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Instituto de Teología para Religiosos

Facultad de Teología de la Universidad Católica Andrés Bello-UCAB


Instituto Teológico Agregado a la Universidad Pontifica Salesiana de Roma-UPS
Introducción al antiguo testamento

Seminarista: Adrian Colina S.S.R.L


Altamira, 30 de Octubre 2023

REVELACIÓN EN LA HISTORIA Y A TRAVÉS DE LA HISTORIA

«Dios ha escrito dos libros: uno es la escritura y otro es la creación. Uno está
compuesto de letras y palabras; el otro de, el otro de cosas »1. Ambos son reflejos de la
manifestación de Dios, donde el hombre es capaz de conocerle, porque el hombre es capaz
de Dios, y el deseo de este ser divino se encuentra inscrito en el corazón del hombre 2. Pero
cómo ha sido esta revelación de Dios en el curso del tiempo. En este sentido va dirigido
este pequeño escrito que discurre sobre el capítulo III de Valerio Manucci, cual lleva por
título: « Revelación en la historia y a través de la historia ».

El punto de partida se encuentra en la expresión: « Dios de la revelación es un Dios


que actúa», es decir, el Todopoderoso no es un ser estático que realizó la creación y es
ajeno a ella, al contrario Dios siempre esta acto (acción permanente), se hace presente y se
vincula con sus creaturas, más aun con el hombre que busca comprenderse, conquistarse
asimismo y lograr ser protagonista de su propia historia, donde esta aventura es acogida en
común, puesto que Dios permanece cercano alentándole con valor y confianza .
De acuerdo con el autor: «el Dios que se ha dado conocer a través de la experiencia
historia de su presencia […] es la historia de Dios con su pueblo» 3, que entreteje lazos de
relación e intimidad como podemos apreciarlo en el libro del Éxodo: “Yo, Yahveh, soy tu
Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre 4». También, los libros
proféticos encontramos esta experiencia: «Y sabrá todo el mundo que yo, Yahveh, soy el
que te salva, y el que te rescata5». No obstante, el Nuevo Testamento presenta de forma más

1
R. Cantalamessa., Introducción al cristianismo, ed. encuentro, Madrid. 2006. Pg. 5
2
Catecismo De la Iglesia Católica: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el
hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí, y sólo en Dios encontrará el
hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento;
pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente
según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador (GS 19,1).
3
V. Manucci., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao, 1997. Pg 42
4
Exodo2,20
5
Isaías 49,26
clara y amplia el hecho de la revelación, teniendo la persona teniendo de Jesús como
culmen de lo manifestado:
«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y
nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia
el Padre y que se nos manifestó - lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también
vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su
Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo6».

Por consiguiente, la Revelación e Historia encuentran sus coordenadas en el tiempo


y espacio, es decir todo acontecimiento en la Historia de la Salvación está marcado de
forma indeleble en un lugar y un momento determinado como puede hallarse en los libros
proféticos, donde Dios deja su importante rastro de relación con el hombre. En
consecuencia, la Revelación está impregnada de hechos concretos (acontecimientos), que
son expresión de la Palabra de Dios, y a su contenido de fe: «Si la Revelación se concreta
en hechos, la fe, en cuanto respuesta de la revelación, los proclama, los narra 7». He aquí, la
fe impulsada por la existencia real e historicidad (acontecimiento) haciéndose
perfectamente creíble
Por lo tanto, la historia es reveladora, según Manucci : «Las obras del señor son
dignas de estudio, porque están repletas de significado y por ello inducen a la alabanza del
Señor […] se recuerdan las obras del Señor con el fin de desentrañar el significado que
albergan para todas las generaciones de creyentes 8», esto quiere decir, que las obras,
milagros e intervenciones de Dios, no son acciones vacías, al contrario presupone depósito
de fe y pedagogía de las realidades materiales y espirituales. Pero cómo nos ha llegado esta
comunicación de los acontecimientos, si no somos testigos directos de las obras salvíficas
del pasado, ya que conocemos todo gracias a la tradición. Su respuesta está en las Sagradas
Escrituras.
A este respecto, la biblia «es un libro de narración e interpretación para nosotros de
la aventura de Dios con los hombres en la historia y a lo largo de la historia »9. En esta línea
de la Revelación de Dios con el hombre, el cual se comunica según su voluntad y como
desea hacerlo (Salvar), pero ciertamente el hombre en su respuesta es más expresivo e
indeciso (ambiguo). Por tal razón, los hechos y las palabras se convierten en expresión
(signos-gestos) que acompaña a la persona, siendo interpretado como medio de
reciprocidad.
Por otro lado, la Sagrada Escritura se sirve de diversas locuciones o expresiones
para dar a saber el manifestar de Dios. El recurso de la profecía que es historia interpretada,
6
1 Jn1-4
7
V. Manucci., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao, 1997. Pg. 42-43
8
Ibíd. 45
9
Ibíd. 46
ha sido una constante en el Antiguo Testamento porque ocurre bajo el entorno de la
Relevación con Palabras, acciones humanas y discernimiento.
De esta manera, la Revelación como acontecimiento sobrenatural de la salvación
posee un carácter Cristocéntrico que se halla integrado en una dimensión Trinitaria. Esta
fórmula teológica lo presenta el Concilio Vaticano II en la constitución Dei Verbum: «La
verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la
revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación »10.
Cristo es el revelador y revelado. El epicentro es Jesucristo cuya plenitud de la Revelación
dada por el Padre es comunicada dada por intermediario del Espíritu Santo.
Así pues, el proceso de la Revelación que ocurre en la historicidad o línea temporal
de forma cristológica y económica, es decir de carácter histórico – progresivo, sostiene una
finalidad o razón última (teleología), así lo plantea Dei Verbum: La economía cristiana, por
tanto, como alianza nueva y definitiva nunca pasará, y no hay que esperar ya ninguna
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1
Tim., 6, 14; Tit., 2, 13)11. Bajo esta perspectiva, el misterio de Cristo es fecundo y no de
iluminar las situaciones siempre cambiantes de la historia humana […] la Tradición no es
custodia de un depósito del pasado como si se tratara de un museo, ni la contemplación
intemporal de la verdad revelada como los acontecimientos de un mundo en continuo
cambio y en las diversas culturas de los pueblos […].12
En relación con lo antes mencionado surgen grandes consecuencias teológicas –
pastorales como: la concepción de teología más histórica (reflexión del dato revelado), la
obediencia de la fe frente a la vida (asentamiento y forma de vida), la experiencia y
compresión (profundización de las realidades espirituales), los signos de los tiempos (la
esperanza y escatológica).
Finalmente, la Revelación definitiva, escatológica y última, de Dios se va
trasmitiendo fielmente por los primeros testigos cristianos (Apóstoles), que durante su
misión fueron comunicadores del contenido evangélico a través de la predicación y forma
de vida. La biblia contiene estas verdades, el Magisterio las interpreta, pero es el Espíritu
Santo quien inspira.

10
Concilio Vaticano II, Const. dogm, Dei Verbum, sobre la divina revelación, 2.
11
Ibíd., 4.
12
V. Manucci., La Biblia como Palabra de Dios, Bilbao, 1997. Pg52.

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