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Este planteamiento no resulta tan novedoso como a primera vista pudiera parecer. En
realidad, supone la recuperación de un modo de comprensión propio de la Iglesia del
primer milenio, centrado en la categoría Mysterion-sacramentum, como más adelante
tendremos ocasión de ver. Se trata de recuperar la sacramentalidad como aquello que es
común y fundamental de toda realidad que denominamos sacramento. Está en la base de
los siete ritos sacramentales, pero también de la revelación y de la entera economía
salvífica.
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D. BOROBIO, LCI, 403.
Cf., A. FERRÁNDIZ GARCÍA, La teología sacramental desde una perspectiva simbólica,,
2
92.
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Por todo lo dicho, tomando como centro a Cristo, se puede hablar de tres momentos: el
tiempo de la preparación, el tiempo de cumplimiento y el tiempo de la actualización 4.
Desarrollamos sumariamente cada una de estas etapas:
En esta etapa, Dios revela gradualmente su amor hacia todos los hombres, y elige un
pueblo como depositario de las promesas. La salvación ha entrado en la historia, pero no
con carácter definitivo, sino como promesa y en figura de lo que había de venir:
personas, acontecimientos, instituciones… anuncian la plenitud de la realidad en Cristo.
El Antiguo Testamento es el testimonio de la salvación que se hace historia, de Dios que
se revela, que dialoga, que comunica sus dones. Esta etapa tiene una dimensión de
preparación, en cuanto que prepara y anuncia la realidad que se cumple en Cristo. Tiene
también una dimensión de profecía, porque mira hacia el futuro, que es Cristo. Presenta
también una dimensión de figura o tipo, porque los hechos pasados son modelos de las
realidades de la nueva economía. Todo es tensión de esperanza en esta etapa, que podría
resumirse en la oración del Tercer Isaías: «Ojalá rasgases los cielos y bajases» (Is 63,
19).
Cf. Ibíd.,102-105.
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Comienza esta etapa con la Encarnación del Verbo, y culmina en el Misterio pascual. El
Padre, en esta etapa, ya no envía mensajeros o profetas, sino que envía su propia Palabra
para que more entre los hombres (Cf Jn 1, 1-14). Jesús es el Enmanuel, el Dios-con-
nosotros. Quién le ve a él ve al Padre (Cf Jn 14, 8), por eso es el sacramento del
encuentro del hombre con Dios. La salvación de Dios adquiere ahora su máxima
dimensión epifánica (Cf Tit 3, 4-6; 2, 11; 2 Tim 1, 9-10).
Toda la vida de Jesús está marcada por la presencia de lo divino en él: Sus actos, sus
palabras, son epifanía y transparencia del misterio de Dios 5. El momento más denso de
revelación, de densidad sacramental, de epifanía del agápe divino, es la Cruz. La
exégesis patrística ha visto en este instante el nacimiento de la misma Iglesia y de los
símbolos de la nueva economía salvífica. Así lo expresa San Agustín: «Mientras duerme
Adán, es formada Eva de una de sus costillas. Después de muerto Cristo, la lanza hiere
su costado. Entonces fluyen de allí los sacramentos para que por ellos se forme la
Iglesia»6. La Pascua de Cristo es el momento culminante, el centro y el eje de toda la
historia de la salvación.
«Los gestos de Jesús son bellos […] porque a través de ellos se irradia el ágape salvífico […] La
5
especificidad de los gestos de Jesús es la de ser gestos “plenos”: plenos de amor, plenos de salvación,
plenos de eficacia». F. CASSINGENA-TRÉVEDY, La belleza de la liturgia, 38-39.
Tratados sobre el evangelio de Juan, 9, 10. También Comentario al salmo 138, 2. Este último
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De todo este apartado podemos deducir una conclusión clara: «Los sacramentos, en
cuanto recapituladores de la estructura sacramental de la historia salvífica, son la
expresión celebrativa eclesial más significante de una continuidad de este diálogo
salvador, en el que se encuentran los mismos dialogantes, los mismos personajes, y los
mismos constituyentes»13.
14
Esta atención a Cristo como sacramento se debe principalmente a Semmelroth, Rahner y
Schillebeeckx.
Cf. J. C.-R. GARCÍA PAREDES, Teología fundamental de los sacramentos, Madrid 31991, 125-126.
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Tal vez 1 Jn 1, 1-3 sea el texto que mejor resume esta perspectiva sacramental de la
encarnación, epifanía de lo invisible en lo visible, manifestación de la trascendencia en
la inmanencia, revelación de Dios en lo humano:
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de la vida, pues la vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna que estaba vuelta
hacia el Padre y que se nos manifestó, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos.
Ver, oír, tocar… la humanidad de Jesucristo como camino de acceso al misterio de Dios
y como cauce de comunicación de la vida divina a los hombres.
Esta paradójica coincidencia de lo sagrado en lo profano, del ser y del no ser, de lo absoluto y de lo
relativo, de lo eterno y del devenir, es lo que revela toda hierofanía, incluso la más elemental […]
Podría incluso decirse que todas las hirofanías no son sino prefiguraciones del milagro de la
encarnación, que cada hirofanía no es sino una tentativa fracasada de revelar el misterio de la
coincidencia hombre-dios.
Se podría intentar salvar, en la perspectiva del cristianismo, las hierofanías que precedieron al
misterio de la encarnación, valorizándolas en cuanto serie de prefiguraciones de esa encarnación.
Por consiguiente, lejos de considerar las modalidades “paganas” de lo sagrado (los fetiches, los
ídolos, etc.) como etapas aberrantes y degeneradas del sentimiento religioso de la humanidad caída
en pecado, se las podría interpretar como tentativas desesperadas de prefigurar el misterio de la
encarnación. Toda la vida religiosa de la humanidad –vida religiosa expresada por la dialéctica
de las hierofanías– no sería, desde este punto de vista, sino una espera de Cristo17.
SacrosanctumConcilium, 5.
16
17
M. ELIADE, Tratado de historia de las religiones, México 1972, 51-52; el segundo párrafo en la nota
2 de la página 52. Autores como M. Eliade o J. Martín Velasco aportan elementos muy valiosos para una
comprensión de lo sacramental en el mundo de las religiones. L.-M. Múgica tiene muy en cuenta esta
perspectiva en su propuesta de teología sacramental. Cf. L.-M. MÚGICA URDANGARÍN, Los sacramentos
de la humanidad de Cristo, Zaragoza 1975.
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Jesús es sacramento en primer lugar por su ser. En él, la Palabra se hace carne,
asumiendo la naturaleza humana. En el Verbo encarnado se manifiesta, toma cuerpo,
aparece, se revela, el misterio de Dios, en la forma más radical. Pero la encarnación ha
de ser contemplada en todo su dinamismo, no como una realidad estática 18. La
sacramentalidad de Jesús se despliega en toda su vida humana. Los gestos, las palabras,
la entera existencia de Cristo, vivida en obediencia filial al Padre y en el servicio a los
hombres, son sacramentales, y conforman el gran sacramento de la humanidad del
Verbo:
En la vida de Cristo hay determinados actos en los que de una manera más densa se
manifiesta el poder de Dios y la presencia del Espíritu (milagros, perdón de los pecados,
muerte y resurrección), pero hay que evitar la fragmentación y la mirada reduccionista
en la comprensión del Misterio de Cristo. Jesús es sacramento por su realidad
ontológica, por su obrar, por las acciones sacramentalmente más densas, pero ninguna
de estas dimensiones, por sí sola, puede dar cuenta de la totalidad del misterio de Cristo,
que debe ser comprendido con una mirada abarcante y totalizadora. La Encarnación está
orientada a la Pascua, y de alguna manera la contiene y la realiza; el Misterio Pascual,
expresión más clara y núcleo incuestionable de la revelación del amor de Dios a los
hombres, no puede entenderse sin contemplar a la vez a Jesús, el que sirve, el que da
vida y cura, el que perdona, el que enseña.
El Mediador manifestado quiso que fuese manifiesto el sacramento de nuestra regeneración. Era un
punto oculto para los antiguos justos, aunque también ellos se salvaban por la misma fe, que a su
tiempo había de ser revelada […] El misterio de Dios no es otra cosa que Cristo ( non estaliud Dei
18
«La encarnación del Hijo de Dios es una realidad que se va desarrollando. No es un acontecimiento
que se da en un solo instante, por ejemplo la concepción de Jesús en el seno de su madre, o su nacimiento.
La encarnación no es sólo el acontecimiento de Navidad. Ser hombre es hacerse hombre, una realidad que
crece a través de toda la vida de Jesús y que alcanza su punto culminante en el momento supremo de la
encarnación: la muerte, la resurrección y la glorificación de Jesús. Sólo entonces se ha realizado
plenamente la encarnación». E. SCHILLEBECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, 28.
D. BOROBIO, LCI, 380.
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mysteriumnisiChristus)21.
También Santo Tomás se sitúa en esta perspectiva cuando escribe en la Suma Teológica
que los sacramentos pueden contemplarse considerando en ellos la causa santificante,
que es el Verbo encarnado, al cual «se asemeja de alguna manera el sacramento por el
hecho de añadir las palabras a las cosas sensibles, pues en el misterio de la Encarnación
la palabra de Dios se unió a una carne sensible»22.
El Vaticano II no hace mención a Jesús como sacramento, pero esta comprensión está
implícita en la sacramentalidad de la Iglesia, de tal forma que el magisterio posterior
recurrirá a ella con frecuencia. Citamos, como ejemplo un texto del Catecismo:
Los Evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que
tuvieron fe (cf. Mc 1, 1; Jn 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe
quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena.
Desde los pañales de su natividad (Lc 2, 7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mt 27, 48) y el
sudario de su resurrección (cf. Jn 20, 7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través
de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que "en él reside toda la plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el "sacramento", es decir, el
signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en
su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora 23.
Cristo es la presencia real en la historia del triunfo escatológico de la misericordia de Dios […] En
la encarnación la humanidad entera fue ya fundamentalmente asumida para la salud en este su
miembro y cabeza unido definitivamente con Dios en unidad personal […] Ahora en la palabra de
Dios se ha pronunciado la última palabra sobre la historia tangible de la humanidad, bajo la forma
de palabra de gracia, de reconciliación, de vida eterna, que es Jesucristo. La gracia de Dios no
viene ya –caso que venga– brusca y perpendicularmente desde arriba, del Dios de la absoluta
trascendencia supramundana, como un hecho histórico y aislado, sino que está permanentemente
en el mundo, y lo está con tangibilidad histórica, inserta en la carne de Cristo como una porción del
mundo, de la humanidad y de su misma historia. Esto es lo que queremos decir con estas palabras:
Cristo es la presencia real e histórica del triunfo escatológico de la misericordia de Dios en el
mundo. Ahora se puede indicar ya en el mundo mismo una realidad visible, históricamente
captable, fijada en el espacio y el tiempo, y decir: Porque esto existe, está Dios reconciliado con el
mundo; aquí “aparece” la gracia de Dios en nuestra especialidad y temporalidad; en ella tiene su
signo espacial y temporal, que llevo consigo eso mismo que indica. Cristo, en su existencia
histórica, es a un tiempo la cosa y su signo, sacramentum y res sacramenti de la gracia redentora
de Dios, que por medio de él, en lugar de dominar sobre el mundo, del modo que hacía antes,
como la voluntad todavía oculta del Dios lejano y trascendente, se da de hecho y viene a
manifestarse como algo inserto definitivamente e el mundo24.
La definición dogmática de Calcedonia, según la cual Cristo es “una persona en dos naturalezas”,
supone que una sola persona, el Hijo de Dios, determinó manifestarse también en forma humana.
21
SAN AGUSTÍN, Epístola 187, XI, 34.
22
Suma Teológica, III, q. 60, a. 6.
23
Catecismo de la Iglesia Católica, 515. (En adelante CEC).
24
K. RAHNER, La Iglesia y los sacramentos, 14-16.
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25
E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacramento del encuentro con Dios, 22-25.
26
P. FERNÁNDEZ, A las fuentes de la sacramentología cristiana, 253.
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Tenía la gloria de Dios. Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa (Ap 21, 11).
Pero no vi santuario alguno porque el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su santuario. La
ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es
el Cordero (Ap 21, 22-23).
Luego me mostró el río de agua de Vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y
del Cordero […] y no habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la
ciudad y los siervos de Dios le darán culto (Ap 22, 1.3).
La Iglesia es presentada así como signo que manifiesta y hace efectiva la presencia de
Dios. En la nueva humanidad mora la gloria de Dios, como en los tiempos antiguos
moraba en la Tienda o en el Templo de Jerusalén.
Duerme Adán para que Eva sea formada y muere Cristo para que nazca la Iglesia. Mientras duerme
Adán, es formada Eva de una de sus costillas. Después de muerto Cristo, la lanza hiere su costado.
Entonces fluyen de allí los sacramentos para que por ellos se forme la Iglesia 30.
También la lexorandi nos transmite esta misma convicción. Una oración del
Sacramentario Gelasiano, generalmente atribuida a san León Magno, se expresa así:
Oh Dios, poder inmutable y luz sin ocaso, mira con bondad a tu Iglesia, sacramento de la nueva
Alianza, y, según tus eternos designios, lleva a término la obra de la salvación humana 31.
Esta sobriedad de los testimonios contrasta con la fuerza que esta idea teológica tiene en
la eclesiología del Vaticano II. Los textos fundamentales los encontramos en
SacrosanctumConcilium y en Lumen Gentium, ya que los demás son prácticamente citas
de éstos
De ecclesiaeunitate, 4.
27
30
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el evangelio de Juan, 9, 13. También Enarraciones sobre los salmos,
138, 3
31
Actualmente figura en el Misal Romano como oración después de la 7º lectura de la Vigilia Pascual.
Tal vez la traducción española resta fuerza, para nuestro propósito, a la expresión mirabilesacramentum
del texto latino.
SC, 5.
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Por tres veces, en diversos pasajes, recoge la Constitución Lumen Gentium el tema de
la sacramentalidad de la Iglesia. El primer texto sirve de obertura a la Constitución, con
lo cual la categoría de «sacramentalidad» es presentada como el fundamento teológico
de la eclesiología que el documento conciliar desarrolla:
Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del
EspírituSanto, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que
resplandece sobre la faz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,15). Y
como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios
y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se
propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión
universal34.
La cautela con que se aplica a la Iglesia el término «sacramento» queda bien patente en
el empleo del adverbio veluti, que en cierto modo amortigua la fuerza de la expresión.
No era fácil, después de siglos de regionalismo sacramental, ampliar el campo de la
sacramentalidad a otras realidades.
Dios formó una congregación de quines, creyendo, ven en Jesús el autor de la salvación y el
principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el
sacramento visible de esta unidad salutífera (sacramentumvisibilesalutiferaeunitatis)36.
Otro texto relevante para nuestro tema lo encontramos en el capítulo VII, que trata de la
índole escatológica de la Iglesia:
Porque Cristo, levantado sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos; habiendo resucitado de entre los
muertos envió sobre los discípulos a su Espíritu vivificador, y por Él hizo a su Cuerpo, que es la
Iglesia, sacramento universal de salvación (universalesacramentumsalutis)37.
SC, 26.
33
LG, 1.
34
35
Ya los Padres hablaban del mysteriumlunae, aludiendo con esta expresión a que la Iglesia recibe la
luz de Cristo, reflejada como en un espejo, y por tanto amortiguada en su brillo por las propias
limitaciones tanto de la expansión interior como del ardor de la fe.
LG, II, 9.
36
LG VII, 48.
37
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Es importante notar que en todo este proceso se fueron corrigiendo y matizando algunas
perspectivas equivocadas, un cierto eclesiocentrismo que llevó a hablar de la Iglesia
como protosacramento, sacramento original, sacramento radical… Es evidente que
ello sólo puede predicarse de Cristo. Al hablar de la sacramentalidad de la Iglesia hoy se
prefiere calificarla de «fundamental», porque esta sacramentalidad remite siempre a
Cristo, el único sacramento en sentido pleno.
38
San Agustín habla con frecuencia del Christustotus: «Sin él nada somos; mas en El, Cristo y
nosotros. ¿Por qué? Porque el Cristo completo es cabeza y cuerpo (quiatotusChristuscaput et corpus). La
cabeza es el salvador del cuerpo, ya que subió al cielo; el cuerpo es la Iglesia, que sufre en la tierra. Si
este cuerpo no estuviese adherido por el vínculo de la caridad a su Cabeza, de suerte que se forme con el
cuerpo y la cabeza un todo único, no hubiera dicho desde el cielo, corrigiendo al perseguidor: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch 9, 4)». Enarraciones sobre los salmos, 30, II, s. 3.
39
Cf. K. RAHNER, La Iglesia y los sacramentos, 82 ss.
40
«Quod conspicuumerat in Christo, transivit in ecclesiae sacramenta».Sermón 74, 2
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c) El cosmos y la humanidad
Sí, vanos por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a Dios,
los que, a partir de las cosas visibles, no fueron capaces de conocer a "Aquel que es", y considerar
sus obras, no reconocieron al Artífice.
En cambio, tomaron por dioses rectores del universo al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda
estrellada, al agua impetuosa o a los astrosluminosos del cielo.
Ahorabien, si fascinados por la hermosura de estascosas, ellos las consideraron como dioses,
piensencuántomásexcelente es el Señor de todasellas, ya que el mismo Autor de la belleza es el
que las creó. Y si quedaronimpresionados por su poder y energía, comprendan, a partir de ellas,
cuántomáspoderoso es el que las formó. Porque, a partir de la grandeza y hermosura de las cosas,
se llega, por analogía, a contemplar a su Autor (Sb 13, 1-5).
«Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del
mundo, a través de las cosas creadas» (Rom 1, 20).
El cosmos se convierte así en símbolo del poder creador de Dios. En las cosas creadas,
Dios se está “diciendo” a sí mismo, son su expresión ad extra. Aquí encuentra su
fundamento el carácter simbólico, la fuerza sacramental, del cosmos: las cosas, la entera
realidad creada, habla de Dios. La teología cristiana ha destacado siempre que las cosas
son algo más que su propio estatuto óntico: son huella, vestigio, destello, signo de la
sabiduría y de la bondad del que las ha creado amorosamente.
Esta lectura teológica del cosmos encuentra un nuevo apoyo en los textos del Nuevo
Testamento en los que se vincula el acto creador de Dios a la persona del Verbo. «En el
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella
estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de
cuanto existe» (Jn 1 1-3). «Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la
creación, porque en élfueroncreadastodas las cosas» (Col 1, 15). «En estos
últimostiempos nos ha hablado por medio del Hijo, a quieninstituyóheredero de todo,
por quientambiénhizo los mundos, el cual, siendoresplandor de su gloria e impronta de
sussutancia, y el que sostienetodo con supalabrapoderosoa, después de llevar a cabo la
purificación de los pecados, se sentó a la diestra de suMajestad en las alturas» (Hb 1, 2-
3). Las cosas, creadas por la mediación de la Palabra, llevantambiénsuimpronta. Así la
creación es signo no sólo de Dios, sinotambién de suHijoUnigénito.
Por lo que se refiere al hombre, sudensidad sacramental yaestá insinuada en el libro del
Génesis: «Creó, pues, Dios al ser humano, a imagensuya, a imagen de Dioslecreó, varón
y mujer los creó» (Gen 1, 27). También aquí la sacramentalidad del hombre por
sucondición de creatura alcanza dimensiones nuevas con el Misterio de la Encarnación:
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de los sacramentos hay que señalar la supresión de toda forma de oposición entre
sacramentos y liturgia. Durante siglos, como ya se sabe, tanto la liturgia como los
sacramentos eran considerados más desde la perspectiva jurídica que desde la teológico-
mistérica. Cuando ambas realidades se sitúan en la perspectiva de la economía de la
salvación, como hace Sacro sanctum Concilium, y se ahonda en su dimensión teológica,
aparecen como inseparables y en cierto modo se identifican. El Concilio redescubre la
sacramentalidad de la liturgia y la dimensión litúrgica de todo sacramento, es decir, su
dimensión celebrativa, expresiva, ritual, simbólica46.
Hay que construir un tratado que no sea sólo un tratado de los siete sacramentos mayores en
general, sino un tratado de los sacramenta o de los mysteria en general, en el sentido patrístico […]
Es necesario colocar de nuevo mucho más estrictamente la teología de los siete ritos mayores, en
general, en el cuadro general de los sacramenta y de los mysteria en general, es decir, en el cuadro
de la liturgia general y salvar de ese modo[…] el gran concepto patrístico y radicalmente bíblico de
mysterium o sacramentum como el humus connatural donde crece y fructifica todo el conjunto de
los signos sensibles sagrados de la santificación y del culto. El tratado de los sacramenta en
general ha de ser, pues, un tratado teológico de la liturgia en general 47
El Concilio afirma que toda la vida litúrgica de la iglesia gira en torno al sacrificio y los
sacramentos49, y que éstos son celebraciones «per ritus et preces»50. Desde esta
lineatrazada por SacrosanctumConcilium, queda claro la necesariavinculación entre la
teología litúrgica y la sacramentaria:
Si la teología litúrgica no se refiere a los sacramentos y los sacramentales, corre el riesgo de caer
en una sistemática litúrgica, sin ninguna referencia a la acción, y finalmente, al culto [...] Los
sacramentos son parteintegrante de la liturgia, de modo que entranplenamente en la dimensión
litúrgica, en todos los niveles, el primero de los cuales se refiere al fundamentoteológico de la
mismaliturgia51.
No puede haber acciones sacramentales si no son acciones que desplieguen todas las
virtualidad es simbólico-rituales que son propias de la liturgia. Del mismo modo,
46
Cf. L. MALDONADO, Sacramentalidad evangélica, 28.
47
C. VAGAGGINI, El sentido teológico de la liturgia, Madrid 1959, 598-599.
48
Cf. A. CARDITA, «¿Progreso o retroceso de la Teología Litúrgica? Elementos para una reflexión
epistemológica sobreLiturgie de Source de Jean Corbon», Revista Catalana de Teología 26/2 (2001) 337-
364. Aunque el estudio se centra en la propuesta de J. Corbon, amplía la perspectiva al contrastarla con la
de otros autores y aportar valiosos elementos de reflexión crítica.
49
Cf. SC, 6.
50
SC, 48.
51
J. J. FLORES ARCAS, Introducción a la teología litúrgica, Barcelona 2003, 283-284.
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El magisterio de Juan Pablo II se ocupó en varias ocasiones de esta cuestión, para situar
de forma inequívoca los sacramentos dentro de la liturgia de la Iglesia, de la cual son
una parte esencial:
No se trata de dos cosas diferentes: por una parte la liturgia y por otra los sacramentos, sino de una
sola realidad, la liturgia de la Iglesia, dentro de la cual el puesto de los sacramentos –y entre éstos
más el de la Eucaristía- es primordial52
Hablar de liturgia significa referirse, en primer lugar, a los sacramentos, y no se puede hablar de
los sacramentos sin tener en cuenta su condición ritual-celebrativa, dado que se trata de acciones y
no de entidades abstractas53.
Bibliografía
52
JUAN PABLO II, Discurso a la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos,
2-XII-1988.
53
JUAN PABLO II, Discurso a la Asamblea Plenaria de la congregación para el Culto y Disciplina de
los Sacramentos, 26-I-1991.
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