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Tesis 2: Revelación

3. Carácter histórico de la revelación cristiana. Intrínseca vinculación entre la


Revelación por hechos y por palabras

Síntesis: La revelación cristiana, a saber, la revelación de Dios en Jesucristo tiene


un carácter histórico porque es un acontecimiento localizado en el tiempo;
progresivo en la historia del pueblo de Israel hasta llegar a su culmen, Jesucristo; y,
porque se lleva a cabo en la historia, se da también por la interpretación de la
palabra, como conjunto de acontecimientos históricos que conllevan a una doctrina.
No obstante, este carácter histórico es confrontado por pensadores que dudan e,
incluso, niegan la historicidad de los relatos evangélicos y, por ende, de una
revelación divina en Cristo (Celso, Reimarus, Strauss, Bousset), pero también es
defendido por las investigaciones de diversas fuentes (no-cristianas, cristianas,
apócrifas y el Nuevo Testamento). Esta revelación cristiana, de Jesús Hijo de Dios,
presenta una intrínseca relación entre hechos y palabras, en cuanto que lo intrínseco
es propio o característico de lo que se expresa por sí mismo, no dependiendo de las
circunstancias; en otras palabras, se da una interioridad mutua donde las palabras
son actos y los actos son palabras en Jesús, tanto en su ministerio como en su
persona misma como Palabra de Dios encarnada.

Para comenzar a desarrollar este punto, es necesario delimitar los puntos


importantes que la tesis menciona: (1) El carácter histórico de la revelación cristiana y (2)
la intrínseca vinculación entre la revelación por hechos y por palabras.
(1) El carácter histórico de la revelación cristiana: En principio, el concepto de
“historia” merece un análisis como tal. En primer lugar, la palabra “historia tiene un doble
sentido en castellano: por un lado, refiere a los hechos del pasado, lo que realmente ha
acontecido en el tiempo y espacio, y, por otro lado, también se refiere a la narración o relato
de los hechos. Sin embargo, no están totalmente separados:
«Sólo tenemos acceso a los acontecimientos de la historia en los que no
hemos tomado parte, gracias al relato que otros no hacen. Pero no sólo esto.
Tampoco tenemos acceso a los acontecimientos que hemos experimentado,
pero que ya están en el pasado, sino gracias al recuerdo de que ellos
hacemos, recuerdo que no es otra cosa que la narración interna de nuestra
memoria»1.
El cristianismo comparte con otras religiones lo que se puede llamar “revelación
natural”, entendida como la convicción de que Dios se da a conocer por medio de la
naturaleza (cf. Sb 13,5; Rm 1,20; DH 3004, 3026; DV 6; CCE 31-38). Por esta revelación,
todo hombre puede conocer a Dios como origen y fin del universo; sin embargo, para
acceder al misterio íntimo de Dios, es necesaria la revelación histórica, donde por una
pedagogía particular, a través de la naturaleza y de su estrecha relación con el Pueblo de
Israel, Dios se comunica gradualmente con el ser humano, siendo preparado por etapas para
acoger la llamada “revelación sobrenatural” que hace de Sí mismo y que culminará con la

1
Silva, Teología Fundamental, 129-130.
revelación de la intimidad de su Ser en la encarnación histórica de su propio Hijo,
Jesucristo2.
La revelación cristiana «no tiene lugar fuera del tiempo, ni en el tiempo mítico, en el
instante extra-temporal del comienzo: es un acontecimiento localizado en el tiempo. Por la
revelación de Dios entra en la historia humana y puede determinarse el momento de su
entrada»3; tampoco es un punto único en el transcurso del tiempo, sino que es como una
sucesión de intervenciones discontinuas:
«Es un acontecimiento progresivo: existe una historia de la revelación, es
decir de las intervenciones divinas que hacen crecer cualitativa y
cuantitativamente la revelación hasta la muerte del último apóstol. En esta
historia hay un culmen, la venida de Dios a nosotros en la persona de Cristo.
Este culmen es un acontecimiento que no puede comprenderse sino a la luz
de su preparación a través de los siglos. Durante muchos siglos Dios se
acerca al hombre y acerca el hombre hacia sí. La historia de la revelación es
una economía, una disposición, un designio de la sabiduría divina»4.
Por ende, la revelación cristiana:
«Se lleva a cabo por la historia, pero no por la historia sola, sino con la
interpretación de la palabra. Es como un conjunto de acontecimientos
significativos de Dios y de su designio salvífico. De esto se colige que la
revelación es a la par historia y doctrina. Es doctrina acerca de Dios, pero
doctrina elaborada a partir de las acciones de Dios en la historia. Es éste un
tipo de conocimiento esencialmente concreto»5.
El cristianismo es un acontecimiento con fundamento en la revelación histórica de
Dios en Jesús de Nazaret y no una filosofía, un mito o una especulación que nace de las
exigencias del corazón humano. Sin embargo, la afirmación de que Dios, quien es absoluto,
se reveló en la historia, especialmente con la culminación en la persona concreta de Jesús,
produjo fuertes reacciones desde el inicio del cristianismo que contrastan con la idea de que
haya tenido un carácter histórico:
a) Celso, filósofo pagano del siglo II: Celso comparte la visión cíclica de la historia
de su cultura clásica y reacciona fuertemente contra los cristianos, puesto que Dios actúa
siempre, en todas partes y de forma homogénea, lo cual implica que la providencia divina
no es más que la naturaleza, la creación en marcha, de acuerdo a sus propias leyes. El
problema es el siguiente:
«Esta visión cíclica del tiempo está cerrada a una verdadera novedad como lo es la
encarnación. Por ello, la acción de Dios, tal como la presentan los cristianos, le parece un
capricho y, por lo tanto, inaceptable. El carácter concreto y único de la presencia de Dios
absoluto en la historia, en Jesús de Nazaret, es una afirmación que choca contra la
mentalidad clásica. El centro neurálgico de la polémica de Celso contra los cristianos es la
posibilidad de la revelación del Dios absoluto en la historia»6.

2
Cf. Samuel Fernández Eyzaguirre, Jesús. Los orígenes históricos del cristianismo: desde el año 28 al 48
d.C., 5.ª ed. (Santiago: UC, 2011),
3
Latourelle, Teología de la Revelación, 450.
4
Ibíd.
5
Ibíd.
6
Fernández Eyzaguirre, Jesús, 21.
b) Herman Reimarus y la teoría del engaño7: Reimarus, iniciador de la crítica más
dura contra la confiabilidad de los evangelios, en su obra Acerca del propósito de Jesús y el
de sus discípulos, distingue netamente entre el propósito de Jesús y el de los discípulos,
teniendo una justificación para trazar la distinción absoluta entre la enseñanza de los
apóstoles en sus escritos y lo que Jesús mismo proclamó y pensó en su propia vida. Para
Reimarus, el mensaje jesuánico se reduciría al arrepentimiento porque el Reino de Dios está
cerca, a saber, la liberación del yugo romano. Para Reimarus, Jesús no es un Mesías o un
Hijo de Dios, sino que se trataba de un Mesías humano que se mantuvo fiel al judaísmo y la
ruptura con la ley fue obra de los discípulos posteriores; tampoco realizó milagros, sino que
hacía acciones que parecían milagrosas y pedía discreción con el fin de que los demás sean
estimulados a hablar de ello e, incluso, algunos no tienen base histórica, puesto que solo
son narraciones milagrosas tomados del Antiguo Testamento. Según Reimarus, Jesús
esperó en vano la popularidad en la entrada a Jerusalén y en la expulsión de los mercaderes
del Templo, ya que la gente de Jerusalén no se alzó, la masa lo abandonó y murió
crucificado; por ende, Jesús no pretendía morir, sino liberar a su pueblo victoriosamente,
pero falló la ayuda divina. Los discípulos, desorientados, optaron por otro tipo de
mesianismo: un Mesías celestial, el cual es Jesús quién resucitó de entre los muertos y se
optó por la liberación espiritual. Los discípulos esperaron 50 días hasta que el cuerpo de
Jesús fuese irreconocible, robando su cuerpo y proclamando la resurrección. Luego, se
construyó la fe en una segunda venida, parusía, concentró la esperanza de las primeras
comunidades cristianas y se resolvió el problema de su retraso con el texto de 2Pe 3,8,
continuando una fe vacía y, por lo tanto, siendo el cristianismo un fraude.
c) David Strauss y el evangelio como mito8: Strauss afirma que la cristología se
desarrolla por impulsos de esperanza mesiánica, ya que Israel aguardaba al Mesías con
mucha esperanza y un pequeño grupo se convenció de que Jesús era aquel quien esperaban,
comenzando a aplicársele todo lo que el Antiguo Testamento afirmaba acerca del Mesías.
Por ejemplo, Jesús había nacido en Nazaret, pero como era el Mesías, según el profeta
Miqueas (Miq 5,1), era preciso que naciera en Belén; Jesús no realizó ningún milagro, sino
que se suponía que si Moisés, el primer libertador, hizo milagros, Jesús, el último
libertador, también debió hacerlos, como sanaciones adjuntadas del Antiguo Testamento.
Todos estos relatos fueron por inducción dogmática. Así, muchos relatos fueron
compuestos de buena fe, pero sin verdad histórica, siendo los relatos evangélicos y, por
ende, la revelación cristiana como narración carente de verdad histórica, en las cuales se
declaran los elementos fundamentales de la fe cristiana: Jesús es el Mesías.
d) Wilhelm Bousset y la teoría del malentendido9: Bousset, al abordar la historia de
la fe en Cristo, propone que el origen de la fe en la divinidad de Jesús es resultado de ideas
de las religiones paganas al interior de la comunidad cristiana, aportadas por los
etnocristianos que ingresaban a la Iglesia junto con sus convicciones religiosas y culturales.
Esto supone, en primer lugar, que la fe en la divinidad de Jesús es tardía (posterior al año
70 d.C.), puesto que se requiere tiempo para que los etnocristianos ingresen y sean
influyentes en la comunidad cristiana: eso provoca que la divinidad de Jesús sea fruto de un
malentendido. Jesús mismo sería una figura mesiánica que fue interpretada desde las
mentes griegas como un dios pagano, habituadas al culto de los semidioses y de los héroes
divinizados. En segundo lugar, se puede explicar que el culto a Jesús y, por lo tanto, la fe en
7
Ibíd., 32-35.
8
Ibíd., 35-36.
9
Ibíd., 37-38.
su divinidad, es anterior al año 70, pero también pretende que su nacimiento es resultado de
la influencia pagano que ya estaba presente en el judaísmo de tiempos de Jesús, puesto que
la religión de Israel está corrompida por las ideas paganas de los cultos greco-romanos.
e) Objeciones actuales10: En primer lugar, H. Koester y J. D. Crossan han defendido
la mayor atención de los evangelios apócrifos por sobre los canónicos, lo que condiciona
decisivamente la investigación sobre Jesús. En segundo lugar, El Código da Vinci ha
popularizado la postura vulgarmente forzada e inconsistente sobre algunas objeciones
contra la fiabilidad de las fuentes bíblicas y las sospechas acerca de la discontinuidad entre
Jesús y la cristología de la Iglesia. La Biblia, en este caso, sería un libro funcional a los
intereses institucionales del Imperio Romano y de la Iglesia del siglo IV. El Emperador
Constantino habría tenido un gran protagonismo en la constitución del Nuevo Testamento y
la divinidad de Jesús habría sido una novedad introducida en el año 325 por el Concilio de
Nicea I con el fin de asegurar la unidad al Imperio. En tercer lugar, otras ficciones como
Stygma insisten en que la Iglesia, centrada en sus intereses, a lo largo de la historia, no
habría hecho otra cosa que ocultar la verdad de Jesús, que en realidad se encontraría en los
evangelios apócrifos, particularmente en el Evangelio de Tomás.
Sin embargo, hay fuentes cristianas y no-cristianas que abalan el carácter histórico
de la revelación cristiana, a saber, de Jesús de Nazaret:
a) Testimonios no-cristianos: Jesús no fue un soberano, protagonista de la alta
política o de la historia bélica ni un constructor famoso. Jesús fue un ejecutado más de una
larga lista, en el marco de una política imperial de represión a los grupos nacionalistas. Al
contrario, son escasas las referencias a Jesús en la literatura no cristiana. En primer lugar, se
conserva un texto escrito en griego en torno al año 93 d.C. por Flavio Josefo, historiador
judío que defendió los territorios galileos contra Vespasiano y que, luego, se cambió de
bando, ayudando a los romanos a tomar Jerusalén en el año 70. Flavio describe los
acontecimientos mencionando a un hombre llamado Jesús, de conducta buena y
considerado virtuoso, de quien muchos judíos se convirtieron en discípulos, pero que Pilato
lo condenó a la crucifixión y la muerte, aunque sus discípulos no lo abandonasen, sino que
relatará que había aparecido vivo tres días después de su crucifixión, siendo quizá el mesías
mencionado por los profetas11. En segundo lugar, hay noticias provenientes de Plinio el
Joven, gobernador de Bitinia, en torno al año 112, que describe en una carta al Emperador
Trajano las prácticas de los cristianos, notando la centralidad de Cristo y el culto que la
comunidad le rinde, como a Dios, incluso a riesgo de la propia vida 12. En tercer lugar,
Tácito, uno de los grandes historiadores romanos, en torno al año 116, al describir la
crueldad de Nerón, también alude a Jesús de Nazaret diciendo que había sido ejecutado en
el reinado de Tiberio por el procurador Pilato, pero que muchas personas le seguían con fe,
incluso en Roma, provocando que se empezó a detener a los que confesaban aquella fe en
el hombre Cristo y, además, fueron acusados del incendio y siendo odiados por todos.
Además, Tácito, que profesaba desprecio por los cristianos, informa sobre los martirios que
padecieron muchos cristianos en el año 6413. Por último, Suetonio recuerda que en el año
49, el Emperador Claudio expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos
continuamente a la instigación de un tal Cresto, una deformación del nombre de Cristo.

10
Ibíd., 38-39.
11
Ibíd., 40-41.
12
Ibíd., 41.
13
Ibíd., 41-42.
Esta noticia concuerda con Hch 18, 2-3, que menciona a un judío llamado Aquila y a su
mujer Priscila, quien había salido de Roma por causa del decreto de Claudio14. Por lo tanto:
«La existencia de Jesús, sus prodigios, la conformación de un grupo de
seguidores, las circunstancias de su muerte, la participación de Pilato y las
tempranas y firmes convicciones de sus discípulos, tanto de su resurrección
como de su divinidad, están atestiguadas por varios autores no cristianos e
incluso anticristianos»15.
b) Testimonios cristianos16: Estos testimonios cristianos que afirman el carácter
histórico de la revelación cristiana datan desde el siglo I, donde los datos acerca de Jesús
dependen de la tradición del Nuevo Testamento, permitiendo conocer más de cerca el
desarrollo de la teología cristiana y de la identidad de Jesús de los cristianos del año 95 o
del 107 d.C., aunque aporta poco material complementario de un Jesús histórico. En primer
lugar, la Didaché es un breve escrito judeocristiano del siglo I para conocer algo de la
liturgia cristiana más primitiva y de ella podemos deducir la centralidad de Jesús en el culto
cristiano (cf. Didaché, IX, 1-5). En segundo lugar, las Cartas de san Ignacio de Antioquía,
obispo martirizado en Roma en torno al año 107, trasmiten las convicciones cristológicas
de este cristiano de origen pagano que estuvo dispuesto a entregar su vida por amor a su
Señor, que tratan en la insistencia en la realidad de la humanidad de Jesús como en su
divinidad (cf. Carta a los Tralianos, IX, 1-2; Carta a los Efesios, VII, 1-2; Carta a los
Romanos, VI, 1-3).
c) Testimonios de la tradición apócrifa17: La literatura apócrifa, constituida por
textos cristianos no pertenecientes a la Biblia, aunque imitan los géneros literarios del
Nuevo Testamento, y presentados como escritos por un personaje de la época apostólica de
gran autoridad, refiere al término apócrifo como “escondido”, “ocultos”. Esta literatura,
que reclama una tradición oculta, nace por dos motivos: en primer lugar, un grupo selecto
de carácter folcklórico surge del deseo de alimentar la piedad de los fieles y saciar su
curiosidad, por medio de la composición de leyendas piadosas sin ningún valor histórico y
llenas de datos pintorescos; en segundo lugar, otro grupo nace de motivaciones más
teológicas que buscan propagar una determinada imagen de Jesús, proveniente de algún
grupo particular. Se puede decir que:
«No se puede negar como principio que los apócrifos más antiguos, como el
Evangelio de Tomás, puedan contener algún dato transmitido oralmente que
no quedó registrado en el Nuevo Testamento. Pero, en la práctica, los datos
atendibles que contienen los apócrifos acerca de las palabras y los hechos de
Jesús son precisamente los que dependen del Nuevo Testamento; el resto es
obra del autor o de la escuela a la que perteneció. De este modo, los
apócrifos, en líneas generales, están conformados por datos extraídos de los
Evangelios canónicos mezclados a las especulaciones o creaciones del autor
del texto»18.
d) El Nuevo Testamento19: ¿Se puede confiar en el Nuevo Testamento como fuente
histórica? Ciertamente, el que desconfíe de todo, no podrá conocer siquiera el presente, y
14
Ibíd., 42.
15
Ibíd.
16
Ibíd., 43-45.
17
Ibíd., 45-46.
18
Ibíd., 46.
19
Ibíd., 51-53.
mucho menos informarse de la antigüedad; más aún, se debe reconocer que, históricamente
hablando, el testimonio es el único medio de acceso a la realidad histórica. Se debe confiar
en estas fuentes, pero no es una confianza ingenua, sino crítica, pues las mismas fuentes
antiguas a veces son inconsistentes e incluso contradictorias. De todos modos, la ciencia
histórica aporta los métodos para controlar críticamente la confiabilidad de los documentos
de la antigüedad. El Nuevo Testamento no es un libro de historia, en el sentido moderno de
la palabra, ni es un escrito neutral, puesto que está totalmente comprometido con la difusión
del cristianismo, pero decir que no son textos de historia en el sentido moderno es algo tan
obvio que decir que los documentos antiguos no son modernos.
En definitiva:
«Sin caer en una confianza acrítica e ingenua, el uso de la crítica literaria y
de la crítica histórica nos lleva a salir del escepticismo y a dar mayor
credibilidad a los evangelios como fuente de conocimiento de Jesús, base de
la cristología y del cristianismo; porque, en definitiva, es en este Jesús en el
que Dios se ha revelado y se ha hecho patente su presencia en el mundo y en
la historia. Esta conclusión histórica no impone la fe, sino que la hace
razonable, es decir, creíble, ya qu nos concede acceder a Jesús con su
mensaje y con su vida, muerte y resurrección. […] En efecto, la fe necesita
de una condición de posibilidad histórica si no quiere confundirse con una
ilusión o un mito. No podemos llegar a cristo si no es a través del Jesús
concreto de los evangelios»20.
(2) La intrínseca vinculación entre la revelación por hechos y por palabras: La
revelación cristiana, a saber, la revelación de Dios en Jesucristo, en la historia ha
acontecido a través de los hechos y las palabras del mismo. Pero, en Jesucristo, se da una
intrínseca vinculación entre los hechos y las palabras. La palabra adjetiva “intrínseca”
refiere a algo que es propio o característico de la cosa que se expresa por sí misma, no
dependiendo de las circunstancias (ej: la blancura es una característica intrínseca de la
nieve); así mismo, la relación entre las palabras y los hechos de la revelación de Jesucristo
es intrínseca puesto que se da «una interioridad mutua en Jesús entre las palabras y las
obras. Sus palabras son actos y sus actos son palabras propuestas de otro modo» 21; tales
hechos y palabras van unidas en la comunicación humana y se corresponden para una
verdadera autenticidad y, en este caso, son constantemente presentes en el misterio de
Jesús. Por ejemplo, Mt 12, 22-28 refleja una relación intrínseca por explicación:
«Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo. Jesús lo curó,
de suerte que el mudo hablaba y veía. Todos los presentes, atónitos, se
preguntaban: “¿No será éste el Hijo de David?” Mas los fariseos, al oírlo,
comentaban: “Éste no expulsa los demonios más que por Beelzebul, Príncipe
de los demonios”.
Él, sabiendo lo que pensaban, les dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo
quedará asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá
subsistir. Si Satanás expulsa a Satanás, quedará dividido contra sí mismo;
¿cómo podrá entonces subsistir su reino? Y si yo expulso los demonios por
Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán
vuestros jueces. Pero si yo expulso los demonios por el Espíritu de Dios,
señal de que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”».
20
Pié-Ninot, La Teología Fundamental, 356.
21
Sesboüé, «Capítulo XIII. La comunicación de la Palabra de Dios: Dei Verbum», 413.
En este texto, Jesús sana a un endemoniado, pero recibe una reacción contraria a la
acción de Jesús, diciendo que expulsa demonios por el poder los mismos demonios; sin
embargo, este hecho realizado por Jesús, es explicado con las palabras del mismo para
aclarar esta confusión contra las fuerzas del Reino de Dios y, por ende, para vislumbrar el
hecho ocurrido.
Finalmente, la intrínseca vinculación de la relación entre hechos y palabras en la
misma persona de Jesús, la Palabra de Dios encarnada. La encarnación es el hecho concreto
en que la misma Palabra de Dios se vuelve presencia viva: «Por Él, Dios se ha dirigido a la
humanidad como un “Yo” que entra en relación interpersonal y vital con un “Tú”.
“Jesucristo […] habla las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le
encargó” (DV 4, DH 4204)»22, posibilitando que Dios invisible, por el amor, hable a los
seres humanos como amigos, invitándolos y recibiéndolos a su compañía (cf. DV 2; DH
4202).

22
García-Huidobro y Castelli, «Teología Fundamental», 16.

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