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Lección 8
COSMOVISIÓN Y ESTADO
Contenido
I. El enfoque cristiano del Estado
II. Jesús y el Estado
III. Iglesia, Estado y política
IV. Iniciativas políticas saludables
V. Actitudes del creyente frente a un gobierno democrático
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Distinción entre Iglesia y Estado
El origen del Estado
La tarea del Estado
Los límites del Estado
a) Distinción entre Iglesia y Estado
Por Iglesia se entiende a la comunidad cristiana y su organización
eclesiástica; esto es, un pueblo de naturaleza eminentemente espiritual y
sobrenatural, de proyección eterna, cuyo único gobernante soberano es
Jesucristo.
Mientras que por Estado se indica una nación en su capacidad corporativa
y organizada para el gobierno civil, cuyas funciones son de carácter
eminentemente político, gubernamental y terrenal, correspondiente al
presente orden creado (Deiros, 2006).
b) El origen del Estado. Según Platón, es el hombre quien organiza el Estado
para servir a sus propios intereses. Por otro lado, el filósofo inglés Tomás
Hobbes, que vivió entre el 1588 y el 1679, afirmaba que el Estado llega a
existir como una necesidad de los hombres de tener una especie de
contrato social que regule e intermedie sus conductas e intereses a través
de sus regulaciones legales.
Pero, ahora surge la pregunta:
¿Es el Estado una consecuencia de la caída o es anterior a ella?
La teología bíblica reconoce que el Estado es una orden divina para
preservar la organización exterior de la vida caída. El estado es una
autoridad ordenada divinamente (Romanos 13:1) a fin de promover justicia
y evitar que el hombre caído decline hasta el caos social (Carl, 2006, p. 233).
Carl, coherentemente señala que Dios instituyó el Estado para restringir la
maldad en las relaciones humanas, y esto tiene sentido con la institución
del gobierno humano en Génesis 9:6 y la declaración de Pablo en Romanos
13:1.
Dios ha establecido un orden para el funcionamiento de la sociedad
humana. Este orden comprende el gobierno de las naciones, lo que exige la
aceptación de las leyes establecidas por los gobernantes, por parte de los
gobernados (Pérez, 2011, p. 935).
c) La tarea del Estado ¿Qué funciones debe cumplir el Estado?
Bíblicamente, las tareas del Estado descansan principalmente en el
contenido inspirado de Romanos 13:3–6:
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“Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el
bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo
bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu
bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada,
pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.
Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del
castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis
también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden
continuamente a esto mismo”. Romanos 13:3–6
Las tareas mencionadas aquí son las siguientes:
v3 “infundir temor [...] al malo”
v. 4a “es servidor [...] de Dios para tu bien”
v. 4b “lleva la espada [...] para castigar al que hace lo malo”
v. 6 recibir tributos de los ciudadanos.
Concluimos, tomando las distintas opiniones vertidas anteriormente, que
las tareas principales del Estado son:
Garantizar el orden y la justicia social. Es decir, debe promover el
orden y la justicia en las relaciones entre los individuos y entre las
instituciones.
Castigar el mal, para evitar el desorden y la injusticia social.
Cobrar impuestos de sus ciudadanos para financiar sus acciones en
beneficio de los mismos.
Sin el Estado, cualquiera que sea la forma en que se presente, la sociedad
se destruiría a sí misma en anarquía (Carter, 2009, p. 266).
d) Los límites del Estado. Aquí es importante señalar que el mal
entendimiento de este punto a lo largo de la historia ha producido maridaje
entre el Estado y la Iglesia, perjudicando el testimonio del Evangelio a
cambio de poder político. Israel y la Iglesia viven bajo estados diferentes,
por lo que es importante entender que:
El pueblo de Dios ya no es una nación, sino que es el cuerpo de
creyentes, dispersos en todas las naciones. Este hecho obliga a hacer
cierta separación entre la tarea religiosa de la Iglesia y la tarea civil
del gobierno. La Iglesia es un organismo más que una institución,
entretejido en toda la sociedad (Ramsay, 2005, p. 81).
Algunas claras señales de la separación entre las actividades de los asuntos
políticos y religiosos se observan desde el Antiguo Testamento. Por
ejemplo, la indignación de Dios cuando Saúl usurpa las funciones
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sacerdotales de Samuel (1 Samuel 13:11-12), o el grave juicio de Dios sobre
el rey Uzías, herido de lepra y condenado a morir exiliado (2 Crónicas 26)
por el mismo pecado (Stead, 2004).
Además, ya que hay tantos gobiernos que son corruptos, o incluso
anticristianos, el hecho de permitir que legislen sobre las creencias
religiosas traería solamente más sufrimiento para muchos cristianos [...]
Tampoco queremos poner al Estado debajo de la Iglesia, porque aún la
Iglesia como institución puede estar corrupta. (Ramsay, 2005, p. 81)
Como también afirma el fallecido profesor Francisco Lacueva:
Como la Iglesia y el Estado son dos sociedades distintas, con fines y
medios también distintos, la separación de la Iglesia y del Estado es
algo que todo creyente debe aprobar y defender. Cuando una de las
dos sociedades absorbe los poderes de la otra, sólo se pueden
esperar desafueros de todo orden. (Lacueva, 2001, p. 538).
De esto hay suficiente evidencia en la historia. En ese sentido, la función del
gobierno civil es suprimir el mal mientras que el de la Iglesia colectivamente
es predicar el Evangelio a las personas y ocuparse de los asuntos
espirituales.
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concerniente a los impuestos, Jesús enseñó que el hombre, por ser
portador de la imagen del Creador, debe su fidelidad principalmente a Dios.
Cuando las autoridades judías prohibieron a los discípulos el predicar en el
nombre de Jesús, estos tuvieron que desobedecerles y obedecer a Dios.
(Hechos 4:19).
Entendía que su Reino no es de este mundo, por lo que sus prioridades no
obedecían a asuntos transitorios o materiales sino espirituales. “Respondió
Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis
servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi
reino no es de aquí.” (Juan 18:36).
Ordenó un compromiso con el Estado, a través de la evangelización. Antes
de su ascensión, Jesús encargó que el Evangelio fuera predicado en todas
las naciones (Hechos 1:8). Históricamente, la predicación y aceptación del
Evangelio ha contribuido con el orden social de los pueblos y naciones.
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La tarea del Estado no nos garantiza vivir en un mundo con relaciones
perfectas, pero el mal es menor debido a su arbitraje.
Debido a la naturaleza y diferencia existente entre la Iglesia y el
Estado, sus actividades deben restringirse a sus ámbitos
correspondientes. El Estado debería, en función de justicia, velar por
el bienestar de la Iglesia, y esta debe cooperar con el Estado en todo
cuanto no implique desobedecer el deber supremo para con Dios.
Otro principio fundamental que debe quedar claro es que la Iglesia,
a nivel organizacional, no debe participar en actos públicos
partidistas. Aunque tampoco puede ser indiferente al ambiente
político, como en los procesos electorales. En ese sentido, la Iglesia
está en el deber de crear conciencia electoral, a fin de que
individualmente cada creyente sufrague y participe
responsablemente.
Donner dice congruentemente respecto a esto:
La Iglesia debe ser el lugar de encuentro donde los cristianos
de diferentes partidos y opciones políticas pueden encontrarse
y unirse en alabanza a Dios, para juntos oír la Palabra de Dios.
Si la iglesia toma una posición partidista propia, esto ya no es
posible (2004, p. 122).
Respecto a los pastores-políticos. El pastor está llamado por Dios a
servir a la iglesia, y a ser el portavoz de ella, y puesto que la iglesia no
debe identificarse con acciones partidistas, el pastor no haría ningún
bien en considerar tal posibilidad. Donner afirma que “un pastor
tendría que dejar su vocación y ministerio para dejar bien claro que
no actúa en representación de la iglesia” (Donner, 2004, p. 123). Más
allá de ello, estaría siendo renuente a un llamado hecho por Dios
respecto al ministerio honorable que le ha sido asignado, al tiempo
que con o sin intención acaba comprometiendo la conciencia de los
creyentes para votar por él. De ese modo “aprovecha para fines
políticos el apoyo y respeto que uno se ha ganado como pastor y
convierte a la iglesia en un bloque electoral. Tal clientelismo cristiano
levanta preguntas éticas profundas” (Donner, 2004, p. 123).
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a un candidato en las elecciones? ¿Qué tipo de leyes e iniciativas debe
impulsar el cristiano? Respecto a estos temas necesitamos tener
perspectivas equilibradas.
Nyenhuis y Eckman (2002, pp. 267-268) citan a Robert Dugan, exdirector de
la National Association of Evangelicals [Asociación Nacional de Evangélicos],
quien sugiere cinco principios esenciales que deben guiar al cristiano al
momento de evaluar los candidatos y las leyes potenciales:
1. La preeminencia de la libertad religiosa. Cualquier candidato o
legislación que restrinja la práctica de la fe religiosa debe ser resistido
pacíficamente. El sistema democrático nos permite hacerlo.
2. La protección de la vida como sagrada. Los candidatos o la legislación
que traten la vida frívolamente, o que intenten destruirla (por ejemplo, el
aborto, la eutanasia, el infanticidio) deben ser resistidos y rechazados.
3. La provisión de justicia para todos. Los candidatos y la legislación deben
reflejar la preocupación de Dios por la justicia y la equidad. La lectura de
Amós da evidencia convincente de que Dios desea que el gobierno
promueva leyes que protegen a los pobres y a los desaventajados de la
explotación y la opresión.
4. La preservación de la familia tradicional. Una de las enseñanzas claras
de la Biblia es que la familia es una institución esencial para Dios. Por ello,
cualquier legislación que impacte a la familia en forma negativa, o que
promueva el matrimonio entre personas del mismo sexo, debe ser
rechazada.
5. La promoción de valores judeocristianos en la educación y en la
legislación. Por ejemplo, los valores de honestidad, integridad,
responsabilidad personal, y la rendición de cuentas pueden ser socavados
fácilmente por un líder que miente caprichosamente y muestra falta de
respeto por la ley. El fraude, el soborno y la corrupción que socavan la
confianza pública son terriblemente destructivos. La educación debe
reforzar los valores de los padres y no socavar su autoridad (Deuteronomio
6:1–10).
Los cristianos, por lo tanto, como sal y luz (Mateo 5:13–16), deben también
procurar el cambio justo en la cultura a través de su participación y apoyo
a iniciativas que salvaguarden principios saludables vía los procesos
políticos permitidos.
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V. ACTITUDES DEL CREYENTE FRENTE A UN GOBIERNO
DEMOCRÁTICO
Debido a que en la mayoría de los países se vive bajo regímenes
democráticos (lo que se ajusta a nuestra realidad), es importante que
hagamos estas cuatro consideraciones:
1. El cristiano debe votar. Según Cranfield, la omisión a votar significa
“abandonar la responsabilidad compartida para el mantenimiento de la
justicia del estado, y por lo tanto es un incumplimiento del deber cristiano”.
2. El cristiano debe mantenerse informado tan completamente y tan
exactamente como le sea posible acerca de asuntos políticos, sociales y
económicos. Esto requiere leer diligentemente periódicos y revistas
noticiosas, ver con criterio las noticias de televisión, y conversar acerca de
tales asuntos con amigos y colegas.
3. Debemos evaluar al gobierno, sus políticas y sus agentes, a la luz de la
revelación de Dios. La Biblia llega a ser el filtro a través del cual el cristiano
evalúa las acciones y las políticas del Estado; el creyente está dispuesto a
llamar al Estado a operar con justicia de acuerdo con la Palabra de Dios.
4. El cristiano debe trabajar por leyes justas, y oponerse a las políticas y las
decisiones que son injustas. En una democracia, esto involucra actividades
tales como trabajar por la elección de candidatos que apoyan la justicia, y
hacer llamas telefónicas o escribir cartas para apoyar una legislación que
refleje genuina justicia bíblica (Nyenhuis y Eckman, 2002, pp. 265-266).
Por estas y otras cuestiones más, que podrían surgir de una reflexión más
profunda sobre el tema, hará bien a los creyentes obedecer al mandato del
Señor que nos dice:
“Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al
rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados
para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien”.
1 Pedro 2:13-14
Esto, teniendo en consideración nuestra doble ciudadanía, en virtud de la
cual pertenecemos a ambos reinos.
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