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Modelos históricos de relación entre

Comunidad Cristiana y Comunidad Civil

• El tema de la participación ciudadana de las iglesias


evangélicas, esto es, de los hombres y mujeres que las
integran, tiene que ver con la pregunta por las
relaciones entre Iglesia y Sociedad, o entre la
comunidad cristiana y la comunidad civil.
• A lo largo de la historia del cristianismo y de su
hermano mayor, el pueblo de Israel, tal pregunta se ha
planteado y se ha respondido de diferentes maneras
• La verdad es que durante la
historia antigua del pueblo de
Israel, que se narra en la Biblia
Judía, nuestro Antiguo
Testamento, esta pregunta ni
siquiera se planteaba, porque
las fronteras de la comunidad Comunidad religiosa
religiosa coincidían y comunidad política

exactamente con las fronteras


de la comunidad política. La
ley divina y la ley del estado
eran la misma cosa. Por lo
tanto, ser un buen judío
(desde el punto de vista
religioso) y un buen ciudadano,
era también una misma cosa.
Cuando los seguidores de Jesús
crucificado comenzaron a proclamar su
resurrección, y afirmar que él era el
Cristo, el Mesías esperado, recibieron
el nombre de cristianos (Hechos
11:26), y ellos mismos comenzaron a
llamarse la Iglesia (asamblea) de Cristo.
Desde entonces, la Iglesia emergió
como una comunidad distinta, es decir,
separada del pueblo de Israel. Por lo
tanto, en el caso de la naciente Iglesia,
ya no existía la antigua identidad o
coincidencia entre la comunidad
religiosa y la comunidad política. Por
otra parte, los cristianos entendieron
que su mensaje era para todas las
gentes y para todas naciones. Así, la
Iglesia traspasó las fronteras de Israel y
comenzó a extenderse a las naciones
vecinas, de manera que muy pronto
hubo iglesias locales en las principales
ciudades del Imperio Romano.
• En estas nuevas circunstancias, cuando
ya no era lo mismo ser cristiano y ser
ciudadano de las diversas naciones por
las que se había esparcido la Iglesia,
surgió por primera vez la pregunta:
¿Tienen los miembros de la Iglesia
obligaciones ciudadanas? ¿o al ser
ciudadanos del Reino de Dios, los
cristianos ya no tienen nada que ver con
los reinos de este mundo?

• Sin lugar a dudas, hubo cristianos que


pensaron que ya no tenían obligaciones
ciudadanas. Cristo volvería tan pronto,
que ya no valía la pena preocuparse por
los asuntos de este mundo, ni someterse
a las leyes civiles. Entendiendo a su
modo la frase “mi Reino no es de este
mundo” (Juan 18:36), ellos pensaban
que la Iglesia no puede tener relación
alguna con la sociedad. La Iglesia está
fuera del mundo.
Pero la enseñanza de los apóstoles, y los
recuerdos que tenían de las enseñanzas
de Jesús, apuntaban a una respuesta
diferente ante estas nuevas preguntas.
Jesús había orado, “no te pido que los
saques del mundo, sino que los libres del
mal” (Juan 17:15), y había enseñado que
había que “dar al Cesar lo que es del
Cesar” (Marcos 12:13-17). En la misma
línea, los apóstoles enseñaron que los
cristianos debían reconocer la existencia
de las autoridades civiles como expresión
del propósito de Dios y, en consecuencia,
cumplir con sus responsabilidades
ciudadanas (Romanos 13:1-7). Por lo
tanto, aunque ya no hubiera identidad
entre la comunidad cristiana y la
comunidad civil, los cristianos y sus
iglesias locales estaban llamados a vivir
en el mundo, en la sociedad, como la
levadura que leuda la masa (Mateo
13:33), aunque fueran una minoría
frecuentemente perseguida.
Las cosas cambiaron nuevamente,
cuando durante el siglo IV las
autoridades romanas descubrieron que
la Iglesia, que a pesar de la
persecución había seguido creciendo y
manteniendo su unidad por encima de
las fronteras, podría ser de gran ayuda
para mantener la unidad amenazada
del imperio. Así se inició un proceso,
impulsado principalmente por el
emperador Constantino, mediante el
cuál la Iglesia paso de ser una religión
perseguida a ser una religión tolerada,
más tarde a ser una religión oficial y
finalmente, a ser la religión Busto del emperador
obligatoria. Constantino
Así surgió la llamada
“cristiandad”, en la que se
reprodujo una situación
parecida a la del antiguo
Israel, esto es, de completa
identidad entre la comunidad
religiosa y la comunidad civil.
En este contexto era
prácticamente lo mismo ser
cristiano que ser ciudadano. En
la “cristiandad”, el poder
religioso y el poder civil
mantienen una estrecha
relación de legitimación
mutua.
En la parte occidental del
imperio, antecedente de la así
llamada “sociedad cristiana
occidental”, después de la
caída a Roma a causa de las
sucesivas invasiones de los
pueblos “bárbaros”, el poder
político del imperio se debilitó
tanto, que la autoridad
eclesiástica romana se
transformó efectivamente en
el elemento unificador del
imperio. Por esta razón, el
poder eclesiástico, es decir, el
papado, en muchos periodos
fue capaz de subordinar al
poder político.
Con la reforma del siglo XVI, el cristianismo occidental, es decir, el
catolicismo romano, perdió su unidad, al mismo tiempo que se
iniciaba el proceso de formación de las naciones modernas. Sin
embargo, esto no significó una ruptura de las estrechas relaciones
entre Iglesia y Estado. Para reestablecer la paz tras las guerras que se
produjeron como efecto del movimiento de reforma, se firmó un
acuerdo que establecía que cada pueblo tendría la religión de su rey.
Por lo tanto, dentro de cada nación se mantuvieron las estrechas
relaciones entre Iglesia y Estado, y siguió siendo lo mismo ser
cristiano (ahora protestante o católico, dependiendo de la nación) y
ciudadano.
Pero de todas maneras el pensamiento
de los reformadores, especialmente en
el caso de Martín Lutero, representó
algunos cambios significativos en la
manera de entender las relaciones entre
la Iglesia y el Estado. Según Lutero, para
llevar a cabo sus propósitos para con la
humanidad, Dios estableció dos
“regímenes” o modos de gobierno:
Martín Lutero
• El régimen civil, cuyo medio es la espada
(es decir, el uso de la fuerza o la DIOS
coerción), con el fin de contener a los
malos y hacer posible una vida
medianamente pacífica en el mundo Régimen
civil
Régimen
espiritual
presente; y
• El régimen espiritual, cuyo medio es la
Palabra de Dios (la predicación basada en
las Escrituras), con el fin de comunicar la
gracia redentora de Dios que hace
posible la salvación eterna de los seres
humanos.
Ambos regímenes son (relativamente) autónomos y reciben su
legitimación directamente de Dios, por lo tanto, no necesitan
recurrir a la legitimación o “bendición” del otro. Todos los seres
humanos están bajo la autoridad de ambos regímenes, en lo que se
refiere a las misiones específicas de cada uno. Las relaciones entre
ambos son de complementariedad: por ejemplo, la paz o el orden
que se obtiene mediante el régimen civil, facilita las condiciones
para que el régimen espiritual cumpla su propia misión, y vise-
versa. Pero uno no puede, o más bien, no debe invadir el campo
propio del otro.

En la enseñanza y práctica de Juan


Calvino, en cambio, se mantuvo la
idea de cierta superioridad de la
comunidad religiosa como modelo
de la sociedad civil. La diferencia
con la cristiandad medieval, es que
ahora se trata de un modelo
democrático de organización
eclesial
Juan Calvino
Quienes dieron el paso romper la idea de
cristiandad, anticipando de alguna manera la
situación moderna, fueron los movimientos
más radicales de la reforma, llamados
generalmente “anabautistas”. De estos
movimientos, el que perdura hasta nuestros
días, es el “menonita”. Para estos
movimientos, la Iglesia es siempre y
necesariamente una comunidad voluntaria,
razón por la cuál rechazan el bautismo de
párvulos y defienden el bautismo de
creyentes. Y si la Iglesia es una comunidad Menno Simmons
voluntaria, entonces no puede ser lo mismo
ser cristiano que ser ciudadano. De allí que
postulen la completa separación entre la
Iglesia y el Estado.
En todo esto, los reformados radicales creían que estaban
retomando el modelo del Nuevo Testamento, es decir, de la Iglesia
Apostólica. Sin embargo, por una serie de circunstancias históricas,
entre otras, la constante persecución que sufrieron estas
comunidades, su visión se radicalizó tanto que llegaron a concebir
la Iglesia como algo completamente separado de la sociedad. Los
menonitas llegaron a transformar a la Iglesia en una sociedad
separada.
Evangélicos y Sociedad en Chile
• Si miramos hacia atrás, podría decirse que el XIX fue el siglo de los
pioneros de la presencia evangélica en Chile. Aunque desde el punto
de vista estadístico la presencia evangélica era absolutamente
insignificante, los pioneros de entonces abrieron el camino para lo
que ocurriría en el siglo XX. Por eso resulta pertinente recordar algo
de la visión que estos pioneros tuvieron acerca de la forma y el
sentido de la presencia evangélica en Chile. Para ser breve, destaco
solamente un aspecto de esta visión:
• Los pioneros imaginaron un pueblo evangélico bastante involucrado
en la construcción de nuestra joven República. Ellos se vieron a sí
mismos a la vez como reformadores religiosos y reformadores
sociales. Es decir, creían que la justificación de las misiones
protestantes en Chile se encontraba tanto en la necesidad de que
las personas tengan la oportunidad de un encuentro personal con
Cristo, como en la necesidad de que la vida social, económica,
cultural y política del país pueda arraigarse en los principios
democráticos y libertarios derivados de la reforma protestante. La
expresión “Chile para Cristo”, que ya encontramos en documentos
del siglo XIX, tenía entonces esta doble significación.
• Por ejemplo, el Rev. David Trumbull
escribió: “Sabido es que la sociedad
religiosa modela a la sociedad civil,
que según sea la religión del hombre,
así será su vida pública y privada
[...]. La Reforma, al contribuir el
arraigo de los principios democráticos
y libertarios en la política, como el
trabajo, industria e instrucción en la
economía, está indisolublemente
ligada a ellas. Por lo que, si una
nación adopta estos principios sin
antes haber efectuado una reforma
religiosa, no podrá mantenerlos por
mucho tiempo, ya que la religión
tiene una íntima relación con la
política, como tiene también con los
negocios, la sociedad y los hogares.”
El XX fue el siglo en que las iglesias evangélicas
lograron arraigar su presencia en Chile. Si el
censo de 1907 arrojó una población protestante
de apenas 1%, la mayoría de la cual
correspondía a inmigrantes, el último censo, el
de 2002, arrojó una población evangélica y
protestante de 15,15%. ¿Hasta que punto la
presencia evangélica en la sociedad chilena que
se configuró a lo largo del siglo XX corresponde
a la visión que tuvieron los pioneros? Parece
bastante evidente que la historia se desarrolló
por caminos bastante diferentes a los que
imaginaron los pioneros.
Por una parte, las iglesias evangélicas, en su expresión
mayoritaria, asumieron como propia solamente una
dimensión de la visión de “Chile para Cristo”, aquella
que se orientaba a la promoción del encuentro personal
con Cristo, e indirectamente, al crecimiento de las
propias iglesias. Aquella otra dimensión, orientada a
compenetrar la vida social, económica, cultural y
política con los principios del Evangelio y la Reforma,
se consideró como algo completamente ajeno a la
preocupación y responsabilidad de las iglesias. Cuanto
de esto se debió a motivos teológicos, a debilidades
institucionales, o a una condición de minoría
socialmente discriminada, es todavía materia de
estudio y debate.
Por otra parte, el mundo evangélico chileno pronto manifestó una
tendencia bastante pronunciada hacia la división y la fragmentación.
En parte esto se debió a que los propios misioneros no pudieron
evitar transplantar a nuestro país el denominacionalismo
norteamericano. A la hora de organizar las jóvenes iglesias cada
misionero reprodujo su tradición de origen. Pero además, el
divisionismo parece haberse agudizado debido a factores culturales
locales, relacionados con los estilos de liderazgo y la cultura
organizacional.

Rudolf Philippi William Taylor Willis Hoover


Allen Gardiner Iglesia Luterana Iglesia Metodista Avivamiento
Iglesia Anglicana Pentecostal
• Sin embargo, algunos acontecimientos y cambios de las últimas
décadas del siglo XX comenzaron a preparar el camino para una
nueva actitud en los albores del nuevo siglo.
• Aunque la interpretación del comportamiento de las iglesias
evangélicas bajo el régimen militar puede ser objeto de
interminable debate, tal vez en un aspecto podemos estar todos
de acuerdo, a saber, que en ese conflictivo período de nuestra
historia el mundo evangélico alcanzó una visibilidad pública sin
precedentes. Tanto la sociedad política como los medios de
comunicación tomaron nota de la significación de la presencia
evangélica en Chile. La conciencia de que el mundo evangélico
comenzaba a ser reconocido como un actor relativamente
relevante – aunque bastante heterogéneo - para la sociedad Chile,
necesariamente significó que el liderazgo de las iglesias, y
especialmente de los organismos interdenominacionales,
comenzara a hacerse nuevas preguntas acerca del papel de las
iglesias evangélicas en la sociedad chilena.
Esta nueva visibilidad social del mundo evangélico facilitó que, una
vez iniciado el proceso de transición a la democracia, distintos
sectores de la clase política manifestaran una nueva disposición
para enfrentar el problema de la desigualdad jurídica entre la
iglesia mayoritaria y las demás iglesias y organizaciones religiosas.
Así se inició el largo y complejo proceso que culminó en Octubre
de 1999 con la promulgación de la Ley Nº 19.638, que establece las
“Normas sobre la Constitución Jurídica de las Iglesias y
Organizaciones Religiosas”. Más allá de las implicaciones jurídicas
concretas de esta Ley, su discusión, aprobación y promulgación
implicó un compromiso por parte de las autoridades públicas de
vigilar que en las prácticas de todos los ámbitos del aparato estatal
se respete la igualdad religiosa. Por su parte, el liderazgo
evangélico no tardó en darse cuenta que este cambio implicaba a
la vez nuevas y desafiantes responsabilidades para las iglesias
evangélicas frente a la sociedad chilena.
Otro cambio importante, pero que los evangélicos tendemos a
minimizar, es el ocurrido en la Iglesia Católica. El Concilio Vaticano
II, celebrado entre 1962 y 1965, señaló la apertura de la Iglesia
Católica Romana al movimiento ecuménico, y el inicio de un
cambio de actitud hacia las iglesias derivadas de la reforma
protestante. Si las posiciones oficiales de la Iglesia Católica sobre
el ecumenismo se mantuvieron y aun se profundizaron durante el
pontificado de Juan Pablo II, un Papa más bien conservador, quiere
decir que estamos frente a un proceso irreversible. Y aunque los
evangélicos nos molestamos mucho por ciertas afirmaciones de la
carta Dominus Iesus, redactada por el entonces Cardenal
Ratzinger, actual papa Benedicto XVI (documento que fue
recientemente reafirmado mediante un breve texto eclesiológico),
no debemos olvidar que gran parte de nuestro pueblo evangélico
sigue considerando a la Iglesia Católica Romana como la “gran
ramera”. Lo se quiere decir es que sin estos cambios en el
magisterio de la Iglesia Católica, habría sido mucho más difícil que
se lograran los cambios alcanzados en la legislación chilena. No
olvidemos que la mayoría de quienes votaron a favor de la llamada
“ley de cultos” son laicos católicos
• Todo esto implica que los evangélicos estamos encarando el inicio
del siglo XXI con un nuevo sentido de responsabilidad por la
sociedad en su conjunto, que de algún modo evoca o rescata la
visión que tenían los pioneros del siglo XIX. Si durante la mayor
parte del siglo XX los evangélicos nos sentimos como simples
peregrinos en esta tierra llamada Chile, todo indica que queremos
enfrentar el siglo XXI como ciudadanos plenos.

• Es importante notar que esta nueva actitud no es propia sólo de


determinados líderes o de una cierta elite evangélica, sino que
traspasa a amplios sectores de base de nuestro diverso mundo
evangélico. Esta nueva tendencia a asumir la sociedad ya no tanto
como un mundo ajeno y amenazante, sino como un campo de
responsabilidad, se expresa en diversos grados en lo que podríamos
describir como el redescubrimiento del ministerio del servicio; en
una nueva relación con la cultura nacional; y en un nuevo interés
por la participación política.

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