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Eran unos mofletes perfectos, curvas sinuosas, carne elástica y piel tersa.

Al moverse
en armonía junto a sus carnosos labios se creaba la sonrisa más hermosa que jamás
había visto, pero nunca me atrevía a confesárselo.

Vivía en el mismo edificio en el que yo trabajaba y cada día me esforzaba para


cruzarme con él al salir, yo terminaba la jornada y él volvía a su hogar. Nos
dedicábamos una leve sonrisa, el bálsamo perfecto para mi corazón marchito.

Un día me invitó a subir, pero el gozo tuvo un precio. Poco después comenzó a
evitarme y el dolor comenzó a acumularse.

Al final conseguí que viviéramos juntos, pero se negaba a ofrecerme lo que tanto
anhelaba. No me perdonaba lo que le había hecho, no comprendía lo que yo
necesitaba.

La droga ha funcionado, la sierra está afilada, la resina calentando...

Lo que haría yo por conservar esa sonrisa...

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