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Apeta se miraba al espejo pero era incapaz de reconocer al reflejo.

Para ella, ese rostro femenino


que la mirada desde el espejo era tan escasamente importante como las células muertas que
desprendía su piel. Se observó tal y como un jinete examina a su montura, buscando defectos.
Afortunadamente lo más destacable eran unas ojeras poco marcadas y una fina herida en su labio
inferior, fruto de sus propios nervios durante la última operación.

Como un buen “jinete” era responsable de su montura, así que dedicó un par de horas a la higiene
y el mantenimiento. Al terminar pasó a la zona de trabajo (Básicamente el 90% de la propiedad en
la que vivía) y con rapidez se colocó las piezas de su exotraje. Cada servo que activaba tensaba los
hilos que controlaban sus movimientos. El mero hecho de andar alcanzaba se convertía en una
eficiente sucesión de movimientos demasiado perfecta para los estándares humanos. Apeta no
buscaba en su traje la fuerza sobrehumana que solían elegir los militares, su objetivo era superar
las cotas impuestas naturales de la destreza humana.

Terminó el proceso colocando su querida máscara sobre su rostro, sintiendo una suave y conocida
sensación de dolor cuando las microagujas penetraron en su piel. Con un casi imperceptible
zumbido, la sangre comenzó a fluir, dejando en su máscara cristalina el dibujo de agradables
monigotes sonrientes. Prácticamente todas las personas consideraban macabras las muecas que
su sangre formaba al fluir por el intricado diseño de la máscara. Pero por mucho que sus clientes la
miraran con asco, en su empresa el producto era prioritario. La demanda era alta y sus productos
dominaban el mercado de una forma que casi satirizaba el concepto de “monopolio”. Sabía que si
lo deseaba podría dedicarse a dar latigazos los clientes y seguirían comprando.

Al entrar en la ducha desinfectante, observó a través de los polímeros transparentes como las
máquinas de la zona de trabajo habían comenzado las labores de mantenimiento y cuidado sin un
segundo de retraso. Eran trabajadoras eficientes (Por algo había supervisado su construcción) pero
para ciertas labores todavía resultaba vital la mano humana o mejor dicho, las capacidades únicas
de Apeta.

Mirando el conjunto de monitores de la sala mientras los 3 largos minutos de la descontaminación


transcurrían, como quien mira las noticias mientras desayuna, observó las funciones vitales de las
criaturas. La mayoría se presentaban dentro de parámetros óptimos y el resto se podían
considerar correctos tanto en los que pasaban el periodo de transformación como los que estaban
en periodo de conserva. Algo llamó su atención al final de las tablas y los tensores de su exotraje
vibraron acorde con su cuerpo. El prototipo de la nueva línea de negocio parecía haber dado
problemas en su cámara de aislamiento y una de las máquinas que vigilaba sus constantes se
había desconectado de la red.

Tras confirmar al sistema que se debía seguir el plan del día en todas las zonas excepto la sala de
aislamiento, abandonó la sala. La larga ducha en desinfectantes y focos ultravioleta era la única
manera de mantener limpia su sancta sanctórum. Aunque eran medidas más propias de un
laboratorio de bioarmamento que de un quirófano, Apeta consideraba que dejar a una criatura
morir por una infección oportunista era una muestra de incompetencia que solo podía aguantar el
incontenible ego de un médico oficial.
Se dirigió directamente al foco de problemas seguida de un voluntarioso carrito de herramientas
motorizado (En ocasiones las limitadas IA del laboratorio parecían presentar cierta capacidad de
reacción).

Al abrirse la puerta ante su proximidad no pudo evitar culparse a sí misma del destrozo que el
muñeco había causado. Aún en sus condiciones había infravalorado la fuerza del muñeco y su
aguante a los narcóticos. El individuo había conseguido salirse de la mesa de operaciones y los
conductos de alimentación y recogida de desechos habían liberado los suficientes líquidos como
para dar cierto aire de cloaca a la sala. Normalmente el terminal de control habría llamado a los
drones de limpieza y hubiera evitado parte de ese caos pero el muñeco había orinado en la rejilla
de ventilación y la sorprendida máquina todavía estaba en mitad de un ciclo continuo de reinicios
intentando descubrir que había fallado en su interior (Definitivamente ni el diseñador ni ella
habían pensado que algo así podría ocurrir).

Operarlo tan rápidamente aunque fuera un encargo específico había sido un enorme error, el
muñeco no comprendía su nuevo papel y a pesar de carecer de ojos o extremidades seguía
razonando igual que hacía 72 horas, cuando tenía su agraciado cuerpo al completo. Hubiera sido
mejor someterle poco a poco sus métodos, como hacía normalmente, pero el cliente había hecho
una oferta irrechazable.

Sin miramientos agarró con una mano el cuerpo que seguía revolviéndose y gruñendo en sus
propios excrementos y lo colocó en la mesilla, pero esta vez usó los amarres de emergencia.
Usando la tabla de comandos de la muñequera del exotraje introdujo las nuevas órdenes
necesarias para arreglar el desastre. Después se permitió cierta parsimonia para examinar el
trabajo de los días anteriores. Los muñones de los muslos y de los antebrazos tenían un acabado
prácticamente perfecto y los fuertes movimientos de la musculosa carne del muñeco denotaban
que no había lesión nerviosa.

El hecho de llamar “muñeco” a ese monstruo que parecía estar intentando comunicarse con ella la
provocaba un enorme hastío. Con el fin de cederle la atención necesaria para escucharle tuvo que
hacer un esfuerzo del que se arrepintió casi instantáneamente. Amenazas, llantos, súplicas, era un
territorio que ella despreciaba demasiado.

.....

Al día siguiente cuando el cliente llegó al recibidor, Apeta quedó sorprendida, esperaba a una
mujer adulta acompañada de una cohorte de guardaespaldas y en su lugar un joven moreno de
rostro pícaro esperaba al otro lado de la puerta sonriendo a la cámara. Apeta pensó en activar el
gas nervioso para echar al visitante cuando las puertas blindadas se abrieron sin su permiso,
dejando entrar al desconocido.

Apeta deslizó los dedos con rapidez sobre el teclado, pero lo único que la pantalla devolvió fue un
fundido en negro. Estuvo a punto de dejarse llevar por el miedo, pero la indignación que sentía era
demasiado fuerte. El sistema de toda la casa estaba comprometido y por tanto todas las defensas
inaccesibles. Las únicas opciones eran esconderse o enfrentarse a la tormenta y ella no era de las
que buscaban refugio debajo de la cama.
Avanzó por su casa y descubrió una sensación que ya creía olvidada, la inseguridad. Los miles de
ojos que la servían ahora estaban desconectados. Las armas que creía que podrían protegerla de
cualquier ataque ahora podrían usarse en su contra. Al girar cada esquina se imaginaba al extraño
saltando sobre ella, se sintió débil al observar que en lugar de haber superado sus miedos
simplemente

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