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6.11b t,
Pensar al otro sin condiciones
(desde la herencia, la hospitalidad
y la educación)
Carlos Skliar
A ver...
ver: ¿cómo podría ser pensado, sentido y escrito un libro en cuyo rítulo se
A entreviese, apenas, una relación tan probable como improbable entre la
y
escritura, la textura de lo escrito los espectros, ap,erias espectros, de Jacques:
Derrida y de la educación? ¿Y -cómo es posible enunciar esa relación del todo
imprevisible sin advenir, al mismo tiempo, que se trata de un camino directo,
tal vez, hacia un naufragio voluntario o hacia ninguna parte, la curvatura de una
pregunta -aunque ya hecha varias veces- imposible de sostener y de responder,
de una deuda que· es y será siempre irnpagable, de una ilusión socavada desde
su mismo comienzo, desde su propia enunciación, de una cuestión que apenas
formulada deberá ser deshecha, aruorosamente deshecha? ¿Cómo donar desde
la escritura un pensamiento del cual debemos decir que es un pensamiento que
se dona a sí mismo como respuesta al otro, como responsabilidad en relación al
otro? ¿Y cómo escribirle a un maestro que no solicitó nuestra escritura?
Una idea, tal vez ya ejercitada por muchos otros o, quién sabe, poco instiga-
dora: podríamos imaginar, quizá, uh texro que se deslice por los suaves intersti-
cios que nos dejan los tópicos, las temdticas más (re)conocidas de Derrida -y quizá
más actuales, pero también aquellas más frecuentemente banalizadas-y edifi~ar,
a partir de ahí, relaciones más o menos explícitas, más o menos duraderas, don
aquello que llamamos educación. Así, podríamos, entonces, intentar escribir
sobre la hospitalidad y/o la hostilidad de la escuela, e~cribir rea del otro como
-:-difewte, pero nunca como difore_~~LPensar en el monolingüismo (del otro y'-
en la c o n s r r ~ las alteridades.t:scolares, discutir lo MisrnQy_lo.Otr.o_criJa.....
eJuca~fó~. ··relacionar·I; ~~-~~~¡¿·~-de la traducción c¿~·Ei~posibilidad de capru-
.--------
11
12 HUELLAS DE DERHIDA
rar las diferencias, poner bajo sospecha aquellas identidades y comunidades ima-
ginadas e imaginarias, repensar algunas cuestiones de la ética, de la responsabili-
dad hacia los otros, reflexionar acerca de la condición en que la escritura se hace
huella, en que la escritura difiere, en que la escritura es y se hace diferencia, etc.
Sin embargo, no es exactamente sobre ello que este libro trata. No es sobre
ello que este libro puede tratar.
.f Pero a ver: ¿cómo escribir sobre una escritura que apenas roza eso que algu-
nos llaman «realidad» y que se configura como un rastro, como un juego de
diferencias que involucra una síntesis que hace que un elemento no pueda refe-
rirse a sí mismo, que un elemento nunca pueda ser identidad y/o esencia, un
juego de diferencias que nunca acaba, que no puede acabar nunca?
Entonces, otra idea: podríamos imaginar, quizá, un texto que siguiese el ras-
tro, los trazos superfluos y evidentes de Derrida a partir de sus libros y en sus
libros, y tomar ese rumbo más que serio y solemne que componen bs cronolo-
gías, la severa puntualidad de las fechas, el camino sin sinuosidades de la «progre-
sión» de sus ideas, de sus interrupciones, de sus imposibilidades, de sus influen-
•cias. Y diseñar, así, las configuraciones teóricas que llevaron a Derrida a ser un
heredero -heredero fielmente infiel de su herencia- de Nietzsche, de Husserl,
1de Heidegger, de _Blanchot, de Lévinas, de Paul Celan y también de aquellas
~ otras raras geometrías que lo impulsaron a inventar ese gesto fabuloso llamado
'.deconstrucción' en rdación con autores tales como Saussure, Lévy-Strauss, Lacan,
·Foucault, Freud, entre muchos otros.
Ciertamente, este libro no es, literalmente, ese libro. Ciertamente, este libro
no puede ser ese libro.
Pero a ver, a ver otra vez, a volver a ver una ve·z más: ¿quién escribe sin un
otro que, a la vez, es un punto de partida y el destino_ mismo de la propia escri-
tura? ¿Cómo no ser uno mismo y, a la vez, ser otros en la escritura? ¿Cómo des-
pojarse de la escritura que es de uno, cómo deshacerse, cómo alejarse, cómo
ausentarse para que la escritura, para que el lenguaje se haga presente, se vuelva
presente, se torne presencia?
l. 1--la¡• una polémica interesante alrededor de la traducción del término francés .décontruction"
-y los términos que d~ allí derivan-, acuñado y diseminado por el filósofo francés Jacques Derrida.
En español se han utilizado, por distintas.razones, tanto las expresiones «deconstrucción", «decons~
truir•, etc., como «desconstrucción", «desconstruir•, etc. Cristina de Pcretti propone seguir los
lineamientos y las justificaciones del grupo de traductores Decontra (por ejemplo, en la edición en
español de Derrida (1995)) y emplea «deconstrucción•, •deconmuir», etc. (sin la letra «s•). Por
otro lado, Ángel Gabilondo (2001), propone la utilización de las expresiones «desconstfucción",
. •dcsconstruir• (con la letra «s .. ), basado en su intención de «no acentuar m~s. innecesariamente, la
singularidad del término". Para este auror, no hay, todavía, una contradicción entre ambas opcio-
nes. Finalmente, Patricio Peñalver, filósofo y traductor al español de varias obras de Derrida, tiende
a la utilización de «desconstru'cción" y «desconstruir• (por ejemplo, en Argumento de alteridad,
Madrid, Caparrós, 2000). Seguiremos, en este texto, la opción «deconmucción•.
PENSAR AL OTRO SIN CONDICIONES 13
Pues el otro no puede ser tematizado, dice Derrida, pero a l.1 vez es el otro
quien manda, es el otro quien comienza, es el otro quien afirma, n el otro guien
dice que sí. Si la escritura es, digamos, una pregunta, se trata de una pregunta
que nos llega del otro, que nos viene del otro, una pregunta que :,ólo el otro es
capaz de formularse y formulamos. Si la escritura es un tLtlO, ese trazo
comienza en el otro, se vuelve letra en el otro, es el trazo de la lnra del otro.
Por eso, aquello que este libro pretende -conociendo de antc111ano la impo-
sibilidad de esa pretensión, lo inasible de esa pretensión, la vohtilidad de esa
pretensión- es afirmar una escritura con firma propia, una escritt1ra que parti-
cipe, aunque sin quererlo, aunque sin saberlo, aunque sin hacerio, de la e,cri-
tura firmada por Derrida, de la escritura que firma Derrida, de b escritura que
es esa firma que es Derrida.
Tal vez, éste sea. un libro cuyas autoras y autores se percib,:11 a sí mismos
escribiendo a partir de un gesto afirmativo, de un «sí» a Derrida. ele un gesto ele
amorosidad hacia Derrida. Pero no un «sí» que acaba por transformarse en una
aceptación de un dogma que no es, que ni siquiera existe, que ni siquiera sed o
podrá ser; un «sí», en cambio, que (nos) lleve a sentir en la propi;i piel la heren-
cia de Derrida, la amorosidad con Derrida y para Derrida.
Digámoslo así; éste no es un libro sobre Derrida, tampoco e:; un libro sobre
Derrida y la educación, sino sobre cómo la/s escritura/s de Derrida provoca/n
una aventura, un acontecimiento en nuestra propia escritura: un aconteci-
miento que podr/a ser en sí mismo, por sí mismo, un acontecimiento educativo;
un libro en el cual la escritura de Derrida permea y se disemina por nuestras fir-
mas y escrituras; un libro, en fin, que recuerde a Derrida m la escritum de
Derrida, en la firma de Derrida, en la herencia de Derrida.
Es sobre eso, sí, que trata este libro.
Instantáneas (auto)biográficas
Iniciemos, entonces, en esta primera parte, algunas instantáneas .Kerca de cier-
tos momentos de la vida de Derrida y de sus escritos, algunos comentarios or-
denados en el tiempo y en el espacio, algunas pinceladas que intentan edificar las
«babélicas» relaciones que pueden hacerse entre lo vivido y lo pensado en Derrida.
Sin embargo, es más que necesario alertar que una biografía, una introduc-
ción a una escritura como la de Jacques Derrida puede transformarse en una
rápida y letal paradoja. La secuencia, la linealidad, el antes-durante-después de
la vida del 6.1.ósofo -C0;10 el de~==ncf12uecteorcleiiarse, no se de¡a:-··------ -·
ordenar: la memoria, los recuerdos eTñcf.UsiJJs,s o!_yid;;-;-~11.-siernpr~·-;¡b~i:i-a.ccio~ -
nes,p;tlabras necias de expé6enci~l!L¿~. Y, al h.ac;r~--¡:;;¡;;;tori,1,-l~qT1é pücdé
resultar es,¡Üstamente, la ausencia de acontecimiento, la i¡iusencia del acontecer;
y quizá, así, todo permanezca demasiado quieto, demasiado sile11cioso .
Enronces, ¿cómo ser capaz de una osadía tal como la de hacer, rehacer y des-
hacer una biografía vivJ del filósofo Jacques Derrida? ¿Como sería posible ser
infielmente fiel en relación a una obra.qve todavía no (se) acaba? ¿Quién asume,
en ronces, b posición de escribir sobre una ohra que es la escritura en sí misma,
de escribir sobre una deconstrucción gue no tiene -ni quiere tener- método,
una pregunta que comienza allí, en el lugar mismo del no-aconrecimienro y que
acaba por ser aconrecimiento? ¿Cómo presentar una obra que es un movimiento
perpetuo de texrns que pretenden acabar con la lógica obsesiva de la metafísica
occidental, quitando roda posibilidad de supervivencia a los binarismos, desga-
rrando roda tenración por las oposiciones y teniendo que traer hacia el interior
del texto una herencia, una deuda, una acogida, una hospitalidad, un devenir
otro y puras e insrigantes aporías? ¿Cómo salir de la didáctica conveniente, inerte,
de las biografías que no son más que memorias ordenadas de vidas y de escritos
desordenados? ¿Cómo escribir sobre la escritura que es un pensamiento de la(dife-
, rencia, de una dlffernnce que no es una palabra, ni un concepto, ni un principToT
·· ¿Cómo escribir acerca de la experiencia de la alteridad, de ser otro en cuanto orro?
No hay cómo preguntar para Derrida, en Derrida, cuál es su historia, cómo es
su historia, cuándo es que esa historia comienza. Él nos diría que es un fracaso
seguro inten.rar decir, intentar escribir, lo que él mismo podría haber pensado, sen-
tido y experimemado en tal o cual momento de su vida. También nos diría que
todo texto es aurnbiográfico y que no se trata de pasar de la no-autobiografía a
la autobiografía, sino que siempre se está, siempre se es, siempre se escribe, en la
~urobiografía. Aquello que cambia en la autobiografía, lo que en ella se trans-
forma es ese tono, ese qué hacer (o el quehacer) con la herencia, ese qué hacer
con la propia herencia, con aquello que entendemos que es nuestra propia
herencia, con aquello que significa¡ la__h~rencia de Derrida. Y tiene que ver tam-
bién con el modo en que intentamos mantener viva esa herencia, pero siendo
otra, pero siendo (nosotros) otros.
Hay un texto poco conocido que Derrida escribió para una exposición en
el Museo del Louvre -1vfémoires d'aveugle- donde intenta mostrarnos cómo las
pinmras que no son autorretratos acaban por ser exactamente eso, lo que no
quieren ser, y cómo roda distinción entre aquello que es autobiográfico y aque-
llo que no lo es ya no resulta pertinente, ni siquiera posible.
Cabe decir que los textos de Derrida foeron, en el inicio, textos que evitaban
la primera persona, reproduciendo una foerte y rigurosa tradición académica;
aquella misma tradición que deja de lado al autor aunque exige un autor, que deja
de lado la autoría aunque impone una autoría; aquella tradición que no deja fir-
mar con la propia firma. Pero en las últimas dos o eres décadas, de una forma más
o menos ficcional. Derrida nos ha dado otros textos, textos escritos en primera per-
sona, textos cargados de recuerdos, de posibilidades e imposibilidades de confesión.
Narrar, entonces, la herencia de Derrida. No la historia de Derrida.
Narrar, entoncts, aquello que Derrida intentó hacer con su herencia.
3
PENSAR AL OTRO SIN CONDICIONES 15
Y decir, escribir, hacer una referencia a las fechas derridianas a partir de las
firmas derridianas.
Pero las fechas no son simplemente puntos fijos de una línea que se p,recende
a sí misma recta .. Derrida (nos) propone las siguientes cuestiones: ¿se habla
alguna vez'éh üri.a'fécfi.a? Pero ¿se habla alguna vez sin hablar en una fecha? ¿En
ella y desde ella? ¿Y qué es una fecha? Y nos responde de dos modos, nos ofrece
dos respuestas. La primera es que esa pregunta tiene una historia, una proce-
dencia, está firmada, comprometida, gobernada por un lugar, un tiempo, una
lengua o una red de lenguas. La segunda de las respuestas tiene que ver con aque-
llo que se acostumbra llamar desmarca de la fecha, una desmarca que debe s.er
legible, legible como fecha, emancipándose de sí misma: «Porque si no suspende
en ella este rasgo único que la ata al acontecimiento sin testigo, sin otro testigo,
permanece incólume, pero absolutamente indescifrable» (Derrida, 2002a:32).
Aun así, para Derrida, la fecha, las fechas, deben permanecer canco legibles
como ilegibles, canto de alguien como de nadie. Pero ¿cómo leer una fecha? ¿Cómo
es leída una fecha? ¿Cómo se deja leer una fecha, cómo nos deja que la leamos?
Jorge Larrosa (2003: 107) nos ayuda a pensar que: «La fecha debe borrarse de su sin-
gularidad absoluta para' devenir legible, para devenir compartida, pero guardando
al mismo tiempo el acontecimiento que encierra, es decir, su secreto, su ilegibilidad
[... ] En la fecha, como en el nombre, como en la firma, es al mismo tiempo legible
e ilegible, traducible e intraducible, comprensible e incomprensible».
Digamos, así, de un modo que sea al mismo tiempo descifrable e indescifra~
ble, que Jacques Derrida nació en El Biar, Argelia, el 15 de julio de 1930 y que
vivió en Francia hasta su muerte, en 2004. Mencionemos, entonces, que desarro-
lló sus últimas actividades en la «École des Hautes Études en Sciencies Sociales» '
de París y que ofrecía, además, diferentes seminarios en varias parces del mundo 1•
Perteneciente a una familia de judíos en Argelia, Derrida vivió algunos trau-
mas y siruacion<:,~ de violencia que lo marcaron para siempre y que c_rearon en
él dos oscilaciones en relación a la herencia familiar: por un lado, el deseo de ser
aceptado en el ambiente no judío (que era para él su propio ambiente). De
hecho, no quería pertenecer a la comunidad judía de Argel, no soportaba el
encierro en ese grupo y se produjo, entonces, una profunda ruptura afectiva.
Por otro lado, Derrida se transformó en un ser extremadamente vulnerable a las
manifestaciones antisemitas y racistas en general, especialmente aquellas ofen-
sas que provenían de otros niños. Así describe Derrida (200 lb: 18) su desave-
nencia: «De ese momento procede sin duda el sentimiento, el deseo de sole~ad,
de alejamiento en relación a cualquier comunidad, incluso a cualquier "nacio-
2. Buena parce de casi rodos los datos biográficos que aquí se presenran fueron romados de los
diálogos que Jacques Derrida manmviera con Car.herine Paolecci en el marco del programa Acora-
zón abierto de la France Culture en diciembre de 1998. Esas conversaciones fueron íntegramente
publicadas en francés en Derrida (1999b) y traducidas al español en Derrida (2001b).
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I' 16 HUEI LAS DE DERRIDA
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PENSAR A\. orno SIN CONDICIONES 17
para los inmigrantes en 1989; en 1990 forma parte del Parl:1" ,ento !nternacion,11
ele fücritores ele Estrasburgo en relación al caso de Saln1an H1 Jshclie, etc.
Como una extensión ele aquellos primeros textos filo:;,·,iicos ya menciona-
dos, Derrida comienza a escribir para algunas revistas culw ,-,1ks (Critique y 7é!
Que/) una serie de artfculos sobre Edmond ]abes, Antonin Artaud y Miclwl
Foucault. Es justamente en el texto sobre Artaud donde apa1,.·ce por primera vu.
la idea o la noción de différance. Eran los riempos de aqueli,¡ que se dcno111i11cí
«corriente estructuralista», representada en particular por li,'.• trabajos de Lévy-
Strauss y Lacan, entre otros. Aunque Derrida (ídem:22) sinti,::;e mucha simpatía
e interés por todo lo que estaba ocurriendo con el estructura\i.,mo, comenta qtic:
«Tenía la impresión de que el concepto de escritura que tn(" interesaba seguí;1
siendo ignorado, desconocido o dejado al m,trgen de esos gr.mdes discursos».
El libro Gramatología -publicado en francés en 1967-- fue muy bien reci-
bido, pero también fue objeto de muchas sospechas entre s11s contemporáneos.
Es a partir de esa experiencia que Derrida inició su tarea ck criti<.:ar o, mejor
aún, deconstruir los discursos hegemónicos que prevalecían en el estructura-
lismo, concentrándose específicamente en algunos fragmrntos de Saussure,
Lévy-Strauss y Lacan y, por otras razones, en algunos frabmentos de Mid\el
Foucault. La deconstrucción inicial era hecha «mediante un gesto que no era
solamente negativo, sino de aprobación desconfiada, de aprobación y de des-
confianza, intentando di5cutir sin rechazar, lo que provocó 1,Jdo tipo de malos
entendidos e, incluso, reacciones malhumoradas» (ibídem).
Sin embargo, la intención de Derrida no era, solamente, rechaz.ar una obra. No
se trataba de una desconfianza temática, teórica y/o conceptual. Su intención era
reconocer lo que había de hegemónico, lo que había sido negado en una obra, en
un texto, pero siempre considerando la singularidad de una fama, de una autoría,,
respetando la lengua misma de la forna y la autoría espedfica. Derrida (nos) pro-
pone, entonces, hacer que las obras hablen desde el interior de si mismas, a través
de sus blancos, sus contradicciones, sin tratar, como él dice, de condenarlas a muerte.
En primer lugar, diremos que para Derrida hay que pres¡arle homenaje a la heren-
cia, hay que homenajei~ siempre a la hrrencia, se es heredero porque se comienza
con un homenaje a aquello que es anterior, que nos precede. Pero ¿cómo es que
se plantea, enwnces, una deconsrruccí'ón de la herencia que comienza, justa-
meme, por un homenaje, por rendirle pl..:1tesía, por una especie de humana
adoración? ¿Es posible, quizá, pensar en una relación de amor o, mejor dicho,
de amorosidad en el marco de la deconstrucción de la herencia?
Para Derrida, roda experiencia de deconstrucción a_contece como un gesto
de amorosidad, con un gesto de amorosidad. Así lo expresa:
Derrida (1994:9) no elude una respuesta y sugiere que «es el otro; si podemos
decirlo e11 una palabra es el otro. Lo que llam?J~s_ticia es el peso <ld ouo, que dicta
_111~_!9:_y_meJiacc..r~ponsablc::, mefiace responder al otro, obligándome á hablarle.
Asf es que el diálogo con el otro, el respeto a la singularidad y a la alteridad
del otro es lo que me empuja (... J a intentar ser justo con el otro -o conmigo
fnismo como otro-».
Una lectura superficial, tal vez desleal o quizá temerosa de la idea misma de
deconstrucción◄, puede hacernos pensar que se trata únicamente de un proceso
de disociación, de destrucción, de desarticulación y no, como lo menciona rei-
teradamente Derrida, que se trata en realidad de una condición para la construc-
ción, de una condición para una invención -verdadera- de un «sí», de una afir-
mación. Diferente de una negación, de una actitud de negatividad, la decons-
trucción es definida como una afirmación, corno algo afirmativo 1 • A la vez, se
trata ele una «llamada» que no se sabe de quién o de quiénes proviene, de una
«llamada» que está más cerca de la ignorancia o, por lo menos, que está alejada y
es ajena al conocimiento:
condición necesaria para que algo ocurra, para que sea asumida una res- 1 ••
Tal vez sea necesario decir que, a diferencia de otra~ formas de críticas y/o de
hipercríticas y de la (supuesta) noble rigurosidad con _que se ha de leer aquello
que se lee, Jacques Derrida pone en juego una suerte ele mecanismo que es, a la
vez, fielmente infiel en relación a la herencia en cuestión. La expresión paradó-
jica que acabamos de presentar («fielmente infiel») revela, creemos, una suerte
de tensión que ya no nos abandonará jamás o, dicho de otro modo, de la cual
no podremos desembarazarnos jamás. Podríamos expresarlo del siguiente modo:
4. Idea de la deconstrucción que, por otro lado, no puede organizarse en romo a un sistema o a
una teoría o a un método o a un dogma, es decir, que no puede limitarse «al cfrcro discursivo e
imtitucional que ha provocado». Además, deconscruir supone también un deshacer la propia
palabra, la palabi-a «dcconstrucció11". Como bien afirma Derrida (2003: 183):· .,A_,{ pues fa verda-
dera deconstrucción no necesita de la deconstrucción, no necesita una teorla o un nombre". y en
otro pasaje, Derrida (ldem:322) dice: «No es una filosofía, ni una ciencia, un método, ni u¡;ia doc-
trina, sino, como digo con frecuencia, lo imposible y lo imposible como lo que acontece".
5. ":go afirmativo que, para Derrida (2003:339), no supone algo positivo: «Para algunos, al
reducirse la ;1firmación a la posición de lo positivo, la deconstrucción se ve abocada a re-construir
de.,pués de una fose de demolición. No, no hay demolición como tampoco hay reconstrucción
positiva y no hay fasesn.
PENSAR AL OTRO SIN CONDICIONES 21
si existe la necesidad de una fidelidad con la herencia (pue:-: por eso es «heren-
cia» y por eso, también, nosotros somos «herederos») exisriria la necesidad de
una infidelidad con la herencia (pues por eso un «hereden, .. no es nunca una
réplica de la «herencia»). La paradoja consiste en que resu!,arfa imposible, al
menos para Derrida, poder separar esas dos cuestiones (fidelidad-infidelidad),
poder distinguirlas, hacer de ellas momentos o etapas o fases diferenciadas de un
mismo proceso de deconstrucción. Nos parece, entonces, qw'. la paradoja no se
resuelve, que no debería ser resuelta, sino que hay que dejarla a~í, en tensión y con--
ftriéndole un carácter singular a la expresión «ser fielmente inli:-1 con la herencia».
Aun así, cierto tipo de preguntas reverberan fuertemetm:' en nosotros: si se
es fielmente infiel con la herencia, si somos fielmente infieles con nuestra heren-
cia y si ello caracteriza, como única propiedad o como propiedad crucial, d
estatuto del heredero, ¿cómo podríamos pensar en la dcrnnstrucción de la
herencia? E incluso: ¿quién es quien piensa en la deconstrucción de la herencia?
Derrida nos diría que deconstruir es, en cierto modo, ll!J gesto, un ser lla-
mado por algo, por una obra (por un autor, un libro, un pas;1¡c, una palabra, un
concepto). Y se trata de un llamado que sólo puede ser recibido desde la posición
de quien es heredero, de quien piensa y siente que ha heredado aquello que pre-
tende deconstruir y no de alguien que sólo desconfía; apenas niega, dice que no· a
la obra en cuestión y se convierte en su crítico desde el lugar del desheredado:
«fa indudable -escribe Derrida (20016:66)- que un gesto de deconstrucción
resulta impensable sin una afirmación. Indiscutiblemente, la decomtrncción es
un gesto de afirmación, un sí originario que no es crédulo, dogmático o de asen-
timiento ciego, optimista, confiado, positivo».
Hay una afirmación que es primera, inicial, un «sf» que es originario, una
gestualidad afirmativa, un «sí» que aquí nos hace record:1r al Nietzsche de
diciembre de 1881, ese Nietzsche que se siente todavía vivo y pensante, con su·
mirada capturada por la belleza: y que rechaza toda batalla contra la fealdad. Ese
Nietzsche que, entonces, es capaz de escribir: «Quiero, en todas las circunstan-
cias, ser siempre un afirmador» (Halévy, 2000:213).
Estamos de acuerdo en que la deconstrucción procede afirrnativamente, dice
«sf» a algo, a alguien. Pero ¿a quién y/o a qué se dirige esa afirmación? O bien:
¿ele qué o de quién es esa afirmación? Ese «sí», digamos, consiste en comprome-
terse en oír al otro o hablar con é\, es un «si» más antiguo, ant.erior a la pregunta
misma, un «si» que se presenta cL1mo una afirmación originari~1 sin la cu;il 110 es
posible la deconstrucción.
Entonces, es en este momento cid texto donde podentos iniciar tímida-
mente nuestro camino hacia la pregunta acerca de la here11cia educativa. Por lo
dicho hasta ahora, ¿decimos «sí» a atgunos de los argumentos educativos que
componen nuestra herencia para después, cara a cara deshacerlos, pero sin des-
truirlos? ¿Ser fiel a ellos y luego infieles y as( refrend1, reinrerpretar, traducir a
nuestro modo la herencia?
22 HUELLAS DE DERRIDA
. 1
!lr.11
------------ ·--•--- .. ·---~--
Del texro anterior, tal vez pueda desprenderse otra paradoja (o «aporía», si fué-
ramos más «fieles» a la nomenclatura del propio Derrida): la de tener que apro-
piarnos de un pasado que nos resulta inapropiable. De algún modo nos resulta
inapropiable_ por ello mismo, es decir, porque justamente es «pasado». Hay un
modo de relacionar esta cuestión con aquello que Derrida mencionaba como la
conciencia de la finitud, el conocimiento de la incomplerud: sabemos, esto es,
forma parte de nuestra experiencia, que no tenemos cómo volver hacia atrás j
!
6. Dice Derrida (2003:322) al respecto: «Lucero [... ) hablaba ya de "destructio" para designar la
necesidad de una resedimentación de los estratos teológicos que disimulaban la dernudez origi-
nal del menaje enngélico que había que restaurar».
24 HUELLAS DE DERRIDA
1O. Véase, en este sentido, el excelente libro de Cristina Carneiro Rorigues ( 1999).
26 HUELLAS DE DERRIDA
En la cita precedente hay varias cuestiones que podrían ser pensadas, percibidas
y profundizadas. Lo que a mi modo de ver es más interesante y original en ella
es la sugestiva idea de que no habría hospitalidad -ni, entonces, acogida, aten-
ción, rostro, palabra y relación- si se hace del otro una temática, si el otro es
rransformado en una temática, si el otro sólo se nos aparece como temática. Bien
podríamos pei:isarlo asf: el otro no es una temática, el otro no puede ser temati-
zada. Y aún mi~: d otro que se ha tematizada no es, seguramenre, el otro. Derrida
inicia uno de sus rextos más conocidos y recientes relativos a esa cuestión" con
una pregunta crucial, una pregunta que acn'1a como una sepa.ración, como una
fromera, una pregunta que distingue, que provoca la confrontación entre aque-
llo que podríamos nombrar como la preocupación por el otro, por una parte, y la
obs~ión por,~f.O/rO.i PeL9tra parre.
Digamos que la preocupación por el otro denota una ética que es, que debe
ser, anterior al otro conocido, a cualquier otro específico, a su rostro, a cualquier
rostro, a su nombre, a cualquier nombre; la obsesión, a su vez, denota la nece-
sidad de saber el nombre del otro, de cada otro, de conocer específicamente su
rostro, cada rostro y, entonces, de poder establecer un discurso acerca de la res-
ponsabilidad con ese otro que, así, se torna específico.
Pero hay una pregunta que, incluso, es anterior a aquella de la preocupación
y la obsesión por el otro. En todos los discursos sobre la alteridad, en todos los
texcos que se refieren al otro, a los otros, en· rodas las escrituras en que emerge,
puntual, la pregunta en relación al otro, hay que decir: ¿de quién es esa pre-
gunta? ¿Es una pregunta que es nuestra sobre el otro? ¿Una pregunta que es diri-
gida hacia el otro? ¿Una pregunta que presupone que el otro es aquel que debe,
obligatoriamente, responder? ¿O se trata de una pregunta que es del otro, de su
propiedad, una pregunr~ que viene del otro? La pregunta primera en relación al
otro, ¿es nuestra o es del otro?
Derrida escribe acerca de la necesidad, urgente, de pensar en la pregunta
acerca del extranjero. Sin embargo, antes de ser una cuestión a tratar, antes de•
naturalizarse como pregunra, antes, incluso, de designar un concepto, una
temática, un problema, un programa, nos dice que esa pregunta es, al mismo
tempo, una pregunra del extranjero, que viene del extranjero y, también, una
pregunta al extranjero, dirigida al extranjero: «Como si el extranjero fuese ante
todo el aquel que plantea la primera prflgunta o aquel a quien uno dirige la pri-
m~ra pregunta. Como si el extranjero fuese el ser-en-cuestión, la· pregunta
misma del ser-en-cuestión, el ser-pregunta o el ser-en-cuestión de la pregunta»
(Derrida y Dofourmantelle, 2000: 11 ).
Más allá de la volunrad de definir qué es un extranjero o de responder a la
pregunta falsa y falaz de quién es el otro o de querer saber de quién es la pri-
mera pregunra, Derrida sugiere que es la hospitalidad -y, entonces, la acogida,
la atención, el rostro, la responsabilidad, etc.- lo que designa la relación con
el otro-extranjero, con cualquier otro-extranjero, con todo/s lo/s otro/s-
extranjero/s. ·
La hospitalidad se presenta, ante todo, como el acto de recibir al otro, Í111
acto desmesurado en el cual se recibe más allá de la «capacidad del yo» (Derrida,
1998:44); pero, también, ella se nos revela con una doble cara, con una ambi-
güedad que le es constitutiva, como si se tratara de una capacidad que es, al
mismo tiempo, tanto ilimitada como limitada, tanto incondicional como con-
dicional: esto se traduce en la necesaria distinción entre la Ley, con mayúsculas,
y las leyes, con minúsculas, de la hospitalidad.
28 HUEU_-AS DE DERRIDA
Esa doble cara de la hospitalidad no constituye, para Derrida, una simple opo-
sición entre el bien, la Ley, y el mal, las leyes. No, no se trata de un nuevo bina-
rismo, de una novedosa oposición a partir de la cual es necesario tener que optar
por una o por otra forma de hospitalidad:
En los textos [... ] analiw aquello que, entre «lo ·incondicional,, y «lo con-
dicional», no es, sin embargo, una simple oposición. Si ambos senti-
dos de la hospitalidad permanecen irreductibles uno para el otro, siem-
pre es• preciso, en nombre de la hospitalidad pura e hiperbólica, para
hacerla lo más efectiva posible, inventar las mejores disposiciones, las
condiciones menos malas, la legislación más justa. Eso e.~ nece.~ario para
evitar los efectos perversos de una hospitalidad ilimitada[ ... ] Calcular los
riesgos, si, pero no cerrar la puerta a lo incalculable, es decir, al porvenir
y al extranjero, esa e.~ la doble ley Je la hospitalidad (Derrida, 1997).
Es cierto que esa doble ley de la hospitalidad puede desliz.use hacia otra dt1alidad
· bien diferente: la que Derrida nos presenta entre la hospitalidad y la hostilidad;
dualidad que, en verdad, podría también traducirse en una única expresión, en
una única relación con el otro: la hospitalidad (hospes) que es hostil (hostes) al
otro, en fin, la hospitalidad hostil para con el otro. · ·
PENSAR Al OTIÍO SIN CONDICIONES
Derrida y Educación
Pero ¿es posible hablar de Derrida y Educación? Podríanw, intentar responder
a esta pregunta a partir de uno de los dos textos más c11:16cidos ele Derrida
(2002c), que trata sobre el problema específico de la Univn,iclad.
En primer lugar, Derrida escribe que )a Univer,id;L; moderna, aquclLt
cuyo modelo europeo se ha vuelto predominante hac,, dos siglos en los
Estados de tipo democrático, debería ser un,z Universidad ,in condicidn. Dicha
Universidad exige, y se le debería reconocer, más allá ele la libertad académica,
una libertad incondicional de cuestionarriiento y de prop, ,:;ición e, incluso, rl
derecho de decir públicamente todo aquello que le sugieren una investigación,
un saber, un pensamiento de la verdad.
Resulta muy curioso ver la expresión «verdad» en Derrida, pero rnás allá de
que pueda resultar enigmática, su referencia en este contexcu parece ser Je fun-
damental importancia, ya que, en su opinión, la encontra1110~ siempre junto
con la luz (la lux) en los símbolos de casi rodas las universidades dd mundo.
La Universidad ha hechó y hace una profesión de la verdad, declara y ¡no-
mete un compromiso sin límite para con ella. Sin eluda, el c:,ratuto y el devc¡1ir
de la verdad, igual que el valor de la verdad, dan lugar a u 11~ serie infinita de
discusiones y eso es lo que se discute justamente -de modo privilegiado- en la
Universidad y, sobre tocio, en las áreas dependientes de las I Jurnanidades.
Derrida subraya que la cuestión de la verdad y la cuesri,\n de la luz, de las
luces, han estado siempre enredadas con el concepto de hombre, de humanismo
y de humanidades. En la actualidad, la Declaración de los Derechos del
Hombre (1948) y el concepto jurídico de «Crimen concra la humanidad»
(1945) conforman el horiwnte de la mundialización. Derrida utiliza aquí el tér,
mino «mundialización», y no «globali2'.ación», con el objetivo de mantener la
referencia a un mundo que no es ni un globo, ni el cosmo$, ni el universo. Es
la 'red conceptual del hombre, de lo propio del hombre, del derecho del hom-
bre, del crimen contra la humanidad del hombre, aquello que organiza esa
mundialización. Y la mundialización quisiera ser, entonces, 1111a humanización.
Si el concepto de «hombre» es, de por sí, problemático, no se lo puede dis-
cutir, corno tal y sin condición, sino en el espacio que Derrida denomina como
aquel de las nuevas Humanidades.' Pero no para encapsular c~a discusión en las
Humanidades y sí, por el contrario, para encontrar el mejor ;icccso a un nuevo
espacio püblico, transformado por las _nuevas tecnologías ck la comunicación,
del almacenamiento y de la producción del saber.
Pero lo que Derrida escribe es que esa Universidad, esa Universidad sin con-
dición, no existe, como ya bien lo sabernos. Sin embargo, y de acuerdo con su
vocación declarada, ella debería continüar siendo el ~!timo Iugar de resistencia
más que crítica frente a todos los poderes de apropiaci5n dogmáticos e injustos.
«Más que crítica» significa aquí el hecho de ser deconstructiva: «Hago un lla-
30 HUELLAS DE DERRIDA
A ver: ¿c1Smo podría ser pensado, sentido y escrito un libro en cuyo título se
entreviese, apenas, una relación can probable como improbable entre la escri-
tura, la texrura de lo escrito y los espectros, apenas espectros, de Jacques Derrida
y de la educación? ¿Y cómo es posible enunciar esa relación del codo imprevisi- ·• J
ble sin advenir, al mismo tiempo, que se trata de un· camino dirncco, tal vez, 1
hacia un naufr:igio voluntario o hacia ninguna parte, la curvatura de una pre-
gunta -aunque ya hecha varias veces- imposible de sostener y de responder, de
una deuda que es y será siempre impagable, de una ilusión socavada desde su
mismo comiemo, desde su propia enunciación, de una cuestión que apenas for-
mulada debed ser deshecha, amorosamente deshecha? ¿Cómo donar desde la
escritura un ptnsamiento del cual debemos decir que es un pensamiento que se
dona a sí misino como respuesta al otro, como responsabilidad en relación al
otro? ¿Y como escribirle a un maestro que no solicitó nuestra escritura?
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i !.: · PENSAR AL OTRO SIN CONDICIONES 31
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Carlos Skliar
(
Investigador del Área de Educación de la Facultad latinoamericana de Ciencias )
Sociales, FLACSO, Argentina. Profesor del Departamento de Estudios Especializados
de la Universidad Federal de Ria Grande do Sul, Brasil, y Profesor Visitante en
universidades europeas y latinoamericanas. Autor de numerosos libros y artículos.
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José García Molina
Doctor e11 í'edagogía en la Universidad de Barcelona. Profesor de Pedagogía Social y )
Sociolog,a de la Educación en la diplomatura de Educación Social de la Universidad
( de Cascilla-La Mancha. Coordinador y autor de libros y artículos.
_g·
Acerca de lo inenseñable
Graciela Frigerio
1. As{ lo expresa, por ejemplo, el dmlo de l:15 páginas suelras (caracrerfsrica de casi todos, los
escritos de Derrida edirados por Galilée) que acompafian al libro Mal d'archive. En otras opoym-
nidades, Derrida apea por otros dculos para esos acompañantes del libro, acerca de los cuales
parece no remer lo que suelen cemer los lecrnres: que las páginas suelras se exrravlen. O bien pre-
supone que el desrino podría ser el excravío de esa parre del rexrn, insenada pero independiente,
en la que suele decir, de manera llana y conmovedora, algo acerca de las razones de la escritura,
del modo en que el cexto lo trabaja a él, como amor trabajando un rexto.
2. La craducción/inrerpreración es nuestra. Por eso, reproducimos el rexco en la lengua del otro.
125
126 HUELLAS DE DERRIDA
3. Recordemos los numerosos textos que Derrida escribió para despedir a los ar¡,igos/colegas
que lo dejaron antes.
ACERCA DE LO INENSEÑABLE · 127
de perspectivas y nociones que hemos resignificado para la educ ..teión, sin que
Derrida se propusiera enseñárnoslas.
4. Sobre este punto 110.1 proponemos reflexionar en la segunda parce de este c,pitulo.
5. Cualquier referencia a nuestro contexto, ClL>!quier similitud con polírit:as de producción edito-
rial construidas sobre la adjudicación de otro simplifica/lo, necesitado de explicación (como dirlan
otros maestros -Jacotot y Rancicre-) podría ser, a la ver,, imaginación del lector y ¡,ura realidad.
6. Como quien diría "mal de men,, expresión que en francés alude k1
rnalcst:11' doloroso que
sufren algunos al embarcarse y que marca las travesías volviéndolas atemorizan te,.
128 HUELLAS DE DERRIDA
Autor y Maestro
Una obra siempre pone algo en juego, más de una identidad, al menos una
firma y no sólo un nombre propio. Las filiaciones que hacen a la identidad del 1
hacedor y las de su intérprete están inevirablemenre concernidas.
La escritura de Derrida, su trabajo de enseñanza hasta el fin, es el rasgo de
identidad por d cual se lo reconoce, lo que identifica su vida.
Derrida comparte con alguna gente el hallar, en la escritura, un modo de
pasar o hacer la vida, una manera de vivir o de enfrentarse a lo que sabe que podría
no serlo, que dejará de serlo. «Yo quisiera vivir en escritura» 8 , sostiene Henry
Bauchau (l 999: 10), para quien la escritura es una forma de vida o, como redacta
Philip Forest (2002:228): «El que escribe no es el que muere»', aun cuando, en Es
todo (C'est tout), Marguerire Duras se esfuerza en demostrar lo contrario. Es ella,
10. La transferencia es, como el psicoanálisis lo deja entender, el proceso que actualiza deseos
inconscientes en el marco de una relación, se traca de un desplazamiento que da lugar a una suerte
de equívoco: alguien cree que el otro es lo que el ocro no es, alguien elige un destinatario allí
donde no hay nadie, o donde hay un hueco. La transferencia permite sentir, erróneamente, que
algo nos está singularmente dirigido. Al respecro, véase Frigerio (2003c).
13,0 HUELLAS DE DERRIDA
Por supuesto, esta .cita de la literatura debe ser tomada en su registro más meta-
fórico. Pero también podríamos decir que, a la letra, nos encontramos con algu-
nos textos de Derrida en distintos caminos. Sus textos nos hicieron compañía
en viajes reales o imaginarios. Hemos agregado a esos textos originales algunos
subrayados, algunas anotaciones al margen, asociaciones, comentarios, re-
copiado frases en los bordes, traducido de distintos modos algunas expresiones.
Este modo J.e escribir al lado de lo ya impreso, de agregar algo de un manus-
crito, nos ha permitido, a la vez, desaprender y aprend~r. «Aprenden, conlleva
desde su sonoridad misma el sentido de lo que se prende, atrapa, toma, se fija,
se agarra, se inserta en. .
En el trabajo de leer/escribir, algunas reflexiones fueron tomando forma. A
veces, la lectura nos daba la idea; a veces, la idea nos llevaba a buscar y encon-
trarnos con un texto. Sin orden cronológico, ap,·es-coup tras apres-coup. Entre
un texto y otro se inte~calaron otros textos y maestros.
Las reflexiones y los textos de unos y otros se tocan, se respaldan, se opo-
nen, conviven, dialogan, se ofrecen. Cada autor que nos marcó ha cumplido
con la definición ele maestro: nos ha dado un signo, nos ha hecho una señal y
nos ha dejado seguir nuestro camino. Cuando anclamos, los recordamos. A
veces_, logramos conciliar ideas que entre ellos eran inconciliables y, en otras
oportunidades, necesitamos separarlos, distinguirlos, oponerlos.
En ocasiones, con alegría, constatamos que nos encontramos hablando en esas
lenguas que no son nuesttas, al decir de Derrida (1997b), pero que, sin embargo,
nos son propias, se nos vuelven propias, las hacemos propias cuando toma-
mos la palabra.
Las palabras que tenemos nos han sido donadas. Así lo pensamos, así lo sen-
timos, así las tratamos. Pero porque el don no conlleva deuda ni espera retorno
ACERCA DE LO INENSEÑABLE · 131
11. Si la decomtrucción, noción derridiana si las hay, significa algo para su autor es, j,mamcme.
eso: más de una lengua.
12. En distintos trabajos, nos referimos a la noción de funció11 amf11tica (volver disponible el
archivo de lo común para todos y cada uno de bs sujetos) como un atributo de l;i i11s1itución edu-
cativa, avanzando en la propuesta de recupera, par;¡ lc¡s educadores la investiclu ra, la autoridad
de los arcontes, aquellos a quienes se confía, a la vez., la custodia del archivo y la ,cs¡,onsabilidad de
a.~egurarsc que su interpretación debe ser accesible paia todos. ·1
13. Además de llevarnos a confirmar que cualquier propuesta de política dkl conoám,,nto serla hipó-
crita, o c/nica, mientras estén pendientes una política de la justicia y una política de l11 memoria.
132 HUELLAS DE DERRIDA.
a un origen, sino qpe debe entenderse como «la puesta topográfica de una téc-
nica de consignacióh, consticució~ de una instancia y de un lugar de autoridad.
El arconte (r1rkhefon), es decir, frecuentemente el Estado [... ] sería la condición
de un archivo»'◄• ' '
Se hace necesaria una ~onsideración. No identificamos memoria con sim-'
ple recuerdo, mucho menos con répetición de un texto con prescindencia de la
escritura. Tampoco coincidiríamos en pensar a la memoria como una nostalgia
del pasado o su reinstalación (por otra parce imposible) en ningún presente.
Memoria no es la búsqueda de un tiempo perdido.
No confundimos el olvido con la censura o prohibición de recuerdo. La
exposición de Derrida nos permite denunciar tanto los efectos enfermantes y
patológicos de los archivos inaccesibles y c;ensurados como los efectos terribles
de cualquier archivo que sólo admitiera una interpretación, o los excesos de una
memoria que se pretendiera rotal y que obligara a renunciar o, peor aún, que
trabajara para obstaculizar esa labor psíquica y poHtica que asocia memoria y
olvido. J\sociación que requiere tanto del trabajo de elaboración subjetiva como
del esfuerzo colectivo de sostener una instancia y lugar de autoridad, algo que
haga de garante de lo humano para la especie.
Admiramos que, no sin razones, as{ como la memoria tiene buena fama, el
olvido no goza de ese privilegio. Pocos son los que reconocen la actividad con-
junta de una y otro para dar lugar a la elaboración y a la creación. Nietzsche ha
sido uno de ellos, al señalar, en un pequeño trabajo sobre la historia, la impor-
tancia para la vida y la historia del olvido creador.
No se trata de elogiar al olvido temido, temible, acerrador, despreciado y
despreciable, causante de des-conocimientos y de violencias des-subjetivanres.
Nos referimos, lo habrá comprendido el lector, al olvido que consiste en tratar
al otro negándole su estatuto de semejante, lo cual pasa a ser considerarlo
nadie. Y no es cuestión aquí del «Nadie» que usó Ulises para confundir al
monstruoso Polifemo. Es cuestión del monstruo que, donde hay alguien, no ve
nada o sólo ve una cosa.
Muchas veces hemos insistido en que, en nuestro país, ciertas poHticas se
construyeron sobre esta base, la de ningunear. Sólo esta posición permite encen-
der por qué en un país donde se producen alimentos puede morir gente de ham-
bre; hambre que no proviene de la ausencia de comida, sino de la falca de reparto.
Sólo las políticas que hacen del otro, de muchos otros, nada, nadie, justifican
que en la Argentina los niños desnutridos cuenten como porcentajes y no como
sujetos privarlos de a fuerza de tanta privatización/expropiación de lo público.
Seda más pertinente denominar «negación» o «denegación» al olvido que
desprecia la semejanza entre los sujetos de la palabra. La ambición de los de-
predadores de lo común, los expropiadores de lo de todos, explica que por los
anocheceres las calles se pueblen (como en El país de las últimas cosas (Auster,
1994)) con los que buscan los restos.
Hay que admitirlo: en este país, parte de la población se ha constituido en
un resto que esJa ¡uay_or y más terrible prueba de la eficacia de las políticas des-
subjétivantés".'"A e'sí:'ti-"ési:o ~¡ le asignan los restos (políticas de caridad, de dádiva,
de mendrugos) y se les asignan restos, literalmente. (Eso sf, en algunos casos, con el
«cuidado» de envolver por separado los restos de los restos, que se dejan en las
puertas para el consumo de los sin parte.)
Es obvio, no hay manera de hacerse cómplice de las políticas que se desplie-
gan sobre el principio del olvido del otro. El olvido del otro es una forma de la
pulsión de muerte que trabaja para des-unir, fragmentar, dividir, restar, reducir.
Pero queda el matiz, no menor, que nos lleva a arriesgar la hipótesis de
que, en tiempos de escalada de la insignificancia (Castoriadis, 1996), las polí-
ticas de la amnesia -las que responden a la pulsión antiarcóntica, pulsión
inexistente en la teoría psicoanalítica, pero propia de las políticas de desubli-
mación represiva 15 - pueden ser tan des-subjetivantes como una política que
pretenda instalar una memoria llena, única, total, sin fisuras: un solo texto,
una única interpretación.
Cómo pensar las políticas de la memoria sino en oposición a las políticas de
la cerisura, a las que son confiscadoras de archivos, a las políticas que condenan
al olvido o, a la inversa y simultáneamente, a las tentaciones de un llenado de
la memoria, a la prohibición de olvidar.
El problema no es, entonces, el olvido, que es propio de la vida, sino la
censura, la prohibición del recuerdo 16 o la prohibición del olvido, que son
propias de la muerte.
Las mt!morias agujereadas por las p9líticas antiarcónticas (destructoras, cen-
suradoras, interdicroras, represoras de recuerdos) son, sin duda, un-problema de
la educación, una cuestión de transmisión impedida o interrumpida 17 • La
memoria en versión única, llena (re-llena) de un relato único 18, es también
antiarcóntica y es un problema que igualmente concierne a la educación.
1S. Es decir, de aquellas que desandan el trabajo de la sublimación que aparece como requisito,
manifesración y expresión de la cultura, un ejercicio cotidiano.
16. Debemos marizar esca expresión: el aparato ps!quico del sujeco puede trabajar en reprimir un
recuerdo doloroso; éste sólo podrá ser evocado a los fines de una elaboración en el marco quF, la
vuelva posible, marco que tiene para cada sujeto modos y ~iempos distintos, no reglamenta~les
públicamente. Lo que no significa que condiciones polrricas creen posibilidades para que algo
pueda ser elaborado.
17. Recordemos las polrticas de quema de libros (y de destrucción del pensamiento y muerte de
los sujetos) que el mundo reitera cada tamo.
l 8. Tengamos en cuenca las modalidades de la educación en los totalitarismos que, en distintos
riempos y conrinentes, reproducen o propician la tentación roralitaria.
134 HUELLAS DE DERRIDA
'· Parecería posible afirmar que no hay sociedad sin arkhé, sin origen, sin
archivo, sin intérpretes, sin autoridad, sin destinatarios ni usuarios de un archivo
de libre acceso y es esto lo que nos llevó a sugerir pensar la función arcóntica
como un atributo de la educación. Desde esta perspectiva, cualquier sinonimi,i
que forzara una relación entre archivo y tiempo pasado sería una simplificación
y un¡i confusión.
lJensar la actividad del archivo, la vida del archivo, lo vital del archivo, es lo
que nos permitió jugar (con toda la seriedad del juego,·que es lo que logra que
algo devenga otra cosa) con la idea de que todo educador püede identificarse con
la figura del arconte.
Arconte es la palabra que designaba al funcionario en quien se confiaba la
custodia del archivo, custodia que no debe confundirse con una mala interpre-
tación de lo policial, sino que debe entenderse como autoridad y confianza
acordada para que algo esté cuidado".
Cuidar (foucault, 1987:49), de eso se trata cuando se escribe como un modo
de decir adiós a aquel del que no necesariamente estamos dispuestos a separar-
nos del todo. Una manera de despedirnos omitiendo toda referencia a la eterni-
dad (que nos llevaría a decir a-Dios). En ese registro, Derrida (1986) recuerda
a Paul Celan en una composición que titula Schibboleth y que encontró en nos-
otros una singular resonancia.
. Schibholeth es una palabra/noción que remite a un extranjero significado
como representante de un otro inadmisible.
Asociada a dos orillas de un río que separaba algo más que dos bordes de lo
mismo, Schibbo/,eth puede definirse más allá de su sentido. Designa un alimento de
importancia para la vida de todos y es, a la vez, una palabra que corta al mundo.
Schibboleth o schibboleth, parecen la misma palabra; lo son en la grafía, la dife-
rencia está en cómo se pronuncie. El matiz no se juzga en la escritura. sino en
el acento con el que se la pronuncie, acento que al identificar la pertenencia o
no a la propia tribu define la vida o la muerte del que pasa la frontera.
Cortar, separar, dividir, restar, desenlazar, son las actividades de la pulsión
de muerte. Sin estas operaciones articuladas, mezcladas, intrincadas a las acti-
vidades que propicia la pulsión de vida (juntar, sumar, multiplicar), pensar
nos sería imposible 20 •
Es la actividad conjunta de distinguir (que requiere diferenciar) y asociar (que
requiere agregar) la que hace que tengamos las palabras, las que tornan prescindi-
ble la presencia de las cosas en si. Es la palabra la que permite nombrar al mundo
y habitarlo. Es la palabra lo que nos hace sujetos y nos permite vivir juntos.
19. Se trata del Estado, tercero garante. Tercero imagina!, nombrado por Lcgcndrc, a quien se
hace responsable ele la función juddica de inscribir a todos.
20. Freud denomina a la pulsión de muerte entrelazada ·a la pulsión de vida: la vcrtien te estruc-
turan te de la pulsión de muerte.
ACERCA DE LO INENSEÑAOI.E 135
< mandaco.•de emt1ncipación que acompaña al gesro de distribución cuyo signo será el del don, es
decir, 11n dm· qtte liO conlleva deuda para el destinatario (dado que codo recept.or fue considerado
desde el vamos 1111 heredero legítimo). Es un don que no se significa como cal en el momento en
que se efectúa, rt11unciando as( a cualquier lógica mercantil. Elegi~os la noción de don porque,
en si, da cuenta del ,!trecho a recibir y de la responsabilidad del reparco. Incluye (as/ lo entendemos)
un reconocimiento ~ubre el cual las polltict1J del conocimiento adquirirán su sentido.
27. La carta de Mine. de Mainrenon así lo afirmaba: •El Rey roma todo mi tiempo, yo doy el
resro a Saim Cyr J quien q1foiera dárselo todo» (Derrida, 1991:11).
28. Remitimos a R:mciere C2003) y a los ardculos del dossier que elaboró la revisra Le Télim,1que
(nº 27, Presse Uni-.e1sirairc de Caen, mayo de 2005) a propósito del Coloque de Ceri¡y.
ACERCA DE LO INENSEÑABLE 137
La vie d'un homme, unique a11tant que sa mort, sera toujours plm qu'im
paradigme et autre chose qu'un symbole.
]ACQUES DERRIDA (1993: 11) 3º
Alguien, usted o yo, se adelanta y dice: «yo quisiera, por fin, apren-
der a vivir» 3 '.
Acerca de qué podemos entender por vida, los diccionarios nos proporcionan
definiciones siempre incompletas, incluso los diccionarios de filosofía no pue-
den contentarse con una sola sino a riesgo de omitir sentidos. El pensamiento .
filosófico la alude con distintas voces a través de rodas los riempos32 •
En latín, «vita» alude, simulránearnente, a la faculrad de renovar su propia
susrancia, a existencia, a una temporalidad/duración, a tin conjunto de activi-
dades de los seres naturales; tanto a las maneras de vivir como a los relatos acerca
de esas maneras.
En griego, dos palabra están concernidas: «zoe» (que involucra al reino ani-
mal) y «bios» (que remire a la existencia humana y a la vida reíle_xiva).
;
--:_,,;_.).
··.- ......
ACERCA DE LO INENSEÑABLE 139
Para Zeus, este arte político (pudor y justicia) debía. repartirse entre todos,
la polis no podría subsistir si este arte sólo era propiedad ele algunos. Es intere-
sante tomar en cuenta que antes ele esta intervención ele Zeus, si bien los hom-
bres hablaban, es decir, tenfa.n palabra articulada, no podían crear el e5pacio de
lo común, la polis, porque la polis descansa sobre la palabra pública. Palabra qué,
por renunciar a la fuerza, es suave y, porque es ciada a todos por igual para
que todos por igual participen, esju.Jtd.
Siendo consecuentes con estas ideas, para nosotros, la educación no puede
jugarse como una ficha de casino, dejarse al azar o, peor aún, contentarse con
cumplir con las biografías anticipadas, resignarse a reproducir y perpetuar los
35. Se trata del texto «Nicoclcs: sobre el intercambio» (no de la carta a Nicocle1), reproducido en
Raynaud y Rials (1996:87).
36. Aído1 (pudor) remite a honor, vergüenza, respeto al otro y es, por ello mismo, que su
alcance es polltico. .
l .
3 7. Diké (justicia) significa tener en cuenta a la ley, a la norma públi~ y, por eso, concierne
lo polfrico.
38. Politiques de l'amitié titularía Derrida a uno de sus libros ( 1994).
140 HUELLAS DE DERRIDA
a) ciertas vidas han estado signadas por la dote de lo pensable, mientras que
otras lo han estado (y siguen estándo, en ausencia de políticas de la justicia)
por la ausencia de dote y, por ello mismo, están limitadas a su reproducción.
b) ciertas vidas han estado signadas por esrar inscriptas en la lógica del don y
otras en la de la deuda.
No dividir los futuros es, para Ranciere (2004:35), a la vez, «una decisión
del pensamiento sobre lo que "posible" quiere decir y sobre la recepción, o no, de
un imposible en el campo de los posibles». ,
Así imaginad~/d.1::fii:ido/inrerpretádo el verbo «educar», ¿existida ese verbo,
podría corijúgarslsHí.'qtie fa vida, la pulsión de vida, empuje, ínsita, persevere y
encuentre al fin,' en la sublimación, el modo de ser/estar con otros 40 ?
Enseñar a vivir... Renunciando a la soberbia del «yo te voy a enseñar». Fórmula
que siempre trae velada una amenaza y anuncia la dependencia como condición de
la relación, porque presupone, da a entender que sin uno, el otro nunca aprendería.
Enseñar a vivir... ¿A quién? ¿Dónde se enseña? ¿Se aprende? ¿Se aprende de
otros? ¿Con otros? ¿De sí mismo? ¿Hay un tiempo para aprender a vivir? ¿Es
evaluable? ¿Hay un contenido específico, transversal, disciplinar que enseñe a
vivir? ¿Puede alguien enseñar lo in enseñable?
Insiste, en el texto de Derrida (1993), la demanda, la pregunta, el pedido:
enseñar a vivir...
¿Puede traducirse esto abusando o confiando en una traducción que indica
que «flpprendre» es a la vez lo uno y lo otro? Significa esto, entonces,
enseñar/aprender a vivir' bien.
¿Puede alguien enseñar a vivir bien? A vivir bien, ¿cómo, dónde, con quién,
de quién se aprende? ¿Alguien se resistiría a aprender a vivir bien?
¿Alguien se resiste a vivir? ¿No es a la muerte a lo que se resiste el hombre?
¿No es contra la muerte, para elaborar lo inelaborable de la muerte, para trami-'
tar lo tramitable de los duelos por lo perdido, que el hombre quiere aprender
(que alguien le enseñe algo, lo suficiente para no quedar atrapado en la melan-
colía, lo necesario para alcanzar una cierta autonomía)?
Vivir, al fin: ¿significa vivir bien, vivir mejor?
Finalmente, vivir mejor (todos) significa vivir emancipados. Emancipar es
un modo de decir educar. Educar es emancipar más allá del acto mínimo, no
menor, formal, de declarar a alguien habilitado, competente. Declaración nece-
saria, pero no suficiente, acerca de la cual sabemos que su efecto simbólico es el
que determina la posición del sujeto cuando éste, a su vez, hace del acto externo
un trabajo interno. Emancipar es un modo de significar y afirmar la vida (no cual-
quier vida, la vida de todos, la vida buena 4 ' para todos).
Afirmar la vida es salirse de las condiciones que paralizan o inhiben toda
discusión acerca de ellas, es crear otras condiciones. La emancipación de la vida y
la emancipación del pensamiento son la misma cosa. Vivir y pensar es lo qu,, da
sentido a la vida (del hombre). Lo que vuelve a la vida no sólo vivible, sino vital
(Herve!, 2002:28).
40. Véase Frigerio (2005). Allí se propone una definición de educación como d cmbajo pslquico y
pollcico de ofrecer a la pulsión un destino que no sea ni la inhibición, ni d s(ncoma, ni la angustia.
41. Conceprn cenera! de la antigüedad.
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~.. 12. l'ontalis anali1.a esta cucsti6n a prop6sito de sus propios recuerdos de los tiempos de estu-
diante, elogiando la multiplicidad de profesores.
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ACERCA DF. LO INENSEÑABLE 1/43
Je suiJ en guerre contre moi-méme, c'est vrai, 11ous ne pouvcz pt1s .wvoir a
que! point, au dela de ce que vous devinez, et je dis des choses contradic-
toires, qui sont, disons, en tension réelle, et q1ü me construisent, me fimt
vivre, et me foront mourir. Cette guerre, je la vis parfais comme une gue-
rre terrible et pénible, mais en meme temps je sais que c'est la vie. Je ne
trouverais la paix que da.ns le repos étemel. Done je ne peux pa.r dire que
j'asmme cette contradiction, mais je sais aussi que c'est ce qui me !,1isse en
vie, et me foit po.rer la question, justement que vous rappeliez: comment
apprendre a vivre (Derrida, 2005:49).
43. La traducción/interpretación es nuestra. Por eso, reproducimos el texto en la lengua del otro.
144 HUELLAS DE DERRIDA
Vivir con mros, v\vir entre otros, no excluye a los fantasmas, salvo en los casos
en los que las políticas intentan forzar1'os a un exilio que nunca se concreta del todo:
lo reprimido regresa, enmascarado COfJJO repetición o como recuerdo disfrazado.
Vivir con otros, vivir entre. otros, no debe excluir a los contemporáneos, con los
que el mu11do txpresa su complejidaq, su polifonía, su multiplicidad: más de uno.
No habría vida de lo humano sin esa posibilidad del más de uno, sin ese tra-
bajo por el re-conocimiento de los otros, el afán en distribuir una y otra vez la
parre de todos entre todos los otros, en rodas partes. Cosmopolitas, solidarios,
arcontes de lo público y lo común: el reino de la palabra, la posibilidad de que
un hombre pueda dirigirle la palabra a otro hombre y ser entendido (escuchado,
atendido, comprendido).
Vivir con lo perdido: imposible, con lo perdido se hacen palabras y suefios.
Vivir de lo perdido: nefasto, exploración del fantasma.
Vivir en lo perdido: volverse fantasma de sf mismo, para sí mismo.
¿Hacer de lo perdido/pasado otra cosa? Es posible intentarlo.
Finalmente. Al fin.
Reiterarnos:
Las simples como las de codas lis mañanas, y las de la noche, cuando
es necesario despedirse y es una prueba; incluso aquellas que me dejan
estúpido, porque llegué al final de un libro y, dencro de algunas pági-
nas, .no habrá más nada: [Detesto] L'ls otras, las que son graves, canro
cuando las he qu<'rido, como cuando intenté evitarlas (lo que las hace
aún más penosas). Algunas se parecen a las desapariciones y, aun
cuando sean breves, no termino de habituarme.
~-.Jo hs veo venir. Las separaciones más previsibles son brutales. La pér-
dida de una amistad, sus signos anciciparorios, el borramienco lenco :i.l
que no encuentro ra1.ón son un golpe brusco: el amigo que, me doy j'
cuenca tarde, fabriqué en secreto [... ] Cuando no me hielan, las sepa-
raciones me persiguen.
46.Escribo esras lineas y esros aparrados atendiendo a los amorosos comentarios que me hiciera,
me don:lra, O.waldo Álvarez Guerrero, quien me dio tiempo, escucha y aporres para acompa-
ñarme y altnrnrme a escribir este capímlo.
146 HUELLAS DE DERRIDA
2) Miguel de Cervantes
3) Recordarnos a Derrida
4) Vladirnir Jankélévitch