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El Nuevo Testamento enseña claramente que el cristiano tiene un deber frente al estado.
Este es el punto central de la enseñanza de Jesús en Marcos 12.13-17 donde, cuando le
preguntaron sobre el pago de los impuestos a Roma, contestó, «Dad a César lo que es de
César, y a Dios lo que es de Dios». Obviamente tenemos una obligación con Dios y su
reino, pero también tenemos una obligación con el estado, porque él lo creó, y existe
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para cumplir su propósito.Este pasaje aclara que la obligación
13.1-7 cuando explica que el cristiano debe someterse al gobierno porque Dios lo
estableció. Ningún gobernador, presidente, primer ministro, o tirano tiene un poder que no
haya venido pri- mero de Dios (Daniel 4.17-25). En los versículos 3 y 4 de Roma- nos 13,
Pablo también plantea que el estado existe para adminis- trar justicia y castigar el mal. Esta
es la razón principal que Dios creó el gobierno en el principio (Génesis 9.5-7). Pablo
implica que esta función del estado conduce a la extensión del evangelio.
La razón final que el cristiano tiene un deber para con el estado se encuentra en 1 Timoteo
2.1-7. Aquí se le instruye al creyente a orar por las autoridades del gobierno, «para que
vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad» (v. 2). Como dice C. E. B.
Cranfield acerca de los versículos 3-7, «Se implica que Dios desea la presencia del estado
para promover la paz y la tranquili- dad entre los hombres, y que Dios desea esa paz y
tranquilidad porque de alguna manera ayudan a conducir a la salvación».
En segundo lugar, el creyente le debe obediencia al estado, a sus agentes, y a sus leyes
constitucionales (Tito 3.1; 1 Pedro 2.13- 17; Romanos 13.1-7). Jesús pagó el impuesto del
templo, y Pa- blo pidió disculpas por hablar sin respeto a un gobernador. Ade- más, el
nacimiento de Jesús ocurrió en Belén porque José era obediente a un gobierno opresivo que
exigía un edicto para co- brar impuestos. No obstante, el mandato del Nuevo Testamento no
es esclavizante ni absoluto; Pedro y Juan rehusaron obedecer la orden del Sanedrín de dejar
de predicar. Para ellos era claro: Obedecemos al estado hasta que sea un pecado obedecer al
estado. La desobediencia civil no solamente fue permitida por el Espíritu de Dios; fue
exigida (Hechos 4.19ss; 5.29). Si el gobier- no exige algo que Dios prohíbe, o si el gobierno
prohíbe algo que Dios manda, debemos desobedecer. Esa desobediencia no pue-
de involucrar la violencia o el vandalismo, acciones que contradi- cen la prudencia y el
orden civil.
Por lo tanto, la desobediencia nunca debe tomarse livianamente o con premura indebida.
Los cristianos tenemos una ley más alta que el gobierno humano. Pero Dios da a los
gobiernos humanos normalmente su sello de aprobación, y la desobediencia a sus
autoridades debe ser considerada con mucha precaución. Lynn Buzzard ofrece siete
preguntas que el creyente debe hacerse cuan- do considera la posibilidad de desobedecer al
estado:
1. ¿Cuán directamente y cuán inmediatamente contradice la po- lítica del gobierno una
enseñanza bíblica clara?
4. ¿La forma de desobediencia que se está considerando mos- trará consistencia moral,
y aumentará el respeto apropiado por la ley basada en principios y por una sociedad
moral?
5. ¿Hasta qué punto serán importantes estas acciones para man- tener mi integridad
como persona? ¿Hasta qué punto refleja- rán enojo y frustración personal en vez de
una respuesta ba- sada en un principio?
En tercer lugar, el creyente debe pagar impuestos (Marcos 12.13-17; Mateo 22.15-
22; Lucas 20.20-26; Romanos 13.6,7). Jesús enseña que el pago de impuestos es la
marca fundamen- tal de la obligación con el estado, sin importar su vacío moral y
ético. Esto está claro, porque tanto Jesús como Pablo estaban escribiendo acerca del
pago de impuestos en el imperio romano, un estado corrupto, malvado, y éticamente
repulsivo.
En cuarto lugar, el creyente debe orar por las autoridades (1 Timoteo 2.1ss.). Orar por tales
autoridades civiles es una parte esencial del deber, sea el oficial cristiano o pagano,
indiferente a la religión u opuesto a la religión, justo o injusto. Estoy frecuente- mente
frustrado con cristianos que critican a los oficiales del go- bierno constantemente, pero que
casi nunca oran por ellos. Dios puede utilizar la oración eficaz en las leyes del estado, o en
llevar a un oficial del gobierno a Jesucristo. La crítica constructiva, y el llamado a la
responsabilidad deben ser equilibrados con la ora- ción ferviente y perseverante.
El bien externo y limitado que puede lograr el poder políti- co no se debe confundir con el
bien interno e infinito producido por la gracia de Dios. Además, hay un peligro en lo que
Colson llama la «ilusión política», la noción de que todos los problemas humanos se
pueden resolver a través de las instituciones políticas. Es idolatría pensar esto, porque la
Biblia declara que la raíz de los problemas de la sociedad es espiritual. Lo que busca el
cristiano en el gobierno es justicia, no poder. Nuestra meta entonces es mover la cultura
hacia la justicia de la revelación de Dios. La obra de la transformación espiritual total es la
obra de Cristo; a través de la iglesia, no el estado.
principios esenciales que deben guiar al cristiano en evaluar los candidatos y leyes
potenciales:
Los cristianos, por lo tanto, como sal y luz (Mateo 5.13-16) deben tratar de efectuar el
cambio justo en la cultura a través del proceso político, no porque el reino de Dios haya
llegado al go- bierno, sino porque Dios espera que sirvamos y esperemos fiel- mente (1
Tesalonicenses 1.9,10).
Jesús se dirigía a la gente que estaba viviendo bajo una ocupación opresiva extranjera. Él
no propuso revolución política, sino revolución espiritual. Jesús exigía que buscaran la paz
en forma activa —yendo una milla extra— que podría convertir la opresión y el odio
vengativo en una nueva relación de servicio y reconciliación.
Jesús demostró el camino de la paz. Esto se ilustra en forma poderosa en su dicho, «Mi
reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para
que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (Juan 18.36).