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AIÓN - Capítulo 1
AIÓN - Capítulo 1
1
Inmediatamente, la luz de emergencia situada sobre la puerta de
la habitación comenzó a girar, sustituyendo aquel tenue fulgor azul
por un intenso brillo rojo. Diversos mecanismos hidráulicos
parecieron cobrar vida cuando la presión acumulada, tras largos años
de espera, se liberó repentinamente, siseando como un pozo de
serpientes hambrientas y formando nubes de denso vapor que se
acumulaba en el techo. Un zumbido intermitente de baja frecuencia
resonaba, a modo de alarma, en los altavoces de todos y cada uno los
dispositivos de sonido que se encontraban alrededor.
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<!PROTOCOLO ERR1337 “Interrupción de emergencia de
Cámara de Biostasis A5 iniciada”>
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recobrar algo de color y dio signos de comenzar a comprender lo que
sucedía a su alrededor. Su mirada se desplazó rápidamente del
monitor azul a las luces de emergencia, mientras el gesto se le crispaba
en una mueca, a medio camino entre el terror y la frustración.
—¡No! —exclamó. El grito retumbó en las paredes de metal de
la estancia.
El brillo rojo de la luz de emergencia iluminaba el cuerpo
desnudo de la mujer, creando profundas sombras en su rostro
demacrado. Los zumbidos de la alarma y los chisporroteos eléctricos,
procedentes de algún compartimento cercano, llenaban el espacio
alrededor, produciendo una cacofonía que resonaba en sus oídos.
Con movimientos débiles, la mujer trató de levantarse, sus músculos
entumecidos por aquel largo periodo de inmovilidad. Se apoyó
torpemente en el borde de la cápsula, temblando, mientras se
esforzaba por mantenerse de pie sobre el resbaladizo fluido que cubría
el suelo.
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—Helena, soy LIA —una voz femenina, suave y sosegada, se
dirigió a la mujer a través de los altavoces del refugio—. Por favor,
respira profundamente e intenta mantener la calma.
La mujer se sobresaltó al escuchar aquella voz. Se trataba de la
inteligencia artificial de servicio del refugio, que había sido activada
como parte del protocolo de emergencia.
—¡LIA! ¿Qué es todo esto? —preguntó la mujer, entre jadeos
— ¿Qué está pasando?
La inteligencia artificial respondió al instante, manteniendo
aquel imperturbable tono en todo momento.
—Aparentemente, el sistema de biostasis ha experimentado un
fallo crítico, Helena —explicó LIA—. Los protocolos de emergencia
han sido activados. Esto ha motivado la interrupción inmediata del
funcionamiento de las cámaras de biostasis.
Helena, intentando sobreponerse de aquel estado de shock en
el que se encontraba, respiró profundamente, tal como le había
indicado la suave voz de LIA. El aire frío y estéril de la habitación
golpeó sus pulmones, como una ola invernal, despertando cada célula
adormecida por el largo tiempo que había permanecido en animación
suspendida. Era como regresar de un sueño profundo, donde cada
molécula de oxígeno parecía reactivar su organismo y avivar su
conciencia.
Exhaló el aire despacio e intentó trató recuperar algo de
compostura, pero su intento fracasó en cuanto se percató del
estridente crepitar que las chispas eléctricas emitían a través de las
paredes. Con voz alarmada, se dirigió de nuevo a la inteligencia
artificial.
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—¿Qué ha causado el fallo? —inquirió Helena—. ¿Cómo están
los demás?
Tras tomarse unos segundos para procesar la solicitud de la
mujer, la inteligencia artificial devolvió la respuesta obtenida por sus
algoritmos.
—Lo siento, Helena. No puedo asegurar el motivo del fallo
crítico, pero sí detecto importantes daños estructurales en el ala norte.
En cuanto al estado del resto de los ocupantes de Épsilon, por lo que
observo en el registro, el sistema no se ha podido comunicar con las
demás cámaras de biostasis durante el protocolo de emergencia.
Las palabras de la inteligencia artificial colapsaron en la mente
de Helena como piezas de un rompecabezas que, en su estado de
confusión actual, no lograba comprender del todo.
—LIA, apenas conozco este lugar —balbuceó la mujer—. ¿Qué
quieres decir?
—Mis disculpas, Helena. Observo en los registros que tu acceso
a Épsilon se realizó en pleno estado de alerta roja. Permíteme aclarar
mi respuesta —se excusó LIA—. No puedo afirmarlo con absoluta
certeza, pero existe un alto porcentaje de posibilidades de que las
cámaras de biostasis de los otros ocupantes hayan sido dañadas o
destruidas durante el evento que produjo los daños estructurales.
El desvestido y aterido cuerpo de Helena se tensó como un
resorte al escuchar aquello. Sus ojos reflejaron un pánico profundo
cuando comprendió el terrible alcance de las palabras de LIA. Fuera lo
que fuese y por increíble que pareciese, algo había dañado gravemente
el refugio. Si sus estadísticas no eran incorrectas, algo que raramente
había sucedido a lo largo de su largo recorrido como IAS, era muy
probable que ella fuese la única superviviente de aquel desastre.
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—¡No! —la ansiedad hacía temblar la voz de Helena—. ¡No,
no, no! ¡Abre la puerta, LIA! ¡Tenemos que ver que ha pasado con los
demás!
En un segundo, que le pareció una eternidad, la puerta de la
estancia en la que se encontraba se abrió con suavidad. Helena salió
dando tumbos al pasillo contiguo. Los indicadores luminosos y
señales en las paredes se encendían y apagaban desordenadamente con
cegadores destellos y el frío suelo metálico le helaba los pies. Tras la
apertura del compartimento, el vapor acumulado en la estancia
comenzó a disiparse poco a poco.
Cuando pudo ver con mayor claridad, Helena giró su mirada
en busca del tramo de la galería que llevaba al ala norte del refugio. Su
corazón dio un vuelco al no encontrar otra cosa que montones de
roca y escombros metálicos. El pasaje había sido destruido
completamente y los restos del accidente impedían el paso a muy poca
distancia de donde ella se encontraba. Dio media vuelta para
comprobar el otro lado del corredor; la puerta de acceso al sector
central del refugio parecía intacta y funcional.
—¡LIA! —Helena llamó a la IA, en un intento de disipar
aquellos horribles temores que la acuciaban — ¿Detectas signos de
vida en el resto de Épsilon?
La inteligencia artificial dedicó unos instantes a realizar un
escaneo en busca de señales de un organismo vivo, tales como fuentes
de calor, voces o latidos de un corazón, pero, por desgracia, la
búsqueda resultó infructuosa.
—No detecto ninguna forma de vida en el refugio, a excepción
de ti, Helena —contestó LIA—. Al menos en las zonas donde el
sistema aún tiene acceso.
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Al escuchar las palabras de la inteligencia artificial, Helena
sintió un escalofrío recorrer su columna. Se obligó a mantener la
calma; tomó una profunda respiración, intentando controlar el
temblor de sus manos y la velocidad de su corazón. “Mantén la cabeza
fría, Helena”, se dijo a sí misma. Sabía que ceder al pánico no le sería
de ayuda.
—¿Puedes contactar con algún otro refugio? —preguntó la
mujer.
—Negativo —la respuesta que obtuvo Helena fue tan rápida
como decepcionante—. Los sistemas de comunicación a larga
distancia parecen en perfecto estado y funcionales, pero existen
enormes interferencias que imposibilitan su utilización.
La angustia y una intensa incertidumbre comenzaron a hacerse
presa de la mujer. Las dudas se agolpaban en su cabeza, una detrás de
otra. Le era imposible no repetirse a sí misma que no estaba preparada
para enfrentarse a semejante emergencia. Al menos, no ella sola.
¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que comenzó la biostasis?
¿Qué había sido del resto del equipo? Su cuerpo, aun desnudo y
parcialmente cubierto del gel, temblaba de miedo y frío a partes
iguales.
—Soy científica… No tengo experiencia militar, ni en
supervivencia —el lamento de Helena sonaba lleno de desesperación
—. No sé qué hacer, LIA. Ayúdame, por favor…
—Por supuesto, Helena —dijo LIA con una voz artificialmente
alegre—. Opino que en este momento la prioridad principal en
mantener la calma para poder considerar correctamente la situación.
Empecemos por establecer un ambiente acorde a dicho objetivo.
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Instantáneamente, las luces de emergencia se apagaron y en su
lugar se activó la iluminación general de Épsilon. El alboroto de las
chispas y el zumbido de alerta que emitían los altavoces cesaron por
completo, lo que le produjo a Helena una incierta sensación de alivio.
El caos y el ruido, poco a poco y con un suave crescendo, fueron
sustituidos por la armoniosa suavidad de las notas del Nocturno op.9
No.2.
El murmullo del piano recorrió el refugio, envolviendo a
Helena en una melodía que parecía haber sido sacada de un tiempo
olvidado. La música, aunque melancólica, tenía un efecto calmante, al
menos en parte. Cerró los ojos por un momento, tratando de
encontrar un momento de lucidez, tan absurdo como vital, en medio
de aquella locura que la rodeaba. La respuesta de LIA a su petición de
ayuda le pareció desconcertante, aunque indudablemente efectiva.
Helena supuso que no debía ser extraño encontrar pragmáticas las
decisiones tomadas por una inteligencia artificial.
La luz blanca y fría de los fluorescentes, que ahora iluminaban
su alrededor, le permitió apreciar con mayor claridad la terrible
catástrofe que había sellado el acceso al ala norte. Una ingente
cantidad de roca y tierra se había abierto paso a través del techo del
corredor, aplastando, como si del pie de un gigante se tratase, todo lo
que se encontraba en su camino. Muy probablemente, acabando con
la vida del resto de sus compañeros. Montones de escombros
metálicos, retorcidos y chamuscados, se esparcían varios metros
alrededor. Helena se llevó las heladas manos a los labios temblorosos.
Con la excepción del Coronel Dufresne, el oficial militar
asignado a Épsilon y responsable de que hubiese obtenido una plaza
en el refugio, solamente había compartido unas cuantas horas con el
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resto de los miembros del equipo antes de que todos se sometieran al
proceso de animación suspendida. Conocía muy poco a la mayoría de
aquellas personas, pero ello no le impedía sentir dolor ante la
posibilidad de sus muertes, ni tampoco pasaba por alto el hecho de
que ella había estado muy cerca de correr la misma suerte. Hileras de
lágrimas comenzaron a agolparse en sus mejillas, mientras intentaba
contener unos leves sollozos.
¿Cómo había sucedido aquella tragedia? Helena estaba
totalmente paralizada por la congoja. No podía apartar su incrédula
mirada del desastre que tenía frente a ella, sin hallar lógica alguna. La
profundidad a la que se encontraba el refugio, junto con la resistencia
estructural del que estaba dotado, hacían prácticamente imposible
que un desastre de aquel calibre pudiese ocurrir.
—Helena —la música de Chopin se atenuó levemente para
permitir que la artificial voz de LIA se escuchase con claridad —. He
finalizado un análisis estructural rápido y parece que el resto del
refugio se encuentra prácticamente intacto. Si te parece oportuno, voy
a realizar un recuento de daños y una estimación exhaustiva del estado
real de las instalaciones, pero requerirá unos minutos.
—De acuerdo LIA, adelante —convino Helena, con un cierto
alivio—. Gracias.
La mujer no podía negar que la ayuda que la inteligencia
artificial estaba proporcionando le resultaba vital e inestimable.
Además, aquella calma en la voz de LIA, aunque solo fuese resultado
del proceso de un conjunto de algoritmos, le era de ayuda para
mantener la suya propia.
—No hay de qué, Helena —respondió la IA—. Entretanto, te
recomiendo que utilices el área de aseo del sector central y busques
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algo de ropa de tu talla en los vestidores. Si deseas mejorar tu estado de
ánimo, el botiquín dispone de tranquilizantes.
Abrazándose el torso desnudo y tiritando a causa del intenso
frío, Helena avanzó, lentamente, hasta la puerta de acceso al sector
central de Épsilon. Una pequeña ventana, en la parte superior de la
misma, permitía ver parte del recibidor que había al otro lado. A
Helena le dio la impresión de que se hallaba en buenas condiciones, al
menos aquello que podía alcanzar a observar. La mujer extendió su
brazo, situando la palma de su mano sobre el identificador instalado
en el lado izquierdo del marco de la puerta. La pantalla del dispositivo
se iluminó y emitió unos cortos y agudos pitidos para darle la
bienvenida.
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El agua se deslizaba a lo largo de todo su cuerpo, retirando los
restos de gel reseco aún adheridos a su piel, que discurrieron hacia los
desagües formando filigranas doradas. Mientras se limpiaba, notó el
tacto de los puertos de conexión en sus extremidades y su nuca,
instalados mediante cirugía antes de sumarse al resto de integrantes
del refugio. Aún le resultaba algo extraño, casi alienígena.
Fue entonces cuando advirtió que, además del agua de la
ducha, las lágrimas también surcaban su rostro. Helena determinó
que debía darse a sí misma el beneficio de desahogar aquella angustia
que le anudaba el estómago. Pese a no haber nadie más allí que
pudiese verla, se llevó las manos a la cara para ocultar un quejido
desconsolado.
Una vez hubo finalizado de lavarse a conciencia y después de
que los sensores táctiles de la plataforma interrumpieran la presión del
agua de la ducha, Helena advirtió que el delicado tono de las teclas del
piano seguía sonando a través de los altavoces del refugio, pero en esta
ocasión la melodía correspondía al Claro de Luna, de Beethoven.
Dejando diminutos charcos detrás de sí con cada paso que daba,
atravesó el área de aseo para llegar hasta el vestuario.
En todas las taquillas se habían atornillado pequeñas placas
metálicas, indicando el nombre del habitante del refugio estaba
asignada cada una. Intentando esquivar la sombría idea de que, muy
probablemente, el resto nunca llegarían a ser abiertas, se dirigió con
rapidez hacia la suya. Pese a todo, no pudo evitar que un escalofrío le
recorriese la espalda. No sin esfuerzo, se tragó aquella ansiedad
incipiente y se aferró a la idea de que los consejos de LIA lograrían
arrojar algo de luz en el camino. Tenía que hacer todo lo posible por
mantener la calma.
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Al abrir su taquilla, se vio brevemente cegada por un fugaz
reflejo de las luces fluorescentes del aseo. Cuando recuperó la vista, se
encontró a sí misma en el espejo que había en el reverso de la puerta.
Aparentemente, solo había adelgazado unos cuantos kilos desde que
entró en la cámara de biostasis. Por lo general, no tenía un mal
aspecto, aunque sí apreció unas profundas y oscuras ojeras.
Al verse reflejada en aquel cristal, le asaltó de nuevo la enorme
incertidumbre sobre cuánto tiempo habría permanecido exactamente
en animación suspendida. Rápidamente, terminó de secarse con unas
toallas y se abrochó una bata, todas ellas de algodón blanco, que
encontró dobladas en uno de los estantes. Cerró la puerta de la
taquilla y se apresuró hasta al terminal más cercano, que se hallaba
situado encima de la mesa comunal del sector central del refugio.
En aquel lugar, que hacía las funciones tanto de comedor como
de punto de reunión, múltiples y funcionales sillas se encontraban
distribuidas alrededor del amplio y elegante tablero de color marfil.
Helena se acomodó delante del monitor del terminal y le echó un
vistazo. El omnipresente emblema de la Entente, girando sobre sí
mismo, se había desplegado a modo de salvapantallas. Pulsó con su
dedo índice sobre el escudo e, inmediatamente, este minimizó su
tamaño y se desplazó hasta una de las esquinas de la interfaz del
sistema operativo, dejando al descubierto diversos iconos, botones
desplegables y, en la esquina opuesta, la fecha y hora del sistema, las
11:59 del 12 de abril de 2143.
El rostro de Helena palideció de repente.
—¿58 años? —exclamó, mientras se llevaba las manos a la
afeitada cabeza con desesperación—. ¿Solamente 58 años?
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Ese era el tiempo que Helena había permanecido, aletargada, en
la cámara de biostasis, con su cuerpo suspendido en una solución
nutritiva y conservante que proveía a su organismo de alimento y
oxígeno, además de evitar el envejecimiento de los tejidos y el
deterioro del sistema nervioso. Antes del comienzo de la Guerra
Transcontinental, el gel de biostasis ya había supuesto una revolución
en la industria aeroespacial, siendo un elemento fundamental en los
viajes interestelares, pero también se había mostrado efectivo en
cualquier operación que exigiese mantener vivos a sus integrantes,
incluso durante siglos, sin daños físicos o neurológicos.
—LIA —Helena levantó su voz contrariada hacia los altavoces
en las paredes—. ¿Estás ahí?
—Sí, Helena —respondió la IA—. El progreso del análisis del
estado de Épsilon es del 73%. Por tu exclamación, deduzco que te
preocupa que el proceso de biostasis se haya interrumpido antes de la
fecha prevista en la operativa.
—92 años antes de la fecha prevista, LIA —dijo Helena,
desplomándose levemente sobre la mesa comunal—. Noventa y dos
años…
La mujer procuraba asimilar aquella noticia, pero las tremendas
implicaciones de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor se le
hacían una bola imposible de digerir. “Bienvenida al siglo XXII…
Estás de mierda hasta el cuello”, pensó. Se tenía a sí misma por una
mujer extremadamente inteligente y muy educada, pero su cabeza no
encontraba, en ese momento, una expresión más decorosa para definir
aquella situación.
—Entiendo que esta revelación te haya impactado, Helena. Sin
embargo, permíteme proporcionarte una perspectiva objetiva—
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respondió la suave voz de LIA a través de los altavoces—. Aunque el
tiempo que has pasado en biostasis ha sido considerablemente más
corto de lo previsto, no estás, por el momento, obligada a descartar la
posibilidad de lograr adaptarte a este nuevo entorno.
Las palabras de LIA, cuidadosamente seleccionadas por los
algoritmos de la inteligencia artificial con el objetivo de infundir valor
en Helena y ayudarla a encontrar la fuerza necesaria para seguir
adelante, estaban impregnadas de optimismo y confianza.
—La humanidad ha demostrado a lo largo de su historia una
increíble tenacidad para desenvolverse ante situaciones desafiantes —
continuó—. Tú eres un ejemplo vivo de esa capacidad. Aunque el
mundo haya cambiado, tus conocimientos y habilidades siguen
siendo valiosos.
La inteligencia artificial no exageraba en absoluto. Las
excepcionales capacidades de Helena habían destacado desde que era
tan solo una niña. Las elevadas calificaciones que obtuvo al graduarse
con honores y tan solo quince años, en la Escuela Secundaria
Municipal de Ciencia y Tecnología de Taipéi, llamaron la atención de
los medios de comunicación de la Entente desde el primer momento.
Desde entonces, las redes y la televisión no cesaron de hacerse eco de
“la Niña Prodigiosa”, o “la sucesora de Einstein”… En poco tiempo se
convirtió en un icono del régimen y la inspiración de miles de niñas, a
lo largo del mundo, que aspiraban a ser investigadoras, al igual que
ella.
Años más tarde, durante su periodo universitario en Francia, su
vida personal sufrió un duro revés, con el fallecimiento de sus padres
en un accidente de automóvil, poniendo la continuidad de sus
estudios en peligro. Sin embargo, por suerte o por desgracia, la
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Entente no estaba dispuesta a perder aquel potencial activo y se
aseguró de que su carrera siguiese adelante a toda costa. Desde
entonces, Helena había vivido una vida cómoda, dedicada al estudio y
la investigación, financiada por las altas esferas de la alianza.
—Además —finalizó la IA su disertación—, yo estoy aquí para
ayudarte a enfrentar los desafíos que puedan surgir. Juntas, podemos
encontrar una manera de sobrevivir y, con el tiempo, incluso
prosperar.
Pese a que, en su interior, la desesperación y la incertidumbre
de Helena parecían querer rebelarse a aceptar aquella idea, no
encontró ningún argumento con el que rebatir el peso de la lógica de
las afirmaciones de la inteligencia artificial. La mujer se aferró a ellas
como a un salvavidas en mitad del océano.
—Por lo que observo, eres una especialista en ver el lado
positivo de las cosas —ironizó.
—Y no estarías lejos de la realidad, Helena. Soy una IAS o
Inteligencia Artificial de Servicio. Mi directiva principal es ayudar a
los miembros del equipo al que se me asigna, con todos los medios a
mi disposición, a cumplir los objetivos de las operaciones en curso. El
apoyo psicológico es una parte fundamental del proceso.
Helena se sintió impresionada por aquella tarjeta de
presentación. Casi percibió un curioso atisbo de orgullo en la
respuesta de la inteligencia artificial.
—¿Que te parece si me avisas cuando termines ese análisis? —
propuso la mujer.
—Por supuesto Helena. El progreso del análisis del estado de
Épsilon es del 82% —informó LIA—. En un momento estaré de
nuevo contigo.
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Cuando la robótica voz de LIA se desvaneció, el punteo de una
guitarra y una aterciopelada tonada en portugués llenaron el
ambiente de la habitación con los suaves acordes de Garota de
Ipanema. Helena, recuperando algo de compostura, se ajustó la bata
blanca y volvió a fijar su mirada en la pantalla táctil del terminal. Tras
pulsar diversas opciones en los menús del sistema operativo, accedió a
las fichas informativas de los miembros del equipo del refugio.
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Helena recogió la tarjeta y la sostuvo en su mano, conocedora
del enorme valor que tenía aquel objeto que acababa de recibir.
Exhaló un suspiro profundo y miró fijamente al Coronel.
—¿Por qué yo, Belmont? —preguntó.
—Reconozco que mis superiores eran bastante reticentes —
contestó Dufresne mientras tomaba la taza de café entre sus manos—.
No les hizo ninguna gracia como acabaron las cosas en el Centro
Hawking. Pero he movido unos cuantos hilos y les he convencido de
que tus capacidades serían imprescindibles, llegado el momento.
—No me refiero a eso —dijo la mujer. Había una profunda
indignación en sus ojos rasgados—. Si esos oscuros designios tuyos se
cumplen, van a morir nueve de cada diez personas.
El hombre bajó la mirada hacia el espeso y oscuro líquido que
bailaba en su taza. Le pareció tan negro como el futuro que se cernía
sobre ellos.
—¿Por qué voy a ser yo la que tenga el privilegio de sobrevivir?,
¿por qué no otra persona? —insistió Helena— ¿Qué os da derecho a
vosotros a decidir quién vive y quién muere?
—El poder, Helena —Belmont levantó sus ojos de color azul
intenso para mirar a la mujer—. Nadie es dueño del derecho a decidir
sobre la vida de los demás. Pero ellos tienen, justo en este preciso
momento, el poder para apropiarse de él.
—¿Ellos? —preguntó con sarcasmo Helena—. ¿No deberías
incluirte?
Aquellas palabras de la científica eran puñales de vergüenza que
despertaban en Belmont sus propios fantasmas. Luchar contra el
sistema desde dentro del propio sistema era una triste vocación.
Suponía un constante conflicto interno de principios y la moneda de
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cambio era el repudio tanto de los que pertenecían al orden
establecido como de los que lo rechazaban.
—Yo estoy haciendo todo lo que está a mi alcance para que
aquello que pueda quedar en pie acabe en las mejores manos posibles,
Helena —Belmont mostraba sin reparos sus convicciones a la mujer,
que podía sentir claramente el aura de determinación del Coronel—.
Si finalmente sucede lo peor, las manos de aquellos que recojan los
fragmentos de este mundo no pueden ser las mismas que lo han
destruido. La historia no haría más que repetirse. Una y otra vez.
Helena miró fijamente al Dufresne, le pareció que había
sinceridad en sus palabras. Su rostro, sus gestos y su mirada reflejaban
un hombre que había padecido muchas decepciones. Su lucha
personal, a lo largo de tantos años, había arrojado muy pocos frutos.
Sin embargo, su empeño no había disminuido en absoluto.
—¿Y qué debería hacer con la identificación que me has dado?
—preguntó finalmente Helena, mientras guardaba la tarjeta en su
bolso de mano.
—Debes viajar a las afueras de Bilbao, al norte de España —
contestó Belmont—. Allí está el refugio que se te ha asignado. Su
nombre clave es Épsilon. Puedes acceder cuando lo desees, aunque es
evidente que no lo harás hoy mismo. Pero, si se activa la alerta roja,
asegúrate de tener un medio de transporte que te permita llegar allí,
antes de que se cancelen los vuelos internacionales.
A Helena las palabras del Coronel todavía le parecían sacadas de
una novela. Se percató de que sus manos estaban sudorosas y su pulso
acelerado. Verdaderamente, estaban allí, sentados y tomando café
mientras hablaban de un posible fin del mundo, tal y como lo
conocían. Pensó que ni una mente privilegiada como la suya era capaz
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de abarcar la totalidad de las implicaciones de todo aquello. También
consideró que quizá eso fuese una bendición que impedía que se
volviese loca allí mismo.
—¿Por qué el norte de España? —preguntó con curiosidad.
—Es el mismo refugio que se me ha asignado a mí por motivos
operacionales —respondió Belmont—. La zona tiene muy pocas
instalaciones militares y, por tanto, es de las que menores
posibilidades tiene de ser objetivo directo de un arma nuclear.
—¿Operacionales?
—Sí. En caso de holocausto, la Entente ha desarrollado un plan
que se activaría 150 años después de que iniciásemos el proceso de
animación suspendida —explicó Belmont—. Formo parte activa de
esa misión, al igual que el resto de oficiales designados a otros
refugios.
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información de su perfil personal se mostró en la pantalla del
terminal.
· INFORMACIÓN CURRICULAR:
·Doctorada Suma Cum Laude por la Universidad
Pierre y Marie Curie de París (2062)
·Premio Crafoord en Astrofísica por la Real
Academia de las Ciencias de Suecia (2069)
·Miembro de la Real Academia de las Ciencias de
Suecia (desde 2071)
·Miembro de la Academia Austríaca de Ciencias
(desde 2074)
·Miembro de la Academia Europæa (desde 2076)
·Premio Nobel de Física (2079)
· INFORMACIÓN RELEVANTE:
· La Dra. Watanabe es la mujer más joven de la
historia en recibir un Premio Nobel. Considerada un
genio por muchos, recibió, a los 37 años de edad, el
Premio Nobel de Física por los éxitos obtenidos
durante sus investigaciones acerca de la generación
y el dominio del comportamiento de singularidades
artificiales.
· Sus descubrimientos supusieron un avance sin
precedentes en el campo de la astrofísica,
aumentando exponencialmente el alcance de los viajes
interestelares. Estos estudios, además, sirvieron a
la industria armamentística como base para la
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creación de las primeras armas cuánticas, dejando
obsoletas las antiguas armas nucleares.
Pero lo peor para ella, sin lugar a dudas, era aquel último
párrafo en su informe. Cuando lo leía no podía evitar devolver a su
mente toda aquella etapa de terapia y antidepresivos. Sin tener en
cuenta las instalaciones del CERN, durante los últimos cinco años
antes de ingresar en el refugio, el diván de caoba del Dr. Kumar, su
psiquiatra, se había convertido en el sitio que con mayor asiduidad
frecuentaba. Los recuerdos de su última consulta, pocos días antes de
que la Entente decidiese activar el nivel rojo de alerta, seguían frescos
en su cabeza.
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—Dra. Watanabe, no puede cargar el peso completo del mundo
en sus hombros —aún rememoraba su voz profunda y tantas veces
reconfortante—. Aceptar la responsabilidad por nuestras acciones es
crucial, pero también lo es reconocer los límites de esa
responsabilidad.
—¿Y qué hay de todas esas vidas inocentes? —rebatía Helena,
llena de consternación, tras haber contemplado, ese mismo día en los
noticiarios, las imágenes de la destrucción del Golfo de México.
—La forma en que se han empleado sus teorías está fuera de su
control. Siguiendo una lógica equivalente, el inventor de la rueda sería
el responsable de todas las desgracias de la humanidad —la leve
sonrisa que aquel hombre utilizaba para enmarcar sus frases siempre
le había parecido muy atractiva. Después de una breve pausa,
continuó—. Entiendo perfectamente su frustración al contemplar
cómo otros pueden estar usando los frutos de su esfuerzo. Pero… ¿Por
qué no convertir esa frustración en algo positivo? Su conocimiento ha
iluminado el mundo de maneras inigualables, y ahora, su voz puede
ser una guía para un futuro más pacífico. Canalice esa energía hacia la
promoción de la paz, el desarme nuclear y la educación científica…
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Helena cerro los ojos y respiró profundamente. Aquello no solo
significaba que no tenían medios para enviar una transmisión de
socorro, sino que, casi seguramente, no habría nadie al otro lado que
pudiera recibirla. Por muy duro que se le hiciese, debía asumir la idea
de que nadie iba a venir a rescatar a ningún posible superviviente del
accidente.
—¿Has podido determinar el momento en el que sucedió el
desastre en el ala norte? —quiso saber.
—No puedo proporcionarte la hora exacta, Helena —contestó
la IA —. Fui activada por los sistemas de emergencia después del
evento. Pero, teniendo en cuenta el tiempo estimado para que el
sistema registre un fallo de refrigeración en un dispositivo de biostasis,
calculo que no más de 17 minutos antes de que fueses expulsada de la
cámara.
Helena se frotaba los muslos mientras pensaba. En realidad, no
había transcurrido demasiado tiempo desde el accidente. El
inconveniente que se le antojaba principal era conocer, con exactitud,
hasta qué profundidad alcanzaban los daños en el pasillo del ala norte,
pues las capacidades de LIA se interrumpían allí donde se iniciaba
aquella maldita montaña de escombros. Las cápsulas de biostasis
habían sido dañadas durante el evento, sin duda, pero eso no
significaba, con total seguridad, que hubieran sido completamente
destruidas. Si el gel aún permanecía en su interior, podrían pasar
varios días antes de que sus organismos o su sistema nervioso sufriesen
daños irreversibles.
—Necesitamos verificar el estado del resto de los miembros de
Épsilon, LIA —afirmó Helena —. Es prioritario. ¿Estás segura de
que no puedes hacer nada?
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—No con el estado actual de los sensores ubicados en esa zona,
Helena. Lo siento mucho —se disculpó LIA —. Sin embargo, tras las
reparaciones adecuadas, podría realizar los escaneos necesarios.
Helena esbozó un gesto de frustración al escuchar la palabra
“reparaciones”. Solo tenía un conocimiento superficial sobre el
funcionamiento de los dispositivos que necesitaban aquellos arreglos.
—No creo que fuese capaz de reparar esos sensores por mí
misma, LIA. ¿Se te ocurre alguna alternativa? —inquirió.
Pasaron unos cuantos segundos antes de que la inteligencia
artificial devolviese una respuesta, mientras procesaba las diversas
posibles soluciones a la pregunta de Helena. A la mujer le parecieron
una pequeña eternidad.
—El ala sur del refugio dispone de varias impresoras 3D de
última generación, capaces de fabricar componentes con múltiples
materiales —ofreció la IA, como solución al dilema—. Construir un
nuevo dispositivo e incorporarlo al sistema podría resultar más
sencillo que su reparación. Tu nivel de conocimientos en electrónica
no sería un factor determinante, ya que me sería posible guiarte en el
proceso de fabricación y ensamblaje de dichos componentes.
Sin lugar a dudas, la alternativa propuesta por LIA a Helena le
pareció excelente. Solo tenía que recortar y acoplar las diversas piezas
fabricadas por las impresoras, algo que si le parecía dentro de su
alcance, con una cierta práctica. Una vez armados los nuevos sensores
y conectados a la red del sistema, podría determinar qué suerte habían
corrido el resto de sus compañeros. Inclinó su cabeza hacia atrás,
dejando exhalar un suspiro.
—Me parece una idea estupenda —congratuló Helena a la
inteligencia artificial—. Adelante.
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—Lamentablemente, las impresoras 3D requieren un proceso
de precalentamiento —objetó LIA—. Este es especialmente largo en
las impresoras de polímeros complejos y aleaciones metálicas.
Helena resopló disgustada. Si alguno de sus compañeros había
sobrevivido al accidente, cada hora que pasaba podía suponer la
diferencia entre hallarlos con vida o no.
—¿Hay algo que podamos hacer mientras tanto? —preguntó,
resignada.
—No, si verificar el estado de los ocupantes del refugio es una
prioridad antes de tomar otras decisiones —contestó LIA—. Te
recomiendo que utilices este periodo de espera para descansar. Tu
organismo necesita reponerse de estos últimos acontecimientos.
Helena pensó que no le faltaba razón. El haber comenzado a
tomar las riendas de la situación había logrado que su estado de
ansiedad disminuyese hasta unos niveles soportables y esto le había
permitido darse cuenta de lo extenuada y hambrienta que se
encontraba. Los efectos de la biostasis aún estaban pasando factura a
su organismo.
—De acuerdo —convino Helena—. Me tomaré un calmante e
intentaré comer algo. Pero avísame si descubres datos relevantes, por
favor.
—Así lo haré, Helena —se comprometió LIA—. Que
aproveche.
Siguiendo las coloridas líneas de diodos luminosos, Helena se
encaminó al botiquín del refugio. Había decidido que la ocasión
merecía la sugerencia de LIA acerca de los tranquilizantes. En la
habitación, encontró un lavamanos, una camilla y diferentes
medicamentos e instrumental médico. Recordando la tarea que le
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aguardaba cuando terminase el precalentamiento de las impresoras
3D, rogó por no tener que encontrarse nunca a sí misma utilizando
aquel instrumental con la guía de la inteligencia artificial. Tras buscar
entre las cajas de medicinas, localizó una que contenía tabletas de
lorazepam. Partió una de las ellas en dos y tragó una de las mitades con
un sorbo de agua de la fuente del lavamanos.
Helena, con pasos ahora más tranquilos, se dirigió hacia el
comedor de Épsilon, mientras su sacudida mente aún procesaba todas
aquellas terribles revelaciones y la precaria realidad de su nueva
situación. El pasillo, bañado en una luz suave y tranquilizadora,
parecía extenderse ante ella como el camino hacia lo desconocido que
sabía debía recorrer. Las próximas horas y días serían cruciales, no
solamente para comprender la magnitud de lo que había sucedido al
refugio y a sus compañeros, sino también para encontrarse a sí misma
en este mundo cambiado. Con la música de Billy Joel todavía
resonando suavemente en el aire, Helena no pudo evitar preguntarse
qué le depararía el futuro. Pero una cosa estaba clara: no estaba sola en
esto. Con LIA a su lado, y su propia voluntad y conocimientos, estaba
lista para enfrentar lo que fuera necesario.
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(c) Arturo Manchado Pérez [Spain]
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