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Ensayo:
“El tiempo de Dios y el tiempo de los hombres”
Hay una frase hasta cierto punto poética que versa: “juventud divino tesoro, que te vas
para nunca volver”. En ella se muestra una realidad para todo ser humano y es que
somos presa de la temporalidad, nos desarrollamos en el tiempo y en el espacio, y, por
ende, nuestra constitución natural, experimenta el detrimento del flujo continuo del
tiempo, sea lineal, cíclico, cósmico, astronómico. Claro esta que esta realidad es parte
de la esencia misma de la naturaleza, que se ve afectada por su irrupción en la existencia.
Es por ello, que a continuación, se presenta un breve desarrollo interpretativo el cual
pretende desglosar la relación existente entre el tiempo de Dios y el tiempo de los
hombres, para ello, partiendo de una tesis inicial, desarrollaremos de primera mano
como se puede concebir el tiempo de los hombres y posteriormente el significado del
tiempo de Dios en esta realidad, culminando con un breve cierre de dichas ideas.
1. El tiempo de Dios y el tiempo de los hombres
Una de las nociones, difíciles de explicar es el tiempo, es una pregunta que es mejor
no hacer, siempre ha estado inserto en una categoría incomprensible, o para algunos una
realidad inexistente, una experiencia antropológica, un acontecimiento sagrado…No
obstante, provoca en el ser humano un interés profundo, en la vorágine de la
cotidianeidad que el mismo experimenta, viendo los “estragos” que se recrean en su
misma existencia, como un deleite constante de exquisitez y desagrado. Ante tal
incertidumbre que resulta quejosa para la existencia misma del hombre, que no logra
delimitar o comprender los alcances que el tiempo genera o categorizar la noción de su
reloj vital, diremos que, los misterios del tiempo del hombre solo se esclarecen a la luz
del tiempo de Dios.
El tiempo del hombre es un misterio, este uno de los modos más adecuados de
definir el tiempo que abarca una diversidad de dimensiones: cósmica, metafísica,
psicológica... lo que lo convierte en un panorama complejo para la vida misma del
hombre. Los griegos lo llamaban Cronos, algunos filósofos como Kant lo arguyen como
una categoría meramente subjetiva1, que facilita al hombre el modo de conocer la
realidad externa a la conciencia. El hombre sabe que al nacer empezó la influencia del
tiempo en su vida y pretende que su fin llegue con la muerte; esto se vuelve un camino
de incertidumbre su humanidad es consciente de que lo vivido se categoriza como
pasado, y experimenta en sí mismo un continuo presente, o como diría Miguel García-
Baro: “el hombre no puede salir de un ahora permanente”2, por su parte, el futuro se
convierte en algo incognoscible pero que da la pauta para que el hombre valla
construyendo su tiempo. La sucesión de los minutos, las horas, los días, las semanas, los
meses y los años muestra que el devenir del tiempo no se puede manipular, este fluye
casi ignoto, pues su obrar se comprueba solo en la existencia misma del hombre que
como la hierva del campo florece por la mañana y por la tarde se seca (cf. Sal 103, 15-
16). Así, el tiempo que paso se vuelve un cumulo, buenas experiencias o de errores que
marcan el continuo presente del ser humano fragmentando su vida y muchas veces
hundiéndolo en un letargo de dolor fruto de la culpa por aquello realizado que no pudo
hacer bien. Podríamos pensar que el tiempo en el hombre además de ser un misterio se
1
Desarrollo propuesto por Kant en la “Critica de la razón pura”, respecto al papel del tiempo y el espacio
en la aprensión de la realidad objetiva.
2
Teológico Franciscano, (04/03/2016), M. Garcia- Baro, Pensar a Dios en español, XXIX Jornada de
Teologia, instituto teologico de Murcia, en: youtube,
convierte en un drama para la existencia humana que se ve confrontada por dudas e
incertezas que solo le hacen presa de una aparente finiquitad. Ahora bien, el tiempo del
hombre no es una realidad hermética e infranqueable, sino que, dentro de la noción
misma del tiempo del hombre con todo su poder y complejidad mistérica, irrumpe otra
noción temporal, el tiempo sagrado o de Dios.
3
Juan Pablo II, Carta Apostólica, Tertio Millennio Adveniente, 1994.
sucesión misma del tiempo, marcando, anualmente, semanal y diariamente la vida del
hombre, con la presencia misma de Cristo mediante cualquier acción sacramental que
llena de esperanza y de gracia a la vida del hombre en todas sus dimensiones.