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El INQUILINO DEMENTE

No hay razones para que tengas miedo, el dolor y la agonía son momentáneas. Cuando estés ahí
recuerda el Libro de los Muertos, recuérdalo, lo leímos muchas veces.

¿Lo recuerdas?

Martina no respondió. Sus ojos se hallaban abiertos como de asombro, no pestañaba ni había visos
de que respirara. Fue entonces que la mujer mayor posó su mano suavemente sobre uno de los
hombros del doctor que se hallaba sentado al borde de la cama de la paciente, y le pidió con voz
suave y circunstancial que no continuara con esas recomendaciones absurdas y descabelladas. Por
más que le que le hablára a ese cadáver este nada recordaría ni menos le hablaría sobre cosas del
más allá.

El joven médico insistió y continuó con su perorata sin sentido,... Cuando llegues al precipicio de
las Almas perdidas no saltes, no te dejes embaucar por los diablillos o los bajos espíritus que solo
buscan ganar premios perversos por llevarse Almas a sus respectivos infiernos.

La doctora miró a las enfermeras y les explicó que el joven médico había quedado trastornado
después de haber perdido a su esposa en un accidente automovilístico, accidente provocado por él
mismo al conducir ebrio.

Dicen que el desafortunado y joven médico llevó a su esposa accidentada a su clínica para
atenderla y todos sus esfuerzos fueron en vano, la pobre mujer murió a causa de una mala
intervención quirurgica. Quienes testificaron aseguran que mientras la operaba para salvarle la
vida, decía cosas incoherentes. Ese día se encerró con ella en el quirófano y las dos enfermeras y el
anestesista nada pudieron hacer.

Las cámaras del quirófano se activaron automáticamente gracias a unos sensores de movimiento
que se hallaban estratégicamente ubicados en distintos puntos de ese lugar. Cuando el joven
cirujano entró con el cuerpo de su esposa, pues, el anestesista y las enfermeras así lo declararon
ante el juez, no permitió que nadie más entrara a ese lugar, y dejando a su mujer sobre la mesa de
operaciones, se volvió hacia la puerta y de forma violenta la cerró en las narices de quienes se
aprontaban también a entrar.

Tiempo después nadie podía creer lo que se decía de él, nadie imaginó nunca que ese hombre cien
por ciento racional, experto en las ciencias médicas, hubiera hecho lo que hizo ante las cámaras.

Salvaré tu Alma querida mía. salvaré tu Alma. te lo prometo, te lo prometo.

Ese audio se repitió muchas veces durante el juicio. Fue tanto asi que, incluso en algunos
programas radiales era frecuente oírlo como cortina previa a los temas de conversación que se
desarrollarían después de la medianoche.

Los canales de televisión hacían lo suyo y cuando la filmación llegaba al punto álgido, la imagen se
congelaba y una voz en off presentaba el programa y a los panelistas y enunciaba los temas de
conversación que se tocarían, y era indudable, el evento en cuestión también estaba en la plantilla
programática.
Desde aquel entonces quince años transcurrieron y el no tan joven médico, había alcanzado una
cierta libertad dentro del sanatorio donde lo habían internado producto de su locura aún no
definida por los mejores psiquiatras del país.

Había veces que el enfermo hacía de camillero y recorría todo el sanatorio con algún paciente
enajenado de símismo muy cómodamente recostado y con los ojos abierto fijos mirando el techo
de los pasillos, de las salas, de los pabellones, e incluso, en pleno día, aún dandoles el sol en los
ojos, los muy extraños pacientes, no los cerraban.

El trastornado galeno había desarrollado la peculiar intuición de saber qué cosas requerían
aquellos pacientes enajenados del mundo a perpetuidad, y sin mediar dialogo alguno, bastaba una
mirada o gesto, y así, de pronto, ya había uno que estaba cómodamente recostado en la camilla, y
el inquilino demente, muy vivaz y proactivo, daba comienzo a su rutinario tour por todo el
sanatorio.

Salvaré tu Alma, amada mía, lo haré, lo haré,... repetía constantemente como un susurro mientras
paseaba a sus amigos trastornados de por vida.

Un día, el psicólogo del sanatorio, sugirió que cambiaran las actividades del inquilino demente,
nombre con el cual ya era muy conocido. De acuerdo a su expertiz pisicológica, era bueno que le
permitieran realizar otras actividades y, como buen psicólogo, no estaría mal permitirle recobrar
sus conocimientos médicos asistiendo a las enfermeras a suministrar los medicamentos.

Fue así que, muy lentamente, el inquilino demente fue recordando nombres y propiedades de los
medicamentos, sus efectos y las dosis correspondientes, y como en lo más profundo de su mente
atormentada había conocimientos mucho más profundos y completos, muy lentamente fue
recobrando su memoria y sus locuras mesiánicas afloraron como brotes de primavera adelantados
a su tiempo.

¡Qué locuras pueden suceder de manera imprevista!

Un día, una de las enfermeras, bastante acostumbrada a recorrer los distintos pabellones del
sanatorio acompañada del inquilino, no encontró mejor ocasión de dejarlo a él a cargo de entregar
unas medicinas mientras, muy rápidamente, se ausenaba para ir al baño.

Mojito, uno de los más jóvenes pacientes que sufría de esquizofrenia, se hallaba recostado muy
pensativo mirando fijamente el techo de la habitación. Fue ese día que, el trastornado médico,
entró a la habitación de Mojito para entregarle la medicina. El joven enfermo, sin mediar palabra
alguna, acostumbrado a la rutina y, reconociendo a su amigo camillero que siempre lo sacaba a
pasear por los pasillos del sanatorio, confiando plenamente en él, recibió el medicamento, se tragó
las cápsulas, y volvió a recostarse cerrando los ojos. El trastornado médico se mantuvo quieto, de
pie al lado de la cama durante varios minutos observándolo. Rato después y sin moverse de donde
se hallaba de pie, esbozó un sonrisa leve cuando vió a su amigo esquizofrénico convulsionar
fuertemente en su cama. La enfermera justo en ese momento ingresaba junto a la directora del
recinto y a otra enfermera que debía estar en ese lugar.

Por más que las tres mujeres se esforzaron en retener la vida del pobre muchacho, ésta se les
escapó sin darles el tiempo de averiguar qué otro medicamento podría contrarestar la fuerte dosis
que, por error, se había suministrado y, peor aún, por manos de un loco que nada tenía que estar
haciendo ahí.

Tranquilo Mojito, no te asustes, pronto verás esa luz de la cual todos hablan, dijo el loco
sentándose a los pies del fallecido. Tranquilo,.. tranquilo,... cuando estés del otro lado, dile a mi
esposa que la amo mucho, dile que la extraño, dile que vuelva,...

Las tres mujeres se quedaron atónitas, se miraron entre ellas y la directora, fuera de sí, les
recriminó este error y no supo cómo explicar a la junta directiva, antes de su despido, el cómo un
loco repartía los medicamentos.

Después de ese fatídico días el inquilino demente estuvo encerrado en la celda de castigo, una
pieza acolchada completamente para que no se golpera intensionalmente en los muros. A las
cuarenta y ocho horas después, la enfermera responsable de haberle dado la confianza de repartir
medicamentos a los internos, decidió pasar a verlo. El sentido de culpabilidad no le permitía
sobreponerse a ese fatal error cometido, a la muerte de ese joven y menos al despido de su jefa
que, años atrás, le había permitido trabajar como enfermera, a pesar de sus pésimas referencias
laborales y profesionales.

La habitación donde se hallaba recluído el paciente quedaba en el subsuelo junto a los dormitorios
del personal que noche tras noche realizaba sus turnos. Pasadas las cero horas el silencio ahí abajo
era casi absoluto.

La enfermera, una vez abajo, caminó hacia la habitación de seguridad, hacia la celda de castigo, y
deslizó la placa de la mirilla que se hallaba en la puerta para ver a través del grueso cristal a prueba
de golpes. Al mirar hacia el interior observó al paciente hincado frente al muro y gesticulando con
la mirada fija en éste. Desde afuera nada podía escucharse y la escasa luz interior no le permitía
ver más allá desde donde encluquillas se hallaba el paciente. El muro completamente se hallaba en
penumbras y nada podía ver más allá de lo que la ténue luz le permitía ver.

Fue en ese momento que recordó que al lado del cerrojo un botón rojo activaba el audio, un
dispositivo que permitía escuchar los diálogos entre pacientes y psiquiatras cuando correspondía.
Su curiosidad pudo mucho más que el respeto y la privacidad que cada paciente debe tener por
muy loco y trastornado que estuviera.

Lo que escuchó esta mujer quedó registrado en una cintamagnetofónica y no se ha vuelto a


escuchar hasta el día que esta crónica fue escrita. Después de esa madrugada la mujer volvió a
repetir la visita noche tras noche y siempre activando el sistema de audio y su grabación
inmediata. De acuerdo a los registros, las visitas fueron permanentes más de cuarenta días hasta
que renunció a sus labores. Quienes la conocieron informaron a la policía que desde ese día, la
mujer cambió abruptamente en su carácter y sus hábitos alimenticios y rutinas laborales. La
declaración indicó que días después de sucedido ese tragico evento, cambió de turno prefiriendo
siempre estar de noche y muy lentamente dejó de frecuentar a los pacientes designados por la
antigua directora. Dicen que durante más de cuarenta día, gran parte de la madrugada, se la
pasaba en el subsuelo, en el nivel de los dormitorios observando y escuchando al pobre hombre
que se encontraba recluído de manera indefinida por su propia respondabilidad, por su estúpida
desición de dejar en manos de ese loco la entrega de medicamentos. Según el parte policial, el
suicidio fue la causa de muerte utilizando los mismos medicamentos que el enajenado utilizó con
el joven esquizofrénico.

El paciente en cuestión sigue internado y aún sigue asistiendo a otras enfermeras. Después de diez
años de esa muerte producida por una prescripción médica mal hecha, no se han registrado otros
desesos, otras muertes pero, aun que no lo crean, cada año, una o dos enfermeras no alcanzan a
completar un año en ese lugar. Las más antiguas dicen que, pasadas las doce de la noche, el
enfermo recibe visitas y conversan con él muy animadamente, se ríen, se cuentan chistes y el
paciente en cuestión siempre les pide, al final de la noche, casi al amanecer, que busquen a su
esposa y le digan que la ama como a nadie más en el mundo. Las personas que reportan estas
visitas y dejan por escrito estos detalles son las enfermeras que no duran más de un año en dicho
sanatorio. Curiosamente, algunas se han marchado lejos, no han dejado números telefónicos ni
direcciones donde ubicarlas, en cambio otras, dejando sus direcciones han sufrido accidente casi
mortales, tan mortales y catastróficos que, más de alguna ha tenido que ser internada por
demencia o delirios de persecusión.

Como ven, siempre hay cosas extrañas que se escriben a partir de relatos ocacionales que se
escuchan por todas partes.

Dicen que el paciente continúa ahí, y en su celda conversa hasta muy altas horas de la madrugada,
se escucha su voz, claro que, no la de sus interlocutores, eso solamente es posible si te atreves a
activar la grabadora para después escuchar los diálogos. Y hasta ahora nadie se atreve a escuchar
lo que, para la ciencia actual, significaría develar uno de los grandes misterios, saber qué hay más
allá de esas sombras, de ese muro,.... más allá de la muerte.

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