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Dialnet CientifismoMarxista 7496905
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Dice: «No hay pruebas, silogismos, definiciones, que puedan refutar al solip-
sismo (idealista), si éste mantiene consecuentemente su concepción» (Le-
nin, XIV, p. 257).
Y en otro lugar, citando a Diderot, afirma: «Este sistema (el idealista), para
vergüenza del espíritu humano, para vergüenza de la Filosofía, es el más difícil
de combatir, aunque es el más absurdo de todos» (Lenin, XIV, p. 26).
Hasta eso llega la actitud dogmática, tanto de Diderot como de Lenin,
que parecen protestar con ira contra la misma naturaleza humana porque
no es capaz de demostrar la principal tesis del materialismo marxista y de
refutar con claridad sus contrarias. Si de ellos dependiera, cambiarían la
mente de los hombres de manera que no pudiesen ser otra cosa que materia-
listas. ¡Menos mal que su privilegiada mente no fue capaz de tal hazaña!
No queda, por tanto, más salida que reconocer que, ante el problema de
la realidad objetiva y absoluta de la Materia, caben como igualmente posi-
bles ambas respuestas: la que la afirma y la que la niega. Es decir, se trata de
una opción libre, salvo que los prejuicios de cada uno sean tales que le
impidan tratar el problema con ecuanimidad y elegir libremente.
El científico, no atado por prejuicios, tomará una u otra respuesta simple-
mente como un postulado, una creencia o hipótesis que se pide que se
acepte para luego trabajar sobre ella. De hecho hay científicos para una y
otra teoría.
Sin embargo, cuando alguien, como Engels o Lenin, no sólo opta por uno
de los dos postulados: el de la objetividad de la Materia, sino que, además, lo
quiere convertir en una verdad indiscutible, entonces ese postulado ya no es
un postulado científico, sino un dogma metafísico y religioso. Y, quien lo
profesa así, no es un científico, sino un cientifista.
No le calificaría de cientifista, si reconociera que su actitud intransigente
está basada en razones metafísicas o religiosas. Pero el Marxismo se declara
a sí mismo como algo radicalmente alérgico a la metafísica y a la religión,
como algo estrictamente científico.
Lenin condena visceralmente a todos aquellos, incluidos muchos teóri-
cos marxistas, que no acepten sus tesis sobre este tema. Les carga de
calificativos más propios de un predicador fanático que de un moderado
científico. Para él, esos tales son: «abjuros», «apóstatas», «reaccionarios»
(Lenin XIV, pp. 10, 171, 222, 338), «mentirosos» (p. 292) «payasos que se
titulan profesores» (p. 121) «autores de sistemitas idealistas» (p. 140), «hipó-
critas» (p. 175), «profesores reaccionarios» (p. 178), «fideistas» y «oscurantis-
tas» (p. 203), «charlatanismo intelectual» (p. 207), «matadores de pulgas» (p.
211), «lacayos diplomados de la burguesía» (p. 337), «traidores» (p. 242),
etc.
Estos y otros muchos calificativos del mismo estilo se repiten decenas de
veces. El lector puede valorar por sí mismo si un tal lenguaje revela una
actitud científica o más bien fanático-religiosa.
Sin embargo, todo ello no es obstáculo para que Lenin diga que el
principio de la existencia objetiva de la Materia es el elemento principal que
marca la diferencia entre la ciencia y la religión y que todo el que lo niege
borra esa diferencia. (p. 116).
170 J. AVELINO DE LA PJENDA
Pero habría que responderle, en primer lugar, que hay muchas religiones
que no ponen en duda la existencia objetiva de la Materia; en segundo lugar,
no se trata de una cuestión estrictamente religiosa, sino filosófica. Y, en
tercer lugar, por muy científico que sea este principio, cuando se le quiere
imponer dogmáticamente a los demás, pierde su carácter científico para
convertirse en metafísico y religioso.
Este postulado defendido por Lenin (XIV, p. 117) es común a otras formas de
materialismo y a muchos otros sistemas de pensamiento no materialistas.
Locke lo había formulado con estas palabras: nihil in intellectu quod prius
non fuerit in sensu (nada hay en el entendimiento -científicamente válido-
que primero no haya pasado por los sentidos). Se excluye en él toda clase de
innatismo material o de contenidos de conocimiento. El hombre nace, como
ya decían en la Edad Media, tanquam tabula rasa; es decir, con su mente
parecida a una tabla completamente limpia de toda escritura o grabación .
Hasta aquí, pues, nada original en la teoría marxista del conocimiento.
2 .11 . Las sensaciones son meras imágenes, copias o reflejos de la realidad ob-
jetiva
Este postulado (Lenin, XIV, pp. 122-128) parece recoger la teoría perspec-
tivista de la verdad, según la cual cada punto de vista sobre la realidad tiene
su parte de verdad, complementaria con la de otros puntos de vista, pero
nunca la verdad total. Entendido así, sería un postulado abierto, no dogmáti-
co.
Pero no es así. Poco que se profundice en el sentido marxista que se le da,
aparece enseguida el sentido totalitario y dogmatizante que encierra. Entre
las verdades relativas, que juntas dan la verdad absoluta, jamás se encontra-
rían las opiniones y teorías de aquellos, incluso aunque sean marxistas como
CJENTIFISMO MARXISTA 179
3. La sociologia Marxista
buir a que Dios sea glorificado. Sin la iluminación que desciende desde lo
alto es vano todo conocimiento»
Si donde dice «Teología» y «Dios» ponemos «Sociología marxista» y
«Socialismo» o «Partido Comunista» o «Revolución», seguramente que mu-
chos creyentes marxistas tomarían este texto como perteneciente a sus más
genuinos libros sagrados.
Según Lenin, el Marxismo no sólo coincide con la moderna ciencia de la
Naturaleza, sino que logra, por primera vez, el desarrollo de una auténtica
Sociología al aplicar los métodos científicos-naturales a la sociedad (Kemig y
otros, 1, 197 5, p. 98). En efecto, en esta Sociología se parte del presupuesto de
que las leyes que rigen los hechos sociales son de la misma naturaleza que las
leyes que rigen los hechos de la Naturaleza. Este presupuesto, a su vez, se apoya
en este otro: todo lo material es real y todo lo real es material.
Sentados estos presupuestos, la Sociología marxista toma como clave de
su estructuración y desarrollo la creencia de que las fuerzas de producción
son el determinante más radical de todas las creaciones culturales de la
mente humana, como ya se explicó más arriba.
El carácter metafísico de todos estos postulados ya ha sido explicado en
apartados anteriores. En el se apoya, por tanto, el carácter también metafísi-
co y dogmático de esta Sociología.
Por otra parte, a la Sociología marxista se le atribuye una misión religio-
so-salvífica, llamada por los marxistas «revolucionaria». Según Lenin, «la
función de la ciencia en la preparación y el ejercicio de la praxis revolucio-
naria consiste en dar la verdadera palabra para la lucha. Es decir, hay que
saber representar esta lucha de modo objetivo, como resultado de un siste-
ma determinado de relaciones de producción; y hay que comprender la
necesidad de esta lucha, su contenido, su recorrido y sus condiciones de
desarrollo. No se puede dar la palabra para la lucha sin investigar, hasta en
lo más mínimo, cada forma individual de esta lucha, sin perseguir, en cada
uno de sus pasos, su cambio de una forma a la otra, para poder determinar la
situación en cualquier momento dado» (Kemig y otros, 1975, 1, p. 99).
Es, por tanto, una idea concebida en función de la Revolución marxista.
Con ella se trata de dar a esta Revolución un ropaje científico con el que
adquiera más fuerza y consistencia.
Es la ciencia del Proletariado y su Revolución, pero es una ciencia que no
hace el Proletariado, sino sus representantes, los teóricos marxistas, que, a la
vez, son los dirigentes del Partido Comunista. El Partido, pues, es el gran
portador y guardian de esta ciencia, pero siempre para servir a los intereses
del Proletariado. Una vez más, el Partido se revela como poseedor de toda
clase de poder, incluido ahora el poder científico.
La sociología marxista es, por tanto, una ciencia partidista. Pero Lenin no
se avergüenza de ello. Es más, afirma expresamente el carácter partidista y
clasista de la ciencia, y especialmente de la Sociología (Kernig y otros, 1975,
1, pp. 99 y 102). Y no sólo eso. Según él, toda clase, siempre que ha
desempeñado un papel ascendente, estuvo del lado del materialismo y de la
ciencia, mientras la reacción, por el contrario, estuvo del lado del idealismo
y de la religión. (Kernig y otros, 1975, 1, p. 100).
CJENTIFJSMO MARXISTA 183
Lenin hace de esta afirmación suya una ley sociológica. Pero, si como ley
la tomamos, resulta que es aplicable también al Marxismo cuando sube al
poder. Es decir, es materialista y científico mientras lucha en la oposición,
pero se vuelve reaccionario, idealista y religioso en cuanto está en el poder.
Que esto último se cumple es algo que la historia del Marxismo parece
confirmar ampliamente. Pero, que el Marxismo es científico cuando aún
lucha por alcanzar el poder, es, cuando menos, algo muy discutible.
En nombre del cientifismo marxista, se toma el materialismo dialéctico e
histórico como premisa de todo trabajo científico, tanto en el campo de las
Ciencias Naturales como en el de las Ciencias Sociales. En su nombre se
impusieron en la URSS meticulosas censuras sobre los trabajos científicos
de una y otra rama (Kernig y otros, 1975, 1, p. 100). Toda publicación
científica que no esté de acuerdo con los dogmas del materialismo marxista
es censurada. Esta presión ideológica perdura aún hoy en todos los regíme-
nes comunistas (Chambre, 1974, trad. 1979, p. 80).
Este tipo de manipulación ideológica y religiosa de la ciencia tiene una
larga historia. Ya en la Edad Media, por citar un conocido ejemplo, el
progreso y la ciencia estaban a la vez potenciados y limitados por las
creencias cristianas entonces dominantes. Estaban potenciados en el sentido
de que esas creencias constituían el estímulo más radical para todo esfuerzo
cultural. Las grandes creaciones culturales de la Edad Media fueron promo-
vidas por motivos religiosos: Arte, Filosofía, organización política, etc.
Por otra parte, la religión imponía limitaciones importantes al progreso
en cuanto que todo aquello que de una u otra manera no estuviera de
acuerdo con la visión religiosa del mundo entonces reinante era sistemática-
mente prohibido y perseguido. La Teología era la ciencia suprema, que
imponía sus normas a todas las demás. La ciencia, la razón, estaba controla-
da por la fe. Toda investigación y todo descubrimiento se hacía bajo los
auspicios de la religión.
J. AVELINO DE LA PIENDA
BIBLIOGRAFIA
ABREVIATURAS