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La creación del tiempo es querida por Dios porque está destinado a ser
tiempo de salvación, en el que nacerá el Salvador, que cumplirá en sí el
misterio pascual.
El vivir del fiel es tiempo de Cristo, por lo que el tiempo es para Cristo y
Cristo es el todo. En Cristo ya no hay distancia temporal; sólo hay
presencia íntima. En él ya no hay pasado, sino siempre y sólo presente.
Con él se está proyectando hacia el futuro. No se tiene nostalgia del
pasado, sino del futuro. Es el ya, pero todavía no manifestado como tal;
es el ya y todavía; es el ya pero todavía más. Del impacto de lo eterno
con el tiempo se desprende la presencia de Cristo en el tiempo y se
profundiza en la unión con él, que se prolonga en lo eterno.
Paradójicamente, el tiempo, desde que con Cristo sumo y eterno
sacerdote se convierte en tiempo litúrgico, se trasciende a sí mismo.
Por otra parte, el pensamiento del Padre, concretado y realizado por
nosotros en Cristo (nos eligió en él: Ef 1,4) en virtud del Espíritu Santo,
es tal que no nos piensa separados de Cristo. Y por ahora nosotros no
podemos permanecer fuera del tiempo, que es él: el Señor.
Todo fiel, al vivir estas realidades y con esta actitud, hace la exégesis
existencial del "Christus heri, hodie et in saecula" (Heb 13,8). Es un hoy
perenne, el tiempo litúrgico tiene la capacidad de marcar el ritmo y
medir la existencia rescatada del hombre en un hoy de gracia en el que
la palabra de Dios se convierte en vida. Reflexionar, incluso
científicamente, sobre este hoy de gracia para percibir en él
concentrada toda la importancia de la historia de la salvación fijada en
la palabra de Dios, concretada en Cristo "hoy y por los siglos",
celebrada en el año litúrgico y vivida por cada uno de los fieles, significa
recorrer existencialmente una teología bíblica auténticamente perenne.
De este modo el tiempo litúrgico transfigura la existencia humano-
cristiana al concretar la epifanía de los "mirabilia Dei" insertos en el
tiempo. La vida del fiel es así llevada a modelarse en las
manifestaciones de cada uno de los misterios celebrados, para llegar
profundamente, aunque nunca de modo totalmente perfecto, a
transformarse en Cristo. Entonces los misterios de Cristo llegan a ser
vida de la iglesia; y, a su vez, la vida de todo fiel inserto en la iglesia
prolonga y completa el misterio de Cristo. Progresivamente, el tiempo
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litúrgico, que pertenece a Cristo-iglesia, recapitula toda la historia de la
salvación haciendo revivir en las celebraciones el impacto de la
eternidad con el tiempo y anticipar el encuentro escatológico del tiempo
con la eternidad. En este sentido, por medio de la liturgia, la iglesia,
Christus totus, llega a ser revelación no escrita, sino viviente del
misterio del Verbo encarnado presente en el tiempo.
A.M. Triacca
BIBLIOGRAFÍA: Aliaga E., Teología del tiempo litúrgico, Valencia 1980; Bellavista J., La
celebración del tiempo en las Iglesias Orientales, en "Phase" 113 (1979) 367-375; Berciano M.,
Kairós, tiempo salvífico, en RET 34/ 1 (1974) 3-33; Cazelles H., Biblia y tiempo litúrgico:
escatología y anámnesis, en "Selecciones de Teología" 85 (1983) 22-28; Eliade M., El mito del
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Religiones, Herder, Barcelona 1964, 1383-1385; López Martín J., "Tiempo de Dios" y tiempo
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298. Véase también la bibliografía de Año litúrgico, Calendario, Escatología, Fiesta/Fiestas e
Historia de la salvación.
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