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DE RECAUDAR FONDOS
HENRI J. M. NOUWEN
Cuánto más contacto tenemos con el amor íntimo de Dios que nos crea, nos sostiene y
nos guía, más reconocemos la multitud de frutos que surgen a partir de ese amor.
CONTENIDOS
Prefacio
Agradecimientos
Los ricos
Pedir
Oración y gratitud
Venga tu Reino
A pesar de que sabíamos que el editor de la revista Weavings, John Mogabgab, tenía una
agenda muy apretada, le llamamos convencidos del potencial del artículo y, con
confianza, le pedimos que donase su tiempo, talento y el don de la edición crítica para
este trabajo. Respondió gustoso que “sí”.
John comenzó el trabajo editorial y, a su vez, invitó a sus socios del ministerio
Upper Room a que organizasen el proceso de producción. Nos informó alegremente que
no solo se habían sentido honrados por poder compartir nuestra visión, sino que querían
hacerlo de manera gratuita.
Finalmente, seguros del sentido de nuestra misión, contactamos con varios
donantes que habían acordado financiar la impresión y la distribución de este libro. ¡Este
libro gratuito es el producto de una gratitud pura!
De muchas maneras, Henri era un hombre rico y generoso con los recursos y la
transparencia para dar. También necesitó fondos para apoyar muchas de las cuestiones
que le apasionaban. Por tanto, experimentó la recaudación de fondos desde ambas
posturas y su visión surgió a partir de la experiencia de que le pidieran donar dinero y de
que él pidiera a otros que apoyasen sus distintos ministerios. Entonces, con el tiempo, su
visión se extendió más allá de lo personal hasta lo universal.
Como muchos de nosotros, la visión de Henri comenzó con la noción de recaudar
fondos “como una actividad necesaria para apoyar las cosas espirituales, pero
desagradable”. Sin embargo, su pasión por el ministerio y por vivir con una motivación
espiritual le llevó más lejos y a un nivel más profundo hasta que pudo decir con
convicción que “Recaudar fondos es ante todo una forma de ministerio”.
En esta breve charla, Henri habla con entusiasmo y pasión sobre el Reino de Dios.
Ofrece a todos aquellos motivados por el Espíritu de Dios unas lentes nuevas para ver y
vivir el ministerio de recaudar fondos como una parte integral de su misión: “¡Recaudar
fondos es tan espiritual como predicar un sermón, dedicar tiempo a la oración, visitar a
los enfermos o dar de comer a los hambrientos!”
John S. Mogabgab
Ministerios Upper Room
Empéñense en seguir el amor.
(1 Corintios 14:1)
Recaudar fondos es un tema que pocas veces consideramos desde una perspectiva
espiritual. Quizás creamos que recaudar fondos es una actividad necesaria para apoyar
las cosas espirituales, pero desagradable. O puede que creamos que recaudar fondos es el
reflejo de que no hemos sido capaces de planear todo bien o de confiar lo suficiente en
que Dios proveerá para todas nuestras necesidades. De hecho, con bastante frecuencia la
recaudación de fondos es la respuesta a una crisis. De repente, nuestra organización o
comunidad de fe no tiene suficiente dinero, así que comenzamos a decir: “¿Cómo vamos
a conseguir lo que necesitamos? Tenemos que empezar a pedirlo”. Entonces, nos damos
cuenta de que no estamos acostumbrados a hacer esto. Nos sentimos incómodos y un
poco avergonzados por ello. Empezamos a preocuparnos y a preguntarnos: “¿Quién nos
dará dinero? ¿Cómo se lo pediremos?”
Recaudar fondos como ministerio
El ministerio es, ante todo, recibir la bendición de Dios de parte de
aquellos a los que ministramos. ¿Qué es esa bendición? Es un atisbo del
rostro de Dios.
Aquí y ahora
Cuando aquellos que tienen dinero y aquellos que necesitan dinero comparten una misión,
vemos una señal fundamental de la nueva vida en el Espíritu de Cristo. Somos
inseparables en nuestro trabajo porque Jesús nos ha unido y nuestros frutos dependen de
que estemos conectados con él. Jesús dice: “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que
permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes
hacer nada” (Juan 15:5). Con él, podemos hacer lo que sea, ya que sabemos que Dios nos
rodea con la abundancia de sus bendiciones. Por lo tanto, aquellos que necesitan dinero y
aquellos que pueden darlo se unen en la base común del amor de Dios. “Y Dios puede
hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia,
tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes” (2 Co. 9:8). Cuando esto
ocurre, podemos realmente decir con Pablo: “¡Es una nueva creación!” (2 Co. 5:17).
Donde hay una nueva creación en Cristo, allí el Reino de Dios se manifiesta al mundo.
La recaudación de fondos es una manera muy concreta de ayudar a que el Reino de Dios
venga. ¿Qué es el Reino? Jesús deja claro que, si convertimos el Reino en nuestra
verdadera prioridad, “todas estas cosas les serán añadidas”. El Reino es donde Dios
provee todo lo que necesitamos. Es donde estamos satisfechos y no nos dejamos llevar
de acá para allá por la ansiedad de tener lo suficiente. “Por lo tanto, no se angustien por
el mañana, el cual tendrá sus propios afanes” (Mt. 6:34). Jesús también compara el Reino
a una semilla de mostaza: “cuando se siembra en la tierra, es la semilla más pequeña que
hay, pero una vez sembrada crece hasta convertirse en la más grande de las hortalizas, y
echa ramas tan grandes que las aves pueden anidar bajo su sombra” (Marcos 4:31-32).
Incluso un acto de generosidad aparentemente pequeño, puede crecer en algo más allá de
lo que hubiésemos podido pedir o imaginar (véase Ef. 3:20): la creación de una
comunidad de amor en este mundo, y más allá de este mundo, ya que dondequiera que el
amor crece, es más fuerte que la muerte (1 Co. 13:8). Por tanto, cuando nos dedicamos a
sembrar y cultivar amor aquí en la tierra, nuestros esfuerzos llegarán más allá de nuestra
existencia cronológica. De hecho, si recaudamos fondos para la creación de una
comunidad de amor, estamos ayudando a Dios a construir el Reino. Estamos haciendo
justo lo que se supone que debemos hacer como cristianos. Pablo deja claro esto:
“Empéñense en seguir el amor” (1 Co. 14:1).
La base de nuestra seguridad
Aquellos de nosotros que pedimos dinero debemos examinarnos con cuidado. La cuestión
no es cómo conseguir dinero. En cambio, la cuestión es cuál es nuestra relación con el
dinero. Nunca seremos capaces de pedir dinero si no sabemos cómo nos relacionamos
con él.
¿Qué lugar ocupa el dinero en nuestras vidas? La importancia del dinero está tan
unida a las relaciones que parece casi imposible pensar en ella sin pensar cómo la vida
familiar ha influido en nuestra relación con el dinero.
¿Cuántos de nosotros sabemos cuánto dinero ganan nuestro padres o madres o el
dinero que tienen en este momento? ¿Solemos hablar con ellos acerca del dinero? ¿Es
alguna vez el dinero el tema de conversación a la hora de comer? ¿Las conversaciones en
familia sobre el dinero son angustiosas, furiosas, esperanzadoras o satisfactorias?
¿Hablaban nuestros padres con nosotros sobre el dinero cuando éramos niños? ¿Hablan
del dinero ahora con nosotros? ¿Nos enseñaron las habilidades necesarias para manejar
el dinero? Ahora, a su vez, ¿comentamos nuestra situación financiera con nuestros hijos?
¿Nos sentimos cómodos hablándoles de cuánto ganamos y de cómo usamos lo que
ganamos?
El dinero es una realidad crucial en las relaciones de familia. Asimismo, es una
realidad central en nuestras relaciones con las personas, las instituciones y las causas
detrás de la vida familiar. Por lo tanto, debemos también pensar en este aspecto de nuestra
vida financiera.
¿Cómo gastamos el dinero que tenemos? ¿Nos sentimos inclinados a ahorrarlo
para estar preparados para alguna emergencia o lo gastamos porque quizás no lo tengamos
más tarde? ¿Nos gusta dar dinero a nuestros amigos, a las ONG, iglesias, partidos
políticos o instituciones educativas? De hecho, ¿a quién estamos dando nuestro dinero?
¿Estamos preocupados por si podemos desgravar este dinero de nuestros impuestos? ¿Se
nos ocurre alguna vez esta pregunta?
¿Cómo nos sentiríamos si la gente usase el dinero que les hemos dado de forma
diferente a la razón por la que se lo dimos? Imagina que damos dos mil dólares a alguien
pensando que el dinero debería usarse para ayudar a niños necesitados. Más tarde
descubrimos que esa persona usó ese donativo para viajar al Caribe. ¿Nos enfadaríamos?
Una vez, el presidente de un seminario me dijo: “Si no quieres que te engañen, nunca des
dinero a nadie”.
Si el dinero afecta a las relaciones que tenemos con los miembros de nuestra
familia, así como con el mundo fuera de nuestro hogar, también influye en nuestra vida
interior. Es interesante que la expresión “valor personal” puede significar tanto la medida
de nuestros recursos financieros como nuestro valor como seres humanos. De nuevo,
algunas preguntas nos ayudarán a explorar este aspecto de nuestra relación con el dinero.
¿Cómo afecta a nuestra autoestima, a nuestro sentido de valor, el tener o no tener dinero?
¿Nos sentimos bien con nosotros mismos cuando tenemos mucho dinero? Si no tenemos
mucho dinero, ¿nos sentimos mal con nosotros mismos? ¿Nos hace sentir vergüenza tener
un salario bajo o incluso modesto? ¿O creemos que el dinero no tiene ninguna
importancia?
El dinero y el poder van juntos. También hay una relación real entre el dinero y el
sentimiento de valía personal. ¿Empleamos alguna vez el dinero para controlar a las
personas o los acontecimientos? En otras palabras, ¿usamos el dinero para hacer que las
cosas ocurran como queremos que ocurran? ¿Cómo nos sentimos cuando nos piden
dinero?
Si cualquiera de estas preguntas nos hace sentir incómodos, quizás se deba a que
hablar sobre el dinero es uno de los mayores tabúes que existe. Las conversaciones sobre
el dinero son un tabú mayor que las conversaciones sobre sexo o religión. Muchas
personas dicen: “No hables de religión, es un asunto privado”. Otros quizás digan: “No
hables de sexo, ese tema pertenece a la alcoba”. Hablar sobre dinero es aún más difícil
para un gran número de personas. Y esto se vuelve evidente cuando tenemos que recaudar
fondos.
A menudo sentimos que no es fácil ser sincero en lo que se refiere a pedir dinero.
La razón por la que existe este tabú es porque el dinero tiene que ver con ese lugar
íntimo en nuestro corazón donde necesitamos seguridad y no queremos revelar nuestra
necesidad o regalar nuestra seguridad a alguien que, quizás solo de manera accidental,
pueda traicionarnos. Un gran número de voces a nuestro alrededor y dentro de nosotros
nos avisan del peligro de la dependencia. Tememos depender de otros debido a la idea de
que la dependencia es una amenaza a nuestra seguridad. Un amigo una vez me dijo que
su padre con frecuencia le decía: “Hijo, asegúrate que no dependas de nadie. Asegúrate
de no tener que mendigar lo que necesitas. Asegúrate de que siempre tengas suficiente
dinero para tener tu propia casa, tus propias cosas y tu propia gente para ayudarte.
Siempre que tengas algo de dinero en el banco, nada malo te podrá ocurrir”.
La presión que hay en nuestra cultura de asegurar nuestro propio futuro y controlar
nuestras vidas tanto como sea posible no tiene ninguna base en la Biblia. Jesús conoce
nuestra necesidad de seguridad. Se preocupa de que, puesto que esta seguridad es una
necesidad humana profunda, no pongamos nuestra confianza en las cosas o personas que
no nos pueden ofrecer verdadera seguridad. “No acumulen para sí tesoros en la tierra,
donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien,
acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los
ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”
(Mt. 6:19). No podemos encontrar seguridad si nuestro corazón está dividido. Jesús dice
algo muy radical: “Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y
amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a la
vez a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:13).
La Biblia no es ambigua respecto a la preocupación de Dios por los pobres. “Gente pobre
en esta tierra, siempre la habrá; por eso te ordeno que seas generoso con tus hermanos
hebreos y con los pobres y necesitados de tu tierra” (Dt. 15:11; véase Is. 58:6-12). Desde
su nacimiento, la iglesia ha reconocido el valor de los pobres a los ojos de Dios.
“Escuchen, mis queridos hermanos: ¿No ha escogido Dios a los que son pobres según el
mundo para que sean ricos en la fe y hereden el reino que prometió a quienes lo aman?”
(Santiago 2:5). De hecho, los pobres y los que sufren nos recuerdan que el Hijo de Dios
se hizo pobre por nosotros (2 Co. 8:9). Dios ama a los pobres, de la misma manera que lo
hacen aquellos que siguen a Cristo. Al amar y al servir a los pobres tenemos la hermosa
oportunidad de amar y servir a Jesús. “Les aseguro”, dijo Jesús, “que todo lo que hicieron
por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mt. 25:40).
Sin embargo, a veces nuestra preocupación por los pobres puede acarrear
prejuicios contra los ricos. Podemos sentir que no son tan buenos como los pobres.
Recuerdo escuchar a un profesor en una escuela de teología decir sobre una iglesia grande
y rica: “Esta no puede ser una iglesia verdadera”. Quizás pensamos que los ricos tienen
más dinero del que merecen o que han conseguido sus riquezas a costa de los pobres. Pero
nadie dice que debemos amar al rico menos de lo que amamos al pobre. Los pobres, en
verdad, están en el corazón de Dios. Debemos recordar que los ricos también lo están. He
conocido a bastantes personas ricas a lo largo de los años. Más y más, mi experiencia es
que estas personas son también pobres, pero de otras maneras.
Muchas personas ricas se sienten muy solas. Muchas luchan con sentirse usadas.
Otras sufren por sentir rechazo o depresión. Parece raro decirlo, pero los ricos necesitan
mucha atención y cuidado. Es importante reconocer esta realidad, ya que con bastante
frecuencia tengo contacto con personas ricas que son prisioneras de sus pensamientos:
“Lo único que la gente ve en mí es el dinero. Dondequiera que voy, soy la tía rica o la
amiga rica o la persona rica, así que permanezco en rincón, ya que en cuanto salgo de él,
la gente dice: ‘¡Es rica!’”
En una ocasión, una mujer vino a verme. Era muy rica y estaba muy deprimida.
Había visitado psiquiatra tras psiquiatra y les había pagado grandes cantidades de dinero
sin grandes resultados. Me dijo: “Sabes, Henri, todo el mundo va detrás de mi dinero.
Nací en el seno de una familia rica y con dinero. Es parte de quien soy, pero eso no es
todo lo que soy. Tengo mucho miedo de que me amen solo por mi dinero y no por quién
soy en realidad”.
Hace unos años una persona que había leído bastantes de mis libros llamó a mi
asistente en la universidad en la que estaba enseñando. Dijo: “Estoy leyendo los libros de
Henri Nouwen y me pregunto si necesita dinero. Quiero que escriba más y es caro escribir
libros en la actualidad”. Iba a estar fuera durante cuatro meses, así que mi asistente me
llamó y me dijo: “Hay un banquero aquí que quiere ayudarte y donarte dinero”. No sabía
qué hacer, así que respondí: “Bueno, ve y cena con él”. Así que fueron a cenar y, después,
continuaron cenando juntos todas las semanas. Hablaron de todo tipo de cuestiones y,
cuando volví a la universidad, se habían convertido en buenos amigos.
Me uní a mi asistente para cenar con el banquero, que dijo: “Henri sé que no tienes ni
idea de dinero”. Le pregunté: “¿Cómo lo sabes?” Respondió: “Sé que las personas como
los escritores no tienen ni idea de dinero”. Sin embargo, lo que verdaderamente estaba
diciendo es que “aquello de lo que escribes es algo de lo quiero hablar contigo a un nivel
más personal que simplemente leyendo tus libros. Creo que la única manera de desarrollar
una relación personal contigo es a través de mi punto fuerte, que es ser banquero”. En
última instancia, lo que este hombre estaba diciendo es: “necesito algo que tú tienes y me
gustaría llegar a conocerte de verdad”. Mi respuesta fue: “No hablemos de dinero ahora.
Solo háblame de ti”.
Con el tiempo nos hicimos buenos amigos. Año tras año me daba varios miles de
dólares. Usaba bien el dinero y le decía lo que había hecho con su donativo. Sin embargo,
el dinero no era la parte más importante de nuestra relación. La parte más importante era
que él podía compartir quién era y yo podía hacer lo mismo en un ambiente de respeto y
confianza mutua.
Cuando mi amigo falleció, su familia me dijo: “Nos gustaría continuar apoyándote
debido al amor que tenía por ti nuestro esposo y padre. Queremos que siempre sientas
que hay personas que te apoyarán porque te queremos, del mismo modo que nuestro
esposo y padre te amaba”.
A través de la pobreza del hombre rico, algo propio del Reino se desarrolló. El
dinero era real, pero no era la parte más impresionante de nuestra relación. Los dos
teníamos recursos: los míos eran espirituales y los suyos eran materiales. Lo que era
impresionante es que los dos queríamos trabajar para el Reino, para construir una
comunidad de amor, dejar que ocurriese algo que era más grande de lo que éramos de
manera individual.
Mi amigo banquero me ayudó a ver que debemos ministrar a los ricos desde nuestra
propia riqueza – la riqueza espiritual que hemos heredado como hermanos y hermanas de
Jesucristo. En él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”
(Col. 2:3). Debemos tener la valentía de ir a los ricos y decir: “Te amo y no por tu dinero,
sino por quien eres”. Debemos afirmarnos en la confianza de ir a la persona rica sabiendo
que él o ella son igual de pobres que nosotros y que también necesita amor. ¿Podemos
descubrir la pobreza en esta persona? Esto es muy importante debido a que es
precisamente en la pobreza de esta persona donde podemos descubrir su bendición. Jesús
dijo: “Dichosos ustedes los pobres” (Lucas 6:20). Los ricos son también pobres. Por tanto,
si pedimos donativos a personas que tienen dinero, debemos amarlas con intensidad. No
necesitamos preocuparnos por el dinero. Más bien, debemos preocuparnos de si, a través
de la invitación que les ofrecemos y las relaciones que desarrollaremos con ellos, estamos
acercándonos más a Dios.
Pedir
Quita los muchos miedos, sospechas y dudas que impiden que seas mi
Señor y dame el valor y la libertad de aparecer desnudo y vulnerable a la
luz de tu presencia, confiado en tu inconmensurable misericordia.
Un grito en busca de misericordia
Si toda nuestra seguridad está en Dios, entonces somos libres para pedir dinero. Solo
cuando somos libres del dinero podemos pedir con libertad a otros que nos lo den. Esta
es la conversión a la que nos llama la recaudación de fondos como ministerio. Ya hemos
visto que a muchas personas les resulta difícil pedir dinero debido a que el dinero es un
tema tabú. Es un tema tabú porque nuestras propias inseguridades están conectadas a él
y, por lo tanto, no somos libres. Tampoco somos libres si tenemos envidia de los ricos y
de su dinero. Tampoco somos libres si sentimos enfado hacia aquellos que tienen dinero
y nos decimos a nosotros mismos: “No estoy seguro de que hayan conseguido todo ese
dinero de manera honesta”. Cuando sentimos envidia o enfado hacia los ricos, revelamos
que el dinero es de alguna manera todavía nuestro amo y que, por eso, no estamos
preparados para pedirlo.
En verdad, me inquieta que pidamos dinero por enfado o envidia, sobre todo,
cuando estos sentimientos están bien escondidos detrás de palabras amables y una
presentación cuidadosa de nuestra petición de fondos. No importa lo mucho que hayamos
perfeccionado nuestra presentación, si pedimos dinero por enfado o envidia no estamos
dando a la persona los medios para que se convierta en un hermano o hermana. En
cambio, ponemos a la persona en una postura defensiva, ya que se da cuenta de que hay
algún tipo de competición en marcha. La oferta de participar en nuestra visión y misión
ya no es para el Reino. Ya no habla en el nombre de Dios, en el único en el que nuestra
seguridad está firme.
Cuando nos comprometamos en oración a poner toda nuestra confianza en Dios y
dejemos claro que solo nos preocupa el Reino; cuando aprendamos a amar al rico por
quien es en lugar de por lo que tiene y cuando creamos que tenemos algo de valor que
darles, entonces no tendremos ningún problema en pedir a alguien una gran cantidad de
dinero. Somos libres de pedir cualquier cosa que necesitemos con la confianza de que lo
obtendremos. Esto es lo que dice el evangelio: “Pidan, y se les dará; busquen, y
encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Mt. 7:7). Si por alguna razón la persona dice “no”,
somos libres de responder con gratitud.
Podemos confiar en que el Espíritu de Cristo, que nos está guiando, también está guiando
a esa persona. Quizás necesiten con más urgencia sus recursos financieros en otro lugar.
Quizás no esté preparada para comprometerse de verdad. Quizás tengamos que escuchar
con más cuidado al Espíritu que nos está diciendo que pidamos con más claridad y que
hagamos nuestra visión más atractiva. Debido a que nos acercamos a los posibles
donantes en el Espíritu de Cristo, cuando les pedimos dinero podemos hacerlo con una
actitud y en un ambiente de libertad y confianza. “Cristo nos libertó para que vivamos en
libertad” (Gl. 5:1).
Pedir dinero a las personas es darles la oportunidad de poner sus recursos a
disposición del Reino. Recaudar fondos es ofrecer a las personas la oportunidad de
invertir lo que tienen en la obra de Dios. El hecho de que tengan mucho o poco no es tan
importante como la posibilidad de hacer que su dinero esté disponible para Dios. Cuando
Jesús alimentó a los 5000 con solo cinco panes y dos peces, nos estaba mostrando cómo
el amor de Dios puede multiplicar los efectos de nuestra generosidad (véase Mt. 14:13-
21). El Reino de Dios es el lugar de abundancia donde todo acto generoso se desborda y
se convierte en una parte de la gracia ilimitada de Dios que actúa en el mundo (véase 2
Co. 9:10-15).
Cuando pedimos dinero a las personas para fortalecer y expandir la obra del Reino,
también los invitamos a una nueva comunión espiritual. Esto es muy importante. En la
carta de Pablo a los romanos, leemos: “Sabemos que toda la creación todavía gime a una,
como si tuviera dolores de parto. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra
adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:22-23). Estos
gemidos vienen de lo profundo de nuestro ser y, en realidad, de lo profundo de toda la
creación. Es el sonido de nuestro anhelo por tener comunión con Dios y los unos con los
otros, una comunión que sobrepasa todas las limitaciones del tiempo y el espacio.
Al mismo tiempo, estos gemidos también expresan el anhelo apasionado de Dios
por tener comunión con nosotros y con todo lo que creó. Dios desea: “que la creación
misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa
libertad de los hijos de Dios” (Ro. 8:21). Esta es la libertad de la verdadera comunión
espiritual. Pedir dinero es una manera de llamar a las personas a esta comunión con
nosotros. “Queremos que nos conozcáis”. Reunidos por nuestro anhelo común,
comenzamos a conocer esta comunión a medida que avanzamos hacia nuestra visión.
¿De qué manera concreta se manifiesta la comunión espiritual? Cuando el
recaudar fondos como ministerio une a las personas en comunión con Dios y los unos con
los otros, debe presentar una posibilidad real de amistad y comunidad. Las personas
tienen tal necesidad de amistad y comunidad que recaudar fondos tiene que crear
comunidad. Me pregunto cuántas iglesias y ONG se dan cuenta de que la comunidad es
uno de los mayores regalos que pueden ofrecer. Si pedimos dinero, significa que
ofrecemos una nueva comunidad, hermandad, una nueva manera de pertenecer. Tenemos
algo que ofrecer: amistad, oración, paz, amor, fidelidad, afecto, ministerio con aquellos
en necesidad y todas estas cosas son tan valiosas que las personas están dispuestas a donar
sus recursos para mantenerlas.
Ante todo, la comunidad es una cualidad del corazón. Crece a partir del
conocimiento espiritual de que no estamos vivos para nosotros mismos,
sino para los demás.
Pan para el viaje
Cada vez que nos acercamos a las personas para que nos den dinero,
debemos estar seguros de que los estamos invitando a esta visión de ser
fructíferos y a una visión que es fructífera.
Necesitamos amigos. Los amigos nos guían, se preocupan por nosotros,
nos confrontan con amor, nos consuelan en tiempos de dolor […].
Cuanto más capaces seamos de recibir los distintos dones que nuestros
amigos pueden darnos, más capaces seremos de ofrecer nuestros propios
dones únicos, pero limitados. Por lo tanto, las amistades crean un
hermoso tapiz de amor.
Pan para el viaje
Recaudar fondos siempre debe tener como objetivo crear relaciones nuevas y duraderas.
Conozco a personas cuyas vidas se centran alrededor de la amistad que encuentran en las
iglesias, monasterios, organizaciones de servicio y comunidades cristianas intencionales.
Estas personas realizan visitas o son voluntarios y es en este entorno en el que encuentran
cuidado y apoyo. Si estas personas tienen dinero, lo darán; pero ese no es el punto. Cuando
lo comparamos con la nueva libertad y los nuevos amigos con los que disfrutamos de una
nueva comunión, el dinero es la cosa menos interesante.
La comunión espiritual también revela en sí misma una nueva manera de ser
fructíferos. Aquí queda clara la naturaleza radical de recaudar fondos como ministerio.
En el mundo, aquellos que recaudan fondos deben presentar a los posibles donantes un
plan estratégico que los convenza de que su dinero ayudará a aumentar la productividad
y el éxito de la organización. En la nueva comunión, la productividad y el éxito también
pueden crecer como resultado de recaudar fondos. Sin embargo, son solo resultado de
una energía creativa más profunda, la energía del amor plantado y cuidado en las vidas
de las personas en y a través de Jesús. Con el ambiente correcto y el cuidado paciente,
estas semillas pueden dar lugar a una gran cosecha: “que rinde el treinta, el sesenta y hasta
el ciento por uno” (Marcos 4:20). Cada vez que nos acercamos a las personas para que
nos den dinero, debemos estar seguros de que los estamos invitando a esta visión de ser
fructíferos y a una visión que es fructífera. Queremos que se unan a nosotros de manera
que juntos comencemos a ver lo que Dios quiere decir cuando declara: “Sean fructíferos”.
Por último, me gustaría volver a la relación entre el dinero y aquellos que lo buscamos a
través de recaudar fondos. Del mismo modo que el trabajo de construir una comunidad
de amor nos pide que nos convirtamos en cuanto a nuestra actitud hacia el dinero, esta
misma actividad nos invita a cada uno de nosotros a ser más fieles a nuestro llamado
personal, nuestra vocación única. Recaudar fondos debe hacer nuestro propio llamado
más profundo y fuerte. En ocasiones, esto nos lleva justo al centro de la lucha con nuestra
vocación. Cuando yo mismo recaudaba fondos, las personas me decían: “Te daré dinero
si asumes el desafío de ser mejor pastor, si dejas de estar tan ocupado y eres más fiel a tu
vocación. Vas de un lado para otro y hablas todo el rato, pero no escribes lo suficiente.
Sé que es difícil para ti cerrar la puerta, sentarte en tu escritorio y no hablar con nadie,
pero espero que mi contribución te ayude a escribir”. Esto forma parte de ser fructíferos
en la comunidad de amor. Al llamarnos a un compromiso más profundo con nuestro
ministerio particular, recaudar fondos nos ayuda a hacer visible el Reino que ya está entre
nosotros.
Oración y gratitud
¿Cómo nos convertimos en personas cuya seguridad se basa en Dios y solo en él? ¿Cómo
podemos presentarnos con confianza tanto ante los ricos como ante los pobres en el
terreno común del amor de Dios? ¿Cómo podemos pedir dinero sin mendigarlo y llamar
a la gente a una nueva comunión sin forzarla? ¿Cómo podemos expresar el gozo, la
vitalidad y la promesa de nuestra misión y visión no solo en la manera en la que hablamos
sino también en la manera en la que estamos con otros? En resumen, ¿cómo pasamos de
ver la recaudación de fondos como algo desagradable, pero inevitable a reconocerla como
una expresión de ministerio que da vida y está llena de esperanza?
La oración es la disciplina espiritual a través de la cual nuestra mente y corazón
se convierten de la hostilidad y la sospecha a la hospitalidad hacia las personas que tienen
dinero. La gratitud es la señal de que esta conversión se está extendiendo a todas las áreas
de nuestra vida. Desde el principio hasta el final, recaudar fondos como ministerio se basa
en la oración y se lleva a cabo con gratitud.
Cuanto más tocamos el amor íntimo de Dios que nos crea, nos sostiene y
nos guía, más reconocemos la multitud de frutos que provienen de ese
amor.
El Discernimiento
A medida que nuestra oración profundiza en una conciencia constante de la bondad de
Dios, el espíritu de gratitud crece dentro de nosotros. La gratitud surge del reconocimiento
de que lo que somos y lo que tenemos son dones que debemos recibir y compartir. La
gratitud nos libera de las ataduras de la obligación y nos prepara para ofrecernos con
libertad y de forma completa para la obra del Reino. Cuando nos acercamos a la
recaudación de fondos con un espíritu de gratitud, lo hacemos sabiendo que Dios ya nos
ha dado lo que más necesitamos para una vida en abundancia. Por lo tanto, nuestra
confianza en la misión y la visión y nuestra libertad para amar a la persona con la que
estamos hablando sobre donar dinero no dependen de cómo responda esa persona. De
esta manera, la gratitud nos permite enfrentarnos a una reunión con el objetivo de
recaudar fondos sin mostrar codicia y marcharnos sin resentimiento o abatimiento. En las
idas y venidas, podemos permanecer seguros en el amor de Dios con corazones gozosos
y fijos en el Reino.
Venga tu Reino
Recaudar fondos es una actividad muy enriquecedora y hermosa. Es una expresión del
ministerio decidida, gozosa y llena de esperanza. Cuando nos ministramos los unos a los
otros con las riquezas que cada uno posee, trabajamos juntos para que el Reino de Dios
venga de forma completa.
Sobre Henri J. M. Nouwen