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Las prácticas cotidianas y comunes, los gestos y las palabras trivializados son pues (tal
vez más que las declaraciones oficiales), los que instituyen, en forma continua y eficaz,
los lugares sociales. Asimismo, los textos oficiales, las declaraciones de los políticos o
de los medios de comunicación, ejercen significativos efectos de poder. Debido a su
frecuente banalización, esos procesos cotidianos y aparentemente sin importancia deben
constituir nuestros blancos de cuestionamiento y de desconfianza más inmediatos.
¿Es “natural” que los niños y las niñas se separen en la escuela para los trabajos en
grupos y para las filas? ¿Es necesario aceptar que “naturalmente” la elección de
juguetes sea diferencial según el sexo? ¿Qué hacer cuando todo está “desordenado”,
cuñado ellos y ellas se mezclan para jugar o trabajar? ¿Debemos esperar que los
desempeños en las diferentes disciplinas revelen las diferencias de interés y aptitud
“características” de cada género? ¿Debemos evaluar a alumnos y alumnas a partir de
criterios diferentes? ¿Los niños son “naturalmente” más inquietos y más curiosos que
las niñas? ¿Qué hacer cuñado niños y niñas no se comportan de acuerdo con las
expectativas que definimos en relación con ellos?
La escuela también se implica en esa lucha. Sin embargo, por lo general se ubica del
lado de las identidades dominantes. Allí se consagra y aprueba una única concepción
de familia, de masculinidad y de feminidad, una única forma legítima y normal de
vivir los deseos sexuales. Más que simplemente reproducir tales representaciones,
como afirman algunas teorías, la escuela efectivamente las produce. Los discursos y
argumentos se construyen teniendo como base pares opuestos: masculino/femenino;
heterosexual/homosexual; normal/anormal; sano/enfermo; público/privado;
decente/indecente; moral/inmoral… Y en esos conjuntos, se da primacía al primer
elemento del par, patrón del cual se deriva (inevitablemente) el otro elemento. La
historia, la literatura, las ciencias, la matemática, las prácticas deportivas, el
lenguaje, la distribución y uso del tiempo y del espacio están afirmando
continuamente esas distinciones. Enseñando no sólo a través de la subordinación o
de la secundarizaciòn de aquellas consideradas “derivados” o “desviados”, sino, en
forma incluso más contundente, a través de su negación o de su silenciamiento.
comunicación, por los juguetes y juegos, por las canciones y películas, por los video-
juegos, por la moda, por las revistas y dibujos animados. Formas de pedagogía y cultura
producidas y practicadas en los medios de comunicación, en los shoppings, en los
parques y en las discotecas. Con frecuencia, la escuela ignora esas múltiples instancias
formadoras, olvidando que detentan una autoridad y un poder de seducción con efectos
sociales importantes.