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Por qué soy autor de Poesía Sonora y Poesía Libre Henri Chopin, 1967

Es imposible, uno no puede seguir con la Palabra todapoderosa, la Palabra que lo rige todo. Uno no
puede seguir haciéndola entrar a cada casa, y escuchándola en todas partes describirnos y describir a lo
que sucede, decirnos qué votar, y a quién tenemos que obedecer.

Yo, en lo personal, preferiría el caos y desorden que cada uno de nosotros estaría empeñado a superar,
en términos de la propia ingenuidad, al orden que impone la Palabra que todos usamos
indiscriminadamente, siempre a beneficio de algún capitolio, alguna iglesia, algún socialismo, etc…

Nunca nadie ha intentado establecer el caos como sistema, o dejar que sobrevenga. Tal vez habría más
muertos entre los débiles, pero con certeza habría menos que bajo aquel orden que defiende la Palabra,
desde los socialismos hasta los capitalismos. Sin duda habría más seres vivos y menos seres muertos
como los empleados, burócratas, ejecutivos de empresa y funcionarios del gobierno, que están todos
muertos y se olvidan de lo esencial: estar vivo.

La Palabra ha generado ganancias, ha justificado el trabajo, ha hecho obligatoria la confusión de la


ocupación (de estar haciendo algo), ha permitido que la vida mienta. La Palabra se ha incarnado en el
Vaticano, en el púlpito de Pekín, en el Elíseo, y aun cuando, muchas veces, genera el SIGNIFICADO
impreciso, que significa de manera distinta para cada uno a no ser que uno acepte y obedeciera, cuando,
muchas veces, impone múltiples puntos de vista que nunca se amoldan a la vida de una sola persona y
que uno acepta por defecto – ¿de qué manera podría sernos útil? Yo contesto: de ninguna manera.

Porque no es útil que quien sea deba entenderme, no es útil que cualquiera sea capaz de ordenarme a
hacer tal cosa o tal otra. No es útil que haya un culto que todos puedan entender y que existe para todos,
no es necesario que yo deba saberme manejado en mi vida por una Palabra todapoderosa que ha sido
creada para épocas pasadas que nunca volverán: adecuada para tribus, pequeñas naciones, pequeños
grupos étnicos que en todo el mundo han sido diseminados en lugares cuyos orígines se nos escapan.

La Palabra hoy en día no le sirve a nadie, salvo para decirle al almacenero: dame medio kilo de
lentejas.

La Palabra ya no sirve; hasta se convierte en un enemigo cuando una persona sola la usa como palabra
divina para hablar de un dios problemático o de un dictador problemático. La Palabra se convierte en el
cáncer de la humanidad cuando se vulgariza a sí misma hasta el empobrecimiento al intentar crear
palabras para todo, promesas para todo que no se cumplirán, descripciones de la vida que serán o
académicas o literarias y que necesitarán siglos de elaboración sin que sobre tiempo para la vida.

La Palabra es responsable de la muerte fálica porque domina los sentidos y el falo sometidos a ella; es
responsable del nacimiento de los exasperados que sirven a los principios verbosos.

Es responsable de la incomprensión general de los seres que sucumben a asesinatos, racismos, marchas,
las leyes, etc.

En resumen, la Palabra es responsable porque en vez de hacer de ella una forma de vida la
transformamos en un fin. Prisionero de la Palabra es el niño, y lo será durante toda su vida adulta.

Pero, sin caer en la anécdota, se pueden mencionar los nombres de algunos que insistieron en romper
las relaciones impuestas por la Palabra. Cuando los tímidos intentos de Aristófanes mostraron que el
sonido era indispensable – o sea, la imitación del sonido de un elemento o de un animal – esto no
significa que lo haya buscado como fin en sí mismo. En este caso, el sonido emitido por la boca fue
excluido, puesto que solo venía de un uso imaginado y subordinado, cuando en realidad es el elemento
más importante.

Su importancia tampoco será investigada en el siglo XVI, ya que fue amoldado a la polifonía musical.
No será liberado por los Expresionistas, que necesitaban el soporte de sílabas y letras, tal como fue el
caso de los Futuristas, Dadaistas y Letristas.

El sonido bucal, el sonido humano, de hecho, recién nos encontrará alrededor de 1953, con Wolmann,
Brau, Dufrene, y un poco más tarde mis audiopoemas.

¿Pero para qué querer sonidos humanos a-significantes, sin alfabeto, sin referencia a una claridad
explicativa? La Palabra, como lo he insinuado, simplemente es incomprensible y abusiva porque está
en manos de todos, más bien en todas las bocas, las cuales reciben órdenes de parte de unas pocas
voces en su mayoría no autorizadas.

El sonido mimético del hombre, el sonido humano, no explica, transmite emociones, sugiere
intercambios, comunicaciones afectivas; no indica con precisión, es preciso. Y yo diría bien que el acto
sexual de una pareja es preciso, es voluntario, ¡cuando no explica! ¿Cuál entonces es la función de la
Palabra, que tiene la pretensión de afirmar que tal o tal cosa está clara? Yo desafío esta Palabra.

La he acusado y sigo acusando de impedimento para la vida, nos hace perder las escasas décadas de
nuestra existencia haciendo que tengamos que justificarnos ante tribunales llamados espirituales,
políticos, sociales o religiosos. A través de ella tenemos que rendir cuentas al mundo entero;
dependemos de las mediocridades de Sartre, Mauriac, De Gaulle. Nos poseen en cada ámbito; somos
esclavos de la retórica, prisioneros de explicaciones que no explican nada. Nada es explicable aún.

Es por esa razón que un arte sugestivo que sale del cuerpo, ese resonador y ese receptáculo, animado,
respirado, actuado, ese + y -, es por esa razón que un arte sugestivo ha sido creado; tenía que venir, y
nutrir, y de ninguna manera afirmar. Te gustará ese arte, o no te gustará, ¡eso no importa! A pesar de vos
mismo, te recibirá, circulará en vos. Esa es su función. Tiene que abrir nuestros efectores hacia nuestras
propias potencialidades biológicas, físicas y mentales más allá de todo intelecto; el arte tiene que ser
valuado como los vegetales, solo que nos nutre de otra forma, nada más. Y cuando accede a vos, hace
que quieras recibirlo. De ese modo, la Palabra es reducida a su función adecuada, subalterna a la vida;
solo sirve para proponer usos inteligibles, intercambios básicos, pero nunca canalizará las admirables
fuerzas de la vida, porque esa magra canalización, como he indicado, termina por producir usura en
nosotros a través de la ausencia de verdadera vida.

No perdamos 4/5 de vida intensa sin Palabra a beneficio del pequeño l/5 de verborrea. Seamos francos
y justos. Sepamos que el día está hecho de oxígeno, que la noche elimina nuestros venenos, que el
cuerpo entero respira y que es una totalidad, sin la vanidad de una Palabra que pueda reducirnos.

Prefiero el sol, me gusta la noche, me gustan mis ruidos y mis sonidos, admiro la inmensa fábrica
compleja de un cuerpo, me gustan mis miradas que tocan, mis oídos que ven, mis ojos que reciben...
Pero no necesito tener la bendición de la idea escrita. No necesito obtener mi vida a través de lo
intelligible. No quiero estar sujeto a la palabra verdadera que siempre es engañosa o mentirosa, ya no
puedo soportar que me destruya el Señor, esa mentira que se anula a sí misma en el papel.

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