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VOLVAMOS A APASIONARNOS

A diario escuchamos el tremendo impacto que tiene la pan demia en nuestras vidas: en
nuestros hábitos cotidianos, en los modos en que nos relacionamos y en nuestras
emociones. Nos atraviesan de distintas maneras el miedo, la angustia y el dolor que nos
causan la enfermedad, las muertes, la pobreza y la incertidumbre. Los días en que nos
aferramos a la esperanza anhelamos que de esto surja un mundo mejor y no una sociedad
distópica como aquellas que desde hace años anticipa la ciencia ficción. En este libro,
intenté ponerla en los horizontes de trans formación. Las prácticas de la enseñanza
cobran relevancia en relación con la construcción de mejoras en la calidad de vida de la
comunidad, cercana o lejana. Este podría ser un camino, entre otros posibles, para
darles sentido a los aprendizajes e ir más allá de la acumulación de fragmentos de
contenidos. Mi invitación es que comencemos juntos a construir experiencias que las y los
estudiantes quieran vivir, que disfruten y que los apasionen aun en estos tiempos tan difíciles.
¿Y los docentes? También tenemos que generar prácticas de la enseñanza que nos
apasionen. Nosotros, como otros trabajadores, estamos estresados, cansados y
tenemos miedo al contagio. Y estamos bajo una enorme presión social por
que las escuelas estén abiertas, lo cual supone muchas cuestiones que no somos
nosotros quienes tienen que resolverlas. En este marco, ¿qué puede sostenernos?
Nuestro compromiso político con la educación y el emerger de nuevos lazos de
colaboración que nos constituyan en colectivos solidarios. También apuesto a que
lo haga una nueva forma de pensar y encarar la enseñanza. Tenemos que ser capaces
de crear propuestas que nos apasionen, que hagan que soñemos y que queramos ir
más allá.
En lo personal, lo que me mueve es la posibilidad de que creemos con el
estudiantado en cada práctica de enseñanza algo que no existía antes. Una
pregunta, una idea, un argumento, un ensayo, una solución, una obra de arte, un
desarrollo tecnológico, un artículo o -para ser bien realista- algo que en las sucesivas
clases nos acerque a cualquiera de estas producciones. Cuanta más fuerza crítica y
transformadora tenga esa creación, mejor. Las instituciones educativas pueden, y
deben, ser lugares de construcción de pensamiento crítico y conocimiento original. De
lo que ya está construido, pongamos a disposición lo que sigue siendo central,
relevante y contemporáneo y el resto abordémos lo como parte de la historia de la
disciplina en el lugar acotado que decidamos darle. Eduquemos para criticar, imaginar,
diseñar, crear e intervenir con la formación más sólida y rigurosa que sea posible. Pero la
solidez ya no consiste en la repetición, porque la falta de sentido y comprensión
abunda y en la escena educativa puede ser tan desoladora como vivir en pandemia.
Si el conocimiento para la transformación atraviesa nuestras propuestas, las y los
docentes seremos los primeros en apasio

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EPÍLOGO EDUCAR CON ESPERANZA


narnos. Podremos contar una nueva historia en la que reconec temos con las y los
estudiantes, comprendamos lo que implican para ellos las tendencias culturales con
las que nacieron y cre cieron, y las pongamos a jugar para crear un mundo más
justo.
Diseñemos prácticas de la enseñanza que abran múltiples recorridos como
posibilidades para crear que no sepamos exac tamente como terminan. Las
incógnitas son apasionantes.
Inventemos momentos que nos conmuevan y nos atraviesen como sujetos
comprometidos con la realidad. La emoción es apasionante.
Construyamos espacios donde nosotros mismos podamos jugar, como cuando éramos
chicos y soñábamos con cambiar la realidad. La imaginación es apasionante.
Invitemos a muchos otros a sumarse porque con la fuerza de un curso no alcanza para
generar transformaciones duraderas. Contar con otras miradas y voces es apasionante.
Dejemos que las prácticas comprometan nuestros sentidos y nuestros cuerpos
íntegramente. El movimiento es apasionante.
Si logramos -desde nuestra pasión- apasionar a otros, seguramente mejoraremos sus
posibilidades de quedarse en el sistema educativo, terminar cada uno de los
niveles e insertarse de modo pleno en la sociedad. No es educación emocional: es
política.
Desde hace años suelo leer en mis clases los principios de la esperanza en la
desesperanza de Edgar Morin. En este momento esta sería una prueba fehaciente, por
si la necesitáramos, de que ya atravesábamos una crisis enorme antes de la pandemia. En
esa presunta normalidad, recurrentemente tenía fuertes razones para decirles a mis
estudiantes que no nos dejáramos ganar por la desesperanza. Vuelvo a elegir algunos
de esos principios para compartir con ustedes:

Principio de lo inconcebible: todas las grandes transfor maciones o creaciones de la


historia fueron impensables antes de que se produjeran. Principio de lo improbable:
todos los acontecimientos felices de la historia fueron, a priori, improbables. Principio del
topo: que cava sus galerías subterráneas y transforma el subsuelo antes de que la superficie se
vea afectada.

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