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La vida parece comunicarnos el mensaje de que sólo los ancianos mueren, que la muerte
de los demás prácticamente no ocurre y que, en todo caso, a nosotros nunca nos pasará.
Pero la realidad puede no ser así. Popularmente se dice que cuando muere un abuelo o
una abuela, muere el pasado; que cuando muere un padre o una madre, muere el
presente, y que cuando muere un hijo o una hija, muere el futuro. Lo cierto es que
animales y personas, maestros y niños, padres y abuelitos, conocidos y desconocidos
pueden morir antes que nosotros. Y también nos pueden sobrevivir... O sea, que aun
avisando, la muerte siempre llega inoportuna.
La escuela debiera estar preparada para casi todo. Si bien el contexto educativo no es un
contexto terapéutico, ambos tienen de común que pueden contribuir a una más y mejor
conciencia de la muerte, traducible en pérdida de miedo a la muerte, y pueden
proporcionar vivencia de distanciamiento, desapego producto de un cambio positivo en
la propia escala de valores. Ambos ayudan a crecer, a incrementar la comprensión y a
atenuar el dolor.
Por intervención didáctica posterior o paliativa nos referimos a aquella que tiene lugar
después de una vivencia de pérdida significativa. Se fundamenta en el principio de
que el trabajo educativo desde una vivencia de muerte, además de ayudar a
disolver el sufrimiento y a elaborar el duelo, puede incrementar la complejidad y
evolución de la conciencia. Desde un punto de vista didáctico, adquiere su coherencia
desde la planificación.
Las siguientes pautas pudieran tenerse en cuenta para todas las etapas educativas (A. de la
Herrán et al., 2000, adaptado). Todas ellas podrían sintetizarse en un solo epígrafe: respeto
personal y respeto didáctico hacia el proceso formativo del niño y el adolescente,
favorecido desde un contexto educativo, bien profesional, bien familiar:
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Herrán, A. de la, y Cortina, M. (2006). La muerte y su didáctica. Manual para Educación Infantil,
Primaria y Secundaria. Madrid: Ed. Universitas (capítulo 10).
a) Seguridad emocional. El clima de seguridad emocional es necesario. Pero la
sobreprotección puede producir efectos menos deseados y bloquear la elaboración del
proceso en el niño. Muchas veces se puede sobreproteger al niño pensando más en uno
mismo que en lo que es más conveniente para su desarrollo. En su caso, puede ser
importante satisfacer, pero no forzar, su deseo de estar presente en el entierro.
Fundamentalmente, el niño necesita sentirse seguro, acompañado, acogido y
respetado. Una actitud respetuosa es una actitud no-egocéntrica.
b) Integración normalizada: El niño tiene derecho a ser incluido como individuo y
como miembro de una familia sintiente, sobre todo en estas situaciones.
c) Coordinación familia-escuela-hospital: Lo primero es coordinarse todos (padres-
centro-profesionales), para y dialogar para asentar un enfoque complementario, en su
caso, y desarrollar una atención compartida y prevista. A nivel de centro, planificando
las respuestas del centro y del tutor/a en el periodo de duelo, de manera análoga a
como se organiza el periodo de adaptación en Educación Infantil. En el caso de los
maestros y miembros de los equipos, se trataría de dialogar sobre el periodo de duelo,
previamente planificado, para asentar un enfoque complementario, si fuera necesario.
d) Coherencia entre versiones, en la actuación personal, interpersonal, etc. Respetar
la versión e intención de los padres, aunque pueda pactarse con ellos dicha versión y
enriquecerla. No entrar en contradicciones. El adulto cercano (padres, profesores de
referencia para el niño...) será el espejo o la ventana en la que el niño se va ver
reflejado o a través de la cual mirará hacia el horizonte, a partir de la respuesta
emocional, el autocontrol, el respeto, la calidez, la reflexión, la fortaleza...
e) Naturalidad, sinceridad, honestidad. Evitar engaños de cualquiera de las partes, para
ocultar la realidad. Nunca mentir, ni evadirse, ni fingir, ni hacer interpretaciones
tergiversadas, ni juzgar, ni interrogar. Por ejemplo, no conviene aplazar la
comunicación de lo sucedido2 o decir que se ha ido de viaje o que se ha ido a un asilo.
Responder a sus preguntas utilizando frases sencillas y adecuadas a su edad. Dar
versiones falsas para proteger o preservar al niño carece de utilidad y de sentido.
f) Transparencia y claridad: Poder expresar cómo nos sentimos proporciona
seguridad, confianza y libertad para que el otro así mismo se exprese.
g) Expresión de las emociones y el llanto y escucha. Permitir la manifestación natural
de emociones, sobre todo el llanto, sin estimularlas (“tú lo que tienes que hacer es
llorar”), reprimirlas (“no llores más”), ni interrumpirlas (“¿qué me has dicho?”, “habla
más claro”, etc.), ayudándole a interpretarlas y a expresarlas, empatizando,
parafraseando, reflejando, atendiendo más al tono del mensaje, etc. Es preciso
recordar que el llanto favorece que uno pueda tomar contacto directo con su propio
dolor, y que por ello pueda reconocerlo. Es este conocimiento el que permite la
convivencia, el manejo, la amortiguación o el relativo olvido que el tiempo y las
circunstancias pueda permitir.
h) Fluidez. Tratar de reducir los atascos, en cualquier fase de la elaboración de la
pérdida. Debe permitírsele y ayudar al niño y al adolescente recorrer todas las fases
del duelo: “A menos que se le ayude a completar el ciclo de excitación hasta el
punto de reinstalar la desactivación las emociones que se ponen en movimiento
pueden continuar girando sin control” (J.A. Kottler, 1997, p. 216).
i) Objetividad. Es muy importante actuar sin proyectar y amplificar los sentimientos
propios en los del niño, desde la flexibilidad y una pretensión de neutralidad o cierto
rigor de la razón que aproxime los contenidos del mensaje al fenómeno, más que al
propio dolor, sentimientos o creencias.
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Recordamos el caso de una madre (que además era maestra), la cual, pasados cuatro meses, aún no había
sido capaz de decir a sus hijos de 3,5 y 5 años (mellizos) que su abuelo había muerto.
j) Generosidad. Hacerles ver que son valiosos por sí mismos, y que son queridos y
aceptados en su propio papel de niños, sin forzar a sustituir, en su caso. En algunas
ocasiones, por iniciativa del adulto o motivación (culposa) del niño, éste se exige a sí
mismo demasiado, intentando suplantar o sustituir a la figura desaparecida. En estos
casos, sugerimos descargarle de este esfuerzo, haciéndole ver que se les quiere y acepta
por sí mismos.
k) Ejemplaridad. Los adultos más próximos actuarán como referencias para la propia
reconstrucción del niño. Es importante actuar con naturalidad pero con conciencia de
esta responsabilidad añadida inevitable.
l) Confianza y expectativa en el proceso y en el niño o adolescente, en sus recursos
personales para sobreponerse, incluso más allá del duelo. Más allá del duelo puede
aparecer una fase de positivación, de transformación en positivo o una sublimación
canalizada hacia una mayor sensibilidad orientable a la evolución personal y/o
ayuda social. Espérese incluso esto, con el máximo respeto, sin injertar esquemas,
sin acelerar procesos, pero poniendo al alcance del niño todo para que ese elemento
de proyecto personal pueda ser.
m) Atención permanente. Aunque parezca que el niño ha superado el duelo, es normal
que en su vida posterior aparezcan fijaciones (ritos, identificaciones compensatorias,
cambios de carácter, agresiones sin causas aparentes, depresiones periódicas,
interrogantes, opciones o preferencias condicionadas, introversiones reactivas,
sentimientos de injusticia, de solidaridad, de entronque en el árbol de la vida, etc.), que
nos pueden informar de cómo elabora mediatamente la experiencia de muerte.
n) Y todo con belleza: suavidad, precisión, elegancia, dignidad, expresión de
generosidad.
1) Relaciones ficticias: “Al abuelito puedes pedirle lo que quieras, porque como él está
en cielo y ya es un ángel, te podrá ayudar en todo”.
2) Violentar su pensamiento mágico: “No puedes hablar con tu abuelo por teléfono,
porque está muerto”.
3) Emplear la figura perdida como recurso de chantaje: “Yo me voy, ¿eh? Pero cuidado
con lo que haces, que tu abuelo te está viendo y me lo va a contar después”, o “¿Es
que quieres que me muera, como el abuelito/a?”.
Reflejamos una situación particular, ajena a la planificación educativa del centro, aunque
no de la previsión educativa de las familias o allegados: la posible percepción directa del
cadáver, que pudiera convenir no llevar a cabo en muchos casos. Sin embargo, puesto que
accidental o voluntariamente [por parte del niño o del adulto que le acompañe] esta
circunstancia puede darse, contemplaremos la totalidad de la experiencia que
denominamos de duelo directo, en su mayor grado de complejidad, apertura e inmediatez:
a) Escucha de la palabra y del gesto: Dejarle elegir, y respetar no sólo su palabra, sino sus
gestos, dándoles mucha importancia, sin llegar a confundir los gestos de tensión con los
gestos de negación. Podría llegar a ser una experiencia intensa, incluso bella, aunque
inevitablemente triste, o sea, una tristeza disfrutada. Si expresara su deseo de verle, el
proceso debería de revestirse de naturalidad y estar presidido por la serenidad.
b) Entrañamiento: Lo ideal es que la persona que debe atender la experiencia de duelo-
vacío mantenga una relación entrañable con el niño y se encuentre dispuesta y receptiva a
su emoción y a su interpretación. En unos pocos casos, hemos constatado lo apropiado de
que un abuelo/a no muy afectado/a conduzca al niño en esta visita.
c) Oportunidad. Lo siguiente sería buscar un momento de tranquilidad. Puede pedirse que
nos dejen estar un momento junto al muerto/a, a solas con el niño, y que incluso cuide que
no entre nadie durante esos minutos, para que no interfiera la situación.
d) Reconocimiento. Podemos hablar con el niño para hacerle ver, si es muy pequeño, que el
abuelito/a, el tío/a, el vecino/a, el compañero... está como dormido/a. Más dormido/a que
la Bella Durmiente o que Blancanieves, solo que ya no despertará.
e) Despedida. Pero lo que sí podemos es acompañarle y decirle adiós. Si el niño llegara a
despedirse en la realidad o simbólicamente, habríamos conseguido una primera
superación de la fase de aceptación.
f) Cautelas y evitaciones. Si lo que se pretende es aprovechar formativamente este intenso
momento significativo como constructor de interioridad, debemos evitar proceder sobre
estas actitudes inadecuadas, que señala Celia Rincón (1999):
1) Actuar con precipitación, con nerviosismo y hasta con prisa, como si quisiéramos
quitarnos al muerto, al niño y a la situación de encima.
2) Apartar al fallecido, separarlo, incluso aislar al niño del ausente y su recuerdo
emocional.
3) Crear entre el niño y el finado/a una barrera aséptica-fóbica que atraiga su atención y
refuerce sus miedos y sus fantasmas.
4) Comportarse hacia la figura del difunto/a, a la vista del niño, de un modo distinto a
como se obraba cuando vivía.
g) Fin del principio. La buena planificación y desarrollo de este momento crítico (real
o simbólico) puede actuar como inicio de un periodo de adaptación a la vida sin la
persona muerta.
a) Los niños con relaciones saludables y felices con sus padres antes del fallecimiento
pueden encarar mejor las situaciones y problemas asociados.
b) Los niños que reciben cuidados esmerados tras la muerte de un ser querido
experimentan un grado menor de pena ante el fallecimiento de uno de los
progenitores.
c) El desarrollo del niño influye en su impacto emocional: cuando el desarrollo es muy
temprano, los niños suelen superar la muerte de sus progenitores con cicatrices
emocionales menos intensas.
d) La información del fallecimiento, o sea, la forma de enterarse de la muerte del
progenitor puede influir en su elaboración: si es previsible –por ejemplo, ocurre en
un hospital- y se demora, pueden ocasionar ideas fantasiosas acerca de su regreso.
Parece conveniente contar la noticia, expresarle de modo claro y no reprimir su
tristeza y dolor, ofreciendo apoyo. Los adultos deben estar preparados para los
cambios de comportamiento de los niños.
e) Si el niño presencia la muerte de su progenitor, será necesaria la ayuda de familiares
y de terapia a corto plazo para que se inicie su adaptación, superando su terror y
confusión.
f) La presencia en el funeral puede ayudarles. El niño debe estar preparado para esta
situación, conociendo lo que sucederá con anticipación.
g) El cuidado posterior a la muerte es crucial para el desarrollo del niño orientándose
hacia la conformidad.
Los resultados de investigaciones citados por A. Brennen (1987) muestran que los
efectos traumáticos de las muertes de hermanos también pueden variar según diversos
factores particulares. Obviamente, en este caso también es necesaria la ayuda adulta
para su superación:
a) Dependiendo de la edad del niño, puede ser de más difícil comprensión, ya que los
niños creen mayoritariamente que sólo se muere gente mayor.
b) Puede ocurrir que el sistema familiar se una mucho en torno a los padres, de modo
que los niños se queden en un segundo plano.
c) Muchos niños pueden experimentar cambios de comportamiento característicos:
Ya hemos señalado que los hermanos tienden a expresar sus elaboraciones, conflictos o
vacíos internos a través de sus dibujos (J. Gascón, 2003), por lo que este recurso puede
ser empleado con prudencia. Además, debemos mencionar que:
dependiendo de la edad de éstos, pueden aparecer sentimientos de culpa por estar sanos, por sus celos anteriores o
pueden sentir miedo por ser contagiados y esto se puede traducir en irritabilidad o aislamiento social, bajo
rendimiento académico, fobia escolar, ansiedad de separación, enuresis, quejas somáticas como cefaleas o dolores
abdominales. Al principio de la enfermedad pueden sentirse abandonados por los padres sobre todo si no tienen una
información correcta de lo que está sucediendo (J.L. Pedreira y L. Palanca, 2001).
Estas actividades y otras muchas idealmente han de ser desarrolladas por la familia
cercana, desde la mayor cercanía y confianza posibles.
Coordinación escuela-hospital.
a) INTERCAMBIO DE INFORMACIÓN.
i. Los mismos sistemas pueden ser buenos medios para que el tutor
mantenga contacto con él o ella, le asigne actividades de enseñanza-
aprendizaje, se dé un intercambio de tareas, anticipe sus visitas etc.
ii. Así mismo, puede ser pertinente que, sobre todo cerca del momento
de la salida del hospital, el tutor informe al niño sobre alguna
actividad didáctica que el grupo ya ha hecho o podrá hacer de cara a
su reincorporación a clase. Esta actuación favorece que su adaptación
tenga lugar antes que su reincorporación a la escuela.
Elaboración colectiva del duelo con los niños de la misma unidad hospitalaria.
Teniendo en cuenta que, como se ha dicho, la mortalidad del cáncer infantil ronda un
30%, el trabajo educativo en el hospital que normalmente realiza el personal sanitario,
pero que también podrían hacer voluntarios debidamente preparados, alcanza a los niños
que han compartido un tiempo de vida con el que se ha ido. A. Navajas (2005) nos
comentó algunas actividades realizadas los niños de la Unidad de Oncología Pediátrica
del Hospital de Cruces:
Los padres pueden obtener un conocimiento muy útil de los tutores y profesores de sus
alumnos. En general los profesores son los mejores conocedores de las características de
niños por grupos de edad: los padres tienen uno, pero los profesores tienen decenas cada
año: conviene abrirse a ellos y aprender de ellos. Por otra parte, es muy importante
triangular (validar, cruzar o confirmar información) si lo que se observa en casa tiene
lugar también en la escuela, si lo que se piensa ocurre en realidad, en qué circunstancias
el niño está mejor, dónde experimenta satisfacciones y dónde dificultades, etc.
Tras una enfermedad larga o grave, la reincorporación del niño o adolescente a su grupo
de referencia puede facilitarse desde algunas medidas susceptibles de planificación:
d) Desde el punto de vista de posibles errores de todos con el niño enfermo: Así
mismo, y esta vez de parte de todos, conviene hacer lo posible por evitar errores
actitudinales generales (de padres, de miembros del equipo directivo, de docentes,
de conserjes, de cocineros/as, de alumnos...) y reparar también en ellos como
estrategia adecuada de planificación. Los adaptamos del excelente trabajo de la
Federación Española de Padres de Niños con Cáncer (2005), añadiendo alguno más: