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COSMOVISIÓN BÍBLICA

Lección 7
COSMOVISIÓN Y ECONOMÍA
Contenido
I. Enfoque bíblico de la economía
II. Enfoque sociológico de la economía
III. Rol, naturaleza y tragedia de la economía
IV. La redención de la economía
V. La mayordomía de la economía
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Respecto a la economía, la Biblia tiene mucho que decirnos. Aunque no es
un texto de economía, contiene principios económicos en abundancia.
Cerca de setecientos pasajes hablan de ella (de la economía), directa o
indirectamente. Llama la atención que en los Evangelios el mismo Señor
Jesús habla sobre la administración de las riquezas, incluso más que del
cielo o el infierno.
Mackey pregunta:
¿Por qué el Salvador pone tanto énfasis en lo que parece, a primera
vista, un asunto mundano y temporal? (2004, p. 319).
La respuesta está en las palabras del Señor cuando dice:
“Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro
corazón”. Mateo 6:21
Esto significa que la administración de nuestros asuntos económicos
diagnostica con precisión la verdadera orientación de nuestros corazones,
haciendo evidente si estamos enfocados en asuntos temporales o eternos.

I. ENFOQUE BÍBLICO DE LA ECONOMÍA


El concepto bíblico deriva de la palabra griega oikonomía, donde oikos
significa ‘casa, bienes o familia’; y nomía significa ‘cuidado, manejo,
atención’.
La idea general que se deriva de esto es que economía significa ‘la
administración o el cuidado de la casa de Dios por parte del hombre’
(Calderón, 1982). Tal casa no tiene que referirse exclusivamente a la iglesia,
sino también a este mundo físico por ser creación de Dios.

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II. ENFOQUE SOCIOLÓGICO DE LA ECONOMÍA
Acerca de su uso sociológico, Mackey (2004) afirma que muchos creen que
inició con el inglés Thomas Robert Malthus, quien escribió un ensayo
bastante pesimista de la economía, donde sostenía que el crecimiento
acelerado de la población daría como resultado el desabastecimiento y
escasez mundial. Y precisamente, todo principio económico desde
entonces se ha desarrollado en función de los conceptos de escasez,
producción y distribución.

III. ROL, NATURALEZA Y TRAGEDIA DE LA ECONOMÍA


La función de la economía ideal consiste en promover la producción, para
luego distribuirla equitativamente y, de ese modo, suplir la escasez
existente. Sin embargo, aquí surge la pregunta: ¿Cuándo empezó a existir
la escasez?
La Biblia nos da respuestas concretas a ello, y siguiendo el análisis acertado
de Mackey, señalaremos en dirección de los tres primeros capítulos de
Génesis. La Escritura nos dice que en el principio la escasez no existía. Esto
se debe a que existían tres elementos importantes que son:
Abundancia, cooperación y balance (Mackey, 2004, p. 322).
¿De qué trata cada uno de ellos? veamos:
1. Abundancia. El relato de Génesis nos dice que, si algo había en el
principio, era la abundancia de recursos. Esto lo sabemos por relatos como
el siguiente:
“Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que
está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da
semilla; os serán para comer”. Génesis 1:29
2. Cooperación. La abundancia estuvo bien acompañada de la cooperación,
primero entre el Creador y la criatura, y luego entre el hombre y la mujer.
En ese entonces, la cooperación hacía que no existiera la competencia, y en
consecuencia, no era parte del problema del hombre.
“Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré
ayuda idónea para él”. Génesis 2:18
3. Balance. Todo en tal estado primigenio era de absoluto balance. “La luz
y la oscuridad, tierra y agua, plantas y animales, animales y humanos,
hombre y mujer [...]” (Mackey, 2004, p. 323). No existían las altas y bajas,
preocupaciones por alguna irregularidad o cambios que pudieran afectar
tal armonía. Pero todo esto se perdió con la caída. Toda armonía y

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sincronización bella que existía fue dramáticamente alterada y afectada por
el pecado. Las consecuencias que el hombre sufriría fueron
elocuentemente expresadas en la sentencia divina:
“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y
comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él;
maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos
los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas
del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que
vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y
al polvo volverás”. Génesis 3:17-19
La caída trajo como consecuencia una alteración completa en todo el
sistema de la creación, al punto de que la abundancia se hizo escasez, la
cooperación degeneró en competencia, y el balance en desequilibrio. Y son
esos elementos los que han hecho de la economía una esfera difícil de
tratar: escasez, competencia y desequilibrio. De manera gráfica, podemos
representar las consecuencias de la caída sobre la economía:

Solo para concluir con esta parte, hay quienes han sugerido erróneamente
que la escasez se debe al excesivo crecimiento demográfico en el planeta.
Uno de ellos fue Robert Thomas Malthus (1766-1864) en su Ensayo sobre el
principio de población y cómo afecta el futuro mejoramiento de la sociedad,
escrito en el 1798. Pero tales cálculos fallaron, ya que Malthus no contó con
que el hombre unos años después encontraría una gran aliada en la
tecnología, recurso que potenciaría el crecimiento productivo (Mackey,
2004).
Las estadísticas de producción dicen que, en promedio, cada persona
produce más de lo que consume en el curso de su vida. De manera que el
crecimiento poblacional no es la causa de escasez, sino la pereza o la
ineficiente distribución de recursos (Miller, 2001). ¿Qué soluciones plantea
la cosmovisión bíblica para este problema? Esta pregunta nos lleva al cuarto
punto.

IV. LA REDENCIÓN DE LA ECONOMÍA

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Ya hemos conocido que la redención obrada por Dios a través de Jesucristo
incluye la redención de todas las cosas y del mismo orden creado. Esto
significa que, en la consumación de los tiempos, que es hacia donde nos
dirigimos, la escasez, la competencia, el desbalance y la desigualdad
dejarán de ser un problema. Pero la espera de tal restablecimiento no es
para el creyente una clase de espera pasiva, sino activa. Dios ha regenerado
al individuo a través de Su Espíritu y Su Palabra, de modo que ahora trabaje
y coopere en la redención de todas las cosas, incluyendo la economía.
Por ello, debemos tener en cuenta las siguientes consideraciones:
a) Trabajo. Vivir en un mundo caído implica vivir en muchos casos con
necesidades. Dios muestra a las hormigas como ejemplos de ello:
“Ve a la hormiga [...] y sé sabio;
La cual no teniendo capitán,
Ni gobernador, ni señor,
Prepara en el verano su comida,
Y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento”.
Proverbios 6:6-8
La hormiga es el ejemplo de laboriosidad, planificación, automotivación y
precaución. (Mackey, 2004).
El apóstol Pablo sugiere que el trabajo es el medio para satisfacer las
necesidades y tener lo necesario compartir con aquellos que la padecen:
“El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos
lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece
necesidad”. Efesios 4:28
“Y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios,
y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado,
afín de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no
tengáis necesidad de nada”. 1 Tesalonicenses 4:11-12
Bajo condiciones normales, la escasez es el problema, y el trabajo honesto
la solución. (Mackey, 2004, p. 327). La solución bíblica a la escasez no está
en programas sociales que distribuyan riquezas entre las clases necesitadas,
sino en el abandono de la necedad y el esfuerzo humano. Al mismo tiempo,
la Biblia atribuye la pobreza, en la mayoría de los casos, al ocio (véase
Proverbios 24:30-34).
b) Ahorro. Increíblemente, debemos volver al ejemplo de la hormiga, de
quien la Biblia dice:

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Las hormigas, pueblo no fuerte, y en el verano preparan su comida
(Proverbios 30:25).
Sin mucha ciencia pero con instinto, estos pequeños insectos almacenan su
alimento en el verano. Lo mismo se dice de José en Egipto (Léase Génesis
41). O cuando Salomón se refiere al hombre sabio, de quien dice:
“Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio;
Mas el hombre insensato todo lo disipa”.
Proverbios 21:20
La Escritura hace gran énfasis en la necesidad de un plan de ahorros, lo que
significa que es sabio prepararse para el futuro o imprevistos que pudieran
surgir en un mundo caído.
Miller dice respecto a esto que “el futuro demanda sacrificio, abnegación,
postergaciones de gratificaciones personales. Aquellos que solo viven para
hoy tienen buenas probabilidades de ser pobres mañana. El lema del
hedonista es: comamos, bebamos y alegrémonos y mañana seremos
pobres” (2001, p. 242).
También es necesario resaltar el hecho de que el creyente debe en esa
misma medida, y aún con mayor interés, “ahorrar o atesorar” para la
eternidad.
Las palabras del Señor al respecto deben ser suficientes para motivarnos en
ese sentido:
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en
el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no
minan ni hurtan”. Mateo 6:20
Pablo acota el mismo mandato:
“A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la
esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios
vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las
disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras,
dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo
por venir”. 1 Timoteo 6:17-19
c) Dar. Alguno podría decir que este punto no está bien sugerido. Pero lo
cierto es que “dar” ayuda a aliviar la escasez que otros experimentan. Jesús
dijo:

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“Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando
darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que
medís, os volverán a medir”. Lucas 6:38
La Iglesia en la era apostólica tenía por costumbre dar el primer día de la
semana (1 Corintios 16:1-4); esto para sustentar la obra de la Iglesia, las
necesidades de los desposeídos (Gálatas 6:10; Efesios 4:28; Proverbios
14:21; 1 Juan 3:17) y otros fines similares.
De hecho, Pablo recoge uno de los dichos de Jesús para afianzar y estimular
el espíritu de generosidad de los hermanos de Éfeso en su despedida de
ellos:
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los
necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más
bienaventurado es dar que recibir”. Hechos 20:35
Por ello, con mucho acierto, propone Miller (2001, p. 245): “Un ser humano
que no da no se parece a Dios; porque Dios es el Dador por excelencia”.
¿Cuánto y cómo debiéramos dar?
En este caso, ser generosos no es suficiente, también se requiere tener
discernimiento. El apóstol Pablo, escribiéndole a Timoteo respecto a este
tema, se refirió de la siguiente manera:
“Honra a las viudas que en verdad lo son. Pero si alguna viuda tiene
hijos, o nietos, aprendan éstos primero a ser piadosos para con su
propia familia, y a recompensar a sus padres; porque esto es lo bueno
y agradable delante de Dios”. 1 Timoteo 5:3-4
Una forma sabia de discernir en este sentido es sugerida por Miller (2001)
de la siguiente manera:
 Los pobres dignos de ayuda. En esta categoría caben las viudas
ancianas, huérfanos, discapacitados, enfermos. Pertenecen al grupo
de personas que debido a sus limitaciones necesitan de nuestra
ayuda.
 Los trabajadores pobres. Este grupo de personas trabajan y tienen la
disposición de hacerlo, pero requieren de algún tipo de ayuda. La
pésima remuneración que perciben por su trabajo puede hacer que
requieran de nuestra asistencia, o el tener una familia numerosa,
entre otros agravantes.
 Los pobres que no merecen ayuda. Son personas con capacidades
para desarrollar un trabajo y generar producción, pero no lo hacen.

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Tales personas merecen nuestra amonestación hecha con amor, mas
no merecen apoyo financiero. Brindarles ayuda y ocuparnos de sus
necesidades sería una forma de perpetuar su pobreza y apoyar su
necedad. La mejor forma de ayudarlos es a través de la asistencia
emocional y espiritual.
En todos estos casos, el creyente siempre está comprometido en dar a los
necesitados, sea a través de recursos que satisfagan sus necesidades, o de
la orientación y amonestación a los negligentes y perezosos.
Asimismo, Miller (2001) menciona que el deber de dar comienza por
nuestro círculo más personal. En ese sentido, tendríamos que:
 En el nivel más personal está nuestra familia más cercana. El apóstol
Pablo dijo que el que no provee para su familia es peor que los
incrédulos (1 Timoteo 5:8).
 En un segundo nivel está el dar a través de instituciones benéficas,
tales como las iglesias, organizaciones cívicas, y otras similares que
generalmente se hacen en nuestra comunidad próxima.
 En un tercer nivel, participamos en el dar a través del pago de
nuestros impuestos al estado, este a su vez, destina parte de esos
ingresos a programas sociales que puedan alcanzar un radio mucho
más amplio.
Para no olvidar estos principios, citaremos el lema popularizado por el
famoso evangelista y reformador social de Inglaterra, Juan Wesley, que
decía:
¡Trabaja tanto como puedas, ahorra tanto como puedas, da tanto como
puedas! (Miller, 2001, p. 236).
Se ha dicho que esta frase resume las bases del sistema capitalista. Trabajo
es la formación del capital; ahorro, la acumulación del capital; dar, la
inversión del capital. Sin embargo, no debe creerse que las motivaciones de
la ética cristiana y el capitalismo tienen las mismas razones. El capitalismo
tiene como objetivo final el bienestar y la riqueza material personal; la ética
económica cristiana tiene como objetivo glorificar a Dios y buscar el
bienestar del prójimo a través de una correcta administración de la creación
(Miller, 2001).

V. LA MAYORDOMÍA DE LA ECONOMÍA
Además de lo ya mencionado, el cristiano como administrador debe tener
cuidado en ejercer su mayordomía con toda responsabilidad sobre todo

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aquello que le ha sido confiado, toda vez que nada le pertenece en última
instancia. Para consolidar esto, veamos algunas afirmaciones:
a) Entender que todo es de Dios
Como dice el salmista:
“De Jehová es la tierra y su plenitud;
El mundo, y los que en él habitan”.
Salmos 24:1
Y no solo la creación, sino también nuestro tiempo, nuestra vida, nuestras
capacidades, y todo lo que podemos poseer, por lo que se nos exhorta:
“Acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las
riquezas”. Deuteronomio 8:18
b) El contentamiento es mayor que las riquezas
Ante la avasalladora ola del falso “evangelio” de la prosperidad, que hace
de la avaricia y el amor al dinero sus principales ofertas de vida a sus
oyentes, el apóstol Pablo advierte al joven pastor Timoteo diciendo:
“Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”.
1 Timoteo 6:5
Mackey (2004, p. 334) afirma que esta expresión apostólica se resume bien
de la siguiente manera.
Muchos cristianos creen que:

Pero la Biblia enseña que:

Y tal verdad tiene en Pablo la perfecta correspondencia cuando, escribiendo


a los Filipenses, dice:
“He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé
vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy
enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para
tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:11-13
c) Usar lo temporal para glorificar a Dios y extender Su Reino en el mundo

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Como afirma Miller (2001, p. 240):
Somos soldados de Dios; reclamamos territorio para nuestro Rey.
Somos sus heraldos; anunciamos que su Reino está cerca.
La razón por la que Dios nos bendice no es principalmente para mejorar
nuestro estatus social sobre la tierra, sino para promover la gloria de Dios
entre los hombres. Las riquezas y otros bienes materiales perecerán el día
de la muerte, no dispondremos más de ellas, excepto las inversiones que
hicimos con ellas estando en vida.
d) Actitud de equilibrio
El cristiano, debido a su nueva naturaleza y las promesas gloriosas que el
Señor ha dado, no ve a las riquezas como su fuente de felicidad y un fin de
realización en sí misma. Tal perspectiva le provee un sentimiento de
equilibrio perfecto, el que se describe hermosamente en la célebre oración
de Agur:
“Dos cosas te he demandado;
No me las niegues antes que muera:
Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí;
No me des pobreza ni riquezas;
Mantenme del pan necesario;
No sea que me sacie, y te niegue, y diga:
¿Quién es Jehová?
O que siendo pobre, hurte,
Y blasfeme el nombre de mi Dios”.
Proverbios 30:7-9
Un pensamiento final aportado por Mackey (2004, p. 335) tiene que ver con
una lista de cosas que tienen más valor que el oro, es decir las riquezas de
este mundo. Veamos:
 El alma de las personas (Mateo 16:26)
 La justicia (Proverbios 16:8)
 La sabiduría y el entendimiento (Proverbios 16:16)
 Un buen nombre (Proverbios 22:1)
 La ley del Señor (Salmos 19:9-10)
 La integridad (Proverbios 19:1)
 Una esposa excelente (Proverbios 31:10)
 Hijos (Salmos 127:3-5)
 Conocer a Cristo (Filipenses 3:7-9)
 Conocer a Dios (Jeremías 9:2)

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Oremos para que Dios abra nuestros ojos y extirpe de nuestros corazones
todo apego desmedido y enfermizo a los bienes materiales. Porque, como
bien dice Pablo, nuestra nueva naturaleza demanda de nosotros. Amén.

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