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La persona: divina, angélica, humana, Santiago de Chile: RIL, 2014, 315-325. ISBN: 978-956-OI-
0055-9

EL ÁNGEL Y EL HOMBRE CAPACES DE LA BEATITUD

Prof. Lic. Luis E. Larraguibel Diez,


Pontificia Universidad Católica Argentina

La definición boeciana de persona como rationalis natura individua


substantia, no sólo remarca su individualidad y singularidad sino también la dignidad
que se funda sobre su intelectualidad como explica Santo Tomás: “El nombre de
persona le conviene propiamente a Dios, sin embargo no del mismo modo como en
las creaturas, sino de un nobiliori modo, como todas las otras cosas que se dicen de
Dios y las creaturas. Pues, se salva la razón de persona en la divinidad en cuanto
tiene el ser subsistente por sí mismo en la naturaleza intelectual”1.
Por esta razón, la persona puede predicarse tanto del hombre como del ángel
mediante analogía de atribución intrínseca, siendo lo más perfecto en toda la
naturaleza ya que no sólo son incomunicables por su subsistencia sino también son
dueños de sus actos2, lo cual es fundamento de su dignidad porque la persona es
capaz de conocer y amar a Dios. Esta definición manifiesta los tres rasgos distintivos
de la persona: la incomunicabilidad es decir, en cuanto individuo3 que es indiviso y
separado de otros en el orden del ser y del obrar; la subsistencia, es decir, en cuanto
alcanza su mayor perfección en el género de la substancia al poseer su ser en sí y por
sí; y, finalmente, la intelectualidad o racionalidad que debe entenderse como la
capacidad de conocer y de obrar propios de la persona. La racionalidad, al comportar
discurso y mediatez en el conocimiento de la verdad, no le puede convenir a Dios –
como primer analogado de persona - sino de modo amplio, a diferencia de la

1
Scriptum Super Sententiis, I, d.23, a.2: Santo Tomás complementa la doctrina de Agustín y señala
que en la Santísima Trinidad la relación entre personas no sólo es real sino también subsistente,
porque el ser de la relación y el ser de la esencia no son distintos sino uno y el mismo: “El nombre
Persona en Dios significa relación como realidad subsistente en la naturaleza divina (…). En Dios hay
varias relaciones reales. Por lo tanto, se sigue que hay varias realidades subsistentes en la naturaleza
divina. Esto indica que hay varias personas en Dios” (I, q.30, a.1). Ciertamente, las personas divinas
no deben entenderse como substantias en el sentido de esencia o naturaleza lo cual implicaría una
Trinidad de tres dioses, sino de hipóstasis o subsistencia.
2
Cf. I, q.29. a.1
3
“El término “individuo” indica la realidad personal concreta, no en cuanto que se corresponde con lo
humano de un modo genérico sino, más bien, en cuanto que se corresponde con los individuos
concretos: Pedro, Sócrates o el Arcángel Gabriel” (F. REGO, “El concepto de persona en el Scriptum
super Sententiis Petri Lombardi de Santo Tomás” en Scripta 2 (2009), Mendoza, p.147).

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intelectualidad que penetra inmediatamente en la realidad porque no se encuentra


afectada por la materia y de esta manera tanto Dios como los ángeles son personas.
En efecto, a diferencia del hombre, las especies por las que los ángeles
entienden no están tomadas de lo sensible, sino que les son connaturales. Esto se
debe a que los ángeles tienen la potencia de su naturaleza totalmente colmada por la
forma, al ser substancias intelectuales y que no están unidas a un cuerpo como señala
el Santo Doctor: “Las sustancias intelectuales inferiores, esto es, las almas humanas,
tienen la potencia intelectual naturalmente incompleta; y se va completando
gradualmente conforme toman las especies inteligibles de las cosas. Pero la potencia
intelectual de las sustancias espirituales superiores, o sea, la de los ángeles, por
naturaleza está repleta de especies inteligibles, por cuanto que poseen especies
inteligibles connaturales para entender todo lo que naturalmente pueden conocer”4.
Nuestra alma - como substancia espiritual - es menos perfecta porque necesita del
cuerpo para alcanzar su perfección intelectual, a diferencia de los ángeles que
subsisten de modo inmaterial, recibiendo de Dios las especies de las cosas conocidas,
incluida la imagen del Creador. Pues, el ángel conoce a Dios por su propia esencia,
en cuanto ésta es como un espejo que reproduce la imagen divina y mediante este
conocimiento alcanza naturalmente su beatitud. Sin embargo, no ve la esencia divina
porque ninguna semejanza de lo creado es suficiente para representar la esencia de
Dios.
Ahora bien, el conocimiento filosófico que podemos tener acerca de los
ángeles es muy limitado porque nuestro intelecto no puede conocer la esencia de las
Substancias Separadas durante el estado de unión al cuerpo, ya que excede el género
de las realidades sensibles para las que nuestro intelecto está naturalmente
capacitado. Por esta razón, sólo puede conocerlas imperfectamente a través de sus
efectos, demostrando la conveniencia de su existencia y definiéndolas por remoción
como hace Santo Tomás5. En efecto, como Dios no se contiene en ningún género, la

4
I, q.55, a.2: “Perfectio autem cuiuslibet intellectualis substantiae, in quantum huiusmodi, est
intelligibile prout est in intellectu. Talem igitur potentiam oportet in substantiis spiritualibus
requirere, quae sit proportionata ad susceptionem formae intelligibilis” (De Spiritualibus Creaturis,
a.1 co).
5
Cf. De Spiritualibus q.5 co: A continuación, se señalan los tres argumentos que muestran la
conveniencia de la existencia de los ángeles. Por otro lado, Santo Tomás nos recuerda: “Quidditas
substantiae materialis quam intellectus abstrahit, non est unius rationis cum quidditatibus

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perfección del universo reclama la existencia de algún género de substancias


absolutamente separadas de los cuerpos, que subsisten en sí excluyendo la
potencialidad tan propia de la materia6. Además, por el orden de las cosas, es
necesario encontrar un género de seres que medien entre la simplicidad divina y la
multiplicidad corpórea. Finalmente, como el entender es una operación que puede
hacerse sin el concurso de los sentidos, debe existir una substancia que sea capaz de
realizarla y que su ser no dependa del cuerpo como sucede con el alma humana, la
cual necesita de éste porque sólo entiende abstrayendo de los fantasmas. Nuestra
alma es lo más imperfecto entre las substancias espirituales porque sólo entiende los
inteligibles en potencia; por tanto, es necesario que los ángeles - siendo lo más
perfecto de su género - sean substancias incorpóreas que no necesiten del cuerpo para
la operación intelectual.
Tanto la persona angélica como humana son capaces de la beatitud en cuanto
son imago Dei, es decir, en cuanto son capaces de entender porque la operación
intelectual constituye el género supremo de vida y es aquella por la cual Dios es
completamente beato tal como había descubierto Aristóteles: “El intelecto es
receptor de lo inteligible y de la ousía. Y está en actividad cuando lo aprehende. De
modo que aquello que el intelecto parece tener de divino reside más en esta
actividad, pues la contemplación es lo más placentero y mejor (…). La actividad de
él es la vida superior y eterna”7. Del mismo modo, nuestra beatitud debe consistir
esencialmente en aquella operación por la cual el hombre coincide con Dios y los
ángeles, no en aquellas operaciones que compartimos con el resto de los animales y
seres vivos. Pero el hombre coincide con estas realidades metafísicas por la

separatarum substantiarum: et ita, per hoc quod intellectus noster abstrahit quidditates rerum
materialium, et cognoscit eas, non sequitur quod cognoscat quidditatem substantiae separatae, et
praecipue divinam essentiam, quae maxime est alterius rationis ab omni quidditate creata” (In Sent.,
IV, d.49, q.2, a.1).
6
“Sed aliqua forma sit quae non sit in aliquo receptibilis, ex hoc ipso individuationem habet, quia non
potest in pluribus esse, sed ipsa sola manet in seipsa” (De Spiritualibus, a.5 ad 8)
7
ARISTÓTELES, Metafísica, trad., introd. y notas por Hernán Zucchi, Buenos Aires, Debolsillo, 2004,
XII, 1072b 20: Santo Tomás también sostenía que el intelecto es lo más divino que existe en la
creatura: “Intellectualis natura attingit ad imitationem divinam, in qua quodammodo consistit species
naturae ejus; et inde est quod in eadem operatione ponimus ultimam felicitatem intellectualis
creaturae, in qua est felicitas Dei, scilicet in contemplatione intellectiva; et ideo sola intellectualis
creatura rationabiliter ad imaginem Dei dicitur esse” (In Sent., II, d.16, q.1, a.2).

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operación de su intelecto, mientras que comparte con los animales aquellas


operaciones que dependen del cuerpo.
Al igual que persona o cualquier otra perfección, la beatitud o felicidad
también es un concepto analógico y por eso conviene precisar su uso. En efecto, la
beatitud puede aplicarse tanto al orden natural como sobrenatural; durante esta vida o
en estado de unión al cuerpo, como después de aquélla o en estado de alma separada.
Si Dios no hubiese elevado a la naturaleza humana ni angélica al orden de la gracia y
a la visión de la esencia divina, habiendo permanecido en un hipotético estado de
naturaleza pura, tanto el hombre - después de esta vida - como el ángel hubiesen
alcanzado su fin mediante la contemplación de Dios, intuyendo sus esencias. Pues,
como explica el Padre Santiago Ramírez basándose en Witelo, cualquier cosa que se
diga acerca de los ángeles también puede decirse analógicamente de las almas
separadas, sobre todo porque estos se definen como Inteligencias que tienen por
objeto las realidades divinas manifestando lo más noble de su naturaleza8. Por esta
razón, así como los ángeles no conocen a través de los fantasmas debido a su
perfecta espiritualidad, así también el alma separada conociéndose a sí misma e
intuyendo en su esencia a Dios, hubiese alcanzado el acto beatífico perfecto.
Si bien, el alma separada es la más ínfima en el género de las Substancias
Separadas tanto en su modo de ser como del conocer, sigue siendo una forma
subsistente y al igual que las otras conoce intuyendo su propia esencia en cuanto
recibe la influencia divina a través de las especies inteligibles que Dios le imprime:
“Es común a toda sustancia separada entender lo superior y lo inferior a ella según el
modo de ser de su sustancia, pues una cosa es conocida según el modo como está en
el sujeto que conoce. Algo está en otro según el modo de ser de aquel en quien está.
El modo de la sustancia del alma separada es inferior al de la angélica, pero
conforme al modo de ser de las demás almas. Por eso, de éstas tiene un conocimiento
perfecto; de los ángeles, imperfecto y deficiente, hablando del conocimiento natural

8
Cf. E. WITELO, Liber de Intelligentiis, ed. Cl. Baeumker, Münster, BGPM, 1908, p.25 en S.
RAMÍREZ, (ed.), Opera Omnia (tomus III: De Hominis Beatitudine, 5 vol.), editada por Victorino
Rodríguez, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Instituto Filosófico “Luis
Vives”), 1970-1972, III, n.196: Si bien, esta obra fue reeditada en 1908 siendo atribuida a Witelo, la
crítica posterior señaló que el verdadero autor es su contemporáneo Adán de Belladona

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del alma separada”9. Santo Tomás explica que nuestra alma se conoce o intuye
perfectamente porque no necesita del fantasma como sí nos ocurre durante esta vida
donde sólo entendemos en acto cuando abstraemos la especie de las realidades
sensibles. De esta manera, el alma separada se intuye a sí misma sin la mediación de
ninguna especie inteligible, mientras que conoce – del modo más perfecto que le es
posible - a las otras almas separadas por las especies que Dios imprime en ella. Si
bien, también conoce a los ángeles por medio de las especies infundidas, éstas no los
representan perfectamente porque la naturaleza del alma es inferior a la del ángel.
Por la misma razón, el acto beatífico del hombre hubiese sido distinto e inferior en
comparación con el de cualquier ángel debido a la inferioridad de su naturaleza.
Con respecto al conocimiento de Dios, en el cual consiste nuestro fin último
subjetivo, el alma separada lo hubiese contemplado por contuitio10 sin la mediación
de ninguna especie inteligible o hábito intelectual sino sólo mirando su propia
esencia, para luego contemplar a las otras almas y a los ángeles por intermedio del
hábito de la Sabiduría:
El intelecto posible en el estado de alma separada no conoce a través
de especies inteligibles abstraídas de las cosas sensibles por obra del
intelecto agente; por lo tanto, la Sabiduría que se tiene entonces, no es
abstractiva ni tampoco propiamente especulativa, sino puramente
contemplativa acercándose a la Sabiduría de las Substancias
Separadas11.

Por lo tanto, si el pecado contraído o cometido durante esta vida no impidiera


el amor natural eficaz de Dios sobre todas las cosas – condición necesaria para
alcanzar esta beatitud perfecta en su orden – todos los hombres la habrían obtenido
inmediatamente después de su muerte. Además, a diferencia de lo que ocurre durante
nuestra vida mortal, esta beatitud es perpetua y no podemos perderla porque la
voluntad del alma separada es inmutable al haber alcanzado el fin último12.

9
I, q.89, a.2
10
El Padre Ramírez utiliza como sinónimo de contemplación, la palabra contuición que designa el
modo más perfecto de contemplación y que sólo puede darse en el ángel y en el alma humana
separada del cuerpo. Si bien, el hombre durante esta vida sabe que Dios está por encima de todos los
seres al conocerlo como Creador, este conocimiento de la eminencia divina no se compara con aquél
que tienen los ángeles para quienes son manifiestos los órdenes de las realidades más altas
11
S. RAMÍREZ, De Hominis Beatitudine, ed. cit., III, n.177
12
“Dispositio enim animae movetur per accidens secundum aliquem motum corporis: cum enim
corpus deserviat animae ad proprias operationes, ad hoc ei naturaliter datum est ut in ipso existens
perficiatur, quasi ad perfectionem mota. Quando igitur erit a corpore separata, non erit in statu ut

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Ciertamente, sabemos que la beatitud formal natural perfecta es el


conocimiento perfectísimo de Dios que el intelecto humano pueda tener después de
esta vida, porque el hombre alcanza su beatitud a través de actos perfectos de
conocimiento. Ahora bien, el conocimiento más perfecto que el hombre puede tener
acerca de Dios durante esta vida, es a través de las ciencias especulativas las cuales
participan de la beatitud perfecta tal como explica el Padre Ramírez:
Pues Dios no es evidente quoad nos por el conocimiento natural,
porque no es el primer conocido como el ens commune, sino que sólo
es naturalmente cognoscible a través de la demostración o el discurso
de las cosas sensibles como la causa de los efectos13.

Este conocimiento puede ser vulgar y confuso, como es el que se da en la


mayoría de los hombres que usan rectamente de su razón; o perfecto y científico
como es el de los filósofos a través del hábito de la Sabiduría o Metafísica. Por esta
razón, de acuerdo a los principios de una sana Filosofía, nuestra beatitud formal
natural durante esta vida consiste en el conocimiento demostrativo y real de Dios a
través de las ciencias especulativas como lo entiende Aristóteles. En efecto, como
bien señala el Estagirita, el acto contemplativo acerca de las realidades divinas no es
posesivo de Dios como él lo es en su misma beatitud, sino más bien una
participación generosa y liberal de la divinidad al hombre, lo que es comentado por
Ramírez:
Por lo cual, Aristóteles a los hombres beatos en esta beatitud natural
los llama beatos no simpliciter ni absolutamente, sino como hombres:
μακαρίους δ’ ἀνθρώπους14.

Esta participación no es otra cosa que el conocimiento de las ciencias


especulativas, al modo de incohatio como es la Sabiduría o Metafísica, la cual es
cierta semejanza de la Sabiduría de Dios y de los ángeles, en quienes se encuentra
plena y eminentemente.

moveatur ad finem, sed ut in fine adepto quiescat. Immobilis igitur erit voluntas eius quantum ad
desiderium ultimi finis” (Contra Gentes, IV, c.95, n.5).
13
S. RAMÍREZ, op. cit., III, n.163: “Del mismo modo que en las formas sensibles se participa alguna
semejanza de las sustancias superiores, la consideración de las ciencias especulativas es cierta
participación de la beatitud verdadera y perfecta” (I, q.3, a.6).
14
Ibidem, n.164: Es necesario aclarar que el filósofo propiamente no contempla sino especula según
estas palabras de Santo Tomás: “Unde et nomen contemplationis significat illum actum principalem,
quo quis Deum in seipso contemplatur; sed speculatio magis nominat illum actum quo quis divina in
rebus creatis quasi in speculo inspicit” (In Sent., III, d.35, q.1, a.2, qc.3).

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Si bien, existe una clara primacía intelectual del acto beatífico y debe
afirmársela para no cometer un grave error antropológico15, no puede decirse que la
beatitud formal sea absolutamente especulativa con desconsideración de todo afecto.
La beatitud creada es una participación de la beatitud increada y así como decimos
que Dios es beatísimo por el conocimiento perfecto que tiene de sí mismo, lo cual
necesariamente conlleva amor; así también, nuestra beatitud formal no
desconsiderará el afecto sobre todo en cuanto sobrenatural: la razón y perfección de
la imagen divina en el hombre consiste en ascender y asemejarse a su ejemplar por
imitación que es per se primo especulativa aunque también es afectiva y amorosa per
se secundo. El intelecto es movido por el ente bajo razón de verdad en el género de la
causa formal mientras que la voluntad es movida en el género de la causa final bajo
razón de bien, pero la razón final del movimiento de la voluntad proviene de la razón
formal del movimiento del intelecto pues éste conoce al ente como verdadero y
bueno.
Hasta el momento, todas estas consideraciones se enmarcan dentro de un
contexto hipotético estado de nuestra naturaleza, sin embargo, no debemos olvidar
que la situación real y actual de la naturaleza humana es diferente porque se
encuentra herida y debilitada por el pecado original, sobre todo en sus potencias más
nobles que son las espirituales y por las cuales somos personas asemejándonos a
Dios y a los ángeles. Por esta razón, la beatitud natural se nos ofrece arduamente e
incluso contrariando nuestra naturaleza porque sólo puede obtenerse tras un largo
ejercicio y perseverante corrección de nuestras facultades. En efecto, para
conseguirla se requieren dos condiciones: por un lado, la posesión perfecta del hábito
de la Sabiduría por parte del intelecto especulativo, en cuyo acto – expedito y sin
impedimentos - consiste nuestra beatitud formal; y, por otro, la perfecta conversión a
Dios naturalmente conocido por parte de la voluntad – y consecuentemente del
intelecto práctico y el apetito sensitivo – por la cual Dios es amado por sí mismo y
sobre todas las cosas en cuanto fin último natural, no sólo con amor afectivo sino

15
El grado de deleitación aumenta cuando la operación es más propia y connatural; por lo tanto, como
la especulación es la operación más propia de la naturaleza racional, también debe ser la más
deleitable.

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también efectivo ya que la razón formal de nuestra beatitud, debe estar acompañada
de la posesión perfecta del bien conocido que resulta del acto perfecto del intelecto.
Sin embargo, ninguna de estas condiciones puede tenerse de modo perfecto
en este estado de la naturaleza: en cuanto a la primera, muy pocos hombres pueden
adquirir el hábito de la Sabiduría y de las ciencias especulativas, sea porque no tienen
la capacidad natural para el estudio de la ciencia, sea por el cuidado de los asuntos
familiares que impide la contemplación al sumergirse en los problemas temporales,
sea por la pereza o finalmente por la dificultad de la Metafísica que requiere una
larga preparación y fatiga porque versa sobre las realidades divinas y que muy pocos
quieren padecer por amor de la ciencia16. En cuanto a la segunda condición, es más
difícil aún tener un perfecto amor a Dios en cuanto fin último natural porque el
pecado original ha dañado más a la Voluntad y al apetito sensitivo que a la
Inteligencia, haciéndosenos más laboriosa la consecución del bien que el
conocimiento de la verdad. En efecto, el hombre lapsus no puede amar
perfectamente a Dios con sus propias fuerzas debido a que nace con su voluntad
convertida a las creaturas o al bien conmutable y no al Creador o bien inmutable.
Empero, Dios habiendo ordenado al hombre a un fin que supera cualquier
conocimiento y deseo - pero también sabiendo de nuestra debilidad - nos ha redimido
muriendo en la Cruz. Gracias a ese acto de justicia y misericordia, la gracia viene a
este mundo no sólo a reparar sino también a perfeccionar nuestra naturaleza
mediante los actos de Caridad y los dones del Espíritu Santo que la ordenan a la
visión beatífica. Así como no existe diferencia entre griego y judío, así tampoco
existe diferencia entre el ángel y el hombre, porque todos veremos la esencia divina
según aquellas palabras de San Mateo: “erunt sicut angeli Dei in coelo”17.

16
Cf. Contra Gentes, I, c.4, n.4: El Angélico está defendiendo la conveniencia y utilidad de la
Revelación que ha venido en auxilio de nuestra inteligencia no sólo para conocer las verdades que la
superan sino también las verdades naturales que la ignorancia y las pasiones han oscurecido. Por otro
lado, si nuestra inteligencia es limitada para comprender la naturaleza de las cosas naturales y
sensibles cuánto más difícil se nos hará comprender las realidades divinas que no tienen materia.
Incluso, el conocimiento de Dios que tenemos por las vías señala esta limitación porque no podemos
conocerlo perfectamente: “Per has igitur vias intellectus noster in Dei cognitionem ascendere potest,
sed propter debilitatem intellectus nostri, nec ipsas vias perfecte cognoscere possumus (…).Quia
igitur debilis erat Dei cognitio ad quam homo per vias praedictas intellectuali quodam quasi intuitu
pertingere poterat, ex superabundanti bonitate, ut firmior esset hominis de Deo cognitio, quaedam de
seipso hominibus revelavit quae intellectum humanum excedunt” (IV, c.1, n.6-7).
17
Mt. 22, 30

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Por esta razón, los santos del Cielo no sólo contemplan la unidad de la
naturaleza divina sino que ven su esencia una y trina: el hábito beatífico propio del
estado comprehesor llamado lumen gloriae capacita al intelecto creado –
naturalmente impotente – para ver a Dios sicuti est. Los hábitos de la Fe y la
Teología aunque tengan la esencia divina por objeto, no logran verlo y sólo pueden
conocerlo a través de especies inteligibles creadas y del discurso racional. Si bien, los
dones de Ciencia, Intelecto y Sabiduría nos entregan un conocimiento afectivo e
intuitivo de Dios, el medio por el cual lo conocemos es el alma que sigue siendo un
medio creado. Ahora bien, la visión beatífica no admite ser conceptualizada sino que
es inmediata porque el objeto conocido no necesita ser abstraído al ser suma
inmaterialidad e inteligibilidad; y, además, ninguna concepción del intelecto creado
puede entender y representar totalmente la esencia divina como sostiene el Padre
Ramírez:
Proferir un verbo al ver la misma esencia divina sería lo mismo que
ver la misma luz en la sombra de algún cuerpo iluminado18.

En efecto, sólo Dios puede unirse y estar presente en otro intelecto creado,
pues al ser Acto Puro es esencialmente acto inteligible y por lo tanto puede ser
especie para otro intelecto.
La visión beatífica nos equipara en dignidad con los santos ángeles porque
tanto ellos como nosotros somos capaces – gracias al hábito intelectual del lumen
gloriae – de ver a Dios, lo cual es inimaginable naturalmente. Esto sólo puede ser
posible en cuanto somos substancias intelectuales o racionales, puesto que Dios – al
no ser egoísta ni envidioso como dice el Estagirita – nos participó su propia actividad
que es la vida intelectual. Por eso, ninguna del resto de las creaturas es capaz de la
beatitud, ya que carecen de intelecto y por lo tanto no son personas. Ahora bien, el
ángel y el hombre se hubiesen conformado con sus fines propios de su naturaleza, si

18
S. RAMÍREZ, op. cit., III, n.240: En distintos lugares, Santo Tomás es muy claro cuando afirma que
nuestra visión beatífica excluye todo medio objetivo creado sea ex, in o quo: “Non enim forma
existens in intellectu vel sensu, est principium cognitionis secundum modum essendi quem habet
utrobique, sed secundum rationem in qua communicat cum re exteriori. Et ita patet quod per nullam
similitudinem receptam in intellectu creato potest sic Deus intelligi quod essentia ejus videatur
immediate (…). Unde oportet, si Deus per essentiam videri debeat quod per nullam speciem creatam
videatur” (In Sent., IV, d.49, a.2, a.1; De Veritate, q.10, a.11). Por eso, el Apóstol cuando fue
arrebatado al tercer cielo decía: “Audivit arcana verba quae non licet homini loqui” (2 Cor. 12, 4). En
efecto, en la Patria Celeste veremos a Dios y no a su representación.

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Dios por especial concesión de su Providencia, no nos hubiese destinado


conjuntamente al mismo fin.

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