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Cuerpo, Juego y Drogadicción.

Por: Néstor Alonso Sánchez Cardozo1

A través la ciudad sonora y miserable,


un lúgubre poeta claudicante e irónico
va mezclando los vinos en concierto sinfónico...
buscando en las botellas la verdad inmutable.

León de Greiff

Quisiera valerme de una aclaración para intentar una diferenciación que nos
permita un encuentro más o menos afortunado con respecto de la reflexión que les
compartiré en adelante. Se trata de explicitar que un concepto difiere,
necesariamente, de su referencia empírica; ello implica decir que por elaborado
que se presente un asunto y por obvio que aparezca en su definición conceptual,
de todos modos no es el asunto en cuestión, hay una especie de tamíz que ubica
al concepto en una dimensión especial del lenguaje, que nos entrega del asunto
tamizado o cernido por las palabras, un material muy distinto del que retomamos
como aquello que se estudia o va a estudiar 2. Cuando decimos, por ejemplo, la
palabra árbol, todos sabemos que no sale un árbol por la boca, pero sí que esta
palabra nos remite a, por lo menos, una experiencia con respecto de aquello que
tal palabra enuncia3. Esa posibilidad que nos brinda el lenguaje la hacemos más o
menos complicada en cada contexto donde la refiramos, puesto que los contextos
son especies de lugares regulados para aceptar o excluir a las personas, los
objetos, las palabras o prácticas que allí sean convocadas 4.
1
2
A propósito de este planteamiento asumimos que se trata de la construcción lingüística que
pretende dar cuenta de las Cosas que están en la dimensión de lo Real y lo hace produciendo
metáforas en otra dimensión, la Simbólica
3
Este es un ejemplo que repetidas ocasiones nos presentó el profesor Rodrigo Navarro Marín de
la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle a quien le aprendí a apreciar estas
reflexiones en un seminario que ofreció con el nombre de Cuerpo y Lenguaje y Teoría del Discurso
en Lacan a estudiantes de diferentes carreras durante los años de 1988 a 1992
4
Dice Michel Foucault, a propósito, que las instituciones (que aquí tienen el sentido de los
contextos) “le han preparado - al discurso - un lugar que le honra pero que le desarma, y que, si

1
Es más, una gracia que puede obtener un punto de vista propuesto para entablar
un diálogo o discusión, consiste en alcanzar la posibilidad de su decodificación.
Ello no quiere decir que se trata de decir simplezas. A cambio consiste en darle un
cierto grado de consistencia a lo que se diga para no hacer una especie de
discurso vacío5 que expresa unas palabras muy aparentes, pero sin desarrollo de
sus contenidos. Tampoco se trata de decir palabras cuyos contenidos, direcciones
y sentidos ¨todo el mundo sabe¨; pues si tratara de ello, no sería necesario hacer
una charla en un evento académico, sino, como se dice comúnmente, “botaríamos
corriente¨ en cualquier otro sitio de nuestras cotidianidades.

Miremos, para ¨entrar en materia¨, los conceptos de Cuerpo, Juego y Droga-


Dicción, el lugar desde donde pretendemos instaurar la reflexión, La Práctica
Pedagógica Escolar y, en lo posible, a los sujetos de la institución escolar: El
Maestro y el Estudiante.

Otra aclaración: Pienso que toda opción práctica o conceptual es elegida por cada
persona con respecto de un referente moral y que este se constituye a partir de su
experiencia corporal.

Una idea del cuerpo que hace tradición en nuestra cultura es la del cuerpo
entendido como organismo. Veamos:

EL ORGANISMO.

Un perro gruñe, nos pasó muy cerca, rozándonos la piel se paró al frente de

consigue algún poder, es de nosotros y únicamente de nosotros de quien lo obtiene.” FOUCAULT,


Michel. El Orden del Discurso. Tusquest Editores, Cuadernos Marginales No. 36. Barcelona, 1973.
Pág. 10-11.
5
Una reflexión mayor sobre los Discursos Vacíos la presenté en un artículo llamado. En: SANCHEZ
C. Néstor A. Los Puntos De Encuentro O La Invención De Modelos Pedagógicos Universitarios.
Revista Ciencias Humanas. Universidad de San Buenaventura Número 14 Santiago de Cali-
Colombia.

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nosotros. Su cola rígida golpeó una de nuestras manos. Sus dientes y lengua
brillan babeantes Nos quedamos quietos, todos los músculos tensos. La vista
capta formas, nos permite saber que va a atacar. El tacto nos anuncia que la cola
erguida es símbolo de sus fuerzas dispuestas al asalto. El vaho caliente nos llega
a las piernas, el calor nos enseña su estado de bravura. Su gruñido es captado
por nuestro oído. El olfato nos indica que la pelea tiene que ser por comida, pues
huele a grasa y en efecto, acabamos de pisar un hueso. Tragamos saliva, es
amarga.

Todos los sentidos los hemos dispuesto para captar una agresión, quedamos lo
más inmóviles que podemos. La información captada de afuera recorre en
milésimas de segundo por nuestras vías nerviosas hasta que llegan al cerebro
(Sistema nervioso central ), desde aquí se envían mensajes al resto del sistema
nervioso. Ello obligó nuestra rigidez. El hipotálamo hace lo suyo y distribuye
mensajes a unas glándulas que comienzan a segregar líquidos.

El perro insiste en olfatearnos. Nuestro corazón palpita más acelerado; quiere


decir que la sangre aumenta su velocidad de recorrido; nuestra respiración se
acelera también. Al captar mayor cantidad de oxígeno, se gana algo de
tranquilidad. El sudor que emana de nuestro cuerpo es distinto, nos lo hace saber
el perro que se retira un poco. Esto nos equilibra un tanto hasta que oímos
nuevamente su latido.

Según parece muchas cosas pasan en nuestro interior. El olor grasoso nos hace
segregar un líquido que se hace sentir en la saliva que tragamos, parece que tal
labor la hizo nuestro hígado y afectó directamente el sistema digestivo. Además
los nervios nos impusieron un mayor desbloqueo a nuestro esfínter uretral: hemos
orinado un poco. El perro vuelve a latir, no podemos contenernos, se nos escapa
una ventosidad.

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Nos disponemos a solucionar el impasse y lentamente nos desplazamos hacia
atrás mientras decimos balbucientemente y con timidez ¨perrito, perrito¨ mientras
levantamos una mano cuyos dedos castañean: ES EL ORGANISMO.

LO HUMANO: EL LENGUAJE.

Un perro gruñe. Su cara nos muestra que sus ojos se preñan de furia, los dientes
pelan su desnudez y anteponen a nuestra mirada una decisión del instinto: Matar.
Sus colmillos son la prueba que invita conocer las armas con las que habrá de
vérselas el enemigo. Un paso hacia adelante significa aceptar el duelo, violar el
límite. Una frontera que de verse invadida reclamará la violencia.

Es un perro y la conservación instintiva argumenta; aquí no hay razones, se


presenta el diálogo del saber insabido; aquel que se decide de igual modo que el
último, en el primer perro, en cualquier lugar y bajo el manto de cualquiera de los
tiempos. No se manifiestan las diferencias, a los animales ese asunto no les
importa, la mueca es igual en todas las ocasiones. Es un perro, lo mismo
podríamos reclamarle a cualquier animal. El perro nos confirma su condición de
bestia, nos recuerda que pertenece a esa inmensa mayoría de seres que jamás
reclamarán por el orden vigente. Su orden es el mismo, intemporal, sin topos. Su
reclamo nos enseña su estado de dominio, su sometimiento ante la naturaleza. No
hay otra ley, ésta es única e inamovible; al menos que otros seres, aquellos que
escapan a la ley natural le establezcan modificaciones -Claro está que a estas
alturas puede caber una suspicacia: ¿Cuál o cuáles son las leyes naturales?-.

Mientras tanto, mientras no hayan este tipo de intervenciones humanas, son


presentadas las formas para el ataque o la defensa: La cola ponzoñosa que se
encrespa, el pelo que se eriza, el color que muta, el alisamiento que se arruga. El
gruñido es bestial, así mismo el berrido y los sucesos que le son consecuentes: El

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mordisco, el desgarramiento, el almizcle, el orín que es lanzado.

En el humano es distinto y entre animal y humano hay un eslabón, un peldaño que


une y separa, que sutura y rompe.

Un lugar. Aquel donde se unen la vida y la muerte, pero no se opta. Es un sitio


donde se comunica aquello que no dice. Es el lugar del grito. El grito es un acto
eslabona, sólo ocurre en el eslabón. Hay animales que al gritar nos parece que ya
van a hablar, hay gritos humanos que nos impresionan por parecer de animales.
El grito se produce en el lugar en donde se estrechan una garra y una mano, un
gruñido y una palabra, una huella y una letra. Es el lugar ombligo. Si el ombligo es
la marca del encuentro y la despedida animal-humana, el grito es su voz.

Del eslabón se asciende o se desciende, no sabemos; pero lo que sigue es animal


o es humano; lo que sigue pertenece a uno de esos dos lugares. El animal es el
del gruñido, el del berrido, el alarido, el orín; es el lugar de lo in-mundo. El otro
lugar es el humano. En este se sabe de la vida y la muerte. Aquí se sufre, el dolor
existe, es distinto, es d-instinto, es libido: Esa fuerza, esa energía, ese flujo-
quietud de la muerte que se incorpora a todos los humanos.

Como la muerte es sabida y no se puede retener, en su realidad, queda su


semblante, nace el símbolo: El gesto, la palabra, la letra. Nace el ser humano,
nace el lenguaje, el cuerpo de los sujetos. La lengua de cada uno queda agarrada
de una gran lengua: El lenguaje; que es como decir que la palabra de cada uno
queda agarrada de una gran palabra que es de todos, que es pública, es la gran
palabra o como dicen los niños la “palabra grandota”, de aquí que tal como nos lo
enseña Borges podamos decir que en un gesto están todos los gestos, en una
palabra todas las palabras, en una letra todas las letras.

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Queda, pues, agarrada la lengua de la cultura y esa marca del ombligo señala el
vínculo existente entre el humano y la bestia; pero es un lugar vacío, la marca de
un sin-cuerpo que requiere ser llenada de símbolos, de cuerpo, de las huellas de
los muertos: Aquellos abuelos de la horda primitiva que una vez murieron para
dejarnos un aliento, su recuerdo, su voz. Con esta voz, con estos símbolos
hacemos la como-unión, nos dejamos envolver en la fantasía de la unidad: “
Somos el género humano ! ”, “Nos como-unicamos! ”, “Nos volvemos como-
unidad! ”.

Estos símbolos son cicatrices de la falta que nos acontece, aquella que nos obliga
reconocer que estamos incompletos, que la comunión, la comunidad, la
comunicación son ilusiones, unas ilusiones necesarias; pues nos permiten
reencontrarnos con los símbolos de nuestros muertos, con sus leyes: Hacer el
lenguaje, construir el cuerpo; de aquí que la letra, el gesto, la palabra sean los
encuentros de los humanos aquellos que murieron y los humanos aquellos que
nacen para recrear sus símbolos, para rehacerlos; pues en los símbolos hay una
seña, una marca que nos dice que en ellos no están los abuelos totalmente, si no
algo de ellos, lo otro falta, habrá que hacerlo, crearlo. Esa falta es ese espacio que
se abre para dar cabida a los nuevos símbolos: A las nuevas palabras, a los
nuevos gestos, a las letras nuevas. Es el espacio que se abre para que no sólo
caigamos en la ilusión de comunicarnos, si no que nos obliga a luchar en esa
ilusión con y contra la vida y la muerte. Nos obliga a tratar de comunicarnos para
que establezcamos vínculos, para que tratemos de interpretarnos, para que
armemos textos, discursos: El cuerpo de los sujetos, el de cada uno; el cuerpo
social, el de todos. Si bien la mueca, el gruñido y la huella son animales; el gesto,
la palabra y la letra son humanos; pues con los últimos establecemos vínculo,
hacemos grupo y nos agarramos al mismo; quedamos sujetos del grupo.

Somos sujetos y somos grupo porque unos símbolos nos muestran que estamos
faltos de algo. Estamos castrados, nos falta una parte que no se llenará nunca;

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pero que nos invita a desear llenarla.

Claro está que los gestos, las letras y las palabras son distintas entre sí y además
son diferentes para cada sujeto quien las interpreta como aquel que des-entraña;
pero también hay algo que hace que cada uno gane sentido para los demás; ese
algo es lo que nos mantiene sometidos a la ilusión de la unidad. La palabra
verbalizada tiene una cualidad distinta a la palabra escrita, a la letra. La una es
sonido, es voz, la otra es huella, ambas son humanas. El gesto es mueca que
comunica. La palabra y la letra expresan como hacia afuera, dan la impresión de
salirse del cuerpo; el gesto no, el gesto vive con la carne, es pegado al sujeto que
lo expresa, es ligado al lugar donde se produce su impresión. Aunque las técnicas
del cine y el video traten, es muy difícil despojar al gesto del gestor. En cambio en
la letra y en la palabra la tecnología ha podido ilusionar ese despojo, ese
arrancamiento.

De lo anterior no se puede deducir que letra, palabra o gesto son mejor o peor una
que otra, pero en todas el mandato de los abuelos se cumple: Tratamos de hacer
comunión, comunidad, comunicación. En últimas, tratamos de hacer en el
encuentro con nuestros muertos, una fiesta, un ritual, quizá el más sagrado para
los humanos: EL AMOR. Ya otros lo han dicho, “El amor es hablado”, puesto que
nos consta habremos de decirlo, “El amor se hace con la lengua”: Un gesto, una
palabra, una letra: Un beso, una canción, un poema.

EXPRESAR O DEL CUERPO.

Expresar, ex-presión. Algo bajo presión ya no lo está. Algo preso ya no lo es.


Podríamos pensar que la acción de expresar hace referencia al acto de quitar
presiones o liberar presos o ambas. Claro que la acción de expresar connota más
argumentos.

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Buscamos en los símbolos de otros muertos. Un diccionario nos refiere tres
acepciones: 1. Manifestar con palabras lo que uno piensa o siente. 2.Dar indicio o
prueba, con las acciones, de su disposición de ánimo. 3.Manifestar el artista con
viveza y exactitud los efectos propios del caso.

Lo que se expresa está como encerrado y su liberación se hace con signos o


palabras. De aquí podríamos deducir que la palabra o el signo son el acto
libertario de algo que oprime a quien hasta ese momento no había enunciado o
tratado de enunciar aquella cosa que le oprimía. El problema sería establecer,
¿preso en donde, de qué cosa?. No sabemos y el no saber nos remite a una idea
apasionante y tenebrosa: La oscuridad, la ceguera. No tener la verdad. Esta
presión, tal oscuridad se libera con las palabras o los signos, que también pueden
ser gestos, como si se tratara de rayos que alientan con su luz. Algo ilumina; pero
expresar también se refiere a lo que hace el artista.

Podríamos decir que, en tanto el lenguaje del arte tiene el carácter de universal, lo
que se ilumina es esa ceguera universal, esa oscuridad universal que aprisiona al
género humano.

Tenemos, pues, que la expresión es el acto humano que intenta liberar de la


oscuridad del no saber al ser humano para tratar de establecer las verdades. En
este sentido o sentidos los signos, las palabras, los gestos son el mundo que se
inventa la humanidad como una verdad. El mundo es lo expresado. Aquello que no
se expresa no está en el mundo, constriñe, presiona, mantiene preso al ser
humano porque éste está en el mundo y la cosa fuera del mundo, está en lo in-
mundo. Si tenemos en cuenta que, lo dice el lenguaje popular, “cada cabeza es un
mundo”, su mundo es lo que expresa esa cabeza, ese cuerpo.

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El cuerpo es lo expresado. De aquí que sea necesario el camino de la expresión
para hacer un cuerpo, un mundo:!HABLAR! y como se trata del cuerpo humano,
del mundo de los seres humanos, entonces la noción de lo artístico nos
compromete; pues habremos de recurrir a universalizar ese lenguaje, ese cuerpo,
esa expresión de cada uno y esta pretensión nos demanda de la estética, que es
la belleza de lo expresado.

En síntesis, hacer un cuerpo bello, un mundo bello es la urgencia del ser humano
para que no perdamos la individualidad y para que establezcamos vínculos
universales; esto es, con el resto de la humanidad. Habrá quien nos reclame que
el arte es por excelencia crítico; compartimos la idea, lo que pasa es que en la
búsqueda de la belleza, el mundo creado como verdad queda en cuestión, puesto
que lo bello es relativo al contexto histórico y cultural, no es total.

El cuerpo no se termina de construir, como la libertad no se alcanza, como el amor


no se logra. Todos son procesos que ganan el sentido de la existencia en tanto
son una búsqueda y no un fin.

EL JUEGO.

Decir que la materialidad humana es lingüística implica asumir que esa enorme
montaña de lenguas y palabras existentes, es su materialidad. Es, con todo lo que
ello implica de grato y/o repulsivo, mi o tu cuerpo. El cuerpo de la humanidad es
un complejo lingüístico, como aquella referencia del complejo comercial; pero en
donde a cambio de almacenes de ropa, entre otros se encuentra una diversidad
de almacenamientos lingüales, cada uno con sus “productos” propios. Ordenados
según lo impone una lengua mayor y como ocurre con todo ordenamiento, con
tensiones en muchos de sus lugares, dado ese imperativo que pulsa a pelear con
el padre, con la ley. Una especie de venganza primigenia que intenta decir que

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aun no se conforma con la separación del seno materno. Una venganza
inconsciente que llama abrazadoramente a desobedecer, a sacarle la lengua
propia a la gran lengua de otro; a decir lo que no se debe decir, a decir una verdad
distinta de la dicha, a sub-vertir; esto es, a jugar.

Juego es acción. Acción en el lugar aquel en donde la ley o la institución no


pueden someter. La ley de esa gran lengua ordenada, que dice, tal como lo dicta
el dicho popular “cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa”, la ley ordena
cada objeto y cada sujeto en su lugar y un lugar para cada objeto o sujeto.

El juego se realiza en el lugar donde la ley se queda corta. En donde el poder


expresa su fracaso. El juego es posible en el lugar donde se resquebraja la ley. En
su cisura, su vacío, su hueco o escansión. El juego es la acción del pensamiento y
el sentimiento hechos palabras nuevas, invención: POESÍA.

En el juego del parqués, por ejemplo, no se juega cuando se mueve una ficha o
cuando otra es ¨enviada a la cárcel¨ o cuando es ¨soplada¨ la ficha del compañero,
no. El juego empieza cuando las reglas del parqués se violan; cuando se hace
trampa; cuando se sub-vierte el orden del parqués.

Se juega al decir verdades nuevas, al poner en cuestión las vigentes, al volar-


escapar de la coerción de la ley y quedarse allí desfachatadamente. Jugar
consiste en inventar, en crear palabras, acciones nuevas y como las palabras son
la materialización de pensamiento y sentimiento; entonces jugar es la
materialización de los discursos nuevos, de los cuerpos nuevos, del mundo nuevo.

El juego existe en la verdad, en aquel lugar en donde a esta le cabe una duda.
Jugar es interrogar, poner en cuestión y ello propone riesgos. Una acción de juego
que no implique riesgos, no busca romper, obedece. El riesgo es la fuerza que
impulsa al juego . Arriesgar es plantarse frente a la ley, conocerla en su poder,

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incluso cumplirla y cumplida ya, entonces jugar; esto es, violarla.

Jugar es asumir el desacato de frente porque al mismo tenor se acata. Jugar es


cambiar y cambiar implica movimiento.

DROGA Y DROGA-DICCION.

Dos acepciones encontramos acerca de la droga. Una que refiere al


estupefaciente (Entre otras, esta palabra, desde el punto de vista etimológico,
moraliza negativamente el efecto de la droga en tanto la remite a aquello que hace
estúpido.), al producto químico que altera los procesos orgánicos comunes,
desorganiza al embriagar al cuerpo orgánico. Y la otra acepción es aquella que
nos dice que la droga es todo aquello que obliga a una persona a perder sus
potencialidades autónomas.

Sobre la primera acepción la moral juzga negativamente el consumo de la droga


en tanto que “hace daño”. El asunto es que este daño recae como juicio negativo
sobre quien consuma la droga por no considerar las prescripciones que sobre tal
moral dominan: Lo que dicen los médicos, los psicólogos, los maestros; en fin, las
diversas policías. Y recae negativamente sobre quien consuma droga puesto que
lo hacen sujeto excluido, recriminado, perseguido. Moral que se valida
dominantemente en la medida de imponer localmente las irresponsabilidades que
se han construido social e históricamente; puesto que es más fácil decir que un
muchacho o muchacha es drogadicto y por ello excluible, a entender que ese
escape o vuelo que asume el muchacho o muchacha, es aquel escape o vuelo
que, quienes no consumen y juzgan esa droga, no son capaces de hacer.

Y no son capaces de hacer porque están caídos en la otra acepción de la droga;

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es decir, porque están drogados en la incapacidad de ser autónomos con respecto
de las correspondencias entre lo que desean: escapar o volarse del trabajo, de la
oficina, de las responsabilidades que se les impone y a cambio meten la cabeza
en un hueco mientras pasan treinta años o más esperando una jubilación que por
fin les permita ser libres y volar a Europa o a un pueblito que siempre fué soñado.
O, por lo menos, volarse de esa oficina o fábrica tediosa que lo empleó en un
oficio que nunca quiso.

Es importante poner en evidencia estas dos acepciones de la droga para tratar de


explicitar que el vuelo, tanto en unos como en otros siempre es deseado (Es cierto
que hay también muchas personas que nunca tienen problema alguno en la vida y
por lo tanto nunca quieren volar-escapar o embriagarse para ver al mundo distinto.
”A estas personas, sentadas en una silla mecedora, a los sesenta años o más les
llegará una muerte que los matará de un ataque de chorro de babas” Decía el
maestro Estanislao Zuleta).

El juego es una búsqueda, una práctica de escape o vuelo de la realidad; lo que


pasa es que a unos jugadores se les ha visto mal y a otros bien. Pienso que no es
necesario ampliar las explicaciones para deducir que los “malos” a quienes se
denomina “drogadictos” en tanto cuestionan, jugándose su vida, esa vida triste y
drogada que se les ofrece, de otro modo, son quienes no le encuentran sentido a
la escuela, al trabajo y por lo tanto a la producción. En cambio quienes producen,
así no expresen lo que desean, así no hablen, así no piensen, así mantengan
drogados en el consumo más vulgar de cosas y prácticas, son los “buenos”.

Unos escapan a través del “estupefaciente” químico y se meten en cualquier


dificultad. Los otros escapan de su autonomía y meten la cabeza en un hueco.
Tanto unos como otros derrumban sus posibilidades de vínculo en la medida de no
asumir la dificultad de la diferencia para decirse lo que piensan acerca de la vida.
En este sentido vamos imitando a pasos gigantes el loco ejemplo de los paises

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“desarrollados” en donde “todo sigue progresando”, menos las relaciones entre las
personas, que cada vez dependen más de ambas formas de las drogas. Alienados
en sus autonomías y bajo los efectos de mil productos de la industria química y no
química, legal o ilegal.

Nuestro problema consiste en buscar vínculos: ¿Cómo hacer posibles lugares


donde sea confiable el acercamiento sin prejuzgar las formas como cada uno se
juega la vida? ¿Cómo encontrarnos cuerpo a cuerpo, es decir hablando, siendo
que hablamos tan distinto?

Una solución que hoy campea en la escuela es, además de la severa exclusión, la
fórmula general. El tratamiento igualador. Como si todos pensáramos o tuviéramos
que pensar igual. Ese es un problema mayor; pues a cambio de apuntar hacia
alguna solución, se excluye con mayores sutilezas, las cuales se amparan en
excesos de normatividad. La invención de normas, reglamentos estudiantiles o de
comunidad escolar, de manuales de convivencia, son su síntoma.

Estanislao Zuleta decía “por ahí aparece una propaganda ahora es una especie de
derecho que aparece también en los currículo algo que dice: “No consuma droga”
pero el resto de propagandas, de películas, de novelas y de recreos dicen
“Consuma, consuma...” y, “claro, eso es lo que se aprende. Qué mejor que una
sociedad bien drogada para huirle a los conflictos o para no responder ante
estos...Todos sedados, drogados”. Parece que eso es lo que se quiere. Lo que
pasa es que tendemos a negar lo que queremos. De algun modo lo que queremos
nos horroriza.

Sí, respecto de las ideas que se tienen de la droga hay un problema grave y es
que de las diferentes opciones que se tienen acerca de ésta unas son moralizadas
negativamente respecto de otras y las segundas sobrevaloradas. Algo asi como

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“Ustedes los drogadictos de allí son malos y nosotros los drogadictos de acá
somos buenos”; pero la realidad es que ambos son drogadictos, unos
drogadictos alienados, perdidos de la autonomía del pensamiento, sin capacidad
de asumir lo que es necesario pensar. Cuando uno piensa lo que hace, pone en
cuestión lo que existe y al poner en cuestión lo que existe, quiere cambiar, quiere
subvertir, quiere poner la verdad en un lugar sub (subvertir). Por decir de un modo,
quiere emborrachar esa realidad, ponerle una ruptura, trazarle un punto de fuga.

En la práctica pedagógica es dominante la propuesta existente con respecto de los


maestros, que los ubica en un lugar para que no les interese lo más mínimo, para
que no sientan lo más mínimo, para que no halla afecto. Los maestros, por
ejemplo, están tratando ahora de hacer los P.E.I. (Proyectos Educativos
Institucionales) La ley les dice que hay que hacer el P.E.I. y si no lo hacen “los
echan”. Se apuntan en las listas de las reuniones “para hacerlo”, esas son
prácticas que los mismos maestros legitimamos. Nosotros en esa drogadicción
nuestra nos ocultamos, no la queremos ver y señalamos e incluso la proponemos
en los P.E.I. para los drogadictos de allá. Al no pensarnos nosotros es muy difícil
hacer una educación diferente, esa es la idea.

Subrayo mi pesimismo. No creo que en la escuela colombiana existente se


puedan hacer transformaciones si es ese modelo de escuela. No creo que los
maestros puedan pensarse distinto si el modelo es el del maestro existente. Si las
formas como nos acercamos al saber y al conocimiento formalizado las hacemos
del mismo modo. Hay muchos interrogantes al respecto y lo muestran las historias
de la práctica pedagógica en Colombia. Preguntas tales como: ¿de donde salen
las ideas que dicen que es necesario formar en matemáticas, que hay que formar
en ciencias, que hay que formar en sociales? ¿Por qué es obligatorio hacer
currículo?

Nos podemos preguntar a modo de ejemplo: ¿qué es lo que hacían los pitagóricos

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que sólo desde las matemáticas se formaron, qué es lo que hicieron otros, en la
misma Grecia Antigua, que sólo en los gimnos se formaron, cómo fue posible que
otros se formaron en la polis, en la ciudad, en la plaza pública, hablando?. Allá se
formaron. No se habló de matemáticas por un lado, ciencias sociales por otro,
educación física en otro lugar...no. Ellos se formaron y nunca hablaron de
formación integral, ni otras palabras pedantes.

Pensar una institución educativa es pensar que la existente ha agotado sus


condiciones de posibilidad. Una escuela distinta es una escuela donde el
pensamiento es posible. Esta escuela distinta no es escolarización del tiempo y los
espacios, de las personas en los espacios y en los tiempos con relación a un tipo
de conocimiento reducido y estrangulador de las ciencias, las artes, las filosofías,
las técnicas y hasta de las religiones.

La escuela es escuela de pensamiento. Ejemplifiquemos asi: Fulano de tal va a


hacer una escuela, ésta es la escuela de lo que él piensa con respecto de lo que
hereda del pensamiento que hay en la cultura. Si a un maestro, licenciado,
profesor de colegio o escuela, se le dice: “He aquí diez estudiantes, fórmelos
como bachilleres (supongamos que formar bachilleres sea el asunto) ¿cree que
puede formarlos con idoneidad en un lapso de seis años?” Esa propuesta sería
importante para el maestro. Pienso que si a los maestros se les permitieran
responsabilidades de este tipo, sería posible hacer escuelas distintas; pero “soltar”
responsabilidades asi implicaría también acabar con un negocio el cual, todos
sabemos, elabora “productos” de muy mala calidad; aunque produce mucha plata.

A los maestros nos queda muy fácil escondernos detrás del currículo y decir “es
que yo soy profesor de sociales y hago las cosas bien...pero los demás no...” y
salen las preguntas acostumbradas ¨¿Cómo hacer para que los demás...? ¿Cómo
hacer para que el otro...? ... Traigo a cuento una cita que repito de Krisnamurti. Un
estudiante le pregunta: “¿Maestro, cambiar al mundo, cambiar la sociedad,

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cambiar a los demás? Si el mundo, la sociedad y los demás no entienden, son
torpes, perezosos, no quieren cambiar” y Krisnamurti le responde: “Cambiar al
mundo, cambiar la sociedad, cambiar a los demás, si el mundo la sociedad y los
demás son torpes, perezosos, no quieren cambiar. No cambie el mundo, ni a la
sociedad, ni cambie a los demás. ¿No ve que mientras espera que cambie el
mundo, la sociedad y los demás, usted se vuelve torpe, perezoso y no quiere
cambiar? Entonces, el asunto es de cada uno.

Retomemos el hilo en torno al asunto que estamos considerando. Pienso que la


incertidumbre es mucha, que no hay soluciones generales, que cada caso es
particular y que a los maestros nos corresponde en primera instancia reconocer
nuestras filiaciones drogadictas para hablar como iguales en la diferencia; pero no
como mejores o peores que los estudiantes. Quizá así sea posible comenzar a
hablar, a decir, a desalienar la dicción, permitir el trámite de la dicción.

Es necesario buscar o inventar espacios para hablar, el P.E.I. quizá sea una
posibilidad. ¿Qué tal que cada maestro haga el P.E.I. de su propia escuela a
cambio de “participar” en la construcción del P.E.I de una institución que lo
considera como un empleado, simplemente? De todos modos generar espacios
distintos a la escuela existente es una tarea que nos compromete a todos aquellos
que aceptamos nuestra conflictividad. No se trata de una práctica para inventar
otra “terapia para drogadictos”. Se trata de abrir espacios para el encuentro entre
las personas y no sólo desde los lugares de funcionarios de alguna institución,
sean estas la escuela o la familia. Espacios para las personas, para el encuentro
entre las personas, son espacios en donde lo posible es hablar aquello que se
piensa, se siente y muchas veces se hace. Aquello que disfrutamos de la vida, de
las demás personas, de la naturaleza, de las riquezas inventadas. También
aquello que no disfrutamos, lo que entendemos y lo que no entendemos, incluso lo
más enigmático, la muerte.

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Son lugares en donde podemos expresar nuestras alegrías y sufrimientos; en
donde hacemos evidentes las paradojas humanas; por ejemplo aquella
consistente en definir al ser humano como ser social, como ser de la lengua, en
tanto establece vínculo hablado y al mismo tenor, ser de la soledad. Un ser que
habla como quien le grita al mundo ! yo existo ! y cae en cuenta repetidamente, a
cada grito, que todo aquello que dijo, si mucho fue entendido a medias. O aquella
otra paradoja que nos pone en evidencia nuestro ser en la lingüisticidad y a la vez
nos demuestra nuestras limitaciones enormes para hablar con otro u otros. O una
tercera que nos enseña nuestro deseo solidario con aquel que “nos parece que
esta muy mal” y al “ayudarlo”, al intentar hacerlo, lo único que producimos como
propuesta, es otro modo de excluirlo o señalarlo que le empeora su situación y
defraudamos más nuestro sentimiento con respecto de nuestra inteligencia y sus
consecuentes acciones. XXXXXXXXXXXXXXX

Se trata de la construcción de lugares en donde sea posible decir y se está


dispuesto a oír, a aprehender el decir. Ello no deduce que podamos decir lo que
queremos; pues no todo lo que se quiere decir se puede decir y no sólo por
moral; si no porque es imposible, dadas nuestras condiciones de seres, menos
mal, limitados. Tampoco implica que se trata de lugares en donde podremos
aprehender todo lo que el otro nos dijo, la misma limitación nos impide la
realización de tal deseo. Lo que si es cierto, con respecto de nuestra búsqueda de
la felicidad, es que muy posiblemente nuestras sensaciones en relación con los
demás, serán en cada ocasión menos tachadoras del otro. Es lo máximo que se
puede esperar; pues el asunto entre nosotros es muy problemático, de lo cual es
necesario subrayar que no se trata de “lo conflictivos que son estos muchachos o
aquellos viejos o aquellas señoras y tales niñitas“. ! Todos lo somos !.

Es más, no es posible trazar un optimismo respecto de los demás. Esa es una


idea que nos afecta mucho. No podemos cambiar a los demás. Incidimos muy
fugaz y parcialmente y con efectos muy diferentes en cada relación. Aquello que

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nos hace amables, susceptibles para el amor con una persona, no se universaliza
para los demás.

Los lugares a los que nos referimos no son lugares al modo de los confesionarios
para pecadores o los banquillos de acusados o los púlpitos donde dan testimonios
los exdrogadictos o los tableros donde los estudiantes recitan la lección para
demostrarle al profesor que saben tanto como él, no. No son lugares tan
optimistas como para redimir, salvar, perdonar, liberar, formar. Son lugares
pesimistas, sitios en donde nadie va a cambiar a nadie, no sólo porque así se lo
proponga; si no porque no se puede cambiar a otro. Esa es una idea que es
menester insistirnos entre aquellos quienes nos ubicamos en el lugar de los
maestros. No cambiamos a otro, en el sentido de no trans-formamos a otro, o
mejor: No conviene trans-formar a otro. Conviene a cambio formarnos a sí mismos
y ello es de suyo muy difícil.

DE LA FORMACIÓN.

Para explicarme la idea de la formación he llegado a la conclusión siguiente.


Demos por ejemplo aquel acto que uno de nosotros pretende hacer con otro,
formarlo, y para tal efecto no le apuntamos a ese otro; si no que nos apuntamos a
sí mismos, tal cual lo hace el suicida que se apunta con el revolver en la sien, al
disparar, el suicida cambia; estando vivo, después del disparo, muere o queda
herido. Así es para la formación, si uno se apunta a sí mismo, promueve la
formación propia, y como el suicida posiblemente altere la experiencia de la vida
en otros, pero no necesariamente. Una formación seria es aquella que vela por la
formación de sí, por la interrogación a todo aquello que le define sus
pensamientos, sentimientos y actos; una crítica constante. Y crítica no para que
otro sea tal como queremos que sea. Una crítica para tratar de cambiar nuestra
postura, nuestro lugar y todo aquello que hacemos o no hacemos en tal sitio. Una
crítica que no busca cambiar a los muchachos o muchachas, si no nuestras

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relaciones con ellos o ellas. Que no pretenda cambiar, tampoco, a un sujeto de un
grupo étnico o de un grupo etáreo, en fin. Quien debe asumir transformaciones es
uno mismo y ello es muy complicado. Demos, por ejemplo, el caso de aquel señor
que se preocupa por la fidelidad de su mujer y la cela, le pone obstáculos, le
pelea, le restringe sus espacios y acciones. Este señor lo que puede asegurar es,
en el mejor de los casos, que la mujer se le separe; pues lo que no ha asumido es
una crítica al modo como él es compañero o no ha entendido que no tenemos que
estar amarrados perenne y obligatoriamente con nadie. Si él asume con sensatez
el asunto, se criticará y actuará sobre sus modos de relación, cambia o no su lugar
de compañero, se separa o sigue, en fin.

La idea es que no deja de ser un facilismo cuidar la fidelidad ajena, cuando es tan
problemático, tanto para hombres, como para mujeres, aceptar esa idea de la
fidelidad consistente y reducida a lo que puede ocurrir en las relaciones coitales.

A Cambio de “cuidar a otros” se trata de un cuidado de sí y consecuentemente de


nuestras relaciones con los demás, con la naturaleza, con la cultura. De aquí que
consideremos la formación como aquel proceso mediante el cual se forman las
autonomías individuales. La formación de los niños y jóvenes exige cada vez más
apuntar a la autonomía, no porque se “dé” autonomía, eso lo recitan todos los
P.E.I., todos los curriculum, todos los programas y todos los manuales escolares
inventados en la historia de la práctica pedagógica colombiana.

Una formación séria para los niños y jóvenes es una formación que niños y
jóvenes resuelven autónomamente; porque ven la autonomía del maestro frente al
curriculum, frente al P.E.I., frente al rector, frente al director o coordinador de la
escuela o colegio; frente a los conocimientos, frente a las ignorancias, frente a la
vida, y en la vida, frente a aquello que se le presenta como su droga . La
autonomía no es otro curso, es una práctica que se hace en medio de la dificultad,
la crítica y las diferencias.

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En síntesis, la formación de los maestros es la que hacemos, nos encargamos de
hacer, aquellas personas que nos ubicamos en el lugar de los maestros y la de
los estudiantes, la que hacen, se encargan de hacer, aquellas personas que se
ubican en el lugar de los estudiantes. Y lo digo no para que alguno de ustedes
cambie algo. No tengo optimismos al respecto, ni propósitos, ni objetivos; lo que sí
me ocurre es que al decirlo siento que en algo me cuestiono, que algo cambia en
mí y que ustedes me lo han posibilitado al concederme su tiempo y paciencia.

1o de Abril de 1998.

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