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"MAS BIEN VERBOSOS" LOS AUTISTAS


por JEAN-CLAUDE MALEVAL [1]

Resumen: Lacan sorprende en 1975 cuando indica que no es el mutismo lo


que le parece lo más sorprendente entre los autistas, sino la verborrea. Ni
siquiera se trata de una observación clínica, cuya pertinencia no se dudaría,
sino de la orientación esencial para abordar la especificidad de un tipo clínico
original. ¿ Qué es la verborrea? Sino un uso de la lengua de donde la
enunciación se ausentó. Ahora bien, la enunciación inscribe el goce vocal en el
campo del lenguaje. La voz como objeto pulsional no es la sonoridad de la
palabra [voz], sino la manifestación en el decir del ser del sujeto. Es una
constante mayor del funcionamiento autístico el protegerse de toda emergencia
angustiosa del objeto voz. De la suya propia, por la verborrea o el mutismo, de
la del Otro, por el evitamiento de la interlocución. El autista es un sujeto que se
caracteriza por no haber incorporado el objeto vocal que soporta la
identificación primordial, resulta de eso una carencia de S1, en su función
representativa del sujeto. Cuando el goce del viviente no se cifra en el
significante, la manifestación clínica más manifiesta, subrayada por todos los
autistas de alto nivel, reside en una escisión dolorosa entre los afectos y el
intelecto. Las otras características del cuadro clínico son algunas de las
consecuencias. Palabras-llaves: autismo, voz, goce, parloteo, lalengua.

La representación más difundida del niño autista es efectivamente la de un ser


mudo, de modo que Lacan sorprende, en 1975, con ocasión de una de sus
raras indicaciones concernientes a estos sujetos, calificándolos de "verbosos":
"Qué le cueste entender [escuchar], dar su alcance a lo que dicen, no impide
que sean personajes más bien verbosos” [2].
Es verdad que más de la mitad de los niños autistas habla, y que las
verbalizaciones de estos de golpe le sugieren a Kanner las nociones de
"lenguaje de loro" o de "ecolalia diferida". Los padres notan a veces que
adquieren con facilidad palabras nuevas, sin aprender a hablar por eso, en el

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sentido en que la palabra testimonia una expresividad del sujeto. Describen el
fenómeno observando que el niño pronuncia palabras, pero no las utiliza. Por
añadidura sabemos que el empleo correcto del "Yo" es siempre tardío, y a
veces no ocurre jamás. En el otro extremo del espectro clínico, entre los
autistas de alto nivel, se encuentra regularmente una voz artificial, particular,
sin expresividad. Además, las palabras siguen siendo "emitidas más bien que
habladas", provienen de un "repertorio mental memorizado", nada es más difícil
para estos sujetos que una "expresión personal" [3]. De manera general, los
especialistas del síndrome de Asperger observan que la dificultad en hablar de
sí y en expresar sentimientos íntimos es una de las características; mientras
que estos sujetos a menudo exasperan a los allegados con conversaciones
unilaterales y por preguntas incesantes [4]. "En su tema de predilección,
escribe Attwood, el entusiasmo les inspira un discurso verboso, incluso una
palabrería incesante" [5]. Una autista de alto nivel, tal como Temple Grandin,
presentó por cierto un retraso importante en cuanto a la adquisición de la
palabra, pero cuando la hubo adquirido se la apodó "molino de palabras": hacía
repetitivamente la misma pregunta y esperaba con mucho placer la misma
respuesta, pronunciaba discursos infinitos sobre temas que retenían su
curiosidad, le gustaba jugar a juegos de asociaciones de palabras; más tarde
en el liceo sus compañeros la nombraron "obsesión" [6]. Otros la trataron de
"magnetófono", etc. Williams describe otra forma de verborrea subrayando su
inexpresividad básica: "Las aserciones que no tenían relación conmigo y que
no tocaban mis preocupaciones me caían de la boca como las bromas de un
cómico de music-hall" [7]. Conoce de otro autista que le parece funcionar como
ella porque él mismo "había dominado el arte de "hablar para librarse de las
palabras" estando él mismo sordo al sentido" [8]. Joffrey Bouissac confía que le
pasó de hablar "solo durante días enteros como un disco rayado […] Hablo
solo, precisa, sobre todo cuando hago una fijación sobre algo, como cuando
teníamos un perro Canela y no paraba de hablar solo diciendo por ejemplo: "la
perra va a comer". En esa época, jugaba a los loros pues durante días enteros
repetía "el gato", en otra época "la Suiza", en otra "el mar". Hubo también otro
período donde hablaba solo, era cuando hubo un incendio en Sermersheim,
pues vi un fuego inmenso y eso me aterrorizó. Después, hice una fijación sobre

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la casa quemada, no dejaba de cantar la misma frase "la pared de la barraca
se abrasa" y hablaba solo sin parar" [9]. Que la representación más común del
niño autista lo haga un ser mudo reposa en la presencia indudable de la
carencia enunciativa que determina esta patología: ella no sería más evidente
que en este silencio obstinado. Cuando el sujeto autista procura comunicar, lo
hace en lo posible de una manera que no pone en juego su goce vocal, ni su
presencia, ni sus afectos. Si es una constante discernible a todos los niveles
del espectro del autismo, ella reside en la dificultad del sujeto en tomar una
posición de enunciador. Habla de buena gana, pero con la condición de no
decir nada. La verborragia del autista no es, como se le podría suponer, goce
solitario de la voz; todo lo contrario trabaja en la puesta a un lado de esta, la
que horroriza al sujeto. En la infancia, lo mismo que habla sin voz, el autista se
tapona los oídos de buena gana. La voz en tanto que objeto pulsional no es la
sonoridad de la palabra [voz], sino lo que soporta la presencia del sujeto en su
decir. Es una constante mayor del funcionamiento autístico el protegerse de
toda emergencia angustiosa del objeto voz. De la suya propia, por la verborrea
o el mutismo, de la del Otro, por la evitación de la interlocución. La inmensa
mayoría de ellos, Asperger ya lo había observado, obedecen mejor si uno no
se dirige a ellos personalmente, sino si se habla entre bastidores. La palabra
puede interesarles con la condición de que no sea portadora de la voz. De
donde su atractivo por el parloteo vacío y la música de la palabra. El parloteo
autístico es un ejercicio tranquilizador de palabra sin voz. En cambio, la voz del
autista, no sometida a la castración, no falicizada, le horroriza, es por eso que
dedica tantos esfuerzos para enterrarla [esconderla]. Un fenómeno, notado por
numerosos clínicos, y que les parece siempre muy enigmático, lo manifiesta
claramente. A menudo ha sido comprobado que autistas mudos salen a veces
un instante de su silencio, pronunciando una frase perfectamente construida,
antes de regresar a su retirada muda. Ahora bien, es característico que esto se
produzca en situaciones críticas que rebasan las estrategias protectoras del
sujeto haciéndolo abandonar por un instante su negativa de llamamiento al
Otro y su negativa de comprometer la voz en la palabra. ¿Que dicen en efecto
en aquellos momentos? La primera frase pronunciada por Birger Sellin es
"devuélveme mi bola" dirigida a su padre que acababa de tomarle uno de sus

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objetos autísticos [10]. Un chico de 5 años, refiere Berquez, "al que nadie
jamás había escuchado pronunciar una sola palabra en su vida, se encontró
molesto cuando la piel de una ciruela se pegó en su paladar; exclamó entonces
distintamente: "Quíteme esto", luego recayó sobre su mutismo anterior. Otro
niño mudo de 4 años que se hacía examinar por un pediatra gritó: "quiero
volver" y, un año más tarde, con ocasión de una hospitalización por una
bronquitis, exclamó: "quiero devolver" [11]. Todas estas frases poseen un punto
común: la presencia del sujeto de la enunciación se encuentra allí netamente
señalada, el llamamiento al Otro se afirma allí, su carácter imperativo
testimonia del goce vocal que las sostiene. Ahora bien, nada es más
desgarrador para el niño autista. Es sólo en la culminación de la angustia que
él mismo puede dejar escapar tal enunciado, extraordinariamente angustioso,
vivido como una mutilación, pues pone en juego, no sólo la alteridad, sino una
cesión del objeto del goce vocal al goce del Otro. Muy lejos de reiterar esta
experiencia angustiosa, el sujeto procura protegerse de su retorno,
encerrándose en un silencio todavía más profundo. Cuando un niño autista
comienza a hablar, ocurre que allegados particularmente atentos constaten un
fenómeno parecido. "Hablaba, escribe T. Morar, cuando fue atrapado en cierto
modo: contra su voluntad. Sorprendido por una pregunta o una afirmación
falsa, la respuesta venía a pesar de él. Volvía a empezar en seguida como si
se dijera: "¡Bah! ¡Hablé!". Olíamos que tenía ganas de tragar su respuesta.
Como si habría un peligro al hablar" [12]. Ahora bien no se trataba de una
negativa de comunicar, pues había observado antes, cuando su hijo Pablo
seguía estando mudo a pesar de sus esfuerzos, cuando ella le planteaba
preguntas, él encontraba otro medio de responder que por la palabra. "Nos
preguntábamos, escribe, si no hablaba a propósito" [13]. Sus intuiciones
concernientes a las causas de esta negativa no carecen de pertinencia.
"Aceptar hablar, era también aceptar las limitaciones del lenguaje: ser obligado
a responder, a obedecer, era mucho más fastidioso que fingir no entender o no
comprender, y así conservar una libertad total" [14]. Ninguno más que el autista
es un sujeto libre, dolorosamente libre, de una libertad potencial que un
compromiso alteraría. Rechaza toda dependencia con respecto al Otro: se
niega a ceder el objeto de su goce vocal, de modo que resiste radicalmente a la

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alienación de su ser en el lenguaje, de ahí, más aún que para otros psicóticos,
que sea pertinente de subrayar que se considera libre [15]. Sus estrategias de
salida de su aislamiento que funcionan por escisiparidad, tomando apoyo sobre
un doble, no lo desmienten. Pueden ir hasta darle a Joey la ilusión de "haberse
empollado él mismo" [16]. El control importa más que todo, afirma Williams, ella
discierne que "la sensibilidad propia de la sensación de vivir [debe] ser
rechazada" [17], de donde el trabajo para que el goce quede desconectado de
la palabra. La posición del sujeto autista parece caracterizarse por no querer
ceder sobre el goce vocal. Resulta de eso que la incorporación de la voz del
Otro, que puede ser recibida sólo sobre fondo de falta, para él no se produce.
Hay que precisar que la voz, en el sentido de objeto pulsional, no es la
entonación, no es del registro sonoro, ella está fuera de sentido. Lo mismo que
la mirada soporta lo que falta en el campo de la visión, la voz encarna la falta
en el campo verbal. "La voz, precisa Jacques-Alain Miller, es la parte de la
cadena significante inasumible por el sujeto como "yo" y que subjetivamente es
asignada al Otro" [18]. La castración simbólica borra la presencia de la voz en
la
realidad, ella vuelve al sujeto sordo a ésta, mientras que se vuelve apto para
conectarla al decir. En cambio, para el sujeto psicótico, la voz puede hacerse
oír a veces, en particular en las alucinaciones, sabemos que entonces expresa
esencialmente insultos. El autista es apenas alucinado, pues nada le angustia
más que el objeto vocal, de donde su horror cuando lo oye manifestarse en un
imperativo que escapa de él, o cuando el otro le habla afirmando su presencia
enunciativa. Su verborragia parece tener por función la de asfixiar y de
contener una voz de la que teme la manifestación.
La oreja del autista no está cerrada a la voz: conocemos su sensibilidad a los
ruidos que ninguna enfermedad de los aparatos sensoriales explica. No
dispone de ese objeto equilibrante, análogo a los granos de arena que algunos
delfines se introducen en el utrículo, con el fin de regular su aparato stato-
acústico, por el cual Lacan metaforiza la incorporación de la voz del Otro,
cuando el Nombre-del-Padre operó. "Una voz, comenta Lacan, no se asimila,
sino se incorpora" [19]. Cuando cae del órgano del habla, ella permite modelar

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el vacío del Otro; ahora bien para el autista éste no está pacificado, el deseo
del Otro no deja de angustiarlo.
La voz es un objeto pulsional que presenta la
especificidad de comandar la identificación primordial, de modo que la negativa
radical de ceder sobre el goce vocal atenta contra la inscripción del sujeto en el
campo del Otro. "Lo que me ata al otro, subraya Jacques-Alain Miller, es la voz
en el campo del Otro" [20]. Cuando este anudamiento no se produce, S1 no
cifra el goce y no representa al sujeto ante otros significantes. Sin embargo el
sujeto autista sufre de su soledad, de modo que muchos procuran entrar en
comunicación, pero ¿cómo hacer sin poner en juego el goce vocal? Algunos
encuentran la solución de un lenguaje de gestos, o de signos, incluso tienen
que pasar por la escritura o la comunicación facilitada. No obstante la inmensa
mayoría de los autistas de alto nivel hablan correctamente, pero sin decir. Se
revelan regularmente bastante verbosos.
La descripción notable de los mecanismos autísticos producida por la sutil
Donna Williams merece ser citada bastante largamente cuando introduce a la
inteligencia de este fenómeno: "A lo mejor, escribe en 1992 en «Nobody
nowhere», la persona que sufre de autismo pueda hablar corrientemente a
condición de engañar y de adiestrar su espíritu haciéndole creer que:
1°) lo que tiene que decir no tiene ninguna importancia emocional - es decir que
está charlando como si nada.
2°) que el que le escucha no podrá alcanzarle ni detectar sus intenciones a
través de las palabras que emplea. - es decir que deberá expresarse a través
de una jerga, o a través de un "lenguaje de poeta".
3°) que su discurso no está destinado directamente al interlocutor - lo que
quiere decir que hablará por intermedio de los objetos, a los objetos mismos (la
escritura incluso, que es un modo de hablar a través del papel).
4°) que no se trata verdaderamente de un discurso - podrá pues además cantar
también de modo apropiado.
5°) que, en fin, la conversación no tiene ningún contenido afectivo - lo que
quiere decir contentarse con tener en cuenta hechos simples o decir
trivialidades o futilidades [21].

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Las cinco posibilidades contempladas aquí por Williams para permitirle al
autista tomar la palabra sin despertar demasiado la angustia pueden finalmente
ser relacionadas a la rápida pero esencial indicación de Lacan: el autista puede
hablar a condición de seguir siendo verboso. Williams precisa diversas
maneras de declaraciones verbosas efectivamente utilizadas por los sujetos
autistas: 1° hablar para no decir nada, 2° hablar para no ser comprendidos, 3°
hablar sin dirigirse al interlocutor, 4° cantar no es hablar (cantar no conviene a
la comunicación seria, la presencia enunciativa se encuentra allí aliviada
[disminuida], 5° decir sólo cosas sin importancia. Menciona aún otra posibilidad,
utilizada por Willie, uno de sus dobles, "se había aprestado, nos dice, para
argumentar todos los puntos de vista, pero jamás adoptaba personalmente
ninguno. Para mí era sólo un modo de jugar con las palabras, pero era
endiabladamente divertido". Falta en esta enumeración una de las formas más
corrientes: la repetición de dichos enteros de memoria. El punto común de
todos estos modos de no-expresión reside en la negativa de comprometer lo
que sea que sea íntimo: que nada se transparente allí que se parezca mucho
al goce del sujeto. Si se cree en Williams, ser verboso es el comienzo de la
inmensa mayoría de las tomas de palabra del autista, sugiriendo desde ahí que
la indicación de Lacan se refiere, mucho más allá de una notación simple y
descriptiva, a lo esencial: el autista se encuentra allí situado como el sujeto que
niega la puesta en función del objeto del goce vocal. "Como resultado varios
niños anteriormente mudos, refería Bettelheim, no hablaban porque esto habría
vaciado su cerebro" [22]. El acto de palabra habría comprometido en el
intercambio el objeto mayor de su goce y habría sido sentido como una
mutilación, incluso como un cataclismo. Cuando el autista sale de su mutismo,
persiste en esforzarse por no comprometer su voz en un llamamiento al Otro.
En la escuela primaria, refiere Williams, "hablaba en voz alta sin cesar,
indisponiendo a todo el mundo. Decía que simplemente me gustaba el sonido
de mi propia voz. Era probablemente justo." Se la encontraba inteligente,
posiblemente, comenta, pero apenas sensata. "Más que hablarle a la gente les
soliloquiaba por encima de sus cabezas, como si toda conversación debiera
resumirse en eso" [23]. El soliloquio intenta resolver la dificultad con la cual se
confronta el autista para el que la soledad se vuelve dolorosa: permite ir hacia

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el otro imitando el esbozo de una conversación sin comprometer la voz. La
clínica más manifiesta del autismo ha señalado desde hace tiempo la
importancia de las dificultades inherentes a la enunciación.
Podemos invariablemente relevar anomalías de lenguaje, afirma Asperger,
ahora bien, aquellas a las que pone en exergo conciernen en lo esencial a las
características de la enunciación. Ellas difieren evidentemente de un caso al
otro, constata él, "a veces la voz es débil y lejana, a veces es estudiada y
gangosa, pero a veces es demasiado aguda hasta ser horadante. En otros
casos aún, la voz es un murmullo melodioso y monótono cuyo tono no vuelve a
descender incluso al final de las frases. A veces la dicción es modulada al
exceso hasta el punto de parecer recitar versos declamándolos con énfasis.
Por muy diversas que sean las posibilidades, todas poseen un punto común:
este lenguaje parece artificial, incluso caricaturesco, hasta suscitar en el oyente
ingenuo un sentimiento de ridículo. Otra de las características del lenguaje
autístico reside en que no está dirigido sino que el individuo parece hablar en el
vacío" [24]. En fin, hasta los autistas de alto nivel conservan dificultades en el
manejo de las características prosódicas del lenguaje, tales como la
entonación, la altura de la voz, la rapidez, la fluidez y el énfasis puesto a la
palabra. "En ellos, describe U. Frith, un murmullo puede transformarse de
repente en un grito, o una voz grave ceder súbitamente el sitio a una voz
aguda. Todo pasa como si no lograran evaluar el volumen necesario para
alcanzar a su interlocutor, y pequen pues, sea por exceso, sea por defecto. La
rapidez de la elocución plantea problemas semejantes. Así, la madre de un
niño autista me decía recientemente: "si solamente lograra hacerlo hablar más
lentamente, posiblemente la gente lo comprendería". Por otro lado, ciertos
individuos autísticos carecen totalmente de entonación; su discurso entonces
es percibido como uno salmodia pedante. A la inversa, asimismo, sucede que,
con una voz aparentemente bien modulada, el individuo autístico haga un
comentario absurdo o repita siempre la misma cosa" [25].
Desde las primeras observaciones, Kanner supo ir a lo esencial observando
que el lenguaje no les sirve para la comunicación. "Sólo uno de ocho niños
parlantes tiene un lenguaje que, en el curso de los años, ha servido para
conversar con otros […] Sus excelentes memorias rutinarias, acopladas con la

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incapacidad de utilizar el lenguaje con no importa que sentido, a menudo
conducen a los padres a atiborrarlos cada vez más de versos, de nombres
botánicos o zoológicos, de títulos y composiciones de discos o de cosas
semejantes. Así, desde el principio, el lenguaje - que los niños no utilizan con
un sentido de comunicación - fue desviado en una medida considerable hacia
una autosuficiencia sin valor semántico o de conversación, o bien hacia
ejercicios de memoria groseramente deformados. Para un niño de 2 o 3 años
de edad, todas estas palabras, números y poemas ("las preguntas y respuestas
del catecismo presbiteriano", "el concierto para violín de Mendelssohn", "los
veintitrés salmos", una nana francesa, un índice enciclopédico) podían
difícilmente tener más sentido que una serie de sílabas sin sentido para un
adulto" [26]. Cuando a pesar de todo el autista acepta emplear su lenguaje
para la comunicación, no dejamos de observar que subsiste una carencia
básica de la enunciación: "no puedo hacer esto oralmente, refiere uno de los
sujetos de Asperger, enfrentarlo cabalmente" [27]. A todos los niveles de
evolución del autismo persiste a grados diversos el mismo trastorno: la extrema
dificultad, no a adquirir el lenguaje, sino a tomar una posición de enunciación.
El lenguaje no está investido por el goce vocal, inicialmente está vivido por
estos sujetos como un objeto sonoro del que no perciben que sirve para la
comunicación. "No empleé el lenguaje con el fin de comunicar antes de la edad
de doce años, confió uno de ellos, esto no era porque no fuera capaz de eso,
sino simplemente no sabía para que servía.Para aprender a hablar,
previamente hay que saber para qué se habla" [28]. Otro explica: "Antes de que
fuera conciente que la gente me hablaba y de que me diera cuenta que soy un
ser humano - aunque soy un poco diferente de los otros - esto llevó muchísimo
tiempo. Jamás pensé que pertenecía a la categoría de los seres humanos,
porque no veía que fueran diferentes de objetos" [29]. Por no concebir que las
palabras sirvan para comunicar y para expresar sus sentimientos, los autistas
dan forma a una aprensión objetal tanto de los otros como de ellos mismos.
Concebir al Otro como un objeto sonoro, y no como un sujeto expresivo,
constituye una de las maneras autísticas de protegerse de las manifestaciones
de su deseo. La disociación entre la voz y el lenguaje está al comienzo del
autismo. Se trata de un trastorno que generalmente entraña deficiencias

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cognitivas, pero no encuentra en éstas sus determinantes. Negativa de apelar
al Otro y negativa de alienación del ser de goce en el significante constituyen
estrategias inconscientes del sujeto para protegerse de la presencia angustiosa
de un Otro demasiado real. La escisión entre voz y lenguaje es experimentada
como enigmática y dolorosa, pero se impone a voluntad: Un niño autista de
doce años de edad, Georges, que pronuncia sólo algunas palabras
ininteligibles, demuestra por la intervención de la comunicación facilitada que
no deja de arder en deseos de hablar: "Me lapidaré para matarme, escribe,
porque quiero hablar con mi voz. El hecho de hablar es indescriptible" [30]. "Yo
también, escribe Sellin a otro autista, yo simplemente deseo como tú investir
mis instrumentos bucales en el lenguaje Pero yerro aún muy lejos del lenguaje"
[31]. Sin embargo, Sellin, autista mudo, pudo testimoniar lo vivido redactando
dos obras notables gracias a la comunicación asistida por computadora.
Williams ya había subrayado, que en ciertas condiciones el autista puede
expresarse corrientemente, el punto común de estas reside en la no puesta en
función de la voz, de suerte que puede "hablar por intermedio de los objetos".
Aunque los autistas tengan una gran dificultad en hablar de ellos mismos,
algunos pueden expresarse con elocuencia, y hasta describir con precisión su
vivencia, pero deben entonces llegar a no comprometer el goce vocal en su
testimonio, de donde su predilección por el pasaje por la cosa escrita.
Discernimos entonces que tienen "sentimientos y sensaciones, pero que se
desarrollaron en el aislamiento", de modo que "no pueden verbalizarlos de
modo normal" [32], y se encuentran inundados de sus "propias emociones
anónimas" [33].
Deficiencia del parloteo y de la lalangue.
Si es exacto que los fonemas no son percibidos por el autista como los objetos
que pueden sustituirse con la pérdida del goce vocal, un déficit de su
investimento debe poder ser discernible muy temprano. Todos los estudios
muestran en efecto que el parloteo de los niños autistas no posee la riqueza del
de los otros niños. Nada es más importante para comprender el autismo que
subrayar que es un sujeto que no se introdujo al lenguaje pasando por el
parloteo. Éste está ausente, es pobre o extraño. Cuando está presente, parece
la mayoría de las veces monótono (comparable al bebé que se cae de sueño),

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sin ánimo, sin inflexión intencional [34]. ¿Ahora bien cuál es la función del
parloteo? A diferencia de los gritos o del llanto, no se presta a la
comunicación. Parece acorde con las emociones del bebé, expresando un
bienestar o una falta de bienestar. Algo de eso subsiste más tarde en la
expresión y la melodía de la palabra [voz] por las cuales los sentimientos del
sujeto se hacen oír:
el murmullo no es gemido [grito/clamor], el canturreo no es
conminatorio. Cuando se produce con el parloteo la primera alienación por la
cual el goce del sujeto se engancha al lenguaje, él se identifica a lo que Lacan
nombra la lalengua, vocablo forjado como derivado del término lalación [laleo],
con el fin de designar una materialidad significante desligada de todo
significado y de toda intención de comunicación. Ella "nos afecta primero,
afirma, por todo lo que comporta como efectos que son afectos” [35]. La
entrada en el significante se hace con ocasión del cifrado del goce en la
lalengua. Esta está constituida de significantes que no apelan a nada, de S1 sin
S2. Los estudios lingüísticos atestiguan que el parloteo ya testimonia de una
toma del sujeto en una relación al Otro del lenguaje."Desde el octavo mes el
tipo de fonación, constatan los lingüistas, la organización rítmica y los estilos de
entonación de los parloteos reflejan características de la lengua del entorno.
Por añadidura el parloteo ya marca una gran variabilidad entre los niños. Aún
no es el lenguaje, sino es un lenguaje que procura un marco para el desarrollo
de la palabra" [36]. La alienación primera en el Otro del lenguaje produce una
separación traumática, una cesión del objeto del goce primordial, permitiendo
localizarlo fuera-de-cuerpo. Para que la enunciación se arraigue en la lalengua
hace falta que el sujeto haya aceptado ceder en cuanto al goce vocal; es la
condición de "la incorporación" de la voz del Otro [37], por la cual se produce la
identificación primordial. Para que la voz responda, precisa Lacan, "debemos
incorporar la voz como la alteridad de lo que se dice. Es entonces por eso, y no
para otra cosa, que separada de nosotros, nuestra voz nos aparece con un
sonido extraño" [38]. El autista, él, no es extraño a su voz, lo cual le pone
obstáculo a que tome la palabra. Desde entonces, no sólo es llevado al
mutismo, al soliloquio y a la verborrea; sino que se encuentra a veces
sobrecargado por un goce vocal desregulado vivido como una energía en

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exceso. En un autista mudo eso se manifiesta a menudo sin saberlo él por
gemidos [gritos] intempestivos. Uno de ellos describe esto así: "una energía
está allí pero no puedo materializarla [,] los gritos locos son unos accesos
sobre los cuales no tengo motivo [,] nada me es más odioso que estos
repugnantes aullidos de rabia que se hinchan y mugen" [39]. Cuando la voz del
Otro se impone a un autista de alto nivel, en razón "de un mensaje demasiado
directo, o lastrado de una carga emocional", se revela incapaz de conectar este
goce al lenguaje, la significación fálica no adviene, los elementos enunciados
se desconectan. No sólo no escucha [comprende] más el mensaje, sino que su
propia palabra [voz], cuyas bases son frágiles, se encuentra alcanzada
[atacada], a veces hasta una liberación del goce vocal, que rebasa los
encuadres imaginarios a duras penas elaborados. En estas circunstancias,
afirma Williams, cuando la articulación entre las palabras no se efectúa más, "el
traumatismo es tal, que puede inducir […] a un grito "ensordecedor" que sale o
no de la boca" [40]. La presencia excesiva de la voz y la deficiencia de su
cifrado por el lenguaje, dan cuenta de la dificultad y de la rareza, a menudo
observada, en cuanto a su aprensión ante ciertos ruidos, aunque los aparatos
sensoriales no estén atacados [por una enfermedad]. Hay sujetos, refiere
Grandin, que "tienen el oído tan fino que los ruidos cotidianos les son
insoportables. Un autista contó así que el ruido de la lluvia se parecía a una
serie de disparos; otros afirman que oyen la sangre latir en sus venas o el ruido
más pequeño en una escuela. Su mundo se compone de una masa confusa de
ruidos" [41]. Por no ser interpretados, estos ruidos se identifican con el objeto
vocal desregulado por el que son dolorosamente molestados [42]. "Cuando era
pequeña, anota Grandin, el ruido era una fuente permanente de problemas. Era
como si el torno del dentista hubiera tocado uno de mis nervios. Esto
provocaba un sufrimiento real [efectivo]. Tenía un miedo insuperable a los
globos que estallan; el ruido parecía "explotar" en mi oreja. Los pequeños
ruidos que comúnmente son evacuados fácilmente me volvían loca". A la
inversa, sabemos que ciertos autistas, para protegerse del objeto vocal,
montan una sordera electiva. El autismo es hoy una entidad de límites
bastante vagos, escapando sin cesar de las redes de una clínica conductista
sin principio organizador [43], que coloca a este respecto sus esperanzas sólo

12
en el hipotético descubrimiento de un fenotipo, de suerte que los estudios
epidemiológicos testimonian variaciones importantes en cuanto a su
extensión. De hecho parece difícil de asir la característica mayor del autismo en
ausencia de toda referencia a la teoría lacaniana del sujeto. Es fácil de
constatar la permanencia de un menoscabo fundamental de la enunciación,
pero es difícil de sacar las consecuencias cuando no se concibe que la
enunciación encuentre su asiento en la mortificación del goce vocal. La cesión
de este al Otro condiciona su cifrado por el significante unario. La identificación
primordial resulta de eso. Enclavija el goce al lenguaje. Da al sujeto la aptitud
para contarse como Uno. Desde los años 50, a propósito de Dick, Lacan
observaba que este niño autista, tratado por M. Klein, "no había arribado a la
primera forma de identificación, que sería ya un bosquejo de simbolismo" [44].
Esta identificación permite desprenderse de capturas imaginarias que dejan al
sujeto en una dependencia transitivista a dobles más o menos invasores.
Concebimos por qué estos últimos están en primer plano en la clínica del
autismo. La pobreza o la ausencia de parloteo de los sujetos autistas
atestiguan de una carencia indudable en la mortificación del goce del viviente
operada por el lenguaje; lo que experimentan como una dificultad en anudar los
afectos y la palabra. De golpe Asperger comprueba que se trata allí de lo
esencial: carecen "ante todo, señala, de armonía entre el afecto y el intelecto"
[45]. Williams señala que no podía expresar simultáneamente emociones y
palabras [46], y refiere haber oído una voz interior decirle "las emociones son
ilegales" [47]. Para Sellin, el autismo es "la separación [corte] del hombre de
las primeras experiencias simples como las experiencias esenciales e
importantes, por ejemplo llorar" [48]. Williams cree poder precisar que "en el
caso del autismo, es el mecanismo que controla la afectividad el que no
funciona correctamente. El cuerpo no está afectado, y las capacidades
intelectuales quedan normales, aunque éstas no puedan expresarse con la
profundidad deseada" [49]. Grandin confirma que le falta esta "profundidad"
conferida por la captura del goce por el significante. "Mis decisiones, afirma, no
son comandadas por mis emociones, nacen del cálculo" [50]. Lacan llamaba la
atención sobre el mismo fenómeno en Dick observando: "ya tiene una
aprehensión evidente de los vocablos, pero de estos vocablos no hizo la

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Bejahung - no los asume" [51]. La dificultad para expresar su sentir incita a
Grandin a comparar su manera de pensar a la de una computadora.
"Recientemente asistí, refiere en 1995, a una conferencia donde una socióloga
afirmó que los seres humanos no hablaban como computadores. La misma
tarde, en el momento de la cena, le conté a esta socióloga y a sus amigos que
mi modo de pensamiento se parecía al funcionamiento de una computadora y
que podía explicar el proceso, etapa por etapa. He estado un poco turbada
cuando me respondió que era personalmente incapaz de decir cómo sus
pensamientos y sus emociones se enlazaban. Cuando ella pensaba en algo,
los datos objetivos y las emociones formaban un todo. […]
En mi espíritu, siempre están separados" [52]. La aproximación efectuada por
Grandin entre su pensamiento y el funcionamiento de una computadora no es
sin alguna pertinencia, si se concibe que lo que caracteriza el "pensamiento" de
una computadora reside en su ausencia de afectos. "Qué una computadora
piense, observa Lacan, yo [moi] yo [je] lo acepto. ¿Pero que ella sepa, quién
lo va a decir? Porque la fundación de un saber es que el goce de su ejercicio
es lo mismo que su adquisición." [53]. Entonces es precisamente tal adquisición
de saber, producida con ocasión del cifrado del goce por la lalengua, la que
hace falta a los autistas. El "pensamiento" de la computadora se desarrolla en
un desierto absoluto de goce, él constituye un ideal autístico. De ahí que no le
esté dado de golpe al niño autista saber que los sonidos pronunciados por las
personas que le rodean están en conexión con un sentir emocional. No lo sabe,
porque no hizo la prueba. La inmensa mayoría de los trastornos de la
comprensión del lenguaje del otro [prójimo] propios del sujeto autista, la
literalidad, la ausencia de humor, la dificultad de lectura de la entonación y de
las mímicas, etc., se remiten, en espejo, a un desconocimiento en el
interlocutor del enunciador presente más allá de sus enunciados. Es
sorprendente que muchos autistas afirmen haber descubierto tarde que la
palabra servía para expresarse. Persistir en no saberlo es una manera de
protegerse del deseo enigmático del Otro. En cambio ciertos autistas tienen
bastante temprano la intuición de la correlación de las palabras [voces] a la
voluntad del Otro, la voluntad incomprensible y angustiosa, esos se taponan los
oídos de buena gana. Las prácticas educativas que no toman en consideración

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esta estrategia protectora corren peligro de no tener ningún asidero: "la
ortofonía, refiere Sinclair, era sólo una sucesión de ejercicios donde se repetía
sonidos sin significados, todo por razones totalmente misteriosas. Yo ignoraba
totalmente que era un medio de intercambiar ideas con otros" [54]. En
compensación, cuando el clínico sabe borrar su presencia y su enunciación,
por una indiferencia estudiada, por declaraciones indirectas, canturreadas,
murmuradas, enviadas entre bastidores, grabadas sobre magnetófono, etc., le
es más fácil entrar en relación. Por otra parte, muchos autistas saben leer
antes de hablar. A causa de la carencia del parloteo y de la lalengua, su
entrada al lenguaje se hace por la asimilación de signos [55]. Éstos constituyen
primero objetos entre otros, los que ciertos autistas recogen para intentar poner
orden en su mundo. "Fue en el mundo de los objetos que emergí, observa
Williams, cuando comencé a saborear la vida. Me agarré entonces de una
pasión por las palabras y los libros y me ensañé en compensar mi caos interior
por un ordenamiento maníaco del mundo circundante" [56]. En algunas líneas,
indica muy bien la articulación entre el trabajo de inmutabilidad del autista de
Kanner y las elaboraciones más complejas de los que presentan el síndrome
de Asperger, de modo que uno no dudaría de la existencia de un continuum
entre ambos. Laborar por la conservación de su soledad, cortándose
[separándose] del Otro, a menudo por medio de objetos contrainvestidos, y
trabajar en la inmutabilidad de su entorno dedicándose a la conservación de
referencias fijas, tales son según Kanner las dos preocupaciones principales
del niño autista. La soledad testimonia de manera manifiesta una negativa de
llamamiento al Otro en relación con una dificultad fundamental del autista a
situarse en posición de enunciador. En cuanto a la inmutabilidad revela un
sujeto trabajando para poner orden en un mundo caótico. En edad adulta
algunos llegan a acrecentar estas estrategias defensivas hasta la creación de
objetos autísticos complejos, que intentan a veces restaurar una posición de
enunciación, por la intervención de un doble, y hasta la construcción de
suplencias de Otros, más o menos elaboradas, forjados por un trabajo notable
de memorización de signos. Estos dos resultados del trabajo del sujeto autista
para estabilizarse dan indicaciones mayores sobre aquello de lo que sufre y
sobre lo que intenta remediar. Parece pues posible elevar el autismo a un tipo

15
clínico original, situado en el campo de las psicosis, determinado a la vez por
una negativa de ceder sobre el goce vocal, que atenta contra la enunciación,
tanto en su puesta en acto como en su comprensión en el otro, y por dos
defensas específicas, por dos maneras de tratar a un Otro desregulado, una
fundada sobre objetos más o menos complejos, siempre aprehendidos como
dobles, la otra que toma apoyo sobre una asimilación de signos no lastrados
por los afectos que los hacen expresivos. Estas defensas intentan dar acceso a
una palabra (voz) que permita el intercambio y se esfuerzan por remediar la
desorganización del mundo consecutiva a la negativa inicial de llamamiento al
Otro. ¿ Es legítimo emplear el término de negativa? La hipótesis de una
etiología neurológica sugeriría más bien la de "incapacidad", algunos, lo
sabemos, consideran el autismo un handicap. El enfoque psicoanalítico orienta
en cambio a postular que se trata del trabajo de un sujeto, un trabajo voluntario
o involuntario. La clínica parece fuertemente confirmar la segunda hipótesis. En
efecto, hasta los tres niños autistas que siguieron siendo mudos entre los once
de Kanner parecen comprender perfectamente el lenguaje. Su mutismo no se
arraiga en una incapacidad fisiológica sino en una elección del sujeto -
probablemente inconsciente. El fenómeno referido más arriba, concerniente a
autistas mudos que salen un instante de su silencio, para pronunciar una frase
imperativa, en un momento de angustia intensa, confirma que su silencio no
está en la dependencia de una deficiencia orgánica.
La negativa de hablar es sin duda algunas veces consciente en el niño autista,
pero emana de una elección del sujeto más radical, comandada por un goce
imperioso, de modo que la inmensa mayoría de los autistas mudos parecen
experimentar dolorosamente su ineptitud. Grandin confirma que la negativa es
vivida como impuesta. Llegó en su infancia a sorprender a sus allegados
pronunciando claramente la palabra "cristal" con ocasión de un accidente de
auto. "Siendo un niño autista, refiere, hablar era uno de mis problemas más
grandes. Aunque podía comprender todo lo que la gente decía, mis respuestas
eran limitadas. Intentaba, pero, la mayoría de las veces, las palabras no
llegaban. Esto se parecía a un tartamudeo. Simplemente las palabras no
salían. Sin embargo, algunas veces, pronunciaba palabras, como lo había
hecho para "cristal", muy claramente. Esto se producía en momentos de gran

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tensión como el accidente de auto, cuando el "estrés" lograba vencer la barrera
que, habitualmente, me impedía hablar. Es uno de los aspectos inexplicables,
frustrantes, confusos del autismo infantil que estimula a fondo a los adultos"
[57]. En 1994, escribiendo con la ayuda de una computadora y con la ayuda de
un facilitador, Birger Sellin señala también cuánto, esta barrera, anclada en un
goce por él mismo ignorado, se experimenta como dolorosamente impuesta:
"todo mi deseo tiende hacia el dominio de la palabra [voz] busco
constantemente esas condiciones pero no sé que me falta siento cada día que
no es la voluntad que falta y las posibilidades de expresión tal como el lenguaje
existe de modo totalmente poderoso en un birger mudo pero interiormente
hablo con facilidad como todos los pequeños terrícolas" [58]. Las últimas líneas
confirman que, hasta mudo, el autista es un sujeto verboso.
No ceder sobre el goce vocal, para confrontarse con el deseo del Otro, está al
principio del ser autístico; es por eso que quebrantada esta estrategia
protectora es vivida, según Williams, cuando admite en ella "una necesidad de
comunicación", como "una traición" en lo que se refiere a si [59]. Los autistas
de alto nivel son exploradores del misterioso anudamiento del goce del viviente
al lenguaje, el que no deja de agarrarse en los límites, de modo que Birger
Sellin sabe que "hablar verdaderamente haría olvidar con seguridad muchas
preocupaciones del autismo" [60], pero no deja de percibir "la lengua como una
cosa terrible" [61], porque apela a una mortificación del goce vocal. Sin
embargo hay "seguramente algo que hay que decirles", como indicaba Lacan
en 1973, saber borrar su propia enunciación dirigiéndoseles constituye un
preámbulo.

[Traducción realizada por Diego Yaiche


para uso interno de Bureau Clínico.
Calle Nuestra Señora del Buen Viaje 1055.
Edificio Bureau. Morón. Argentina.
E-mail i3ayech@gmail.com]

17
[1]Texto publicado en “Ornicar ? digital 299. AMP. 26/01/2007”, y
en la Revista “La Cause freudienne, 05/2007, No.66” de París, Francia.

[2] Lacan J. Conférence de Genève sur "Le symptôme". 4 Octobre


1975. Bloc-notes de la psychanalyse, 5.
[3] Williams D. Quelqu'un, quelque part. Editions J'ai Lu. 1996, p. 73.
[4] Attwood T. Le syndrome d’Asperger et l’autisme de haut niveau.
[1999]. Dunod. Paris. 2003, p. 41 et p. 46.
[5] Ibid., p. 64.
[6] Grandin T. Ma vie d'autiste. [1983]. O. Jacob. Paris. 1994, p. 52
et p. 96.
[7] Williams D. Si on me touche, je n'existe plus. Robert Laffont. Paris.
1992, p. 89.
[8] Williams D. Quelqu’un, quelque part, o.c. p. 252.

[9]Bouissac J. Journal d’un adolescent autiste. Qui j’aurai été… Les


Editions d’Alsace. Colmar. 2002, pp. 44-45.

[10]Sellin B. Une âme prisonnière. [1993] Robert Laffont. Paris. 1994,


p. 24.

[11] Berquez G. L'autisme infantile. PUF. Paris. 1983, p. 107.

[12] Morar T. Ma victoire sur l’autisme. O. Jacob. Paris. 2004, p. 103.

[13] Otramadre de niño autista subraya que las dificultades de


su hija aparecen arraigarse "en unadebilidad deseada". Da varios
ejemplos de situaciones que sugieren fuertemente que " sus
ineptitudes parecen no sólo deseadas, sino que también también
celosamente protegidas" [Park C.C. Histoire d’Elly.Calmann-Lévy.
1972, p. 65].

[14] Morar T., o.c. , p. 101.


[15] « Le psychotique, c’est l’homme libre ». Lacan J. Petit discours
aux psychiatres [1967] Texte inédit.
[16] Bettelheim B. La forteresse vide. L’autisme infantile et la
naissance du Soi. [1967]. Gallimard. Paris. 1969.

Williams D. Quelqu’un, quelque part, o.c. p. 180.


[17]
Miller J-A. Jacques Lacan et la voix, in La voix. Colloque d’Ivry.
[18]
Présentation de F. Sauvagnat. Lysimaque. Paris. 1989, p. 183.

18
[19] Lacan J. L’angoisse. Le séminaire. Livre XX. Seuil. Paris. 2004, p.
320.

[20] Miller J-A. Jacques Lacan et la voix, o.c., p. 184.

[21]Williams D. Si on me touche, je n’existe plus, o.c. , p. 298.

[22] Bettelheim B. La forteresse vide. Gallimard. Paris. 1969, p. 89.


[23] Williams D. Si on me touche, je n’existe plus, o.c. , p. 44 et p. 50.
[24] Ibid., p. 70.

[25] Frith U. L’énigme de l’autisme [1989] O. Jacob. Paris. 1996, p.


218.

[26]Kanner L. Troubles autistiques du contact affectif [1943], in


Berquez G. L'autisme infantile, o. c., pp. 254-255.

[27] Ibid., p. 71.

[28]Sinclair J. Bridging the gaps: an inside-out view of autism, in


Schopler E. Mesibov G. High functioning individuals with
autism. Plenum Press. New York. 1992, cité par Peeters T. L’autisme.
Dunod. Paris. 1996, p. 85.

Joliffe T. Landsdown R et Robinson C.. Autism, a personal


[29]
account, Communication, vol 26, 3, cité par Peeters T. L’autisme.
Dunod. Paris. 1996, p. 107.

[30] Vexiau A-M. Je choisis ta main pour parler. Robert Laffont. Paris.
1996, p. 99.
[31] Sellin B. La solitude du déserteur. [1995]. R. Laffont. Paris.
1998, p. 130.
[32] Williams D. Quelqu’un, quelque part, o.c., p. 301.
[33] Ibid., p. 179.
[34] Ricks D. M. & Wing L. Language, communication and the use of
symbols ; in Wing L. Early childhood autism: clinical, educational and
social aspects. Pergamon Press. Oxford. 1976, p. 133.
[35] Lacan J. Encore. Le séminaire XX. Seuil. Paris. 1975, p. 126.

[36] Boysson-Bardies B. Comment la parole vient aux enfants. O.


Jacob. Paris. 1996, p. 60.
[37] "La identificación de la voz nos da al menos el primer modelo que
hace que, en ciertos casos, no hablemos de la misma identificación
que en los otros, hablamos de Einverleibung, de
incorporación". Lacan J. L’angoisse. Le séminaire. Livre X. Seuil.
Paris. 2004, p. 319.

19
[38] Lacan J. L’angoisse. Le séminaire. Livre X. Seuil. Paris. 2004, p.
318.

[39] Sellin B. La solitude du déserteur. [1995]. Laffont. Paris. 1998, p.


20.

[40] Williams D. Si on me touche, je n’existe plus, o.c. , p. 298.

[41] Grandin T. Penser en images, o.c., p. 79.

Sabemos hoy que el bebé distinguía muy temprano la voz


[42]
maternal de otros ruidos. [Melher J. Dupoux E. Naître humain.
O.Jacob. Paris. 2002, pp. 214-217].
[43] Maleval J-C. Limites et dangers des DSM. L’Evolution
psychiatrique, 2003, 68, pp. 39-61.

[44] Lacan J. Les écrits techniques de Freud. Le séminaire I. Seuil.


Paris. 1975, p. 82.

[45] Asperger H. Les psychopathes autistiques pendant l’enfance


[1944]. Synthélabo. 1998, p. 58.
[46] Williams D. Quelqu'un, quelque part, o. c., p. 121.

[47] Ibid., p. 46.


[48] Ibid., p. 102.
[49] Williams D. Si on me touche, je n'existe plus, o.c., p. 292.
[50] Grandin T. Penser en images, o. c., p. 120.
[51] Lacan J. Les écrits techniques de Freud, o. c. , p. 83.
[52] Grandin T. Penser en images, o.c., p. 162.
[53] Lacan J. Encore. Le séminaire XX.. Seuil. Paris. 1975, p. 89.
[54] Sinclair J. Bridging the gaps: an inside-out view of autism,
in
Schopler E. Mesibov G. High functioning individuals with
autism. Plenum Press. New York. 1992, citado por Grandin T. Penser
en images, o.c., p. 81.

[55]Maleval J-C. De l’objet autistique à la machine. Les suppléances


du signe, in Pensée psychotique et création de systèmes, sous la
direction de F. Hulak. Erès. Ramonville-Agne. 2003, pp. 197-217.

[56] Williams D. Si on me touche, je n'existe plus, o.c., p. 73


[57]Grandin T. Ma vie d’autiste, o.c., p. 35.

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