se transformó en ascenso automático gracias al mérito que el hombre había
ganado. Con el tiempo, el aumento demográfico necesitó de la expansión urbana pública en
todos los sentidos, por lo que los ciudadanos instruidos y profesionalizados eran sumamente
requeridos por el Estado. Las funciones del gobierno, así, fueron cada vez más abordadas por
funcionarios de carrera; las funciones del estado liberal más importante fueron la fuerte
imposición y cobranza de impuestos, el mantenimiento de una política rural eficaz y organizada
(tributación), entre otros. Trabajadores de cuellos blanco, asalariados, poseían un trabajo que no
requirió de esfuerzo físico, sus manos estuvieron siempre limpias y su cuello blanco lo
colocaban al lado, simbólicamente, de los ricos.
Los negocios, a pesar de que otras profesiones posibilitaban un claro ascenso social, eran la
única verdaderamente abierta al talento para todos. En una economía que cada vez se
ampliaba las oportunidades para realizar las actividades propiamente mercantiles dieron
mayores oportunidades de mejorar las condiciones sociales de vida. Sin embargo, a pesar de que
cada vez gran cantidad de hombres accedieron a los negocios, necesariamente, mayor cantidad
debió ingresar como proletario. Ello en gran parte, debido a las condiciones requeridas para
acceder a las condiciones técnicas, disposición mental o recursos financieros los cuales no
poseían la mayoría de los hombres. Los que adhirieron a este estilo de vida y a la conformar la
clase media burguesa fueron quienes durante el antiguo regimen estuvieron desplazados por los
privilegios de sangre y nacimiento.
La carrera abierta al talento estaba abierta a todos y no el no ingresar en ello implicaba
falta de inteligencia, habilidad y capacidad para hacerse a sí mismo.
HOBSBAWM, Eric J. (1988), “El mundo burgués”, en La era del capital, 1848-1875,
Buenos Aires, Crítica, pp. 239-259.
¿Cómo es el mundo burgués? Es una pregunta que guía el capítulo 13 de H. E para
interiorizarnos en los hábitos y modos de ser de la burguesía de mitad del siglo decimonónico.
En ese sentido, nos expresa que el hogar fue el espacio en donde éstos expresaban sus
comodidades, lujos y opulencia. Además de que allí, se eliminaban las contradicciones propias
de la sociedad burguesa a partir de la ilusión sostenida de la armonía y la jerarquía feliz,
rodeados por objetos materiales que visibilizaban la vida de ensueño. Las navidades o las
festividades eran el medio por el cual expresar el lujo y la comodidad a través de mesas
altamente decoradas con manteles y bolados, candelabros, vajilla refinada con pañuelos de
alta costura1. Y no solo ello, las habitaciones, grandes y espaciosos lugares, decoradas con
cuadros, maderas delicadamente talladas con motivos varios, junto con los adornos
mostraban que tan rico era cierta familia u hombre burgués. Todo ello, vino a reflejar el
bienestar y el status. Todos estos elementos del hogar burgués reflejaban la solidez, la
belleza, característica elemental para describir los elogios que recibían las empresas
productoras de tales objetos. Debían ser bellas porque ello es sinónimo de decoración y de
utilidad pura todo ello reflejado como dualidad (belleza y solidez) entre lo marial y lo ideal, lo
corporal y lo espiritual que podía expresarse a través del dinero. Por ejemplo, el piano
representa en demasía esto que nos señala el autor. Sumamente costoso, todos los hogares
burgueses poseían uno ya que era símbolo de la espiritualidad y valores burgueses.
La dualidad entre materia y espíritu implico la hipocresía y característica fundamental del
presente mundo visibilizado en el sexo. En países liberales la cuestión de la homosexualidad y o
el libertinaje fueron elementos recurrentes en las vidas sexuales de los hombres y mujeres
burgueses pero que públicamente eran inadmisibles; caso contrario en aquellos países católicos
en donde la castidad a las solteras y la fidelidad de las casadas. La exteriorización de los deseos
sexuales es un elemento que vira en el capítulo sobre la cuestión del ropaje que las mujeres
burguesas ostentaban dualizados en tentación y prohibición. El problema del puritanismo
1
Ver la Edad de la Inocencia. Todos esos elementos que hacían al hogar burgués eran realizados por
artesanos especializados quienes producían a grandes escalas a precios altos como también bajos (ello
también indico la opulencia y el status social)
burgués es muy complejo porque se relaciona en sí con la cuestión del honor al patrimonio
familiar y al nombre en la sociedad. La familia, es la unidad básica y además la unidad
básica de la propiedad y de la empresa; el libertinaje sexual venía a corromper y debilitar la
unidad básica. Con el tiempo, vemos que el éxito burgués acompañado de estrictas abstinencias
entra en contradicción, es decir, cuando el gastar se convirtió en un problema. De esa forma, la
consolidación del burgués ocioso convergió rápidamente en la nueva tendencia social (nuevo
rico = gastador). Ello, entonces, se convirtió en un problema de clase en cuanto que representó
un problema para sostener y asegurar el prestigio y la honra social
Otro de los elementos de distinción, desde una perspectiva sociológica, es la existencia de
criados aspecto que destacó a la clase media de la obrera. Compuesto principalmente por
mujeres, vino a reforzar la cuestión masculina del hombre como señor de la casa que tenía a
su cuidado un número considerable de mujeres. Desde esa misma perspectiva, los lazos que
se entretejían, más allá de ser patrón y obrero, era de una relación de dependencia total: las
formas de actuar, cómo vestir, cómo servir, todo a su alrededor representó una relación de poder
y sujeción. De esa forma, vemos que la estructura social de la burguesía entra en contradicción
con los valores que pregona de igualdad y libertad.
Sobre la familia burguesa, así, el capital encontró la manera de expresar la desigualdad
esencial que caracteriza al mismo a través de la dependencia individualizada, permanente y
duradera. De esa forma, el dinero represento y delineo las relaciones de intercambio junto
con la demarcación del status se complementó con la estructura familiar patriarcal basada
en la subordinación de las mujeres y niños. la sociedad burguesa lo reforzó y exageró. La
existencia y el refuerzo del ideal de familia burguesa fue reforzado y consolidado lo que explica
en demasía el surgimiento del movimiento feminista sistemático entre la clase media de
mujeres.
¿Qué significa hablar de burguesía durante el despliegue del capitalismo? Refiere al
hombre burgués que supo amasar toda una empresa y acceder al mundo del capital, es
decir, ser el propietario, el receptor, el empresario y productor y todo junto a la vez.
Durante éstos periodos, el burgués era quien controlaba la política liberal (ejemplo claro,
son los integrantes del Consejo Federal Suizo quienes eran en su totalidad empresarios y
rentistas) eran miembros activos de profesiones liberales tales como abogados, médicos,
maestros. A partir del 1830 en países como Francia y en 1848 en Alemania, la burguesía copta
las bancas de los estratos más inferiores como concejos, alcaldías, municipios, etc. y los
mantuvo bajo su control hasta que las masas irrumpieron en escena. La dificultad, afirma el
autor, está en definir las fronteras entre la clase alta, media y baja lo que sí es general es la
identificación de la clase media (hombres de negocios, profesionales liberales, propietarios y
los funcionarios). Lo que se debe tener en cuenta es la notable heterogeneidad de sus miembros,
dentro de los límites entre media y pequeña burguesía (en esta última se involucraban actores
que podían situarse fuera de la clase burguesa). Las diferencias de la burguesía y de la
aristocracia se definieron por la exclusividad social o de grupo o de su clase. Entre las
características de la burguesía contamos: grupo de personas con poder e influencia,
independientes del poder y la influencia provenientes del nacimiento y del estatus
tradicional. Para pertenecer a ella debía ser alguien, es decir, ser un individuo que
contrasta por el simple hecho de tener fortuna o capacidad para mandar a otros hombres.
La influencia era el recurso que el burgués utilizo para salir del “apuro”, la Europa
burguesa iba a estar minada de redes de influencia para la protección del progreso mutuo, de
cadenas de viejos amigos o mafias que surgían de las instituciones educativas superior. Los
grupos de presión era el medio por el cual se organizaba, opuesto al movimiento de masas.
La burguesía después de la primera mitad del siglo XIX era liberal en un sentido
ideológico. Creían en el capitalismo, en la empresa privada, en la competencia, en la
tecnología, en la ciencia y en la razón. Creían en el progreso, y en cierto grado en el
gobierno representativo de derechos civiles y de libertades siempre que fuesen compatibles
con la ley y con un tipo de orden que mantuviese a los pobres en su sitio. Creían en las
profesiones abiertas a los emprenderos y al talento mientras que sus propias vidas
acrediten sus méritos; como ya ha dicho el autor, ello, empero, pronto entró en contradicción
con las nuevas tendencias al éxito acompañado de derroche. Ésta dinámica social interpretada
y defendida por la clase burguesa se complementó con la noción de que solo los aptos o con
las cualidades esencialmente morales podía lograr una verdadera adaptación al nuevo
esquema social. El darwinismo social, como ideología, venía a teorizar entorno a ésta
noción: ser burgués no era solo ser superior, sino también demostrar cualidades orales
equivalente a las viejas puritanas, es un hombre que no recibe órdenes (solo de Dios y del
estado), no fue solo empleado, también fue empresario o un capitalista (un amo). En ese sentido,
el monopolio del mando era crucial para autodefinirse, demostró superioridad por sobre
otro inferior. El no progresar significaba no tener mérito, teniendo como un común
denominador el fracaso social, la falta de talento. Para éstos hombres, no era necesaria la
inteligencia para el éxito sino la habilidad. La superioridad era resultado de la selección
natural, transmitida genéticamente; el burgués era una raza superior y se ubicaba en un
estadio superior de la evolución humana. Con todo, el derecho a dominar implicaba el poder
ejercer poder sobre el inferior, quien lo deseaba y lo legitimaba, una relación idealizada como la
existente con la mujer. los obreros y las mujeres estaban obligados a ser leales y estar
satisfechos.
Es difícil definir a la clase burguesa como clase gobernante en cuanto que no se posiciono
sobre y para la política, sino más bien, actuó dentro del entramado de poder y
administración a partir de la interrelación ente hombres burgueses que ejercían una
influencia respetable (lobby). En la mayoría de los países no controló, ni ejerció el poder
político más allá de estratos subalternos y municipales. Como mencione anteriormente, ejerció
hegemonía y determinó, en más de una ocasión, a la política. Para que el capitalismo tuviera
pleno desarrollo se necesitó de la injerencia burguesa para la realización de programas
económicos e institucionales liberales

HOBSBAWM, Eric J. (1989), “Quién es quién o las incertidumbres de la burguesía”, en


La era del Imperio, Madrid, Labor, pp. 175-201.
En esta ocasión centra su atención en lo que él considera una paradoja burguesa: su forma de
vida llego a ser muy tarde “burguesa”, que esa transformación se inició en su periferia más que
en su centro y que, como una forma y un estilo de vida específicamente burgués, solo triunfo
momentáneamente.
Su estilo de vida se centró en la casa y en el jardín, en un barrio residencial. Tales barrios,
aparecieron lejos de las ciudades centroeuropeas y descendieron, luego, en gran escala hasta
los últimos rincones de la clase media baja o en los límites de las grandes ciudades. La casa
ideal de la clase media era una casa de campo urbanizada o semi urbanizada (la villa) en un
parque o en un jardín rodeado de un espacio verde; diseñadas para la vida privada,
modestas a comparación de las mansiones aristocráticas, hechas para que las comunidades
burguesas puedan aislarse de la sociedad, más bien de la clase inferior. Tales viviendas se
construyeron de manera opuesta a las grandes casas de campo o a los grandes edificios de la
ciudad revestidos de poder. En éstas casas la vida privada era inseparable de la vida pública
con funciones públicas y, diplomáticas políticas, las cuales tenían prioridad por sobre la
comodidad del hogar. Ambas esferas (público y privado) eran inseparables para el hombre
burgués. A medida que la economía capitalista se extendía por toda la ciudad, la clase media
pequeña burguesa pudo aspirar en ser como un gran burgués modelados, al mismo tiempo,
bajo las estructuras de la elite antigua. Cuatro fueron los factores que impulsaron la
aparición de éste estilo de vida: la democratización de la política la cual permitió socavar la
influencia pública y política de todos los burgueses (menos los más importantes) a partir de la
gran movilización de masas que los negaban e impedían su participación en la política.
Posteriormente, gracias a métodos paternalistas y una democratización de la política a las masas
consiguieron, a través de la influencia, conservar su poder. Como segundo factor, el
debilitamiento de los lazos entre la burguesía y los valores puritanos tan útiles en un
principio (los cuales habían permitido la acumulación de capital y la consolidación de elementos
distintivos para con la clase inferior, perezosa y borracha). Su patrimonio se consolidaba a partir
de las inversiones, y ese dinero amasado era heredado entre hijos y parientes femeninos. El
gasto y la consolidación de una “clase ociosa” paso a ser una tendencia dentro de la clase media
y alta a partir de que ganar dinero era una actividad que no requería de un trabajo calórico, por
el contrario. Entonces, ganar dinero pasó a ser una actividad cuando menos importante como
ganarlo. El tercer factor fue el relajamiento de las estructuras de la familia burguesa
reflejado en la permisividad y en una cierta emancipación de la mujer, como así también en la
aparición de grupos entre la adolescencia y el matrimonio como una categoría de jóvenes que
ejercieron grandes aportes en el mundo del arte y la literatura. Juventud y modernidad
significaban un cambio de gusto, decoración y estilo (emergentes de la clase media acomodada
en la segunda mitad del siglo, y aún más evidente casi en su fin). Como cuarto elemento, es la
aspiración aun mayor de querer pertenecer a la burguesía por parte de la clase media o
pequeño burguesa
Con la democratización de la política y el ascenso social de la clase obrera, las fronteras
entre burguesía y clase media se disiparon por lo que pronto conllevo al férreo interés en
querer identificarse con la burguesía y distinguirse del proletariado en ascenso en demasía.
Tarea que se volvió cada vez más compleja cuando las masas cuestionaron las divisiones
sociales hasta el punto de negarlas. Además, con la movilidad social y el declive de las
jerarquías tradicionales, las fronteras identitarias de la sociedad (clase media o estamento
medio) se disiparon aún más. En ese sentido, identificar quién pertenencia a la burguesía o
la clase media y quién podía pertenecer a cualquiera de ellas se convirtió en un trabajo
arduo. Principalmente esto ocurrió, cuando un número elevado de personas reclamó pertenecer
a la burguesía (estrato social más elevado); incluso los títulos que antes destacaban status ahora
ya no, porque había perdido validez ante las nuevas ideas contractualitas que pusieron en jaque
al antiguo regimen y con él todos los privilegios de sangre y nacimiento. Todo ello devino en la
ampliación del sector terciario compuesto por empleados profesionalizados (educados,
cualificados) que no querían identificarse con la clase obrera siendo, sin embargo, un empleado
y un obrero (pero, sin recurrir a un trabajo manual –los trabajadores de cuello blanco-). Ellos
plantaron nuevos problemas en cuanto que aspiraban a posicionarse al lado de la clase
media, presentando incertidumbre a los críticos teóricos del periodo para definirlos. Siempre
fue más fácil identificar y definir la burguesía en cuanto que se asimiló a la nobleza, de la
misma forma con la clase obrera en cuanto que era pobre. A medida que éste sector creció
las dificultades para delinear fronteras fueron en ascenso, en cuanto que, a pesar de no
poseer capital, se asimilo a la burguesía (está en un principio, tampoco tuvo capital aspecto que
lo sustituyeron con la adquisición de capital cultural –educación-). En ese sentido, tenían algo
en común: la movilidad social (en el pasado o en el presente). Dar cuenta de éstos nuevos
planteos que dificultaron el delineamiento social y por ende consolidar una diferenciación, nos
permite comprender los cambios estructurales que estaban aconteciendo en la economía
capitalista dándonos pistas de algunos aspectos organizativos.
Con el tiempo, se fueron delineando ciertos elementos que fueron cruciales para abordar la
clara distinción social de clase. En ese aspecto, nos dice el autor, todos (quienes querían aspirar
a la burguesía) debían cumplir con dos condiciones: distinguirse de las clases medias y
trabajadoras, campesinos y dedicados a trabajos manuales (trabajadores de cuello negro); y,
crear una jerarquía que permitiera ascender a otros a esa misma escala social (crear
oportunidades de ascenso). Uno de ellos fue la forma y estilo de vida y una cultura que
demarcara el tiempo libre de ocio (para el deporte, por ejemplo) y otro tiempo para la
educación formal (como principal indicador social). El fin último, era demostrar que los
adolescentes podían posponer el momento de ganar dinero para abordar otras actividades
de ocio o de encuentro personal. En cuanto a la educación, se partía de una base secundaria
general, y luego las distintas vocaciones convergían según en los intereses individuales
(filosofía, leyes, letras, historia, geografía, etc.). el coste del tipo de educación a recibir era un
indicador social de base, en cuanto que el poder costear universidades de prestigio
internacional indicaba una base económica que no toda la sociedad adquiere. Hasta la segunda
mitad del siglo decimonónico, la educación formal comenzó adquirir cierta relevancia en
comparación con la primera mitad del siglo, fue el medio por el cual estrechar la entrada a la
clase media y alta de la sociedad como así también, preparar a los ingresantes en las costumbres
que les distinguirían con posterioridad de la clase inferior. Hasta la década del 70, los inscriptos
eran pocos, luego de ese periodo, dependiente de cada región, los numero fueron en aumento.
Hasta la edad de los 18 la educación secundaria era obligatoria aspecto que se generalizo en la
clase media, seguida luego de una formación superior. El aumento considerable de
escolarizados que se imbricaban en una carrera a la pertenencia de la burguesía, puso en
jaque las redes informales de influencia que tanto habían caracterizado la primera mitad
del siglo XIX. Las mismas actuaban sobre la economía, en su momento restringida en las
regiones. Sin embargo, no fue difícil para éstas pequeñas familias seguir controlando la
economía por más de que haya entrado en una fase globalizante. En consecuencia, no fue
difícil distinguirse en cuanto que los métodos que utilizaba la aristocracia o los mismos
mecanismos de ella le sirvió de medio de distinción. Empero, no debemos verlo como una
abdicación sino como un préstamo de elementos de diferenciación, por ejemplo, la
sociabilización a través de escuelas de elite asimiladas más por la burguesía que por
aristocracia. De esa forma, vemos un desplazamiento de elementos distintivos de la aristocracia
por espacios públicos como las escuelas; la asimilación de valores aristocráticos a un sistema
moral pensado para una sociedad burguesa y para su burocracia.
Ahora bien, la cuestión está en cómo establecer círculos informales, definidos de
exclusividad para no cerrar las posibilidades de accenso de la pequeña y mediana burguesía a
los estratos más elevados sin perder los elementos distintivos de la misma. Las asociaciones
privadas estudiantiles como las más prestigiosas fraternidades fueron el medio por el cual
se crearon círculos definidos por la exclusividad presentaban una combinación de sociedades
educativas abiertas, pero a su vez cerradas: abiertas para que el ingreso sea posible a través
del dinero o de los méritos. Cerrados por la exclusividad social. Los que querían ingresar a
la burguesía, éstos mecanismos de sociabilidad garantizaban la pertenencia segura de sus
hijos a la clase. De manera contraria ocurría con las hijas, quienes quedaban fuera de los
círculos liberales y progresistas. Generaban entre los hombres, cohesión social y elementos
de procedencia heterogénea. Así, el deporte constituyo el elemento central de cohesión. Las
fraternidades constituían una especia de mafia social (amigos de amigos) para la ayuda mutua,
sobre todo en el mundo de los negocios, a la vez que las redes de familias proporcionaban una
serie de contactos e influencia para una plena dinámica en el mundo de los negocios. Todo eso
adquirió relevancia cuando la economía capitalista se expandió por el globo.
Por otra parte, el autor comenta sobre la dificultad que estriba ubicar sociológicamente a la
clase media baja, sector que gozaba de una situación ligeramente mejor que los obreros
especializados mal pagados. Ciertamente, pertenencia a lo que se le llama la clase que tiene
sirvientes, es decir, una clase media que era todavía una clase de señores o más bien de señoras
que tenían a su cargo a alguna muchacha trabajadora; les daban a sus hijas una educación
secundaria, no eran independientes desde el punto de vista formal sino asalariados. Este nuevo
sector de directivos, ejecutivos y técnicos con salarios dados por empleadores es la
burocracia publica (identificada así por Weber). Esta clase pequeño burguesa rebosaba las
oficinas, los comercios y la administración subalterna. Su ambiente social era
desestructurado y anónimo. Su objetivo radicó en diferenciarse de manera exhaustiva de
la clase trabajadora.
Como ha mencionado en otra ocasión el autor, la burguesía adopta características de la vida
aristocrática. Por ejemplo, el deporte. Cuando la clase obrera comenzó a frecuentar diversos
deportes, ser amateur se convirtió en un ideal encarnizado de la clase media y alta burguesa.
Tenis, rugby, polo, golf son algunos de los más destacados sirvieron como nuevos modelos de
vida y cohesión social de la clase media, ampliaban el círculo familiar y social a través de redes
de clubs mediante los cuales fue posible conformar un universo social al margen de lo núcleos
familiares autónomos
Unidad V  Formación de la clase obrera y la cuestión de la mujer
SCOTT, Joan W., “La mujer trabajadora en el siglo XIX”, en Duby y Perrot, Historia de
las Mujeres. El siglo XIX. Cuerpo, trabajo y modernidad, Madrid, Taurus, 1993, pp.
93-128
La mujer trabajadora del siglo XIX es producto de la revolución industrial, sin dudas
previo a ello abordó ciertos espacios laborales. En esta ocasión, empero, es cuando ocupo
ciertos espacios fabriles mecanizados comenzando a ser, de esa manera, un problema nuevo
y que debía resolverse. Cuestión que se relaciona con la concepción de la feminidad en sí que
no era compatible con la feminidad y trabajo asalariado. Entonces, fue un problema que se
planteó desde los márgenes de la moralidad y categoriales
Los debates en torno a la cuestión de la mujer primaron desde el marco de la oposición
hogar y el trabajo, maternidad y trabajo asalariado, entre feminidad y productividad. El
origen de éste problema se encontró en la causa misma de la revolución industrial, en cuanto
que obligo a las mujeres sustituir la producción doméstica por la fabril. La historia del empleo
femenino se caracteriza por haber tenido lapsos cortos de trabajo combinado con la actividad
intima del hogar (cuidado de los hijos y del mantenimiento), pero cuando se introducen los
nuevos modos de producción guiados al compás de la fábrica y del capital se volvió
completamente difícil sostener esa combinación de trabajo que predominó en las antiguas
formas de producción. El problema residió en que la mujer, al obtener una escasa
remuneración, comenzó a trabajar a tiempo completo marginalizando las
responsabilidades familiares.
La autora considera que la combinación hogar y familia fue una contribución establecida
dentro de los discursos que veían esto como un problema al cual resolver. Fue una manera de
legitimar las explicaciones que buscaban soluciones al problema a fin de minimizar las
continuidades, homogeneizar a todas las mujeres bajo mismos criterios, mientras se las
diferenciaban de los hombres. El consolidar criterios de ser trabajador se postuló al sexo
como la razón de las diferencias en el mercado laboral, o también en términos de
fluctuaciones económicas o de las cambiantes relaciones de la oferta y la demanda. La
organización del mundo publico establecido a partir de la separación hogar y trabajo a partir del
explicito subrayado de las diferencias funcionales y biológicas entre mujeres y hombres que
terminan en legitimar e institucionalizar tales diferencias como base de la organización
social. Esta interpretación dio lugar a teorías como la “ideología de la domesticidad”, la
“doctrina de las esferas separadas” todos ellas discursos que en el siglo XIX concebían la
división sexual del trabajo como una división natural. Postulado que debe enmarcarse dentro
del surgimiento del capitalismo industrial y la retórica de las divisiones del trabajo como modo
eficiente, racional y productivo de organizar el trabajo, los negocios y la vida social.
La autora se propone estudiar los discursos sobre el género que surgieron en el siglo XIX para
desde una perspectiva histórica haciendo de la mujer trabajadora su objeto de investigación. Su
intención es analizar cómo los procesos discursivos establecieron delimitaciones y marcos de
acción a la feminidad, mientras lo relaciona con el surgimiento del trabajo fabril en donde
la mujer fue devenida como fuente de trabajo barato y adecuado a ciertos trabajos. Las
nuevas condiciones históricas, dice la autora, articularon nuevas formas de trabajo y
consideraciones del mismo.
Ahora bien, lo que señala es que en los comienzos de la industrialización las mujeres fueron
empleadas corrientes en talleres manufactureros y no tanto en las fábricas. Aspecto que
tiene su herencia en el siglo XVIII, con el trabajo de aguja, el servicio doméstico o los
talleres manufactureros o espacios tradicionales. En la manufactura en pequeña escala
mantenían las pautas del pasado: trabajaban en mercados, tiendas, atendían las posadas, vendían
comida en la calle, transportaban mercancía, lavaban, hacían cerillas y sobres para cerillas,
flores artificiales, etc. En la temporada baja, complementaba su salario trabajando como
criada por horas. Con el tiempo las legislaciones en favor de la protección de la mujer
junto con las exenciones fiscales para la producción doméstica hicieron aumentar el
interés del empleador por una mano de obra barata y no reglamentada. Es así, que el
trabajo a domicilio llega a su punto más álgido, dependiendo la región, en el 1901, 1906.
Romper con el ideal de mujer abordando su trabajo en su casa como laburo adecuado, es
lo que la autora se propone a partir de la observación de los niveles de salarios lo que permite
dilucidar la complejidad del asunto. Trabajo solitario en un cuarto cerrado o en medio de un
habiente rodeado de la familia, la costurera apenas tenía un salario que pudiera
permitirse subsistir, no poseía tiempo para dedicarle a su familia y las responsabilidades
domesticas
Hacia la mitad del siglo XIX una vez que la industrialización había desplegado los
trabajos de cuello blanco absorbieron a una buena cantidad de mujeres, por lo que se
produce un desplazamiento de alcance de servicio doméstico (urbano y rural, de hogar, de
oficio) a los empleos de cuello blanco como criadas, telefonía, venta de sellos, dactilógrafas,
almacenes, enfermeras, maestras, etc. trajo nuevas ocupaciones, pero ello no represento una
ruptura de sentidos, sino más bien una continuidad: la permanente asociación de la mayoría de
las mujeres asalariadas con el servicio que con empleados productivos. No significa de negar
el cambio, sino de poner el foco en los sentidos y en las continuidades. Sin embargo, dice la
autora no es válido el argumento de que la industrialización provocó una separación entre
el hogar y el trabajo y forjó a las mujeres a elegir entre domesticidad o trabajo asalariado
fuera del hogar. Ni tampoco, que la causa de los problemas de las mujeres tuvo como
respuesta restringirlas a laburos mal pagados. Lo que hay que resaltar es que su el
empleador quería ahorrar costes empleaba mujeres. Las mujeres se asociaban a la fuerza
de trabajo barata, pero no todo trabajo se consideraba adecuado para las mujeres: los
adecuados eran las fábricas textiles, de vestimenta, calzado, tabaco, alimentos, cueros y no
en la minería, construcción, manufactura mecánica o en los astilleros. Siempre en materia
de empleo entro la cuestión del sexo como consideración a tener en cuenta, sin importar el
periodo histórico que analicemos. El trabajo que empleaban las mujeres era considerado
trabajo de mujeres en cuanto que estaban adecuados a sus saberes innatos y según sus
capacidades naturales. Ese discurso reprodujo una división sexual del trabajo en el mercado
y concentro a las mujeres en nichos laborales mientras que en otros no, en los últimos
peldaños de cualquier jerarquía ocupacional, a la vez fijaba sus salarios a niveles inferiores a
los de la mera subsistencia. El problema de la mujer trabajadora surgía cuando los
distritos electorales debatían los efectos morales y sociales. En ese sentido, la autora invita a
estudiar los procesos discursivos de la división sexual del trabajo lo que da como resultado un
análisis crítico e histórico del proceso.
La determinación del trabajo femenino en ámbitos laborales adecuados a su sexo se convirtió
en un axioma, en un sentido común, quedado institucionalizada durante el siglo decimonónico
como una mano de obra barata. Aspecto que devino en un hecho observable desde teorías
del periodo para justificar y teorizar en torno al estatus de la mujer en pos de cambiarlo.
Fueron producciones que acentuaron los efectos de la separación hogar y trabajo a razón
del sexo y que dieron por supuesto la inferioridad de las mujeres trabajadoras en tanto
productoras. Todas las legislaciones y leyes en pos de “proteger” a la mujer de finales del
siglo XIX hizo propia la representación de todas las mujeres como inevitablemente
dependientes, vulnerables y limitadas al acceso de ciertos empleos. De acuerdo a éstos
postulados, las voces femeninas y feministas no tardaron en hacerse oír. Voces disidentes e
insurrectas del periodo.
En espacios como la economía política, por ejemplo, se postulaba que los salarios de los
varones debían ser suficientes para el sostén de una familia; de la misma forma, se daba por
sentada la natural dependencia de la mujer para con el hombre. A su vez, se argumentaba
que como el sueldo de la mujer nunca era suficiente para sortear todos los costes de producción,
y si viviera sola no podría acceder a una vida plena de desarrollo social por lo que siempre
estaría bajo la línea de la pobreza, se sostuvo que su salario era un mero suplemento al del
hombre o bien una compensación. De esa manera, el salario varonil se consideró el
primordial para el bienestar de una familia. Así, se los coloco a los varones como los
responsables de la reproducción. En ese sentido, observa la autora, el salario masculino
adquirió un rol por partida doble: se lo compensaba por la prestación de su fuerza,
mientras al mismo tiempo, le otorgaba un estatus de creador de valor en la familia en
cuanto que su salario era lo único que importaba. Así es como llegamos a la
desconsideración de la mujer y sus actividades domésticas consideradas como no trabajo o
sin interés, en cuanto que no producían valor económico para la sociedad. El sentido de las
leyes tuvo una lógica circular: los salarios bajos eran la causa, a su vez, del hecho de que las
mujeres eran menos productivas que los hombres. complementario a ello, los bajos salarios
vinieron a demostrar que la productividad de las mujeres no era relevante, mientras se
evidenciaba que no podían trabajar igual que un hombre.
Tales leyes, entonces, al proponer dos tipos diferentes de salarios y dos sistemas distintos
para calcular el precio los economistas distinguieron a la fuerza de trabajo según el sexo (tal
fue la explicación funcional del trabajo según el sexo). Además, al invocar dos leyes naturales
(biológicas y del mercado) ofrecieron una explicación que legitimaba las practicas
predominantes del periodo. Así, fue el empleador quien determinaba las condiciones que
debía cumplir la persona para adquirir trabajo: edad, nivel cualificación, sexo principalmente,
nacionalidades y aspectos raciales. De la misma forma, se solicitaban cualidades propias de los
sexos, por ejemplo, las tareas que requerían delicadeza, dedos agiles, paciencia y aguante se
distinguían como femeninas, mientras que el vigor muscular, la velocidad y la habilidad eran
signos de masculinidad. Ello conllevo a la creación de la categoría de trabajo de mujeres, lo
cual le sirvió como medio para determinar niveles de salarios. Las maniobras para abaratar
costos fueron una constante en los empleadores: instalaron maquinas, dividieron y simplificaron
tareas en el proceso de producción, bajaron niveles de habilidades requeridas para el trabajo,
intensificaron el ritmo de producción y redujeron salarios. Ello, no siempre implicó la adopción
de mujeres, aunque era “normal” que la contratación de las mismas solía significar que los
empleadores estaban procurando ahorrar dinero.
La organización espacial del trabajo, las jerarquías de los salarios, la promoción y el estatus, así
como la concentración de mujeres en determinados tipos de empleos y en ciertos sectores de
mercado de trabajo, terminó por constituir una fuerza de trabajo sexualmente escindida. Los
supuestos que estructuraron en primer lugar la segregación sexual y el que solo eran
idóneas para ciertos trabajos daban la impresión de ser el producto de los modelos de
empleo femenino que ellos mismos habían creado. El mercado de trabajo segregado se
consideró entonces una prueba de la existencia previa de una división sexual “natural” del
trabajo. Sin embargo, tales divisiones, afirma la autora, son producto de las practicas que las
naturalizan (prácticas de segregación en razón del sexo)
Otro ejemplo de segregación en los discursos se puede visibilizar en el ámbito de la política,
principalmente en los sindicatos. Ellos protegían el trabajo y los salarios masculinos
excluyendo a las mujeres de sus organizaciones y del mundo laboral. Las vieron como una
amenaza más que aliadas, justificando que la estructura física de las mujeres determina su
destino social como madres y amas de casa y que, por lo tanto, no podía ser una trabajadora
productiva ni una buena sindicalista. La solución era reforzar lo que se había postulado
como “división sexual natural del trabajo”; los mismos trabajadores y sindicales invocaban
estudios médicos y científicos para sostener que las mujeres no eran físicamente capaces
de realizar el trabajo de los hombres y que eran peligroso para la moralidad de las
mismas. Las mujeres podían llegar a ser socialmente asexuadas si realizaban trabajos de
hombres y podían castrar a sus maridos si pasaban demasiado tiempo ganando dinero fuera de
casa. De tal forma, se advertía que la afluencia de ellas al sindicato volvería impotentes a
los hombres en su lucha contra el capitalismo. Empero, hubo casos en que eran parte de
sindicatos, por lo general mixtos, pero se les asignaba siempre un papel subordinado en cuanto
que se definía que el papel de las mujeres consistía en seguir al líder masculino. Tal definición
fue desafiada por mujeres, pero fueron más bien breves victorias sin alterar de modo
permanente la posición de subordinación de las mujeres en el movimiento obrero. Así y a pesar
de todo, argumentaban a favor de su representación invocando las contradicciones de la
ideología sindical que reclamaba la igualdad para todos los trabajadores, mientras bregaba por
la protección de la vida familiar y la domesticidad de la clase obrera contra las devastaciones
del capitalismo. Empero, resulto difícil para las trabajadoras sostener un reclamo de igual
estatus y llevarlo a la práctica. Aún más todavía, cuando las estrategias sindicales trataban
de excluir a las mujeres y al mismo tiempo sostenían el principio de igual paga para igual
trabajo (aspecto que se había convertido en pre requisito para la afiliación).
La solicitud de un salario familiar fue cada vez más decisiva en las políticas sindicales del
siglo XIX. De la mano, surgía el ideal de mujer no trabajadora como ideal de respetabilidad de
la clase obrera. De esa manera, se concebía de diferente manera la noción de mujer trabajadora a
varón trabajador. El trabajo creaba la posibilidad de independencia e identidad persona, en
el caso de la mujer se lo concebía como un deber para con los demás: de joven y soltera, el
trabajo de una mujer cumplía con las obligaciones familiares, una vez casada y madre se
lo interpretaba como una señal de problemas económicos en la casa. Las discusiones
giraban en torno a la inadecuación del empleo pagado para las mujeres casada en cuanto
que las condiciones fisiológicas y psicológicas femeninas eran distintas entre una casada y
otra soltera. La consecuencia fue que la maternidad y la domesticidad resultaron en
sinónimos de feminidad, y que estas tareas se consideraban identidades exclusivas y primarias
que explicaban las oportunidades y los salarios de las mujeres en el mercado laboral. La
“mujer trabajadora” se convirtió en una categoría aparte, a menudo, un problema. El
accionar de ellas en sindicatos y en el mundo laboral conllevo a la necesidad de demarcar,
reconocer y restaurar las diferencias “naturales” entre los sexos, quedado así
institucionalizado en la retórica, practica y políticas sindicales: división del trabajo que
contrapuso producción y reproducción, hombres y mujeres.
Los estados comenzaron a intervenir y regularon cada vez más las prácticas de empleo de
los empresarios fabriles, los legisladores entrevieron a través de la presión en los distintos
distritos electorales que procuraban afirmar las condiciones de trabajo. La mayor atención
estuvo abocada en las mujeres y los niños, en cuanto que la preocupación por su explotación
parece haber guardado relación con el surgimiento del sistema fabril. Puesto que no eran
ciudadanos y no tenían acceso a la política se los considero vulnerables, dependientes y
necesarios de protección. La vulnerabilidad de las mujeres se describió: por su cuerpo
(más débil que el del hombre), que el trabajo pervertía el cuerpo de la mujer y sus órganos
reproductores por lo tanto afectaba a la reproducción y la posibilidad de criar hijos
saludables, el empleo las distraía de sus quehaceres domésticos; los empleos nocturnos las
exponían al peligro sexual; trabajar con hombres o bajo supervisión masculina creaba la
posibilidad de corrupción moral. Las feministas ante esto reaccionaron agitando que no
necesitaban protección, sino acción colectiva por sí mismas, la respuesta que recibieron es que
necesitaban un órgano de fuerza que interviniera en nombre de ellas. Ejemplo de ello, fue
la Conferencia Internacional sobre Legislación Laboral, celebrada en Berlín en 1890. De allí
salieron políticas en beneficio a la maternidad, por ejemplo, que hacían a partir de ello
reforzar las justificaciones ya establecidas como “naturales”, asociándolas como un grupo
que se diferencia del masculino.
La definición del “problema de la mujer trabajadora” hizo visibles a trabajadoras no ya
como agentes maltratados por la producción, sino como patología social. En términos de
esfuerzo físico sobre las capacidades reproductoras de su organismo y el impacto de su presunta
ausencia en el hogar. Los discursos que bregaban por una disposición de la mujer en el hogar
enfatizaron en que la domesticidad realzaba el status de la mujer, pero que se trataba de
un trabajo desprovisto de valor económico. Después del 1881, la domesticidad y la
productividad se concibieron como antitéticas. Censos, por ejemplo, excluyo de la categoría
de trabajo las faenas domesticas de las mujeres. En ese sentido, muchos nichos laborales
abordado por mujeres fueron invisibilizadas en las estadísticas oficiales incluso sin percibían
salario por ello. Es así, que los discursos acerca de la división sexual del trabajo
(reproducción y producción; mujeres y trabajo; domesticidad y salario) hicieron de la mujer
todo un problema. Lo que sucedió fue un nulo interés en las condiciones laborales de ellas en
cuanto que se consideraba una violación a la diferencia natural entre hombres y mujeres. La
meta fue eliminar a las mujeres del trabajo asalariado, permanente o tiempo completo.
HALL, Catherine (2013), “La historia de Samuel y Jemima: Género y Cultura de la clase
trabajadora en la Inglaterra del siglo XIX”, en Dossier “Sirvientas, trabajadoras y
activistas. El género en la historia social inglesa”, Mora, vol. 19, nº 2, Buenos Aires,
jul./dic.
La autora analiza los escritos biográficos de Samuel quien relata sus experiencias en la masacre
de San Perterloo de 1819. Se propone analizar como esa experiencia fue determinante para el
desarrollo de una conciencia popular a partir del relato, el cual manifiesta los significados de la
diferencia sexual al interior de la cultura de la clase trabajadora. Adhiriendo a la noción de
formación de la clase obrera de Thompson sosteniendo que la experiencia de San Perteloo fue
decisiva para la formación de la clase en cuanto que, mediante ella, los grupos de calceteros y
tejedores, trabajadores artesanos y urbanos llegaron a verse a sí mismos como grupos con
intereses en común por oposición a los de otras clases.
Las formulaciones feministas fueron fuertemente influenciadas por los postulados de
Thompson en la medida que su insistencia de rescatar a los trabajadores y las particularidades
de los mismo también significa recuperar el sexo olvidado. Un ejemplo de ello, es el trabajo
de Bárbara Taylor (1983) quien se basó en los postulados del autor para caracterizar al
movimiento owenista, sin embargo, fue más allá e investigo en las tensiones y antagonismo que
esto generaba entre trabajadores varones y mujeres. La frágil unidad de la clase trabajadora
en la década del 1830, se construyó en el seno de un mundo dividido sexualmente , en
tiempos en que en ocasiones “los varones son tan malvados como sus patrones”. El
reconocimiento de que la identidad de clase se articula con un sujeto ha sido la visión central de
las feministas, que se observa en la historia de Samuel y Jemima mediante la cual se puede
seguir las implicancias de esa visión en la cultura de la clase trabajadora radical del siglo
XIX. Las determinaciones de género dentro del movimiento fue una cultura de la que participó
Samuel Bamford, digo determinaciones a las formas de ubicar de manera diferencial a hombres
y mujeres, y el destacamento a la formación de división sexual en cuanto que brinda
información sobre el acceso a las características de género de la cultura popular a comienzos del
siglo decimonónico. Y así es, la historia de ambos nos invitar a observar como las mujeres
quedaban relegadas (por sus esposos y compañeros) al ámbito privado como esposas y como
madres (cuidado de los niños y apoyo a los hombres en su causa) mientras los hombres
ingresaban al ámbito de lo publico en las contiendas políticas como sujetos independientes,
luchando por el derecho de voto y las formas de determinar una forma de gobierno.
La autora reconoce que el proceso de industrialización inaugurado en el siglo XIX trajo
consigo como característica inherente el debilitamiento de antiguas nociones de familia y de
trabajo mientras la independencia de la economía familiar se desmoronaba. Aspecto que
decanto en el reconocimiento del hombre como sostén económico y de la mujer como
dependiente. Y no solo ello, una vez que los motines y las protestas por el pan comenzaron a
ser depuestas por nuevas protestas políticas, en relación con la representación parlamentaria
(reforma, en cuanto que ahora veían en el parlamento el medio por el cual bregar por un futuro
mejor) o las destrucciones de máquinas, eran hombres quienes iban a la cabeza de la
organización, quienes dominaban las reuniones y definían las agendas en pos de la reforma,
mientras sus esposas, madres e hijas fueron definidas principalmente como seguidoras y
dependientes. Empero, ello no significa que las mujeres no estuvieran representadas, diversos
hombres como Samuel, pregonaban por el voto femenino hasta es posible afirmar que
participaron del voto en las reuniones abordadas por el movimiento de trabajadores, lo que no
cabe duda, es que la importancia o el peso del voto no era el mismo que el de un hombre.
De hecho, la decisión posterior de los cartistas de abandonar el sufragio universal en favor del
sufragio masculino se basó en la noción de que los hombres serían los representantes de las
mujeres. La cultura de la clase trabajadora radical se sustentó sobre los supuestos del
sentido común acerca de los lugares relativos de hombres y mujeres, supuestos que no
fueron sometidos al mismo examen crítico que la monarquía, la aristocracia, las formas de
representación del gobierno y otras instituciones de la vieja corrupción.
¿Cuáles eran las creencias, practicas e instituciones de esta cultura y en qué sentido
legitimaban de manera diferencial a hombres y mujeres? Fueron las instituciones y las
creencias las que surgieron como elemento conductor al interior de la cultura de los
trabajadores. El mayor impulso provino de los trabajadores industriales quienes se reunían con
otros grupos a través de los Hampden Clubs (sociedades constitucionales, los sindicatos, las
sociedades de amigos, los grupos educacionales y las sociedades de auto mejoramiento)
mediante los cuales lograron adquirir una identidad de intereses. Fueron, en consecuencia,
centrales para la tarea de construir una cultura en común. Espacios en los que podían
intervenir con mayor éxito los hombres que las mujeres en cuanto que eran espacios
determinados para la formación intelectual para ellos. Por otra parte, la posición subordinada de
las mujeres no era delimitadas como fijas e inmutables, más bien, fueron repensadas y re
elaboradas en ese mismo periodo. El supuesto de diferencia natural fue incorporado en
otros marcos como las relaciones políticas, económicas y culturales. Por ejemplo, con la
política cultural del movimiento de reforma, aspecto a ha estudiado Dorothy Thompson. Ella
nos presenta que, las sociedades formales adquirieron nuevas formas de acción en las que las
mujeres fueron relegadas; las reuniones eran vistas como espacios de encuentro y de camarería
entre hombres; se realizaban en altas horas de las noches y frecuentemente en lugares en los que
las mujeres tenían acceso restringido (espacios como la taberna). Dado el marco institucional
de la cultura de la clase trabajadora radical, les resultaba difícil a las mujeres participar
de manera directa como agentes políticos por derecho propio. Sin embargo, ellas estaban
presentes en número considerable y con considerable fuerza dentro de las asociaciones
feministas. En ellas, se introdujeron debates entorno la cuestión política de la mujer y en más
de una ocasión presentaron resistencia a la condescendencia de sus compañeros reformistas.
Mary Wollstonecraft, por ejemplo, fue una de las feministas que había planteado cuestiones
sobre la diferencia sexual y la igualdad sexual. Aquellas primeras feministas no solo
cuestionaron la primacía del hombre por sobre sus cuerpos, sino que también es reiterada
la denuncia a las limitaciones que se les imponían para acceder al mundo del trabajo, es
decir, ser trabajadores independiste. Así, lograron usar y subvertir el lenguaje de la influencia
moral para plantear nuevas reivindicaciones; relacionando el radicalismo político con la política
de género de parte de feministas owenistas (Bárbara Taylor). Éste fue un movimiento que se
mostró más flexible en adoptar ideas como las de las feministas en cuanto que su compromiso
con la cooperación, el amor, la oposición a la competencia y su crítica a las relaciones de
dominación y subordinación significo que el análisis owenista estaba atento a todas las
relaciones sociales del capitalismo, incluidas las instituciones del matrimonio y la familia.
El owenismo de estos periodos estaba en transición. Por un lado, los hombres vivieron el
antagonismo sexual iniciado con los nuevos modos de producción fabril en los que se tendía a
desplazar a los hombres instruidos y emplear a mujeres y niños como mano de obra barata. Por
otro lado, las feministas tuvieron que luchar por ser escuchadas a medida que decrecía la fuerza
del movimiento y fue ganando protagonismo la cultura radical. Las instituciones de esa
cultura, como mencione más arriba, se centraban en los hombres y en legitimar la
pertenencia masculina. Todas las asociaciones eran accesibles a los hombres y restringidas a
las mujeres. Tales actitudes fueron reforzadas con las teorías y postulados abordados por
hombres que habían ya teorizado desde el Iluminismo la inferioridad natural de la mujer,
pero ahora reforzadas y absorbidas por el pensamiento radical. La distinción entre la esfera
pública y la privada, las reglas rígidas de ambas, la definición de la naturaleza de la mujer
gobernada por los sentimientos más que la razón, por la imaginación que la analítica y que
las mujeres poseían características distintivas que, en el entorno adecuado, podrían
realizarse. Todo ello vino a reforzar la supuesta superioridad del hombre sobre la mujer.
El consenso radical, según Thompson, inaugurado con William Cobbett y las diversidades de
reivindicaciones fue quien, a su vez, acrecentó aún más la división sexual argumentando que
las mujeres debían estar en la esfera domestica; las esposas debían ser castas, sobrias,
industriosa, frugales, aseadas, tener buena disposición y ser hermosas, tener conocimiento de
asuntos domésticos y saber cocinar. “La nación está constituida de familias felices, bien
administradas y con salarios suficientes”. Por más que las mujeres cuestionaros tales
argumentos, se encontraban encerradas en las nociones naturales que las relegaban a la esfera
privada. Éste proceso de imposición social a las mujeres estuvo acompañado por un
proceso similar dado dentro de la sociedad con la cultura de la clase media, la cual
también se definió a través de pautas culturales y de nuevas formas institucionales que
resultaron de igual manera en la separación de lo femenino y de lo masculino fue un rasgo
determinante. La autora sostiene que, a pesar de que la clase trabajadora se posiciono
como férrea critica de la clase media y todo lo que ella representa hubo, empero, una
interconectividad de ideas entre ambas clases al determinar como rasgo común las
distinciones entre masculino y femenino.
A pesar de ello, el bienestar del hogar quedaba en manos de la mujer, y en ese sentido las
destrezas a diferencia de la mujer de la clase media eran distintas a la de la clase
trabajadora. Los programas para la buena esposa y madre enfatizaron en las destrezas
practicas asociadas con la gestión del hogar, la cocina, la limpieza y la educación de los hijos.
La mujer debía saber administrar el dinero y para ello debía adquirir un conocimiento relativo
sobre las necesidades domesticas para aprovechar al máximo el dinero que ingresaba. Justo en
estos periodos es cuando el papel domestico de la mujer coincidió con el surgimiento de las
mujeres trabajadores como “problema social”. La solución a ello devino del “salario
familiar”: un salario que percibía el varón sostienen del hogar que era suficiente para mantener
a la esposa y a sus hijos. Idea que estaba consolidada dentro de la clase media, pronto se
incorporó en las mentalidades de la clase obrera. Empero, ello no significa una adopción, sino
una adaptación y reformulación de nociones peculiares a la clase.
Ver a las mujeres trabajar en las minas a la par de los hombres ponía en jaque la noción
burguesa de feminidad, y es en estos periodos (1840) cuando la cuestión de la mujer tiene una
importancia central. La afrenta a la moralidad pública y los temores que se generaron del
inminente colapso de la familia también golpeo a la clase trabajadora. De tal forma, que las
campañas de exclusión de las mujeres del trabajo en las minas fueron llevadas a cabo con éxito
(ley de pobres y las actas de minas y yacimientos carboníferos). Muchos mineros apoyaron las
campañas, pero en un sentido totalmente distinto al de los activistas de la clase media. ellos
enfatizaron en los reclamos por una mejor vida para sus esposas e hijas, e insistían en que sus
mujeres permanecieran en sus casas como lo hacen las esposas burguesas.
Unidad VI  liberalismo. Democracia y socialismos
SCOTT, Joan W., Las mujeres y los derechos del Hombre. Feminismo y sufragio en Francia
1789-1944, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012 (Cap. 4: Los derechos de “lo social”; pp.
123-164).
La autora se propone analizar la figura de Hubertine Auclert quien protagonizó la III República
francesa (buscar años). Su militancia feminista, pionera en ese sentido, nos permite visibilizar
las actitudes, nociones y políticas establecidas desde el sector masculino que interferían en las
posibilidades de que la mujer se convierta en un sujeto de derechos. Sus reclamos además de
cuestionar la posición social de la mujer, también se combinaron de reclamos sufragistas. Su
objetivo era la obtención del voto. Es así, que su retórica es muy rica para estudiar la cuestión
social de la mujer.
Durante la III Republica los derechos políticos formales y los derechos sociales se convirtieron
en una “cuestión social” en nuevos términos ¿Cuál debía ser el papel del estado en la
resolución de la pobreza y la desigualdad económica? ¿Cómo debía legitimarse? Fueron
todos ellos debates que suscitaron discrepancias, cuando no coincidencias, entre republicanos y
socialistas. Mientras los primeros abogaron que una república social era aquella que lograba
representar en términos de familia (cuidado de la esposa y de los hijos de los trabajadores, así
como de los enfermos y desempleados. Los republicanos, por su parte, bregaron por enfrentar la
cuestión social atendiendo a las víctimas del capitalismo. Y en esto había un punto en común,
que el estado debía cuidar a la población más desprotegida. Las discrepancias estuvieron cuando
la noción de soberanía popular significaba la representación de la clase trabajadora en todos los
niveles del gobierno; entre los republicanos las ambivalencias fueron una constante sobre este
tema en cuanto que temían a una insurrección como la ocurrida en la Comuna de Paris (si la
república es representante del pueblo, éste puede destruirla en caso de no representarlo). Así,
vieron en la restricción (acciones profilácticas) el medio por el cual garantizar la armonía
social y del gobierno. De tal forma, que repensar la relación estado y pueblo, la cuestión
social fue separada de los derechos políticos, se lo definió como algo contrario, como una
forma, más bien, de gobierno. Eventualmente, se argumentó que el voto no era considerado un
medio para alcanzar la reforma social ni una expresión de soberanía popular, sino más bien un
proceso de consulta que hacia un gesto a la idea democrática de los derechos. Con ese
argumento, lo social quedaba relegado al deber del estado. De tal forma que no tenía
representación política, ni agencia, pero el estado podía ocuparse de ello durante la III
República. Diversas legislaciones surgieron en éstos periodos por parte del estado francés
para regular algunos aspectos considerados parte de la cuestión social, tales como: reducir
la mortalidad infantil, estableció la tutela de niños abandonados, como así también leyes de
protección a mujeres en pobreza. El concepto de lo social asociado a las clases populares
implico repesar al individuo en sociedad, su significado, de tal forma que ello permitió la
intervención del estado como ente que regula acciones de interdependencia de individuos ahora
devenidos en sociedad. Sin embargo, la noción de la diferencia, sin importar el prisma
político, reconocía la primacía de unos por sobre otros, ejemplo primario, es la cuestión
del voto que era visto para los socialistas, no tanto para los republicanos, como una
característica definitoria del individuo, como una expresión de los diferentes intereses. En ese
sentido, es posible afirmar que de igual manera tuvo que haber sucedido con las mujeres,
sin embargo, sabemos que no es así. Sistemáticamente rechazado, los argumentos, tanto de
socialistas como de republicanos, se basaban en la división funcional del trabajo que
asignaba la política a los hombres y la domesticidad a las mujeres. La renuencia a tratar la
cuestión social de las mujeres dentro de los ámbitos sindicales o de la propia legislatura se
argumentaban con las nociones de que no son tiempos para esos temas, sino el de la revolución.
Sin embargo, compañeros socialistas consideraban los debates en torno al voto femenino como
una pérdida de tiempo, aseverando que el lugar “natural” de la mujer en el hogar. De aquí, las
críticas que enarboló Auclert en cuanto que consideró contradictorias las argumentaciones,
expresaba que la división del trabajo no afectaría la participación política. Sin embargo, las
disputas sobre estos temas eran cuando mucho como un círculo vicioso porque se
justificaban por la vía evolutiva. La evidencia morfológica, por ejemplo, fue uno de los
medios discursivos que naturalizaron las argumentaciones que establecían diferencias naturales
entre sexos. Vistas como símbolo del progreso y de la civilización. Tales discursos, no solo
busco excluir a las mujeres de la política, sino, y no menos importante, proteger a la
masculinidad del ciudadano mientras eliminaba toda posibilidad de seguir tratando la soberanía
popular como base de legitimación de la república.
El voto era un elemento antiguo, signo del poder público de los hombres como medio de
afirmar el poder paternalista del estado. En una inversión de sentidos, entonces, la
disminución de la importancia del individuo como actor público fue representada como la
retirada de las mujeres a la esfera privada. El individuo ahora, ya no es una figura identificable
porque era el estado quien se encarga de ello. El estado como padre visibilizaba la
motivación del buen burgués que actúan siempre en nombre de la familia. Ésta analogía
sirvió para alinear la masculinidad y la política, ahora con un nuevo sentido, distinto al
dado en 1790 (derecho de propiedad) el estado en 1890 era el que proveía de masculinidad a
sus ciudadanos. Esto provoco concebir a la masculinidad como un hecho anterior a la acción
del estado e independiente de ella. Sin embargo, ello no eliminaba las contracciones que
planteaba una república sin base de soberanía popular. Aspectos que se encargó de visibilizar
Auclert.
Intentando ser aliada de los socialistas, busco visibilizar las contracciones de los argumentos y a
negar al evolucionismo como teoría que justifica la exclusión de las mujeres. Expreso que solo a
través de una república social podría aplicarse la doctrina de la soberanía popular, la cual era la
auténtica forma de gobierno representativo. Recalco que la negación de los derechos a las
mujeres estaba relacionada con la despolitización de la cuestión social y como las mujeres
simbólicamente eran un equivalente de lo social, insistió en que sus derechos eran, en
última instancia, era una cuestión de soberanía popular, respecto del derecho social de
representarse a sí mismas. Su argumentación en torno a la lógica de los saberes evidencia
una Auclert republicana y ciudadano leal y lógico a la vez.
Había dos imágenes que presentaban a la mujer como peligro para la república: la
primera, una mujer rebelde, sexualmente peligrosa, perpetradora de violencia irracional.
Imagen que tiene su trayectoria desde la revolución francesa, para la III Republica la mujer
enfurecida e incendiada que había hecho estragos en parís durante la comuna, comparaba los
excesos de las mujeres con los excesos de la revolución. Efectivamente, así había sido, habían
reclamados por sus derechos y desempeñado un papel relevante en la movilización política. Que
después esas actividades se hayan convertido en un elemento grafico de mujer desenfrenada
cuya pasión le desborda, es un asunto más bien un discurso ideológico y de des legitimación a
las luchas feministas. La segunda representación era la mujer piadosa y supersticiosa
doncella del cura. En ese sentido, la gran resistencia presentada en contra del sufragio
femenino se sustentó en ésta imagen, en cuanto que se creyó que eran susceptibles a la
influencia del cura lo que convergería en una fuerza de derecha y anti republicana y pro clerical.
Afirmación que se convirtió en axioma (sentido común). Tales argumentos, explica la autora,
poseen un doble filo: por un lado, las opiniones de las mujeres eran consideradas una falta de
educación secular admitiendo con ello la necesidad de extender la educación laica, mientras, por
otro lado, afirmaban las nociones de la “naturaleza femenina” por sobre el raciocinio. Como
resultado, ello legitimaba la premisa de que a pesar de la educación tuviera efecto la
naturaleza es la naturaleza. Ello eliminaba así, toda posibilidad de acceder al voto. Por
otra parte, ello permitió reforzar que la masculinidad se identifica con lo secular, el
razonamiento científico y el pensamiento independiente (todos ellos pre requisitos de la
ciudadanía).
Ambas imágenes eran la misma moneda, pero con distinta cara, que en su conjunto presento a
la mujer como sujeta a influencias que estaban fuera de los límites del control racional, un
control que no podían ejercer. Consideraron que la susceptibilidad y la falta de disciplina
hacia a las mujeres peligrosas para la república. Auclert era consciente de que el poder y el
hombre estaban decididos a sostenerse en la historia, por su eso su insistencia en mostrarse
como una mujer sin vicios sentimentales y completa de lógica y raciocinio. Evidenciando las
contradicciones incitaba a las mujeres a lanzarse a la lucha por reconocimiento de derechos,
igualdad y libertad. Uno de los marcos de acción, fue feminizar el lenguaje, es decir, introducir
equivalentes para nombres que eran exclusivamente masculinos. Eso nos indica que fue una
pionera en señalar el poder del lenguaje como medio para cambiar la realidad material. Su
repudio al paternalismo benevolente del estado conllevó a que las mujeres se identificaran con
la cuestión social y ser representantes de sí mismas. De igual manera, apelo a la asociación con
los trabajadores evidencia la igualdad de condiciones y problemas que se tenían que resolver,
identifico al burgués como un común enemigo, incito a la cooperación y a la lucha por la
adquisición de representación y de derechos políticos. dio cuenta de que la constante negación
de querer tratar lo social como parte de lo político, es decir, mientras lo social siga siendo objeto
de legislación y no pudiera hablar por sí mismo, se les niega a los hombres tanto como a las
mujeres un derecho fundamental de autorreprecentación. El interés de lo social, entonces, era el
interés de las mujeres porque eras áreas eran consideradas ajeno a lo político.
Visibilizar la endeble relación de la política con la diferencia sexual fue el origen y la
fuerza del feminismo de Auclert. Evidencio que las divisiones sexuales en los campos sociales
y políticos eran imposiciones arbitrarias, destinadas a proteger el monopolio masculino de
determinados puestos y del poder político. Denuncio el uso del poder del estado para proteger el
poder de los hombres, viéndolo como una usurpación y una acción contraria a los intereses de la
república.
LANGEWIESCHE, D. (2000), “Liberalismo y burguesía en Europa”, en FRADERA, J. y
J. MILLÁN (eds.) (2000) Las burguesías europeas del siglo XIX. Sociedad civil,
política y cultura, Madrid, Biblioteca Nueva, pp. 169-174, 179-180, 184-187, 194-201.
Liberalismo y burguesía son dos fenómenos muy variables pero que se conjugan cuando
analizamos la evolución política y social de Europa en el siglo XIX. Lo común de ambos que se
ubican en su interior es la de alcanzar una sociedad burguesa, mientras el liberalismo
generaba una base o punto de partida para la acción, en cuanto que otorgo un entramado de
modelos políticos y sociales en cuyo centro de halla el ideal de un ser humano responsable
de sí mismo y, al mismo tiempo, como un movimiento político protagonizado por el grupo
social burgués que aspira a una sociedad de ciudadanos emancipados.
¿Bajo qué condiciones políticas de actuación surgieron y se desarrollaron los movimientos y
organizaciones liberales? ¿Quién se unió a ellos, contra quien lucharon? ¿Qué modelos políticos
y sociales marcaron al liberalismo? Son preguntas que el autor se realiza para adentrarse en un
estudio comparativo del surgimiento del liberalismo. A pesar de dar cuenta de las
particularidades regionales, afirma que el ejemplo alemán puede ser un punto de partida para
llevar a cabo su análisis comparativo. Su investigación pretende indagar los procesos a largo
plazo y las transformaciones que experimentaron ¿Existió una corriente europea general de la se
desvió la historia del liberalismo alemán?
Los liberales buscaron influenciar mediante acciones políticas. Su pasado no formo parte de
las actuaciones burguesas en las revoluciones, por el contrario, los liberales se convirtieron en
revolucionarios contra su voluntad, aprovechando los ciclos revolucionarios para delimitar
sus propias metas. Sus estrategias por lo general eran ser parte del movimiento
revolucionario, pero una vez que no podían controlarlo trataban de cerrarlo
legalizándolo: las trasformaciones se dieron a partir de cambios institucionales acordados por el
Parlamento. De esa forma, la política liberal se basó siempre de llegar a sus metas a través de la
institucionalización de los conflictos de interés. Rechazaron las formas violentas de discusión,
tan adoptada por los burgueses, sin embargo, fueron férreos defensores del monopolio estatal de
la violencia limitado y regulado por la ley. Tal rechazo a la violencia como instrumento
político suponía delimitar una diferenciación con la izquierda lo que hizo acercarlos a los
conservadores en los periodos revolucionarios. Tal rechazo fue como consecuencia de la
modernización estatal y constitucional, sus intereses apuntaban a una colaboración política
institucionalizada, jurídicamente consagrada. Sus objetivos fueron luchar contra el poder del
Estado Absolutista quien les negaba participación, pero también contra la violencia como
instrumento político.
Sus modos de acción estuvieron delimitados por un foro de opinión pública y de las
instituciones, por tanto, en donde no estuvieran tales espacios fue imposibles que allí el
liberalismo se halla desarrollado, o más bien quedaba relegado al exterior donde no podía
afirmarse frente a la competencia de la izquierda. En definitiva, tales marcos de acción de la
opinión pública los han alcanzado a incorporar el Estado y la sociedad. Aspecto que puede
evidenciarse en el caso inglés, sintetizado por el autor en tres puntos: 1. A partir de las
revoluciones del siglo XVII había surgido un estado nacional en cuyo centro el parlamento
ocupo un rol elemental. La decisión del gobierno se establecía desde allí. Esa concentración del
poder político de decisión favoreció el surgimiento de tendencias políticas que aspiraban a tener
un ámbito nacional y al mismo tiempo cerrar compromisos. Ambos factores sirvieron para
ampliar el campo de acción de los liberales. 2. El contrapeso del centralismo estaba
constituido por una descentralización que implicaba múltiples corporaciones locales del
gobierno. Tales, eran formas y prácticas de autogobierno que iban más allá del terreno
religioso.
Este primer liberalismo ingles supo aprovechar la auto-organización de la sociedad en
cuanto que le proporciono la posibilidad de conformar movimientos políticos cuyo principio
ideológico fundamenta estaba representado por el individuo auto responsable. Esta mezcla
de concentración de poder en el parlamente con un fuerte auto gobierno local y una burocracia
estatal débil, de transformaciones sociales y tradicionales religiosas que estimulaban el
pluralismo y el individualismo proporciono al liberalismo ingles en los dos primeros
tercios del XIX unos campos de acción política que no se daban en el continente a gran
escala. En Francia, por ejemplo, los burgueses no contaban con la misma experiencia de auto-
gobierno y la puja en el parlamente más bien era escasa, existieron pocas posibilidades para que
liberalismo se consolidara, además, el republicanismo desde la revolución francesa se
encontraba muy arraigado en las acciones políticas.
Por otra parte, la indefinición como una tendencia autónoma delimitada en aspectos locales,
regionales y estatales contribuyo a una confusión conceptual que les permitió a los liberales una
flexibilización que les aseguro una clara injerencia en asuntos parlamentarios a partir
coaliciones burguesas. El caso inglés y el francés, además de compartir esto último, también
poseían en común la aceptación total de la sociedad del estado nacional.
A pesar de las particularidades la nacionalización fue un proceso que se dio en toda Europa
delimito campos de acción, centros de decisión política y nuevas condiciones de acción política.
Las democratizaciones de las oportunidades de participación estaban delimitadas por ciertas
condiciones a cumplimentar como la educación, la propiedad, la vivienda, entre otras si se
quería influir políticamente había que situarse en esta dinámica evolutiva. Eso afecto a los
liberales europeos de manera diferencial en cuanto que su presencia en el mercado político de
las masas dependió de las condiciones de acción institucionalizadas. En ese sentido, hay dos
factores que parecieron ser decisivos: las dimensiones de la democratización del derecho al voto
y el grado de relevancia del parlamento. El sufragio limitado o censitario de acuerdo con
criterios sociales era uno de los principios incluidos dentro del credo liberal. y aquel
ciudadano que gozara de derecho de voto debía ser fiable y educado; funciono como filtro
destinado a marginar a la mayoría de la población mientras se garantizaba la protección a
quienes eran los capaces de ejercer la política por poseer propiedades y educación. Solo el clima
general de reformas que se respiró en Europa en la década del 1860 posibilito nuevos intentos
de ampliar la base social de los gobiernos a través de la democratización del derecho de voto y
de implicar a la sociedad en la acción política mediante el reforzamiento de la acción
parlamentaria.
Con la idea de ciudadano, el liberalismo político anuncio la visión de una sociedad sin
clases, en principio se dirigió contra el antiguo regimen y sus beneficiarios protegidos por
privilegios, pero los sentidos fueron desplazándose durante el curso del siglo XIX hacia un ideal
de sociedad de ciudadanos con ciertos criterios: Jurídicos, de derecho, pero también sociales
y culturales. Su desarrollo visibiliza un intento constante de evolucionar, pero a medida que
llega a punto deseados se detenía y limitaba el ingreso al mismo. Así, a medida que la
sociedad del siglo decimonónico fue asumiendo el ideal de ciudadano del liberalismo, su
fuerza integradora se fue debilitando. De esa forma, se volvió más burgués, sin embargo,
la burguesía no se volvió más liberal, en cuanto que el liberalismo no ingreso allí en su
mayoría. El aburguesamiento del liberalismo fue acompañado de un proceso de a-
liberalización de la burguesía. Esto explica que los pertenecientes del liberalismo eran las
clases dirigentes más importantes del país en cuestión, es decir, provenían de la “buena
sociedad” (elite política). Hasta más allá de mediados del siglo XIX la burguesía industrial no
pertenecía a ella. Este arraigo en clases dirigentes, explica el autor, explica la asombrosa
capacidad de difusión de los modelos liberales a través de la integración político-social que
mostro precisamente tener el liberalismo. Ellos, eran hombres de origen respetable que
disfrutaban de gran prestigio, que era el peso de la tradición lo que impulsaba sus
reivindicaciones. Aspecto que daba seguridad a la hora de actuar en una coyuntura de un
cambio que parecía digno de confianza en la medida en que estaba garantizado por miembros de
la “buena sociedad”. Un liberalismo más burgués no había sido capaz de obtener esos
resultados.
En el seno del liberalismo sus características inherentes como el individualismo, la libertad y la
igualdad mutaron en más de una ocasión ante los problemas surgidos en la sociedad y en el
Estado. En todo caso, el núcleo irrenunciable del pensamiento liberal fue siempre el de
asegurar la libertad de decisión del individuo incluso aunque se impulsaran medidas
colectivas para ello. Lo colectivo ha de retroceder frente al individuo, como convicción, era lo
que separaba del liberalismo sobre las demás corrientes de pensamiento político. Sin embargo,
cuando se rebasaba ese límite y se colocaba lo colectivo en primer plano (durante la fase
imperialista del nacionalismo) el liberalismo opto por renunciar y convertirse en una
ideología que pudiera adherir a tales ideas. Ello evidencia la flexibilidad que comentábamos
en otra ocasión.
Tal imagen estaba vinculada con lo burgués, es decir, al ciudadano, no al burgués propiamente.
Cuando en las primeras décadas del siglo XX se convirtió en un término que describía la
naturaleza de las cosas de la sociedad, el liberalismo se convirtió en un sinónimo político de
ideal de una sociedad de ciudadanos. Se dirigió contra todo aquello que limitaba la libertad
del individuo, represento un proyecto igualitario de futuro, por eso fue tan atractivo. Sin
embargo, en la practica la forma de pensar liberal en muchos casos tolero la desigualdad.
La igualdad ante la ley era inmediata, pero ante la política no, en cuanto que sus intenciones
estaban en escalonar la participación en la administración política del Estado y de los
municipios sin reparar en el derecho de voto, de modo que la idea liberal de sociedad de
ciudadanos política se manifestó desde el principio como una irrupción de la burguesía.
Empero, durante el siglo XIX esa idea estuvo limitada o se redujo en cuanto que tuvieron que
aprender a convivir con un sufragio democrático introduciendo cambios en donde no iba en pos
de sus beneficios. De tal manera que coloco al ciudadano por encima del burgués, aunque no
igualo a la mujer burguesa con el hombre burgués en tanto que concebían a la sociedad
únicamente de hombres.
La meta política de los liberales era el estado constitucional como garante de la seguridad
política y de la participación ciudadana en las tareas del estado. En lo que concierne al
modo de configuración de ese estado abordaron al parlamento como brazo fundamental de
regulación jurídica en tanto intervención del estado en la vida de los ciudadanos. Éste
determinaba la composición y la política del gobierno. Su modelo de estado giro en torno a la
noción de ciudadano, pero no de burgués. La “sociedad de ciudadanos “de cuño burgués,
pretendió romper aquellas barreras del viejo orden que protegía los privilegios de
nacimiento y de sangre. El único campo de acción revolucionario podía ser desde arriba (a
través del parlamento); no podemos decir que hubo una reforma liberal en espacios donde la
modernización de la sociedad resultante de la acción burocracia, no se vinculaba a una
liberalización de las oportunidades de participación política. El querer alcanzar una
participación ciudadana en las reformas de todas las clases es lo que separa al liberalismo social
del liberalismo gubernamental que modernizaba sin liberalizar. El nuevo liberalismo, nacido
de los estados nacionales, retomo el compromiso social del liberalismo inicial en la medida
en que intentaba asegurar la libertad del individuo a través de una política de asistencia
social.
HOBSBAWM, Eric J. (1989), “La política de la democracia”, en La era del Imperio,
Madrid, Labor, 1989, pp. 94-121.
En esta ocasión, E. H comienza relatando que hacia la década del 1870 en Paris ocurre la
Comuna un suceso que despertó una crisis internacional en los gobiernos europeos. Las
protestas giraban en torno a la forma de hacer política del periodo, en la que los ricos
burgueses y clases media eran las más beneficiadas con el sistema fabril instaurado desde la
revolución industrial, como así también la escasa, por no decir nula, representatividad que la
clase obrera en los padrones electorales. Es así, que se inició un proceso de democratización,
en una primera instancia, incompleta, en el que el sufragio femenino era más que una utopía.
Sin ánimos de abordar éste proceso, las clases dirigentes y burguesas debieron amoldarse a los
reclamos y hacerlos parte de su dinámica política. Sin embargo, ésta apertura democrática
estuvo acompañada por una incorporación de medidas profilácticas, es decir, de protección
para resguardar cierta restricción al momento de abordar el sufragio y de accionar la política a
través del parlamento. Ejemplo claro de ello, como nos explica el autor, es Bismarck quien
aseguro un fortaleciendo a la derecha a partir de un sistema de voto en tres clases desplazado en
favor a la derecha. Empero, las agitaciones del 1890 por parte de los sectores socialistas y la
misma revolución del 70 habían acelerado el proceso de democratización y de apertura a las
masas, y fuese como fuese esa apertura, la cuestión es que aconteció y entre 1890 al 1914 la
mayor parte de los Estados occidentales tuvieron que resignarse a lo inevitable. Ante ello,
el problema fue cómo controlarla.
Una de las manipulaciones que el autor nos comenta es poner límites estrictos al papel político
de las asambleas elegidas por sufragio universal (como el modelo de Bismarck). En otras
ocasiones, adecuaban una segunda cámara formada, a veces, por miembros hereditarios; y
otras instituciones análogas a las asambleas para generar un contra peso. De igual manera, el
sufragio censitario fue una constante, reforzado con exigencias de educación superior, la
edad, límites a la cantidad de distritos electorales para incrementar o disminuir el apoyo a
determinados partidos. Por otra parte, también existió la posibilidad del fraude electoral, o
como llama el autor sabotaje, para dificultar el proceso de acceso a los censos electorales. Ahora
bien, todas éstas estrategias no tenían como fin último detener el proceso de democratización,
todo lo contrario, más bien el objetivo era retardarlo y controlarlo.
Como consecuencia a ello, la movilización de masas, la organización en partido de los
mismos, la política de propaganda de masas y el desarrollo de medios de comunicación de
masas fueron los medios mediante los cuales la clase obrera y dirigente de organizaciones
obreras lograron presionar a los gobiernos nacionales y, por ende, ser una piedra en el
zapato para las clases dirigentes. Éste aspecto, derivo en que los dirigentes políticos de los
partidos y gobiernos nacionales tuvieron que comenzar apelar a las masas con el fin de ganar
su apoyo o llegar a un acuerdo político. En ese sentido, nos dice el autor, éste es el periodo en el
que la hipocresía política abundo en cuanto que en lo público se mostraban aptos a cualquier
reclamo, hasta buscar una solución, sin embargo, fueron en sus espacios de confort y de círculos
amistosos cuando demostraron realmente lo que pensaban al respecto. Así, la era de la
democratización se convirtió en la era de la hipocresía política pública, o más bien de la
duplicidad y sátira política.
Las masas que se movilizaban y se agrupaban en partidos o coaliciones políticas era la
clase obrera con una clara base clasista. Otra coalición fue la de los estratos intermedios, o
pequeña burguesía (maestros artesanos, pequeños tenderos) quienes temían el avance del
capital y, su vez, ser parte de la clase del proletariado. Sus preocupaciones iban por defender
su pequeña propiedad, como así también su posición de empleado administrativo ante el
trabajador manual. Son a estos sectores a los que la demagogia política y la retórica discursiva
de los partidos de la clase dirigente apelaron. Otro de los sectores movilizados fue el
campesinado, quienes a partir de la época depresiva (1880) se movilizaron como un grupo
económico de presión entrando a formar parte en nuevas organizaciones para la compra,
comercialización, procesado del producto, créditos cooperativos, etc. lo cierto, es que el
campesinado raramente se movilizó política y electoralmente como clase. De igual manera, los
sectores religiosos o unidos por la nacionalidad, o también por lealtades sectoriales, se
movilizaron sobre la base confesional (eran sectoriales, en cuanto que se oponían entre
bloques). Las movilizaciones nacionales, por su parte, eran movimientos autónomos dentro de
estados multinacionales. En ocasiones sucedió que se enfrentó la derecha, quienes afirmaron
representar “la nación”, contra las minorías subversivas.
La aparición de movimiento de masas políticos-confesionales como fenómeno general se vio
dificultado por el ultra conservadurismo de la institución que poseía la mayor capacidad para
movilizar a sus fieles, la Iglesia católica. Sin embargo, se mostró reacia a la formación de
partidos políticos católicos, a pesar de que hacia el 1890 reconoció la conveniencia de a
partir a las clases trabajadoras de la revolución atea socialista, y por supuesto, para velar
por el alma de los sectores obreros. Por lo general, apoyo a los partidos conservadores o
reaccionarios, como también a naciones católicas dadas en el centro de un estado
multinacional. En donde existieran reivindicaciones confesionales generalmente se mezclaban
temas como nacionalismo y liberalismo. Ciertamente, dice el autor, en la política la religión
era imposible de diferenciarla del nacionalismo, incluyendo el estado. La implantación del
sufragio universal fue solo una concesión a las presiones, como también un intento
desesperado para movilizar a las masas para que voten conforme a los intereses
presentados en la arena pública.
La movilización política de las masas, en su forma extrema, no fue muy habitual. Los
elementos que lo constituían, eran los siguientes: organizaciones que formaban su base
(conjunto de organizaciones o ramas locales junto con un complejo de organizaciones con
objetivos especiales, pero integrados como un objetivo común). Eran movimientos ideológicos
(grupos de presión para conseguir objetivos concretos), pues la lógica de la política democrática
exigió intereses para ejercer presión sobre los gobiernos y los parlamentos nacionales. Un
partido de masas representaba una visión global del mundo, como una religión cívica que
cohesionaba a la organización. La religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y
las ideologías precursoras del racismo de entre guerras constituían un nexo de unión de las
nuevas masas movilizadas, en sus múltiples intereses materiales que representaban a éstos
partidos. Paradójicamente, en países con un pasado revolucionario, fueron las nuevas
elites quienes controlaron las movilizaciones de masas con una serie de estrategias. Eran
movilizaciones globales en cuanto que superaron los ámbitos regionales para convertirse en
un movimiento que abarcara múltiples regiones o ámbitos nacionales. De tal forma, que ésta
nueva política de masas se hizo cada vez más incompatible con el viejo sistema político
basado en individuos de notables. Si bien el “dirigente” no desapareció en la política
democrática, ahora era el partido el que hacía al notable y no al contrario. Es así, que las
viejas elites se transformaron para encajar en la democracia, conjugando el sistema de la
influencia con el de la democracia. Siguiendo el mismo razonamiento, en esta nueva era de la
política es necesario destacar que no se sustituyó el patrocinio y la influencia por el pueblo,
sino por una organización, es decir, por comités, por notables del partido o minorías
activistas; aspecto que, en última instancia, resulta paradójico con lo que veníamos postulando,
en tanto que la figura del líder no fue suprimida ni superada, sino que ordenaba a la
organización.
Con el proceso de democratización se comenzaron a plantear nuevos problemas para
mantener la unidad, incluso la existencia de estados y las clases en cuyos intereses
gobernaban. El problema era garantizar la legitimidad, tal vez incluso, la supervivencia de
la sociedad frente a la amenaza de los movimientos de masas deseosos de llevar a cabo una
revolución. Estas amenazas parecían más peligrosas ante la ineficacia de los parlamentos,
por los conflictos del partido, como así también por la corrupción de los sistemas políticos
que se apoyaban en individuos cuya carrera y riqueza dependía del éxito que pedirán alcanzar
en el nuevo sistema político.
En general, en la mayor parte de los estados europeos con constituciones limitadas o derechos
de voto restringido, la preeminencia de la política que había correspondido a la burguesía
liberal a mediado del siglo XIX, comenzó a eclipsar en el curso de la década del 1870 como
consecuencia de la gran depresión. Nunca volvió a ocupar una posición dominante, excepto
en episódicos retornos al poder. Los gobiernos tuvieron que aprender a convivir con los
nuevos movimientos de masas, aspecto que hacia la década del 80 el socialismo como
movimiento de masas constituyo un punto de inflexión comenzando desde entonces una era
de nuevas estrategias políticas. A diferencia de lo que ocurrió en 1849, no hubo un retorno
directo a la política reaccionaria. La sociedad burguesa tal vez se sentía incomoda sobre su
futuro, pero conservaba cierta confianza suficiente, en gran parte porque el avance de la
economía mundial no favorecía al pesimismo. No sintieron amenazados en su conjunto,
tampoco sus valores y expectativas decimonónicas.
Así, entonces, las clases dirigentes optaron por nuevas estrategias para limitar el impacto de
la opinión y del electorado de masas sobre sus intereses y los del estado, así como la
definición y continuidad de la vida política. Su objetivo era el movimiento obrero y
socialista, que apareció como un fenómeno de masas en 1890. Éste sería más fácil de contralar
que los movimientos nacionalistas. Sin embargo, no fue fácil incorporar al movimiento en el
juego institucional de la política, en cuanto que no aceptaron las beneficencias de las
empresas, como tampoco el compromiso con el estado y con el sistema burgués a escala
nacional (actitud de la internacional marxista del 1889). Empero, hacia el 1900 existió en
todos los movimientos de masas un ala reformista o moderada, incluso dentro de los
marxistas. Entretanto, la política del electoralismo de masas, que incluso la mayor parte de los
partidos marxistas defendían porque permitía un mayor ingreso de personas a sus filas, integro
gradualmente a esos partidos en el sistema. Así y todo, los socialistas no se incorporaron en los
gobiernos, aspecto que no significo que, con posterioridad, las posibilidades de incluirlos fueron
buenas hasta exitosas.
Éste acercamiento del centro parlamentario con la izquierda no significaba la necesidad de
conseguir apoyo socialista, lo que impulso a los hombres sensatos de las clases gobernantes
era, más bien, el deseo de explotar las posibilidades de domesticar a esas “fieras salvajes
del bosque político”. Estrategia que consiguió dividir a los movimientos obreros de masas
en un ala moderada y otra radical de elementos irreconciliables aislando a esta última. Lo
que importaba era hacer una democracia maleable, cuestión que podía lograrse cuanto más
agudos sean los reclamos. Tal disposición implico poner en marcha programas de reformas y
asistencia social, que socavara la posición liberal clásica de mediados del siglo de apoyar a
gobiernos que se mantenían al margen del campo reservando esos espacios a empresas privadas
y a la iniciativa individual.
¿Ello bastó para conseguir la lealtad de las masas? Se tenía la convicción no solo de que el
imperialismo podía financiar la reforma social, sino también de que era popular. La
guerra, o al menos la perspectiva social de una guerra victoriosa, tenía incluso un
potencial demagógico. Sin embargo, ¿era posible dar una nueva legitimidad a los regímenes de
los estados y a las clases dirigentes a los ojos de las masas movilizadas democráticamente? En
gran parte, la historia del periodo consiste en una serie de intentos de responder a ese
interrogante. La tarea era urgente porque en muchos casos los viejos mecanismos de
subordinación social se estaban derrumbando. Más dramática aun, era la situación de la
otra clase privilegiada, la burguesía liberal. La cual, había triunfado quebrantando la
cohesión social de las jerarquías y comunidades antiguas, eligiendo el mercado frente a las
relaciones humanas y cuando las masas hicieron su aparición en la escena política
persiguiendo sus propios intereses, se mostraron hostiles hacia todo lo que representa el
liberalismo burgués.
Este fue el momento en que los gobiernos, los intelectuales y los hombres de negocios
descubrieron el significado político de la irracionalidad. La vida política se reactualizó,
pues cada vez más se llenó de símbolos y de reclamos publicitarios. Conforme se vieron
socavados los antiguos métodos de subordinación, para asegurar la obediencia y la lealtad,
fue urgente la necesidad de encontrar otros medios para promover la emoción y la gloria
militar dados, por ejemplo, con el imperio y la conquista militar. En ese sentido, no fueron
por necesidad de diversión social que las fiestas patrias y la virtualización de ciertos símbolos se
convirtieron en efemérides sociales y publicas desde el 1880. Lo que se visibiliza con ello, es el
relleno del vacío dejado por el liberalismo clásico, la nueva necesidad de dirigirse a las
masas y de los espectáculos y entretenimientos corresponde a los mismos decenios y a los
mismo objetivos políticos-ideológicos. Así, entonces, los regímenes llevaron a cabo dentro de
sus fronteras una guerra silenciosa por el control de los símbolos y de ritos de la pertenencia
de la especie humana, especialmente, en el control de la escuela pública (sobre todo la
primaria, base fundamental para la democracia) y por lo general las Iglesias eran poco fiables
políticamente, mediante el intento de controlar las grandes ceremonias del nacimiento,
matrimonio y la muerte. De todos estos símbolos, tal vez el más poderoso fue la música en sus
formas políticas (marchas e himnos nacionales) y sobre todo la bandera nacional vertiente de la
representación virtual del estado, la nación y la sociedad.
Los estados y los gobiernos competían por los símbolos de unidad y de lealtad emocional
con los movimientos de masas no oficiales, grupos que creaban sus propios contra símbolos,
como la internación socialista, cuando el estado se apropió del anterior himno de la revolución,
la Marsellesa. Muchos de los gobiernos adoptaron tales símbolos, pero la cultura oficial
seguía permanente en sus esquemas mentales de pensamiento, vinculado a la fe en la
ciencia, la educación y los valores en las artes. Después de todo, eran los herederos de la
Ilustración.
Después de todo, los partidos de clases dirigentes lograron controlar las movilizaciones de
las masas (tan potenciales y tan subversivas) en los periodos 1875 y 1914, que se extiende
entre 1900 y 1914, periodo de estabilidad política, a pesar de las alarmas y los problemas.
Solo el caso austriaco es excepcional, pero después el total del continente europeo occidental y
burgués atravesó tal proceso. Los movimientos que rechazaban al sistema, como el socialismo,
fueron utilizados por catalizadores de un consenso mayoritario. En ocasiones, incluso, el
nacionalismo podía ser manejado.
Los partidos socialistas que habían aceptado la guerra hicieron, en muchos casos, sin
entusiasmo y, fundamentalmente, porque temían ser abandonados por sus seguidores que se
apuntaron a las filas en masa para presenciar la Primer Guerra Mundial, en celo espontaneo.
Dado el éxito de la integración política, los diversos regímenes políticos solo tenían que
hacer frente al desafío inmediato de la nación directa. Se trató de un desafío de orden
público dada la ausencia de situaciones revolucionarias e incluso pre revolucionarias en los
países más representativos de la sociedad burguesa.
Más allá de las particularidades regionales, el periodo que transcurre entre 1880 y 1914, las
clases dirigentes descubrieron que la democracia parlamentaria, a pesar de los temores,
era compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes capitalistas. Sin
embargo, no debe desentenderse la fragilidad de tal vinculación y el alcance limitado.
Unidad VII  Naciones y nacionalismos
HOBSBAWM, Eric J. (1991), “La transformación del nacionalismo”, en Naciones y
nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, pp. 89-140.
La nación como concepto convulsionó la política europea de los años 1830, en la medida que se
crearon varios estados que correspondían a los distintos conglomerados o sectores dentro de un
mismo estado. Tal, es representativo en cinco aspectos: por hacer hincapié en la comunidad
lingüística y cultural, por su historicismo y sentido de la misión histórica, por reclamar la
paternidad del 1789 y por su ambigüedad política y su retórica.
Antes de confundir las nociones conceptuales debemos dar cuenta de que el principio de
nacionalidad que transformó el mapa político de Europa entre 1830 y el 1870, en realidad
pertenece a una fase posterior y diferente del desarrollo nacionalista de la historia
europea. El nacionalismo del 1880 y 1914 difería en tres aspectos del nacionalismo previo
al 1830: en primer lugar, abandona el “principio del umbral”, es decir, el derecho de
autodeterminación que significa el derecho a un estado aparte, soberano e independiente para
su territorio. En segundo lugar, y en consecuencia de esa multiplicación de naciones, la
etnicidad y la lengua se convirtieron en los criterios centrales, y cada vez más decisivos e
incluso único para conformar una nación en potencia. Un tercer cambio, es que no afecto lo
anterior a los movimientos nacionales dentro de los estados nación establecidos, sino que la
derecha política de la nación y de la bandera tuvo un desplazo hacia el nacionalismo de los
últimos decenios del siglo XIX.
Hay tres razones por las cuales no se ha reconocido la tardanza con que el criterio étnico-
lingüístico se volvió dominante para definir una nación. La primera, es que los movimientos
nacionales no estatales se basaban esencialmente en comunidades de gentes cultas, unidas
por encima de las fronteras políticas y geográficas por el uso de una lengua acreditada de la alta
cultura y su literatura. Sin embargo, a pesar de que la lengua proporcionaba un cemento para la
creación de un estado nacional unificado a las clases medias liberales, en la primera mitad del
siglo XIX este hecho todavía no se daba en ninguna parte. Así y todo, en el siglo XVIII
Europa era presa de la pasión romántica y tal redescubrimiento de las lenguas vernáculas
era muy importante. Ciertamente, ese renacimiento cultural de signo populista proporcionó
el medio de cohesión para movimientos nacionalistas subsiguientes, denominada esta fase
como “la fase A”, no proporciono ninguna aspiración o programa de carácter político.
Verdaderamente, la mayoría de las veces el descubrimiento de la tradición popular y su
transformación en la “tradición nacional” de algún pueblo o campesinado olvidado por la
historia fueron obra de entusiastas clases dominantes o elite. A pesar de ello, es decir, que
no podemos negar que entre 1780 al 1840 ocurrió una proliferación de movimientos culturales y
lingüísticos en toda Europa, es un error confundir tal “fase A” con su “fase B” nacida de un
conjunto de activistas dedicados a la agitación política a favor de la “idea de nación”, y menos
aún con su “fase C” cuando las masas apoyan a tan noción.
La tercera razón, se refiere a la identificación étnica en lugar de lo lingüístico. Radica en la
falta de teorías pseudo teorías influyentes que identifiquen las naciones con la descendencia
genética. El nacionalismo étnico recibió enormes refuerzos, en la práctica con las migraciones
y en la teoría con la transformación del concepto central de la ciencia social del siglo XIX
que es la “raza”. La antigua división de la humanidad en unas cuantas razas que se
distinguían por el color de piel se amplió ahora hasta convertirla en una serie de distinciones
“raciales” que separaban a los pueblos cuya piel clara era aproximada a la “aria”
(nórdicos, alpinos y los mediterráneos). Eso, por un lado. Por el otro, el evolucionismo
darwiniano complemento aún más mientras les dio entrada a lo que se llamaría
“genética”, aspecto que le proporciono al racismo algo más que un conjunto de explicaciones
poderosas, racistas y etnocentricas “científicas “para impulsar un control de las fronteras
(expulsar al foráneo e incluso matarlo). Los vínculos entre el racismo y el nacionalismo son
obvios. La “raza” y la lengua se confundía fácilmente como en el caso de los “arios” y los
“semitas”, lo cual causaba mucha indignación a estudiosos que señalaban la “raza” como
un concepto genérico y que no podía interferir con la lengua heredada. En cierto modo, la
analogía de la raza, en querer ser pura en lo social, con la lengua, también pura y nacional
derivo en el proyecto político nacionalista que conocemos de fines del siglo XIX. Por ese
motivo, no es sorprendente que el nacionalismo ganara terreno entre el 1870 al 1914 en
tanto que se originó en función de los cambios sociales como político que acaecían, y eso
que no mencionamos la situación internacional que proporcionaba muchas más
oportunidades de expresar hostilidad para con los extranjeros. Desde el punto de vista
social, tres fenómenos aumentaron considerablemente las posibilidades de crear nuevas
formas de inventar comunidades “imaginadas” e incluso reales como nacionalidades:
primero, la resistencia de los grupos tradicionales que se veían amenazados por la
modernidad; segundo, las clases y estratos nuevos y no tradicionales que crecían
rápidamente en las sociedades en vías de urbanización de los países desarrollados; y
tercero, las migraciones sin precedentes. Tales cambios y ritmos del periodo bastan por sí
mismos para explicar las circunstancias que se produjeron y las fricciones entre grupos, sin
olvidar los temores de la “gran depresión” que sacudió a los sectores más empobrecidos. Lo
único que se necesitaba para que el nacionalismo entrase en la política era que grupos de
hombres y mujeres se vieran así mismos como alemanes, ingleses, franceses, como así
también un discurso que explicara que sus descontentos estaban dados por el tratamiento
de inferioridad por parte de otras nacionalidades. En 1914 las poblaciones europeas ya eran
propensas a llamarse en nombre de la nacionalidad y pelear por ella.
Los principales cambios políticos que convirtieron una receptividad potencial al
llamamiento nacional en recepción real fueron la democratización y la creación del
moderno estado administrativo, movilizador de ciudadanos y capaz de influir en ellos. En
conjunto, el auge de la política de masas aún más ayuda a reformular la cuestión del apoyo
popular al nacionalismo en vez de responder a ella. ¿Qué significaban las consignas nacionales
en política? ¿Tenían el mismo significado para grupos sociales diferentes o cambiaban? ¿En que
circunstancias se combinaban? ¿Eran compatibles con otras consignas que podían movilizar a a
las masas a la ciudadanía? Identificar la nación con la lengua nos ayuda a despejar algunos
interrogantes, en tanto que el nacionalismo lingüístico requiere esencialmente el control de
un estado o, como mínimo, la obtención de reconocimiento oficial para la lengua. A pesar
de que no tiene la misma importancia para todos los estratos o grupos de un estado o
nacionalidad. En todo caso, en el fondo del nacionalismo de la lengua hay problemas de
poder, categoría, política e ideología y no comunicación o siquiera de cultura. La existencia
de un idioma muy hablado o incluso muy escrito no generaba necesariamente nacionalismo
basado en la lengua. Tales, podían verse a sí mismas y ser vistas de modo muy consciente como
complementos, en lugar de competidoras de alguna lengua hegemónica de cultura o
comunicación general.
El elemento político-ideológico es evidente en el proceso de construcción de la lengua que
puede oscilar entre la simple “corrección” y estandarización de las lenguas literarias y de cultura
que ya existen y la resurrección de lenguas muertas o casi extinguidas, lo que equivale a
inventar una lengua nueva, pasando por la formación de lenguas utilizando el habitual complejo
de dialectos que coinciden en parte. Porque, contrariamente a lo que afirma el mito
nacionalista, la lengua de un pueblo no es la base de la conciencia nacional, sino un
artefacto cultural. De hecho, las lenguas se vuelven ejercicios más conscientes de ingeniería
social de forma proporcionada en la medida que su importancia simbólica predomina
sobre el uso real. Sea cual fuere la causa de la manipulación planificadas de la lengua, y con
independencia del grado de transformación que se prevea, el poder del estado es esencial para
ello.
Las lenguas tienen un número considerable de aplicaciones prácticas y socialmente
diferenciadas, y las actitudes ante la lengua (o las lenguas) que se eligieran como la oficial (u
oficiales) a efectos administrativos, educativos o de otro tipo, difieren en consecuencia.
Recordemos, una vez más, que el elemento controvertible es la lengua escrita o la lengua
hablada para fines público. La lengua o lenguas que se hablen dentro de la esfera de
comunicación privada no plantean problemas serios ni siquiera cuando coexisten con
lenguas públicas, toda vez que cada una de ellas ocupa su propio espacio. Por otra parte, las
movilizaciones sociales de personas de un espacio geográfico a otro obligo o alentó a las
personas aprender nuevas lenguas. Aspecto que, en sí mismo, no planteo problemas ideológicos,
a menos que una lengua fuese rechazada de modo deliberado y sustituida por otra. Empero, la
mayoría de las veces las lenguas viejas y las nuevas vivían en simbiosis, cada una en su propia
esfera. Así, pues, la lengua hablada no represento un problema de importancia para estratos
superiores de la sociedad ni para las masas.
De ahí, que ni la aristocracia y la gran burguesía, ni los trabajadores y los campesinos
mostraron mucho entusiasmo por el nacionalismo lingüístico. La “gran burguesía” no estaba
comprometida con las dos vertientes del nacionalismo destacadas del siglo XIX (imperialista y
el del pueblo pequeño) y menos todavía con el entusiasmo lingüístico de la pequeña nación. Del
mismo modo, las clases trabajadoras raramente eran propensas apasionarse por una lengua
como tal, aunque fuese símbolo para otros tipos de fricción entre grupos.
Ahora bien, para las clases medias y pequeños burgueses la cuestión era otra. Para ellos, el
uso de la lengua escrita era determinante en tanto que sus oficios así lo requerían . Éstos
sectores cultos, libraron una batalla del nacionalismo lingüístico, como así también maestros,
periodistas y funcionarios subalternos. Lejos de reducir el nacionalismo lingüístico a una
cuestión de empleo, lo determinante es evidenciar que el momento crucial estuvo cuando la
creación de la lengua como ventaja potencia el ascenso social. Por eso, su admisión en las
escuelas secundarias, porque sabían que obtener conocimiento de una lengua vernácula
incrementaba las posibilidades de ascenso social, y a su vez el nacionalismo lingüístico. Al
crear los estatus vernáculos intermedios el progreso lingüístico subrayo la inferioridad, la
inseguridad de la categoría y el resentimiento que eran tan característicos de los estratos
intermedios inferiores. No aprender cierta lengua vernácula era poner en peligro la
categoría y la posición social de los estratos intermedios. Solo la protección política podía
elevarlos.
La defensa de la lengua antigua significaba la defensa de las costumbres y tradiciones
antiguas de toda una sociedad contra las subvenciones de la modernidad: de ahí el apoyo
que movimientos tales como el bretón, el flamenco, el vasco y otros recibían del clero católico.
La importancia de proteger a una lengua, como el vasco, radicaba en su pureza racial que
reflejaba, en tanto que también reflejaba los intereses de los sectores dominantes. La
incertidumbre acerca de su categoría, su definición, la inseguridad de los grandes estratos con
trabajo manual junto con una excesiva pretensión de singularidad y superioridad amenazadas
por alguien, todo ello, proporcionaba los vínculos entre los modestos estratos intermedios y un
nacionalismo militante que casi puede definirse como respuesta a tales amenazas. En la mayoría
de los casos, el vocabulario político de la derecha en el decenio del 1880 era “amenaza”.
Entre los estratos intermedios, entonces, la noción de nacionalismo sufrió una mutación,
en tanto que se asoció con los movimientos imperialistas y xenófobos de derecha, o de
derecha radical porque utilizaban expresiones ambiguas tales como “patria” y
“patriotismo”. El propio termino, nacionalismo, se acuño para reflejar la aparición de esta
tendencia, sobre todo en Francia, y, algo más tarde, en Italia, donde la propia lengua romance
se prestó para esa formación. A finales del siglo parecía una novedad. Sin embargo, incluso allí
donde había continuidad, el desplazamiento hacia la derecha en el decenio del 1890 puede
medirse examinando la propagación del anti semitismo y la sustitución de la tricolor
liberal-nacional (negro, rojo y oro) de 1848 por la tricolor imperial (negro, blanco y rojo),
así como el entusiasmo por el expansionismo liberal.
El recibimiento entusiasta por parte de las potencias del patriotismo de estos estratos
intermedios fue muy claro en cuanto que eran gobiernos que se hallaban en expansión
imperial y la rivalidad nacional contra otros estados parecidos. Sin embargo, si los
gobiernos no podían controlar por completo este nuevo nacionalismo, ni aun los gobiernos, la
identificación con el estado era esencial para la pequeña burguesía nacionalista y las clases
medias menores igualmente nacionalistas. Si todavía no tenían estado, la independencia
nacional les daría la posición que creían merecer. Si ya vivían en un estado-nación, el
nacionalismo les daba la identidad social que los proletarios recibían de su movimiento de
clase.
Fuese cual fuese la naturaleza del nacionalismo que empezó a desatarse en los años que
precedieron al 1914, parece que todas sus versiones tenían algo en común: el rechazo a los
nuevos movimientos socialistas proletarios, no solo porque eran proletarios, sino también
porque ser consiente y militantemente internacionalistas (no nacionalistas). Uno tenía que
retroceder, y así o hizo el socialismo. Muchos de los sectores pobres, esperaban la paz y la
revolución social, pero sin tener compatibilidad con el nacionalismo, en tanto que lo que quería
era mejorar su situación social.
Como conclusión, el autor explica que, en primer lugar, no se sabe mucho sobre las conciencias
de masas nacional ni lo que ello significo para la masa de nacionalistas interesados. En segundo
lugar, que la adquisición de conciencia nacional no puede separarse de la adquisición de otras
formas de conciéncienla social y política durante ese periodo: todas ellas van juntas. En tercer
lugar, que el progreso de la conciencia nacional no es ni lineal ni necesariamente da lugar o
exime de otros elementos de la conciencia social. El nacionalismo salió victorioso en las
nacionalidades de la Europa beligerante que antes eran independientes, hasta el punto de
que los movimientos que reflejaban las verdaderas preocupaciones de los pobres de
Europa fracasaron en 1918. Al ocurrir ello, los estratos medios y medio bajo de las
nacionalidades oprimidas se encontraban en una posición que les permitió convertirse en
las elites gobernantes de los pequeños estados nuevo e independientes. La independencia
nacional sin revolución social era una posición hacia la que podían replegarse los que
habían soñado con una combinación de ambas cosas. En los principales estados
beligerantes que fueron derrotados o semi derrotados no existía tal posición de repliegue. En
ellos, el derrumbamiento llevo a la revolución social. Allí, el nacionalismo apareció como
la movilización de ex oficiales, civiles de la clase media y media baja para la contra
revolución. Apareció como la matriz del fascismo.
HOBSBAWM, Eric J. (1989), “La era del imperio”, en La era del imperio (1875-1914),
Barcelona, Labor, pp. 65-93.
En un mundo en el que la economía capitalista avanzó sin precedentes, ciertos países auto
considerados avanzados, capitalistas y desarrollados existió en su seno la probabilidad de
convertir a éste mundo en países avanzados dominante de países atrasados: un mundo
imperialista. De manera paradójica, observa el autor, los años 1875 y 1914 son los años del
imperio (la era del imperio) por un motivo anacrónico. Muchos de los gobernantes en esos
periodos fueron condecorados emperadores o así fueron denominados por los diplomáticos
occidentales. En Europa, muchos reclamaban ese título, por ejemplo, Alemania, Rusia, Turquía,
Reino Unido, todos ellos durante la década del 1870
En estos periodos lo que surge es un nuevo tipo de imperio, el colonial. La supremacía
económica y militar de los países capitalistas no había sufrido un desafío serio desde hacía
mucho tiempo, pero finales del siglo XVIII y en el último cuarto del siglo XIX no se había
llevado a cabo intento alguno por convertir esa supremacía en una conquista, anexión y
administración formales. Entre 1880 y 1914 ese intento se realizó y la mayor parte del
mundo ajeno a Europa y el continente americano fue dividido formalmente en territorios
que quedaron bajo el gobierno formal o dominio político informal de uno u otro de una
serie de estados, fundamentalmente del reino unido, Francia, Alemania, Japón, Estados
Unidos, Países Bajos, Bélgica e Italia. Hasta cierto punto, las victimas de ese proceso
fueron los antiguos imperios pre industriales supervivientes de España, Portugal, el
primero más que el segundo. Si se conservaron fue más bien porque resultaban
convenientes como estados tapón.
Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: África y
el Pacífico. No quedo ningún estado independiente en el Pacífico, totalmente dividido entre
británicos, franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y japoneses. En 1914, África
pertenecía en su totalidad a los imperios británicos, francés, alemán, belga, portugués y, en
menor medida, español excepto Etiopia, debido al frágil estado italiano, la insignificante Liberia
en el África occidental y de una parte de Marruecos que resistía a la conquista total. En Asia
existió una zona amplia nominalmente independiente, aunque los imperios europeos más
antiguos ampliaron y redondearon las extensas posesiones: el reino unido, anexiono Birmania a
su imperio indio y estableciendo o reforzando la zona del Tíber, Persia y la zona del golfo
pérsico; Rusia, penetro por Asia central en la zona de Siberia que limito con el Pacífico, los
neerlandeses en Indonesia. Se crearon dos imperios nuevos: el primero, por la conquista
francesa a Indochina, iniciada por Napoleón III; el segundo, por parte de los japoneses a
expensas de China en Corea y Taiwán (1895) y, más tarde, a expensas de Rusia, si bien a escala
más modesta (1905). Solo una zona del mundo pudo sustraerse del reparto colonial. En 1914, el
continente americano se hallaba en un momento de consolidación estatal y de repúblicas
soberanas, con la excepción de Canadá, las islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño.
Ese reparto del mundo entre un numero reducidos de estados, era la expansión más
espectacular de la progresiva división del globo en fuertes y débiles. Era también, un
fenómeno totalmente nuevo. Entre 1876 y 1915, aproximadamente, una cuarta parte de la
superficie del planeta fue distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena de
estados.
Visiones más limitadas pensaron que el decenio del 1890 abría una nueva fase dominada por el
librecambio y la libre competencia considerando que la creación de imperios coloniales
simplemente era uno de los aspectos. Para otros observadores, sin embargo, los aspectos
políticos de los económicos no podían separarse, por lo tanto, lo que acontecía era una
expansión nacional en la que el estado desempeñaría una fase más activa y fundamental en
asuntos locales como exteriores. Explica, en ese sentido, que esta nueva era iba a ser una fase de
desarrollo capitalista. De tal forma, que explicaron al proceso como imperialismo.
El termino imperialismo estaba involucrado en el vocabulario de las personas, en tanto que la
prensa y teóricos hablaban de ello. Es así, que durante la década del 1890 éste concepto adquirió
una noción económica que no se ha perdido desde entonces. Como un nuevo fenómeno que
adquiría connotaciones totalmente diferentes a las dadas por los imperios y formas de dominio
previas, fue incorporándose a las políticas del estado. Como era de esperarse, los políticos
negaban cualquier valor que convirtiera al concepto en peyorativo; así negaron la conexión
entre el imperialismo del siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo en general y con la fase
concreta del capitalismo que surge en el siglo XIX. Negaban que tuviera raíces económicas y
que beneficiara a los países imperialistas, y, asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas
fue fundamentalmente para el capitalismo y que hubiera tenido efectos negativos sobre las
economías regionales. Negaron las consecuencias de éste nuevo fenómeno entono a la primera
guerra mundial. Rechazaron las explicaciones económicas mientras se enfocaban en aspectos
psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando el terreno de la
política interna. Tales argumentos fueron poderosos, pero en última instancia resultaron ser
incompatibles en tanto que los postulados carecían de solidez en demasía. Pero, el problema
recaía en que no explicaban en su conjunción los proceso económicos y políticos, nacionales e
internacionales, que tan notables les parecieron a los contemporáneos en torno al 1900, en tanto
que no supieron explicar que era lo nuevo y lo fundamental desde el punto de vista histórico.
Nadie en el 1890 obviaba que la división del globo tenía una dimensión económica,
demostrar eso, sin embargo, no significaba en sí el proceso. En todo caso, lo que se debe
encontrar es una conexión económica o tendencias del desarrollo económico den el núcleo
capitalista del planeta en ese periodo y su expansión a la periferia. De tal manera, el
acontecimiento más importante del siglo XIX es la creación de una economía global que
penetro de forma progresiva en los rincones más recónditos del planeta tierra, con un
tejido cada vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimientos de
productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con
el mundo subdesarrollado. Aspecto que derivó en un gran interés por parte de las potencias en
regiones como la cuenca del Congo. Empero, ésta globalización de la economía no era nueva,
aunque fue en aceleración e incrementándose entre 1875 y 1914. De ello, decanto en
avances tecnológicos, como el FFCC que logró conectar zonas tan atrasadas y hasta
entonces marginales, posibilitando su incorporación a la economía, a los núcleos
tradicionales de riqueza y desarrollo, experimentaron así un nuevo interés por esas zonas
remotas. Innovación, que habilito la posibilidad de que tales espacios sufrieran modificaciones
a partir de la intervención de hombres y mujeres de origen europeo, mientras expulsaron a los
nativos, creando ciudades y las civilizaciones industriales. La civilización necesitaba del
elemento exótico y el desarrollo tecnológico también. Espacios tan ricos en materias primas,
como el petróleo y el caucho, pusieron en marcha avances tecnológicos como el motor de
combustión interna.
Además de los insumos necesarios para la producción tecnológica, el crecimiento del consumo
de masas en los países metropolitanos significo la rápida expansión del mercado de
productos alimentarios. Aspecto que también derivo de una transformación en la dieta
alimenticia, que, gracias a los nuevos medios de transporte, fue posible la aparición de
repúblicas bananeras. Las plantaciones, explotaciones y granjas fueron el segundo pilar de las
economías imperiales. Los comerciantes y financieros metropolitanos eran el tercero.
Tales acontecimientos no cambiaron las formas y las características de los países
industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon nuevas ramas e grandes
negocios cuyos destinos corrían paralelos a los de zonas determinadas del planeta. Pero
transformaron el resto del mundo, en la medida que lo convirtieron en un complejo de
territorios coloniales y semi coloniales que progresivamente se convirtieron en
productores especializados de uno o de dos productos básicos para exportarlos al mercado
mundial de cuya fortuna dependían por completo. La función de las colonias y de sus
dependencias no formales era la de complementar las economías de las metrópolis y no la
de competir con ellas.
Las explicaciones económicas sobre el importante creciente de zonas atrasadas de la economía
mundial no explicaban porque los principales estados industriales iniciaron una rápida carrera
para dividir el mundo en colonias y esferas de influencia. Explicaciones anti imperialistas, han
explicado que se debió para eliminar la competencia en tanto que se buscaban inversiones más
favorables y seguras que no sufrieran la competencia del capital extranjero. Otra explicación
general para entender la expansión colonial era la búsqueda de mercados. Tal argumento llega a
tal punto que hace difícil separar los motivos económicos para adquirir territorios coloniales de
la acción política necesaria para conseguirlo, por cuanto el proteccionismo de cualquier tipo no
es otra cosa que la operación de la economía con la ayuda de la política. Además de ello, existía
también un significado simbólico, en tanto que el prestigio se asociaba con el simple hecho de
adquirir una colonia la posesión de territorios se convirtió en un símbolo de status.
En efecto, si las grandes potencias eran estados que tenían colonias, los países pequeños no
tenían derecho a ello. Entorno a ello, se ha tratado de explicar el imperialismo a partir de los
factores estratégicos, es decir, como una consecuencia de la necesidad de defender sus rutas
de posibles amenazas, por ese motivo el interés de querer protagonizar una presencia política
directa hasta incluso un consolidar un gobierno de facto. Pero tales argumentos, no eximen de
un análisis económico del imperialismo, en tanto que subestiman el incentivo económico e
ignoran de lo estratégico, en el sentido económico, como piezas esenciales de sus programas
económicos. Por otra parte, la desintegración de gobiernos locales por la constante penetración
económica conllevo a que las formas gubernamentales europeas se trasladaran allí. En ese
sentido, entonces, no se sostienen aquellos argumentos que separan lo económico de lo político,
en tanto que el capitalismo del 1880 no era el mismo que en el 1860. Las pluralidades de
economías nacionales rivales, que se protegían una de otras, primaban en el escenario
político del continente. Por eso, ambas esferas son imposible escindirse en tanto que son
una sociedad capitalista.
La política democrática tuvo una clara influencia sobre el desarrollo del nuevo
imperialismo. El imperialismo social, es decir, el intento de usar la expansión imperial para
amortiguar el descontento interno a través de mejoras económicas o reformas sociales , o
de otra forma, tuvo una clara injerencia en los modos de reconciliar al movimiento obrero con
el estado. La gloria racial en lugar de reformas costosas fue más beneficiosa para las clases
dirigentes, en ese sentido, el imperialismo estímulo a las masas, y en especial, a los elementos
potenciales descontentos, a identificarse con el estado y a la nación imperial, dando así, de
forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y político representado por
ese estado. El imperialismo ayudaba a crear una cohesión social ideológico mientras
restablecía la legitimidad política, en tanto que las viejas formas ya no subsistían. Aunque
es necesario matizar hasta qué punto el imperialismo revitalizaba el patriotismo, en tanto que
hubo países con fuertes tendencias de izquierda anti imperialistas, anti coloniales y anti
militares. Sin dudas, en algunos países alcanzo una gran popularidad entre las nuevas clases
medias y de trabajadores administrativos, cuya identidad social descansaba en las pretensiones
de ser los vehículos elegidos del patriotismo. Los intentos de institucionalizar un sentimiento de
orgullo por el imperialismo, dependía para conseguir el éxito de la capacidad de movilizar a los
estudiantes.
Más allá de todo, no se puede negar la idea de que la superioridad y el dominio de un mundo
poblado de personas negras tenia arraigo popular, aspecto que beneficio a la política
imperialista. Y no menos importante, ello fue posible a partir de las exposiciones
internacionales de la civilización burguesa que venían a legitimar el predominio de un color
racial sobre otro, como así también la civilización sobre la barbarie. Todo ello, era una
publicidad planificada que adquirió éxito porque llego a la sociedad. El sentimiento de
superioridad era un cemento que cohesionaba a las clases altas, con la media y la baja
pobre, no derivaba únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del
dominador, sino que lo eran.
El imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno nuevo. Era el producto
de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e industriales
rivales que era nueva y que se vio intensificada por las presiones para asegurar y
salvaguardar los mercados en un periodo de incertidumbre económica. Era un periodo en
que las tarifas proteccionistas y la expansión eran las exigencias que planteaban las clases
dirigentes. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica
privada y pública del dejar hacer y dejar pasar, que era también nuevo e implicaba aparición
de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez más intensa del estado
en los asuntos económicos.
¿Cuál fue el impacto de la expansión occidental en el resto del mundo? Fue importante,
pero lo que más se destaca es que resulto desigual, en tanto que las relaciones entre la
metrópoli y sus colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras sobre las segundas
fue decisivo y determinante, mientras las segundas para las primeras no tanto. Con la excepción
del Reino Unido respecto a su relación con las indias orientales, después no eran determinantes
por sus poseedores. En ese sentido, el autor realiza unas conclusiones generales. En primer
lugar, el impulso colonial parece haber sido más fuerte en los países metropolitanos menos
dinámicos desde el punto de vista económico, donde hasta cierto punto constituía una
compensación potencial para su inferioridad económica y política frente a sus rivales. En
segundo lugar, en todos los casos existían grupos económicos concretos que ejercían una
fuerte presión en pro de la expansión colonial, que justifican, naturalmente, por la
perspectiva de los beneficios a la nación. En tercer lugar, mientras que algunos de esos
grupos adquirieron grandes beneficios de esa expansión la mayor parte de las nuevas
colonias atrajeron escasos capitales y sus resultados económicos fueron mediocres. En
resumen, el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad económica
política entre economías nacionales competitivas, rivalidad que estuvo intensificada por el
proteccionismo. Ahora bien, en la medida en que ese comercio metropolitano con las colonias
se incrementó en porcentaje respecto al comercio global, ese proteccionismo tuvo un éxito
relativo.
La era del imperio no fue solo un fenómeno económico y político, sino también cultural. La
conquista del mundo por la minoría desarrollada transformo las imágenes, ideas y
aspiraciones, por la fuerza y por las instituciones mediante el ejemplo y la transformación
social. En los países dependientes, ello apenas afecto a las personas excepto a las elites. Así, el
imperialismo llevo a las elites potenciales del mundo dependiente fue fundamentalmente la
“occidentalización”. Ciertamente, ya había comenzado hacerlo antes desde las revoluciones si
no querían quedarse afuera de la dinámica política. Las elites que se resistían a Occidente
siguieron occidentalizandose, aun cuando se oponían, por razones ideológicas, morales,
religiosas o políticas. La era del imperio, creo una serie de condiciones que determinaron la
aparición de líderes anti imperialistas y, asimismo, las condiciones que dieron resonancia a sus
voces. Pero es un anacronismo y un error afirmar que la característica fundamental de la historia
de los pueblos y regiones sometidos a la dominación es la resistencia a Occidente. Es un
anacronismo porque los movimientos anti imperialistas comenzaron con la primera guerra
mundial y a la revolución rusa, y un error porque interpreta el texto del nacionalismo moderno
en un registro histórico que no podía contener todavía. Fueron las elites occidentalizadas las
primeras en entrar en contacto con esas ideas durante sus visitas a Occidente en tanto que de allí
procedían. Por lo tanto, el legado más importante de la cultura occidental es la educación
para minorías distintas: para los pocos afortunados que llegaron a ser cultos descubrieron el
camino de ser profesor, burócrata o empleado. También se llegaron adoptar la profesión de
médico, militar, policías, etc.
¿Qué quiere decir acerca de la influencia que ejerció el mundo dependiente sobre los
dominadores? El exotismo había sido una consecuencia de la expansión europea desde el
siglo XVI, aunque una serie de observadores filosóficos de la ilustración habían considerado
muchas veces a los países extraños situados más allá de Europa y de los colonizadores europeos
como una especie de barómetro moral de las civilizaciones. La novedad del siglo XIX
consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a los
pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados,
incluso infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o, al menos, para la
conversión a los valores de la única civilización real, la que representan los comerciantes,
los misioneros y los ejércitos de hombres armados. En cierto sentido, los valores de las
sociedades tradicionales no occidentales fueron perdiendo importancia para su
supervivencia.
La densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los otros países
intensifico la confrontación y la mezcla de los mundos occidental y exótico. Esto último se
conformó como algo de lo cotidiano, ya fuera con escritos, novelas, espectáculos o exhibiciones
como las grandes exposiciones universales. Tales muestras eran ideológicas, en tanto que
reforzaban el sentido de superioridad de los civilizado sobre lo primitivo. Eran imperialistas
tan solo porque el vínculo central entro los mundos de lo exótico y de lo cotidiano era la
penetración formal o informal del tercer mundo por parte de los occidentales. Un aspecto
positivo, si se quiere decir, del imperialismo fue el notable interés por otras formas de
espiritualidad presentadas por escritores aficionados, en lo que decanto en una expansión de
religiosidades orientales por occidente. La vanguardia también tuvo su ala imperialista en tanto
que se inspiraban en las culturas primitivas y las trataron de igual a igual.
Un aspecto que debe pasarse por alto del imperialismo es su impacto en las clases
dirigentes y medias de los países metropolitanos. En cierto sentido, éste nuevo fenómeno
dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen como ningún
otro factor podría haberlo hecho. Tales hombres fueron quienes ejercieron el dominio de
forma efectiva. Así después de todo, las personas implicadas en el imperialismo eran
reducidas pero su impacto político e ideológico fue extraordinario y globalizante. Sin
embargo, los problemas y las incertidumbres no quedaron a un lado: las formas de ejercer el
poder con las colonias no era la misma forma que con el pueblo, aspecto que derivó en una
contradicción. Mientras que en los estados prevalecía la apertura democrática, en las colonias
más bien hubo una autocracia basada en la combinación de la coacción física y la sumisión
pasiva a una superioridad tan grande que parecía imposible de desafiar y, por lo tanto, legítima.
HARVEY, David (2008), París, capital de la modernidad, Madrid, Akal, 2008, selección.
El autor relata las transformaciones urbanas que adquirió Paris durante el periodo
napoleónico, el cual persiguió el afán, con tales remodelaciones, visibilizar el poder
imperial, asumiendo el manto de la Roma imperial convirtiéndose en la cabeza y corazón de la
civilización europea. Haussemann era el arquitecto derivado a realizar tales construcciones
reformadoras, maestro organizador de ceremonias, transformo al Hotel de Ville en un
espectáculo permanente con bailes y galas para unos espectadores que celebraban con
aplausos la magnificencia, elegancia y el poder del Imperio.
El carácter permanente de los monumentos que acompañaron a la reconstrucción del tejido
urbano y el diseño de espacios y perspectivas para centrarlos en símbolos significativos, servían
para respaldar la legitimidad del nuevo régimen. La exuberancia de las obras enfatizaba la
intencionalidad y el carácter festivo de la capa con la que el imperio quiso envolverse. Las
Exposiciones Universales contribuyeron a eso. El espectáculo era fundamental para la vida
de la ciudad y la vida urbana en sus aspectos políticos, en cuanto que jugo con el papel
determinante de la legitimidad y el control social. Ello era necesario, porque la mescolanza
de papeles y las fronteras sociales tan difuminadas por el proceso de democratizan eran
una amenaza para el orden social. Y más aún por aquellas tradiciones carnavalescas que
incitaban a la revolución mientras recordaban los sucesos del 1848, por lo que fue imperioso
para el gobierno de Napoleón reemplazar esas tradiciones con el propósito de transformar a
personajes activos en espectadores pasivos. Tales cambios se dieron a partir de imperativas
ordenes, en casos acompañadas de represión activa.
La magnificencia que busco evidenciar el Imperio iba más a allá que la simple belleza y
magnitud urbana, su intención fue inaugurar la modernidad. La creación de espacios que
visibilizaban la opulencia se convirtieron en espacios de peregrinación para fetichismo de la
mercancía. Pero también, eran celebraciones de tecnologías modernas, en tanto que en más de
una ocasión el espectáculo imperial coordinaba con la mercantilización y el mayor poder de la
circulación del capital sobre la vida diaria. Los nuevos bulevares, además de generar empleo,
facilitaban la circulación de mercancías, dinero y gentes. En su conjunto fue un estímulo
para la economía.
Haussmann planifico todo. Los nuevos bulevares crearon sus propias formas de espectáculo,
con el bullicio de la multitud, el transporte y las nuevas superficies pavimentadas para
evitar, con adoquines, el levantamiento de barricadas. La llegada de nuevos almacenes, el
café, hicieron mas porosa la frontera entre el espacio público y el privado. La proliferación
de cabarés, circos, salas de conciertos, teatros y lugares de representación de óperas populares
produjo un frenesí de entretenimiento popular. La transformación de los parques e incluso de
plazas en espacios sociales de recreación realzaba la exhibición pública de la opulencia privada.
La sociabilidad de las masas lanzadas a los bulevares estaba ahora tan controlada por los
imperativos del comercio como por el poder de la policía.
Los almacenes manifestaron de manera elocuente el espectáculo de las mercancías.
Caracterizados por una oferta elevada, necesitaban de una amplia clientela que provenían de
todos los rincones de la ciudad y que encontraba facilitando su movimiento por los bulevares.
Tales escaparates, organizados como señuelos, visibilizaban múltiples mercancías
convirtiéndose en un espectáculo en sí mismas. El objetivo es satisfacer la necesidad de los
consumidores, aspecto que nos deriva a razonar en la sexualidad implicada en las
mercancías. Las mujeres, por lo tanto, adquirieron un papel más importante como compradores
que vendedoras. Eran ellas quienes competían con tanta ferocidad y quien continuamente
tendiendo trampas a sus gangas después de deslumbrarlas con sus exhibiciones. Había
despertado un nuevo deseo en su débil carne, eran una inmensa tentación a la que ellas
inevitablemente se rendían, sucumbiendo en primer lugar a comparar cosas para la casa,
después cayendo seducidas por la coquetería y finalmente consumiendo por puro deseo.
El arte de persuasión empezó con los escaparates que crearon una nueva profesión y empleos
bien remunerados. El papel de los centros de exhibición pública, se fue reafirmando con el
tiempo. Su teatralidad se unía con el mundo que actuaba en el interior de los teatros, cafés y
otros lugares de entretenimiento que surgieron a lo largo de ellos, creando espacios para la
visibilización de riquezas burguesas, del consumo ostentoso y de moda femenina. Se
convirtieron en espacios públicos donde el fetichismo de las mercancías reinaba de manera
absoluta. Las nuevas comunicaciones ferroviarias facilitaron el auge de nuevas formas de ocio.
Llegaron muchos más turistas y visitantes y las excursiones de fin de semana a la costa o al
campo se volvieron extremadamente populares.
La relación simbiótica entre espacios públicos y comerciales y su apropiación privada por
medios del consumo se volvió decisiva. El espectáculo de las mercancías vino a dominar la
división entre la esfera pública y la privada, y de manera eficaz, unifico ambas. Y aunque el
papel de la mujer burguesa se veía de alguna forma realzado por esta progresión desde las
tiendas a los pasajes a los grandes almacenes todavía se las podía explotar aún más, ahora
como consumidoras más que como administradoras del hogar. Para ellas, se convirtió en
una necesidad pasear por los bulevares, ver los escaparates, comparar y mostrar sus
adquisiciones en el espacio público en vez de ponerlas a buen recaudo en casa o en el
tocador. Con la llegada de los descomunales vestidos de crinolina, ellas mismas se
volvieron parte del espectáculo que se alimentaba así mismo y definía los espacios públicos
como lugares de exhibición de mercancías y del comercio, todo ello recubierto por un aura
de deseo e intercambio sexual. Esto, evidentemente, entraba en contradicción con el culto
a la domesticidad burguesa, que buscaba confinar a la mujer en la casa.
En muchos aspectos el mundo privado reflejaba el público, incluso lo invertía. Baudelaire, por
ejemplo, reconocía por completo el poder del espectáculo sobre los estratos interiores del
pensamiento. En determinados estados interiores casi externos, la profundidad del pensamiento
de la vida se muestra revelada casi por completo por el espectáculo, por muy ordinario que sea,
que tenemos delante de los ojos, y que se convierte en el símbolo de ellas. El abaratamiento de
las mercancías por el aumento de la mecanización provoco una ampliación de la
producción, pero también del consumo y una mayor explotación del trabajo. La base de
los consumidores se amplió a las clases medias e incluso a los trabajadores mejores pagos y
solteros. Las antiguas segregaciones continuaron, pero el consumo de masas, respaldado
por la democracia del dinero se multiplico por todas partes, al mismo tiempo que
confundía algunos espacios. La mezcla de clases se producía en los bulevares, jardines
públicos y plazas. Debido a ello, el control de tales espacios se volvió complejo. La frontera
entre mujeres respetables y mujeres de vida fácil exigía una vigilancia estricta y la política
de la vida de la calle era un centro de considerable actividad para la policía. De aquí
surgió un cierto sentido de inseguridad y vulnerabilidad, de ansiedad burguesa e incluso
de anomia que se escondía detrás de la turbulenta mascara del espectáculo y de la
mercantilización en los espacios públicos. Aspecto que se visibiliza en la prosa del poeta Los
ojos de los pobres. El poema resalta la ambigüedad de la propiedad sobre el espacio público, el
café como una frontera porosa, “no es un espacio privado”, en tanto que u publico selecto puede
entrar a través de mecanismos comerciales, sin embargo, es excluyente en tanto que la familia
pobre lo ve como un espectáculo de exclusión. Los ve como parte del espectáculo de la
modernidad.
Con todo, vemos que las subjetividades cambian. El control social de la mercantilización y del
espectáculo se enfrenta a los claros signos de explotación de los pobres para suscitar o bien ira o
culpa. En medio del espectáculo, la sensación de ansiedad e inseguridad de los burgueses es
palpable. Refleja el aumento de nuevas percepciones de las diferencias de clase, basadas en
el consumo y las apariencias más que en las relaciones de producción. Las divisiones de
clase se evidenciaban más que nunca, la máscara más significativa que la realidad porque
la vida diaria reducía las fachas exhibidas en el baile de disfraces o durante el Carnaval.
Ahora las representaciones subjetivas estaban reducidas a una mera cuestión de
mercantilización y espectáculo. Los hombres mismos se convirtieron parte y fueron el
espectáculo. Eran pasivos, porque lo que importaba era las mercancías que llevaba más
que lo que se pudiera significar la política o socialmente. Por esa misma razón, la retirada
de una parte de la burguesía hacia la vida familiar quedo más acentuada, porque era allí y
solamente allí donde la intimidad, la confianza y la autenticidad parecían se posibles. Pero
el precio era un secreto extremo, la soledad y un miedo constante a la exposición; por no hablar
de las violentas presiones sobre la mujer para que se adaptara a estos nuevos requerimientos,
mientras eludía la contradicción entre su papel como portadora de valores mercantiles y su
papel de guardiana de todo lo que había quedado en la intimidad y cariño dentro del hogar
burgués.
Las masas de los trabajadores estuvieron relegados a otros ámbitos de consumo. El café, la
taberna tuvieron un papel institucional, político y social en la vida de la clase trabajadora.
Los trabajadores que frecuentemente cambiaban de alojamiento, a menudo permanecían
en el mismo vecindario y continuaban siendo clientes en los que la solidaridad de clase se
forjaba sobre la base del vecindario. Para las mujeres trabajadoras, las lavanderías que
proliferaron a partir del 1850 también se convirtieron en espacios de interacción social,
intimidad y solidaridad.
¿Cómo diferenciarse de la multitud de compradores que afrontan el creciente desfile de
mercancías de los bulevares? Dentro de la multitud predomina el fetichismo, se crea una
marea creciente de mercancías, sin embargo, al margen se asoman puntos de referencia
que indica la particularidad de la persona
SIMMEL, Georg (1903), La metrópolis y la vida mental. Hay varias ediciones

Edgar Alan Poe (1840), “El hombre de la multitud”, hay varias ediciones;
Baudelaire (selección de textos)

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