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Me han preguntado sobre Motivación y Emoción. Pues bien.

Empecemos…

La Psicología es una ciencia fáctica, se ocupa de hechos. Como tal, verifica hipótesis que en su mayoría son
provisionales. Que siempre tienen un anclaje a la realidad que se vive o se ha vivido. Las ciencias formales, en
cambio, se ocupan de cuestiones abstractas, de inventar entes formales y establecer sus relaciones, Inventan, crean
el objeto. Nunca entran con conflicto con la realidad, porque hay distintas interpretaciones de los objetos formales.
Se satisfacen con la lógica.

Esto no significa que la Psicología, como cualquier otra ciencia fáctica, no efectúe abstracciones, como tampoco que
las formales impliquen una carencia de ligazón con procesos reales.

Cuando me meto en estas profundidades, excesivas para mis conocimientos, pienso siempre en aquella expresión de
Bateson: “es mala historia natural esperar que los procesos mentales y los hábitos de comunicación de los mamíferos
se adecuen al ideal del lógico”. Volveré sobre estas cuestiones. Dejo esta cita pues simpatizo mucho con ella, me ha
servido bastante. No solamente en el plano teórico. También en lo personal, en tanto si siguiera absolutamente la
lógica tal vez debería detener muchas de mis acciones.

Veamos. Un hecho es todo aquello comprobable por la percepción, por los sentidos. Ferrater Mora [1]dice que “los
hechos son los hechos”, que otra cosa muy distinta puede ser nuestra idea de los hechos. Podemos clasificarlos en
hechos naturales, en hechos históricos.

De cualquier manera, los hechos son llevados al nivel de los conceptos.

“El concepto es una denominación común, aplicable a un número indefinido de hechos semejantes, sucesivos o
coexistentes. En realidad no existen dos hechos idénticos. En un bosque no hay dos hojas iguales; sin embargo las
designamos con el mismo nombre. Esto es posible porque abstraemos de un grupo de hechos uno o más atributos
comunes: un mamífero, un ave y un pez son seres bien distintos, pero el concepto vertebrados los abarca a todos”

La cita es del gran filósofo argentino Alejandro Korn, en su recomendable texto “Sistema Filosófico”, publicado por
Editorial Nova, Buenos Aires.

La operación conceptual supone invariablemente una abstracción. Una abstracción, “abstrae”, quita una parte de un
conjunto, aislándola, separándola. En esa operación se van perdiendo otros atributos reales hasta que por fin resta
uno solo, el más amplio pero también más pobre. Decimos caballo, equino, cuadrúpedo, mamífero, vertebrado,
animal, organismo, vida, existencia, ser… “Ser” es el último concepto posible; más allá está la nada. Este es un
ejemplo del maestro que recién he citado. “Ser” es el concepto más amplio, tal como dijimos, pero también el más
desposeído. En la operación de abstracción hemos ido renunciando a diversas propiedades. Para quedarnos con una
sola.

El concepto implica una separación, una disyunción mental. “Ser” se opone a “no ser”, viviente a no viviente. Korn ha
dicho no sin acierto: “nuestra mente está condenada a parir mellizos”. Esto hace que después nos imaginemos una
división real, cierta. Por eso siempre repetimos siempre: el dualismo es un modo de conocer, no de ser. No hay tales
“esencias”, tal ontología. La naturaleza empírica del hombre es una y compleja. Cuando abstraemos el concepto de
mente por una parte, de cuerpo por la otra, terminamos por creer que se trata de dos cosas distintas. Pensamos en
dos esencias distintas. Olvidamos que son meras abstracciones. Y es allí donde surgen muchos problemas en lo que
nos ocupa. Que no es otra cosa aquí que la Psicología.

No está demás decir que el concepto viene casi siempre ligado a la palabra. Tal vez se pueda hablar de
conceptualizaciones no ligadas a la palabra, pienso en este momento en lo que llamamos “Conciencia Concreta”, en
oposición a la “Conciencia Abstracta”. El primer concepto supone una conceptualización pre verbal, donde por
ejemplo, el infante logra discriminar en un cierto contexto aquello que resulte seguro de lo inseguro. Pensemos en la
sonrisa, en el ser mecido suavemente en los brazos de la figura que provee cuidados. Hay allí, sin dudas, una
conceptualización concreta, ligada a la imagen, anterior a la palabra. Pero para nuestra pregunta, esta que estoy
tratando de abordar con este rodeo tal vez extenso, nos basta con pensar en el concepto según su definición
clásica, como ligado a la palabra.
Si la Psicología se ocupa de hechos conviene entrar de la mano de esta advertencia. Muchas veces se suele discutir
sobre “instinto”, “pulsión”, “motivación”, “necesidad”, “emoción”, “afecto” y tantas otras cuestiones como si fueran
cosas en sí mismas. Es cuando se torna muy complicado y enojoso seguir alguna ruta de indagación que pretenda
salir de un circuito cerrado de pensar. En otros términos, un pensar que es casi un no pensar. Esto suele sucederles
cuando ingresan a esta materia.

Voy a partir de una observación elemental, de una experiencia elemental. Vamos caminando por una calle oscura, de
este barrio o de cualquier otro, cerca de medianoche. Las hojas del otoño crujen ante nuestro acelerado paso.
Vamos mirando de reojo hacia atrás oteando algún taxi “salvador” que nos ponga lo más rápido posible cerca de
nuestra casa. Nos esperan una cena caliente, nuestros afectos. Los apuntes empiezan a pesar. Pasamos a otro
bolsillo nuestra tarjeta de crédito, esa que erróneamente hemos traído hasta la Facultad…, “para qué venir a La
Siberia con la extensión de una tarjeta?!” De repente se nos viene encima una horrible sombra, simultáneamente
con un ruido intenso. Nuestra respiración se acelera, sentimos palpitaciones, nuestra piel palidece, las manos se
mojan un tanto de transpiración. Diríamos después “pensé que era boleta, que se venía encima el motochorro”, “se
me helaron las piernas”. En ese preciso momento pegamos un salto hacia atrás, tambaleamos. Es cuando notamos
que la sombra y el ruido eran debidos a la caída de unas ramas secas desde un viejo plátano, unos metros más
adelante. “Un susto, nada más”…, diremos con cierto humor. Sobrevendrá la temperatura normal de la piel, cesará
la taquicardia y la polipnea, nuestro paso se torna moderado. Llegamos a casa, nos encontramos con nuestra pareja.
Contamos la experiencia mientras frotamos nuestras manos sobre la estufa. Ya está lista la comida, con su olorcito
cautivante, humeante y sabrosa. Una caricia hogareña, un chistecito gentil. Nuestra piel se pone rozagante, lo
notamos en los pómulos. Nuestros músculos se relajan paulatinamente. Sentimos algo de sueñito, nos vamos
dejando caer suavemente en la nochecita.

Hemos descrito dos experiencias diferentes. Una, la angustia; otra, el miedo. Después la templanza placentera, la
alegría. Lo hemos hecho siguiendo sus manifestaciones en nuestro cuerpo. La Emoción, de esto se trata ahora,
implica el reconocimiento de la experiencia corporal, de la descarga del sistema nervioso vegetativo sobre el cuerpo.
En este caso en un cierto contexto exterior, a la que accedemos por nuestros sentidos.

El Afecto, si queremos usar un sinónimo de Emoción, implica necesariamente lo sensorial. Lo que ha sido sentido.
Ese cúmulo de sensaciones a las que estamos permanente expuestos. Que atraviesa la banda irisada de
nuestro Sistema Límbico. Ese sitio intermedio de nuestro Sistema Nervioso, por eso “límbico”. Allí la experiencia
adquiere cierta cualidad, cierto “color”, según los vaivenes de nuestra permanente necesidad de equilibro. “Esto va
bien…”, “esto no va bien”. La experiencia sensorial ordenada según aquello que cumple con los preceptos de
la Homeostasis, de nuestro ansiado equilibrio vital. De donde surgen los polos del Placer – Displacer. El Placer,
podríamos llamar el “Principio del Placer” es aquel que implica la conservación de nuestro equilibrio, de nuestras
tensiones.

Es cierto que la Emoción se manifiesta en los niveles mentales, donde hay una traducción a palabras. Una operación
que no siempre es tan clara y precisa. Pero, sin dudas, generalmente decimos “tuve miedo, eso es el miedo”, “esto
es la alegría, el placer”. Sin embargo, el concomitante corporal es fundamental.

Por eso decimos que las emociones son las primeras formas de comunicación que tenemos los humanos, lo mismo
que los animales que podemos considerar nuestros parientes cercanos. En otros términos, las emociones son la
primera forma de lenguaje. Con nuestra sonrisa, con nuestro rubor, con el llanto, con el grito, con el temblor le
decimos a otra persona qué esperamos de ella.

Conceptualmente se separa Representación de Afecto. Sin embargo constituyen una unidad. Como dice Ricardo
Avenburg en “Acerca de los afectos”: [2]

“Si bien con el fin de un análisis conceptual diferenciamos las representaciones de los afectos, ambos constituyen
una unidad: si expreso algo (en este caso un afecto) lo hago para alguien, en función de algo y con miras a ejercer
una acción en el mundo, del que yo tengo representaciones, con la finalidad de satisfacer lo que en este momento
necesito o creo necesitar…”
La emergencia de las Emociones, término que uso indistintamente de Afecto, implican una ganancia evolutiva en
tanto los seres vivos dotados de esta propiedad pueden alcanzar desempeños con mejor eficacia en el incesante
intercambio vincular que supone la vida.

En 1915, Freud dice en “Lo inconciente”:

“La afectividad se exterioriza esencialmente en una descarga motriz (secretoria, vasomotriz) que provoca una
alteración (interna) del cuerpo propio sin relación con el mundo exterior; la motilidad, en acciones destinadas a la
alteración del mundo exterior”

La descarga motriz ligada a la “alteración interna” es aquella tramitada por el Sistema Nervioso Autónomo. En
cambio, cuando se refiere a “motilidad” se debe suponer la tramitación de los haces motores corticoespinales
(también llamados piramidales). Freud, influido por la Teoría de la Evolución, suponía que existían patrones fijos de
descarga motora afectivos, de carácter prefijado, innatos. Lo que hoy llamaríamos preprogramados. Esas descargas,
inicialmente automáticas, producen sobre el cuidador del recién nacido la inclinación a dar respuesta acorde a lo que
llamamos “acción específica”, tendiente a la satisfacción de la necesidad. A posteriori, como fruto del aprendizaje, el
infante irá en busca de acciones menos automáticas, ejerciendo cierto dominio sobre dichas tendencias a la
inmediatez, buscando algún grado de retardo, de cierta postergación. Un cierto acuerdo con la realidad que lo torne
menos preso de lo perentorio y lo urgente.

Estamos entonces en los orígenes del pensamiento, donde lo automático cede lugar a lo controlado, a la descarga
volitiva. Esto supone, sin dudas, un crecimiento del Yo.

Esto lo verán “en acto” en los trabajos de observación del bebé: el acompasamiento, la organización “en sintonía”
entre madre y bebé. Estableciendo ritmos que darán lugar a la formación de las constantes espacio – tiempo.[3] Es lo
que irá componiendo “el espesor” de lo psíquico, como campo de diferencia, de sentido. Estamos hablando de la
instauración del Principio de Realidad. También de lo que llamamos “ligaduras”, “orden representacional”. Las
llamadas “crisis de pánico” no son otra cosa que el fracaso de las inscripciones donde aquellos automatismos no han
sido organizados, modulados, por ese crecimiento del Yo.

Un gran tema de la Psicología contemporánea en el orden de lo que llamamos “regulación emocional y


neurodesarrollo”. Se compone un interesante ensamble interdisciplinar entre Neurociencias, Psicología del
Desarrollo y Psicoanálisis.

Estamos a un paso de acceder a la idea de que motivación y emoción son dos términos muy similares. Lo que
“mueve”, lo que “motiva”, está eminentemente apareado a la “emoción” como registro de la tensión de necesidad.
Que como ya dijimos es siempre relacional vincular.

Motivación deriva del latín movere; implica ponerse en movimiento, accionar. Es evidente que cada concepto es
meramente una abstracción distinta, que buscar agregar alguna palabra a lo que se muestra en la experiencia como
unitario. Basta pensar en el llanto de un niño de pocos días. Emoción y motivación resultan indisolubles. [4]

No obstante es justo considerar que los desarrollos sobre Emoción y Motivación son muy extensos. Tomados por
diferentes marcos teórico conceptuales, como el de la Psicología Cognitiva.[5] Nosotros, al menos provisionalmente,
no haremos mayores diferencias. Es sabido que las “motivaciones” adscriptas al orden de la Conciencia y el Lenguaje
pueden adquirir muy diversas proporciones y variantes. En algún momento he hablado del Aparato Psíquico, que
asimilé al Aparato Neuronal, como capaz de Transformaciones. Bien, la motivación para ser considerado “el primero,
el único, el mejor, el elegido, el príncipe” es una variante, una especie de deslizamiento, desde el primer sentimiento
amoroso hacia y desde la madre. De las vicisitudes de ese deslizamiento depende grandemente el éxito de la
empresa. Es algo vinculado a la clásica expresión que leemos sobre el final de “Introducción al Narcisismo”: “his
Majesty the baby”.

Los llamados Dispositivos Básicos del Aprendizaje, según la terminología de Juan Azcoaga, tan impuesta entre
nosotros, también pueden llamarse Procesos Psicológicos Básicos. Tales como Sensación y Percepción, Atención,
Memoria, Emoción. Sabemos que existen modos de abordar cada uno de ellos en forma particular, inclusive
reconociendo asientos anatómicos específicos de cada uno, con sus particularidades clínico funcionales. Pero todos
se dan de conjunto en el hombre en situación, en forma unitaria.
La hiperatención del caminante nocturno, en medio de la penumbra, es un hecho que no está divorciado de la
emoción, de sus “motivaciones” para salir ileso de la travesía donde está expuesto a los peligros imperantes.
Tampoco los mecanismos de memoria quedarán desenlazados; es posible que el registro de la experiencia quede
mucho más grabado que otros eventos de ese mismo momento, considerados no significantes. La Sensopercepción
tampoco es ajena a todo esto. La visión de la sombra se acompañó de una vivencia de miedo intenso; hubo una
percepción claramente determinada desde “adentro afuera”. No era cualquier sombra, era “un tipo grandote que se
acercaba de un salto”. Para nada la inocente sombra de una inocente rama que caía como tantas otras en otoño.

La Sensación tiene que ver con magnitudes estimulares, con cantidades, que se asocian a cierto tipo de medidas
según sean fenómenos auditivos, como los decibles; visuales, como el caso de los fotones y así con las otras
sensaciones. El Sistema Nervioso cuenta con prolongaciones especiales, que desde su periferia, aportan la capacidad
de recibir dichas magnitudes. Como el caso del oído, capaz de recibir las variaciones de presión en el aire
circundante que conducen las ondas sonoras producidas al emitir nuestras palabras. Esas ondas impresionan a las
membranas timpánicas de nuestros oídos medios, discurrirán por la cadena de los huesecillos (martillo, yunque,
estribo), hasta arribar al oído interno, donde por otro fenómeno de transducción,[6] esa energía mecánica se
transformará en energía eléctrica conducida por las neuronas que buscarán los centros del Tronco Encefálico donde
asientan los primeros relevos de la Vía Auditiva. Al llegar más tarde a la Corteza Cerebral, la sensación adquirirá un
carácter particular, transformando el sonido en una cualidad específica. Es cuando la Sensación se torna Percepción.
El percepto implica una cualidad, un valor. Ya no se trata meramente de una clase de energía. Ese proceso de
codificación -decodificación, es de alguna manera una traducción, un paso de un código energético cuantitativo a
otro que implica cierta cualidad. El sonido adviene en un orden distinto, individual y particular. Los decibeles pasan a
teñirse de valor: “esto es música de la mejor, Mozart”...[7]

También resulta muy complicado separar Instinto o Pulsión, de Emoción. Es difícil pensar a lo pulsional sin lo
emocional.

Precisamente en la tensión entre los estados somáticos y las representaciones es desde donde nace lo pulsional.
Como aquello que “pulsa”, “impele” o “puja”. Como podemos colegir la Pulsión nace de la intimidad tisular, del seno
íntimo del cuerpo. A mi entender no hay diferencia clara entre “instinto” y “pulsión”.

Es un punto donde no puedo ponerme de otra manera que al filo de lo que podría entenderse como una
irreverencia. Pero honestidad intelectual, coherencia con lo estudiado y compartido con mis maestros no puede ser
entendido como soberbia. Sostengo que el remanido latiguillo de “la pulsión como concepto límite entre lo corporal
y lo anímico” no es correcto. Lo psíquico, como expresión del sentido, de la diferencia, de la cualidad, está siempre
presente. No hay tal distinción entre lo “fisiológico - biológico” y lo “psíquico”. Podemos pensar en distintos niveles
de complejidad, de significación de lo psíquico. Pero no en una escisión entre lo corporal y lo anímico. Es cierto que
la complicación del sentido que implica lo pulsional impone una “exigencia de trabajo” al Aparato Psíquico. Pero no
es menos cierto que los niveles tensionales en pos del equilibrio vital también son momentos cargados de sentido.
Son lo que Freud llamó Representaciones Cosa, conjuntos de imágenes y emociones aún no elevadas al plano de la
Representación Palabra. No debe confundirse “palabra” con “psíquico”. Mucho de lo que expongo lo he desarrollado
en otras clases. [8]

Toda abstracción lleva a una reducción. El problema del reduccionismo es cuando se supone que una partecita de un
conjunto representa al todo. Es cuando desde ese aspecto se pretende dar una mirada exclusiva, excluyente. Pero
también encerrante. El Instinto en el hombre implica la posibilidad de su torsión. Basta con convivir un tiempo con
un animal para darse cuenta de que es capaz de diversificar su “natural tendencia”. Mucho más aún, de cómo es
capaz de “condicionarnos” a nosotros mismos. Acaso no hemos sido condicionados cualquiera de nosotros cuando
nos despertamos todas las mañanas a la misma hora para hacer pasar a la cocina a “su majestad el gatito”. Siempre
tan orondo y elegante, no ha necesitado rasgar la puerta ni una sola vez .

La revisión del concepto de Instinto, como también las teorías sobre el mismo, son un buen objetivo para la
Psicología y el Psicoanálisis. Claro está que para acceder a ello es menester abandonar los parroquianismos y otros
fanatismos conexos.

Seguiremos en la próxima

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