Está en la página 1de 4

La distribución sexuada en el seminario 20 de Lacan – S.

Tendlarz

Lacan aborda las identificaciones sexuadas en el Seminario 20 a través


de las fórmulas de la sexuación que tuvieron un tiempo de desarrollo
conceptual antes de ser nombradas como tales. Primero habla de
“identificaciones sexuales” o “hechos del discurso”, luego de “valores
sexuales producidos por el discurso”. En Aun vuelve sobre las
“pretendidas identificaciones sexuales” o de las “definiciones” posibles de
la parte llamada hombre y de la parte llamada mujer brindadas por el
lenguaje cuando presenta las fórmulas. Utiliza la expresión “fórmulas
cuánticas de la sexuación” en Los desengañados se engañan–que
implican una elección por parte del sujeto– con las que usualmente se
las conoce, aunque también utilice la expresión “opciones de
identificación sexuada”. Los seres hablantes se distribuyen en los valores
sexuales presentados por las fórmulas por fuera de su sexo biológico. La
expresión “fórmulas de la sexuación” pone de manifiesto con mayor
nitidez la elección del sexo por parte del ser-hablante, que se distingue a
su vez de la elección de objeto. Hombre o mujer son significantes dentro
de un discurso, no cuerpos biológicos.

Las escribe de la siguiente manera:

El lado izquierdo corresponde al Uno, propio de la posición masculina,


que corresponde a la lógica fálica, y el derecho es el de la apertura al
Otro, propio de la posición femenina. En el Seminario 20 Lacan plantea
que las mujeres pueden situarse del lado de la lógica fálica o en su más
allá a partir del goce suplementario que pueden experimentar. También
algunos hombres, por ejemplo, San Juan de la Cruz, con el goce místico,
pueden quedar en relación con el Otro del lado femenino.

Lacan se pregunta si hay goce o no del cuerpo del Otro, y responde que
en realidad se goza del propio cuerpo y del objeto que está alojado en el
Otro. Por eso en la sexualidad hay una falla, un agujero, no hay relación
sexual. El falo como semblante se vuelve un obstáculo a la relación
sexual. A nivel de la relación sexual hay un agujero, no hay un significante
que pueda inscribir la relación entre los sexos. Del lado hombre hay un
significante que es el falo, pero del lado de la mujer ningún significante
puede nombrarla, por eso La mujer, como universal, no existe. Hay
entonces una falla que se produce en el encuentro entre los amantes y
se expresa como soledad. En su lugar están los discursos en tanto que
establecen el lazo social, las relaciones regladas con el Otro.

Se presenta entonces una antinomia entre el goce y el Otro. Cuando el


hombre goza, lo hace autoeróticamente de su órgano sin entrar en
relación con el cuerpo del Otro. Las mujeres al gozar tienen a la soledad
como partenaire pues con su goce femenino quedan en relación con el
Otro goce, no con el falo. Ahora bien, si la experiencia de goce deja a
solas a los amantes entonces, ¿cómo entrar en relación con el Otro? La
solución, dice Miller, es a través del amor.

El amor es tomado en el Seminario 20 desde una vertiente real, como


aquello que suple el agujero de la ausencia de relación sexual. La
contingencia del encuentro se vuelve necesario, con la idea de que no
cesará jamás. El amor permite tener un acceso al Otro porque en
definitiva, no hay un acceso al Otro sexo, el amor funda la relación con el
Otro. En la sexualidad femenina se produce una apertura al Otro a través
del amor que funciona como una excepción al goce autista fálico, y
produce una mezcla del goce con el amor.

Lacan utiliza el cuadrángulo de Aristóteles para explicar las posiciones


masculinas y femeninas. Pero en lugar de partir como Aristótles del
universal para hablar de la existencia, parte de la existencia para fundar
el universal. Plantea la existencia de Uno que dice no a la función
castración, que es el padre de la horda primitiva, que no está castrado y
goza de todas las mujeres. El Uno de la excepción del lado masculino es
necesario para que todos estén castrados por igual. Esta excepción, el al
menos uno que no, no es un universal, es una existencia necesaria que
vuelve posible la existencia del hombre como valor sexual. Lo necesario
funda lo posible. Del lado femenino falta esa excepción y eso produce el
no todo en expansión en relación a la función fálica como conjunto
abierto. Eso no significa que las mujeres no puedan inscribirse del lado
macho: es contingente que una mujer esté del lado del falo o por fuera.
Como la mujer no está esencialmente ligada a la castración presenta
tanto una duplicidad como cierta indeterminación en relación al falo, no
toda en relación al falo.

En esta distribución sexual no hay una total oposición entre el todo, el


para todos, y el no toda. Se trata más bien de una repartición. El no toda
de la mujer hace que sea esencialmente dual porque no existe esa
excepción que asegure el universal. Con esta particularidad, del lado
masculino, al incluirse el universal afirmativo y el particular negativo que
son contradictorias en el cuadrángulo de Aristóteles, hay cierta
imposibilidad de verificar la identidad sexual. Del lado femenino no hay
ningún significante que diga qué es la mujer. Estos valores sexuales en
cada caso, tanto del lado del hombre como del lado de las mujeres, son
construcciones.

Los seres hablantes se reparten entre todo y no todo, de modo tal que
para el hombre le está reservada la castración junto con el goce fálico y
la condición fetichista de elección de objeto, fantasmática; y del lado de
la mujer está la división, el goce suplementario, que es un goce abierto,
ilimitado, que tiene un matiz loco y enigmático y que da la vertiente
erotómana del hacerse amar de las mujeres.

Lacan da un paso más en la última enseñanza. Jacques-Alain Miller


indica que estos desarrollos constituyen la apertura para trabajar y
generalizar el goce que se encuentra en el cuerpo y que había sido
planteado del lado femenino. Cuando Lacan va más allá de la
problemática de la prohibición, más allá del Edipo, despeja el goce
femenino como excepción al goce fálico por fuera del Penisneid. Esta
positivación del goce abandona la negativización articulada a la falta. El
binarismo entre un goce masculino y un goce femenino le permite a
Lacan generalizar el goce femenino hasta transformarlo en el régimen
del goce como tal, no edípico, que no tiene que ver con la negatividad
del deseo, y que se reduce al acontecimiento del cuerpo. Acontecimiento
de goce independiente de la posición femenina o masculina. De esta
manera, hay un resto de goce que no corresponde a la dialéctica fálica
también en los hombres. Lacan generaliza ese goce mudo descubierto
en la sexualidad femenina, y toma el estatuto de un goce opaco al
sentido tanto para los hombres como para las mujeres. Miller indica en
su curso “El Uno solo” que hay Uno, no hay relación sexual, y hay el
cuerpo. Entonces, por fuera de la repartición sexuada, que también existe,
no hay dos sexos sino hay Uno y el cuerpo. Primariamente está la relación
del Uno que es cuerpo. El Uno y el cuerpo, ese cuerpo que se tiene y que
también se puede soltar como en el caso de Joyce. El ser que habla es la
conjunción del sujeto con el cuerpo, un cuerpo que se goza. “Soy la
manera en que se goza”, dice Miller. Es un goce opaco que excluye al
sentido y que no puede ser simbolizado. Se trata de una extensión que
localiza en todo ser hablante un goce opaco por fuera del sentido, que es
el efecto del acontecimiento del cuerpo y que Lacan llama sinthome. Eso
no impide que sobre ese goce se produzca la inclusión del ser hablante
en las fórmulas de la sexuación y produzca una repartición sexuada
entre posiciones masculinas y femeninas. Hombres y mujeres toman así
distintos valores sexuales de acuerdo a su posición sexuada.

También podría gustarte