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La filosofía en la vida cotidiana.

Con carácter general, puede decirse que la filosofía es una rama del conocimiento humano, que se
caracteriza por estar integrada por un conjunto incorporal de ideas y concepciones, adquirido en
forma altamente ajena a la percepción por medio de los sentidos, y que versan sobre cuestiones
directamente referidas al hombre como ser, como sujeto inteligente, como especie esencialmente
social. La filosofía analiza el lugar que el hombre ocupa en el universo y la naturaleza, los
instrumentos, procesos y objetos de su pensamiento, los valores a que debe atenerse en su
relación con otros hombres y con la sociedad humana.

Es un conocimiento adquirido con un alto grado de independencia respecto de las experiencias


conocidas mediante los sentidos; porque si bien es indiscutible que en su desarrollo esas
experiencias constituyen un marco ineludible, el factor principal para la generación del
conocimiento filosófico lo constituyen los procesos mismos del pensamiento, del razonamiento,
de la reflexión crítica; y de modo muy especial, la contratación de los argumentos y conceptos de
diverso tipo, en la procura de encontrar aquellos que resulten como verdaderos o acertados.

Puede decirse que, en sentido general, el objeto principal del conocimiento filosófico consiste en
inquirir la razón y el fundamento de todo aquello que se presenta como de índole esencial para la
vida humana y la naturaleza. Especialmente, implica cuestionar muchos conceptos que se dan por
sabidos, por supuestos y por verdaderos a partir de una percepción sensorial o primaria; en una
actitud que busca esclarecer si verdaderamente son como se presentan, y cuál es el sentido de su
propia existencia, en un intento de alcanzar a comprender intelectualmente el significado más
profundo de todas las cosas.

Cabe preguntarse por los motivos que impulsan al hombre a interrogarse acerca de la razón y el
fundamento primero y esencial del mundo en que vive, y de sí mismo. Platón y también
Aristóteles, postularon que ello se debe a la capacidad de asombro, de admiración y de extrañeza
que siente el hombre ante la realidad que lo rodea, y ante la conciencia de sí mismo y de algunas
circunstancias que lo afectan; que le suscitan un insaciable deseo de saber más.

También es frecuente mencionar como uno de los motivos que impulsan a filosofar, en el sentido
de buscar una comprensión íntima y convincente para uno mismo, acerca de cuestiones que nos
resultan trascendentales, el enfrentar en la vida ciertas situaciones que resultan claves, o
situaciones límite para las facultades humanas, y que a menudo implican la necesidad ineludible
de tomar decisiones de gran importancia: la muerte, el sufrimiento ,el sentimiento de culpa, la
incomunicación, la soledad, la decepción,etc.

La enunciación del concepto de la filosofía, del contenido y objeto de su estudio, de su descripción


como una materia dirigida a hacer una especie de ejercicio de aplicación del intelecto y del
raciocinio en torno a algunas cuestiones que parecen tan abstractas; puede inducir a considerar
que se trata de un conjunto de desarrollos totalmente especulativos, absolutamente ajenos a lo
que pueda ser el requerimiento o tener incidencia en la vida cotidiana, en las ocupaciones y
preocupaciones diarias en la vida familiar, en las relaciones con las demás personas y respecto de
las cuestiones comunes de la vida.
Sin embargo, el conocimiento de la filosofía no se reduce al estudio de las diversas concepciones y
doctrinas estructuradas en torno a los diversos problemas inherentes a esta materia. El estudio de
la filosofía determina, por encima de todo ello, adoptar una actitud intelectualmente inquieta ante
la cantidad de cuestiones y circunstancias que dicha vida cotidiana plantea; y en valerse del
conocimiento filosófico adquirido en ese proceso educacional, para colocarse en mejores
condiciones de afrontar los problemas de esa vida cotidiana.

El estudio sistemático del pensamiento filosófico permite adquirir el instrumento para asumir una
actitud filosófica; algo que en alguna medida moldea la propia personalidad y determina que, al
abordar las argumentaciones que se formulan respecto de esas cuestiones, cada uno se incline
(aunque sea en forma primaria) a compartir algún determinado sistema filosófico, o a componer
un propio sistema personal, con una combinación de lo que se ha estudiado con algunos
conceptos personales.

Como primer enfoque de la influencia de una propia cultura filosófica en cuanto a la vida cotidiana
de cada persona - sobre todo joven - surge la cuestión, por ejemplo, de formularse un propio plan
de vida; así como precisar el sistema de valores y de objetivos que cada uno se propone cultivar y
perseguir a lo largo de su vida personal.

Dependiendo de los acontecimientos que sobrevienen a cada persona en su vida familiar, cultural
y profesional, económica y de relación, habrán de suscitarse diversas situaciones cotidianas con
variable grado de intensidad, que serán propicias a la aplicación de una actitud filosófica; es decir,
de un análisis objetivo, sereno, racional, que busque un equilibrio de argumentos lógicos y que
permita determinar una forma de razonar y de actuar.

De tal manera, en la vida cotidiana, seguramente ocurrirán muchas situaciones en que “filosofar”
habrá de constituir una actitud apreciable; especialmente aquellas que se pueda considerar que
resulten ser situaciones límite en el plano personal. Como ejemplo, se puede mencionar
situaciones referidas a crisis en la vida familiar (como el fallecimiento de un ser querido); o
aquellos momentos en los que sea preciso tomar decisiones que significarán definir un rumbo,
posiblemente para toda la vida, como elegir una profesión, constituir una familia, aceptar un
empleo a largo plazo en el exterior, etc.

La reflexión a que esto induce, es que el conocimiento filosófico es un instrumento esencial en la


vida cotidiana, para desenvolverse en ella de la mejor manera, acostumbrarse a reflexionar
detenidamente, y a no obrar en forma precipitada antes de adoptar decisiones importantes en la
vida, o de adoptar actitudes, consumar hechos o asumir conductas cuyas consecuencias deben
medirse, meditarse y ponderarse cuidadosamente. Y también para proveerse de la fuerza
espiritual necesaria para sobrellevar las circunstancias negativas o dolorosas que necesariamente
se deberá enfrentar alguna vez.

En la vida social, y en las actividades que ella requiere del individuo, especialmente en cuanto
participante de las actividades propias del ciudadano como agente político en la democracia, es
muy grande la importancia de disponer de un cierto nivel de conocimiento filosófico; sobre todo,
en cuanto ello conduce a tener una actitud atenta y reflexiva, especialmente dirigida a advertir
que los temas importantes siempre son complejos y que no pueden simplificarse ocultando o
ignorando parte de sus componentes, ni examinarse exclusivamente desde un enfoque
personalmente interesado, que es lo característico de la demagogía.

En ese orden de cosas, la filosofía es un instrumento que permite reconocer los factores de las
relaciones humanas que muchas veces no se hacen ostensibles; que suelen estar presentes en las
actitudes o en las expresiones como resultantes de un obrar inconsciente, pero que en gran
medida determinan la calificación y los presupuestos de estas conductas y expresiones.

Ocurre, de tal manera, que el conocimiento filosófico es un valioso instrumento crítico de los
prejuicios - considerando tales aquellos conceptos que no resultan objetiva y racionalmente
justificados - que influyen en la actividad de las personas, los grupos de intereses y especialmente
en la estructura de las ideologías.

La filosofía puede considerarse como el conjunto de ideas, imágenes y valoraciones que utiliza una
sociedad determinada para conocer e interpretar su propia realidad y para tratar de alcanzar ese
conocimiento en una forma objetiva.

En cambio, toda ideología constituye una visión idealizada e interesada de la realidad; y responde
a las concepciones subjetivas de un determinado grupo de personas, que en definitiva pretenden
transformar la sociedad en una forma voluntarista, apartándose de su conformación espontánea
resultante de su funcionamiento natural, y hacerlo en definitiva en beneficio de sus propias
conveniencias. Y esto es así a pesar de que es frecuente que quienes actúan de esa manera
pretendan negar que profesan una ideología.

La filosofía es lo contrario del voluntarismo ideológico, no pretende transformar la realidad sino


alcanzar a conocer cómo ella verdaderamente es, y comprender las razones por las cuales es así.

La cultura filosófica permite reconocer esas razones profundas, esa armonía esencial de la
realidad, tanto en el orden del hombre individual como en el de su relacionamiento con los demás
a través de la vida social, económica o política, pero que a menudo es negada en una forma que
permanece implícita; especialmente en lo que en la vida cotidiana de la actualidad son los
innumerables mensajes que las personas reciben y que, más que por sus contenidos ostensibles,
importan porque apuntan a implantarles en forma no consciente, esos presupuestos de índole
ideológica.

Hay preguntas que se plantea el hombre de todo tiempo. Una de ellas tiene que ver con la
diferencia entre el saber «técnico» y el saber «liberal» (o desinteresado), esto es, la diferencia
entre dominio del mundo y libertad interior, técnica y ética, cosas y personas, en una palabra: el
mundo y el hombre. Éstos son temas clásicos del pensamiento filosófico, y cobran especial interés
en la actualidad.

Con un lenguaje propio de su época, J. Balmes formuló agudamente algunas de estas cuestiones
en un libro publicado en 1846:

«Todo lo que concentra al hombre, llamándole a elevada contemplación en el santuario de su


alma, contribuye a engrandecerle, porque le despega de los objetos materiales, le recuerda su alto
origen y le anuncia su inmenso destino. En un siglo de metálico y de goces, en que todo parece
encaminarse a no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto pueden servir a regalar el
cuerpo, conviene que se renueven esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con
amplísima libertad por espacios sin fin.

«Sólo la inteligencia se examina a sí propia. La piedra cae sin conocer su caída; el rayo calcina y
pulveriza, ignorando su fuerza; la flor nada sabe de su encantadora hermosura; el bruto animal
sigue sus instintos, sin preguntarse la razón de ellos; sólo el hombre, esa frágil organización que
aparece un momento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, abriga un espíritu que,
después de abarcar el mundo, ansía por comprenderse, encerrándose en sí propio, allí dentro,
como en un santuario donde él mismo es a un tiempo el oráculo y el consultor. Quién soy, qué
hago, qué pienso, por qué pienso, cómo pienso, qué son esos fenómenos que experimento en mí,
por qué estoy sujeto a ellos, cuál es su causa, cuál el orden de su producción, cuáles sus relaciones:
he aquí lo que se pregunta el espíritu; cuestiones graves, cuestiones espinosas, es verdad; pero
nobles, sublimes, perenne testimonio de que hay dentro de nosotros algo superior a esa materia
inerte, sólo capaz de recibir movimiento y variedad de formas; de que hay algo que con su
actividad íntima, espontánea, radicada en su naturaleza misma, nos ofrece la imagen de la
actividad infinita que ha sacado el mundo de la nada con un solo acto de su voluntad». (J. Balmes,
Filosofía Fundamental, I, cap. 1, § 4).

Trabajo practico

1. Leer atentamente todo el texto.


2. ¿Cuál es el objeto principal del conocimiento filosófico?
3. ¿A causa de que, el hombre se ve movido a preguntarse por las cosas?
4. ¿La filosofía puede influir en la vida cotidiana? ¿Por qué?
5. ¿En qué consiste realmente el estudio filosófico?
6. ¿Qué importancia tiene la reflexión?
7. ¿Qué es la ideología?
8. ¿Según J. Balmes como se puede elevar el espíritu?
9. Reflexionando sobre lo leído: ¿Cuál es la causa de que muchos jóvenes
de hoy viven deprimidos o acuden a las drogas, al alcohol e incluso al
suicido para escaparse de la realidad? ¿Sera que no encuentran
sentido a sus vidas?

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