Helena estaba atravesando un mal momento: su prometido la había
abandonado y acababa de perder su empleo. Por eso se alegró cuando consiguió aquel trabajo temporal. Sin embargo, llevar dos niños a Grecia para que se reunieran con su abuelo, resultó ser más complicado de lo que había previsto. Allí tuvo que enfrentarse a la desconfianza de Marcos Mavroleon, el nieto mayor del anciano, quien veía en esta inesperada visita una motivación económica. Pero el primer rechazo fue transformado en atracción, y Helena llegó a enamorarse de él... hasta que se topó con las antiguas tradiciones griegas.
ERA realmente feliz —dijo Lena Thomas con desconcierto y aflicción,
mientras iba y venía por la sala de estar de su apartamento, en Londres—. Tenía un empleo estupendo, una familia estupenda y o al menos eso creía, un hombre estupendo —de pronto le tembló el labio inferior, sus ojos azules reflejaban una inmensa tristeza—. Petros y yo parecíamos compartir muchas cosas, no sólo nuestro trabajo, sino también nuestro tiempo libre. Casi nunca nos peleábamos. ¿En qué fallamos, Sally? — preguntó, suplicante, a su amiga, que se encogió de hombros. -Ojalá lo supiera. ¡Lo siento tanto! —acurrucada en uno de los cómodos sillones, Sally suspiró con expresión compasiva. No era muy corriente que Lena le pidiera opinión, y hasta ese momento, había envidiado de algún modo a su amiga—. Es una verdadera lástima que hayas decidido presentar tu dimisión. Pero con tu formación no creo que tengas ningún problema para conseguir otro empleo. Además, todavía cuentas con tus padres, que son maravillosos —concluyó, intentando consolar a Lena. -¿Pero durante cuánto tiempo más? —preguntó Lena con pesimismo. —Apuesto a que el viejo Domenicos no está muy satisfecho con su sobrino nieto —se aventuró a decir Sally. Le encantaban los chismes y deseaba conocer todos los detalles de la situación—. No le gustará perderte. Siempre dice que eres la mejor agente de ventas que ha tenido su empresa. Lena era una mujer astuta. Su deseo de tener éxito y su energía hicieron que llegara a ocupar un puesto de confianza en la empresa naviera griega, con sede en Londres, Theodopoulos y Theodopoulos, que dirigía una gran flota. Con su baja estatura, su largo pelo rubio, y su tremendo atractivo, resultaba difícil imaginarse a Lena como una dinámica ejecutiva. Pero, a lo largo de los años, Sally la había visto en acción, haciendo preguntas y ofreciendo respuestas sobre compañías petrolíferas y de transporte. Siempre había sido una empleada eficiente. Durante los cinco años anteriores, el trabajo de Lena se había centrado en realizar propuestas, transacciones y contratos. Las noticias sobre las actividades de la empresa griega merecían ocupar las primeras páginas de los periódicos. A Domenicos Theodopoulos le gustaba enterarse de importantes transacciones comerciales antes de que concluyeran, de nuevas técnicas de financiación y avances técnicos antes de que fueran perfeccionados, de situaciones políticas antes de que surgieran. Dedicado por completo a los negocios, nunca se había casado y Petros, su sobrino nieto, era su socio sucesor. Así que gracias al ser novia de Petros Theodopoulos Lena había conseguido entrar en el mundo dorado de las fiestas, que a su jefe le encantaban. Las fiestas eran un medio para conseguir un fin, por supuesto. En ellas se hablaba de barcos y más barcos, de grandes golpes maestros, de matrimonios ventajosos, que en realidad eran fusiones de empresas. Era un mundo en el que los tesoros artísticos, los caballos de carreras y los bienes raíces eran tema de conversación y se coleccionaban con tanta avidez como los barcos. Era un mundo divertido y fascinante. De modo que ahora que Lena no iba a casarse con el joven Theodopoulos, había perdido algo más que su carrera. —Supongo que podrías pedirle a Domenicos que te volviera a dar empleo —le sugirió Sally—, ya que significaba tanto para ti. Podrías decirle que has cambiado de idea. —No —dijo Lena y dejó de pasearse por la habitación un momento; movió la cabeza—. Ya tiene a la persona que va a sustituirme. Además no querría recuperar mi empleo, aunque Petros no fuera a estar allí —se estremeció—. Sería muy humillante. Como todo el mundo sabe lo que ha ocurrido, se compadecerían de mí. Tengo que escapar donde nadie me conozca. Venderé este apartamento. —Te echaré de menos. ¡Oh, sería capaz de matar a Petros Theodopoulos por lo que te ha hecho! —exclamó Sally, furiosa. Por mucho que en el pasado hubiera envidiado a su amiga, odiaba verla así en ese momento, desanimada y derrotada. De las dos amigas, Lena había sido siempre la de carácter fuerte, a quien Sally recurría en busca de ayuda y consejo cuando, como tantas veces ocurría, se encontraba en una situación difícil. Fue Lena quien, hacía tres años, le consiguió a Sally su actual puesto de secretaria en la compañía naviera griega. Habían sido amigas desde la época del colegio. Las dos eran del mismo pueblo de Essex. Lena era hija de un próspero granjero y el padre de Sally tenía una tienda de ultramarinos en el pueblo. Los padres de Lena le pagaron los estudios en un prestigioso colegio para chicas. Sally, por su parte, consiguió una beca, aunque con muchas dificultades y le costó mucho esfuerzo aprobar los exámenes. En cambio, Lena los aprobó sin ningún problema y terminó con matrícula de honor la carrera de económicas. Hija única de padres entrados en años, Lena lograba llevar a cabo todo lo que emprendía. Sin embargo, era muy modesta. —No son los títulos lo que cuentan —solía decirle a su amiga—Es el deseo de hacer cosas, de querer llegar a la cima —a pesar de sus palabras, su ambición no iba a conducirla a ninguna parte en ese momento de su vida. —¡Maldito Petros! —murmuró Sally, refunfuñando. —Supongo que en realidad no es culpa suya —a pesar de la aflicción que sentía, Lena se esforzaba por ser justa. Dejó de andar y se desplomó en el otro sillón, desalentada por completo—. Supongo que no pudo evitar enamorarse de otra mujer. Podría haberle sucedido a cualquiera. —Sin embargo, no te sucedió a ti, ¿verdad? —preguntó Sally, todavía indignada—. Y Dios sabe que tuviste suficientes oportunidades. Los hombres te perseguían como locos. Pero tú le eras fiel a Petros. —Lo quería —dijo Lena. Tragó saliva con dificultad. Desde que su prometido le dio la terrible noticia, dos días antes, había estado aturdida y una sensación de irrealidad se había apoderado de ella. Pero al hablar de ello con Sally, la irrealidad se volvía real. Contuvo las lágrimas—. Todavía lo quiero. Por eso tengo que huir. No podría soportar tropezarme con él y Eva. -Bueno, yo no seguiría queriendo a un hombre que me abandona una semana antes de que nos casemos. -No puedo odiarle. No lo ha hecho a propósito. Estaba muy afectado cuando me lo dijo. -¿De verdad?—menos tolerante que su amiga, Sally se mostraba aún escéptica—. Por supuesto, lo que él ha hecho no tiene nada que ver con el hecho de que el padre de Eva es un hombre importante en el mundo del petróleo de Tejas, ¿verdad?. ¡Ya sabes cómo son esos griegos cuando se trata de hacer dinero! Por muy ricos que sean, nunca parecen satisfechos. Tú también podrías haber sido inmensamente rica. Creo que deberías demandarlo por no cumplir su promesa de matrimonio. —¡Sally! ¿Verdad que no crees que todo eso me importa? Sabes que me habría importado un pepino si Petros hubiera sido un don nadie. No es de su dinero del que estoy enamorada. -No, bueno... —Sally pareció un poco avergonzada, pero sabía que no podía dejarse de lado con tanta facilidad la riqueza. Recorrió con la mirada el precioso apartamento de su amiga—. ¿Así que Petros sencillamente se va con su nuevo amor y deja que tú ordenes todo esto? — señaló con la mano el montón de regalos de boda, algunos todavía sin abrir. El traje de novia aún estaba envuelto encima de una silla. Lena se encogió de hombros. —Gracias a Dios que eso es algo que no tendré que hacer. La secretaria de la granja de mi padre va a venir a la ciudad a hacerse cargo de todo eso. Llamé a mi casa poco antes de que llegaras y papá me lo sugirió. Sally acababa de regresar de vacaciones esa misma tarde. Ansiosa, esperaba ser la dama de honor de su mejor amiga en la que, sin dudo, habría sido la boda del año, pero sólo se encontró con que la habían suspendido. —¿Qué te han dicho tus padres? —preguntó a Lena. —Querían que me fuera a casa, por supuesto. Papá se quedó estupefacto al principio, luego se puso furioso. —¿Y te irás a casa? -No —respondió Lena. Habría sido fácil volver al ambiente de la granja que sus padres tenían en Eseex; fácil ser de nuevo una niña y volver a esas conocidas habitaciones con sus paredes de piedra. Habría sido un consuelo desahogarse con su madre en la paz y tranquilidad de la sala de estar con su amplia chimenea. Ésa sería la escapatoria de una persona débil. Lena estaba decidida superar por sí misma la pena que sentía. -¿Qué harás, entonces? —Voy a viajar por el extranjero un tiempo. Tal vez busque trabajo en algún otro país. —Eres afortunada por no tener que trabajar —comentó Sally sin poderlo evitar. —Oh, sí. ¡Sí necesito trabajar! El dinero no es todo lo que se necesita para ser feliz. También se necesita tener amor propio. No me gustaría nada llevar una vida de ocio sólo porque mis padres pueden mantenerme. Pero ésa no es la única razón. Si no puedo ser feliz, entonces tengo que mantenerme ocupada, cansarme tanto que duerma toda la noche y no esté pensando en Petros y Eva... juntos. —Seguramente el viejo Domenicos tiene un montón de contactos en el extranjero—señaló Sally—. ¿Por qué no le preguntas si sabe algo? —Ya me lo sugirió —confesó Lena. El griego de avanzada edad se había enfadado con su sobrino nieto, y de inmediato, le ofreció su ayuda a Lena. —Debes saber, Helena... —él siempre insistía en llamarla así—cuánto siento perderte, tanto como empleada como futuro miembro de mi familia. Quieres ir al extranjero, ¿verdad? No siempre te sentirás infeliz, hija mía, y cuando estés mejor, volverás a casa. Pero puesto que quieres viajar, puedes hacerme un gran favor, si así lo deseas. Eso te mantendría fuera de Inglaterra cierto tiempo. —Parece que es exactamente lo que quiero. —Me gustaría que fueras a Atenas de mi parte. A menos, claro está, que ya no quieras tener nada que ver con Grecia o los griegos. -Eso sería muy tonto por mi parte. De usted no he recibido nada quo no haya sido amabilidad. —No se trata de un trabajo. Sin embargo, se te pagará. Lena escuchó con atención mientra Domenicos Theodopoulos le daba explicaciones. -En las afueras de Londres vive una mujer griega, la hija de... -vaciló él entonces— de un muy viejo amigo mío. Contra los deseos de su padre, Irini se casó con un inglés. Desde entonces, ella nunca ha vuelto a su país. Ahora tiene que internarse en un hospital para someterse a una operación seria —dijo Domenicos con expresión grave—. Los pronósticos no son buenos. Quizá sea demasiado tarde para que ella se reconcilie con su padre, pero desea que sus hijos vayan a ver a sus parientes griegos, por si acaso... —no necesitaba continuar—. Irini me pidió que acompañara a su hijo y su hija, pero hay razones... —extendió las manos; era un ademán que Lena conocía. Significaba que Domenicos no pensaba hablar extensamente sobre el tema—. En vez de ello, le prometí que encontraría un acompañante apropiado. Al trabajar para mí, has aprendido mucho acerca de Grecia y de los griegos. —¿Qué hay del esposo de Irini? -Murió. Falleció en un accidente poco antes de que naciera el niño. Desde entonces la salud de Irini ha ido empeorando. *** Sally fue a despedirlos al aeropuerto. -¿Te mantendrás en contacto? —le preguntó Lena. —Te escribiré —le prometió. —Recuerda: quiero saberlo todo acerca de los atractivos hombres que conozcas. —No, gracias —dijo Lena en tono de guasa—. Creo que evitaré a los hombres por algún tiempo. Aunque había viajado muchas veces, Lena siempre se quedaba maravillada al trasladarse casi de inmediato, como por arte de magia, de un país a otro. Ese vuelo no era la excepción, pensó, cuando sólo tres horas y media después de haber dejar Londres, islas y lugares que sólo conocía por sus hermosos nombres surgían del mar, a sus pies: hileras de montañas y luego, el enorme Parnaso. Cuando era más joven, le cautivaba la mitología griega. Hacía mucho tiempo que se había prometido que haría un viaje a Grecia. Al trabajar para una empresa griega, había aumentado su curiosidad por conocer ese país, pero antes no había tenido la oportunidad de hacerlo. A sus padres no les gustaban los viajes al extranjero. Luego, cuando se convirtió en novia de Petros, él la convenció de que esperara a hacer ese viaje hasta su luna de miel...«en una de nuestra idílicas islas», le había prometido. Pero no hubo tal cosa. Muchas mujeres que se encontraran en la misma situación que ella, supuso Lena, quizá habrían evitado ir a ver los lugares que les traerían recuerdos. Pero era poco probable que ella recorriera las islas. Su visita se limitaría a Atenas. Además, a pesar de que Petros la había abandonado, no sentía amargura hacia su país o sus compatriotas. En su mayor parte, el viaje resultó agradable. Los hijitos de Irini eran callados y se portaban bien. Había una gran diferencia de edad entre ellos. Stephen, el menor, todavía no había cumplido cinco años. Para él, el viaje para conocer a sus parientes griegos significaba una aventura. Para su hermana Churssanti, más alta que Lena y a punto de cumplir dieciocho años, se trataba de una prueba muy dura. A diferencia de su hermano, no ignoraba el delicado estado de salud de su madre y le resultaba difícil dominar sus temores y no sentirse infeliz. -Sé que mamá está gravemente enferma —le dijo Chrys, como prefería que la llamaran, a Lena cuando Stephen no estaba presente; y con voz un poco temblorosa, agregó—: Creo que sabe que se va a morir —a pesar de que ella misma lo sabía, Lena se sintió obligada a decirle que no era cierto, pero la joven asintió—. Si no fuera así, ¿por qué habría de estar deseando que vayamos a Grecia a ver a nuestros «parientes ricos», después de los años que han pasado? No quiero conocer a los Mavroleon después de saber cómo trataron a mamá cuando se casó con papá. No quiero estar fuera de Inglaterra cuando operen a mamá. Preferiría haberme quedado con Nan y Gramps Forster, los padres de mi padre. Ellos no son muy ricos, pero nos quieren a Stephen y a mí... y a mamá. No tienen prejuicios contra los griegos, como el padre de mi madre los tenía contra papá. —No creo que sea una cuestión de prejuicios —le dijo Lena con amabilidad—. Sencillamente es costumbre en Grecia arreglar los ma- trimonios. El señor Theodopoulos me contó que tu madre iba a casarse con el hijo de su vecino, pero ella se negó y huyó con tu padre. —Hizo bien —replicó Chrys—. Quisiera que alguien tratara de casarme con alguien que no me gustara. Sencillamente no podrían hacerlo. Lena creyó a la joven. Había mucho de Irini Forster en su hija, aunque había heredado el pelo claro de su padre. Lena había pasado algunos días en casa de Irini para conocer al niño y a la muchacha de quienes iba a encargarse. Sentía una gran admiración por la otra mujer, no sólo al ver su valentía ante su enfermedad. Familiarizada con las costumbres griegas, Lena sabía que requería mucho valor oponerse a la tradición y a los deseos de los padres e irse a otro país de cultura y forma de vida muy diferente. A medida que el avión descendía, la bahía de Antenas brillaba como la acuarela de un pintor. A lo lejos, Lena divisó un grupo de islas que parecía no tener fin. Llegaron al aeropuerto de Atenas. No tuvieron ningún problema en la aduana. La limusina de Domenicos Theodopoulos ya les estaba esperando en el aeropuerto. Desde allí siguieron por la costa y admiraron el mar. En Atenas, Lena estiró el cuello tratando de ver por primera vez la Acrópolis, pero por desgracia la ocultaban los altos edificios de oficinas y apartamentos. Uno de esos edificios pertenecía a Domenicos Theodopoulos, quien había puesto a disposición de Lena su propio ático durante el tiempo que ella permaneciera en Grecia. Desde allí, iba a ponerse en contacto con la familia Mavroleon. -Deduzco que ellos no tienen una sucursal en Londres, ¿verdad? —había preguntado Lena. -No —fue la breve respuesta de Domenicos. Ella, acostumbrada a la manera de ser de su jefe, percibió que algo se ocultaba tras su lacónica negativa. —¿No es un poco... extraño? Pero Domenicos simplemente se encogió de hombros. —No sé dónde estará ahora mi viejo Thanlassios —explicó—. Te diré la verdad: la última vez que nos vimos ya no fue como amigos. Y desde que se retiró, su compañía la dirigen sus nietos, de quienes sé poco o nada. Lena no quiso preguntar cuál fue la causa del desacuerdo entre Domenicos y Thalassios Mavroleon. Se quedó un poco desconcertada cuando el griego de edad avanzada agregó: —Sería mejor que no mencionaras mi participación en los asuntos de Irini. Podría malinterpretarse. —¿Pero entonces cómo explicó mi participación? —preguntó ella. —Ya se te ocurrirá algo. Tengo mucha fe en ti, querida Lena —contestó él. Su respuesta era halagadora, pero a ella no le servía de nada. *** Lena durmió mal la primera noche que pasó en Atenas. A pesar de todos los esfuerzos para ocupar toda su atención en la tarea que le habían encomendado, no dejaba de sentirse desdichada. Durante algún tiempo después de que Petros la dejara, tenía la esperanza de que él se pusiera en contacto con ella y le dijera que todo había sido una terrible equivocación. Pero poco a poco fue perdiendo esa esperanza. Se fue de Inglaterra decidida a olvidar al joven griego. Pero no era fácil. Al igual que Sally, tal vez algunas personas pensaban que la pérdida de su carrera y del estilo de vida que el matrimonio con Petros le habrían proporcionado era lo que le importaba. Pero Lena quería a Petros y no le interesaba las posesiones que le ofrecía. Y aunque en realidad nunca hicieron el amor, los besos y las caricias de Petros despertaron en ella un deseo que el matrimonio habría satisfecho. Al amanecer se dio por vencida y ya no siguió intentando conciliar el sueño. Se puso un salto de cama, salió a la terraza, y dio riendo suelta a sus pensamientos. «¡Oh, Petros!». Se quedó sin aliento cuando descubrió el panorama que no pudo ver la noche anterior. Allí estaba la Acrópolis, con sus lineas clásicas. Se quedó un momento contemplando el lugar, dejando que la cautivara. Cuando al fin se movió, lo hizo con renovada energía. De algún modo, sus problemas se volvieron triviales y pasajeros y recobró el ánimo. Juró que muy pronto iría a la Acrópolis, la «ciudad sobre la colina». Pero primero tenía que cumplir un deber. Volvió dentro, se duchó y se puso el sencillo vestido azul que pensaba llevar para conocer a la generación más joven de los Mavroleon. Despertó a Stephen y Chryssanti y pidió el dasayuno para los tres. —No me importa lo que los Mavroleon piensen de mí —protestó la joven, cuando Lena le pidió que se arreglara lo mejor posible para conocer a sus primos. *** Ya hacía mucho calor cuando se pusieron en camino. Domenicos Theodopoulos le había dado a Lena la dirección de las oficinas de la Compañía Naviera Mavroleon, en Atenas. Ella prefirió ir andando. La Plaza de la Constitución estaba en una ladera. Un lado de la plaza daba al edificio del Parlamento, donde los guardias presidenciales vigilaban. Los otros tres lados estaban orientados hacia cafés, oficinas, bancos y hoteles. Ocultas detrás del edificio de una línea aérea, se encontraban las imponentes oficinas de la corporación Mavroleon. Lena llevó a Stephen y Chryssanti a un impresionante vestíbulo con muebles caros y modernos. Una recepcionista les indicó cómo llegar hasta el ascensor privado que les llevó al sexto piso. Salieron del ascensor y Lena se detuvo delante de unas puertas. Luego, atraída por el ruido amortiguado de las mecanógrafas, seleccionó una puerta, llamó y entró. Una mujer mayor le preguntó a Lena qué se le ofrecía. —Me gustaría ver al señor Mavroleon. —¿Kyrios Marcos, Kyrios Christos, Kyrios Dimitri o Kyrios Manoli? Lena vaciló. Era muy incompleta la información que tenía acerca de la familia Mavroleon. —De todas maneras —le dijo la otra mujer— Kyrios Marcos y Kyrios Dimitri no están. Le preguntaré a la secretaria de Kyrios Christos si puede verla. ¿De qué se trata? —Es un asunto personal —respondió ella con firmeza. Un momento después, una escultural morena les llevó al interior de una amplia y lujosa oficina. -¿Thespinis? —preguntó un joven alto y moreno, levantándose de detrás de un gran escritorio—. ¿En qué puedo servirles? —miró a Chryssanti, luego a Stephen y, por fin, complacido a Lena. Esbozó una resplandeciente sonrisa. —En realidad quiero ver al señor Thalassios Mavroleon —explicó ella. —¿Mi abuelo?—preguntó él, levantando las cejas—. Mi abuelo ya no toma parte activa en el negocio. —Ya. El señor Theo... —apenas a tiempo recordó la orden de Domenicos— . Alguien me dijo que se había retirado. Pero se trata de un asunto personal, de su hija Irini. -¿Tía Irini?—preguntó Christos Mavroleon, con expresión cautelosa—. Su nombre no se pronuncia en la casa de mi abuelo. Chryssanti respiró profundamente y emitió un sonido de desaprobación. -Irini está enferma —dijo Lena rápidamente, anticipándose a cualquier arrebato de la joven—. Aquí están sus hijos. —¿Eres una Mavroleon? —le preguntó Christos a Chryssanti. —Mi nombre es Chrys Forster —la muchacha le corrigió con actitud desafiante—. Prefiero que me llamen Chrys. Suena más inglés. Sólo soy mitad griega —pareció lamentar incluso esa «mitad» -¿Por qué ha traído aquí a los hijos de Irini? —le preguntó Christos Mavroleon a Lena, y como ella titubeó, pues no quería hablar con mayor claridad delante de Stephen, de nuevo Chryssanti se le adelantó. —Nos ha traido porque tal vez mi madre puede morirse y quiere que conozca a nuestro abuelo. No entiendo el por qué —estaba a punto de llorar—. Yo no quería venir y no me importa si no le conozco. Paree que es un anciano antipático —la joven empezó a llorar. Tiró del brazo de Lena—. Vámonos —levantó un poco la voz y a Stephen comenzó a temblarle el labio inferior—. No nos quieren aquí. —¡Chrys! —protestó Lena. —Thespinis Thomas, me parece que sería mejor... —comenzó a decir Christos, alzando la voz para hacerse oir y en ese momento alguien entró y todos guardaron silencio. Incluso Chrysssanti dejó de sollozar. -¡Theos mou! ¡Todos ustedes! Christos, explícame qué es todo ese alboroto. El hombre que salió de la oficina contigua era muy parecido a Cristos Mavroleon, pero mayor. Además, era más alto, de hombros más amplios y tenía la barbilla más cuadrada. Christos pareció sentirse aliviado al verlo. —Marcos! No sabía que habías regresado —dijo. —¡Resulta evidente! —exclamó Marcos Mavroleon con voz profunda y atractiva. Con los brazos en jarras y las piernas abiertas, ocupaba la puerta. Lena notó cómo el excelente corte del traje que llevaba, acentuaba su atractivo. —Thespinis Thomas —dijo deprisa Christos—, éste es mi primo Marcos, el socio mayoritario de nuestra corporación. Con sus ojos negros examinó a Lena, sin perder un detalle de su aspecto, desde la cabeza rubia hasta los pies, aunque su actitud no era ofensiva. Sin embargo, Lena, intranquila, sintió que la desnudaba con la mirada. —Marcos —continuó su primo—, thespinis Thomas ha traido a los hijos de nuestra tía Irini. Irini... —se detuvo y casi de manera imperceptible miró a Stephen y Chryssanti—. Irini está enferma. —¿Los hijos de Irini? —preguntó Marcos. Primero prestó atención a Stephen, que no sabía que hacer, y luego a Chryssanti, que tenía la cara bañada en lágrimas. Lanzó una maldición en voz baja y luego dijo—: Usted, señorita Thomas, venga a mi oficina. Ustedes... —les ordenó a Stephen y Chryssanti— ¡se quedarán aquí! — dio media vuelta. Sin duda estaba acostumbrado a que le obedecieran. Desconcertada, Lena le dirigió una mirada suplicante a Christos, pero no recibió ayuda de él, pues se limitó a asentir, indicándole así que debía seguir a su primo. Con las piernas temblorosas, ella obedeció. Los, modales autoritarios de Marcos la habían hecho enojarse y temblar así. Como correspondía a su categoría, la oficina del socio mayoritario estaba mucho mejor amueblada que la de su primo. —¡Señorita Thomas! —exclamó desde detrás de su escritorio y le indicó a Lena que se sentara. De mala gana, ella se sentó. La abrumadora presencia de Marcos continuaba dominándola. -Siento haberle molestado —dijo Lena, tratando de tomar la iniciativa—. Chrys es muy sensible y, por supuesto, está muy preocupada por su madre. —Sí... su madre —la interrumpió Marcos—. Supongo que tienes pruebas de que son los hijos de Irini... —Por supuesto —Lena abrió su bolso y sacó un sobre que contenía las partidas de nacimientos de Stephen y Chryssanti. Observó a Marcos mientras él las sometía a un cuidadoso examen. Sin hacer comentario alguno, se las devolvió. Un poco irritada por la actitud de él, preguntó—: ¿Satisfecho? —Gracias, sí. Una familia acaudalada tiene que protegerse de los impostores. ¿Qué relación tiene usted con mi tía? —Lena se puso colorada. Marcos pareció querer decir que tal vez ella era una cazafortunas. —Se me contrató para hacer este trabajo —respondió tajante—. Mi tarea consiste en entregarle los hijos de Irini al padre de ella. -¿No es usted una pariente inglesa? —insistió él—. ¿Del esposo de Irini, tal vez? —No. Él pareció tranquilizarse un poco. —¿Es muy grave la enfermedad de Irini? —Es poco probable que se recupere. -¿Quién se lo dijo? ¿El esposo de ella? —No, su esposo está muerto. Me lo dijo un amigo de la familia —se sintió aliviada cuando él no le pidió más detalles. En vez de ello, continuó examinándola de una manera que la incomodaba. —Parece usted muy joven para actuar como acompañante en un país extranjero —comentó él. Lena estaba acostumbrada a contestar a comentarios como ése. —Tengo veinticinco años; soy mayor de lo que parezco. —En cualquier caso, su responsabilidad ha terminado. Ya ha entregado a los niños. —¡No! —exclamó ella—. Tengo que entregar a Stephen y Chrys a su abuelo y no a ninguna otra persona. Irini fue muy concreta al respecto. — ¡Imposible! —exclamó él y frunció el ceño. -No veo el por qué. ¿Todavía vive su abuelo? —Desde luego que sí. —¿Entonces? -Mi abuelo lleva una vida de aislamiento. No recibe visitas. —¿Acaso así considera a sus familiares? —él permaneció callado—. ¿No puede al menos ponerse en contacto con él y preguntárselo? — señaló el teléfono. -No hay teléfono en casa de mi abuelo. Ya le he dicho que le gusta la intimidad. -Señor Mavroleon, alguna razón debe tener para oponerse. Entonces, ¿asume usted la responsabilidad de no permitir que los hijos de Irini vean a su abuelo? Si él se enterara cuando fuera demasiado tarde, ¿está seguro de que aprobaría lo que usted está haciendo? —Señorita Thomas —él pareció un poco cansado ahora—, mi abuelo no está en Atenas. —No importa. Estoy dispuesta a ir a cualquier parte. —¿De verdad? ¿Pero sabe acaso lo que eso supone? -¡Señor Marvoleon! —exclamó Lena, irritada. Se puso de pie—. Cuando alguien me encarga un trabajo, lo hago bien, sin importar los incovenientes —indignada, preguntó—: ¿Qué es tan gracioso? Capítulo 2 Si alguien se lo hubiera preguntado, Lena habría respondido que en ese momento no le afectaban los encantos de ningún hombre. Recordaba todavía muy bien lo que le había sucedido con Petros y estaba decidida a no correr el riesgo de que la hirieran de nuevo. Sin embargo, esa noche, cuando escribió su primera carta a Sally, quizá habría tenido que perdonar a su amiga por pensar de otro modo. Marcos Mavroleon es un hombre alto y moreno escribió, con el pelo negro y grueso y facciones duras. No es exactamente guapo, pero tiene una personalidad fuerte. Su mirada es penetrante y su voz, profunda y ronca. A primera vista, su aspecto es un poco turbador y sin duda está acostumbrado a hacer lo que quiere. ¡No hacía ni diez minutos que lo conocía y ya me estaba diciendo lo que debía hacer! Pero cuando sonríe le cambia la cara totalmente y podría tenerse la impresión de que, después de todo, es un hombre muy simpático. Por supuesto, también su primo Christos es muy atractivo. Sin embargo, al principio, cuando Marcos parecía estarse riéndose de ella, Lena se enojó. —¿Qué es tan gracioso? —repitió ella—. Estaba hablando en serio. -Estoy seguro de que sí, señorita Thomas. Sólo pensaba que los incovenientes que usted menciona los tendré más bien yo. -No le comprendo. —Entonces se lo explicaré. Parece usted muy obstinada. Algo me dice que insistirá en ver a mi abuelo —sonrió, mostrando sus dientes blancos y perfectos—. Será un encuentro interesante. A Lena se le iluminó la cara. —¿Entonces me dirá dónde puedo encontrarle? —La llevaré yo mismo. —¡A eso se refería cuando hablaba usted de incovenientes! —exclamó ella—. Pero no es necesario. Yo puedo perfectamente... —Estoy seguro de ello —dijo él—, pero será un placer para mí... un verdadero placer —le brillaron los ojos de manera extraña. Lo miró, dudosa. ¿Acaso se estaba riendo de ella? Le habían dicho que los griegos respetaban a las mujeres y se abstenían de molestarlas. Pero le pareció que a veces Marcos Mavroleon la miraba con interés. Sabía que muchos griegos se sentían atraidos por las rubias, que eran muy distintas de sus compatriotas de piel morena. Mientras reflexionaba, Marcos oprimió un botón del sistema de intercomunicación que tenía en su escritorio. Se oyó una voz femenina. Él habló en griego, pero Lena conocía bastante bien el idioma para entender el sentido, aunque no el significado exacto, de las palabras. —Lydia, ¿qué citas tengo para los próximos días? La voz femenina le soltó una larga lista de compromisos y Marcos escuchó con atención. Al observarle distraídamente, Lena se dio cuenta de que tenía algunos cabellos plateados entre los de color negro, justo encima de la oreja izquierda. Eso le hacía más atractivo; Le estaba mirando sin disimular. Entonces él se volvió y la sorprendió. Lena se sonrojó y Marcos sonrió. Se puso furiosa consigo misma al imaginarse que tal vez él pensaba que le había caído simpático... ¡qué engreído era! —Me acaban de decir que no puedo salir de Atenas al menos durante dos días. Después de eso, estoy a su disposición. —No entiendo por qué tengo que esperarlo —protestó Lena. -Es bastante sencillo —de nuevo sonrió y pareció que se burlaba de ella—. Puesto que no le diré dónde encontrar a mi abuelo, no puede hacer nada sin mí —de manera involuntaria, ella miró hacia la puerta que comunicaba las dos oficinas—. Y no piense que Christos o alguno de mis primos se lo dirá sin mi permiso. Y ahora agregó antes de que ella pudiera protestar—, veamos cómo piensa pasar el tiempo los próximos días. ¿En qué hotel se hospeda? —En ninguno. Estoy en el apartamente de un amigo —respondió ella. Marcos guardó silencio, esperando que diera más explicaciones, pero Lena no estaba dispuesta a hacerlo—. Podemos aprovechar la oportunidad para ver algunos lugares de interés. —El niño es un poco pequeño para ir andando con este calor comentó Marcos—. ¿Puedo hacer una sugerencia? ¿Podía ella impedírselo? —Mi tía Anastasia, la madre de Christos —dijo él—, tiene una villa en las afueras de Atenas. Stefanos y Chryssanti podrían pasar algunos días con ella y así usted podría moverse con libertad. -Stephen sí, Chrys no. Será mejor que ella se quede conmigo. —Ah, ya veo. Teme que los Mavroleon se los lleven en secreto y la priven de la satisfaccióin de cumplir con su deber. Antes de que Marcos lo dijera, la idea no se le había ocurrido. No sabía por qué, pero pensaba que podía confiar en Marcos, y su instinto rara vez la traicionaba. Excepto en el caso de Petros Theodopoulos. -He dado en el clabo, ¿no?. —De ninguna manera —dijo ella—. Lo que pasa es que Chrys ha venido aquí contra su voluntad. Tiene miedo y está resentida. Podría ser grosera con su tía. Por otra parte, le guste a ella o no, tal vez sea bueno que aprecie algunas de sus bellezas, su historia. —Ya veo que usted no sólo es una joven atractiva, sino también inteligente —mientras Lena se ruborizaba, él continuó—: Así sea —echó un vistazo a su reloj de pulsera y dijo—: Ahora es muy tarde, pero mañana les llevaré a conocer a mi tía para que se convenza de que ella puede cuidar muy bien a Stefanos. —Se llama Stephen —le recordó Lena y él se encogió de hombros. -Es lo mismo y a mí los nombres griegos me resultan más fáciles —fue hacia la puerta y la abrió de par en par. Lena salió. En la otra oficina reinaba la paz. Christos había ordenado que llevaran helados para sus primos. Stephen, con las manos y la cara embadurnadas, sonrió angelicalmente a Lena. Pero Christos había reconocido que Chryssanti ya no era una niña a quien pudiera apaciguarse con golosinas, de modo que estaba charlando con ella animadamente. Chryssanty sonreía. —Hasta mañana entonces, señorita Thomas —dijo Marcos sin cruzar el umbral de la puerta de su oficina. —¿Qué pasará mañana? —preguntó Chryssanti cuando se encontraban ya en el ascensor—. ¿Por qué no puede Christos llevarnos a conocer a su madre? Él me cae bien. —Estoy segura de que te caerán bien todos tus primos cuando los conozcas —le dijo Lena, quien, sin darse cuenta, estaba defendiendo a Marcos. *** Lena insistió en que llevaría a Stephen y a Chryssanti a la oficina de los Mavroleon a la mañana siguiente. No podía correr el riesgo de darle a Marcos la dirección de la suite que ocupaban ella y los niños, pues tal vez él sabía quién era el dueño del edificio. Lamentaba tener que hacerlo, pero Domenicos le había dicho claramente que su nombre no debería mencionarse. Esa mañana puso especial cuidado no sólo en el aspecto de Chryssanti y Stephen, sino también en el suyo. Había descubierto que los griegos eran gente hospitalaria. Sin embargo, era un honor ser invitado a la casa de alguien a quien no se conocía, así que consideró que debía corresponder a ese honor. No se vistió de forma elegante por Marcos. No obstante, se dio cuenta de la mirada de aprobación de él cuando fijó sus ojos en su pequeña pero perfectamente proporcionada figura, que se veía realzada por la chaqueta y la falda de color crema, junto con la blusa negra que se había puesto. Además llevaba zapatos de tacón alto, pues sintió la necesidad de contrarrestar su baja estatura. Marcos Mavroleon era un hombre muy alto. La limusina con conductor de él, equipada con todos lo lujos, entre ellos teléfono, estaba ya lista, así que salieron de inmediato y siguieron la avenida que les llevaría a las afueras de Atenas. Era alrededor del mediodía cuando la limusina fue por un camino tortuoso y empinado que subía por las colinas. Encima de un promontorio, Lena divisó un grupo de columnas blancas que brillaban a la luz del sol. ¿Era un templo acaso? -Es el templo de Poseidón —respondió Marcos cuando ella preguntó, ansiosa. —El dios del mar. -¿Conoce bien a nuestros dioses? —Sí, siempre me ha interesado cualquier cosa que tenga que ver con Grecia. -Grecia tiene muchos templos, señorita Thomas. Cuando se vaya del país estará harta de ellos. -Lo dudo —negó ella—. ¿Cómo puede uno hartarse de la belleza? —Tal vez no —dijo él, pero contempló la cara de ella y no el paisaje—. Creo que un hombre podría estár mirándola largo rato, señorita Thomas. Lena estaba acostumbrada a recibir piropos. Pero esa vez no supo qué decir. No había conocido a nadie como Marcos Mavroleon, aunque él era como cualquier hombre atractivo. En realidad, había visto a hombres más apuestos. Entonces, ¿por qué experimentaba esa extraña inquietud? Anastasia Mavroleon resultó ser una encantadora anfitriona. Era una mujer morena, de movimientos delicados y tranquilos. A Lena le agradó de inmediato y así no sintió ningún remordimiento por derjar a Stephen al cuidado de ella. Chryssanti también decidió quedarse en la villa los siguientes días. -Nunca me ha gustado ir a ver ruinas —le dijo a Lena—. Creo que disfrutarás mucho más sin mí. Quizá eso era cierto. Además, a Lena nunca le había preocupado andar sola... hasta que conoció a Petros y se acostumbró a pasear con él. Era bueno que Chryssanti pareciera dispuesta a hacer un esfuerzo para llevarse bien con sus parientes griegos. Lo que de verdad desconcertaba a Lena era la idea de regresar a Atenas sola con Marcos Mavroleon. -¿Nunca había estado en Grecia? —le preguntó él. A Lena le agradó que, en el viaje de regreso, Marcos iniciara la conversación. Por lo general, no se quedaba muda como una tonta. —No, pero siempre pensé hacerlo algún día. -¿Por eso aceptó la tarea de acompañar a los hijos de Irini? -En parte. -¿Existía algún otro motivo para que deseara salir de Inglaterra? —Ninguno del que quiera hablar. -¿Algún noviazgo roto? —En realidad, sí. Pero ya le he dicho que no... —¿Qué hombre podría ser tan tonto para dejarla escapar? -Por favor, no es necesario... -¿Adularla?—confusa, Lena se sonrojó y él miró con profundo interés—. Créame, ésa no era mi intención. Muchas veces la adulación es poco sincera. Pero debe saber que es usted una joven muy atractiva —se sintió aliviada, pues Marcos no insistió en el tema. En vez de ello, le dio instrucciones al conductor en griego. Se aproximaba a la curva desde la que Lena había divisado el templo de Poseidón. Asombrada, vio que la limusina salía del camino principal y se dirigía hacia el promontorio. —Este es, un lugar que les encanta a los turistas —explicó Marcos como disculpándose. Lena entendió de qué hablaba cuando vio el restaurante con su aparcamiento lleno y las mesas fuera, debajo de sombrillas de brillantes colores. —Andaremos un poco ladera arriba —dijo Marcos. Con expresión irónica miró los zapatos que llevaba Lena—. Necesitarás unos zapatos más apropiados para ir a los lugares de interés. —Sí, ya me doy cuenta. Pero no esperaba... —Parecía muy ansiosa cuando pasamos por aquí esta mañana y quise satisfacer su curiosidad —la cogió de brazo para guiarla por el sendero que subía hasta el promontorio y Lena se sintió turbada. «¿Pero qué te pasa?», se regañó a sí misma. «Acaba de dejarte un hombre. Por Dios, sólo porque estás sola no hagas ninguna tontería, como enamorarte de otro por despecho. En cualquier caso, hace apenas veinticuatro horas que lo conoces. No sabes nada de él. Podría estar casado...» En ese momento se dio cuenta de que Marcos le estaba hablando, así que se esforzó por prestarle atención. —El templo fue construido en la época del Perides. Fue hecho de mármol blanco puro. Originalmente tenía diecinueve columnas. Ahora sólo le quedan doce. A Lena le habría gustado que hubieran podido llegar a la cima. El templo dominaba el panorama. Más allá, tierra adentro, se veían las verdes laderas cubiertas de olivares y viñedos. Sin duda el paisaje era casi igual que en la época de los antiguos griegos. Su belleza cautivó a Lena, quien, de manera impulsiva, levantó la vista y miró a Marcos a los ojos. —Gracias por traerme aquí —dijo. —Ha sido un placer. En realidad, me gustaría enseñarle otros tesoros nacionales. Resulta muy agradable ir a verlos en compañía de una persona que saber apreciarlos. Lena aguardó, ansiosa. Se dio cuenta de lo irracional de su decisión cuando Marcos no dijo más. «Por supuesto», se dijo cuando regresaban a la limusina, en silencio, «él sólo está intentando ser amable». Así que se sorprendió gratamente cuando él la invitó a cenar con él esa noche. -No debe sentirse obligado a hacerlo —le dijo ella. —Oh, pero sí me sentiré complacido... ¡si acepta! Allí estaba él, de nuevo desconcertándola con su mirada y su voz ronca. Si ella hubiera tenido sentido común, se habría negado con amabilidad. Pero después de todo, no existía razón alguna para que no se divirtiera. Tal vez aún estuviera enamorada de Petros Theodopoulos, pero no tenía que serle fiel. Y aunque antes estuvo en desacuerdo con Sally, quizá la manera de olvidar a un hombre era encontrar a otro. Sin embargo, sólo pensaba pasar un momento agradable, además de que le rondaba por la cabeza una pregunta sin respuesta: ¿estaba él casado? Se acercó al tema tanto como se atrevió. —Tal vez no sea conveniente para... para su familia. Quizá le esperan en casa. -No hay ningún inconveniente —dijo él—. Vivo sólo. *** —¿Me perdonará si no la acompaño hasta su casa? —preguntó Marcos cuando la limusina se detuvo un momento frente a las oficinas de los Marvoleon. -Puedo irme andando —le dijo ella deprisa—. No queda muy lejos el apartamento en el que me alojo —pero Marcos le dijo al chófer que la llevara. Lena tuvo la sensatez suficiente para decirle al hombre que parara el coche dos manzanas antes de llegar al edificio donde ella iba. —Vendré a buscarla a las siete, thespinis —le gritó el chofer cuando ya se iba. Lena se volvió rápidamente, pero demasiado tarde. La limusina ya se alejaba. Se dio cuenta de que le costaría encontrar ese sitio, esa noche, a la hora acordada, si quería acudir a la cita con Marcos. Y la verdad era que sí deseaba hacerlo. Esa tarde, mientras examinaba su ropa, Lena dio gracias al cielo por haberse relacionado con los acaudalados amigos de su jefe griego. Había metido en las maletas uno o dos vestidos elegantes, por si acaso. No tenía idea de dónde irían, pero el vestido con un estampado color vino tinto resultaba apropiado para muchas ocasiones. Se puso además medias y zapatos del mismo color, así como el collar y los pendientes de oro que le había regalado Petros en su último cumpleaños. Sabía que incluso en verano los anocheceres griegos podían resultar frescos, así que antes de salir de apartamento, cogió una chaqueta y se la puso por los hombros. Supuso que cualquier persona que trabajara para Marcos Mavroleon tendría que ser puntual; así que trató de llegar al sitio acordado exactamente a la misma hora que la limusina. Si el chofer se sorprendió al verla allí fuera, no hizo ningún comentario. Lena, por su parte, sí se quedó un poco asombrada al ver que Marcos no había ido a buscarla en persona. Se sorprendió todavía más, y se desconcertó, cuando el conductor la llevó no a un restaurante sino a una eleganta casa particular situada en la parte moderna de la ciudad. Una mujer de aspecto severo la recibió y la llevó a un gran salón. Luego, la dejó sola. Lena había pasado las últimas horas, desde que estuvo con Marcos, diciéndose que no tenía por qué estar tan nerviosa al pensar que lo vería de nuevo. No iba a permitir que sus nervios la traicionaran. Se mostraría tranquila. Para calmarse, se dedicó a examinar la habitación. Como era de esperarse, no faltaba nada de la riqueza o el buen gusto que pudiera proporcionar: alfombras de pared a pared, muebles antiguos, cuadros de Picasso, Manet y Lautrec, entre otros. Estaba a punto de acercarse a las pinturas, cuando la puerta que tenía a su espalda se abrió y, a pesar de todos sus firmes propósitos, se sobresaltó. Vestido con traje de etiqueta, Marcos Mavroleon resultaba todavía más atractivo. Lena sintió que se le aceleraba el pulso. Se aproximó a ella y le tendió la mano. Ella tragó saliva e hizo un esfuerzo para hablar con tranquilidad cuando le dio su propia mano. -Señor Mavroleon, tiene usted una casa muy bonita. Estaba admirando sus pinturas. —¿Le interesa el arte? —preguntó Marcos. Cuando Lena asintió, él continuó—: Entonces le gustará la colección de mi abuelo. Comparada con la suya, la mía resulta muy modesta —le soltó la mano, pero sólo para cogerla del brazo. La siguió hacia el fondo del salón y a continuación se encontraron en el interior de un pequeño comedor. En un rincón había una mesa puesta para dos personas—. Espero que no le moleste cenar aquí —dijo él—. Después de una larga jornada, me resulta más descansado hacerlo en casa. La ayudó a sentarse a la mesa, de modo que una vez más estuvo más cerca de ella, lo cual la turbó. Lena esperaba que les atendiera un grupo de criados, pero fue el mismo Marcos quien comenzó a servir la comida. —Pensé que tal vez no estuviera acostumbrada a nuestros platos, así que le pedí al jefe de cocina que preparara una comida sencilla. Lena estaba bastante acostumbrada a la cocina griega, que le gustaba mucho, pero pensó que era mejor no decírselo a Marcos. Si el nombre de Domenicos Theodopoulos no debía ser mencionado, cuanto menos supueria de ella, mejor. Así que de inmediato trató de cambiar de tema. -Cuénteme algo acerca de su abuelo —le pidió. Él la miró con expresión interrogante. -¿Qué desea saber? —preguntó, a su vez. Desprevenida, Lena no supo de pronto qué decir. —Me interesa saber qué clase de persona es, supongo; si es probable o no que acepte a sus nietos. —Él tiene un concepto muy firme de lo que deber ser la familia, por supuesto. Pero, a cambio, exige lealtad y que se converven las tradiciones. La fuga de Irini le avergonzó mucho. -No es culpa de los niños. —Cierto. Dígame, señorita Thomas, ¿qué esperan los hijos de Irini de su abuelo? No era el giro que Lena esperaba que tomara la conversación, pero hizo un esfuerzo para dar una respuesta. —Stephen es demasiado pequeño para entender por qué se encuentra aquí. Chrys dice que ni siquiera quiere conocer a su abuelo. Le considera un tirano, me temo, y se acalora cuando defiende a su madre. -Entonces, permítame plantear la pregunta de otro modo: ¿qué espera mi tía de su padre? ¿Dinero? ¿La herencia que habría sido suya si no se hubiera separado de su familia? Lena negó co la cabeza. -Irini no está en la miseria. Su marido le dejó bastante dinero y los padres de él la quieren mucho. El señor y la señora Forster no tuvieron hijos, así que Stephen y Chryssanti serán sus herederos. -¿Son ricos? —Con moderación... no tienen nada en comparación con los millones de los Mavroleon, por supuesto —respondió ella en broma. No tenía la más remota idea de cuánto dinero poseían Marcos y su familia. -¡Así que ya ha realizado su labor de investigación! —exclamó él con expresión severa de pronto—. ¿Qué más sabe acerca de mi familia? — casi pareció que la acusaba. —Me parece que no me ha entendido, señor Mavroleon —respondió Lena—. No sé absolutamente nada acerca de su familia y, por lo que a mí se refiere, no me interesa. Estaba hablando en broma. Pienso que en la vida existen cosas más importantes que el dinero. Marcos levantó las cejas en un ademán de incredulidad. Su expresión irritó a Lena. —Oh, ya sé que ustedes, los griegos, creen que hacer dinero es lo único que importa, pero... —¿Eso piensa? —preguntó él con tranquilidad—. Cuénteme más. Lena movió la cabeza. Lamentaba haber tenido ese arrebato. -No es de eso de lo que estamos hablando. Usted me ha preguntado qué quería Irini de su padre. Le diré lo que ella me contó. Nunca dejó de quererlo, aunque se enfrentó a él para casarse con el hombre al que amaba. —¿Se arrepintió ella de ese matrimonio? —Desde luego que no. Fue un matrimonio feliz. Pero aun así, Irini siempre sintió cierta tristeza, pues se vio privada del afecto de su padre. Sin embargo, también él perdió a una hija. Al enviar a sus niños a conocer a su abuelo, ella espera reparar la ofensa antes de morir; espera que él pueda darles a ellos el amor que le negó a su hija y viceversa. Lena hablaba con toda sinceridad y recordaba vivamente el semblante de Irini, pálido y triste. Recordaba las lágrimas que la otra mujer había derramado mientras le hablaba de su padre y de su patria. Ella misma estaba a punto de llorar cuando terminó su apasionado discurso. También Marcos pareció convencido e impresionado, pues se inclinó hacia adelante y puso su mano encima de la de ella. -Sería usted una buena abogada, señorita Thomas. Dígame: ¿siempre se apasiona tanto? —hizo una pausa y luego continuó—: ¿Quiere con la misma intensidad con la que se conduele de los infortunios de los demás? —ella no respondió—. Señorita Thomas... —irritado, exclamó—: ¡Theos mou! No puedo continuar con esta ridícula formalidad. Llámame Marcos — aumentó la presión de su mano en la de ella—. Y dime tu nombre de pila. -Lena. Es la forma abreviada de Helena. —.¡Ah! —exclamó él—. Eso me gusta. Te llamaré Helena, que es un nombre griego. ¿Acaso tienes sangre griega? —ella negó con la cabeza—. Pero has oído hablar de Helena de Troya, ¿verdad? Qué bien que tengas el mismo nombre que ella. «¿Es esta —declamó él de pronto— la cara por la que se hicieron a la mar mil navios?» Sin duda Marcos pensaba hacerle un cumplido, pero de repente Lena comenzó a reírse tontamente. Él la miró con perplejidad. Marcos no estaba acostumbrado a que se rieran de él de esa manera. Con dificultad, ella se tranquilizó. -¡Lo siento mucho! —se excusó Lena, jadeando—. No me estoy riendo de ti. Lo que pasa es que cuando iba al colegio, los chicos solía gastarme bromas a costa de mi nombre. Yo era un niña muy rellenita... y ellos solían citar mal esa frase: ¿«Es ésta la cara que comió mil patatas fritas?» Marcos se rió. —Pero ahora no podrían decir eso de ti, Helena —comentó cuando dejó de reírse—. Tan esbelta, tan, tan atractiva. Incómoda, a Lena le pareció que le estaba dedicando demasiados cumplidos. Con cuidado, retiró la mano que Marcos mantenía cubierta con la suya. Entonces, dijo: -Este pescado está buenísimo. Con los ojos fijos en la comida, Lena esperó, un poco nerviosa, que Marcos estallara, furioso. Pero no fue así. En vez de ello, continuó comiendo. Un momento después, preguntó: -¿Qué te gustaría que hiciéramos mañana? -¿Mañana? —sorprendida, levantó la vista del plato—. ¿Nosotros? —él asintió—. No pensaba... estás ocupado. Tus citas. Tu secretaria dijo... —¿Entiendes el griego? -En realidad no, sólo algunas palabras. —No puedo faltar a mis citas. Pero no tardaré todo el día. Entonces, ¿nos vemos mañana? Lena hizo gestos en vano. -Hay muchos lugares que podemos ver: los museos, supongo, la Acrópolis... —Ah, sí, la Acrópolis. Pero, ¿verdad que no quieres que sea de día cuando la veas por primera vez, con otras mil personas? El momento más apropiado para verla es de noche —se levantó y le ofreció a ella como postre un yogur con nueces y miel—. Te llevaré allí esta noche. —Oh, pero... -Será un placer para mí —dijo él de un modo tajante que ella comenzaba ya a reconocer. *** La Acrópolis se elevaba por encima de los techos de la ciudad. La luz de los reflectores iluminaba sus templos, haciéndola parecer una morada digna de los dioses. —Olvida todo lo que hayas leído —le había dicho Marcos a Lena—. Para los no entendidos, la Acrópolis es apenas un montón de ruinas. Para los románticos, es un monumento a la belleza de Grecia. Marcos le pidió a su chofer que los dejara al pie de la zona sur de la Acrópolis, y andando, subieron la empinada cuesta y luego la gigantesca escalinata que les llevó hasta el propileo, la puerta de la Acrópoli. Tuvieron así a su pies una espléndida vista panorámica. Marcos señaló las distantes montañas de la Argólida y del Pireo y las islas de Salamina y Egina. Lena respiró a fondo. Allí, en lo alto de la colina, el aire era una fuerte mezcla de olor a pino y a jazmín de los miles de balcones y patios. La belleza, en cualquiera de sus formas, siempre tenía el poder de conmoverla. Le era difícil expresar con palabras lo que sentía. Pero pensó que quizá habría tratado de hacerlo si hubiera estado en compañía de alguien a quien conociera muy bien. Alguna vez pensó admirar escenarios con ése con Petros. En vez de ello, se encontraba con ese atractivo desconocido, que seguiría siéndolo. Se le empañaron los ojos al tiempo que un abrumador sentimiento de soledad la envolvió. —¿En qué piensas? —le preguntó Marcos de repente. Sobresaltada, ella respondió con poca cautela. —Qué triste es pensar que nada dura. —La Acrópolis ha durado miles de años —dijo él, perplejo. —Me refiero a las personas, a las relaciones. —Ah, ¿estás pensando en ese idilio roto? Me pregunto cómo era ese hombre. ¿Estás triste porque todavía lo quieres? —su voz cambió sutilmente y a ella el corazón le latió más deprisa. Tragó saliva—. ¿Todavía lo quieres? —volvió a preguntar Marcos. —Supongo que sí —respondió Lena en voz baja, casi sin aliento. Pero en realidad no era consciente de lo que sentía por el joven griego en ese momento. Capítulo 3 LOS días siguientes, Lena recorrió sola los sitios de interés de la ciudad. Pero descubrió que esperaba cada vez con más ansiedad los momentos que pasaría con Marcos. Mientras paseaban por Atenas conocía un poco más al enigmático hombre que se había convertido en su guía. Hacía muy poco que le conocía y, sin embargo, todo lo que tenía que ver con él la entusiasmaba. No obstante, estaba un poco perpleja por la actitud de Marcos hacia ella. Seguía dirigiéndole cumplidos y no dudaba de que fueran sinceros. A veces, podría haber jurado que él también se sentía atraido por ella. Sin embargo, cada vez que él estaba a punto de acercarse a ella de alguna forma, desistía de pronto. Cuando Lena intentaba preguntarle por su abuelo, Marcos se mostraba evasivo. Aún así, ella tenía la imprensión de que Thalassios Mavroleon seguía siendo un dictador que trataba a su familia con mano de hierro. —Mi abuelo procuró que yo fuera a la Universidad de Oxford para que estudiara económicas, antes de permitirme que me convirtiera en su ayudante. A mis primos les mandó estudiar a París. Todos hablan francés. Ningún griego es considerado bien educado si no sabe por lo menos otro idioma. Lena y Marcos hablaron largamente de arte y de sus libros favoritos, hasta altas horas de la noche y en el centro de ciudad, sentados a la mesa de una cafetería. Fueron a ver algunas iglesias bizantinas, así como los principales museos. Pero el sitio histórito favorito de Lena era la Acrópolis, a la que fueron una y otra vez. —Siempre te relacionaré con este lugar —le dijo Marcos. Las palabras de Marcos le resultaron desagradables. Se refería a un futuro en el que ella ya no estaría junto a él. No obstante, no podía estar segura de lo que sentía por Marcos. A Sally le contó en una carta: «Es un hombre interesante. Sabe mucho acerca de muchas cosas. También tiene sentido del humor, aunque no se ríe muy a menudo. Pero es exasperadamente reservado en lo que se refiere a su familia, y no sé cuándo podré conocer a su abuelo. Si; cuanto más veo a Marcos, más me gusta. Tal vez te estás riendo y pienses que lo hago por despecho. Y quizá tengas razón. Por eso estoy haciendo un gran esfuerzo para no enamorarme de él». Marcos le sugirió a Lena que hicieran una excursión en transbordador a una de las islas. -¿A Egina, tal vez? —dijo él—. Llegaríamos antes en el aerodeslizador, pero no tenemos prisa, ¿verdad? Primero fueron en coche al Pireo, el puerto de Atenas desde hacía tres mil años, donde los barcos parecían llegar y salir cada cinco minutos. En el transbordador, tuvieron casi que pelearse para conseguir asientos. Lena supuso que sin la ayuda y la protección de Marcos, quizá ella no habría podido obtener ninguno. -¡Gracias! —exclamó ella, riéndose—. Esto es peor que un viaje desde el muelle de Southend. Marcos se la quedó mirando. Luego dijo: —¿No te molesta que te empujen así? —En absoluto. —A muchas mujeres no les gustaría. -¡A mí no me molesta! Bien acompañada resulta... —se detuvo de pronto, sonrojándose. —¿Qué ibas a decir? —Que es divertido —respondió ella, con poca convicción. —¿Mi compañía es... divertida? —preguntó él, levantado las cejas. -Sencillamente significa que me lo estoy pasando bien —explicó ella, cada vez más avergonzada—. Divertirse significa reírse, sentirse feliz. —¡Ah!, ¿Eres feliz cuando estás conmigo? —exclamó Marcos en un tono que Lena no supo si era de satisfacción o de otra cosa. Se sintió aliviada cuando él cambió de tema. El viaje resultó agradable. —Egina —dijo Marcos al fin, señalando una montaña que parecía sacada de una postal. La pequeña embarcación se deslizó por las tranquilas aguas del puerto. Una vez en tierra, descansaron un rato a la luz del sol, observando el movimiento que se desarrollaba en el puerto. —Pero has venido a ver lugares históricos, no sólo el panorama —le dijo Marcos al verla embebida en el paisaje. Fueron en autobús hasta el templo de Afaía. Según le informó Marcos, era uno de los monumentos más admirables de su tipo en Grecia. —Me encantan las islas —dijo Lena como si estuviera soñando—. Siempre he pensado que me gustaría vivir en una isla. —¿Sí? Pero no todas las islas griegas son como ésta, Helena. Algunas están muy alejadas, sin medios de comunicación... sin correo, sin teléfono —las palabras de Marcos la hicieron recordar algo. —¿Por casualidad, vive tu abuelo en una isla? —preguntó ella. —¿Por qué lo preguntas? —Algo que dijiste me ha hecho pensarlo... Además, he oído decir que un naviero griego sin isla es como un rey sin corona —se preguntó si su franqueza le habría ofendido. Pero él sonrió. —Nosotros los griegos estamos acostumbrados a los mitos y las leyendas, aunque se trate de nosotros mismos. Pero en este caso tienes razón. Los Mavroleon poseen no sólo una isla, sino un grupo de ellas. Y sí, mi abuelo vive allí. —Háblame acerca de las islas —le rogó Lena, pero Marcos se encogió de hombros. —Dentro de unos días las verás tú misma. Eso será mejor que cualquier descripción que yo te haga. —¿Vamos a ver a tu abuelo? ¿Al fin? ¿Está de acuerdo? —Saldremos pasado mañana. Pero él todavía no sabe nada de nuestra visita. En Grecia, tenemos la costumbre de celebrar el día del santo de los amigos y de los parientes. Iremos a ver a mi abuelo todos juntos, como una familia. Tal vez la ocasión resulte más apropiada para que acepte a dos nuevos nietos —hizo una pausa y enseguido agregó—: La casa de mi abuelo te parecerá anticuada. Quizá no entiendas o estés de acuerdo con todo lo que veas allí. —Te prometo ser educada y no decir nada —le dijo Lena con precipitación. *** Cuando Marcos dijo que toda la familia iría a ver a su abuelo, Lena no se imaginó lo que eso suponía. Fueron a la villa de Anastasia para recoger a Stephen y Chryssanti. Como de costumbre, el niño estaba tranquilo, pero en unos cuantos días se había producido un milagroso cambió de Chryssanti Foster. Recibió a Lena con cara y sonrisa radiantes. —Me alegro mucho de que me hayas dejado con la tía Tassia. Es un encanto —dijo Chryssanti. Pero Lena pronto se dio cuenta de que era en realidad Christos Mavroleon el responsable del cambio de su prima. Christos y sus dos hermanos aún vivían con su madre, de modo que Chryssanti los había visto todas las tardes. Al parecer, el amable joven le había prestado bastante atención. Lena se preocupó un poco al ver que la impresionable joven ya estaba profundamente enamorada de él. Se trasladaron al Pireo en dos limusinas y Chryssanti insistió en acompañar a Christos, su madre y su hermano menor, Manoli. El hermano mayor, Dimitri, iba sentado en el automóvil de Marcos, con Stephen. En El Pirio hubo más sorpresas cuando se subieron a una pequeña lancha que les llevó hasta donde estaba fondeando un enorme yate, el Poseidón. —¿Este yate es de a mi abuelo? —Stephen Forster hizo la pregunta que Lena ansiaba hacer. -No, es mío —le respondió Marcos; luego se dirigió a Lena—. Ven, te enseñaré el yate. Aturdida, ella lo siguió de una cubierta a otra. En la cubierta de popa había una pista de despegue para helicópteros y una piscina grande que podía cubrirse para convertirla en una pista de baile. -Es enorme —comentó Lena, maravillada, cuando por fin terminó el recorrido en la suite que iban a ocupar ella y Chryssanti durante el viaje. Durante su ausencia, la lancha había realizado otro viaje a tierra y regresado al yate con un grupo de tíos y tías cuyos nombres eran demasiados para memorizar. Una de las tías era monja. Ya casi estaba oscureciendo cuando el enorme yate levó anclas y se hizo a la mar. Marcos dejó a los invitados para supervisar la operación de salida. Lena se encontró sentada en el sofá, en uno de los salones, junto a la madre de Christos. —¡Qué alegría me da ver a Chrys tan contenta! —le dijo Lena a Anastasia—. Ha sido usted muy amable al cuidar de ella y de Stephen, señora Mavroleon. Espero que no le hayan causado molestias. —Ninguna molestia. Pero llámame Tassia, por favor. Todo el mundo lo hace. Chrys es una niña encantadora y ya se ha hecho amiga de mis hijos. Todos ellos han hecho un gran esfuerzo para entretenerla y hacer que se olvide de su pena. Y tú, querida, ¿estás disfrutando de tu estancia en Grecia? —Mucho, Marcos... —por alguna razón, al pronunciar el nombre de él delante de un miembro de su familia se sonrojó—. El señor Mavroleon ha sido muy amable. He disfrutado mucho más que si hubiera estado sola. —¿Sí? —dijo Tassia Mavroleon, pensativa—. ¿Te gusta mi sobrino? Querida —vaciló—, tal vez no sea asunto mío, pero de mujer a mujer... además, eres extranjera y no conoces nuestras costumbres... —de nuevo guardó silencio. Nerviosa, Lena esperó que continuara. Pensaba que Anastasia Mavroleon no aprobaría su amistad con Marcos y creyó que la otra mujer iba a hacerle una advertencia. Tuvo razón. —Los Mavroleon no son hombres fáciles de entender. Tienen mucho de su abuelo. Todos ellos son muy tradicionales, y su apellido dice mucho acerca de su carácter —Lena la miró con expresión interrogante—. Mavroleon significa «león negro». Y el que más se parece a su abuelo es Marcos... tanto que sus amigos le apoderon el «León negro de Skiapelos». —¿Skiapelos? —El nombre del grupo de islas qué constituyen su casa. Ten mucho cuidado, Helena —golpeó ligeramente con el dedo la mejilla de Lena—. Sigue mi consejo, no te comprometas, no permitas que te hagan daño. Me casé con un Mavroleon, así que sé de qué estoy hablando. Hasta ese momento, Lena no había oído hablar del marido de Anastasia. Tampoco formaba parte del grupo familiar. —Estamos divorciados —agregó la mujer mayor, como si respondiera a la pregunta que Lena no le había formulado—. Hay otra cosa que debes recordar, Helena: es muy raro que un Mavroleon se case con una extranjera. Quizá Anastasia habría dicho más si Marcos no hubiera vuelto al salón en ese momento. Fue directamente hacia donde se encontraba Lena. Ella sintió que el corazón comenzaba a latirle con rapidez, como sucedía siempre que Marcos estaba cerca. —Helena, hay algo que tengo que enseñarte. Ven conmigo —dijo él, extendiendo la mano para ayudarla a levantarse del sofá. Tal vez las palabras de Anastasia habrían hecho que Lena se negara, pero Marcos no le dio tiempo de hacerlo. —¡Discúlpanos, por favor, Tassia! —le dijo él a su tía de un modo que indicaba que no estaba dispuesto a que se opusiera a su deseo. Lena vio que Anastasia le dirigía una mirada de advertencia y que, de manera casi imperceptible, movía la cabeza. Si se hubiera tratado de cualquier otro hombre, quizá habría hecho caso de las advertencias de la otra mujer. Sin embargo, desde el momento en que le dio la mano a Marcos y sintió el calor de sus dedos, se olvidó de su prudencia y le acompañó con gusto. —¿Dónde vamos? —preguntó sin aliento, pues tuvo que apresurar el paso para que Marcos no la dejara atrás. —A cubierta —respondió él. Ya fuera del puerto, el Poseidón había recorrido una distancia corta—. Echaremos anclas aquí esta noche y continuaremos nuestros viaje al amanecer. —¿Qué querías enseñarme? —La puesta de sol —le dijo Marcos—. ¡Mira! —¡Oh! —exclamó Lena, extasiada. Se apoyaron en la barandilla. Lena se dio cuenta de que Marcos la observaba. —Pareces una escultura clásica —dijo él en voz baja—. Pero una escultura viviente, mucho más bonita que cualquier figura de madera o de mármol —le dijo él, como un hombre, que hace algún comentario sobre un objeto de belleza que admira pero que nunca podría poseer. Ella se volvió para mirarlo, tratando de descifrar la expresión de la cara de él. Marcos puso la mano en el brazo de ella. -Helena... -¿Sí? —Hay algo que he querido... -¡Lena! Tía Anastasia me ha enviado a buscarte —irrumpió de improviso Chryssanti, inconsciente de que era inoportuna—. Dice que es hora de vestirse para cenar. Anastasia Mavroleon lo había hecho a propósito, por supuesto, aunque Lena no sabía si era porque estaba realmente preocupada por ella o por lealtad a la familia. —Ya voy, Chris —contestó Lena, esperando que la joven se fuera. Pero Chryssanti se quedó y Marcos se mostraba muy reservado—. Te... te veré más tarde —le dijo. Ella sintió un escalofrío, pues Marcos, lacónico, apenas asintió con la cabeza. Tal vez se había alegrado de que les interrumpieran. Una vez en su suite, Lena y Chryssanti se cambiaron de ropa. -Ojala hubiera traído un vestido más juvenil —comentó Chryssanti, mirando con envidia a Lena—. Estás muy guapa, Lena. -Gracias, Chrys. Tú también. -¿De verdad? ¿Crees que podría parecerle atractiva a algún hombre? Lena supuso que la jovencita se refería a Christos. Rodeó con el brazo a Chrys. —No te enamores todavía, Chrys —le dijo—. Aún eres muy joven. —Es demasiado tarde. Christos me parece maravilloso. No me importa lo que digan. —¿Qué ha estado diciendo la gente? Oh, Manoli y Dimitri han estado tratando de apartarme de él, sobre todo Dimitri. No soporto a Dimitri Mavroleon —de pronto cambió de estado de ánimo—. Lena, si... si mamá muere, ¿Stephen y yo nos quedaremos en Grecia? -No lo sé, cariño. Depende de tu abuelo, supongo. -Porque... porque no me importaría quedarme aquí mucho tiempo —no era necesario que mencionara a Christos—, con tal de que pueda ir a ver a mis abuelos ingleses de vez en cuando. Nos echarán de menos a mí a Stephen. Cuando se dirigían hacia el comedor, Lena rezó para que las cosas resultaran bien para Chyrssanti. Ya le tenía cariño a la joven, así como a su hermano. Las Marvoleon llevaban unos vestidos preciosos. Algunas iban de blanco y las de mayor edad preferían el color negro. Si se juntaran todas sus joyas podría formarse una pequeña fortuna. Marcos estaba sentado a la cabecera de la mesa, con un tío de avanzada edad a su derecha y la monja a su izquierda. Los demás miembros de la familia estaban sentados de acuerdo con algún protocolo tácito. Lena, Chryssanti y Stephen estaban al final de todos. Chryssanti, junto a Christos, irradiaba felicidad. Era toda sonrisas y ojos chispeantes. Coqueteaba abiertamente con su apuesto primo. Lena se divertía, pero también estaba preocupada. Sin embargo, tal vez eso era lo que Irini Forster tenía en mente: que Chryssanti se casara con alguno de sus primos y que la dejaran volver al redil que su madre había abandonado. Aunque se encontraba lejos de Marcos, Lena se dio cuenta de que no dejaba de mirar hacia donde estaba él, muy seguro de su posición como anfitrión. El traje de etiqueta le sentaba bien. Parecía conversar animadamente con sus parientes de mayor edad. Sin embargo, cuando Lena miraba hacia donde estaba, casi siempre se encotraba con su mirada. En una ocasión, Marcos levantó el vaso, brindando con ella, un ademán imperceptible que quizá nadie notó. Pero sí, Anastasia lo notó. La expresión de la otra mujer era grave y Lena se ruborizó. Decidió que desde ese momento mantendría la vista en el plato y que prestaría atención a quienes se encontraban más cerca de ella. Sin embargo, no podía dejar de sentir la presencia de Marcos. Los pocos días que pasó en Atenas atendida exclusivamente por Marcos, la habían echado a perder. La presencia de los parientes de él la molestaba. Quería estar a solas con Marcos otra vez y que él le dijera lo que no había podido decirle cuando los interrumpieron. Cuando la monja hizo una señal, las mujeres abandonaron la mesa y entraron en un salón, amueblado con elegancia. Chryssanti no se esforzó por ocultar que no le gustaban esas formalidades. No dejaba de mirar hacia la puerta que en algún momento podría cruzar Christos. Lena, más madura, pudo ocultar su impaciencia porque los hombres se reunieran con ellas. Por fortuna, las Mavroleon estaban absortas en la reunión familiar. Cuando al fin los hombres salieron del comedor, la conversación se volvió general. Lena se dio cuenta de lo inquieta que estaba Chryssanti. Pero ella estaba encantada con las anécdotas a los viejos lobos de mar que habían construido los cimientos de su fortuna familiar. También hablaron de Thalassios Mavroleon, quien, impasible y obstinado había sabido mantener riquezas y tradición. Lena echó un vistazo a su reloj de pulsera y se dio cuenta de que había pasado la hora en la que Stephen solía acostarse. Después de ofrecerle una breve explicación a Anastasia, llevó al niño al camarote que compartía con Manoli Mavroleon. Estuvo ausente un rato. Cuando volvió al salón vio que la mayor parte del grupo se había dispersado y las tías y tíos de edad avanzada se encontraban ya, supuestamente, acostados. Sólo quedaban unos cuantos, que charlaban y bebían. Lena esperaba conversar a Marcos, así que, desilusionada, se fue del salón una vez más. Se dirigió a su propia suite, donde esperaba encontrar a Chryssanti. Pero no había señales de la jovencita. Se dijo que su responsabilidad no terminaría hasta que la entregara sana y salva en casa de su abuelo y él la recibiera. Pero en una embarcación de ese tamaño, ¿dónde diablos podía empezar a buscarla? Ya era de noche y las luces del Poseidón brillaban como diamantes en el cielo. El mar estaba tranquilo. La luz de la luna le permitió a Lena ver que no había nadie en la cubierta de proa. Se dirigió a popa, hacia la cubierta donde estaba la piscina. Alguien estaba. No tardó mucho en darse cuenta de que se trataba de Marcos. Titubeó, pues sabía que debería continuar buscando a Chryssanti, pero quería observarlo un momento más, sin que él se diera cuenta. Sin embargo, mientras vacilaba, de repente Marcos salió a la cubierta y la vio. Él no dijo nada, pero se acercó a la orilla de la piscina. Mientras lo hacía, no dejó de mirarla y Lena se quedó inmóvil. Fascinada, ella vio cómo el agua resbalaba por el cuerpo del joven griego. Era un cuerpo musculosos y perfecto. Ella se dio cuenta de que le temblaban las piernas y tenía la boca seca. Quiso que Marcos la abrazara, que la estrechara contra su cuerpo perfecto. Nerviosa, se pasó la lengua por los labios. Al fin, él habló. —¿Por qué no te metes en el agua? —Yo... no tengo bañador —respondió Lena con voz ronca, aunque hizo un esfuerzo para hablar con despreocupación. —No hay ningún problema. Siempre tenemos trajes de baño para los invitados. Estoy seguro de que hay alguno de tu talla. Ve a echar un vistazo —señaló una hilera de vestuarios. —No, yo... es un poco tarde para nadar. Tal vez mañana. —Mañana la piscina estará llena. Esta noche es toda nuestra —¡qué tentador resultaba! Sin embargo, ella movió la cabeza. —Tengo que buscar a Chryssanti. No está en el camarote. —Ella está a salvo. Christos y sus hermanos la están cuidando. Están en los cuartos de juegos. Tranquilízate, Lena. Ahora estás libre. Haz lo que quieras. —De acuerdo —dijo asintiendo, y fue hacia los vestuarios que se encontraban a un lado de la piscina. Tal como Marcos le dijo, había trajes de baño en abundancia. Al fin, escogió uno de dos piezas, de color negro. Tuvo que admitir que lo eligió porque era el que más favorecía su piel dorada y su pelo rubio. Volvió a la piscina, donde Marcos la sometió a su escrutinio. Lena confiaba en meterse en el agua sin que Marcos la viera, pero él estaba sentado en la orilla, esperándola. Sus ojos negros recorrieron el cuerpo de ella de la cabeza a los pies. —Una verdadera náyade —dijo él—. Esta noche los dioses del mar me envidiarán —desde luego, tenía mucha labia para hacer cumplidos. Pero, ¿era cierto? —Lo siento, pero no nado muy bien —confesó ella. —Entonces debes practicar mientras tengas oportunidad. Ven —alargó la mano—, déjame verte nadar. Tal vez pueda ayudarte. Lena se deslizó en el agua y Marcos la sujetó. —Por favor, yo puedo sola. No soy tan mala nadadora. No me ahogaré — sin embargo, se sintió desilusionada cuando la soltó. Lena cruzó a nado la piscina y luego se sujetó al borde. Miró a su alrededor, buscando a Marcos, y lo encontró junto a ella. —No eres tan mala nadadora —comentó él—. Pero podrías mejorar tus movimientos de brazos y piernas. Déjame enseñarte cómo —la hizo soltarse de nuevo en el agua y, perpleja, Lena se encontró flotando. Con una mano, Marcos la sostenía del estómago, mientras que con la otra la hacía mover primero el brazo y luego la pierna. Él la soltó y ella cruzó de nuevo la piscina. Pero le resultaba difícil concentrarse, mientras se preguntaba si él volvería a sujetarla. Así lo hizo. —Quédate aquí, en la parte menos profunda. Mírame. Dame las manos. Tienes que mover así los brazos. Al mover los brazos, Lena perdió el equilibrio y se resbaló hacia delante. Se chocó con el pecho musculoso de él. Lena avanzó con dificultad para recuperar el equilibrio y, al hacerlo, todo su cuerpo entró en contacto con el de Marcos. Con el impacto, de manera automática los brazos de él se cerraron alrededor de ella. Lena levantó la cabeza para disculparse y lo miró a los ojos. La joven puso las manos en el pecho de él, de modo que podía sentir los fuertes latidos de su corazón. Capítulo 4 EL estar en contacto con ese cuerpo asombrosamente viril estaba alterando sus sentidos. Marcos siguió mirándola a los ojos un momento; luego, con suavidad pero con firmeza, la apartó. —Creo que ya basta de lecciones por esta noche —dijo él. —Sí, por supuesto —asintió ella, tartamudeando—. Gracias. A ciegas, Lena extendió la mano hacia el bordillo de la piscina. Le escocían los ojos. Menos mal que Marcos no pudo adivinar sus pensamientos, pues podría haber jurado que él estaba a punto de besarla. Ansiosa habría respondido a sus besos. —¡Helena! —¿Sí? —no se atrevía a mirarlo. —Nos han interrumpido antes —poco a poco, Lena se volvió hacia él—. Iba a preguntarte algo. —Sí —el corazón le latía con fuerza. —¿Qué piensas hacer, después de dejar a los hijos de Irini en Skiapelos? —¿Hacer? —preguntó—. No te entiendo. —¿Regresarás a Inglaterra? —salió del agua y se puso junto a ella. El traje de baño que llevaba se ceñía a su cuerpo. —No... no de immediato. —¿Cuándo entonces...? —Había planeado viajar un poco más. —¿No tienes en tu país ningún empleo? —Presenté mi dimisión poco antes de salir de Inglaterra. —Fue algo precipitado, ¿no? Tengo entendido que hoy en día es difícil conseguir empleo. —Espero no tener problemas, pues estoy bien capacitada. Además, quizá decida trabajar en el extranjero algún tiempo. —¿Qué títulos tienes? —Soy licenciada en Económicas. Yo... trabajé como agente de compras en una gran empresa de Londres —rogó que él no le pidiera más detalles. —Umm —cogió una toalla de una silla que estaba a un lado de la piscina y se la puso a Lena por los hombros—. Recuérdamelo, cuando se acerque el momento. Tal vez pueda ayudarte. ¿Trabajar para Marcos? ¿Verlo quizá todos los días, pero saber que está fuera de su alcance? Sólo la haría sufrir. —No sé si quiero quedarme en Grecia. —¿No te gusta mi país? —pareció asombrado. —¡Sabes que sí me gusta! —exclamó ella. Luego agregó con menos vehemencia—: Pero no es el único país que existe en el mundo. —Deseas ver mundo antes de establecerte. Pero si piensas quedarte en un lugar algún día, para casarte, tal vez... —No sé. Eso pensaba antes. Ahora no estoy segura de mi futuro. —¿Cabe la posibilidad de que te reconcilies con...? —¡No! —resultaba impensable. —Pareces muy segura. Estaba segura. Lena sabía con certeza que si al día siguiente llegase Petros y le rogara que le aceptara, ella se negaría. Había estado enamorada de él, o al menos eso había pensado. Pero no fue nada en comparación con lo que en ese momento sentía por Marcos Mavroleon. Lo quería desesperadamente. —Debo irme —dijo ella. Tenía que estar sola para examinar lo que acababa de descubrir, pero, sobre todo, tenía que convencerse de lo inútil de tal revelación—. Quiero que Chrys se acueste a una hora razonable. —Te preocupas mucho por ella —comentó él. Puso una mano en el hombro de ella y la guió hacia los vestuarios. Lena deseó que Marcos la abrazara—. Buenas noches, Helena. Duerme bien —Luego agregó—: Todavía disponemos de muchos días más. Lena se sintió aliviada al ver que Chryssanti estaba dormida, cuando al fin llegó al camarote que compartían. Se mantuvo despierta muchas horas. A la mañana siguiente, muy temprano, la despertó Chryssanti. La jovencita estaba entusiasmada y deseando que empezara el nuevo día. —Prometí reunirme con Christos y los demás en la piscina antes de desayunar —explicó Chrys. *** Lena evitó estar a solas con Marcos los días siguientes. Se metía en la piscina cuando los demás lo hacían y evitaba estar en cubierta por las noches. Tassia Mavroleon le dio su aprobación. —Ya veo que estás siguiendo mis consejos, Helena —le dijo la otra mujer—. Créeme, es mejor así. Al sexto día, llegaron a su destino. Lena se encontraba en cubierta, con Stephen. Chryssanti estaba en alguna otra parte, con Christos sin duda. Pensativa, estaba mirando el mar cuando divisó tierra en el horizonte. —Esas son las islas Skiapelos —le dijo Marcos, sorprendiéndola—. Son la isla principal, que es donde está la casa de mi abuelo, y cinco islas más. Llegaremos allí dentro de media hora. —Será mejor que busque a Chrys —repuso ella, disponiéndose a marcharse—. Stephen, ven... —¡Espera! —agarrándola del brazo, Marcos la detuvo—. Hay mucho tiempo para eso. Me gustaría que te quedaras conmigo; es una vista que no debes perderte. —Entonces Chrys debería... —Helena, ¿estás tratando de evitarme? No te he visto estos últimos días. ¿Es que te he ofendido de alguna manera? —No... no, por supuesto que no. ¿Cómo podías haberlo hecho? —Eso es lo que yo me pregunto. No recuerdo... —No has hecho nada, Marcos, sinceramente. Yo... —Entonces, demuéstramelo quedándote conmigo... ¿Qué podía ella decir o hacer? Se apoyó en la barandilla. Necesitaba hacerlo, pues se sentía débil junto a él. Marcos también se inclinó hacia adelante, junto a ella. Su brazo, su hombro y su muslo la tocaban. A medida que el yate se acercaba a tierra, Lena comenzó a distinguir detalles de la isla principal. Era un lugar pintoresco. Apagaron los motores del yate y echaron anclas. Lanzaron la lancha al agua y de pronto se produjo bullicio y movimiento de gente. De nuevo, Marcos puso la mano en el brazo de Lena para que se quedara donde estaba. —Deja que las tías y tíos vayan primero. Deben de estar ansiosos por saludar a su hermano —la miró—. No quiero que estés nerviosa, Helena. —¿Nerviosa? ¿Por qué? —nada la ponía tan nerviosa como estar cerca de él, sintiendo un deseo que no se creía capaz de experimentar. —Porque vas a conocer a mi abuelo. No es un monstruo. —Sólo un tirano —replicó ella. —Un tirano, tal vez —reconoció él—; pero un tirano cariñoso, ya lo verás. Como Marcos lo sería algún día, comprendió ella de repente. De soslayo, miró el perfil del joven. No era un perfil precisamente apuesto, pero en ese momento a ella le parecía el más atractivo e irresistible que había visto en su vida. Podía imaginárselo como el patriarca de Skiapelos, ocupando el lugar de su abuelo, con esposa, familia y un grupo de parientes rindiéndole pleitesía. Pero si iba a seguir los pasos de su abuelo, no le quedaba mucho tiempo para fundar su propia dinastía. Ya debía andar por los treinta y cinco años de edad. Antes de poder evitarlo, le hizo una pregunta personal. -¿Por qué nunca te has casado, Marcos? Su respuesta resultó desconcertante. -He estado esperando que mi novia sea adulta. No conoces nuestras costumbres relativas al matrimonio, ¿verdad? —Sé que existen matrimonios convenidos —respondió Lena con pesar—. Tu tía Irini... Pero pensaba que quizá las actitudes se habían vuelto un poco menos estrictas desde entonces —la familia Theodopoulos no se había opuesto a que fuera la novia de Petros. —En Grecia continental, tal vez. Muchas familias que viven en las islas prefieren las viejas costumbres. Cuando tenía diecisiete años me prometieron en matrimonio. —Sin duda crees en las tradiciones, entonces. —En algunas. En ese momento regresaba la lancha, así que no había tiempo para más preguntas y respuestas. Quizá era mejor, pues así podía ocultar su asombro ante la revelación que acababa de hacer Marcos. Qué tonta fue, pensó, al haberse imaginado que no existía ninguna mujer en la vida de él. Pero Marcos no pareció darse cuenta de las reflexiones de Lena. Continuó hablando mientras subían a la lancha y durante el breve viaje a tierra. -Marianthe Lychnos es biznieta del mejor amigo de mi abuelo. Cuando ella nació, se llegó al acuerdo de que cuando cumpliera dieciocho años se casaría conmigo? —¿Cu-cuántos años tiene ahora? -Dentro de tres meses cumplirá dieciocho. —¿Vive... ella en Skiapelos? —No. Ella es de Mikonos, pero vendrá al santo de mi abuelo. Ya verás cómo te cae bien. Lena no estaba tan segura. En cuestión de tres meses Marcos estaría casado, pero antes, y muy pronto, tendría que soportar verlo con su prometida. «Tonta», se dijo irritada, «deberías haberte mantenido firme hasta el final en tu decisión de apartarte de los hombres por un tiempo». La isla principal de Skiapelos tenía su propio puerto. Lena no esperaba encontrar allí casas blancas de techos planos y calles con una diminuta iglesia casi en cada esquina y que parecían apropiadas sólo para los burros que les llevaban colina arriba. Menos mal que esa mañana se había puesto pantalones. Marcos acercó su burro al que montaba Lena. —¿Qué te parece nuestra isla? —preguntó. —Muy atractiva, pero no me imaginaba a tu abuelo viviendo en una de esas casitas. La risa de Marcos le pareció seductora. —Él nació en una casa así —explicó él —y por esa razón este pueblito se ha preservado con cuidado. Él vive ahora de manera muy diferente... quizá por conveniencia. La riqueza va acompañada de ciertas responsabilidades. Pronto supo Lena a qué se refería Marcos. En el otro lado de la isla, la tierra descendía con mayor suavidad hacia el mar. Otro puerto, mucho más grande, proporcionaba más fácil acceso a una carretera que corría hacia el interior, hacia una vasta área verde que rodeaba una cerca pintada de blanco. En el interior había una villa, también blanquísima. Junto a la puerta principal había aparcada una gran limusina. Lena miró hacia atrás, hacia el otro puerto. Allí estaba el Poseidón. Perpleja, se volvió hacia Marcos. -¿Por qué diablos echar anclas en el otro puerto y luego llegar hasta aquí en burro? —preguntó. Pero antes de que él pudiera contestar, exclamó con voz quejumbrosa—: ¡No, no me lo digas! ¡Es una tradición! Él se rió y echó la cabeza hacia atrás. -Debes de estar pensando que somos una familia muy extraña —dijo él—. Pero ya sabes que los griegos tenemos nuestro amor propio. Los lugareños de Skiapelos, que le están muy agradecidos a mi abuelo, quieren sentir que están ofreciendo un servicio a cambio. Eso explica lo del transporte en burro. Está de más decir que, a veces, ellos utilizan el nuevo puerto y la pista de despegue para helicópteros. A continuación, se desarrolló una gran actividad. Un verdadero ejército de sirvientes se encargó de llevar a la gente a sus habitaciones. Entonces Lena vio obras de los grandes maestros de la pintura, así como tesoros escultóricos que hubiera querido examinar. Según le había dicho Marcos, en la casa no la esperaban ni a ella ni a los hijos de Irini. Sin embargo, habían dispuesto unas habitaciones para ellos. A ella y a Chryssanti les dieron cuartos separados, aunque con una sala de estar que permitía la comunicación entre ellos. A Stephen, por su parte, le llevaron a otra habitación donde había otros niños de su edad. Ya habían llevado a la casa las maletas del yate. Lena se puso a vaciar la suya y también la de Chryssanti. Luego, sin saber qué hacer, decidió mirar a su alrededor. El dormitorio contaba con un balcón, desde el cual se tenía una amplia vista del mar, mientras que la sala de estar daba a un patio cubierto de enredaderas, que separaba un ala de la villa de la otra. En el centro del patio, junto a una fuente, estaba sentada, leyendo, una atractiva joven de pelo negro. Y cuando Lena se aventuró a salir, la muchacha levantó la vista y le sonrió con amabilidad. Cerró el libro y se puso de pie. -!Kalispera, thespinis! —exclamó. —Buenas tardes —respondió Lena. —Ah, es usted inglesa —dijo la joven, que hablaba con soltura el inglés—. ¿Ha llegado con el grupo de Marcos? —Lena asintió—. Así que al fin ha llegado. Todos irán a saludar a Kyrios Thalassios. ¿Nos reunimos con ellos? Lena se alegró de que la guiaran por los pasillos, que parecían un laberinto de la villa. Llamó a Chryssanti y juntas se dirigieron hacia la sala de recepción principal. Allí se encontraban los demás invitados. Había un gran bullicio. —¡Dios Santo, cuánta gente! —exclamó Lena. Había más personas que las que habían llegado en el Poseidón. —Kyrios Mavroleon es un hombre muy querido —le explicó la joven—. Ninguno de sus amigos o familiares querría faltar el día de su santo, la fiesta de Aghios Thalassios. Oh, allí está Marcos. Discúlpame —dejó a Lena y deprisa cruzó la habitación hacia donde se encontraba Marcos conversando con otros hombres. Lena vio que la muchacha ponía una mano en el brazo de él. Marcos la miró y le ofreció una afable sonrisa. Luego la rodeó de la cintura con el brazo y se inclinó para besarla en la mejilla. Al enderezarse, su mirada se encontró con la de Lena. Marcos le dijo algunas palabras a la joven y luego la llevó hacia donde se encontraban Lena y Chryssanti. —Helena, supongo que no os han presentado —dijo Marcos—. Esta es Marianthe Lychnos —Lena tendió la mano—. Ya le he explicado a Marianthe quién eres y también le he hablado de Chryssanti y Stefanos. Se ha ofrecido amablemente a atenderos mientras estéis aquí. Me gustaría que os hicieráis amigas. Lena se sentía herida. Tal vez para su fortuna, no tuvo la oportunidad de decir nada apropiado, pues en ese momento se produjo un alboroto entre los invitados y luego todos se quedaron callados. Todos miraron hacia la puerta en la que apareció una solitaria figura. Sin duda se trataba de Thalassios Mavroleon. Como un actor de teatro que sabe cuándo debe aparecer en el escenario, el hombre se quedó inmóvil un momento antes de entrar en el salón. Era un anciano alto, más bien apuesto, con pelo rizado y cano y ojos oscuros y brillantes. Enseguida se oyeron muchas exclamaciones de «Chronia polla», «muchos años más», el tradicional saludo a alguien que celebra el día de su santo, según le explicó Marianthe a Lena. Al igual que en el yate, allí también se seguía un protocolo. Primero los de mayor edad y, según el rango, los invitados fueron acercándose al anciano. Pasó mucho tiempo antes de que Marcos llegara hasta donde se encontraba Lena, la cogiera de la mano y la llevara hacia donde estaba su abuelo. —Pooppa, te presento a thespinis Thomas, de Inglaterra. La señorita Thomas te trae un recado especial. Espero que le permitas que te lo entregue. -Thespinis, no permito que las cuestiones de negocios interfieran en asuntos familiares —dijo él en inglés. -No se trata de negocios, señor Mavroleon, se lo aseguro —por razones diferentes, Thalassios Mavroleon la ponía tan nerviosa como su nieto. —Entonces le concederé media hora esta noche, antes de que comiencen las celebraciones —asintió, dando por terminada la breve conversación. —Ése es tu abuelo —le dijo irónicamente Lena a Chryssanti cuando regresó a su lado—. ¡Formidable! —Es muy guapo —comentó Chryssanti—. ¿No quiso conocernos a Stephen y a mí? —Primero, tengo que decirle que existís. A Lena le pareció que la media hora que le prometió el anciano llegó muy pronto, aunque, durante las dos semanas anteriores, había estado ensayando una y otra vez lo que iba a decirle a Thalassios Mavroleon. Se sintió aliviada cuando supo que Marcos la acompañaría para ver a su abuelo. —Pensé que tal vez querrías que estuviera presente... —le dijo él. —Ah, sí, ¡gracias! Francamente estoy aterrada. -No va a morderte —le aseguró Marcos. —No, pero parece que vocifera mucho. Marcos se rió. —Vamos —de pronto la cogió de la mano. El contacto de él resultaba muy cálido, pero también perturbador—. Deja que tu valor sea tan grande como tu sentido del humor. Mi abuelo admira el valor, igual que yo. Thalassios Mavroleon los recibió en su estudio. Allí no había pinturas, sino fotografías de barcos y caballos. Encima del escritorio, el anciano tenía una escultura de bronce de un caballo de carreras, que no dejó de acariciar con sus largos dedos mientras hablaban. Al principio, al oír que se mencionaba el nombre de su hija, Thalassios guardó silencio y asumió una actitud de indiferencia. Lena temió que la entrevista terminara antes de que pudiera concluir el discurso que había preparado. Pero Thalassios Mavroleon era un hombre de palabra. Había prometido concederle media hora a Lena y así lo haría. —¿Piensa Irini que he olvidado cómo se portó? —le preguntó—. Nosotros los griegos tenemos muy buena memoria. —Tal vez no haya olvidado eso —dijo Lena con tranquilidad—, pero creo que ella confía en que pueda perdonarla. —¿Usted podría decirme, thespinis, por qué habría de perdonarla? Al recordar el pálido semblante de Irini y suponer lo que le había costado recurrir a su padre, a Lena le irritó ver la actitud inflexible, implacable del anciano. -¡Ella es su hija! —exclamó. —Dejó de serlo cuando me desobedeció. -¿Es que no tiene corazón? Puede que su hija se muera. Yo no viviría con la conciencia tranquila si dejara morir a alguien sin haberle perdonado, sobre todo por algo tan... tan insignificante. Thalassios se enojó entonces. Sus ojos negros echaban chispas. -¿Piensa que nuestras tradiciones, el respeto a la autoridad familiar, son cosas insignificantes? Créame, thespinis, si su generación respetara más esas cosas, el mundo iría mejor. -¿No cree que iría también mejor —preguntó Lena —si su generación tuviera más indulgencia y compasión? —Es usted muy franca, thespinis —dijo él con aspereza—. Le recuerdo que es mi invitada. —Lo siento si le parezco impertinente, pero tengo ideas muy firmes al respecto. Y si le he ofendido, me iré. Tan enfrascada estaba Lena en la batalla verbal con el anciano, que se había olvidado por completo de la presencia de Marcos. Se sobresaltó cuando él intervino. —Poppa, la señorita Thomas es sólo una enviada. Ella ha emprendido de buena fe la misión que le han encomendado y se siente responsable. No se merece la ira que sientes hacia la tía Irini, y sus hijos tampoco se la merecen, ¿verdad? Siguió un interminable momento de silencio. Era imposible saber qué pensaba o qué sentía el anciano. Pero al fin se aclaró la garganta y dijo: —Recibiré a los hijos de Irini, thespinis. Tráigalos mañana por la mañana —ordenó—, temprano, antes de que las celebraciones vuelvan a comenzar. *** «Cuando los griegos se divierten, echan la casa por la ventana», pensó Lena mucho más tarde, esa noche. Después de una comida opulenta hubo música y baile. Los invitados se entregaron por completo a la diversión, aunque respetando las tradiciones. —Ésta es tu oportunidad para oír música antigua —le dijo Marcos—, la música de nuestro pueblo e islas. A medida que avanzaba la noche y el vino corría libremente, la familia Mavroleon y sus invitados se desinhibían más y más. A los que tenían buena voz se les pidió que cantaran. Lena no entendía la letra de las canciones, pero Marcos parecía estar siempre cerca de ella para explicarle las palabras sobre todo de amor. En la primeras horas de la madrugada, aquellos que se resistían a irse bailanban en grupos. Lena empezó a bailar, un baile circular en el que el círculo nunca quedaba completo, pues uno de los bailarines guiaba a los demás, saltando. Las risas no cesaban cuando los demás trataban de imitarlo. Ruborizada y sin dejar ele reírse, Lena era más consciente que nunca de que Marcos la miraba fijamente. Cuando ya faltaba poco para que amaneciera, los músicos comenzaron a tocar a un ritmo más lento. Después de bailar con muchos invitados, al fin Lena se encontró haciéndolo con Marcos, un monento con el que había soñado, pero que nunca esperó que se hiciera realidad. Una voz interior le advertía que era una locura dejarse llevar por sus sentimientos mientras bailaba. Cansada, pero reacia a que la noche terminara, se encontraba en un estado de euforia en el que cualquier cosa era posible. Para la fiesta de esa noche, Lena se había puesto un vestido que dejaba al descubierto su espalda. De pronto sintió los dedos de Marcos se deslizaban por su espina dorsal. Era un tormento exquisito que encendió su cuerpo y la hizo desear más. Luego Marcos la atrajo hacia él. Ella descubrió, sorprendida, que estaba excitado. Sin duda era el efecto del vino y de la música. Trató de apartarse de él, pero Marcos la estrechó con más fuerza. Sabía que debía protestar, hacer un esfuerzo mayor para que la soltara. Sin embargo, no quería detenerle. —¿Estás divirtiendote, Helena? —preguntó él con voz ronca y muy cerca de su sien. —Oh, sí —respondió ella, ferviente; luego se sonrojó—. Quiero decir... ha sido una agradable velada. Siempre da pena cuando algo tiene que acabar —añadió atropelladamente. -No es necesario que termine todavía —dijo él— si es eso lo que deseas. Ya has visto un ocaso en Grecia. Déjame enseñarte ahora la salida del sol. —Oh, pero... —vaciló—. No creo... que a Marianthe... quiero decir... -Hace mucho que Marianthe se ha ido a la cama. —Eso no es lo importante. Yo... —Te aseguro que ella no se opondrá. ¿Por qué iba a hacerlo? — su pregunta parecía implicar que Lena suponía algo más de lo que él ofrecía. Por supuesto, ¿por qué no iba a enseñarle a una invitada una de las atracciones de su país? Eso era todo lo que él le estaba ofreciendo. -En ese caso... Más allá de los campos cultivados de la villa, una pequeña puerta daba a un olivar. Lena no sabía si se habría atrevido a llegar sola a ese lugar. Cuando llegaron al otro lado del olivar, el sol comenzaba a salir. Poco a poco, al principio, el gris velo de la noche retrocedía ante le avance del alba. Al fin, el sol acabó de surgir. -Bueno, ¿ha valido la pena? —preguntó Marcos. Mientras observaban la salida del sol, él puso su brazo alrededor de los hombros de ella. -Oh, sí —respondió Lena en voz baja. Se encontraba en un sitio en el que crecía la hierba. Una escalinata cubierta de líquenes llevaba a una elevación donde sólo se veían algunas columnas de márnol. —Es un antiguo jardín —explicó Marcos—. Sólo Dios sabe cuánto tiempo hace que fue construido. Tal vez era un templo de algún antiguo dios griego, destruido por un terremoto hace siglos. Mi abuelo lo llama «El jardín de los dioses» e insiste en que se conserve tal como está. Ella pensó que debían regresar. -El jardín de los dioses —dijo de nuevo Marcos, pensativo—. Quizá los dioses sólo fueron producto de la imaginación de gente común y corriente. Sus pasiones, y también sus lujurias, tal vez sólo fueron una versión exaltada de la tendencias normales de hombres y mujeres —de manera inesperada, le cogió la cara a la joven—. Te reíste de mí cuando te comparé con Helena de Troya. Pero tu semblante podría llevar a un mortal a hacer muchas cosas. -Marcos, yo... —No, déjame teminar. Déjame mirarte. Tus ojos son más bonitos que las azules aguas del mar Egeo, y cuando me miras así, siento que me ahogo en ellos. Y tu boca... —se inclinó y rozó con sus labios los de ella— . Hace mucho tiempo que deseaba hacer esto. -Marcos, no deberías... —¿Por qué no? La agarró con fuerza de los hombros, como si ella quisiera escapar. Iba a besarla de nuevo, pero antes se tomó su tiempo y la miró interesadamente a la cara como si deseara memorizar cada uno de sus rasgos. Luego Marcos se apoyó en un árbol y la atrajo hacia él. Con la mano que tenía libre comenzó a acariciarle el cuello a Lena. Ella se estremeció de placer y cerró los ojos. -¡Eres preciosa! —murmuró él, mientras seguía acariciando el cuello y los hombros, parecía conformarse con acariciarla y no invitaba a que ella hiciera lo mismo con él. Lena no se atrevía. Pero cuando la besó de nuevo, ella ya no pudo contenerse. Deslizó las manos, que habían permanecido quietas, hacia el cuello de Marcos y se apretó contra él. Un murmullo de deseo escapó de sus labios. Marcos la estrechó y la hizo sentir su virilidad. Lena dobló la espalda, dispuesta a rendirse. Las manos de él se deslizaron por su columna vertebral. Siguió besándola hasta que Lena sintió que iba a desmayarse. Ya no le importaba que Marcos fuera de otra mujer. Sólo sabía que quería que la hiciera suya en ese momento. Pero, poco a poco, disminuyó la pasión de los besos de Marcos, hasta que finalmente él levantó la cabeza y la apartó un poco. -¿Marcos? —rogó ella, pero él movió un poco la cabeza, como si tratara de aclarar su pensamiento. -No —dijo con voz ronca—. Me parece que ya es suficiente... por ahora. Capítulo 5 LE miró perpleja, pero en ese instante no se sintió infeliz. Las palabras de Marcos, aunque la decepcionaron, parecían poder referirse a otras ocasiones. —¿Qué te parece la idea de presenciar una boda griega? —le preguntó él cuando regresaban a la villa. Lena se sobresaltó, durante un momento el corazón le latió con fuerza, pero recuperó la cordura cuando Marcos prosiguió. -Porque tal vez tengas la oportunidad de asistir a una mientras estés aquí. -No permaneceré tanto tiempo aquí —respondió ella de inmediato y vio que él levantaba las cejas. —Como la boda tiene lugar esta semana y es difícil que te vayas de Skiapelos sin que yo te lleve... Lena sintió que se le revolvía el estómago. -Dijiste que no se celebraría hasta dentro de tres meses —logró refunfuñar ella. Durante un momento Marcos pareció perplejo; luego sonrió. -Pero yo no me refería a mí boda. —¿No? —se sintió aliviada. Quizá esos momentos que habían pasado en el olivar significaron muy poco para Marcos. Se regañó a sí misma por haber permitido que eso sucediera. No debería repetirse. Tenía que ser fuerte. Marcos iba a casarse con Marianthe Lychnos De pronto se sintió muy cansada, tanto que tenía que hacer un esfuerzo para poner un pie delante del otro. Cuando estaba cansada le resultaba fácil dejarse llevar por la depresión. Marcos pareció darse cuenta de que había cambiado de estado de ánimo. —A la cama, Helena. Hoy todo el mundo dormirá hasta tarde. —Yo no puedo —le recordó ella—. Tu abuelo quiere ver a Chrys y a Stephen esta mañana... temprano. Así que será mejor que me dé prisa, pues ya me tiene en su lista negra. Sin embargo, y a pesar de que estaba convencida de que sus infelices pensamientos la mantendrían despierta, logró dormir un par de horas. Pero se despertó llena de pesimismo. No parecía tener mucha suerte en cuestión de amor. Un hombre la había dejado plantada y ahora otro no era libre para corresponderle. -¡No pareces un Mavroleon! —le dijo Thalassios a Chryssanti sin rodeos—. Nadie en nuestra familia ha sido pelirrojo. Primero el anciano había mirado a Stephen, a quien dio su aprobación. Al menos en su aspecto el niño dejaba ver su herencia griega. -¡No soy una Mavroleon! —replicó Chryssanti de inmediato—. Soy una Forster... y me gusta ser pelirroja. Lena pensó que Thalassios iba a ponerse furioso. En vez de ello, el anciano soltó una risa que a ella le hizo recordar a su nieto. —Así que tienes caracter, ¿eh? Al menos en eso te pareces a madre. Bueno, siéntate, siéntate —dijo con impaciencia— y háblame de ti. ¿Hablas griego? Thespinis —se dirigió a Lena—, puede irse, si así lo desea. Sí deseaba irse. Cansada y desanimada como estaba, le resultaba difícil ocultar lo que sentía. Al menos, la entrevista entre Thalassios y sus nietos resultó un éxito. —Es rudo y mandón. Está claro que piensa que los niños son más importantes que las niñas —le dijo Chryssanti a Lena cuando se reunió con ella—, pero me cae bien. Lena se dio cuenta de que su tarea había terminado. No existía razón alguna para que no se marchara y continuara yendo a ver sitios de interés histórico, tal como había planeado. Sin embargo, no estaba contenta. Todavía quedaban muchos lugares que siempre había querido ir a ver, pero la idea de hacerlo sola no la atraía. Se había acostumbrado a pasear por Atenas y sus alrededores con Marcos. «Bueno, no puedes tener a Marcos como guía», se dijo con firmeza. «Reconócelo: no puedes tener a Marcos... como nada». —¿No hay ninguna otra manera de regresar al continente? —le preguntó más tarde a Marcos cuando fue a buscarla para preguntarle acerca del encuentro entre Thalassios y sus nietos. -¿Ya estás cansada de nosotros, entonces? —le reprochó Marcos. No lo dijo bromeando, sino como si de verdad le importaba la respuesta de Lena. —No-no, por supuesto que no —nunca podría cansarse de la compañía de Marcos—. Pero ya no me necesitáis aquí. No tengo razones para abusar de la hospitalidad de tu abuelo y... —Y deseas continuar con tu vida —concluyó Marcos por ella. -Si —sí, supongo que sí. -¿No estás segura? Por supuesto que no estaba segura. No estaba segura de nada, excepto de que lo quería y lo deseaba. -En realidad debería buscar trabajo —explicó ella. —Prometí ayudarte —le recordó Marcos—: Vamos, quédate aquí como invitada mía unos días más. Cuando regresemos a Atenas, trabajarás. -¿Para... para ti? —preguntó ella, vacilante. No le parecía que fuera prudente. —No sé si estás capacitada para trabajar conmigo. Ya veremos —prometió con una amplia sonrisa; ella pareció aceptar quedarse—. En mi país —le dijo Marcos con fingida severidad— las mujeres no discuten. Era poco prudente, pero Lena creía que debía saber tanto de Marcos como le fuera posible. -¿Ni tienes tu propia casa? —le preguntó una mañana, cuando estaban sentados juntos a la piscina de la villa—. ¿O consideras ésta tu casa? —Esta villa será mía algún día... cuando se muera mi abuelo —se persignó mientras hablaba. Lena se había dado cuenta de que los Mavroleon eran muy religiosos—. Tengo la casa de Atenas, por supuesto. Pero sí tengo un lugar en Skiapelos que es exclusivamente mío. ¿Quieres verlo? ¿Ahora? —Oh, yo... —vaciló. Pero él ya se había puesto de pie. -¡Vamos! Sí, así como estás. No necesitas llevar más ropa para ir a ese lugar. Al sonriente chofer no le pareció nada extraño llevarlos al puerto tal como estaban, en traje de baño. Al principio, Lena pensó que iban al yate, y la idea de estar a solas con Marcos la hizo estremecerse y alarmarse. Por supuesto, alguno de los tripulantes estarían a bordo... Pero Marcos la llevó hasta un pequeño barco. Para sorpresa de ella, sin ninguna ayuda, él se encargó de que se hiciera a la mar. —Mis antepasados hicieron fortuna con pequeñas embarcaciones como ésta —le explicó Marcos, cuando ella le hizo un comentario acerca de su habilidad en el mar—. Llevaban seda y queso a las demás islas y a tierra firme. Con el tiempo, esos pequeños barcos se convirtieron en petroleros —no cabía duda de que estaba orgulloso de sus antepasados. Era tan tradicional como su abuelo, lo que no era ningún consuelo para Lena. Marcos nunca se opondría a los planes que Thalassios había trazado para él. -Hay algo que proporciona mucha satisfacción al hacer navegar un barco como éste —prosiguió Marcos—. El griego quiere a su embarcación tanto como a su mujer. —¿Dónde vamos? —preguntó ella, para cambiar de conversación, pues se sentía incómoda oírle hablar de mujeres y amor. —¿Te he dicho que Skiapelos tiene varias islas? —ella asintió—. Una de las más pequeñas es mía. Fue de mi padre, el primogénito de mi abuelo, antes de que me perteneciera. -¿Tiene nombre? —Nunca ha sido necesario ponerle nombre. ¿Qué te parece si tú escoges un nombre para mi isla, Helena? -Sería muy presuntuoso por mi parte hacerlo —respondió ella de inmediato. La isla de Marcos era pequeña y estaba deshabitada. —Es tan pequeña que ni siquiera aparece en los mapas. Mi padre no vivió el tiempo suficiente para construir algo en ella. Tal vez yo lo haga algún día o quizá la conserve tal como está... como una refugio. -¿Vienes aquí a menudo, entonces? —preguntó Lena, mientras Marcos la llevaba hacia una playa de blancas arenas. —Cuando tengo algo en que pensar... algún problema personal — respondió él. Era difícil imaginarse a Marcos preocupado por algo. Así se lo hizo saber Lena y él sonrió. —¿No? ¿Es que no sabes ya cómo es mi abuelo? —¿Acaso le tienes miedo? —el autocrático Thalassios intimidaba, desde luego. Sin embargo, no podía creer que Marcos le tuviera miedo. —No, miedo no le tengo, pero le respeto y no me gusta que se disguste. —¿Te llama ante «su presencia» con frecuencia, entonces? -Por lo general, quiere saber cómo estoy dirigiendo su empresa. En ocasiones hablamos de asuntos familiares. Pero pronto tendré que pedirle una entrevista. -¿Y eso es lo que te preocupa? —Necesita reflexionar con cuidado, desde luego. Hablaban sin que Marcos la soltara de la mano. La llevó playa arriba. Marcos nunca andaba despacio, así que Lena se había quedado sin aliento cuando llegaron al centro de la isla. —Está cubierto de hierba —se aventuró a decir ella—. ¿No... no habrá serpientes? —Alguna, tal vez —reconoció él, pero al ver la expresión de alarma de ella, le aseguró—: Sin embargo, no son venenosas —aun así, Lena no pudo evitar estremecerse—. Tranquilízate, Helena... —la agarró con más fuerza de la mano—, estás a salvo conmigo. Ella no estaba muy segura de ello, ya que se encontraban allí solos. Después de ascender un poco, llegaron al punto más alto de la isla, desde el que se tenía una vista impresionante del mar y de las demás islas. —A veces he pensado construir una casa aquí —confesó Marcos—. Una casa no muy grande... sólo lo suficiente para vivir yo... y otra persona. —¿Quizá cuando te cases? —todavía le dolía pensar en ellos. Más que nunca, en realidad. Marcos no mordió el anzuelo. En vez de eso, sugirió: -Déjame que te enseñe la playa del otro lado. Hay cuevas donde solía jugar de niño —tal vez algún día llevaría allí a sus propios hijos. Cómo deseó poder ser ella la que le diera esos hijos. Las cuevas eran preciosas y mucho más grandes de lo que ella esperaba. Además, tenían estalactitas y estalagmitas. Era un sitio bonito, pero frío. -Nunca pensé que pasaría frío en Grecia —comentó Lena. Preocupado, Marcos le echó un brazo alrededor del cuerpo y la guió una vez más hacia la playa iluminada por el sol. A Lena le pareció sensato aceptar la sugerencia de él y tenderse en la arena, permitiendo que el sol le calentara el cuerpo. Marcos se sentó a su lado y ella, lo contempló con disimulo. Él parecía mirar al mar. Sin embargo, Lena pensó que en realidad estaba preocupado por la entrevista que tendría con su abuelo. Se preguntó cuál sería el tema que iban a tratar. El calor se hizo más intenso. Lena se dio cuenta de que llevaban mucho tiempo en la isla. —¿Marcos? Él se volvió para mirarla. Algo en la expresión de sus ojos la preocupó. —¿No... no deberíamos regresar? —preguntó ella. —Todavía no. Lena deseó no haber interrumpido sus pensamientos, pues Marcos se tendió boca abajo cerca de ella, puso los codos en la arena y apoyó la cabeza en las manos, mientras la observaba con atención. Lena comenzó a sentir un calor que nada tenía que ver con el sol. Se movió, inquieta. —¿No... no es peligroso nadar aquí? —preguntó ella, simplemente por decir algo. Lena se arrepintió de haberlo hecho, pues Marcos alargó la mano y le acarició el pelo. —¿Te gustaría que te diera una lección de natación? Ella recordó cómo había terminado la última lección que le dio. Se ruborizó. —¡Oh, no! No, no he querido decir... Simplemente pensé que estaría bien nadar en el mar. —¿Por qué no? —se levantó y luego la ayudó a ponerse de pie. Sin soltarla de la mano, echó a correr hacia el mar y un momento después, se encontraba dentro de las tibias aguas. Lena se puso a flotar de espaldas y Marcos optó por nadar. Sin embargo, pronto regresó a su lado. Recorrió con la mirada el cuerpo de ella. Turbada, Lena trató de enderezarse de inmediato, pero descubrió que no podía tocar el fondo. Marcos alargo los brazos y la sujetó. De repente, la cogió por la cintura y la apretó contra su cuerpo. —¡Helena! —exclamó él de pronto, y sus labios buscaron los de Lena, quien inútilmente abrió la boca para protestar. Fue un beso delicado en que ella no pudo evitar responder. Consternada, sintió que Marcos le desabrochaba el bikini. -¡Marcos, no! —exclamó ella, jadeante, cuando él comenzó a acariciarle los senos. -¡Helena, sí! —dijo él, un poco burlón. Luego, con voz más profunda, agregó—: Te dije que los dioses del mar me envidiarían. Pienso hacer que me tengan todavía más envidia. Lena sintió que el deseo se apoderaba de ella. Él le besó el cuello y luego los pezones. Enseguida se dispuso a quitarle la parte inferior del bikini. Ella le besó el cuello. Luego Marcos la levantó en sus brazos y comenzó a andar hacia la orilla, sin apartar sus labios de los de ella. La puso en la tibia arena y se colocó encima de ella. —Te deseo, Helena —susurró. -¡Oh, Marcos! —estremeciéndose, pronunció el nombre de él. Abrió los labios y sintió que la lengua de Marcos se introducía en su boca. Se sentía enteremecer entre los brazos de él. Entonces deslizó las manos por la espalda desnuda de él, mientras experimentaba un deseo apremiante. Le deseaba. Se daba cuenta de que nunca había deseado a un hombre como deseaba a Marcos Mavroleon... y él la deseaba a ella. Y si no hacía algo en ese momento, ¡iban a satisfacer ese deseo mutuo! De pronto recobró la cordura; logró soltarse y, temblorosa, se puso de pie. -¡No, Marcos! ¡Lo que hacemos está mal! ¡Estás comprometido con Marianthe! Marcos tardó en reaccionar. Le observó con cautela, pensando que iba a tratar de atraparla, aunque sin saber qué haría en ese caso. Allí sola con Marcos, en su isla, estaba totalmente a merced de él. Durante un largo momento la miró fijamente a los ojos. -¡Tienes razón! —exclamó él con voz áspera. Luego, de pronto, dio media vuelta y se metió de nuevo en el mar. Temblando, Lena se sentó en una roca. Estaba desconcertada ante la reacción de Marcos. Sentía alvio, peor también pesar. No le halagaba haber logrado que él se diera por vencido con tanta facilidad. Cuando regresó, Marcos ya había recuperado en control de sí mismo. -Es hora de irnos a casa —le dijo a ella, tan tranquilo como si nada hubiera ocurrido entre los dos. ¡A casa! «Ójala su casa fuera la mía», pensó Lena. *** Las celebraciones por el santo de Thalassios continuaron toda la semana. Los griegos se iban a acostar tarde y se levantaban temprano. Nunca en su vida Lena se había sentido tan cansada, a pesar de que no había día en que dejara de dormir la siesta. Como era de tez blanca, ya no soportaba el intenso calor. Estaba nerviosa y, a veces, de muy mal humor. Al parecer, Lena no era la única cuyo estado de ánimo había cambiado. El último día que estarían en la isla todos iban a ir al pueblo para asistir a la boda de la que Marcos había hablado. Pero una hora antes del momento acordado para salir de la villa, Chryssanti entró de improviso en la habitación de Lena, pálida y nerviosa. Apenas cerró la puerta, después de entrar, cuando comenzó a sollozar. -Es un mentiroso. No le creo. ¡Lo odio! —exclamó, llorando. Pasó un rato antes de que Lena pudiera calmarla lo suficiente para preguntarle de qué se trataba. —Es ese Dimitri Mavroleon —le contestó la jovencita—. Es un mentiroso —repitió—. Siempre... siempre está donde no le necesitan —Lena supuso que Chrys se refería a ella y Christos—. Y ahora... ahora me ha dicho que Christos va a casarse cuando regresemos a Atenas. No puede ser cierto Lena. No es posible. Christos nunca ha mencionado a ninguna novia, Lena. ¡Le quiero! Era irónico, pensó Lena, mientras trataba de consolar a la adolescente, recurriendo a expresiones como «el tiempo lo cura todo», frases que no la convencían a ella ni a Chryssanti. *** —No puedo ir a la boda —le dijo Lena a Marcos—. Yo... —Pero si ya te has vestido para ir —repuso él, admirando su esbelta figura. —No puedo dejar a Chrys. —¿No se encuentra bien? —Está triste por... por algo, lo que es peor. No hay ninguna medicina contra la tristeza. —¿Está preocupada por su madre? —encaprichada con Christos, Chryssanti apenas había mencionado a Irini últimamente. —No. Mira, Marcos —sintió la necesidad de compartir su inquietud con otra persona—, ella... ella cree que está enamorada de Christos, y Dimitri acaba de decirle que su hermano va a casarse pronto. ¿Es Dimitri un mentiroso o es cierto lo que dice? -¿Dimitri, un mentiroso? —Marcos pareció asombrado—. Desde luego que no. Es cierto lo que dice. -¡Oh! —Lena se exasperó; por el momento había olvidado sus propios problemas—. Ojala me lo hubieras dicho. Si Chryssanti lo hubiera sabido antes, tal vez ahora no se sentiría infeliz. —Lo siento —dijo Marcos con sinceridad—. Debo confesarte que estaba tan ocupado con mis propios asuntos que no me di cuenta de que pasaba —pareció enfadado consigo mismo— Me correspondía a mí, no a Dimitri, habérselo dicho a Chrys. —¡Oh! —exclamó Lena de nuevo—. Tú y tu abuelo... todos sois ¡tan anticuados! Supongo que tu abuelo también dispuso de la boda de Christos, ¿verdad? —él asintió—. Tal como pensaba. Menos mal que los ingleses no son tan chapados a la antigua. En cualquier caso, no voy a ir a esa boda. *** Pero sí fue, pues Marcos no aceptó su negativa. —Marianthe se quedará con Chryssanti. Son más o menos de la misma edad. -Pero eso significará que Marianthe no irá a la boda —objetó Lena. —Tales acontecimientos no son una novedad para ella. En cambió, tú estás de visita en nuestras islas. Además, pronto Marianthe tendría su propia boda, pensó Lena y se sintió mal. Pero Chryssanti, de nuevo llorando le dijo a Lena: -Quiero irme a casa. Ojala nunca hubiera venido aquí. Odio este sitio, odio Grecia y, sobre todo, ¡odio a Dimitri Mavroleon! -No es culpa suya —le dio Lena, tratando de razonar con ella. Le agradaba Dimitri. Era un hombre más bien callado, más introvertido que sus hermanos menores, Christos y Manoli. Se alegró de haber asistido a la boda, aun cuando la felicidad de los novios y la ceremonia tradicional le recordaron que nunca podría tener a Marcos. La celebración tuvo lugar en el pueblo del viejo puerto, por donde pasaron al llegar a la isla. Una vez más el medio de transporte que utilizaron fueron los burros. La boda resultó un espectáculo muy interesante. En una de las iglesias de cúpula azul, los novios permanecieron de pie ante un sacerdote con barba y túnica de color blanco. Los recién casados dieron tres vueltas al altar, mientras los invitados les arrojaban arroz y pétalos. A la ceremonia religiosa siguió una fiesta. Cerca del diminuto puerto habían puesto mesas en las calles. Los invitados comieron platos deliciosos y no terminaron hasta que el sol se ocultó en el horizonte. Después siguió el baile, en la plaza del pequeño pueblo. -En el pasado —le dijo Marcos a Lena—, las celebraciones duraban hasta cinco días. -¿Quieres decir entonces —preguntó ella, irónica— que habéis acabado con una tradición? Pero Marcos, en vez de sentirse ofendido, se rió entre dientes. —Estás en contra de nuestras tradiciones, Helena. ¿Por qué? ¿Te han molestado de alguna manera? —era muy perspicaz, o pensaba que lo era. -De ninguna manera —respondió ella con indiferencia—. Pero he visto lo que pueden hacer con la gente que me gusta... como Irini y ahora Chrys. -Querida Helena —dijo él, un poco exasperado—, ¿en serio piensas que porque Chryssanti cree que está enamorada de Christos, él debe de inmediato dejar a un lado sus planes, y casarse con ella? —parecía estar hablando de su propio caso. Lena se mordió el labio. -No, por supuesto que no. Ella es demasiado joven para saber lo que quiere. Me doy cuenta de eso. -Entonces no entiendo qué tratas de decirme. -No trato de decirte nada. ¡Oh, por Dios, olvidémonos de ese tema! Nunca nos pondremos de acuerdo. -Cierto. Se debe a que venimos de diferentes culturas. ¿No es ésa una razón por la que no deberán celebrarse matrimonios mixtos, como el de Irini? «En el caso de Irini el matrimonio resultó un éxito», pensó Lena, pero estaba segura de que Marcos no se refería sólo a su tía. No obstante, ya no tenía ganas de discutir. —¿Cuánto tiempo más tenemos que quedarnos? —preguntó ella de pronto. —Sería de mala educación que nos fuéramos antes de que termine el baile. Ven —sonrió y extendió la mano hacia ella—. Me parece que nuestos bailes sí te gustan. Es una tradición que quizá sí apruebes. —No tengo ganas de bailar. -Si no bailas conmigo, vendrá otro a invitarte y no aceptará que le digas que no. Muchos hombres me están mirando con envidia. -Correré ese riesgo. —¡No lo harás! —exclamó él. Dejó de sonreír y la cogió del brazo—. A los griegos no nos gusta que nos rechacen y no estoy dispuesto verte bailar con otro hombre. —No tienes derecho a monopolizarme. -¿No? —la hizo levantar el mentón para mirarla a los ojos, furioso—. ¿No tengo derecho, Helena? -No —respondió ella con firmeza—. No te pertenezco. —Todavía no, quizá —la agarró con más fuerza. ¿Qué quiso decir con ese «todavía no»? Iba a casarse con otra mujer y los dos lo sabían. ¿Acaso era tan descarado para pensar que estaba dispuesta a tener una aventura con él? Lena se tambaleó un poco y entonces Marcos la miró a los ojos. -¿Estás cansada?—preguntó y, sin esperar respuesta, prosiguió—: Apóyate en mí. No te dejaré caer. Lena sintió que se perdía en la profundidad de los ojos negros de su acompañante. Y él se daba cuenta del efecto que tenía en ella. —Por favor, Marcos —rogó ella—. No me apetece bailar. -Muy bien —todavía rodeándola con un brazo por la cintura, la llevó lejos de las parejas que continuaban bailando, lejos de la plaza iluminada. —Yo sólo quería sentarme —protestó ella, mientras andaban por una de las estrechas y empinadas calles, cada vez más lejos de la música, de las voces y de las risas. -Dentro de un momento podrás hacerlo —dijo él, tranquilizándola. Al llegar a una ladera cubierta de hierba, Marcos hizo que Lena se tendiera junto a él en la hierba. Cuando la miró, ella sintió que se le aceleraba el pulso. Poco a poco el calor se extendió por su cuerpo y ya no pudo apartar la vista de él. Parecía que no podía pensar con claridad. -Helena —murmuró él. Al oír la voz de Marcos, el deseo se apoderó de ella y comenzó a estremecerse. -Marcos, no pienso que... -No, no pienses, sólo siente —dijo él, abrazándola y apretándola conta su cuerpo. Derrotada, Lena gimió un poco, cerró los ojos y le echó los brazos al cuello. Él la besó con avidez, con pasión. Luego introdujo la lengua en la boca de ella, excitándola. Marcos le desabrochó el vestido y deslizó las manos hacia el interior. Ella se estremeció, pero intentó protestar. —Pero yo quiero tocarte, Helena —murmuró él—. Quiero tocarte, probarte — abrió la boca y le besó un pezón—. He intentado contenerme hasta... Pero era inútil. Quiero hacer el amor contigo, Helena, ahora, esta noche. Sin embargo, aunque le deseaba, ella empezó a pensar con más claridad. —¡No, Marcos! ¡No! —trató de apartarlo, pero él era fuerte. —Tú también me deseas, Helena. Sé que me deseas. No trates de negarlo. -Está bien —susurró ella—. Te deseo, no lo negaré. Pero no voy a entregarme a ti. No está bien, Marcos. No eres libre y yo... —¿Y si fuera libre? -No sé. ¿Cómo podría saberlo? —Si fuera libre, me dejarías que te hiciera el amor —insistió él—. Lo sé — deslizó la mano por la pierna de ella—. ¿Y si dijera que no voy a casarme con Marianthe? —Pero no puedes decirme eso —afirmó ella con amargura, apartando la mano de él—. Y si lo hicieras, no te creería, porque sólo me lo dirías para conseguir lo que deseas de mí. Capítulo 6 ENTONCES? —le desafió cuando la soltó—. No puedes decir eso, ¿verdad? —No —respondió él—. No puedo decirte eso, Helena. Lo que puedo decirte es que nunca te obligaré a hacer nada que no quieras —se puso en pie y le ofreció a Lena la mano para ayudarla a levantarse—. Vamos, regresaremos al baile. Ella hizo caso omiso de la mano que le ofrecía y se puso de pie sin su ayuda. —Prefiero volver a la villa. Todavía estoy preocupada por Chrys. No creo que ella se quede en Grecia después de lo que ha pasado. Me parece que querrá volver a casa. Y yo me iré con ella —agregó para poner a prueba a Marcos. Pero él no reaccionó como ella pensaba... ¿o esperaba? —Desde luego, no debe ir sola. Pero, ¿estás segura de que no es posible convencerla para que se quede? Mi abuelo la ha aceptado, así que no le agradará que ahora se vaya. —Tu abuelo siempre se sale con la suya —comentó Lena—. A juzgar por como dispone de la vida de los miembros de su familia, resulta bastante claro que no sabe lo que es estar enamorado. —Al contrario. —¿Quieres decir que su padre no dispuso de matrimonio? —Es cierto que así sucedió con sus dos primeros matrimonios, pero... —Entonces, ¿cuántas veces ha estado casado? —Tres veces: primero con mi abuela, Katarina; luego con Tina, la madre de Irini. Su tercera esposa, Rallia, fue la abuela de Christos y sus hermanos. Por desgracia, Rallia murió hace dos años. —¿Y ese matrimonio no fue convenido? —No. Él estaba muy enamorado de Rallia. Por eso se divorció de Tina, con lo cual se enemistó con la familia de ella, cuyos miembros eran muy amigos de los Mavroleon. Ahora las dos familias son enemigas. Lena movió la cabeza, perpleja. —Sé que es tu abuelo, Marcos, pero debo decirte que me parece un viejo hipócrita. Cuando volvieron a la plaza, vieron que los visitantes de la villa habían comenzado a dispersarse. Lena y Marcos regresaron a la villa en silencio, cada uno absorto en sus propios pensamientos. Estaba empezando a amanecer. *** Chryssanti estaba dormida, cuando Lena entró en su habitación. Era evidente que la jovencita había estado llorando hasta quedarse dormida. Lena suspiró y fue a su propia habitación para descansar algunas horas. Cuando se despertó, había un gran alboroto en la casa. Cuando los leones negros de Skiapelos perdían los estribos, todo el mundo se enteraba. Lena salió al patio, donde la familia estaba reunida desayunando, y les encontró alicaídos, pero no a causa de la diversión que había supuesto la noche anterior. Desde la habitación de Thalassios llegaban gritos. —¿Qué pasa? —preguntó Lena en voz baja cuando se sentó junto a Chryssanti. —Desde hace un buen rato, Marcos y mi abuelo están enfrascados en una terrible pelea. Pero parece que nadie sabe de qué se trata —respondió Chrys; le temblaban los labios y parecía inquieta—. ¿No crees que puede ser acerca de mí y... y de Christos? —preguntó en voz baja—. Parece que todos se lo cuentan todo al abuelo. Supongo que ha sido ese odioso Dimitri. —No precisamente —dijo Lena, también en voz baja—. Yo se lo conté a Marcos... Lo siento, Chrys —la adolescente se enfadó—, pero pensé que él era el más indicado para preguntarle si Dimitri decía la verdad. —Y Marcos ya se lo ha contado a mi abuelo. Ahora todo el mundo lo sabrá. Christos lo sabrá. No lo soporto. Oh, Lena, ¿cuándo podremos irnos de aquí? De repente se produjo una pausa en la violenta discusión. Los familiares se miraron, inquietos. Luego Marcos salió a grandes pasos al patio. Parecía furioso. Recorrió con la mirada a las personas reunidas y descubrió a Lena. -¡Helena! ¡Allí estás al fin! —exclamó—. ¿Cuánto tiempo tardarás en hacer las maletas! —Diez minutos. No he traido mi... —¡Muy bien! Diez minutos, entonces. ¡Nos vamos! -¿Pero qué...? —No hay tiempo para discutir. A menos que quieras quedarte —se fue, tan rápido como había aparecido. Cuando se dirigía a su habitación, Lena vio que Chryssanti la seguía de cerca. —Yo también me voy. No me quedaré aquí —dijo la jovencita. Lena se detuvo en seco. Pobre niña. ¿Cómo pudo haber olvidado los problemas de Chrys? —Oh, Chrys, yo... —Ya has oido lo que ha dicho Marcos. No hay tiempo para discutir. ¡Me voy! Marcos no pareció sorprendido al encontrar a las dos muchachas esperándole. —¿Y Stephen? —preguntó Lena, inquieta, al ver que Marcos las llevaba deprisa hacia la limusina. —Stefanos está en su casa —le aseguró Marcos—. Está feliz y cuidarán bien de él. —Pero tu abuelo no sabe que Chrys se va. ¿Afectará eso a su forma de tratar a Stephen? ¿No se enfadará? Marcos se encogió de hombros. —Ya está enfadado. Pero, a pesar de todo, es un hombre justo—le dio palmaditas en el brazo a Lena—. Deja de preocuparte, Helena, el niño estará bien. -¿Así que no crees que Chrys debería quedarse? —No me quedaría, y no me importa lo que él piense... —comenzó a decir Chryssanti. No acababa de agradarle el mayor de sus primos. -¡Chryssanti! —la interrumpió Marcos con severidad—. Te llevaremos con nosotros. En cualquier caso, dentro de unas semanas serás mayor de edad. Eso significa, en tu país, que podrás hacer lo que quieras, ¿verdad? —Sí —a pesar de su tono, Chryssanti se había apaciguado—. Cumplo años el mismo día que Marianthe. ¿No es una verdadera coindicencia, Lena? «Pero cuando Marianthe sea mayor de edad no podría hacer lo que quiera», pensó Lena. Tenía que casarse con Marcos. Sin embargo, tal vez así lo deseaba. —Marianthe os hará compañía durante el viaje —les dijo Marcos, lo que las sorprendió—. Mi tía abuela Arietta —se refería a la monja— también se encuentra a bordo. Ella desea regresar pronto a Atenas. Pero primero daremos un rodeo y pasaremos por la casa de Marianthe. Tengo que ir a ver a sus padres. Por supuesto. Había que hacer planes para la boda y la tía abuela estaría allí para actuar como dama de compañía. —Creo que me iré a mi camarote, si no te molesta —le dijo Lena a Marcos, tirante—. He dormido sólo unas cuantas horas esta semana, así que estoy muy cansada —«y deprimida», podría haber añadido. Sabía que no sólo era falta de sueño lo que afectaba su estado de ánimo. Lena sabía cual era el motivo de su depresión y de la de Chryssanti, pero no lo que pasaba por la mente de sus tres acompañantes. Arietta Mavroleon se mostraba reservada; a menudo los ojos de Marianthe revelaban aprensión. Y en cuanto a Marcos... era al que menos entendía Lena. Se mostraba reservado y impaciente, tanto que recorría a grandes pasos las cubiertas de su yate. Desde que salieron de Skiapelos no había intercambiado más de dos palabras con ella, pensó Lena, apesadumbrada. Después de todo, su prometida se encontraba a bordo. Pero no podía dejar de desear que la besara y la acariciara. Un día antes de que llegaran a Míkonos, comenzó a soplar un viento seco del noroeste. Al principio, sólo agitaba las, hasta entonces, tranquilas aguas. Pero al mediodía el cielo se encapotó. Los pasajeros del Poseidón no salieron a cubierta. Todos empezaron a ponerse nerviosos. Chryssanti optaba por llorar e incluso Marianthe llegó a irritarse en una o dos ocasiones. También Lena estaba inquieta y comenzó a sentir la necesidad de escapar de la compañía de los demás. Después de disculparse, salió del salón y se fue deprisa por los pasillos. -Helena, ¿dónde vas? —cuando pasaba por delante de la suite principal, Marcos, que salía en ese momento, la cogió del brazo. -Hacia cubierta. —Imposible. Es peligroso. -Necesito un poco de aire, un cambio de escenario. Estoy cansada de mirar las cuatro paredes de ese salón. —Al menos podemos cambiar de escenario —antes de que Lena se diera cuenta de que lo que iba a hacer, la llevó al interior del vestíbulo de su suite desde allí a la amplia sala de estar. -Marcos —dijo ella con voz ronca—. No puedo quedarme. Quiero volver al salón. Yo... —Todavía no —la guió hasta un sofá—. ¡Sientate! —le ordenó. Cuando Marcos se sentó junto a ella, Lena se apartó un poco. -Bueno, sólo unos minutos, entonces. En realidad debería... —¡Helena! —pareció exasperado. Con fuerza la agarró de la muñeca—. Has estado a solas conmigo antes. ¿A qué se debe ese repentino nerviosismo? ¿Por qué no quieres estar conmigo? —Sí, he estado a solas contigo antes. Pero no debería haber sucedido, Marcos. No está bien. Lo sabía entonces, pero... —Pero me dejaste acariciarte —dijo mientras con el pulgar le acariciaba a la joven la palma de la mano. —Hice mal... hiciste mal —trató de apartar la mano. —Entonces, ¿por qué dejaste que te besara? —preguntó él con amabilidad—. ¿Por qué me besaste? —No sé. Yo... —Si lo sabes, Helena. Creo que los dos sabemos por qué. Porque reconocemos que entre nosotros existe algo que no puede negarse. Una atracción mutua. —Por eso no debemos estar solos —dijo ella, un poco desasperada. Impaciente, Marcos se acercó y ella se estremeció. Lena se había puesto un vestido sencillo para cenar. Marcos contempló su cuerpo, y detuvo la mirada en sus senos firmes. Luego bajó la vista hacia las curvas de la cintura y las caderas. Después examinó las bien formadas piernas y los delicados tobillos. —Te deseo, Helena, y tú me deseas —dijo él con voz ronca. De manera involuntaria, ella abrió los labios. Se preguntó cómo sería estar debajo de él y que Marcos deslizara las manos por su cuerpo. Sin darse cuenta de que lo hacía, se acercó a él y un momento después se encontró en brazos de Marcos. -¿Ves, Helena? Lo deseabas tanto como yo —dijo él, triunfante, antes de besarla. — ¡Oh, Dios! Marcos la besó con pasión y comenzó a acariciarla por todo el cuerpo. Lena se dio cuenta de lo excitado que estaba Marcos. Se tendieron en el sofá. -¡Marcos! —exclamó ella. Apenas reconoció su propia voz. Al pronunciar el nombre de él lo hizo para rogarle que fuera firme y no se dejara llevar por la pasión. Pero Marcos interpretó mal ese ruego y pensó que ella se rendía. Sus besos y sus caricias se volvieron más apasionados. Jadeando un poco, Lena quiso satisfacer su propio deseo y así comenzó a acariciarlo. -¡Helena! —Marcos había llegado a un punto en el que los besos y las caricias no bastaban—. Vamos al dormitorio. Al oír las palabras de Marcos, se dio cuenta de lo que podría suceder. Recordó, asimismo, que no tenía ningún derecho a estar en la cama de Marcos. Ese privilegio le correspondía a otra, a una muchacha que a él le gustaba, una mujer que no se merecía que la traicionaran así. Lena comenzó a forcejear. —¡No, Marcos! —exclamó, jadeante, mientras trataba de soltarse y él de impedírselo—. Por Dios, piensa en lo que estás haciendo —con la fuerza de la repentina desesperación, logró zafarse de Marcos. Con manos temblorosas, empezó a arreglarse el vestido. No se atrevía a mirarlo de nuevo a los ojos. Todavía lo deseaba, tanto como él a ella. Pero era imposible. «Di algo», le rogó a Marcos en silencio, «di algo para romper esta terrible tensión». Pero él permanecía callado, así que fue ella quien al fin habló, cuando iba hacia la puerta. —Lo siento, Marcos. No pensaba... Recordarás que te dije que no deberíamos estar solos. ¡Oh, Marcos! Dime, por favor, que estás de acuerdo conmigo —la miraba con una intensidad tal que la desconcertaba—. No podemos... pues tú y Marianthe... —ella bajó la vista de nuevo para no mirarle al rostro. Ella se volvió y se fue deprisa, pues estaba a punto de flaquear. Se sentiría aliviada cuando el viaje terminara. El yate, que antes la pareció muy grande, en ese momento resultaba demasiado pequeño para que ella y Marcos se encontraran a bordo al mismo tiempo. *** Por fin, llegaron a Míkonos. Marcos pensaba estar allí sólo el tiempo suficiente para ver a sus futuros parientes políticos. Pero les sugirió a sus pasajeros que acompañaran a Marianthe para que presentaran sus respetos a los padres de la joven. Lena sentía curiosidad por ver la isla. Desembarcaron en lancha, en la parte donde se encontraban las tiendas y cafés de blancas paredes. Mientras se alejaban del muelle, Lena y Marianthe se adelantaron un poco a los demás. Aquélla se dio cuenta de que, en Míkonos la actividad más importante era la turística. En la isla abundaban los restaurantes, los bares y las boutiques. —Es mi patria —dijo Marianthe con un suspiro—, pero ojalá no hubiera tantos turistas. Me gustaría que fuera más parecida a Skiapelos. —Entonces estarás contenta cuando vayas a vivir allí —le dijo Lena. Significaba un esfuerzo tener que ocultar sus sentimientos y hablar con naturalidad, pero la joven griega le agradaba y no quería ofenderla. —¡Oh, no! —Marianthe pareció horrorizada—. No viviré en Skiapelos. Por supuesto. Sin duda los negocios mantenían a Marcos en Atenas la mayor parte del año. Marianthe no iba a querer estar separada de su marido. Lena sabía que si ella estuviera casado con Marcos, no querría pasar mucho tiempo lejos de él. No iba a querer pasar ningún tiempo alejada de él. -Pero supongo que irás con frecuencia de visita.... —continuó torturándose. -No —dijo Marianthe con pesar—, ésta ha sido mi última visita a las islas. -Pero no entiendo —Lena estaba perpleja—. Si vas a casarte con Marcos... —No quiero casarme con Marcos. —Pero... —Pero tendré que hacerlo, a menos que pueda escaparme. —¿Por qué no se lo dices? —No podría hacer eso. No podría herir los sentimientso de Marcos. Oh, Lena, ¿quieres ayudarme? —¿Cómo puedo ayudarte? -Marcos va a ver a mis padres hoy y la próxima vez que venga será para que nos casemos. Pero si no estoy aquí, no habrá boda. Lena, cuando el yate salga, ¿quieres ocultarme en tu camarote? Tengo que escapar de mi padre y llegar a Atenas. —Oh, Marianthe. Mira lo que le pasó a la tía de Marcos. Su familia la repudió. Mi madre estará de mi lado. Y aunque no lo estuviera, no me importaría. No me casaré con alguien a quien no quiero. ¿Tú lo harías? —No, pero... —Entonces dime, por favor, que me ayudarás. —¿Qué pasará si. Marcos descubre que estás a bordo? -No lo descubrirá si tenemos cuidado. —Pero comparto un camarote con Chryssanti. -Ella no me delatará. Marcos no le gusta. —¿No te gusta a ti, Marianthe? —Sí. Sencillamente no quiero casarme con él. Es muy mayor para mí. Además... —vaciló, pero luego dijo casi desafiante— hay otro hombre. La historia se repetía. Lena miró a la otra muchacha con preocupación, preguntándose si Marianthe sabía lo que estaba haciendo. Después de todo, era tan joven como Chryssanti. —Prométeme que me ayudarás —le rogó Marianthe, interrumpiendo sus pensamientos—. Antes de que los demás nos alcancen. —Lo intentaré —dijo Lena; no podía comprometerse más. *** Despues de todo, resultó muy fácil ocultar a Marianthe. En cuanto llegaron a casa de los Lychnos, Marcos se encerró con su futuro suegro, mientras Arietta conversaba con la señora Lychnos. Las trés jóvenes se quedaron solas. —Voy a regresar ahora —les dijo Marianthe a Lena y Chyssanti, que ya estaba al corriente—. Mi madre os ofrecerá algo antes de que os vayáis. Si os pregunta dónde estoy, decidle que no lo sabéis. —Marianthe ha sido muy descortés al irse sin despedirse —dijo Arietta con disgusto, cuando regresaban al yate. Lena fingió no ver la mirada de complicidad de Chryssanti. Además, estaba más interesada en la reacción de Marcos que en la de su tía. Estuvo bien que Marianthe se hubiera esfumado casi de inmediato, pues Marcos no permaneció mucho tiempo con el padre de la joven. Salió con expresión sombría y rechazó cortésmente la bebida que le ofreció al señora Lychnos. Cuando iban hacia el muelle, Lena miró furtivamente a Marcos. Parecía casi tan enojado como estaba después de la pelea con su abuelo. Consumida por la curiosidad, se alegró cuando Arietta preguntó: —¿Ya están dispuestos todos los preparativos de la boda? Marcos respondió lacónicamente de modo afirmativo. Pero, ¿por qué estaba enojado, entonces, si no conocía los planes de Marianthe? Una vez a bordo, Lena se disculpó y fue directamente a su camarote, donde, nerviosa, Marianthe esperaba. —Tendré que ocultarme en el baño —dijo la joven. —Pero, ¿qué pasará si alguien viene a hacer la limpieza? Al final, decidieron que Lena fingiera estar indispuesta y que se quedara en el camarote hasta que volvieran al Pireo. Una vez en el puerto, Marianthe permanecería oculta hasta que Marcos y los demás se hubieran ido. —¿Qué harás entonces? —le preguntó Lena. —Es mejor que no sepas demasiado. Pero no te preocupes. Tengo una amiga en Atenas. Fuimos juntas al colegio en París. Ella me ayudará. *** -¿Ya te has recuperado del todo? —le preguntó a Lena cuando volvían en la limusina a Atenas. Ella asintió—. Si vas a verme a la oficina mañana, hablaremos de un empleo para ti. -¿Oh, no! —exclamó Lena—. Quiero decir, eres muy amable, pero sin duda te has olvidado de que tengo que volver a Inglaterra con Chrys. —No me he olvidado. Tía Arietta acompañará a Chryssanti. Desea ver a Irini y tal vez consolarla ahora que está enferma. —¿Qué bien! —dijo Lena de manera impulsiva. Se volvió hacia la monja—. ¿Le lleva a Irini algún recado de su padre? -Mi hermano no estaba de humor para dar recados cuando salimos de Skiapelos. En cualquier caso, él no perdona fácilmente. -¿Verdad que no le dirá a Irini eso? —rogó Lena. —Me parece que es usted una joven de buen corazón, thespinis. Te prometo que no seré directa. —¿Lo ves, Lena? —intervino Marcos—. No hay razón para que no te quedes en Atenas. Sólo una, tal vez: que al quedarse podría sufrir. Pero aun así no podía desaprovehcar la oportunidad de ver a Marcos un poco más. Así que voy a aceptar el empleo, sea cual sea, le escribió Lena a Sally en un carta esa noche. Quizá sea una tonta, pero sé que Marcos se siente atraído por mí. Ahora que Marianthe está decidida a no casarse con él, tal vez tenga alguna posibilidad, después de todo. Pensativa, miró hacia la Acrópolis, y se preguntó si los antiguos dioses o diosas estarían de su lado. Siguió escribiendo: Al menos he conseguido olvidar a Petros. En realidad, no sé qué vi en él. Terminó la carta pidiéndole a su amiga que le diera recuerdos a Domenicos Theodopouolos. *** —Como has tenido experiencia en una oficina, trabajarás con mi secretaria —le dijo Marcos a Lena al día siguiente. Ella le había informado que sólo sabía taquigrafía y mecanografía—. Ahora estamos a medio de unas negociaciones muy importantes y Lydia está muy ocupada. Aunque no sabes nada de la industria del petróleo, sólo se trata de que escribas a máquinas cartas que te dicte. Lena ocultó una sonrisa. —Trabajaras media jornada, si así lo deseas —prosiguió Marcos—, para que puedas seguir viendo los lugares de interés de la ciudad. Pero los siguientes días, Lena estuvo muy ocupada. En realidad no le importaba, pues ya no le interesaba tanto recorrer la ciudad. Además, le agradaba haber regresado a un mundo que conocía muy bien, aunque tenía cuidado de no revelar ese hecho. Chryssanti comenzó a llorar cuando Lena fue a despedirla, a ella y a Arietta, al aeropuerto. -Me escribirás, ¿verdad? —le pidió la adolescente—. Esoy asustada, Lena. Asustada porque no sé cómo encontraré a mamá. Además es terrible pensar que nunca volveré a ver a Christos. —Chrys, todavía eres muy joven. Algún día volverás a enamorarte. Mientras tanto, ¿por qué no continuas tus estudios y piensas en alguna profesión? Trata de olvidar a Christos. -Tú no tienes problemas —replicó Chryssanti—. Marianthe no quiere casarse con Marcos. Así que se te presenta una oportunidad, sobre todo ahora que trabajarás con él. Lena no se había dado cuenta de que sus sentimientos resultaban tan claros. Si eran evidentes para Chryssanti, ¿qué pasaría con Marcos? Pero trabajar con Marcos no la acercó más a él. Desde que había vuelto a Atenas, él se había mostrado reservado, lo cual la confundía y la hería a la vez. Cualquier conversación entre ellos se reducía al trabajo en la oficina. Estoy comenzando a pensar que sé más acerca de la compañía naviera de los Marvoleon que de Marcos, le escribió en otra breve carta a Sally. Desde luego, es una empresa mucho más grande que la de Theodopoulos. Lo extraño es que parecen comerciar con todas las compañías griegas que tienen sede en Londres, excepto con Theodopoulos. Supongo que se debe a enemistad que existe entre él y el viejo Thalassios. ¿De qué se tratará?. Llevaba un poco más de una semana de trabajo con Marcos cuando él la llamó a a su oficina. Como pensaba que quería dictarle algunas cartas, ella llevó una libreta y una pluma, y se sentó en una silla, frente a Marcos. Con el ceño fruncido, Marcos estaba leyendo una carta que tenía en el escritorio y no levantó la vista un buen rato. De modo que ella tuvo la oportunidad de observarlo. Parecía cansado. Mientras lo examinaba se dio cuenta de que seguía atrayándola igual que antes. Con dolor, recordó la veces que la había besado y acariciado. Pero faltaban menos de dos semanas para el día de su boda, lo cual explicaba su reserva. Se preguntó qué pasaría cuando descubriera que su prometida había desaparecido. Sin saberlo, Lena tenía todavía los ojos húmedos cuando Marcos levantó la vista y la sorprendió mirándole. Le oyó respirar a fondo y le vio apretar los labios. De pronto, se levantó y se acercó a ella. Lena tragó saliva y se pasó la lengua por los labios. No podría haberse movido, aunque hubiese querido. Hacía días que no estaba tan cerca de él. Tuvo que contenerse para no extender la mano y tocarle. -Helena! Ella sintió que el corazón le latía a toda velocidad. —¿Marcos? —dijo ella con voz ronca. La mano de él se acercó a ella pero no la tocó. En vez de ello tiró la carta al regazo de Lena. —¿Qué sabes de esto? Capitulo 7 DE qué se trata? —preguntó ella sin dejar de mirarlo a los ojos. —¡Léela! De mala gana, Lena miró la carta. Era del padre de Marianthe y en ella le decía que su hija había desaparecido misteriosamente. Parecía culpar a Marcos de la desaparición de la joven. —Pero nosotros sabemos que no es cierto —dijo Marcos cuando Lena, vacilante, lo mencionó—. Lo que sabemos es que ella desapareció el mismo día en que la llevamos a Míkonos. Es demasiada coincidencia, ¿no te parece? —hizo una pausa y luego preguntó—. ¿Qué le dijiste, Helena? —¿Yo? No sé a qué te refieres —pero no sabía que como se sentía culpable, se había sonrojado. —Esto es demasiado importante para mentir, Helena —su expresión era de severidad—. Marianthe es un chiquilla vulnerable. No quiero que la lastimen. ¿Qué le dijiste acerca de nosotros? —¡Nada! —replicó Lena con indignación. Se puso de pie—. No había nada que decirle. —¡Nada! ¿Llamas nada a lo que existe entre nosotros? —Sí —respondió ella, desafiante—. Porque no existe nada. Los dos sabemos que vas a casarte con Marianthe. De acuerdo, una o dos veces, los dos nos hemos dejado llevar por la pasión. Tampoco me estoy disculpando. Y, desde luego, no le habría hablado a Marianthe de eso. No es algo de lo que me sienta orgullosa. —¿No se lo habrías dicho ni siquiera con la esperanza de que se rompiera nuestro compromiso? —preguntó por curiosidad, pero Lena estaba furiosa. —¡Desde luego que no! ¿Cómo puedes pensar que sería tan des- preciable? ¿Y de qué me serviría? —¿No te importa que no séa libre para casarme contigo? -Sólo me importa porque así mi comportamiento resulta todavía más despreciable. Pero te juro que no volverá a ocurrir. —¿Entonces me das tu palabra de honor de que no le contaste nada de esto a mi prometida? —Sí. —¿Y no tienes idea de dónde puede estar? —Yo... —Lena no era muy buena mintiendo. A pesar de los esfuerzos que hizo para sostenerla, tuvo que bajar la vista, ruborizada. Triunfante, Marcos cogió por los hombres y la sacudió. —Has dicho la verdad, pero sólo la parte que te conviene. Sabes algo — volvió a sacudirla—. Insisto en que me lo digas. —Yo... yo di mi palabra, Marcos. Hice una promesa —logró decir—. No me hagas romper esa promesa. —¡Helena! —la sacudió de nuevo, pero ya no con tanta violencia—. Me parece que no te das cuenta de la gravedad de esto. No estás en Inglaterra ahora. En Grecia, la desaparición de una joven soltera es causa de gran preocupación para su familia. —Y para su prometido, desde luego —le recordó ella, tensa. —Desde luego —dijo él, tajante—. Claro que estoy preocupado. Bueno, dejémonos de tonterás en cuanto a cumplir promesas. ¿Dónde está ella? -No...no lo sé exactamente —confesó Lena—. Se ocultó en el Poseidón hasta que regresamos al Pireo. Dijo que tenía una amiga aquí, en Atenas y que iba a quedarse en su casa. —¡Gracias a Dios! —exclamó Marcos con alivio. Era evidente su sinceridad. Claro que le importaba Marianthe, pensó Lena con gran pesar. Intentó no llorar. —Ah, también dijo que su amiga fue compañera suya en el colegio en París —era inútil ocultar los detalles. —¿También te dijo por qué se iba de casa sin el permiso de sus padres? Lena apretó los labios, pero no sólo para no temblar. De ninguna manera contestaría a esa pregunta. Marcos tendría que averiguarlo por su cuenta... si Marianthe tenía el valor de decírselo. -No puedo decirte más. -Pero tú lo sabes —la miró a los ojos, desafiándola a que lo negara. Sin soltarla de los hombros, se contemplaron un interminable momento. Luego oyó a Marcos respirar a fondo mientras la recorría con la mirada de tal forma que ella sintió que el deseo se apoderaba de su cuerpo. Lena tragó saliva con dificultad. Deseaba que la abrazara e inclinara la cabeza hacia la de ella. Deseaba que la besara. Se imaginó que la levantaba en brazos y la llevaba... ¿dónde? Se encotraban en la oficina de Marcos. ¡Qué tonta era! Logró soltarse y respiró profundamente. -Bueno —le desafió—, ya te he dicho lo que querías saber. ¿No sería mejor que comenzaras a buscar a tu prometida? -Sí —respondió Marcos con determinación—. Sí, tengo que encontrarla. —Volveré al trabajo, entonces —dijo ella, tratando de parecer des- preocupada. -No. Vendrás conmigo. —¿Yo? —preguntó desconcertada—. ¿Para qué? Pareció que él iba a responder, pero no lo hizo. En vez de ello, cogió el teléfono. —Voy a llamar al señor Lychnos para averiguar los nombres y direcciones de las compañeras de colegio de Marianthe. —Y cuando la encuentres... si es que la encuentras... ¿qué pasará? -Desde luego, la llevaré con sus padres. Entonces, sin duda, se sabría la verdad y se adelantaría la fecha de la boda. Así que el señor Lychnos era un típico tirano. -¿Qué le harán? —No te preocupes —respondió él, sonriente—. Nosotros los griegos no pegamos a nuestras mujeres. Las respetamos. Las protegemos. Las halagamos —guardó silencio mientras la contemplaba—.Pero la regañarán con severidad y la vigilarán más de cerca en el futuro. —¿Hasta que se case y su esposo pueda vigilarla? —Exactamente. *** Una hora después, Lena y Marcos se encontraban en la escalinata de una suntuosa villa, en las afueras de Atenas. -Me siento muy mal por esto —murmuró Lena mientras un sirviente les llevaba al interior de un amplio salón, donde la familia y su huesped estaban sentados. —¿Lena? —sobresaltada, Marianthe se puso de pie y luego, vio a Marcos, dos pasos atrás—. ¡Oh, Lena! —su expresión de sopresa se convirtió en un gesto de reproche y dejó caer la mano que había extendido—. ¿Cómo has podido hacerme esto? -Lo siento —dijo Lena, pero la jovencita la miró con hostilidad. -Pensé que eras mi amiga. Nunca te perdonaré. Marcos, mientras tanto, conversaba con el anfitrión y la anfitriona de Marianthe, que no tenía la menor idea de que había ido a ver a su hija sin el consentimiento de sus padres. Criticaron a Lena por haber ayudado a la joven a escapar, aunque Marcos habló en favor de ella. —Helena no conoce nuestras costumbres —dijo él con sinceridad, por lo que Lena se sintió todavía más culpable—. No sabía lo que hacía. Desde el principio resultó evidente que la causa de Marianthe estaba perdida, pues los padres de su amiga estuvieron de acuerdo con Marcos en que debía regresar de inmediato a su casa. ¿Y quién mejor para hacerse cargo de ella que su prometido? Reinaba un incómodo silencio en la limusina mientras volvían a las oficinas de los Mavroleon. Lena miró varias veces a Marianthe con gesto suplicante, pues deseaba que la joven griega entendiera que no había tenido más remedio que revelar dónde se encontraba. Pero Marianthe, impasible, evitaba su mirada. De regreso en su oficina, Marcos llamó a la familia Lychnos y luego dio instrucciones para que tuvieran preparado el helicoptero personal. —Tal vez esté fuera algunos días —le dijo a su secretaria. Luego se acercó al escritorio de Lena—. Helena... —durante un momento ella pensó que iba a decir algo importante, pero sólo se encogió de hombros—. Hablaré contigo cuándo vuelva —asintió y se fue. Llevaba del brazo a Marianthe, delante de él, como si tubiera miedo de que aún pudiera escapar. Cuando regresara, tal vez sería ya un hombre casado, pensó Lena con tristeza. Se dijo que entonces ya no estaría en Atenas para ser testigo de ello. Lydia, la secretaria de Marcos, se sobresaltó cuando Lena le insinuó que quizá pronto se iría de Atenas. —Oh, querida, espero que te quedarás con nosotros por lo menos este mes. Has trabajado de manera admirable. Casi podría pensarse que has hecho algo similar antes. Tu ayuda me ha resultado inapreciable, sobre todo desde que, a raíz de la transacción con esa empresa estadounidense, hemos tenido que trabajar más que de constumbre. ¿No podrías buscar la manera de quedarte un poco más? Lena consideró que sería una grosería y una ingratitud negarse. Esperaba que durante la ausencia de Marcos los días serían largos y te- diosos, pero ella y Lydia estuvieron tan ocupadas que el tiempo pasó volando. Trabajaron mucho, con frecuencia horas extras, como también hicieron los tres primos de Marcos: Christos, Manoli y Dimitri. Y a menudo, cuando Lena regresaba a su apartamento, se llevaba trabajo. Resultó evidente, cuando Christos le preguntó con alegría y des- preocupación por Chryssanti, que no había adivinado lo que la joven sentía por él. Dimitri, su hermano mayor, mostró más preocupación y le aseguró a Lena que había hablado con Chryssanti por el bien de ella. Los detalles de la transacción con la empresa norteamericana eran muy confidenciales. —Sería un desastre si los rivales de los Mavroleon se enterasen del asunto, ya que hay en juego una gran suma de dinero —le dijo Lydia a Lena. —¿Acaso los Mavroleon necesitan más dinero? Ahora viven como reyes. —Viven bien —asintió Lydia—, pero no sólo se trata de dinero. Para un hombre de negocios griego es cuestión de prestigio. También participan activamente en obras de caridad. Si ese trato tiene éxito, podrán ayudar mucho más a sus compatriotas menos afortunados. *** Marcos llevaba una semana fuera, cuando Lena, al regresar a su casa incluso más tarde que de costumbre, vio todas las luces del apartamento que ocupaba estaban encendidas. Con el temor de que se tratara de algún intruso, estaba a punto de entrar de nuevo en el ascensor y llamar al guardia de seguridad, que se encontraba abajo, cuando oyó una voz conocida. -¿Eres tú, Lena? Sin poder creer, entró en el apartamento, dejó la carpeta que llevaba y miró fijamente al hombre que, envuelto sólo en una toalla, era evidente que acababa de salir del baño. -¡Petros! ¿Qué diablos haces tú aquí? —preguntó ella. —Éste es el apartamento de mí tío —le recordó él—. ¿Cómo estás Lena? — se acercó a ella y antes de que pudiera impedírselo, la cogió en sus brazos y la besó. Ella le apartó. -¡No, Petros! —exclamó—. Además, todavía no me has explicado por qué estás aquí. —Negocios —respondió—. Pero, sobre todo, porque quería verte. —¿Verme? ¿Para qué demonios? —Siéntate, tranquilízate y te lo explicaré. —Cuando te hayas vestido —le aseguró ella. —¿Cómo? —se miró a sí mismo—. Oh, Dios santo, Lena, soy un hombre decente. Además estuvimos comprometidos. —Sin embargo, preferiría que te vistieras —insistió ella—. Nunca se sabe. Podría recibir alguna visita y no me gustaría que te encontraran así. Podrían malinterpretar la situación. —¿Algún novio? —preguntó él, pero ella permaneció callada—. Está bien, me pondré algo. Sinceramente —dijo refunfuñando, mientras iba hacia uno de los dormitorios— pensé que te alegraría verme. -No sé por qué pensaste eso —replicó ella, mientras iba a la cocina para preparar café. Un momento después, Petros estaba junto a ella, descalzo. Sólo se había puesto unos pantalones. -Estabas enamorada de mí, ¿no? ¿Acaso...? —Eso parece haber pasado hace mucho tiempo. -¿Seis semanas? ¿Mucho tiempo? Por supuesto, te ha parecido mucho tiempo, pues me has echado de menos. —No te he echado de menos en absoluto —replicó Lena con más sinceridad que tacto, mientras ponía dos tazas en la mesa—. Supongo que quieres un café... -Bueno, yo sí te he echado de menos —ella lo miró con incredulidad y él Continuó—: Mira, Lena, estoy aquí para disculparme. Podrías hacer que fuera un poco más fácil para mí. -Petros, no me importa si te disculpas o no. -¿Entonces me has perdonado? —preguntó él, ansioso, y se acercó mientras hablaba—. Pensé que estaba enamorado de Eva. Pero en cuanto te perdí, comprendí que... -Espera —le interrumpió Lena—. Si vas a decirme que quieres que regrese contigo, es mejor no gastes saliva en balde. -Es que sí quiero que vuelvas conmigo. No puedo creer que hayas olvidado nuestros dos años de noviazgo en sólo unas semanas. —No los he olvidado, Petros. Pero me di cuenta de que estaba equivocada al pensar que lo que sentía por ti era amor... al menos, no era el amor que dura toda una vida —se terminó el café—. Ahora discúlpame, pero estoy muy cansada. He estado trabajando mucho últimamente —fue hacia la puerta de la cocina, pero Petros no se movió. -Sí, me he enterado de que estás trabajando para los Mavroleon. -¿Cómo...? Oh, supongo que te lo dijo Sally —las dos mujeres se escribían con regularidad. -¿Cómo es ese trabajo en comparación con lo que hacías para mi tío? —Es una empresa mucho más grande, desde luego —de nuevo intentó, sin éxito, salir de la cocina. —¿Y qué te parecen los Marvoleon? —Tengo muy buena opinión de ellos. Mira, Petros, tengo que levantarme temprano mañana. En realidad he de pedirte que te vayas. -¿Irme? —pareció sorprendido—. ¿Por qué habría de irme? Siempre utilizo el apartamento de Domenicos cuando vengo a Atenas. —No recuerdo que hubieras venido aquí —replicó Lena—. No desde que te conozco, en cualquier caso. —Bueno, mi tío me ha enviado. —Pero estoy sola. No puedes quedarte. No... —Oh, por Dios, Lena, ¿acaso tratas de darme un sermón sobre la decencia? Ibamos a casarnos. —¿Y esperas que eso sea una recomendación? Petros puso las manos en los hombros de ella y esbozó esa sonrisa de chiquillo que antes a Lena le parecía atractiva. -Sé que me guardas rencor —dijo él—. Pero ya te he dicho que lo sentía. ¿No podemos besarnos y hacer las paces? —No —el que la tocara no signficaba nada para ella. Era muy distinto cuando Marcos lo hacía. Petros, rubio y con ojos azules, raro para ser griego, parecía insípido e incoloro en comparación con Marcos. Petros bajó las manos. Pero dijo con confianza en sí mismo: -Cambiarás de opinión dentro de un día o dos, cuando nos hayamos visto más. Será como antes. —No pienso verte más. Y si no te vas, entonces yo tendré que hacerlo. Ahora es demasiado tarde, pero mañana encontraré otro lugar —le pediría ayuda a Lydia, que tenía un apartamento muy grande. Lena durmió mal esa noche. Cerró con llave la puerta de su dormitorio. Pero Petros no intentó molestarla. Se levantó temprano. La noche anterior pensaba examinar algunos documentos importantes antes de irse a la cama, pero en vez de ello hizo las maletas y le escribió una carta a Sally diciéndole que en el futuro le enviara la correspondencia a la oficina de los Mavroleon. Tendría que leer los documentos mientras desayunaba. Pero de nuevo no pudo llevar a cabo sus planes. Petros ya se había levantado y estuvo conversando con ella mientras que comía deprisa. —¿Qué clase de trabajo estás realizando para los Mavroleon? —preguntó él sentado, en un sillón—. ¿El mismo que hacías para nosotros? —No. Estoy trabajando para el director gerente. -¿Cuál de ellos es el director gerente, ahora que el viejo se ha retirado? —Marcos Mavroleon —pronunciar su nombre le causaba dolor. -¿Alguna cuestión interesante en el trabajo? —Petros, lo sabes mejor que yo. Mi trabajo es estrictamente confidencial... como lo era cuando trabajaba para tu tío —empujó hacia atrás la silla—. Encontraré algún otro sitio donde quedarme y vendré a buscar mi equipaje. —No es necesario que te vayas de este apartamento. —Sí es necesario —le contradijo ella. Recogió su bolso de mano y luego miró a su alrededor—. ¿Has visto mi carpeta? Ah, aquí está —se encontraba casi oculta debajo del sillón donde estaba Petros—. Me voy ahora, y por favor, cuando me haya mudado, no trates de verme de nuevo. Sin esperar que Petros respondiera, salió deprisa del apartamento, diez minutos más tarde que de costumbre. Lydia se mostró comprensiva cuando Lena le explicó que no le convenía más seguir utilizando el apartamento de su amigo. —Desde luego, debes mudarte a mi casa. Para ahorrar tiempo, ya que estamos tan ocupadas, ¿por qué no envías a un hombre a recoger tu equipaje y que lo lleve a mi apartamento? Así evitaría tener otro encuentro desagradable con Petros. Lena estuvo de acuerdo. Así que escribió la dirección en un trozo de papel y le dio la llave del apartamento. Por necesidad, Lydia se encargó de todas las llamadas telefónicas. Después de una llamada particularmente larga, le dijo a Lena. —Ha llamado Kyrios Marcos. Va a volver mañana a Atenas. —¿Sí? —Lena trató de parecer despreocupada—. ¿Ha mencionado... a Marianthe Lychnos? —No. Sólo hemos hablado de negocios —respondió Lydia, disculpándose—. Kyrios Marcos estará en la oficina unas horas solamente. Luego irá a Estados Unidos para las negociaciones finales del contrato. Así que todos estos papeles deben estar terminados antes de que nos vayamos de aquí esta noche. Lena tuvo poco tiempo esa noche para apreciar lo cómodo que era el apartamento de Lydia. Las dos mujeres estaban tan cansadas que se fueron directamente a la cama. Lena ni siquiera abrió las maletas que le había llevado del apartamento de Theodopoulos. Cuando Marcos llegó a la corporación Mavroleon, a la mañana siguiente, llamó a Lydia a su oficina para hacer una consulta. Apenas sonrió y dijo una palabra de despedida a Lena, antes de irse tan deprisa como había llegado. —Antes de salir hacia Estados Unidos tengo que ir a Skiapelos, pues mi abuelo me ha llamado urgentemente —les dijo a las dos mujeres. —Ahora que hemos terminado de pasar a máquina el contrato, supongo que podría irme —le dijo Lena a Lydia mientras comían con más tranquilidad que nunca después de varios días de intenso trabajo. —¿Terminado? —Lydia se rió—. Sólo se trataba del trabajo preliminar. Una vez que se haya logrado un acuerdo con los norteamericanos, lo cual no es seguro todavía, habrá mucha correspondencia. -Eso pensé, por supuesto —Lena todavía tenía cuidado de no revelar que conocía los trámites de la compañía naviera—. Pero podrás salir adelante, ¿verdad? -Supongo que quieres continuar viendo los sitios de interés históricos de la cuidad... —No. Creo que regresaré a Inglaterra —al menos así no habría más encuentros desagradables con Petros: —Confiaba —dijo Lydia—, y creo que también Kyrios Marcos así lo esperaba, en que te quedarías y que me permitirías que te enseñara para que ocuparas mi lugar —Lena la miró con expresión interrogante—. Mira, pienso casarme a principios del año que viene, pero prometí no irme hasta que encontrara a alguien que me sustituyera. Imposible, por supuesto. Ser la ayudante personal de Marcos. Trabajar muy cerca de él todo el día; todos los días. Pero no. Movió la cabeza. Sería una tortura. -No tomes una decisión todavía —le rogó Lydia—. Espera primero a que Kyrios Marcos pueda hablar contigo al respecto. Estoy segura de que te convencerá para que te quedes. Pero sólo había un incentivo que él podía ofrecer. Sin embargo, no era libre para hacerlo. Aun así, se quedaría un tiempo, para verlo sólo una vez más. Unos días después, Lena aprovechó que había poca actividad en la oficina para hacer algunas compras. Necesitaba comprar ropa y también algunos recuerdos, para llevarlos a Inglaterra. Estaba probándose varios vestidos en una de las tiendas más caras, cuando oyó una voz conocida que pocedía del probador contiguo. —Me los llevaré todos. No tuve tiempo para comprar un ajuar apropiado, así que mi marido me dijo que comprara todo lo que quisiera. Lena recorrió un poco la cortina del probador en el que se encontraba y miró a hurtadillas. Vio a Marianthe salir detrás de una sonriente vendedora que tenía los brazos cargados de prendas. Y cuando la joven griega extendió con despreocupación un cheque, vio el destello de un anillo de bodas. Sintio que iba a desmayarse. Se apoyó en el rincón del probador para no caerse. La aventura de Marianthe había tenido como resultados que la ceremonia se adelantara. Marcos y Marianthe casados. Y por la forma tan orgullosa en la que refirió a su «marido», parecía que se alegraba de estar casada con él. «Tonta», se dijo. «Sabías que iba a suceder». Los vestidos que Lena estaba probandose había perdido todo su atractivo, pero se quedó donde estaba, esperando hasta que Marianthe se hubiera ido. -¿Ya ha decidido qué vestido llevarse, Thespinis? —la voz de la vendedora hizo que Lena se sobresaltara. -Oh... no... sí. Es decir... Me llevaré éste —«éste» resultó ser el que estaba probándose en ese momento. Sin mirarlo de nuevo, Lena se lo quitó y se lo entregó a la dependienta. Después de pagarlo, salió de la tienda y volvió directamente al apartamento de Lydia. Desde allí, llamó a la oficina para decir que se encontraba mal, lo cual era cierto. Tenía un fuerte dolor de cabeza. Lydia pareció preocupada. —Y esta noche llegaré tarde a casa —anunció—. Voy a ir a cenar con mi novio. Podría cancelar... -!No!-dijo Lena. La idea de disponder del apartamento para ella sola le resultaba atractiva. Así no tendría que ocultar su tristeza ante la otra joven. Además, cuando Lydia llegara, ella ya estaría acostada—. Has estado tan ocupada que hace siglos que no ves a tu novio. Yo me las arreglaré sola. —¿Vendrás a la oficina mañana? —preguntó Lydia—. Kyrios Marcos ya ha regresado de Skiapelos. Habrá mucho trabajo que hacer mientras él esté en Estados Unidos. —Sí, allí estaré —dijo, haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad. —Le dije que había hablado contigo para proponerte que me sustituyeras en el puesto. Él pareció muy... -¡No puedo, Lydia! —la interrumpió Lena—. Por favor, tienes que decirle que no puedo quedarme. He decidido regresar a Inglaterra —se dio cuenta de que Lydia estaba consternada cuando colgó. Capítulo 8 PARA pasar la noche sin pensar en Marcos y su mujer, Lena decidió poner al día su correspondencia personal. Estuvo tan ocupada que no les había escrito a sus padres últimamente. Les alegraría saber que iba a regresar a casa, lo mismo que a Sally. También escribiría a Chryssanti y la pondría al corriente de los asuntos de Marianthe. Tal vez todo eso ayudaría a Lena a aceptar el matrimonio de Marcos. Pasó una noche en blanco; pálida y ojerosa, fue a trabajar al día siguiente. Sólo pensaba recoger sus pertenencias personales y presentar su dimisión. Pero encontró la oficina, bien organizada por lo general, en medio de una gran confusión. No había señales de Lydia, quien, para sorpresa de Lena, no había llegado al apartamento la noche anterior. Las mujeres griegas, aun aquellas que estaban comprometidas, no pasaban toda la noche fuera con sus novios. A través de la puerta abierta de la oficina contiguo vio, no a Marcos, sino a Dimitri Mavroleon. —¡Lena, gracias a Dios! —exclamó Dimitri al verla—. No sabíamos si ibas a venir. ¿Ya te has recuperado? Lydia y su prometido tuvieron un accidente anoche y entonces... —¿Están bien? ¿No...? —No, no. Los dos están bien. Sólo están heridos. Se quedarán en la casa del novio uno o dos días. Pero escucha: Marcos ha tenido que ir otra vez a Skiapelos. Nuestro abuelo no se encuentra bien. —Cuánto lo siento. Dimitri asintió con expresión de gravedad. —Antes de irse, Marcos dejó instrucciones para que sólo tú pasaras a máquina algunos documentos confidenciales. Yo acudiré a las citas que tenía para los próximos días, lo cual significa que me iré a Estados Unidos dentro de dos horas. Lena también vio en el escritorio de Marcos un sobre blanco dirigido a ella. Al principio pensó que contenía más instrucciones, pero no reconoció la letra. Examinó el sobre, intranquila sin saber por qué y reacia a abrirlo. Pero era absurdo. Al fin sacó la única hoja blanca que había dentro. En seguida, leyó: El señor y la señora M Mavroleon invitan a la señorita Lena Thomas a una cena para celebrar su reciente matrimonio. Se incluía a continuación el lugar de reunión, la fecha y la hora. En el reverso encontró una nota: Ven. Quiero disculparme. Marcos me lo ha explicado todo. Marianthe. No podía ir, por supuesto. Lena se sentó en el sillón de Marcos, se inclinó hacia adelante, con la cabeza en las manos, haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas. No podía ir. Pero, después de la primera impresión, después de razonar un momento, pensó que debía ir para que vieran que no le había afectado el matrimonio de Marcos. Era necesario, sobre todo, que el propio Marcos la viera. Lydia llamó al día siguiente y confirmó que no volvería al trabajo hasta la semana próxima. —Hay algunas cosas de las que no he podido encargarme —le dijo Lena con preocupación—. Asuntos sobre los que no puedo tomar una decisión. Dimitri está acudiendo a todas las citas de Marcos, Christos está siempre en reuniones y sólo Dios sabe dónde ha estado Manoli toda la semana. Y no quise pedir ayuda a ninguna de las otras secretarias. Creo que todas ellas me guardan rencor por trabajar para Marcos. —Tienes que perdonarlas —dijo Lydia, riéndose—. Todas están un poco enamoradas de él. -Eso no les servirá de mucho —comentó Lena. —No —Lydia volvió a reirse—. Pero déjalo todo para después del fin de semana. Regresaré entonces. *** La cena iba a celebrarse en la villa de Anastasia ese fin de semana. Lena supuso que, siendo tantos, los Mavroleon difícilmente cabrían en la casa de Marcos. Por lo menos tenía un vestido nuevo para ir a la reunión, aquél que había comprado en la boutique sin reflexionar. Resultó ser una buena elección. Llamó a un taxi para que la llevara a la villa, y estaba echándose perfume cuando sonó el timbre de la puerta. Rápidamente cogió su bolso de mano y un chal. Cuando el timbre volvió a sonar, corrió a la puerta. Pero no encontró a ningún taxista. —¡Marcos! —exclamó sobresaltada, e instintivamente retrocedió. Estaba tan guapo vestido de etiqueta, que Lena se quedó sin aliento. —¿A quién esperabas? —preguntó él, suspicaz. —A nadie... Al menos... es decir... había llamado a un taxi. —Deje recado de que vendría a buscarte. -Nadie me dijo nada. Pero, Marcos, no había necesidad de que tú... Deberías estar en... -Por supuesto que era necesario. Eres mi invitada. ¡Vamos! —autoritario, extendió la mano, pero Lena evitó tocarle y salió del apartamento y entró en el ascensor antes que él. —A Marianthe le parecerá muy extraño que tú... —¿Por qué habría de parecerle extraño? —pareció de verdad perplejo—. ¿Y qué importa? Ella tiene otras cosas de que ocuparse. Lena se quedó muda. ¿Cómo podía un hombre recién casado hablar con tanta indiferencia de su esposa? ¿No se daba cuenta de lo extraño que parecía que fuera a buscar a otra mujer para llevarla a su fiesta? Sobre todo una mujer a quien, estaba demostrado, no le resultaba indiferente. -Estás muy guapa, Helena —comentó él, mientras entraban en el ascensor—. Bueno, siempre estás preciosa —la recorrió con la mirada, deteniéndose al llegar a los senos. Era como si mentalmente estuviera desvistiéndola. Finalmente la miró a los ojos. Como siempre, ella se quedó hipnotizada. Parecía que no podía apartar la vista de él. En ese momento, él le miraba la boca. Ella abrió los labios y aspiró. Sabía que tenía que evitar que la tocara. Resultaba difícil apartarse de él en el pequeño ascensor. Alto, de piernas largas y amplias espaldas, parecía llenar el espacio cerrado. Lena sintió que el calor la invadía y se preguntó si no estaba sonrojada. -¿Cómo está tu abuelo? —preguntó. Realmente quería saberlo, pero la pregunta rompió la corriente de atracción que había entre ellos. —Ya muy recuperado, gracias. Por fortuna, sólo sufrió un ligero ataque al corazón, como resultado de un arrebato de cólera. Me temo que fue culpa mía. Volvimos a reñir. El médico dice que ya no debe preocuparse por los asuntos de negocios o familiares, pues, de lo contrario, él no responde de las consecuencias —de pronto pareció cansado. Lena supuso que entonces tales preocupaciones serían responsabilidad de Marcos. Cogiéndola de la cintura, un momento después la ayudó a entrar y acomodarse en el asiento trasero de la limusina. —A casa de Kyrua Tassia, Spyros, parakalo —le dijo Marcos al chófer—. ¿Ya te has recuperado por completo de tu indisposición del otro día? — preguntó cuando la limusina se ponía en marcha. Parecía preocupado—. Cuánto siento no haberte visto antes de irme. Lydia se sintió culpable. Dijo que tal vez te hizo trabajar mucho. No estás acostumbrada a hacerlo con este clima nuestro. Lena se valió de ese pretexto. —Ésa es una de las razones por las que estoy pensando en regresar a mi país. -Sí, Lydia me dijo que habías rechazado el ofrecimiento de sustituirla. Me contó que parecías casi asustada cuando llamaste y le hablaste de volver a Inglaterra. Yo esperaba que hubieras cambiado de idea al respecto. Lena negó con la cabeza, pues no se atrevía a mirarlo. Tenía unas ganas inmensas de llorar. -¡No te preocupes, Helena! —exclamó él, divertido, inclinándose hacía ella y poniéndole una mano en la rodilla—. No quiero que aceptes el empleo. —¿No... no quieres? —preguntó sorprendida, y entonces pudo mirarle a los ojos. —No. Ya he encontrado a alguien que sustituya a Lydia —la miró con ojos ardientes—. No —repitió—, tengo en mente algo completamente distinto para ti, mikros ena mou. Al oír esas cariñosas palabras, Lena se estremeció. Quería mirar hacia otro lado, pero Marcos la había hipnotizado. No debería estar con él a solas. Era demasiado peligroso. El chófer, al otro lado de la pantalla de vidrio ahumado, no contaba. Marcos no debería mirarla así. Estaba a punto de besarla. Cuando acercó la cabeza, sonó el teléfono de la limusina. Roto el hechizo, ella se apartó bruscamente. El teléfono de la limusina no dejó de sonar durante el viaje hacia la villa. Pero Lena se dio cuenta de que, mientras hablaba de negocios, Marcos no dejaba de mirarla con expresión pensativa. Si entendía bien la expresión de Marco, él deseaba coquetear con ella, aunque fuera un hombre casado. Tal vez creía, incluso, que ella estaría dispuesta a tener una aventura con él. Quizá a eso se refería cuando dijo que tenía en mente algo distinto para ella. Cada vez estaba más convencida, e indignada. Marcos pensaba convertirla en su amante. Sólo cuando llegaron a la villa, puso fin a sus pensamientos. Tassia Mavroleon se hizo cargo de Lena y la saludó con amabilidad, aunque con cierta reserva. —Marianthe aún no ha terminado de vestirse y arreglarse —le dijo Tassia—, pero encontrarás a los demás invitados reunidos en el salón. —Ha sido usted muy amable al ofrecer su casa para que se llevara a cabo la fiesta. Tassia pareció sorprendida. —¿Por qué no iba a hacerlo? Discúlpame, por favor. Tengo que darles algunas órdenes finales a los sirvientes. Con cierta timidez, Lena entró en el salón. Puesto que los Mavroleoon formaban una extensa familia, esperaba encontrar a numerosos invitados, pero se sorprendió al ver sólo a unos cuantos, Arieta, la monja, se encontraba allí, lo mismo que los tres hijos de Tassia. Acompañaba a Christos una joven atractiva y tímida; supuso que era su novia. Además de Marcos, no había nadie más en la reunión. Dimitri le ofreció a Lena algo de beber y le preguntó, como siempre, por Chryssanti. —En su última carta hablaba de que iría a la universidad —le dijo Lena— . Ahora está viviendo con sus abuelos, pues su madre murió. ¿Lo sabías? —Sí. Lo siento. Escribí a Chryssanti, para decirle que lo sentía, pero no recibí respuesta —sin duda, Dimitri no le agradaba a su joven prima. Lena miró a su alrededor y vio que Marcos, con el ceño fruncido, les miraba a ella y a Dimitri. Deprisa, apartó la vista y sonrió, como si todo lo que deseara fuera la compañía de Dimitri. —Pensé que habría más gente aquí. Los padres de Marianthe, por lo menos. Sé que tu abuelo está enfermo. -¡Ochi! —negó él con vehemencia y chasqueó la lengua. —Supongo que no era conveniente para ellos venir aquí. La aventura de Marianthe lo había echado todo a perder. La habían obligado a casarse antes de la fecha acordada para evitar que volviera a escaparse. —Espero... ¿Crees que ella es... feliz? —en realidad lo que quería saber era si Marcos era feliz. —Muy feliz —respondió Dimitri—. Los dos son muy felices. Deseaba que Marcos fuera feliz, se dijo a sí misma Lena, por supuesto que lo deseaba; pero era difícil aceptar que él había encontrado la felicidad con otra mujer. —Es más de lo que se merecen —prosiguió Dimitri y ella lo miró con expresión interrogante. Pero antes de que Lena pudiera preguntarle por qué había hecho ese extraño comentario, entraron en la habitación, con ojos brillantes, Marianthe y Tassia. —Siento mucho haberme retrasado —se disculpó Marianthe, dirigiéndose a todos. Entonces vio a Lena y, con las manos extendidas y esbozando una sonrisa, avanzó hacia ella—. ¡Lena! ¡Tenemos tanto de qué hablar! No encuentro palabras para decirte lo mucho que siento haber sido grosera contigo la última vez que nos vimos. Ahora sé que hiciste lo correcto. Después de cenar, tenemos que reunirnos para que te lo cuente todo, y también que soy muy feliz. Lena hizo una mueca. Se alegró de que la joven griega se fuera y no viera la expresión de dolor que seguramente había aparecido en sus ojos. —La comida está lista —anunció Tassia—. ¿Entramos en el comedor? Dimitri se acercó a Lena y le ofreció su brazo. —Como el mayor de la casa —dijo con seriedad. -Signomi, Dimitri, discúlpame! —exclamó Marcos, interponiéndose entre ellos—. Helena es mi invitada. El privilegio es mío. —¡Marcos, no! —Lena estaba conmocionada—. No puedes hacer eso. —¿Prefieres entrar del brazo de Dimitri? —preguntó él. Parecía agraviado. —¡Sí! —respondió Lena con brusquedad. Sintió mucha satisfacción al ver la expresión de enfado de Marcos. Se volvió hacia Dimitri, que parecía un poco asombrado, y le cogió del brazo. —Y mi marido y yo iremos delante —anunció Marianthe alegremente. Con radiante sonrisa cogió del brazo a... ¡Manoli Mavroleon! —¿Qué pasa, Lena? —preguntó Dimitri con inquietud—. Te has puesto muy pálida. Estás temblando. ¿Estás enferma? —No. Estoy bien... o lo estaré enseguida. Acabo de sufrir una ligera conmoción —apoyándose en el brazo de él, dejó que la llevara al comedor. Lena se sintió incómoda un momento cuando se dio cuenta de que se encontraba sentada entre Dimitri y Marcos. —¿Qué te ha pasado? —preguntó Dimitri en voz baja al oído de Lena cuando servían el primer plato. Inquieta, ella echó una mirada a su derecha y vio que Marcos estaba hablando con otras personas; en particular conversaba con la prometida de Christos. En voz baja respondió a Dimitri. —Creía... creía que Marianthe se había casado con Marcos. La invitación sólo decía «el señor y la señora M. Mavroleon». Dimitri se rió, lo cual provocó una pausa en la conversación que se desarrollaba alrededor de la mesa y que todas las miradas se volvieran hacia ellos. -Lo siento —murmuró él, cuando la conversación se reanudó—, pero me parece muy divertido. Ahora entiendo por qué rechazaste al pobre Marcos. Después de todo, no fue porque prefirieras mi compañía. —Ya sé que parece muy grosero —dijo Lena, disculpándose. Picó, nerviosa, la comida—, pero ésa fue la razón. Es que creía que Marcos se había... —era terrible decirlo. -Creías que, aunque estaba recién casado, se estaba portando como un libertino —Dimitri logró contener la risa—. ¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó con interés. —¿Qué voy a hacer al respecto? —había perdido por completo el apetido. -Seguramente se lo explicarás, ¿verdad? Sin duda Marcos está muy molesto porque piensa que ahora soy yo quien te interesa. —¿Cómo? -Oh, vamos, Lena, algunos de nosotros no estamos ciegos. Christos se ha dado cuenta. Yo me di cuenta. Mi madre también. Estás enamorada de mi primo, ¿no? Pero creo que Marcos no lo sabe. Los sirvientes se llevaron los platos vacíos y volvieron con otro. Mientras tanto, Lena intentaba ordenar sus pensamientos. ¡Qué lio! ¿Cómo conseguiría salir de él? Pero aunque resolviera el malentendido, no existía garantía alguna de que lo que Marcos sentía por ella fuera algo más que... que deseo. Miró con inquietud a Dimitri. -¿Qué demonios voy a hacer? —Aprovecha la primera oportunidad para explicárselo —le sugirió Dimitri. Ojalá fuera tan fácil. —Tal vez no me dé ninguna oportunidad. Un plato siguió a otro y Lena se dio cuenta de que no sabía fingir que estaba comiendo. Por fortuna, los demás invitados estaban tan enfrascados en la conversación que quizá sólo los sirvientes notaron que ella apenas había probado la comida. Marcos en ningún momento se volvió hacia ella. No obstante, ella era consciente de la presencia de él. Una o dos veces, la rodilla de Marcos rozó accidentalmente la suya; en una ocasión, cuando ella iba a coger un plato, le tocó la mano aumentando así su tortura. Con verdadero alivio se dio cuenta de que la comida había terminado y de que las mujeres se retiraban. —¡Lena, ya podemos hablar! —exclamó Marianthe y fue directamente hacia ella. Durante los siguientes veinte minutos, Lena fue objeto de las disculpas y explicaciones de la joven griega. -Mis padres todavía están muy enfadados conmigo, tal vez menos mi madre que mi padre. Pero creo que con el tiempo cederán... sobre todo —se ruborizó —cuando les dé nietos. ¡Pero no cederá el abuelo de Marcos! Creo que él no nos perdonará fácilmente. Lo único que lamento es que, al casarme con Manoli, debo haber herido a Marcos. Tal vez no lo sepas, Lena, pero los griegos son muy orgullosos, y es que estuvimos comprometidos muchos años... toda mi vida, en realidad. -¿Y... y él se sintió herido? —preguntó Lena con voz ronca. —Oh, sí —respondió Marianthe—. Pero fue muy amable. Cuando supo que no quería casarme con él, que quería casarme con su primo, dijo que, por supuesto, me liberaría de mi promesa. Pero no era una promesa mía, Lena, la hicieron por mí cuando nací. No creo que haya sido culpa mía que no la cumpliera, ¿verdad? -Por supuesto que no —le aseguró Lena—. Si hubiera estado en tu lugar, estoy segura de que yo habría hecho lo mismo. -Él se lo dijo a mis padres... yo tenía miedo de hacerlo. Mi padre estaba muy enojado. Al principio culpó a Marcos. Al parecer, creía que era Marcos quien deseaba liberarse del compromiso —Marianthe se rió un poco al pensar en tal posibilidad. Los hombres se reunieron con las mujeres, pero no entablaron conversación con ellas. A medida que se hacía tarde, Lena comenzó a pensar con inquietud en el viaje de regreso a Atenas. Era poco probable que Marcos estuviera dispuesto a llevarla, aunque podría hacerlo por cortesía. Todos los demás iban a pasar la noche en la villa. —¡Helena! —el momento que ella temía había llegado. Marcos, con modales formales y expresión glacial, estaba de pie delante de ella—. Es hora de irse. —Yo... yo no quiero causarte ninguna molestia —dijo ella, vacilante. —De todas maneras, tengo que regresar a Atenas. Aturdida, Lena se despidió y, con inquietud, se ecomodó en el asiento trasero de la limusina de Marcos. La mayor parte del viaje transcurrió en silencio. Al fin, ella se animó a decir algo. Tragó saliva. —¿Marcos? En la penumbra del interior del automóvil, Lena se percató de que Marcos volvía un poco la cabeza. Pero no dijo nada. -Marcos, ¡lo siento! No hubo respuesta. -Marcos —suplicó ella—, esto no es fácil para mí. Cuando dije que prefería entrar en el comedor con Dimitri... —ante la hostilidad de él, no pudo continuar. -¿Sí? —preguntó Marcos al fin. -Cuando dije eso, creía que te habías casado con... Marianthe. Se oyó que él aspiraba. —Estabas comprometido con ella —continuó diciendo torpemente Lena—. Cuando ella se escapó, tú la llevastea su casa. La tarjeta de invitación decía «señor y señora de M. Mavroleon» —dejó de hablar cuando comenzó a temblarle la voz. Con los ojos cerrados, apretados para contener las lágrimas, Lena sintió que la mano de Marcos cubría la suya, dándole fuerza y calor. -Comprendo —dijo él en voz baja—. Ahora comprendo muchas cosas. Tenemos mucho de que hablar, Helena. —¿Ha-hablar? —preguntó ella. —Oh, sí —se inclinó hacia adelante y, le dio instrucciones al chófer después de bajar el cristal que les separaba. Luego volvió a acomodarse en el asiento, pero más cerca de Lena, rodeándola con el brazo. Era maravilloso apoyarse en Marcos y descansar sin sentirse culpable. -¡Hay tanto que quiero decirte, Helena! —dijo Marcos con voz ronca, y luego se aclaró la garganta—. Casi no sé por dónde empezar —el chal que ella llevaba se había caído y los dedos de él comenzaron a acariciar la piel desnuda y suave del hombro de la joven. Lena deseaba que Marcos continuara hablando y que dijera lo que quería decir. De nuevo sentía un nudo en el estómago, debido no sólo a la incertidumbre, sino también a la carencia de él. Tragó saliva con dificultad cuando sintió que Marcos le acariciaba un seno. Sus dedos se deslizaron por debajo de la tela del vestido para acariciar el pezón. Deseaba que la besara. Como si hubiera adivinado sus pensamientos, con la mano que tenía libre, Marcos la cogió de la barbilla para hacer que levantara la cara y rozar los labios con los suyos. No era suficiente. Lena se volvió por completo hacia él y le abrazó con fuerza por la cintura. La besó con pasión, como ella esperaba, sin dejar de acariciarle los senos. Él también estaba excitado. Ella se había olvidado por completo de lo que sucedía a su alrededor, de modo que se sobresaltó cuando Marcos la apartó con suavidad y se dio cuenta de que la limusina acababa de detenerse frente al apartamento de Lydia. Suspiró estremeciéndose, cuando el chófer abrió la puerta y ella se bajó del vehículo. Marcos la siguió. Lena lo miró. —Buenas noches —murmuró ella. —Ah, todavía no. ¿Acaso pensaste que podía dejarte así? No soy de piedra —la limusina ya se alejaba y ella lo miró con expresión interrogante—. Le dije a Spyros que se fuera a casa. No sería considerado por mi parte pedirle que esperara, pues pienso quedarme largo rato —la empujó con suavidad hacia el edificio. Las palabras de Marcos la hicieron estremecerse. No deseaba que se fuera todavía. Pero si se quedaba... Además, todavía había muchas cosas sin resolver. —Marcos... —dijo ella, llena de dudas. —Quiero estar a solas contigo, Helena. No creo que Lydia regrese esta noche. Deseo acariciarte un poco más. Ella también lo deseaba. Marcos despertaba en ella una pasión que nunca pensó que fuera capaz de sentir. Pero también tenía miedo. No quería comenzar algo que no deseaba terminar. Era demasiado pronto. Ni siquiera sabía qué quería Marcos de ella. Tal vez una relación breve. Sus planes matrimoniales se habían venido abajo. Seguramente se sentía frustrado. Ella no deseaba tener con él una relación puramente sexual, carente de sentido. Habían llegado al vestíbulo. Lena debía tomar una decisión en ese momento, antes de que fuera demasiado tarde. —Confía en mí —le dijo él—. No ocurrirá nada que tú no quieras que ocurra. —Está bien —asintió ella—. Puedes entrar, pero no debes quedarte mucho tiempo —le advirtió. Capítulo 9 NO había estado antes en el apartamento de Lydia —comentó Marcos, mirando a su alrededor—. Pero, como podría haber esperado, tiene buen gusto. Lena no sabía si esperaba que la abrazara en ese momento. Pero sin duda no era la intención de Marcos. Y si él podía mostrarse des- preocupado, también ella podía hacerlo. —¿Quieres un café? —preguntó ella. —Sí, gracias —respondió él y la siguió hasta la pequeña cocina—. Acabo de enterarme hace poco de que te has mudado al apartamento de Lydia. ¿Qué pasó con el que utilizabas antes? —Era de... de un amigo. No era conveniente que me quedara más tiempo allí. Al-alguien más estaba utilizándolo. —¿Conozco a ese amigo? —de pronto estaba detrás de ella, tan cerca que podía sentir su aliento en el cuello. —Oh, lo dudo —respondió Lena, rápidamente. Se sentía incómoda ahora que estaban solos, cuando la barrera del compromiso matrimonial de Marcos ya no existía entre ellos. Deseaba que se le ocurriera algo mundano y decirlo para acabar con esa incomodidad. Pero sólo pensaba en cuánto quería a Marcos. Todo lo que podía hacer era preguntarse qué sentía él por ella. Él pareció percibir su incertidumbre, pues, la hizo volverse hacia él y la miró fijamente a los ojos. -¿Me tienes miedo, glyka mou? —preguntó él con amabilidad. Ella movió la cabeza. Era cierto. No le tenía miedo a Marcos, pero si a que la hirieran. —Qué bien —dijo él. Deslizó las manos hacia la cintura, de la joven y la abrazó. Con un leve gemido la levantó de modo que Lena se vio obligada a echarle los brazos al cuello para no caerse. Él le besó el cuello, y luego detrás de la oreja. Ella volvió la cabeza, deseando que la besara en la boca. Por fin él acercó los labios a los de ella y la besó como Lena deseaba: con avidez, con pasión. Lena pudo sentir que el cuerpo de Marcos plapitaba de deseo. Siguieron besándose con pasión. Ella deseaba más. Pero Marcos la soltó. —Todavía no, Helena —dijo él con voz ronca—, todavía no. Primero terminemos de hablar, mientras pueda dominarme. Ese café ya debe estar listo, ¿no? Lena se sintió decepcionada. Pero sabía que Marcos tenía razón. Tenía que hablar. Tenía que estar segura de los motivos de él. Con manos un poco temblorosas, sirvió café en dos tazas y entró, antes que Marcos; en la sala de estar. Se sentó. Tenía que hacerlo. Sentía las piernas débiles y temblorosas. Pero él parecía que no podía permanecer sentado. Iba y venía por la habitación, mientras se tomaba el café, hasta que Lena sintió ganas de gritar porque ya no soportaba la tensión. —¿Te sorprendiste cuando descubriste que Marianthe se había casado con mi primo Manoli? —preguntó él, de pronto. Era un alivio que rompiera el silencio—. Sin embargo, sabías que Marianthe no quería casarse conmigo. Eso fue lo que me dijo ella. Por eso hiciste la vista gorda cuando huyó. —Sabía que ella no quería casarse contigo —reconoció Lena—, pero pensaba que no tenía alternativa y que su padre la obligaría a hacerlo. —Él tal vez lo habría hecho —asintió Marcos—. Pero me negué a aceptar una novia reacia, a hacer desdichada a una muchacha por la que siento un gran afecto. —Tú... tú has dicho «afecto» —Lena tomó un sorbo de café para humedecerse la boca, que tenía seca—. ¿No estabas enamorado de ella? —preguntó. -No. Pero difícilmente podía decírselo. El corazón de Lena latió con fuerza. -¿Qué habría sucedido entonces si ella hubiera aceptado casarse contigo? —Si hubiera estado enamorada de mí, y como ni su padre ni mi abuelo me habrían liberado del compromiso matrimonial, me habría casado con ella. Habría sido una cuestión de honor. -¿Pero eso no te habría hecho infeliz? —Sí, pero en esta vida no siempre podemos pensar primero en nuestra felicidad. -¿Pero querías que te libraran de ese compromiso? ¿Se lo pediste a ellos? -Esa fue la causa de mi discusión con mi abuelo el último día que estuvimos en Skiapelos, la causa de un desacuerdo similar con Kyrios Lychnos cuando llevamos a Marianthe a Míkonos... antes de que tú la ayudaras a escapar. —¿Y cuando la llevaste de regreso? -Entonces sabía que no estaba enamorada de mí y que prefería a mi primo. Eso me sirvió de apoyo contra su padre, al menos. -¿Y tu abuelo? —Él todavía está enfadado conmigo. Piensa que debería haber insistido para que se llevara a cabo el matrimonio. Cuando descubrió que Marianthe se había casado con Manoli sin que él lo supiera, tuvo otra pelea, la que le provocó el ataque cardíaco. -¿Crees que te perdonará algún día? —Marcos era el nieto mayor de Thalassios, el que se encargaba de sus asuntos comerciales—. ¿Te desheredará? Marcos se encogió de hombros. -Como ya sabes, mi abuelo tiene muy buena memoria. Fue necesario que Irini muriera para que se le ablandara el corazón y cambiara su actitud hacia ella. Fue un poco tarde. Lena no se atrevía a hacer la pregunta que la obsesionaba. Suponiendo que Marcos deseara casarse con otra mujer, ¿se sentiría obligado a obtener primero la aprobación de su abuelo? El café se había terminado. Tenía desocupadas las manos. Nerviosa, entrelazó los dedos en su regazo. —Y ahora, Helena —dijo Marcos, dejando también su taza vacía—, ahora que las explicaciones han terminado y también, eso espero, tus temores... —de pie, se puso delante de ella —puedo hacer el amor contigo. Pero Lena estaba en guardia. Marcos había dicho que no quería a Marianthe, pero ni siquiera había insinuado que la quisiera a ella. —Marcos, pienso que no... —No pienses , permítete sentir... como sentías hace unos momentos. Entonces querías que hiciera el amor contigo —extendió las manos y la hizo ponerse de pie—. Deseo darte lo que quieras, glyka mou. «Entonces dime que me quieres», le suplicó en silencio. «Sólo dime eso y haré lo que quieras que haga». —¿Helena? —la voz de él era ronca, excitante. La abrazó con suavidad. Suspirando, ella ocultó la cara en el pecho de él. —No... no me presiones, Marcos —rogó. —Tendrás todo el tiempo del mundo —le aseguró Marcos. Se sentó y colocó a Lena en sus rodillas—. Iremos al paso que tú quieras. Bésame, Helena — ordenó—. Quiero que me beses. —Yo... en realidad no te conozco —mintió ella. No era cierto. Sabía todo lo que deseaba saber de él—. No hace mucho que nos conocemos. —No es el tiempo lo que importa, sino la profundidad de los sentimientos. Y cada vez que estamos juntos surgen esos sentimientos entre nosotros. Bésame, Helena —repitió él. La cogió del mentón, obligándola a mirarlo a los ojos. Ella sintió que se le aceleraba el pulso. Se inclinó hacia adelante poco a poco y vio aparecer el deseo en los ojos oscuros de él. —Está bien —susurró ella, acercando sus labios a los de Marcos. Lena había tomado la iniciativa, como él le pidió, pero eso fue todo lo que Marcos le permitió, ya que tomó el control. Comenzó a besarla y acariciarla hasta excitarla. —¿Me deseas, Helena? —entre nubes, oyó las apasionadas palabras de él—. ¿Me deseas? Porque yo te deseo —como ella no contestó, Marcos le mordisqueó el cuello, la mandíbula, las mejillas, regresó al cuello y bajó hacia donde la «y» del escote revelaba la curva de los senos de la joven—. ¿Me deseas? —repitió sin dejar de besarla. Ella se estremeció. La cabeza le daba vueltas y no podía pensar con claridad, pero era el momento de tomar una decisión. —Sí, Marcos —susurró ella—. ¡Oh, sí, por favor! —deslizó las manos por la espalda de él. Le desabrochó la camisa y metió las manos debajo de la sedosa tela, para sentir el calor de la piel desnuda. Él se puso de pie, levantándola en sus brazos. —¿Cuál es tu habitación? —le preguntó a Lena con voz ronca. La llevó al dormitorio que ella le indicó y la dejó de pie, junto a la cama. -¿Cómo se quita esto? —preguntó él, mientras examinaba los botones del vestido. Con manos temblorosas, le ayudó a que la despojara de toda la ropa. Mientras ella permanecía desnuda, delante de él, Marcos la devoró con los ojos. -¡Eres preciosa! —exclamó él, acariciándola. Ella deseaba que Marcos también se quitara la ropa. Le desabrochó la camisa. Enseguida buscó la cremallera de los pantalones. —Con suavidad, Helena, poco a poco —murmuró él—. Hemos esperado mucho tiempo. Haremos que sea una ocasión memorable —le besó los senos, y pasó la lengua alrededor de cada pezón. El deseo casi la hacía perder el juicio. Hundió los dedos en los cabellos de la nuca de Marcos y le hizo levantar la cabeza para poder besarle. La mano de él se deslizó por el abdomen de la joven, lenta, lentamente, hacia abajo. Lena se quedó sin aliento. Quería que la tocara íntimamente. «Adelante, adelante», le pidió en silencio. Los dedos siguieron avanzando y ella se sonrojó porque no podía ocultar sus reacciones. No podía respirar, no podía hablar. —Marcos, por favor —le rogó Lena, deseando que le hiciera el amor hasta el final. -Sólo un momento agape mou. Sé paciente —le susurró eróticas frases cariñosas mientras la acariciaba, hasta que ella sintió que explotaría—. Muy pronto, amor mío, muy pronto —le dijo él. Un sonido agudo los interrumpió. Durante un momento Lena no supo de qué se trataba. -¡El timbre de la puerta! —exclamó. -¡Déjalo! —le ordenó Marcos. —No puedo. No podemos. —Sí podemos —insistió él—. Quienquiera que sea, se irá. —Pero verá las luces encendidas. Además, podría ser Lydia. Yo... —Marcos se subió la cremallera de los pantalones. —Entonces quédate aquí. No te muevas. Iré a ver quién es. Todavía estremeciéndose, deseando con ansias que él regresara, Lena se sentó en la cama y se puso a escuchar. Las voces que llegaban del vestíbulo eran de un hombre. Deprisa Lena se puso la bata y salió a la sala de estar. Marcos entró primero y ella vio de inmediato que estaba furioso y tenía el ceño fruncido. Le seguía una conocida figura. —¡Petros! —exclamó Lena. Pero antes de que pudiera preguntarle a su ex novio por qué estaba allí, Marcos habló. —Puesto que ha venido a verte otro visitante, uno que afirma haber tenido primero el derecho, nuestro asunto —dijo las palabras poco a poco con ironía —tendrá que esperar. Te veré en mi oficina el lunes por la mañana, temprano. No llegues tarde —y se fue, cerrando la puerta de golpe. —De modo que ése era el «León negro de Skiapelos» —comentó Petros—. Un nombre apropiado. ¿Qué hacía él aquí? -¿Por qué has venido? —le preguntó Lena—. ¿Cómo me has encontrado? —se sentía vacía del todo. Petros no podría haber llegado en un momento menos oportuno. —Muy sencillo. Simplemente le pregunté al chófer que enviaste por tu equipaje dónde lo llevaba. Debo decirte que pareció un poco desconcertado al ver el lugar. Supongo que no le dijiste a Mavroleon a quién pertenecía el apartamento que estabas utilizando... -No. Tu tío me pidió que no mencionara su nombre. Por fin se le presentaba la oportunidad de averiguar cuál había sido la causa de la enemistad entre. Domenicos Theodopoulos y Thalassios Mavroleon, pero Lena no quiso aprovecharla. Estaba deseando deshacerse de su indeseable visitante. -¿Qué quieres, Petros? —Un poco de información. —¿Información? —estaba intrigada—. ¿Acerca de qué? —Siéntate, Lena —dijo él, señalando un sillón—. Pongámonos cómodos. —No te quedarás el tiempo suficiente para ponerte cómodo. Quiero que te vayas. Mi compañera de apartamento llegará enseguida — mintió. Sin embargo, se sentó. Todavía le temblaban las piernas después de haber estado con Marcos. Se sentía vacía y tenía ganas de matar a Petros por haberles interrumpido—. ¿A qué se refirió Marcos cuando dijo que tú tenías más derecho a visitarme? —Le dije que era tu prometido. Pero no te preocupes por eso —añadió con impaciencia. Ella se quedó con la boca abierta—, lo que quiero saber... —¿Que tú eras qué? ¿Cómo te has atrevido? No tenías derecho a decirle eso. —¿He echado a perder tus planes? ¿Creías haber encontrado un esposo sustituto, Lena... multimillonario, por añadidura? —No —respondió ella con tranquilidad, pero con desprecio—. No, no creía eso —luego volvió a alarmarse—. ¿Le diste tu nombre completo? -No. —Menos mal —todavía estaba enojada por la mentira que Petros había dicho. Pero, después de todo, tal vez no la perjudicó. Podía pensar con más lógica ahora que Marcos no estaba cerca de ella y se dio cuenta de que quizá había estado a punto de cometer una insensatez. Marcos no se había comprometido a nada. -Me preguntaste qué deseaba —dijo Petros, interrumpiendo así sus pensamientos —y yo te respondí que deseaba información. Quiero que me digas lo que sepas acerca de esa transacción con empresarios norteamericanos en la que los Mavroleon están metidos. Quiero datos y cifras. —¡De ninguna manera! —exclamó Lena—. ¿Cómo te has enterado de esa transacción? Petros sonrió con aire satisfecho. —Rumores, sólo rumores al principio. Todos los de nuestro círculo sabían que había algo que era del tipo de cosas que interesan a los Mavroleon. Así que cuando descubrí que estabas trabajando para ellos... —Entonces pensaste venir aquí y espiar un poco—Lena miró al hombre que alguna vez creyó querer, con expresión de desdén—. Eres depreciable —le dijo. —Oh, pero eres tú quien va a «espiar», como tú dijiste. —Has perdido el juicio si crees que voy a decirte algo. -Pero ya me has ayudado mucho, mi querida Lena —ella le miró sin lograr entender a qué se refería—. Fuiste muy considerada al dejarme ver tu carpeta la otra noche. Pasé varias horas revisando el contenido y enterándome de muchas cosas. Lena se quedó pálida. Le temblaron los labios, pero de ira. —De modo, Lena, que ya sé bastante acerca de la transacción con los empresarios estadounidenses. Y puesto que mi suegro... —se interrumpió y se mordió el labio. Pareció contrariado. Lena aprovechó la equivocación. -¡Tu suegro! ¿Quien resulta que es un millonario petrolero tejano, ibas a decir? ¡Así que te has casado! tuviste el descaro de decirme todas esas tonterías de que te habías dado cuenta de tu error y que querías volver conmigo. —¿Desilusionada, Lena? —preguntó él, mofándose. -¡Sí! Cuando me abandonaste, creí que por lo menos tus expresiones de pesar eran auténticas. Me convencí de que no pudiste evitar lo que sucedió. Pero ahora me doy cuenta de que, en realidad, no te conocía, Petros Theodopoulos. Eres un tipo intrigante, sin escrúpulos... Le escribiré a tu tío para decirle lo que eres. Petros se rió. -Cuando se trata de estropearles una transacción importante a los Mavroleon, sé de qué parte estará él. —No me vengas con eso —replicó Lena—. Sé que riñó con el viejo Thalassios hace años, pero no puedo creer... -Créelo, Lena —dijo Petros con tal convicción que ella sintió escalofríos—. ¿Acaso crees que Domenicos ayudó a Irini Mavroleon sólo por bondad? —Él insistió en que su nombre no fuera mencionado. —Sólo que Irini era también sobrina de Domenicos. -¿Cómo? —¿Pretendes decirme que no lo sabías? El viejo Thalassios Mavroleon se casó tres veces. Su segunda esposa fue Tina, hermana de Domenicos. Fue un matrimonio convenido, como el primero. Las dos familias eran muy amigas. Pero, años más tarde, Mavroleon se divorció de Tina para casarse con la que sería su tercera esposa, Rallia. Desde entonces, Thalassios y Domenicos están peleando. Por eso los Mavroleon no tienen oficina en Londres. Domenicos les dijo a las autoridades británicas que Thalassios estaba metido en negocios sucios e hizo que lo consideraran persona non grata. De modo, Lena que vas a darme la información que quiero. De lo contrario, de verdad voy a echarte a perder las cosas con Mavroleon. Ya ves, querida, la muy indiscreta Sally me habló de tus cartas. Como no le caigo bien, le alegró contarme que te habías enamorado de otro hombre. También me dijo para quién estabas trabajando. Así que sólo até cabos. Bastará que les diga que trabajabas para mi tío para que los Mavroleon crean que les estabas espiando. Había sido una tonta y víctima del engaño de dos hombres sin escrúpulos... aunque le parecía increíble que Domenicos se hubiera aprovechado así de ella. Él siempre había sido un jefe amable y considerado. Pero agregar más información a la que había proporcionado inconscientemente no mejoraría las cosas. No, no iba a permitir que la chantajearan. A pesar de estar desesperada, le satisfacía desafiar a Petros. Tal vez, tal vez, podría desenmascarar al farsante. Quizá cuando Petros se diera cuenta de que su amenaza era inútil, decidiría no cumplirla. —Puedes contarles lo que quieras —le retó ella—. En realidad, espero que lo hagas. Pero no te contaré ningún secreto. Diez minutos después, cuando Petros salió del apartamento dando un portazo, Lena lloró amargamente. No sabía si contaba con el amor de Marcos, pero al menos hasta ese momento había confiado en ella. A pesar de lo que dijo Petros, no le gustaba la idea de que Marcos dejara de creer en su integridad. Entonces, desanimada por completo, Lena comprendió que aunque Petros no cumpliera su amenaza, ella no podía permanecer pasiva. Los Theodopoulos poseían ya información que podría perjudicar las transacciones de Marcos con los norteamericanos. No tenía alternativa. Debía decirle la verdad a Marcos acerca de Petros y de la peligrosa información que había obtenido. *** No se había sentido así un lunes por la mañana desde que era niña y se había olvidado de hacer los deberes. Cuando llegó a las oficinas de la corporación Mavroleon y entró en el ascensor, tenía miedo. Cuando entró, en el sexto piso, en la oficina que compartía con Lydia, ella la miró con preocupación. —Marcos dijo que deseaba verte en cuanto llegaras. Parece estar furioso. Así que la ira de Marcos no había disminuido desde el sábado por la noche. Cuando oyera lo que ella tenía que decirle, se pondría todavía más furioso. Con el alma en los pies, llamó a la puerta de su oficina. La sorprendió ver que Marcos no estaba solo. En la oficina también estaban sus tres primos, todos con expresión ceñuda, al igual que él. ¿Todos? No, uno de ellos parecía mostrar un poco de comprensión. Dimitri la miraba como si la compadeciera. Marcos, por lo general cortés, ni siquiera la invitó a sentarse, sino que fue Dimitri quien le ofreció uno de los sillones. Marcos no perdió el tiempo. —Dimitri regresó ayer de Estados Unidos. Fue allí con la esperanza de volver con un contrato ya firmado. En vez de ello, se encontró con que alguien había traicionado nuestra discreción. Como es fácil de comprender, los norteamericanos están molestos. Ahora tenemos dudas de que quieran negociar con nosotros. —Marcos... —pálida, con los ojos le suplicó que la escuchara—. Marcos, yo... —Ese secreto fue violado desde esta oficina. Desde ayer he estado investigando. Ahora sé el cómo y el por qué ¡Helena! —pronunció bruscamente su nombre—. ¿Tu prometido se encuentra todavía en Atenas? —Él no... —comenzó a decir ella, pero Marcos no le permitió continuar. —¿Ya ha vuelto a abandonarte tan pronto? Por supuesto, obtuvo lo que vino a buscar aquí. Lo único que me sorprende es que no te hayas ido con él y escapado mientras podías. Pero quizá esperabas espiar un poco más... —¡No! —exclamó ella, indignada—. Yo... —Debería haber sospechado algo. Fuiste siempre muy franca en tus opiniones acerca de los griegos y sus costumbres. Cuando hablaste de un idilio roto, te creí —pareció indignado consigo mismo—. Ahora descubro que todavía estás comprometida, que tu novio es un griego y que es miembro de una familia que conocemos muy bien. ¿Trabajaste para ellos en Londres? —hizo la pregunta, pero él sabía la respuesta. -Sí... yo... Pero, Marcos, él no es... yo no soy... yo no... -La primera vez que viniste aquí vivías en su apartamento. —Estaba sola. —Entonces se reunió contigo después—dijo Marcos con impaciencia—. Bueno, estuviste alojada allí y Spyros lo vio cuando fue a buscar tus maletas. Lo único que me desconcierta es no saber por qué te mudaste al apartamento de Lydia. Eso no lo entiendo en absoluto. -No, no lo entenderías —replicó Lena con amargura—. Estás decidido a condenarme. Todos vosotros. Estáis dispuestos a creer que soy culpable de tal deslealtad. —Lena —fue Dimitri quien habló con amabilidad, con pesar—. Es bien sabido que no se puede servir a dos amos. En este caso, sin duda, eras leal hacia Domenicos Theodopoulos y tu prometido. —¡No, no! ¡No lo comprendes! ¡Ninguno de vosotros! —casi estaba sollozando. Si hubiera estado a solas con Marcos, tal vez podría haberlo convencido. Incluso podría haberle dicho que le quería, que nunca habría traicionado su confianza. Pero no quiso rogar y suplicar delante de todos esos semblantes insensibles. Quizá por eso Marcos les había pedido que le acompañaran. Tal vez tuvo miedo de mostrar debilidad. Eso le dio esperanzas a Lena. —Me gustaría hablar contigo a solas —le dijo a Marcos. -!Kolasiz! —juró él—. ¡Nunca! Tienes media hora para ver a Lydia, recoger tu sueldo y salir de este edificio. No deseo volver a verte... ¡nunca! Lena logró mantenerse tranquila hasta que llegó a la otra oficina. Luego se dejó caer en un sillón y se puso a llorar. Durante un momento no fue capaz de responder a las preguntas de Lydia, que estaba preocupada. Luego se lo contó todo. —Y no es cierto, Lydia. Nunca, nunca, habría abusado de mi puesto aquí. No estoy comprometida con Petros. No lo estoy desde que me fui de Inglaterra. El está casado.. con una estadounidense. Por eso está tan interesado en el contrato con los norteamericanos. —¿No le dijiste a Marcos todo eso? —No me dejó decir una sola palabra. Cada vez que trataba de defenderme, me interrumpía con frialdad. No sabía que pudiera ser tan.. tan... -Es uno de los «leones negros de Skiapelos» —dijo Lydia—. Cuando se sienten heridos, rugen. Está aún más herido porque está enamorado de ti. —¿Enamorado de mí? ¿De mí?—Lena se rió con escepticismo y continuó sollozando—. ¡Estás bromeando! Lydia negó con la cabeza. -Hace mucho que lo sé. Por eso te dije que las demás secretarias de aquí estaban celosas, porque no tenían posibilidades. —Creí que lo decías porque estaba comprometido con Marianthe. De todas maneras, aún no lo creo. Si me quisiera, no pensaría eso de mí. Cuando se quiere a alguien, se confía en esa persona —se levantó—. Será mejor que me vaya. —Pero no puedes irte así. Se te debe un sueldo. -No cogería ni un centavo más de su dinero —dijo a Lydia cansada—. No lo necesito, ¿verdad? —preguntó con sarcasmo—. Mi prometido acaba de estropearle a Marcos una importante transacción delante de sus narices. —¡Así que lo admites! Sorprendida, Lena se volvió y vio a Marcos en la puerta. Sus primos estaban detrás de él y en ese momento incluso Dimitri la miraba con expresión acusadora. —No —dijo ella con desesperación—. No he querido decir eso. Yo... -¡Fuera! —exclamó Marcos con actitud beligerante, y apuntó con el dedo hacia la puerta—. ¡Fuera de mi vista! Capítulo 10 VOY a acompañarte al apartamento —le dijo Lydia a Lena, mientras Marcos intentaba oponerse—. Ella no está en condiciones de andar sola por Atenas. —No quiero que tengas problemas con Marcos por mi culpa —protestó Lena cuando las dos mujeres bajaban en el ascensor. —No me despedirán, si es eso lo que te preocupa —le dijo Lydia—. En este preciso momento, Marcos no puede prescindir de mí. No te darás por vencida ni te irás a tu país, ¿verdad? —le preguntó en el taxi que las llevaba al apartamento—. Eres inocente. ¿Por qué no te quedas para demostrarlo? —¿Así que tú me crees? —le preguntó Lena, agradecida. —Sí, y también Marcos debería creerte, sólo que él está celoso del hombre que cree que es tu novio. La verdad saldrá a la luz, Lena. Estoy segura de ello. Quédate en Atenas y dale a Marcos la oportunidad de averiguarlo, de rectificar. Lena movió la cabeza con expresión de cansancio. —No puedo demostrárselo. Petros ha sabido mentir muy bien. Sólo quiero huir de todo este sufrimiento. Voy a regresar a Inglaterra en el primer avión que pueda. Fue más fácil decirlo que hacerlo. Acababa de empezar una huelga por tiempo indefinido en todos los aeropuertos de Grecia. —Todo está en mi contra —se quejó Lena con desesperación. Pero Lydia no estaba de acuerdo. —Creo que los dioses están de tu lado. Por alguna razón te mantienen aquí. Y ya sabes que mi apartamento está a tu disposición y puedes quedarte en él todo el tiempo que quieras. Durante varios días, Lena hizo presicamente eso. Permaneció dentro de las cuatro paredes, sin ánimo para salir y pasear por la ciudad que había llegado a querer, pero que le recordaba al hombre a quien quería aún más. Todos los días, cuando Lydia volvía de la oficina, Lena la miraba con expresión interrogante, esperando que le dijera que Marcos había cedido. Pero todos los días, Lydia negaba con la cabeza. —Nunca menciona tu nombre, aunque he sido sincera con él. Le dije que todavía estás en Atenas. Él tampoco es feliz —continuó—. Está de muy mal humor. Cuando al fin llegó la noticia de que la huelga en los aeropuertos había terminado, Lena reservó un billete para el primer vuelo disponible. -Dentro de dos días estaré de regreso en Londres... —le dijo a Lydia con tristeza —y todo esto me parecerá como un sueño... una pesadilla —ya había hecho las maletas. Todo lo que tenía que hacer era esperar. Pasó su último día en Grecia sentada en el balcón. Trató de leer, para apartar de su mente el hecho de que al día siguiente se encontraría a muchos kilómetros de distancia de Marcos, pero no podía concentrarse. Sus pensamientos recorrieron todos los lugares que había ido a ver juntos y sobre todo la Acrópolis. Nunca podría volver a ver una fotografía de esas ruinas sin recordar a Marcos y todo lo que él había significado para ella. Tal vez haría una última visita a la colina antes de irse de Grecia para siempre. Absorta en esos tristes pensamientos, se sobresaltó cuando sonó el timbre de la puerta. Aunque había sonado muchas veces los últimos días, siempre cabía la ligera posibilidad de que llegara Marcos a buscarla. Como de costumbre, corrió a ver quién llamaba. -¡Domenicos! —debería haberle dado con la puerta en las narices, pero no lo hizo por cortesía. -¡Helena! —dijo él con expresión de gravedad. -Qué descaro tienes al venir aquí, después de todos los problemas que tú y Petros me habéis causado. -Por eso exactamente estoy aquí —repuso Domenicos—, para tratar de arreglar las cosas. Helena, te suplico que me escuches con imparcialidad. Eso era lo que ella había esperado de Marcos. Y si él hubiera cedido, tal vez en ese momento las cosas serían muy distintas. A Domenicos, ella sí le daría esa oportunidad. —Está bien —asintió ella—. Te escucharé hasta el final. Le llevó a la sala de estar. -En primer lugar —le dijo Domenicos—, quisiera decirte que no tengo nada que ver con lo que hizo Petros cuando estuvo en Atenas. El único engaño que cometí es que no te revelé mi relación con Irini, no te dije que era mi sobrina. Pero no consideré que fuera necesario. Además habíamos decidido que sus hijos no deberían saberlo entonces. Por otra parte, desde luego, no podía saber la relación tan estrecha que ibas a establecer con los Mavroleon. ¿Qué puesto ocupas en su empresa en la actualidad? -Ninguno —contestó Lena con amargura—. Me han despedido. Gracias a tu sobrino, piensan que he estado robándoles secretos comerciales y pasándolos a tu empresa. —Tenía la impresión de que existía algo más... entre tú y uno de los nietos de Thalassios. Parece que eso pensaba Sally. —Tal vez hubo algo —dijo Lena—. No sé qué. Pero, fuera lo que fuera, se ha terminado. -Lo siento —pareció sincero. —Petros afirma que le enviaste a Atenas para averiguar en qué transacciones estaban metidos los Mavroleon... sobre todo la que realizaban con los estadounidenses. -Sí —estuvo de acuerdo Domenicos—, yo le envié. Los negocios son los negocios, y los Mavroleon siguen siendo mis rivales —Lena pareció indignarse y él levantó la mano—. Pero él no tenía instrucciones de aprovecharse de ti o de mancillar tu reputación. Te ruego que lo creas, Helena. Siempre he sentido un gran afecto por ti y sabes cuánto lamento que ya no trabajes conmigo. Lamenté aún más no haber podido recibirte con los brazos abiertos como un miembro de mi familia. —Sí —era cierto. Sintió simpatía por el anciano. —Estoy muy disgustado con Petros. En realidad, si no fuera mi heredero, le despediría. Pero —se encogió de hombros —no hay nadie más. Stephen será sin duda un Mavroleon en todo menos de nombre. —¿Y Chrys? ¿Ya sabes que ha vuelto a Inglaterra? -Sí. Pero no puedo dejarle mi empresa a una mujer —de nuevo acalló las protestas de Lena—. No tenemos esa tradición en mi familia. Pero Chryssanti aceptó mi ayuda. Con el consentimiento de sus abuelos ingleses, voy a costearle los estudios en la universidad —vaciló, luego dijo—: Ahora que estoy en Atenas, he oído decir que mi viejo amigo Thalassios no está bien. ¿Cómo le encontraste tú? -La primera vez que le vi estaba muy bien. Pero después sufrió un ataque cardíaco. -¿Es grave? -Bastante grave, creo. —Ummm —Domenicos pareció pensativo—. Podría ir a ver a Thalassios, si es que me dejan acercarme a él —y, ante la sorpresa de Lena añadió—: Creo que me gustaría hacer las paces con mi amigo. Los dos nos estamos haciendo viejos. Mi hermana todavía quiere a ese viejo tonto. Lena hizo la pregunta que había estado inquietándola desde que descubrió el parentesco que existía entre Domenicos y los Mavroleon. —Caramba, si los Mavroleon eran todavía tus enemigos, ¿por qué quisiste enviarles los hijos de Irini? —Como ya te he dicho, los negocios son los negocios... ya se trate de amigos o enemigos. Con respecto a Irini, admito que no podía aprobar del todo su deseo de enviarle sus hijos al padre de ella. Pero —se persignó—, ¿quién se atreve a rechazar los deseos de una moribunda... la hija de mi única hermana? —¿Qué te ha traído a Atenas, entonces? Sin duda no has venido sólo a verme. —No. He venido por negocios —sonrió—. Y cuanto menos sepas al respecto, mejor. Pero cuando Petros se jactó ante mí de cómo se había aprovechado de tu trabajo con los Mavroleon y de que tal vez había arruinado tu nuevo idilio, tuve un incentivo más. —Bueno, te agradezco que hayas venido a verme —le dijo Lena—.Pero — suspiró cuando Domenicos se levantó —me temo que no puede repararse el daño hecho. Mañana voy a regresar a Inglaterra. —Cuando regreses a Londres, ¿te gustaría ir a verme para que pueda ofrecerte algún empleo? —¿Y volver a trabajar en la misma empresa que Petros? ¡De ninguna manera! *** Cuando Lydia regresó del trabajo esa noche, encontró a Lena de un extraño humor. Había preparado la cena para las dos, pero no pudo comer su parte. —Voy a salir —anunció de repente, después de que terminaron de cenar. —¿Dónde? —le preguntó Lydia—. Lo siento. No tengo derecho a interrogarte. Pero estoy preocupada por ti. —Estaré bien —le aseguró Lena—. Una cosa que he descubierto en Grecia es que nunca tengo miedo cuando salgo sola... incluso de noche. Sólo quiero ir a ver la Acrópolis una vez más. Es... —se sonrojó —es un lugar muy especial para mí. *** Como una gran isla de forma oval, la Acrópolis flotaba por encima de los techos que constituían la ciudad de Atenas. Las luces de los reflectores ocultaban los estragos causados por el paso de los años y las inclemencias del tiempo y hacían que pareciese una morada apropiada para los dioses. Lena subió por la empinada ladera que permitía el acceso a la meseta donde se encontraban los templos. Se dirigió hacia el centro de la meseta. Ante ella se hallaba el Partenón con sus hileras de columnas de mármol. Lena tenía la sensación de encontrarse en su propia capilla privada. Sonrió con ironía ante su comportamiento superticioso y cerró los ojos. Le ofreció una plegaria a Palas Atenea, la patrona de Atenas. No tenía la sensación de que la escucharan o la respondieran, no esperaba eso. Pero se sintió más tranquila y más resignada. Tal vez su obsesión por Marcos había sido sólo una locura. Quizá en casa recuperaría la cordura. Se sentó al pie de una columna rota apoyó la espalda en ella y miró hacia la ciudad. Hacía frío allí arriba, pero no parecía importarla. También su corazón estaba frío. El tiempo transcurrió, pero seguía sentada. Después creyó haber dormitado un poco, pues soñó sin duda que Marcos le hablaba. —¡Helena! Gracias a Dios que te he encontrado. Lydia pensó que podrías estar aquí, pero hacía mucho tiempo que habías salido. Todavía aturdida, abrió los ojos y le vio en cuclillas delante de ella. —Sí, glyka mou —su voz era increíblemente tierna—. Ven —puso una mano en el brazo de ella—. ¡Pero si estás fría! —la hizo ponerse de pie. Rodeándola con el brazo, le ayudó a bajar la ladera. —¿Dónde me llevas? ¿Por qué has venido? —su tranquilidad había terminado; comenzó a estremecerse. Tenía ganas de llorar—. Creí que nunca volvería a verte. —Y si hubiera dependido de mí, con lo tonto que soy, quizá nunca me habrías visto de nuevo. A nosotros los griegos no nos resulta fácil admitir que estamos equivocados. Pero, ah, Helena, ¿puedes perdonarme por haber dudado de ti? Podía perdonarle cualquier cosa si tan sólo le decía que la quería. Debido a que tenía los pies fríos, comenzó a tropezar un poco. Entonces Marcos la levantó en sus brazos y la llevó hacia donde se encontraba la limusina, con el motor encendido. Spyros no esperó instrucciones. En cuanto Marcos depositó su preciosa carga en la parte posterior del vehículo, se puso en marcha. Envuelta en los brazos de Marcos, Lena aún no podía creer lo que le sucedía. —¿Dónde vamos? —preguntó de nuevo. —Donde debería haberte llevado hace mucho tiempo —respondió él con un murmullo. Fue un trayecto breve hasta la casa que Marcos tenía en la ciudad. Lena reconoció la calle al instante. Todavía temblando, dejó que la ayudara a subir la escalinata y entrar en el edificio. Dentro les recibió la misma mujer entrada en años y de semblante austero que Lena vio en su otra visista a la casa de Marcos. Ante la expresión de severidad de la anciana, Lena, comenzó a reírse entre dientes. —Ella no me acepta en absoluto, ¿verdad? —dijo—. Tal vez piensa que estoy borracha. —No es ella quien tiene que aceptarte —contestó Marcos—. Y en el futuro nadie te rechazará. ¡Nadie! —dio algunas órdenes en su idioma y la mujer, con una exclamación de sobresalto, se fue deprisa—. Le he dicho que traiga un poco de sopa caliente. Estás helada. Lydia me ha dicho que no comiste nada antes de salir. ¿Estás tratando de ponerte enferma? —la regañó. La acomodó en un sillón y se arrodilló delante de ella. Le frotó las manos. Lena estaba contenta. Bastaba con que estuviera allí con él, significara lo que significara. El ama de llaves regresó muy pronto con la sopa. Lena comenzó a comerla y Marcos empezó a hacerla entrar en calor. Así, su cerebro entumecido volvió a entrar en funcionamiento. —¿Por qué fuiste a buscarme? —preguntó ella. —Porque descubrí que había sido muy injusto contigo... no eras una espía de los Theodopoulos. Primero fui al apartamento de Lydia, esperando encontrarte allí. Otro día más y no lo hubiera logrado. Pero te habría seguido hasta Inglaterra, Helena mou, créeme. —¿Cómo lo supiste? -Hoy recibí una visita inesperada. Un hombre de quien no pensé que se atreviera a cruzar nuesta puerta: Domenicos Theodopoulos en persona. -¿Él te lo dijo? —Sí. Si hubiera estado solo, tal vez no le habría creído, como no te creí a ti. Pero, Helena, llevó a mi abuelo con él para reforzar sus palabras. Esos dos ancianos testarudos han hecho las paces después de treinta años. ¿Puedes creerlo? -¡Oh, cuánto me alegro! —exclamó Helena. Luego dijo con preocupación—: Pero tu abuelo... ¿estaba realmente bien para viajar? -Parecía más joven —respondió Marcos—. O tal vez nuestras dos familias sean siempre rivales en asuntos de negocios. Un hombre de negocios griego es siempre un hombre de negocios. -Pero será una rivalidad amistosa —apuntó Lena, feliz. —Ummm, ¡tal vez! —asintió Marcos con una sonrisa irónica. De nuevo apareció una expresión de severidad en su cara—. Pero será imposible una tregua con Petros Theodopoulos. Lena miró a Marcos con incertidumbre. —Y ahora —dijo él al ver que ella se había acabado la sopa — vas a irte a la cama. —¿Vas a llevarme al apartamento de Lydia? —preguntó desilusionada. —No. Le he dado instrucciones a mi ama de llaves para que preparara una cama aquí para ti —parecía estar muy atento a la reacción de ella. —¿No es... no es... poco convencional? —Quizá, pero estoy comenzando a creer que es mejor acabar con algunas tradiciones. Ven —alargó la mano—. Te enseñaré el camino. En la habitación a la que Marcos la llevó, Lena encontró la cama doble más grande que había visto en su vida. Al ver el lecho, se dio cuenta de lo cansada que estaba. —En esa cama caben seis —comentó ella. Se sentía animada y había recuperado el sentido del humor. —Me conformo con que quepan dos —aseguró Marcos, de pronto con voz ronca. Sobresaltada, se volvió para mirarlo. Había cerrado la puerta y en su cara apareció una expresión que ella conocía muy bien. Le brillaban los ojos. Lena se sonrojó y el pulso se le aceleró, en respuesta. —Marcos... —dijo ella con voz ronca. Se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—: Marcos, ¿acaso te refieres a que... tú... nosotros...? —Oh, claro que sí, agape mou —la miró fijamente a los ojos, que ella tenía muy abiertos, y Lena se humedeció los labios con la lengua—. Al fin estamos solos, sin obstáculos, sin malentendidos entre nosotros. Lena tenía ciertas dudas que no habían sido aclaradas, pero estaba enamorada de él. Marcos la estrechó entre sus brazos y la besó con ardor. Parecía que había transcurrido una eternidad desde la última vez que la había besado. Levantó los brazos mientras él le quitaba la camiseta y luego le besó los senos. Ella gimió, sin aliento. —Desvísteme —mumuró él. Con movimientos febriles, le desabrochó la camisa y luego le acarició el pecho cubierto de vello. Marcos desabrochó el cinturón de los pantalones que ella tenía puestos. Lena gimió de placer. Marcos hablaba en voz baja en su idioma. Sus palabras sonaban increíblemente excitantes. Sólo cuando comenzó a quitarle los pantalones, ella vaciló. —No tengas miedo, Helena —terminó de despojarla de la prenda. Él se desnudó y la atrajo una vez más contra su musculoso cuerpo. Era evidente lo mucho que la deseaba. Con suavidad la empujó para que se tendiera en la cama. Luego la cubrió con su cuerpo y la hizo separar los muslos. Ella tuvo miedo un momento antes de que sus cuerpos se unieran. Pero luego Lena comprendió que deseaba dárselo todo: cuerpo, alma, corazón y mente. No podía contenerse. Lo quería demasiado. Después, mientras yacían todavía con los cuerpos entrelazados, saciada ya su pasión, Lena recordó como habían hecho el amor. Había sido maravilloso. ¿Pero era posible que esos momentos se repitieran? El miedo se apoderó de ella. ¿Qué pasaría si eso era todo lo que Marcos deseaba de ella? Él había hablado de acabar con las tradiciones, pero eso no significaba necesariamente que incluyera las del matrimonio. Se dijo que no debía confiarse. Había disfrutado esos momentos. Debía estar preparada para conformarse con eso y nada más. Era un recuerdo mejor del que esperaba llevarse a su país. Pensando en eso, se quedó dormida. *** Se despertó tarde y vio que estaba sola. No había señales de Marcos, ninguna prueba de que hubiera estado en esa habitación. No vio la ropa de él, y la suya había sido puesta con cuidado en una silla. Se preguntó quién había arreglado el lugar y se sonrojó al pensar que podría haber sido el ama de llaves de expresión ceñuda. LLamaron con suavidad a la puerta del dormitorio y una sirviente se asomó. —Ah, ya se ha despertado, thespinis —entró en la habitación—. Kyrios Marcos pensó que tal vez le gustaría que le trajeran el desayuno a la cama —puso la bandeja que llevaba en las rodillas de Lena—. Él quiere saber si usted puede estar lista dentro de media hora —Lena dijo que sí y la criada se retiró. Lena supuso que Marcos la llevaría al apartamento de Lydia. ¿Y entonces? ¿Iba a ser la despedida? Tal vez Marcos pensaba que la noche anterior había reparado la ofensa de haber sospechado de ella. Lena se estremeció. Comprendió que él no habría tratado a ninguna mujer de su propia raza de esa manera, sin haber estado casado con ella. Ninguna mujer griega se habría comportado así. De pronto sintió repugnancia y apartó el desayuno sin haberlo probado. Cuando la sirvienta llegó para recoger la bandeja, llevaba dos maletas. Miró con desaprobación la comida que Lena no había tocado, pero no hizo ningún comentario. —Kyrios Marcos ha recogido la ropa de usted que se encontraba en el apartamento de thespinis Lydia. Le pide que se ponga un vestido esta mañana. Lena pensó en hacer caso omiso de la sugerencia. Estaba irritada y no ignoraba que se debía a que tenía la conciencia intranquila. Siempre había pensado que sólo se podía hacer el amor si se estaba casado. Se despreciaba a sí misma por lo que había hecho la noche anterior. No obstante, se puso un vestido, un vestido griego de algodón de color blanco, así como unas sandalias de tacón alto. Tuvo que respirar a fondo varias veces antes de salir de su habitación e ir a la planta baja a buscar a Marcos. ¿Qué vería en los ojos de él? Marcos la esperaba en el vestíbulo y la saludó con una sonrisa y con toda normalidad. -¿De-debería haber bajado las maletas? —preguntó ella. Tal vez Marcos planeaba llevarla al aeropuerto él mismo. -No —respondió él. Cogiéndola del brazo, la llevó hacia donde se encontraba la limusina, con Spyros al volante, esperándoles. -¿Dónde vamos? —¿Qué te parece una boda griega? —¿Quién se casa esta vez? -Nosotros. —Pero no me has pedido que me case contigo —dijo ella con los ojos muy abiertos, y lo miró con incredulidad. Marcos la cogió del mentón y la miró con seriedad. —¿Qué crees que fue lo de anoche, agape mou? —Comenzaba a preguntarmelo —confesó ella. Pero la alegría empezaba a invadirla. -¿Creíste que te llevaría a la cama sin pensar en casarme contigo? Te lo dije, Helena mou, nosotros los griegos respetamos y cuidamos a nuestras mujeres. -Pero nunca dijiste nada acerca... acerca del amor —le recordó ella. —Todo lo que hice anoche... cada caricia, cada beso, te hablaba de mi amor. Pero si quieres que te lo diga con palabras, glyka mou... —la cogió entre sus brazos y, acercando sus labios a los de ella, murmuró una y otra vez—: S'agapo, Helena, te quiero. ¿Quieres casarte conmigo? —Pe-pero tu familia... tu abuelo... —Ya le he dicho a mi abuelo que a menos que me case contigo, nunca me casaré—. La idea de que podría verse privado de descendientes le volvió muy comprensivo. En serio, Helena mou, sé que él llegará a quererte. Entonces, ¿quieres casarte conmigo? —Oh, sí, Marcos. Oh, sí. -¿Cuándo? —con un dedo le acarició los labios a Lena. —Cuando quieras. —Muy bien —dijo él con una sonrisa triunfal—, porque ahora vas a tu propia boda. Debería haberse indignado por la manera tan arbitraria en la que él hizo los preparativos para la ceremonia, por haber supuesto que ella dócilmente acepetaría sus planes, se dijo Lena mucho tiempo después. Pero no se había indignado. —Ha sido una agradable sorpresa —le dijo a Marcos cuando estaban solos una vez más en la gran cama en la que habían hecho el amor por primera vez —y una boda encantadora, pero, ¿cómo conseguiste que tanta gente asistiera con tan poco tiempo de antelación? —En cuanto Domenicos Theodopoulos salió de mi oficina, le dije a Lydia que se ocupara de los preparativos. —¿Tan seguro estabas de mí? —¿No debía haberlo estado? —No. Oh, te quiero, Marcos.. La estrechó entre sus brazos. La respuesta instantánea de Lena hizo que los dos se vieran envueltos en la pasión. Hicieron el amor hasta quedar rendidos. Antes de quedarse dormida, con el brazo de Marcos rodeándola, Lena miró con amor las facciones de la cara de su marido que sonreía de satisfacción. Ella también sonrió al pensar que, después de todo, el «León negro de Skiapelos» era sólo un gatito. Fin
Escaneo y Corrección-Consuelo 11.11.32
Serie Mavroleon 1.El león negro-2.Espejismos del pasado Espejismos del pasado
Protagonistas: Dimitri Mavroleon y Chryssanti Forster
El amor de Chryssanti Forster por su primo Christos pertenecía al pasado, gracias a su aborrecible hermano Dimitri, quien se había encargado de ello. Pero ahora, desde que Chryssanti regresó a Grecia, Christos mostraba un renovado, aunque indeseado, interés en ella y Dimitri se negaba a creer que la chica no tenía intenciones de alejar a Christos de su esposa. A su pesar, Chryssanti no podía explicar su situación a Dimitri, especialmente cuando estaba enamorada de él y no sabía lo que éste deseaba: su herencia o su amor...