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TIEMPO Y LITURGIA

NDL

SUMARIO: I. Las diversas concepciones del tiempo: 1.


Interpretaciones profanas; 2. Interpretación sagrada - II. El tiempo
está enraizado en el misterio "Cristo-tiempo": 1. El tiempo está
ordenado a manifestar la bondad de Dios; 2. Lo eterno invade el
tiempo: la encarnación, inicio del cumplimiento del misterio; 3.
Cristo en el tiempo; 4. Consecuencias para la vida de los fieles - III.
El tiempo litúrgico: historia de la salvación-que-continúa: 1. La
liturgia: tiempo de "historia" de la salvación; 2. Las
"justificaciones" del tiempo litúrgico; 3. Hacia una espiritualidad
del "tiempo litúrgico" - IV. El misterio de Cristo en el ciclo anual: 1.
Una respuesta bíblica a la realidad del tiempo litúrgico; 2. El año de
la redención en el año solar - V. Incidencia del tiempo litúrgico en la
vida de los fieles.

Reflexionando sobre los datos de hecho presentes en nuestra sociedad,


incluso el que no profesa ninguna fe se da cuenta de que el fluir de la
propia existencia está marcado por el ritmo de los días de trabajo y de
los días festivos, algunos de los cuales tienen su origen en
acontecimientos de la historia civil y otros en hechos propios de la
historia religiosa. Es más, la mayor parte de las festividades tienen un
origen religioso, como el ritmo semanal del día de descanso (domingo
para los cristianos; sábado para los judíos; el equivalente a nuestro
viernes para los musulmanes, etc.), o el retorno anual de las fiestas
(navidad, epifanía; pascua; hégira, etc.).

Ahora bien, frente a esto, hasta el hombre peor preparado desde el


punto de vista cultural se plantea la pregunta: ¿Por qué se hace esto?
La repetición del día libre de trabajo, ¿es de la misma naturaleza que la
repetición semanal de la jornada religiosa para el que profesa una fe?
¿O quizá aquél tiene sus orígenes en ésta? Y el que profesa una fe se
pregunta: ¿Dónde está el verdadero sentido de las festividades
religiosas? [-> Fiesta/ Fiestas].
:
Puede encontrarse una respuesta a estas preguntas investigando sobre
el significado del tiempo. Al cristiano la respuesta completa le llevará a
la comprensión del -> misterio, o sea, de la -> historia de la salvación,
que se desarrolla en el tiempo.

I. Las diversas concepciones del tiempo

Es oportuno observar ante todo que la concepción y la realidad del


tiempo litúrgico no pueden ser comprendidas o pensadas como
nociones etéreas o estériles fantasías. El tiempo litúrgico no es una
noción. Es vida; es dar espacio vital al Espíritu de Cristo, presente en la
vida cotidiana del cristiano. Por eso se comprende mejor al vivirlo que al
hablarlo. Si aquí se habla de él, es para comprenderlo más plenamente
y, por tanto, para vivirlo de un modo exhaustivo. El tiempo cósmico en el
que se desenvuelve y se desarrolla la historia de la humanidad, si se
toma en su sentido genuino, el que le ha sido conferido por el Creador,
es tiempo de Dios, como de Dios son el espacio y todos los seres. El
tiempo litúrgico es el tiempo de Dios; pero con una sola observación: en
Cristo Jesús. Solamente en Cristo es como vive el hombre, dado que él,
el Señor, es la estructura y orientación interior de la misma historia'.
Puesta claramente de manifiesto esta perspectiva, que es la cristiana,
ya están puestas las bases no sólo para un diálogo con otras
concepciones del tiempo, al menos parciales (por no decir erróneas),
sino también para su superación.

1. INTERPRETACIONES PROFANAS. Usamos ahora el adjetivo


profano en su sentido etimológico: fuera del phanum, es decir, fuera de
lo sagrado; entendiendo por sagrado sólo lo auténticamente sagrado, y
no lo sagrado que es preciso desacralizar para hacerlo auténtico.

Son interpretaciones profanas, y por tanto con algunas incrustaciones


de lo mágico, opresivo, esclavizante, subyugante, las interpretaciones
del tiempo propias de las "religiones" creadas por el pensamiento y la
imaginación de los hombres: retorno mítico del tiempo (antiguas
religiones paganas); ilusiones de un nirvana etéreo y sublimador de las
fuerzas del hombre (muchos pueblos primitivos o culturas que hunden
sus raíces en un pasado glorioso pero ya pretérito). En general, estas
concepciones religiosas, aunque pseudosagradas, con la categoría
:
tiempo potencian lo tremendum, lo sobrehumano, lo inaferrable, y dejan
al hombre en la espera atónita de algo que lo aplasta o que
momentáneamente le ayuda a trascender un presente insoportable en
nombre de una esperanza humana que sólo tiene el nombre en común
con la cristiana.

Del mismo modo, resultan erróneas las concepciones del tiempo de la


llamada civilización técnica. Esta ha creado un nuevo ritmo para la vida
humana: la racionaliza y la colectiviza, la enmarca primero en planes
trienales o quinquenales, y después en balances económicos, en cifras
de productividad y de consumo... Acelera el tiempo de modo
desconsiderado y, con la ilusión de liberar al hombre, en realidad lo
hace esclavo de las mismas estructuras que ella desarrolla, cambia o
suprime sin tener en cuenta a la persona humana, si no es en cuanto
sirve para la realización de los planes preestablecidos. Esta concepción
del tiempo, propia de una mentalidad capitalista, se acentúa en cuanto a
su negatividad en la mentalidad marxista: aquí encontramos la
concepción de un tiempo cerrado en sí mismo, porque está
deliberadamente separado de toda posible relación con la eternidad. En
este sentido es absurda la concepción del tiempo propia del ateísmo,
que fabrica un tiempo caótico y espantoso; aquí el hombre no tiene
nunca tiempo, ya no tiene tiempo, porque no tiene el punto de
referencia atemporal, que es Dios, del que deriva el tiempo.

Así también diversas corrientes filosóficas contemporáneas, que hacen


sentir su influjo en la literatura, en el cine, en el modo de pensar de
muchas personas, bloquean al hombre en una temporalidad plana y
descolorida.

Los ejemplos podrían continuar. Basta haber llamado la atención sobre


algunas concepciones profanas del tiempo para comprender el salto
cualitativo que existe entre éstas y la interpretación auténticamente
"sagrada" del tiempo.

2. INTERPRETACIÓN SAGRADA. Entendiendo sagrado en la acepción


de lo auténticamente sagrado, que da la primacía al Dios Uno-Trino en
cooperación con la acción libre del hombre, la humanidad conoce una
sola interpretación del tiempo. En otros términos: como es única la
revelación por excelencia y es único el Dios tripersonal, así también es
:
única la auténtica interpretación del tiempo.

Históricamente hablando, encontramos dos grandes períodos,


correspondientes a los dos Testamentos o bien a los pactos de alianza
entre Dios y la humanidad; pero de hecho se trata de una sola realidad,
en cuanto que el AT es sólo una sombra de la luz que es el NT. Ahora
bien, la interpretación de que hablamos considera el tiempo como
desarrollándose desde "en el principio existía el Verbo, y el Verbo
estaba con Dios" (Jn 1,1) pasando por "al principio creó Dios" (Gén 1,1),
hasta la plenitud de los tiempos (Gál 4,4). Como atestigua la Sagrada
Escritura, en la presente oikonomia, es decir, en el plan concreto de
salvación, único entre los infinitos planes que le eran posibles, Dios
discurre y realiza libremente, de acuerdo con los hombres que escoge,
una serie de hechos que se manifiestan en determinados momentos o
acontecimientos (kairói). Todos estos momentos en conjunto se ordenan
entre sí con vistas a la realización de un proyecto divino [->I Misterio].
Hay momentos o acontecimientos que, con respecto al vivir de la
humanidad, pertenecen al pasado, otros pertenecen al presente o al
futuro salvífico [-> Historia de la salvación]. El verdadero tiempo
proviene de la sucesión y de la recíproca dependencia de los
acontecimientos de salvación (kairói). Un nuevo acontecimiento no
elimina al precedente, sino que lo lleva hacia su plenitud, hasta el
momento del kairós por excelencia: Jesús histórico/Cristo metahistórico,
que, como "plenitud de los tiempos", da pleno sentido a la dimensión
temporal, espacial y creatural. Dado que la creación del mundo está
incluida en el período que tiene como cumbre y centro el kairós Cristo
(cf Ef 1,10) ', su mismo realizarse, completarse y palingénesis (paso de
la antigua a la nueva creación, a la aparición de los cielos nuevos y la
tierra nueva: cf Ap 21,1-8; 2 Pe 3,13) tiende progresivamente al
éschaton [-> Escatología].

En este sentido el paradigma del tiempo sagrado se atiene al siguiente


esquema: pone el acento en el hecho epifánico del Señor como
comienzo de la plenitud de los tiempos y tiene su cumbre en el
acontecimiento histórico de la pasión-muerte de Cristo, contiguo con el
kairós histórico-metahistórico de su resurrección y del envío del Espíritu
a la iglesia, es decir, en el I misterio pascual.
:
Es obvio que la concepción sagrada del tiempo —la cual, repetimos, es
única: no puede haber otras que sean auténticas , al chocar con las
diversas culturas, asume clarificaciones, profundizaciones y tonalidades
diferentes. Los intentos de comprender la historia de la salvación han
sido diversos, datan del comienzo del cristianismo y continúan a lo largo
del fluir de los siglos. La reflexión sobre la historia de la salvación se
basa y a veces está condicionada por concepciones filosóficas y
filosófico-teológicas que pretenden comprender más a fondo el dato
revelado.

De estos datos apenas aludidos, pero cuyo sentido se puede intuir


fácilmente, se comprende cómo tanto el desarrollo cuanto el
diversificarse de las connotaciones de tiempo sagrado en las diversas
generaciones y culturas cristianas están en estrecha relación con las
grandes reflexiones teológicas sobre el misterio de la salvación. Basta,
por ejemplo, tomar en consideración la expresión mysterium salutis y
estudiarla a la luz de los padres occidentales. Se ve inmediatamente
que, en general, entienden salus como algo definitivo, seguro, decisivo,
terminado, cumplido, al tiempo que advierten que la realidad mysterium
encierra un contenido que se mueve en el ámbito, diríamos nosotros, de
lo dialéctico °. Por otra parte, estos padres advierten de modo reflejo
que la salvación tiene su causa fontal y teleológica en Dios. Esto obliga
a tomar conciencia de lo siguiente: afirmar la existencia de una historia
salvífica equivale a afirmar que la salvación se realiza por medio de
actos humanos libres y contingentes, con los que el hombre construye
su historia, que es historia de salvación por iniciativa y por ayuda de
Dios.

La interpretación sagrada de la realidad tiempo proveniente de la


revelación hizo comprender al pensamiento oriental antiguo que la
historia no obedece a la ley del retorno cíclico del tiempo cósmico, que
devora y consume inexorable e ineluctablemente todo, sino que está
orientada fundamentalmente por el proyecto de Dios, que se desarrolla
y se manifiesta en ella. La historia es una constelación de
acontecimientos que tienen un carácter único y que no se repiten, sino
que se depositan en la memoria-anamnesis con su propia virtualidad y
eficacia salvífica. En las concepciones religiosas paganas el tiempo no
es sagrado; aunque se piense que, con la repetición de unos hechos,
:
ordenada por las denominadas religiones, un hecho particular pueda
reproducir la historia primordial de la divinidad (o de los dioses), como
acontece en los ciclos repetitivos de la naturaleza. Con la revelación del
único Dios, completada en y por Jesucristo con la fuerza del Espíritu, el
concepto y la realidad del tiempo se hacen realmente nuevos. La obra
de Dios Uno-Trino se manifiesta efectivamente en una historia sagrada
por medio de los acontecimientos de que aquélla está hecha y cuya
virtus proviene del hecho de que siempre son acontecimientos
teándricos, divino-humanos. Por esto el tiempo, en el que se insertan
los hechos de Dios para el hombre y con el hombre, tiene en sí un valor
sagrado. En efecto, el tiempo no es sagrado porque repita el tiempo
primordial en el que Dios creó, el Verbo se hizo carne, Cristo murió en la
cruz, el Espíritu descendió sobre la iglesia, etc., de una vez para
siempre, sino en cuanto que Dios vivifica las virtutes de estos
acontecimientos, y la humanidad (la cristiandad y los que a ella se
orientan) celebra su memoria al tiempo que las etapas del plan de Dios
se suceden, cada una con su significado particular, para bien de todos
los fieles en la iglesia y para gloria de la Trinidad.

Lo que da un sentido a todos estos puntos del tiempo (o bien:


acontecimientos, kairói) no es el conjunto de factores históricos que se
entrecruzan, sino exclusivamente la intención divina que los ha
orientado hacia Cristo "sator temporum", "plenitudo temporum", alfa y
omega, principio y final (cf Ap 1,8; 21,26; 22,13). Es significativo en este
contexto el rito de la preparación del cirio en la vigilia pascual, donde se
proclama solemnemente: "Cristo ayer y hoy. Principio y fin. Alfa y
omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A él la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. Amén".

La verdadera concepción del tiempo es la sagrada: es el fruto genuino


de lo Eterno-en-el-tiempo existencial: la revelación. Cuando más tarde
la revelación fue llevada a su plenitud por el enviado-mesías-revelador
Cristo —es decir, cuando el Verbo eterno se hizo hombre sin dejar de
ser eterno—, entonces los hechos que él realizó y dejó a su cuerpo
místico asumieron la doble característica de la temporalidad y de la
supratemporalidad. La sacralidad del tiempo proviene de la
conmemoración [1 Memorial] de los acontecimientos de salvación que,
superando el tiempo, son siempre copresentes; de la presencia
:
continua del acontecimiento que resume todo en sí: Cristo [->
Jesucristo, II, 2], y de la pertenencia de todo pasado-presente al futuro
escatológico ya comenzado [-> Escatología]. El tiempo auténticamente
sagrado atestigua que la salvación es una realidad que se actualiza
continuamente. Es precisamente el medio a través del cual la economía
divina se realiza. Pero si ésta se despliega en la historia, está claro que
también en la historia se debe desarrollar el sucederse de los misterios
que se realizan históricamente en la sucesión de los hechos, de los que
el tiempo auténticamente sagrado se hace garante, haciendo su
memorial (concebido sin embargo no como algo estático, sino
dinámico), un memorial donde aletea el Espíritu de Cristo: hombre-Dios,
tiempo-eternidad, principio y fin, simultánea e inseparablemente.

Se comprende entonces cómo las características del tiempo


auténticamente sagrado lo definen como tiempo litúrgico. El tiempo
pertenece al Cristo liturgo. En él, Cristo está presente y actúa. En Cristo
alcanza su verdadero valor.

II. El tiempo está enraizado en el misterio "Cristo-tiempo"

El cómputo del tiempo se realiza según parámetros humanos; pero


éstos son relativos, mutables, contingentes. Por tanto, el tiempo es una
realidad secundaria por el hecho de que está en relación con algo que
está fuera del tiempo y que es lo que le confiere un significado. Para los
cristianos el tiempo no encuentra algo, sino a Alguien que le da sentido
pleno: Cristo. Quien divide el tiempo en ritmos diarios, semanales,
anuales, etc., es Cristo. El tiempo pertenece a los cristianos porque es
de Cristo. Los siglos, el año, la semana, los días, las horas, los
instantes son de los cristianos porque pertenecen a Cristo, que vive "por
los siglos de los siglos"'; a aquel que da sentido al año por haber sido
puesto en su centro; a aquel que marca el ritmo de las semanas con
ese día que es de tal modo suyo que se llama -> domingo (dies
Domini); a aquel que es el hoy con el que la iglesia celebra los ->
sacramentos y la -> liturgia de las Horas; a aquel que da sentido a cada
pulsación del "corazón de los fieles". En otras palabras, el tiempo
pertenece al cristiano como el cristiano pertenece a Cristo. Por él el
cristiano toma conciencia de que, en el tiempo que Dios le concede,
:
tiene todo el tiempo necesario para hacer lo que Dios desea que haga.
Porque el cristiano tiene el tiempo que es Cristo. Y Cristo, para el
cristiano, lo es todo. Nadie debe maravillarse de la existencia de tantas
concepciones equivocadas del tiempo, por las que el cristiano corre el
peligro de sentirse abrumado: dado que la verdad es una, está claro
que el error puede ser múltiple; dado que la verdad es Uno, es normal
que los que se equivocan sean muchos. La verdad es Cristo. El es en el
tiempo. El está presente hasta la consumación de los tiempos. Se
comprende por tanto cómo el tiempo encuentra su origen, su
desarrollarse y su completarse en el misterio de Cristo-tiempo por
múltiples razones.

1. EL TIEMPO ESTÁ ORDENADO A MANIFESTAR LA BONDAD DE


DIOS. Los cristianos de la iglesia oriental han afirmado a menudo que
estudiar teología es tomar conciencia refleja de la oikonomía, es decir,
de la serie de hechos, de acontecimientos mediante los cuales Dios
entra en la vida del hombre, y que están relacionados entre sí por la
Sabiduría divina con vistas a una finalidad específica. El más llamativo
entre los momentos de salvación es la creación del hombre a imagen de
Cristo. El más dinámico y operativo, o también el más sorprendente y
eficaz, es el acontecimiento del Verbo hecho carne. La expresión de
León Magno: "Admirablemente lo creaste, más admirablemente lo
redimiste", podría ser explicada así: "En el principio Dios dijo: Hágase.
Dijo: Hágase bien en todas sus partes. ¡Y se hizo bien! Después, por
obra del primer Adán, se destruyó todo el bien y vino la ruina. Y Dios
volvió a decir: Hágase de nuevo. Dijo: Hágase de nuevo bien en todas
sus partes. Y fue hecho de nuevo mejor. Por obra del segundo Adán se
rehizo cada parte de bien. Fue hecha la alegría de la creación. Fue
hecha la gloria de la creación. Y habitó entre nosotros en persona, en el
tiempo, una vez, para la continuidad de siempre". La bondad de Dios se
manifiesta en la humanidad y benignidad de nuestro Salvador, por
medio del cual todo ha sido creado (cf Tit 3,4; Col 1,16).

Todo esto lo explica Pablo, que fija su mirada en Cristo hombre-Dios, en


el Cristo de la carne y de la gloria, en el Señor que entró en el tiempo a
través de una mujer (Gál 4,4), pero que es siempre y sobre todo "el Hijo
propio de Dios" (Rom 8,32), el Señor. El Padre es creador, pero en su
unigénito Hijo Jesucristo. Pablo profesa en 1 Cor 8,6: "Hay un solo Dios,
el Padre, del que proceden todas las cosas y por el que hemos sido
:
creados; y un Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y
nosotros por él". Es más, en la carta a los Colosenses, Pablo precisa y
encuadra este tema: "El cual es imagen de Dios invisible, primogénito
de toda la creación, porque por él mismo fueron creadas todas las
cosas, las de los cielos y las de la tierra, lo invisible y lo visible, tanto los
tronos como las dominaciones, los principados como las potestades;
absolutamente todo fue creado por él y para él" (1,15-17). Y el autor de
la carta a los Hebreos (1,2-3) afirma: "(Dios) nos ha hablado por el Hijo,
a quien ha constituido heredero de todas las cosas, por quien hizo
también el universo. Este, que es el resplandor de su gloria y la
impronta de su sustancia, sostiene todas las cosas con su palabra
poderosa". Por otra parte, el prólogo juanista acentúa la misma realidad
cuando afirma: "Todo fue hecho por él; en él estaba la vida, y la vida es
la luz de los hombres... Estaba en el mundo; el mundo fue hecho por él"
(Jn 1,3-4.10).

En la práctica, los textos de la -> eucología, que en la -> celebración


hacen una exégesis viva de la palabra de Dios, subrayan la centralidad
de Cristo en la realidad de la creación. En el credo profesamos nuestra
fe en el único Señor Jesucristo, por medio del cual han sido creadas
todas las cosas. En el canon romano rezamos: "Por Cristo Señor
nuestro. Por él sigues creando todos los bienes, los santificas... y los
repartes entre nosotros". Y el antiguo himnario reza: "Cristo, rey y
creador para siempre"; "Cuando llegó la plenitud del tiempo sagrado, el
Padre envió al Hijo, creador del mundo, rey eterno de los escogidos,
creador de todas las cosas".

Y, en el Verbo, el Padre piensa y crea el tiempo. El Padre crea el tiempo


y da el tiempo al mundo mediante el Verbo, llamado por el himno de los
domingos de cuaresma (oficio de lecturas) "omnium rex atque factor
temporum". Así, el tiempo está ordenado en su totalidad a realizar y
manifestar la riqueza del pensamiento-palabra de Dios creador, hacedor
del sucederse del tiempo, hecho él mismo tiempo. La Trinidad planea y
realiza la encarnación del Verbo eterno en el tiempo para poder
manifestar a todos el amor, que es el constitutivo de Dios.

2. Lo ETERNO INVADE EL TIEMPO: LA ENCARNACIÓN. INICIO DEL


CUMPLIMIENTO DEL MISTERIO. La encarnación es el milagro de los
milagros, en el que se realizan las obras maravillosas de Dios. En María
:
la voluntad de Dios se encuentra con la de la humanidad. En el seno de
la Virgen María y a través de su maternidad virginal se cumple el tiempo
de la salvación, ya que en aquel día una mujer se convirtió en la madre
de Dios.

La creación del tiempo es querida por Dios porque está destinado a ser
tiempo de salvación, en el que nacerá el Salvador, que cumplirá en sí el
misterio pascual.

Dios crea el tiempo y se lo da al mundo a través del Verbo; lo da como


el cauce que debe recibir a aquel que es la plenitud de los tiempos:
Cristo Jesús.

El Oriente cristiano se detiene especialmente en su liturgia en la


epifanía completa de las mirabilia Dei, que tienen su comienzo en Cristo
por medio del Espíritu. En la humanidad de Jesucristo se manifiesta la
divinidad (fiesta de la teofanía, epifanía, doxofanía, agapetofanía). El
Occidente cristiano prefiere ver en el Señor-Kyrios la humanidad-
benignidad de nuestro Salvador (solemnidad de navidad).

Oriente acentúa además la fiesta de la cruz y el preanuncio litúrgico-


histórico de la fiesta de la transfiguración, que tiene implicaciones
epifánicas con la cruz y la resurrección, con el envío del Espíritu y la
parusía. Occidente, especialmente en el marco de las liturgias
ambrosiana y galicana, acentúa la parusía. El reino eterno de Dios es la
etapa final extratemporal de la historia de la salvación que ha
comenzado ya en el aquí y ahora ("hic et nunc") del tiempo sagrado

Con la encarnación del Verbo comienza la mayor irrupción que haya


acontecido nunca de lo eterno en el tiempo de la historia humana: Dios
mismo habita en el seno de una virgen, toma un cuerpo como el
nuestro, está en medio de los hombres sus semejantes, de modo que
todo el universo encuentra ahora su centro no sólo en Dios, sino en un
hombre que es Dios. A través del tiempo de la salvación se habían
preparado los caminos hacia Cristo. Su venida, su venir a acampar
entre nosotros, da comienzo al viraje de los tiempos, el cual puede así
superarse a sí mismo y por-en-con Cristo hacerse un continuo presente
de salvación. En este sentido, el tiempo auténticamente sagrado se
convierte en tiempo litúrgico, mediante el cual el Dios atemporal actúa
:
en el tiempo con las mismas acciones salvíficas que Cristo ha realizado
en continuidad con la obra de lo eterno en el tiempo. La historización de
esta obra comenzada en la encarnación tiene su cumbre en la pascua-
pentecostés cristiana. Las acciones llevadas a cabo por Cristo en un
determinado momento histórico son realizadas, en el tiempo litúrgico
que es el Cristo-tiempo, en una actualización que es a la vez histórica y
metahistórica, humana y divina, temporal y supra-temporal.

3. CRISTO EN EL TIEMPO. Con Cristo viene la novedad absoluta, el


primer principio, el restablecimiento radical de la relación entre la
humanidad y su creador, ahora ya fundado no sólo en el hecho de que
Dios se quiera donar, sino en el Dios-encarnado que se ha donado
efectivamente. Puesto que el Verbo se hace hombre, entra en la
existencia temporal con todas las relaciones que la sitúan y la limitan.
Pero dado que este ser humano es también el Verbo eterno, se
convierte inmediatamente, hasta en su existencia temporal, "ya que en
él quiso el Padre que habitase toda la plenitud" (Col 1,19), en plenitud
de la divinidad, de la eternidad, de lo universal, y en plenitud de la
humanidad, del tiempo y de lo particular.

El que es principio, centro y fin del tiempo cósmico en su totalidad se


convierte en aquel en quien todo nace, subsiste y se consuma; se
convierte en el tiempo verdadero, pleno, que tiene sentido: el ayer, el
hoy, el siempre; el aquí, el ahora; el alfa y la omega. Es el eterno
siempre personalmente comprometido en el devenir y que, en su
humanidad, funda, inicia y mide el tiempo.

Es preciso comprender bien el "ephapax", el "semel", el "de una vez


para siempre" de Heb 7,27; 9,12; 10,10, que incluye en sí la idea de una
continuidad supratemporal. En efecto, es de una vez para siempre
como Cristo ha realizado el "hapax", es decir, la única realidad, el
misterio pascual. Cristo, llamado alfa y omega, está en el origen y en el
término de todas las cosas que son, que fueron y que serán. Una sola
vez enviado por el Padre, apareció entre nosotros. Una sola vez nacido,
muerto, resucitado, ascendido al Padre, entronizado en los cielos,
sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros. Una sola
vez el Verbo se hace carne, la eternidad se hace tiempo, para dar al
mundo, por medio de su humanidad, ser, sentido y valor. Por esto, como
:
la eternidad fundadora del tiempo está literalmente presente y es eficaz
en Jesucristo, lo eterno en persona crea el mundo temporal y hace
surgir el tiempo como medida de toda la existencia. El tiempo del
mundo está ya ahora y para siempre, en todas sus partes y en su
totalidad, fundado, puesto y medido por Jesucristo. Cristo, compendio
de la salvación, el Salvador, el misterio, o sea, el plano de la salvación
proyectado por la Trinidad y realizado en él, es la fuente única y simple
de toda la inteligibilidad del mundo. La presencia de lo eterno en el
tiempo debe comprenderse como la asunción del tiempo por lo eterno,
como la recreación del tiempo en su función más radical, como el
comienzo del tiempo de la salvación para todos los hombres. Y este
aspecto de asunción, de transfiguración, de consagración del tiempo,
constituido por Jesucristo, es necesariamente único, porque es la única
trama: de lo eterno y del tiempo; del Creador y de su creación; del
Salvador con los salvados; de la Liberación con los liberados.

La venida del Verbo encarnado es, por tanto, el acontecimiento


escatológico por excelencia. Puesto que lo eterno se hace presente en
el tiempo, los primeros tiempos se cierran, se inauguran los últimos
tiempos; nace una alianza nueva y eterna. En este sentido, los últimos
tiempos son el mismo Jesucristo, en cuanto que en él se cumple el
misterio total de la salvación, ya que el "Salvador del mundo" es el
mismo "ayer y hoy y lo será por siempre" (Heb 13,8). Así la salvación es
historia plena, que pasa por la humanidad de Cristo. Cristo contiene en
sí mismo todo el misterio, en cuanto que en su humanidad el proyecto
eterno de la salvación se realiza totalmente por medio de la presencia y
de la acción divina en él. El misterio de Cristo es el fin al que tendía
desde el comienzo el plan de Dios; y al mismo tiempo es el principio
concreto de la salvación que Dios quiere comunicar a los hombres. El
misterio de Cristo es, por esto, el centro y la cumbre de la historia de la
salvación, que solamente en él encuentra su actualización plena y su
razón de ser.

4. CONSECUENCIAS PARA LA VIDA DE LOS FIELES. La auténtica


concepción sagrada del tiempo está unida a Cristo-tiempo, ha sido
comprendida así progresivamente, y lo será cada vez más de modo
reflejo, por las diversas generaciones de cristianos. Éstos, sin embargo,
vivieron, viven y vivirán la realidad de Cristo-tiempo a través de la
:
liturgia. La historia misma de la comunidad cristiana primitiva testimonia
cómo el tiempo estaba marcado por los ritmos diarios de oración (cf He
1,14; 3,1; 10,9; etc.) y por los semanales con referencia al "día del
Señor" (cf Ap 1,10), que sustituía al "día de Yavé" del AT (cf Am 5,18; Jl
2,1; Sof 1,7; etc.) al llevarlo a su cumplimiento escatológico. En efecto,
el concepto de parusía o de tiempo último-escatológico equivale al
tiempo de la intervención de Dios, proyectado por él mismo (Dan 2,21;
7,12), equivale al momento en el que la intervención de Dios se
concretará (Dan 9,2.24-27; MT 24,3). A este respecto es muy conocido
el pasaje del Eclesiastés 3,1-13, que confirma que el hombre no puede
conocer los fines de Dios en el mundo. Hasta que el orden
preestablecido comience a realizarse: desde entonces en adelante se
perpetuará la salvación para todos los hombres. Esto se realiza en el
Cristo vida, presente en el tiempo hasta el fin de los siglos, creído,
celebrado y vivido por el creyente en una relación de intimidad. La
intimidad con el Señor, dueño y hacedor de todos los tiempos, no puede
ser coartada por ningún tiempo, según el principio: "Omnium temporum
Dominator non adstringitur spatiis temporalibus".

El vivir del fiel es tiempo de Cristo, por lo que el tiempo es para Cristo y
Cristo es el todo. En Cristo ya no hay distancia temporal; sólo hay
presencia íntima. En él ya no hay pasado, sino siempre y sólo presente.
Con él se está proyectando hacia el futuro. No se tiene nostalgia del
pasado, sino del futuro. Es el ya, pero todavía no manifestado como tal;
es el ya y todavía; es el ya pero todavía más. Del impacto de lo eterno
con el tiempo se desprende la presencia de Cristo en el tiempo y se
profundiza en la unión con él, que se prolonga en lo eterno.
Paradójicamente, el tiempo, desde que con Cristo sumo y eterno
sacerdote se convierte en tiempo litúrgico, se trasciende a sí mismo.
Por otra parte, el pensamiento del Padre, concretado y realizado por
nosotros en Cristo (nos eligió en él: Ef 1,4) en virtud del Espíritu Santo,
es tal que no nos piensa separados de Cristo. Y por ahora nosotros no
podemos permanecer fuera del tiempo, que es él: el Señor.

El tiempo para la liturgia es la actualización crono-ontológica de la única


ley: todo en Cristo (cf Ef 1,10). La coordenada normal en la que vive el
fiel —el tiempo-- está en manos de Cristo, es de Cristo: se vive sólo
para él, en él y con él.
:
III. El tiempo litúrgico: historia de la salvación-que-continúa

El Verbo eterno por su encarnación se ha introducido no en un tiempo


abstracto o mítico, sino en el tiempo de la historia de los hombres,
haciendo de él un tiempo de historia de salvación real y siempre actual.
En efecto, nosotros "llegamos a ser partícipes de Cristo" (Heb 3,14) en
el momento en que él "participó de la misma carne y sangre" (Heb
2,14), haciéndonos entrar en ese su hoy, que constituye el cumplimiento
en el tiempo de esa salvación de la que él es portador y que es un
hecho de todos los días durante todo el tiempo en que ese hoy se
proclama.

1. LA LITURGIA: TIEMPO DE "HISTORIA" DE LA SALVACIÓN. El


trazado de la historia de la salvación contenido en la biblia se vive en la
liturgia: la liturgia propone un comentario vivo de la biblia en toda la
plenitud de su significado, que se articula en etapas salvíficas, las
cuales son el despliegue orgánico de la memoria de los misterios de
Cristo, que se resumen en el único ->I misterio pascual, y la ->
celebración de esos misterios bajo los diversos aspectos de cada uno
de los acontecimientos de la vida histórica de Cristo. Efectivamente, la
afirmación de Agustín: "Dado que Cristo es la palabra de Dios, también
un hecho de la Palabra es palabra de salvación para nosotros", no se
comprende en la liturgia de modo intelectual o noético, sino de modo
concreto y operativo. Es decir: no sólo somos partícipes de Cristo, sino
que cada uno de sus hechos o palabras son para nosotros fuente de
salvación, porque participamos en ellos a través de la liturgia. La liturgia
es la exégesis perenne que en el transcurso de los siglos es capaz de
hacer una presentación unificada, progresiva, dinámica y real de los
contenidos bíblicos. Esta presentación no es sólo persuasiva, sino que
hace comprender que el cristianismo no es tanto una doctrina que se
debe creer cuanto una realidad viva y operante, una historia, la única
grande y verdadera historia de la salvación. La liturgia es el momento
de esta historia-que-continúa.

En este sentido, la constitución sobre la liturgia del Vat. II afirma que


"las riquezas del poder santificador y de los méritos del Señor" se hacen
"presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en
contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (SC 102). Con
:
esto se dirige la atención hacia la realización y actualización del misterio
que es Cristo, misterio que está unido a la eficacia de las acciones que
el mismo Cristo ha realizado y realiza. Y las acciones del Señor son
esas acciones mediante las cuales se revela y realiza el plan divino de
la salvación. El, el Señor, persigue y prosigue en el tiempo el camino de
inmensa misericordia que inició en su vida mortal. Mediante la liturgia
toda la iglesia puede realizar con Cristo, un año después de otro, su
camino hasta la victoria final y recorrer una a una las principales etapas
del misterio de Cristo, para conformarse así, progresivamente, con su
imagen.

2. LAS "JUSTIFICACIONES" DEL TIEMPO LITÚRGICO. El tiempo, en


la auténtica acepción de tiempo sagrado, es tal por la presencia de
Cristo en él. Es más, el Verbo hecho carne por obra del Espíritu, Cristo,
el ungido por excelencia, rey y sacerdote, llena el tiempo dándole su
sentido pleno y definitivo. Este sentido está en relación con el
sacerdocio de Cristo, porque el tiempo, desde la encarnación del Verbo
hasta siempre, sirve para dar gloria al Padre, en Cristo-tiempo, por el
poder del Espíritu. Pero como es Cristo el que ascendió a los cielos y
está sentado a la derecha del Padre, entronizado en los cielos (Heb
9,12) (= en la eternidad) de una vez para siempre, lleva a una
dimensión eterna la gloria que el hombre junto con todo lo creado debe
dar a Dios. El tiempo asume una dimensión litúrgica. Está lleno de la
gloria del Padre, que es Cristo. Es por el poder del Espíritu cómo en el
tiempo litúrgico se da la posibilidad, a todo hombre que se haya
convertido en fiel, de configurarse y de conformarse con Cristo, de
recorrer su trayectoria humana y ponerse en contacto con cada uno de
sus misterios, que tienen para cada persona una ejemplaridad y una
eficacia inagotable. La linfa de la vid se transmite a los sarmientos; la
vida de Cristo cabeza pasa a los miembros de su cuerpo místico.

A través del tiempo litúrgico, organizado de modo que se repita


anualmente, es como pueden realizarse para el fiel algunas realidades
típicas, que son el fundamento de la comprensión del año litúrgico tanto
globalmente considerado como vivido en cada una de las
solemnidades, fiestas, memorias o ferias o en el fluir de los tiempos
fuertes (adviento-navidad-epifanía; cuaresma-pascua-pentecostés) y de
los tiempos débiles (tiempo ordinario o per annum). Teniendo como
:
elementos básicos la polarización sobre la persona de Cristo y sus
misterios y la atención a los imitadores de Cristo (los santos: ciclo
santoral), el año litúrgico realiza ante todo, de modo gradual y
progresivo, la ley de la imitación de la vida de Jesús. En efecto, los
fieles del Señor, aceptando el don del Padre y la obra continua del
Espíritu, deben reproducir perfectamente en sí mismos, imitándolo, a
Jesucristo. Jesús nos dice que le sigamos (Mt 26,14; Mc 8,34; Jn
12,26), y pone a los discípulos una meta de perfección: el Padre (Mt
5,48). A su vez, Pablo inculcará a la iglesia primitiva la misma ley: la de
la imitación (mimesis) de Cristo (cf 1 Cor 4,15; Ef 5,11; Flp 3,17; 1 Tes
1,6). La liturgia lleva este precepto a la práctica de un modo que le es
exclusivo.

La imitación, en cuanto es posible, implica que se revivan las acciones


salvíficas realizadas por Jesús en la tierra (sus misterios): la principal
entre todas es el único gran acontecimiento de la muerte-resurrección
de Jesús con el don del Espíritu [-> Misterio pascual]. A este respecto
encontramos en los padres de la iglesia expresiones como: "Lo que
sucedió una vez en la realidad histórica, la solemnidad [litúrgica] lo
celebra de modo que se repita y así lo renueva en el corazón de los
creyentes" (Agustín); "¡Cuántas fiestas litúrgicas para cada uno de los
misterios de Cristo!" (Gregorio Nacianceno). Porque toda fiesta litúrgica
tiene en sí una fuerza-virtus: "Ese día no pasó de modo que haya
pasado también la fuerza íntima de la acción (virtus operis) que realizó
en aquel tiempo el Señor" (León Magno).

Pero si por una parte el misterio de Cristo es rico y múltiple, nuestra


naturaleza humana es limitada en sus posibilidades. Precisa considerar
lentamente en todos sus detalles, en todos sus aspectos, el misterio
total que es Cristo, para penetrar mayormente en su conocimiento, para
ser estimulada a la adhesión, para conformarse integralmente a su
imagen, para crecer progresivamente en gracia y en sabiduría como él y
en él, mientras que aumenta el número de sus años. Y el estar cada
persona inserta en el tiempo la configura ya implícitamente con el Hijo.
La encarnación del Verbo del Padre aconteció en la carne y, por lo
tanto, también en el tiempo: es hacerse-temporal, sumergirse en el
tiempo. La encarnación no perturbó el ritmo natural del tiempo ni
provocó la parada del proceso natural del apremiar el tiempo, ni el
:
crecimiento del cómputo cronológico. Por el contrario, consagró el
tiempo, renovándolo y haciendo de él algo nuevo (se comprende
entonces nuestro modo de contar los años [de salvación] a partir del
nacimiento de Cristo).

Para la vida del fiel, el tiempo no es simplemente un conjunto de


coordenadas que, como un marco, encuadran sus propios hechos. El
tiempo forma parte de la existencia de la persona, que está inmersa en
él, junto con todo lo creado, en el sucederse de días, años y siglos. El
Verbo, al asumir la naturaleza humana, asumió todo lo creado y lo
restauró, santificándolo, infundiéndole la posibilidad de dar gloria plena
y perpetua al Padre. Los días, los años y los siglos entran también en el
nuevo movimiento imprimido por el Redentor del universo. Se
comprende, por tanto, cómo el tiempo, a partir del hacerse-temporal de
lo eterno, se convierta en sacramentum, o sea, signo eficaz de los
misterios que Cristo realizó. El año litúrgico transfigura todos los días de
los fieles al elevarles y hacerles instrumentos eficaces de conformación
con él, el Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Es más, es
el tiempo litúrgico el que, en un hoy (hodie) perenne, tiene la capacidad
de imprimir su ritmo y de medir la existencia rescatada y redimida.

3. HACIA UNA ESPIRITUALIDAD DEL "TIEMPO LITÚRGICO". Si el


tiempo en manos de la liturgia se convierte en historia de la salvación, el
tiempo litúrgico es la sedimentación privilegiada de las experiencias
bíblico-eclesiales que el Espíritu Santo (que es la memoria experiencial
de la iglesia, porque es su ánimo y su alma) confía a la iglesia en los
fieles y a los fieles en la iglesia. El tiempo litúrgico es un continuo l
memorial del sucederse y continuarse de hechos histórico-salvíficos que
se concretan en repetidos encuentros con Cristo, Señor del tiempo y de
todo y de todos " por el poder del Espíritu. El memorial del futuro
anticipado y del pasado vivido se hace eficaz en el presente litúrgico. El
tiempo litúrgico ofrece a cada fiel la posibilidad de insertarse de un
modo nuevo en el acontecimiento fundamental que es el misterio de
Cristo, y simultáneamente introduce el acontecimiento salvífico en la
vida de cada fiel. El tiempo litúrgico llega a ser la interiorización eclesial
del misterio convivido con Cristo, en cuanto él está presente y actúa en
el tiempo: interiorización y perpetuación de cuanto ha sido realizado en
Cristo, por Cristo, para Cristo y con Cristo. Y al par el tiempo litúrgico es
:
el espacio privilegiado de la acción del Espíritu Santo, que en la
celebración del ciclo litúrgico actualiza los misterios de Cristo; y es el
"actuar-operar" del Espíritu del Resucitado, que hace y actúa en
nosotros lo que Cristo ha vivido y vive en la iglesia.

El tiempo de la liturgia es el tiempo del hoy de la gracia.

IV. El misterio de Cristo en el ciclo anual

Es pensamiento común en los padres que en el ciclo que se repite cada


año se reactualiza para nosotros el misterio de nuestra salvación;
misterio que, prometido desde el origen y llevado finalmente a
cumplimiento, se prolongará sin tener nunca fin. De este punto de vista
se hace eco, por ejemplo, el himno de las segundas vísperas de
navidad: "Hic praesens testatur dies, currens per anni circulum". Frente
a semejante comprensión cíclica, podría surgir, si no propiamente una
duda, sí al menos una cierta confusión respecto a lo que hemos
afirmado más arriba: que el tiempo litúrgico está claramente en posición
de superación de las concepciones profanas del tiempo, muchas de las
cuales están en una estrechísima relación con una comprensión cíclica
del cosmos. Por otra parte, también hemos recordado más arriba un
dato de hecho: la encarnación del Verbo significa que lo eterno se hace-
temporal. Y el Verbo, así como asume la naturaleza humana, también
asume la dimensión temporal, renovando la una y la otra. Si después se
añade que ni Cristo pretende someterse a ninguna formalidad, ni
siquiera a las formalidades temporales propias de la antigua economía,
a su vez unida a una determinada praxis marcada por ritmos
temporales, ni la iglesia ha tergiversado el pensamiento y la voluntad de
su Esposo al organizar el año litúrgico, entonces se deben buscar otros
fundamentos, además de los ya indicados [I supra, III, 2], para una
comprensión más adecuada del tiempo litúrgico.

1. UNA RESPUESTA BÍBLICA A LA REALIDAD DEL TIEMPO


LITÚRGICO. A primera vista parecería que el NT niegue la legitimidad
de organizar el tiempo litúrgico tal como la iglesia lo ha hecho. Esta
afirma que quiere celebrar "la memoria sagrada de la obra de la
salvación realizada por Cristo en días determinados durante el curso del
año" Si al ojo del profano el año litúrgico aparece como un conjunto y
:
una sucesión de solemnidades, de fiestas y de memorias, es muy
diferente su verdadera finalidad. Quizá también los fieles podrían
quedar afectados al escuchar las lecturas de perícopas del evangelio
según Juan, el cual traslada de un modo sistemático y regular los
hechos realizados por Jesús a la Jerusalén de los días de fiesta (cf Jn
2,13.23-25; 11,54ss; 11,12ss; 13,1: pascua; Jn 5,1; 7,14.37; 8,2; fiesta;
Jn 10,22: dedicación) para indicar el cumplimiento pleno de esas fiestas
en Cristo y, por tanto, su fin. Es más, Pablo, al descubrir que los gálatas
observaban días, meses y años, siente surgir en él la duda de haber
trabajado en vano entre ellos (cf Gál 4,10), porque las fiestas, los
novilunios y los sábados son sombras del futuro, cuya realidad es Cristo
(Col 2,16). Sin embargo, lo que el Apóstol combate es la manera, el
espíritu anacrónico y formalista en la observación de fechas y fiestas.
Los gálatas demostraban no comprender que aquellas celebraciones
comprometían la fe cristiana. A la luz de la polémica explicitada por
Pablo, y ya presente implícitamente en Juan, contra la observancia de
fechas y fiestas, surge la necesidad de superar concepciones farisaicas
y formalistas en torno al modo de vivir el tiempo, para entrar en la
perspectiva introducida por Cristo a propósito del tiempo.

En otras palabras: cuanto la iglesia, que por medio de la liturgia es


intérprete veraz y verídica de la voluntad de Cristo, realiza en el año
litúrgico no es algo simplemente circular y vacío de significado. Bajo un
orden y una determinación temporal, en el año litúrgico está presente el
conjunto de todas las acciones salvíficas de Cristo, que engloban toda
la historia de la salvación, desde sus orígenes en la ya implícita
revelación en la creación hasta su cumplimiento final, en el que, por
medio del Cristo glorioso, todo el mundo formará el reino de Dios, el
pueblo santo de adquisición, el hombre nuevo, perfecto, formado a la
medida de la plenitud de Cristo (cf Ef 4,13). Pero para que esto suceda,
el hombre no sólo debe recibir la revelación del plan de Dios (aspecto
de la aceptación del don), sino que debe llegar al mismo Cristo como
plan salvífico revelado, es decir, participar en el misterio de Cristo
(aspecto del don conquistado y explotado) a través del desarrollo cíclico
del año, que es figura de todo el ciclo-de-la-redención que Cristo realizó
en sí mismo desde la encarnación hasta pentecostés y que todavía
tiende a su realización definitiva por medio de su segunda venida en la
gloria. Este desarrollo del plan de la redención es el verdadero año de la
:
salvación, a imagen del cual se ha dispuesto el año litúrgico. Por otra
parte, Cristo en la sinagoga de Nazaret, aplicándose a sí mismo la
profecía de Isaías, había proclamado como realizada en él mismo la
liberación sagrada del año jubilar, indicando su propio tiempo y toda su
actividad como el año santo de la liberación (cf Lc 4,16-21). De este año
de la redención, que contiene todo el tiempo de Cristo, es de donde
nace y se desarrolla el año litúrgico como su proyección y síntesis
cíclica en la historia humana, que exteriormente se organiza de acuerdo
con el movimiento de la tierra en torno al sol, pero cuyo sentido
profundo es el gravitar de los hombres, de lo creado y del tiempo en
torno a Cristo.

2. EL AÑO DE LA REDENCIÓN EN EL AÑO SOLAR. La historia de la


formación del año litúrgico, en cada uno de los ritos oriental y
occidental, nos muestra que las diversas iglesias locales se han guiado
simultánea y tácitamente por una idea matriz, en torno a la cual se han
articulado las etapas de la génesis del año litúrgico: imitar la vida de
Jesús, volviendo a celebrar los hechos salvíficos realizados por él,
compendiándolos en un año solar, con el fin de revivir sus acciones. Por
otra parte, la revelación presentaba a las diversas generaciones de
cristianos un sistema de repetición de fiestas que al pueblo de Dios de
la antigua alianza le había dado la posibilidad de aprovecharse del
irrepetible ritmo de crecimiento en la vida de fidelidad a Dios, que
incitaba a cada uno de los componentes de su pueblo a ser santos
porque él es santo (cf Lev 19,2). El mismo conjunto de disposiciones de
la antigua alianza sobre el culto implicaba también una actitud interior a
través de la cual la santidad divina pudiese alcanzar en profundidad al
hombre. En la alianza nueva y definitiva, cada iglesia local, tomando
conciencia de su deber de conformarse con Jesucristo, único
protagonista de la salvación divina llevada a su plenitud, se organiza a
partir de las antiguas estructuras, pero con un espíritu nuevo. Es más,
toma conciencia de que Jesús, como humilde Hijo del hombre y Señor
omnipotente, ha dado sentido a todas las antiguas fiestas. "En los
sinópticos y en Juan, en la carta a los Hebreos y en el Apocalipsis es
presentado como el único verdadero protagonista de la fiesta de la
pascua (el Cordero de Dios); de pentecostés (el dador del Espíritu como
primicia de los frutos de la salvación); de los tabernáculos (el dador del
agua de vida que es el Espíritu Santo; la luz del mundo; la nueva
:
alianza; el juicio de Dios; el sacerdocio del único pueblo de Dios; el
dador de la nueva ley que es el Espíritu); del kippúr (el que ha entrado
de una vez para siempre con su sangre en el tabernáculo eterno no
construido por mano de hombre); y además del año nuevo (el iniciador
de la nueva realidad sin fin); de la dedicación del templo (el nuevo
templo); de las suertes (el que es el primogénito de los muertos, que ha
vencido a la muerte con la muerte, que ha establecido la vida como
destino del hombre que cree). Al fin él es el protagonista y señor del
sábado, porque ha cumplido los seis días de las obras del Padre
aceptando morir, regenerar la creación y regenerar al hombre creado a
imagen de Dios, entrando así en el descanso de Dios"'

Las diversas liturgias orientales y occidentales, nacidas bajo este


impulso y animadas por estas ideas directrices, han desarrollado,
acentuando un aspecto u otro, la gama de los misterios de Cristo,
copresentes en el único misterio de pascua-pentecostés. Cristo glorioso
con su misterio histórico y suprahistórico se hace presente en la historia
de la iglesia, que celebra sus diversas manifestaciones a lo largo del
año solar. El año litúrgico es un sacramental; en la línea de los
sacramentos es un medio eficaz para historizar la vida del Señor, que
se propone a los hombres que lo buscan con sincero corazón en el
conjunto de sus acontecimientos, para que lleguen a ser una sucesión
de acontecimientos salvíficos.

El año solar se convierte en símbolo de la eternidad por el hecho de que


en su sucederse, mientras que vuelve al punto de partida, no se detiene
nunca, sino que tiende siempre hacia Cristo. El año de la redención, el
litúrgico, desarrollándose según el año solar, se renueva continuamente.
Los años solares, como medida del tiempo, se superponen unos a
otros, de modo que el fin de un año coincide con el comienzo de otro
nuevo en una circularidad continua. Para el año litúrgico el acabar de un
año da comienzo al otro, en un progreso de espiral, de modo que el final
de uno esté más elevado que su comienzo, y desde el final más
avanzado comience un nuevo ciclo de la redención. Esto significa, de
modo figurado, que el tiempo de toda la historia de la salvación que se
realiza en la iglesia, y que en cada uno de los fieles puede ser no sólo
contado como "año del Señor 1983, 1984...", sino también
perfeccionado y acrecentado por medio de una progresión. En efecto,
:
con el alternarse y sucederse de los años de la redención, cada fiel se
inserta cada vez más en los misterios de Cristo, o sea, en los diferentes
aspectos mediante los cuales la única y misma gracia de la salvación se
nos da en Cristo.

A través de la imagen temporal del año, el fiel entra en comunicación


con la santidad eterna, por cuyo medio se ha realizado para nosotros,
en la humanidad de Cristo, el plan salvífico de Dios. Es éste, por tanto,
el camino a través del cual cada uno de los hombres es llamado a la
unidad salvífica del pueblo de Dios, que tiene una historia, con un
tiempo cuya forma es la iglesia, "la cual es el cuerpo de él, la plenitud
del que lo llena todo en todos" (Ef 1,23); que además llega a ser ella
misma misterio, es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1); es más "reino de
Cristo ya presente" en el fluir del tiempo, sagrado por excelencia. Así se
realiza todos los días lo que se hizo una vez. Y es característico de los
actos salvíficos de Cristo no quedarse en su pasado, sino permanecer
eficaces, por la gracia, en el presente de su misterio total, que es Cristo-
iglesia; no quedar sepultados en el olvido, sino renovarse en su influjo.
Para la omnipotencia de Dios nada está abolido, nada ha pasado, sino
que por su gran poder todo está presente para él, todo el tiempo es
para él hoy.

En la concepción común del tiempo, lo que ha pasado aparece como


algo estático y olvidado. El misterio, por el contrario, como "acción por la
que se revela la salvación de Dios en Cristo", es una realidad que
siempre se renueva en el presente; es por su misma naturaleza
dinámico y eficaz. En el ciclo del año litúrgico los misterios son acciones
del Cristo que está presente entre nosotros hasta el final de los siglos, y
se convierten en una inmersión, cooperación y participación en lo que
Cristo realiza "hoy y por los siglos".

V. Incidencia del tiempo litúrgico en la vida de los fieles

Dado que el misterio de Cristo se revive en el ciclo litúrgico anual, se


podría afirmar que el tiempo litúrgico es la suma cronológica de los
misterios celebrados en un ciclo, en el que la presencia del misterio en
el tiempo ha abatido el velo de separación entre el ayer y el mañana,
:
haciendo del tiempo un perenne hoy salvífico. Como la separación entre
Dios y la humanidad fue abolida en Cristo (encarnación del Verbo), así
por medio de Cristo la vida divina ha invadido el tiempo (el hacerse-
temporal de lo eterno) anulando los parámetros humanos tanto en el
pasado salvífico que siempre está presente, como en el futuro salvífico
ya que es anticipado. En efecto, Cristo está presente en todo el tiempo
litúrgico, y simultáneamente es supra-existente a todo ciclo litúrgico, de
modo que el año litúrgico es uno en su pluralidad y alternancia y al par
es siempre el mismo y, misteriosamente, diferente.

Para todos los fieles el año litúrgico se convierte en "sequela vitae


Jesu", es decir, riqueza insondable de la vida de Cristo, que se
desgrana, se extiende y se coparticipa en el tiempo a los fieles; es el
transcurrir de la propia existencia al unísono con Cristo; es pasar el
tiempo con las pulsaciones del propio ser en sintonía con la vida
mistérica de Cristo.

El tiempo litúrgico es el tiempo para el que Cristo es el todo, mientras


continúa (y se completa y termina) cuanto Cristo ha realizado en el
tiempo y realiza en sus miembros.

Todo fiel, al vivir estas realidades y con esta actitud, hace la exégesis
existencial del "Christus heri, hodie et in saecula" (Heb 13,8). Es un hoy
perenne, el tiempo litúrgico tiene la capacidad de marcar el ritmo y
medir la existencia rescatada del hombre en un hoy de gracia en el que
la palabra de Dios se convierte en vida. Reflexionar, incluso
científicamente, sobre este hoy de gracia para percibir en él
concentrada toda la importancia de la historia de la salvación fijada en
la palabra de Dios, concretada en Cristo "hoy y por los siglos",
celebrada en el año litúrgico y vivida por cada uno de los fieles, significa
recorrer existencialmente una teología bíblica auténticamente perenne.
De este modo el tiempo litúrgico transfigura la existencia humano-
cristiana al concretar la epifanía de los "mirabilia Dei" insertos en el
tiempo. La vida del fiel es así llevada a modelarse en las
manifestaciones de cada uno de los misterios celebrados, para llegar
profundamente, aunque nunca de modo totalmente perfecto, a
transformarse en Cristo. Entonces los misterios de Cristo llegan a ser
vida de la iglesia; y, a su vez, la vida de todo fiel inserto en la iglesia
prolonga y completa el misterio de Cristo. Progresivamente, el tiempo
:
litúrgico, que pertenece a Cristo-iglesia, recapitula toda la historia de la
salvación haciendo revivir en las celebraciones el impacto de la
eternidad con el tiempo y anticipar el encuentro escatológico del tiempo
con la eternidad. En este sentido, por medio de la liturgia, la iglesia,
Christus totus, llega a ser revelación no escrita, sino viviente del
misterio del Verbo encarnado presente en el tiempo.

[-> Año litúrgico].

A.M. Triacca
BIBLIOGRAFÍA: Aliaga E., Teología del tiempo litúrgico, Valencia 1980; Bellavista J., La
celebración del tiempo en las Iglesias Orientales, en "Phase" 113 (1979) 367-375; Berciano M.,
Kairós, tiempo salvífico, en RET 34/ 1 (1974) 3-33; Cazelles H., Biblia y tiempo litúrgico:
escatología y anámnesis, en "Selecciones de Teología" 85 (1983) 22-28; Eliade M., El mito del
eterno retorno, Emecé, Buenos Aires 1968; Goetz J., Tiempos santos, en Diccionario de las
Religiones, Herder, Barcelona 1964, 1383-1385; López Martín J., "Tiempo de Dios" y tiempo
de los hombres en la fiesta de los cristianos, en "Nova et Vetera" 7 (1979) 21-41; La
santificación del tiempo 1, Instituto 1. de Teología a Distancia, Madrid 1984; Pou i Rius R.,
Cristo y el tiempo, en "Phase" 50 (1969) 110-122; Si-monis E., Tiempos y lugares sagrados,
en SM 6, Herder, Barcelona 1976, 638-641; Van der Leeuw, Fenomenología de la religión, FCE,
México 1964, 369-378; VV.AA., Los tiempos de la celebración, en "Concilium" 162 (1981) 165-
298. Véase también la bibliografía de Año litúrgico, Calendario, Escatología, Fiesta/Fiestas e
Historia de la salvación.
:

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