Está en la página 1de 46

Jaume Cortés

INVISIBLE
Una novela sobre
electrohipersensibilidad
Primera edición: diciembre de 2015

© de esta edición:
COL·LECTIU RONDA, S.C.C.L.
Trafalgar, 50
08010 Barcelona
932682199
www.cronda.coop

© de los textos: Col·lectiu Ronda, S.C.C.L.

Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento, y el alquiler o préstamo público sin la autorización por escrito de los
titulares del copyright.
Dedicatoria

Queremos dedicar este libro a quienes, de forma anónima e invisible, están sufriendo
hipersensibilidad a las ondas electromagnéticas y a los químicos, fatiga crónica y fibromialgia.
También lo dedicamos a todas aquellas personas y asociaciones que intentan hacer dignas estas
enfermedades. ¡Un abrazo fuerte para ellos!

Grupo de Salud y Trabajo


Col·lectiu Ronda
Capítulo 1
El enemigo invisible

«Usted no tiene nada. Debería hablar con un psiquiatra».


María Artés miró al médico sin saber qué decir y, tras un largo silencio, incapaz de
pronunciar una sola palabra, empezó a llorar desconsolada. El hombre de la bata blanca levantó los
hombros, incómodo con la reacción de su paciente, y se removió en la silla antes de soltar un
resoplido:
—Los resultados de las pruebas que le he hecho son negativos. Físicamente no tiene nada
que explique su sintomatología. Por ello creo que el origen de sus males es psicológico. Aquí
mismo, en el hospital, hay un buen especialista que seguro nos ayudará a diagnosticar su patología
con exactitud.
—¡Yo no me invento las cosas! ¡Lo que siento es real! —estalló la mujer ante la frialdad
irritante del su médico de cabecera.
Pero él ya no la escuchaba. Ajeno a la desesperación de María, tecleaba mecánicamente un
informe que no dejaba lugar a dudas: «Una vez descartadas las posibles afecciones físicas, solicito
una evaluación psiquiátrica para diagnóstico y tratamiento. La paciente sufre un posible síndrome
psicosomático asociado a una histeria y una depresión severa».

La primera vez que los síntomas aparecieron en la vida de María, ella no les dio demasiada
importancia. Hacía unas semanas que la empresa donde trabajaba como administrativa había
cambiado de edificio, y atribuía los mareos y el dolor de cabeza que sentía cada vez que salía de la
nueva oficina a los nervios y el estrés propios de la mudanza. Pero a medida que pasaban los días,
los síntomas no hicieron más que empeorar y llegó un momento en que la mujer, preocupada,
empezó a buscar respuestas a lo que le ocurría.
Lo primero que llamó la atención de sus compañeros fue la insistencia de María por dejar de
almorzar en el bar de siempre y buscar lugares alternativos que tuvieran terraza y fueran más
tranquilos. Cuando les comentó el malestar que sentía en el nuevo emplazamiento de las oficinas,
hubo todo tipo de reacciones. Incluso, algunos ajenos a cualquier rastro de humanidad, acusaron a
María de ser una vaga que sólo buscaba excusas para no trabajar. Por suerte, éstos fueron una
minoría. El resto, sobre todo aquellos que hacía años que la conocían, no dudaron un solo momento
de su palabra y le ofrecieron toda clase de ayuda y consuelo. Pero aquella desesperación que vivía
María sólo había empezado y, muy pronto, su vida se convertiría en un verdadero infierno.
Unos meses después, la situación empezó a ser desesperada, y llegó un día en que, al llegar
por la mañana a las oficinas, la mujer se quedó plantada ante la puerta, temblando de pies a cabeza,
dudando si entrar en aquel espacio que, cada vez más, imaginaba como una jaula pequeña y mal
ventilada que estaba consumiendo su vida.
El jefe de María, sorprendido por sus ausencias cada vez más frecuentes, quiso reunirse con
ella, pero tuvieron que dejar la conversación a medias porque a ella le empezó a sangrar la nariz.
Antes de salir del despacho a toda prisa, dejando un rastro de sangre a su paso, había tenido tiempo
de decir con un hilillo de voz:
«Aquí hay algo invisible a la vista que me está enfermando. ¡Ayudadme, por favor, os lo
pido!».
Esa misma tarde, al pisar la calle, sufrió un ataque de ansiedad, el primero de una serie
inacabable, que la acabarían llevando a urgencias media docena de veces en cosa de un mes. Y
cuando la incertidumbre había pasado a dominar su vida, y el futuro lo imaginaba oscuro como una
nube de tormenta, sucedió algo que le dio un poco de esperanza.
Cuando María recibió ese correo electrónico, no le dio mucha importancia. Pero, después de
un primer instante de duda, abrió el documento adjunto y lo leyó con verdadero interés. El escrito,
enviado por Comisiones Obreras, hablaba de un fenómeno cada vez más extendido en el mundo.
«¿Y si lo que me pasa tiene alguna relación con lo que explica el artículo sobre los edificios
enfermos?», se preguntó mientras el corazón le latía con fuerza.

El último viernes de diciembre, pocos días antes de las vacaciones de Navidad, un operario que
estaba realizando tareas de mantenimiento abrió la puerta metálica que había en la sala donde ella
trabajaba, la cual siempre estaba cerrada. María nunca se había interesado por lo que se escondía
tras ella, pero ese día, dejándose llevar por una intuición extraña, no pudo aguantar las ganas de
preguntar:
—¿Qué hay detrás de la puerta? —le dijo al hombre, que jugaba distraídamente con un
llavero.
—En esta sala hay un transformador eléctrico, los servidores y también la central de alarmas
del edificio —respondió de forma seca el operario, poco acostumbrado a que alguien se interesara
por su trabajo.
—¿Lo puedo ver? ¿Puedo entrar? —insistió María mientras tragaba saliva y empezaba a
sentir un cosquilleo curioso por la cara y los brazos.
—Sí, claro, pero no espere encontrar nada especial. Sólo hay un montón de ordenadores
conectados entre ellos, cables de mil colores y paneles de control con luces verdes y rojas que
parpadean intermitentemente, como si fuera un semáforo. Yo diría que, en conjunto, se parece
bastante a una nave espacial de aquellas que salen en las películas —afirmó, complacido, como si
lo que acababa de decir fuera lo más divertido y ocurrente del mundo.
Pero ella no le rió la gracia. Ni siquiera respondió. Estaba demasiado concentrada en un
pensamiento que iba cobrando fuerza en su interior. ¿Y si allí dentro estaba la fuente de sus
problemas? ¿Y si esa sala de aspecto sideral era la causa de su malestar?
Cargada de prudencia se fue acercando poco a poco y, cuando se decidió a entrar, descubrió
una habitación cargada de trastos electrónicos donde se escuchaba un ruido de fondo que enseguida
le recordó el zumbido de las abejas. Mientras avanzaba por ese espacio, notaba cómo se le erizaba
el vello de todo el cuerpo, al tiempo que una mano invisible jugaba cruelmente con sus pulmones y
la dejaba sin aire como si fuera un pez fuera del agua.
Apenas unos segundos después, ante la mirada espantada del operario, cayó redonda en
medio de un gran revuelo, y perdió el mundo de vista mientras a su alrededor todo eran carreras y
gritos de socorro.
Capítulo 2
La conferencia

Cuando Benet Rosselló miró por la ventana del despacho y vio aquellas nubes negras que tapizaban
el cielo descargando con fuerza, estuvo tentado de enviar un mensaje a su colega para excusarse y
decir que no iría a la conferencia.
A pesar de que trataba una temática relacionada con su trabajo, el abogado no había oído
hablar nunca del médico Markus Schmit, un investigador que llevaba más de treinta años
estudiando los efectos de los campos electromagnéticos.
En el momento en que cogía el móvil y buscaba el número de su amiga para decir que
finalmente no la acompañaría, el teléfono empezó a vibrar y, al descubrir que la llamada era de ella,
no pudo disimular una sonrisa.
—¡Ahora mismo te iba a llamar! ¡Qué casualidad!
—He visto el tiempo que hace y enseguida he pensado que, antes de que buscaras una
excusa, te tenía que llamar —dijo ella entre risas.
—Como me conoces... —reconoció el abogado ante el acierto de su amiga.
—Sí, te conozco bien, y por eso se me ha ocurrido pasar a buscarte con el coche dentro de
diez minutos. De hecho, ahora mismo estoy en el aparcamiento, a punto de salir. ¡No tienes
excusas!
—De acuerdo, Eva, te estaré esperando en la puerta.

El Auditorio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona estaba lleno hasta los topes y, al
ver aquel ambiente, Benet no pudo disimular su sorpresa.
—Sea quien sea este Schmit, nadie puede dudar que cuenta con un buen grupo de
seguidores —dijo el abogado con cierta admiración al ver la multitud que iba a escuchar la charla.
—Es uno de los mejores en su campo, y si pensé en invitarte es porque estoy convencida de
que te gustará su discurso. De hecho, cuando me dijiste que no lo conocías, me extrañó mucho. Es
un referente mundial, un hombre sabio y muy valiente. ¿Sabes que está amenazado de muerte?
—¿De verdad? ¿Y puedo saber por qué?
—Mucha gente se ha puesto en su contra, sobre todo dentro de la industria de las
telecomunicaciones. Pero ya lo descubrirás tú mismo. Está a punto de comenzar. Después ya lo
comentaremos...
Cuando un hombre de cabello y barba blanca, que vestía como un verdadero lord inglés, apareció
en escena, el auditorio entero estalló en un gran aplauso que él agradeció haciendo un ligero y casi
imperceptible movimiento con la cabeza. Después, en la mesa de los ponentes, saludó a las dos
mujeres que estaban sentadas y ocupó su silla, justo después de que un técnico de sonido le alargara
unos auriculares para poder escuchar las palabras de la traductora.
Un par de minutos más tarde, la chica más joven dio un par de golpes al micrófono que tenía
delante y tomó la palabra para inaugurar el acto y hacer las presentaciones de rigor.
—En nombre de la asociación de afectados de electrosensibilidad y SQM, a quienes
represento, quiero dar las gracias por asistir a este acto tan especial. Y es especial por muchos
motivos. En primer lugar, porque nos permitirá, gracias a la presencia de los medios que se han
reunido hoy aquí, hacer más visible una realidad desconocida en nuestra sociedad pero que,
desgraciadamente, afecta cada vez a más personas. También es un día muy especial porque tenemos
como invitados a dos grandes expertos, auténticas eminencias en la materia que nos ocupa. Por un
lado tenemos el doctor Schmit, venido especialmente desde Estocolmo para compartir este rato con
nosotros, al que daré en seguida la palabra, y también a Mercè Font, ingeniera de
telecomunicaciones, a quien agradecemos mucho que haya aceptado nuestra invitación para formar
parte de la mesa de expertos. Ellos son los verdaderos protagonistas del día, así que, sin más
preámbulos, les dejo con Markus Schmit.

El hombre de barba y cabellos albos se levantó de la silla y se acercó al atril que había en el centro
del escenario. Allí dejó unas hojas manuscritas con las notas de la ponencia que estaba a punto de
empezar, y se dirigió a la audiencia en un castellano más que aceptable, para dedicarles unas
palabras de bienvenida y agradecimiento. Después, con el rostro un poco más serio y concentrado,
bebió un sorbo de agua, aclaró la garganta y habló con voz profunda y pausada.
—Mi Nombre es Markus Schmit y trabajo en el departamento de Neurociencias del Instituto
Karolinska de Estocolmo, Suecia, donde llevo más de treinta años estudiando los efectos de los
campos electromagnéticos. Soy médico, profesor, investigador y también coautor del informe
BioInitiative, y de más de quinientos artículos relacionados con las neurociencias. No sufran, mi
intención no es aburrir con los detalles de todos estos trabajos, pero en cambio sí que pienso insistir
en una idea que ya les adelanto: es urgente y necesario aplicar el Principio de Precaución y retirar,
como mínimo, los wifis de los lugares públicos y de las escuelas, tal como ya ha recomendado la
Comisión Europea.
»Las evidencias científicas sobre el riesgo que suponen para la salud los campos
electromagnéticos artificiales, como por ejemplo los provocados por las telecomunicaciones y la
energía eléctrica, son abrumadoras, aunque la industria, los gobiernos y la mayoría de medios de
comunicación continúen ignorando esta realidad. Siguen haciendo más caso a los estudios que se
oponen a sus efectos negativos, aunque muchos de estos estudios estén pagados por las mismas
empresas que los provocan. Qué gran paradoja, ¿verdad?

Después de aquella presentación, Benet tuvo que reconocer que la charla estaba captando toda su
atención. ‹‹Este hombre me está sorprendiendo. Es muy valiente››, le confesó al oído a su
acompañante. Pero ella se limitó a sonreír y a hacer que sí con la cabeza, antes de señalar en
dirección al escenario. El hombre estaba a punto de iniciar su argumentación.
—Es evidente que la llegada de la electricidad a nuestras vidas ha traído muchas cosas
positivas —empezó a explicar el ponente—, pero también es cierto que, muy pronto, en diferentes
países del mundo empezaron a surgir testigos de personas que denunciaban sus efectos nocivos. En
ese momento nació el concepto de electrohipersensibilidad. ¿Y saben algo que les sorprenderá?
Todos somos electrosensibles, pero no sufran, porque no todos somos electrohipersensibles.
»Para que se puedan hacer una idea del alcance del problema: si ahora sentáramos a una
persona afectada de hipersensibilidad frente a la pantalla del ordenador, veríamos como sus células
sufren el mismo daño que con las radiaciones provocadas por el plutonio o el uranio, sólo por poner
un ejemplo comprensible. Explicado de otro modo, hay estudios que demuestran de forma
concluyente que nuestro ADN se desfragmenta debido a estas radiaciones, pero lo más alarmante es
que, cuando se dieron a conocer estos resultados se acabó la financiación para continuar con las
investigaciones.
»Está demostrado que hay empresas de telecomunicaciones que han hecho lo imposible para
evitar la publicación de estudios que las comprometía. Y, para crear dudas en la sociedad, lo que
hicieron fue contraatacar financiando los proyectos de otros científicos que contradecían las
conclusiones de los primeros y negaban los efectos perniciosos de las ondas electromagnéticas.
Huelga decir que, al final, con tanta información contradictoria, los únicos que salen perjudicados
son los ciudadanos, como ustedes o como yo mismo.

—¿Tú sabías algo de todo esto? —preguntó Benet en voz baja a su colega.
—Había oído algo, pero la verdad es que esta conferencia me está abriendo los ojos ante
esta realidad tan desconocida. ¿No te está pasando lo mismo?
—¡Por supuesto! Todo lo que cuenta es, como mínimo, sorprendente.
—Pues espera, porque después de la charla de Schmit podremos escuchar el testimonio de
otra ponente que tampoco te dejará indiferente.
El resto de la conferencia del investigador sueco estuvo repleta de datos científicos que ponían
sobre la mesa una realidad alarmante. Y, manteniendo en todo momento ese espíritu crítico, el
sueco llegó a la parte final de su parlamento.
—Tan solo quisiera reforzar una vez más la idea con la que he empezado mi participación
en esta jornada. Recuerden el Principio de Precaución, por favor, y por eso les animo a ser valientes
y denunciar las injusticias de este mundo, por muchos intereses que se escondan detrás.

La charla concluyó entre grandes aplausos que se alargaron durante minutos y, cuando se fueron
calmando, llegó el momento en que la experta en telecomunicaciones tomó la palabra.
—Comprendo su entusiasmo. La verdad es que la ponencia del doctor Schmit también me
ha impactado a mí —aseguró la ponente—. Deseo estar a la altura de sus expectativas, así que me
presentaré. Mi nombre es Mercè Font, soy ingeniera de telecomunicaciones, y la mayoría de mi
vida laboral, aproximadamente veinticinco años, la he pasado trabajando en una gran empresa de
telefonía. Hoy en día estoy prejubilada debido a la enfermedad que protagoniza esta jornada. Soy
electrohipersensible y también estoy afectada de sensibilidad química múltiple y una larga lista de
enfermedades que prefiero obviar porque me quiero concentrar en otras cosas más interesantes,
como por ejemplo explicar de una manera clara qué son las radiaciones, las ondas
electromagnéticas y otros conceptos muy relacionados con la enfermedad que me afecta.
»Una onda electromagnética es una transmisión oscilatoria de energía por el aire que,
además, interactúa con cualquier materia que tenga una carga eléctrica, como por ejemplo nosotros
que, como ya sabrán, somos seres bioeléctricos y químico-eléctricos. Estas ondas electromagnéticas
transportan energía y, desde mitad del siglo XIX, ya sabemos que, en el fondo, hablamos del
movimiento de los electrones. La estructura elemental de cualquier cosa son los átomos, que como
ya saben están compuestos de un núcleo y de un citoplasma de electrones que, si reciben suficiente
energía externa, pueden incluso saltar del átomo. Es una energía ionizante, muy mala para la salud,
porque es lo suficientemente fuerte como para provocar una reacción en cadena en nuestro
organismo.
»La energía electromagnética siempre ha estado presente en nuestro planeta, pero durante
los últimos cincuenta años esta misma energía ha aumentado de forma espectacular por causas
artificiales, provocada por la acción del hombre, y esto, en la práctica, provoca que muchos
animales ya no sepan orientarse tal como lo hacían antes. El campo magnético terrestre está tan
contaminado que, literalmente, pierden el norte. Seguro que muchos de ustedes han visto por la
televisión escenas dantescas de decenas de ballenas varadas en las playas. Pues ahora ya saben el
principal motivo por el que sucede.
»Los técnicos definimos estas ondas en base a una serie de parámetros, como la frecuencia o
la longitud de onda, y, cuanta más frecuencia, es decir, cuantas más repeticiones ondulatorias por
segundo, más energía y más peligro para según qué actividades. Cuando hablamos de telefonía, por
ejemplo, hablamos de radiofrecuencia y, si las pudiéramos ver, descubriríamos que estamos
rodeados por millones de estas ondas. Hasta ahora las autoridades sólo han tenido en consideración
los efectos térmicos de las ondas electromagnéticas cuando, en realidad, estos son los menos
nocivos. Pero ahora, gracias a diferentes estudios, ya sabemos que hay campos electromagnéticos
que modifican el ADN y provocan cáncer y la muerte celular.
»En nuestro país se aplica una normativa que, sin lugar a dudas, beneficia a las grandes
empresas. Es cierto que se mueven dentro de lo que marca la ley, pero a nivel biológico estos
límites son tan exagerados que representan un peligro real para las personas. Esto lo podemos ver
con las antenas de telefonía. La normativa dice que no pueden estar a menos de treinta metros de las
edificaciones, pero si instalamos una a treinta y un metros de una casa, literalmente, la estaremos
friendo de día y de noche. Las células de todas las personas que vivan allí tendrán un impacto
constante, lo que supone un estrés tan grande para el cuerpo que resulta insostenible a medio plazo.
»Pero este problema no afecta sólo a la telefonía y a los wifis, porque los transformadores
eléctricos también suponen un gran riesgo para la salud. Su frecuencia, y los campos
electromagnéticos que generan, resultan letales y siguen provocando un gran número de cáncer de
pecho en las mujeres que viven cerca. Ustedes ya deben saber que cada tóxico tiene sus órganos
diana —por ejemplo, el alcohol ataca el hígado; el amianto ataca los pulmones— y, se lo recordaré,
en el caso de la telefonía y de los transformadores eléctricos, lo que queda más afectado es la célula
y el ADN del cuerpo.
»Yo misma, antes de saber qué me pasaba, notaba síntomas cada vez que estaba al borde de
una perturbación de estas: dolor de cabeza y de estómago, pérdida de visión, enrojecimiento de la
piel cuando me ponía bajo una bombilla y lipotrófia semicircular en las piernas. Sin saberlo, tal
como nos pasa a todos, iba acumulando la carga electromagnética tóxica, y cuando pusieron una
antena de telefonía a sesenta metros de casa, fue la gota que colmó el vaso. En el fondo, yo ya sabía
que aquello no traería nada bueno. Cuando la instalaban, la miraba desde la terraza de casa, y me
repetía mentalmente que aquello no podía ser bueno para la salud. No iba desencaminada: dos
meses después, era incapaz de dormir en mi casa. A partir de entonces, todo fue a peor y mi vida se
convirtió en una verdadera pesadilla. Llegó un punto en que no toleraba estar al borde de una
bombilla, ningún médico me entendía y tuve que buscar información por mi cuenta.
»Después de documentarme ampliamente, empecé a tomar melatonina y esto supuso una
mejora sustancial de mi calidad de vida. También recuerdo que no podía coger el autobús y siempre
iba en bicicleta. Y el gran descubrimiento fue cuando me di cuenta del daño que me provocaba la
nevera de casa. ¿Se lo pueden imaginar? Para poder sobrevivir tuve que volver a un estilo de vida
que se parecía mucho al de nuestros bisabuelos...

Benet se quedó plantado en su butaca, incapaz de reaccionar. La cabeza le iba a mil por hora,
intentando digerir la gran cantidad de información que acababa de escuchar, y lo único que
realmente quería era adentrarse aún más en ese mundo que, hasta entonces, había sido un gran
desconocido para él.
—No entiendo por qué nunca me había interesado por este tema. ¡Creo que ha sido una
jornada extraordinaria!
—Ya sabía yo que te iba a encantar, Benet. Por eso te dije de venir. Y estoy muy contenta
de que te haya abierto los ojos...
—La cuestión es que no sólo me ha abierto los ojos, sino que, en realidad, me ha abierto la
mente. Me siento como si hubiera descubierto uno de esos tesoros que jugábamos a desenterrar
cuando éramos niños.
Capítulo 3
¿Qué dice Europa?

El día de la jornada del CCCB, Benet descubrió un mundo nuevo, y volvió a despertarse en él
aquella curiosidad de juventud que lo miraba todo con ojos de aventurero.
Los días posteriores a las conferencias, después del trabajo, el abogado dedicaba un montón
de horas a documentarse sobre los informes científicos que explicaban aquel fenómeno y, también,
la legislación que regulaba aquellas cuestiones. Y no pudo evitar un escalofrío al darse cuenta de la
doble moral que destilaban todos aquellos temas. Pero lo que le preocupaba más fue dudar de si
realmente se estaba defendiendo la salud de los ciudadanos de toda Europa o, más bien, desde
Bruselas se daba alas a prácticas abusivas por parte de grandes empresas que, además, la mayoría
de veces estaban en el límite de la legalidad.

Gran parte del material que le llegaba a las manos le parecía, incluso, esotérico, y pensó que aquella
información carente de cualquier rigor científico no hacía nada más que perjudicar los intereses de
los verdaderos afectados. Era necesario estar atento para poder separar el grano de la paja, y fue a
buscar aquellos informes que realmente fueran lo suficientemente serios y así comprender mejor el
alcance de aquella verdadera epidemia. Pero también había de aquellos.
El Informe Reflex se publicó en 2004 y fue realizado por una docena de laboratorios bajo el
auspicio de la Unión Europea con el objetivo de saber más sobre la interacción de los campos
magnéticos de bajas frecuencias. De entre los cientos de páginas que lo formaban y la avalancha de
artículos que se escribieron para valorar sus conclusiones, Benet encontró especialmente
reveladoras estas conclusiones: «La exposición a las radiaciones de los teléfonos móviles, incluso
por debajo de los límites que se consideran inocuos, provoca modificaciones celulares y en el ADN.
La investigación, a pesar de su importancia, no tendrá continuidad porque la UE ha cerrado el grifo
de la financiación».

Benet no podía dar crédito y buscó el testimonio de la directora del equipo de investigación
español, Àngela Beltrán, quien había confirmado la información en una entrevista: «El estudio, que
es de una gran trascendencia, no tendrá continuación porque su financiador, la Comisión Europea,
así lo ha decidido. No está claro el porqué, pero tampoco es alocado deducir que hay presiones para
que el estudio no continúe».
Los participantes del Proyecto Reflex habían estudiado los efectos de los campos electromagnéticos
de ambientes urbanos industrializados sobre las células. Analizaron dos tipos de campos: las bajas
frecuencias, es decir, iguales o inferiores a 50 hercios, que son las que emiten los ordenadores o las
líneas de alta tensión; y las altas frecuencias, iguales o por debajo de un gigahercio, que son las
microondas de la telefonía móvil, tanto los aparatos como las antenas. «Si el móvil sólo fuera
receptor, no habría ningún problema. Lo que pasa es que también es emisor y nuestra cabeza está en
medio», había afirmado con ironía otro de los investigadores.
El Proyecto Reflex sólo había estudiado los niveles que se encontraban dentro de las cifras
que se consideraban como seguras para las personas, y en sus conclusiones se recomendaba
claramente no abusar del uso del móvil, especialmente entre los más jóvenes. Uno de los científicos
participantes, fuera de micrófonos, incluso daba unos consejos personales al entrevistador: sólo
tenemos que acercar el teléfono al oído cuando se haya establecido la conexión para evitar el pico
máximo de ondas; debemos tratar de no hablar en lugares donde haya poca cobertura, porque es allí
donde la señal tiene más intensidad; cambiar regularmente de oreja durante la conversación, y
utilizar el manos libres siempre que sea posible.

Benet, no contento con ello, también quiso conocer las conclusiones del Proyecto BioIniciative, del
que había conocido algunos detalles durante la conferencia del médico Markus Schmit en el CCCB.
El Informe BioIniciative 2012 fue un informe preparado por el Grupo de Trabajo del mismo
nombre, donde veintinueve científicos y expertos independientes en salud de todo el mundo
estudiaron los posibles riesgos de las tecnologías inalámbricas y de los campos electromagnéticos.
Cinco años después, actualizaban el Informe BioInitiative de 2007, iniciado para tratar de encontrar
una respuesta global para el problema de salud, cada vez más importante, que supone la exposición
crónica a campos electromagnéticos y las radiaciones de radiofrecuencia en la vida de millones de
personas.
Hablaba de los riesgos de sufrir un tumor cerebral a causa de los teléfonos, los daños en el
ADN y los genes, los efectos sobre la memoria, el aprendizaje, el comportamiento, la atención, las
alteraciones del sueño, el cáncer y las enfermedades neurológicas como el Alzheimer, pero también
de sus efectos sobre el esperma y los abortos involuntarios.
Las conclusiones tampoco dejaban lugar a dudas y ponían en evidencia que los riesgos para
la salud de los campos electromagnéticos y las tecnologías inalámbricas habían aumentado
sustancialmente desde 2007. Los 1.800 nuevos estudios realizados aseguraban que los bioefectos
estaban claramente relacionados y se producían a niveles muy bajos. Por tanto, si las exposiciones
eran prolongadas o crónicas, podían provocar efectos adversos para la salud. Y esto era debido a
que interferían con los procesos fisiológicos normales del organismo, lo que impedía que el cuerpo
reparara el ADN dañado y provocaba desequilibrios inmunológicos, metabólicos y también una
resistencia más baja a las enfermedades. Entre las molestias más comunes que se observaron,
producidas por las antenas de telefonía móvil, destacaban los dolores de cabeza, la dificultad para
concentrarse y los problemas de conducta en niños, adolescentes y adultos, además de trastornos
del sueño.
Cinco años después del primer informe, se había demostrado que el riesgo para las personas,
producidos por estas tecnologías, había aumentado escandalosamente.

Después de aquel alud de información, lo único que le quedaba al abogado era ver qué se estaba
haciendo a nivel legislativo. ¿Qué decía la normativa? ¿Qué decía Europa al respecto? ¿Había
preocupación a nivel del Parlamento Europeo? Y los resultados de su investigación, tal como ya se
olía, fueron del todo decepcionantes.
«Parece que desde Europa se ponga todo el énfasis en los efectos térmicos de estas
tecnologías, cuando la realidad es que es mucho más grave lo que no se ve. Además, ¡los límites de
la normativa actual son tan exagerados que es como si sólo nos pudieran multar si circuláramos por
las autopistas a más de 700 kilómetros por hora! ¡No tiene ningún sentido! Pero, ¿por qué se hace
así? Esto me hace pensar que no hay ninguna ley que regule la salud de las personas porque es el
gran negocio de nuestro siglo. Las farmacéuticas viven de hacer crónicas las enfermedades de la
gente. ¿Está pasando lo mismo con el electromagnetismo y las empresas eléctricas y de
telecomunicaciones?
»Paradójicamente, los límites actuales de seguridad pública no protegen suficientemente la
salud cuando hay exposiciones crónicas de muy baja intensidad. Y, si esto no se corrige, las
consecuencias serán devastadoras. ¿Y en nuestro país? Parece que vamos hacia atrás, como los
cangrejos. La nueva Ley de Telecomunicaciones da más poder a las operadoras. Ahora ni siquiera
necesitan una licencia para instalar una antena de telefonía, porque les basta con hacer una sencilla
notificación. Por otra parte, los ayuntamientos han dejado de tener competencias para controlar los
niveles de radiaciones, y estas mismas empresas de telefonía pueden llegar a expropiar las
propiedades particulares de aquellos que no las quieran alquilar.
»Aparentemente, no hay nada que hacer, aunque estos temas provocan cada vez más
preocupación y desazón. No tiene ningún sentido. Ningún sentido...».
Capítulo 4
Una clienta inesperada

«Muchas veces, el destino nos tiene preparadas sorpresas que ni siquiera somos capaces de
imaginar».
Eso es lo que pensó Benet tras escuchar con incredulidad todo lo que le había dicho Eva en
aquel bar cerca del Arco del Triunfo de Barcelona.

Todo había comenzado a media mañana, cuando la colega que lo había invitado a la jornada sobre
electrosensibilidad le había llamado para decirle, literalmente, que tenía un asunto muy importante
entre manos y que quería quedar con él para hablar sobre ello en persona y conocer su opinión
como abogado y experto en Salud Laboral. Benet, tras dar un vistazo a su apretada agenda, prefirió
quedar otro día, pero ella insistió tanto y fue tan persuasiva que, finalmente, no se pudo negar.
Los últimos rayos de luz de aquel día de invierno parecían jugar a alargar las sombras de sus
cuerpos mientras caminaban en dirección al bar. El frío se había vuelto más intenso durante los
últimos días y agradecieron entrar en el local.
—¿Crees en el destino? —preguntó Eva mientras se quitaba la bufanda que le cubría la cara.
—Veo que vas directa al grano, como siempre —respondió Benet mientras elevaba la
mirada hacia el techo y pensaba la respuesta.
Eva la observaba entre divertida y expectante.
—Pues no, no creo en él. Ya sabes que soy un hombre racional. Pero entiendo que no has
insistido tanto en quedarse para hacerme esta pregunta, ¿verdad?
—Pues, aunque no me creas, si te la hago es por algo.
—Eso ya lo imagino, ¿pero no me quieres decir de qué se trata?
—¿Recuerdas la conferencia del doctor Schmit del otro día?
—Sí, claro que la recuerdo. De hecho hace días que me he puesto a investigar más sobre el
tema y te sorprendería saber todo lo que he descubierto. Parece que hay un gran vacío legal que
sólo beneficia a la industria, y las personas, las verdaderas afectadas, quedan relegadas a la nada. Es
como si no existieran a ojos de los más poderosos y de las autoridades competentes.
—Entonces, ¿te interesa el tema? —insistió Eva con un brillo extraño en los ojos.
—Sí, mucho, pero esa mirada la conozco. ¿No me piensas decir qué tienes en mente?
—Esta mañana, a primera hora en el despacho, he recibido una llamada bastante inquietante.
—¿Inquietante, dices? ¿En qué sentido?
—La telefonista me la ha pasado directamente a mí y, cuando he respondido, me he
encontrado al otro lado del hilo telefónico con una mujer que no paraba de llorar y de balbucear
cosas ininteligibles.
—Entonces, ¿qué le pasaba? ¿Has podido sacar algo en claro?
—Pues sí. Y por eso he querido verte con tanta urgencia.
—¿Y bien? ¿Quieres dejar de hacerte la misteriosa e ir al grano? ¿Qué le pasaba a esa
mujer?
—Está afectada de electrohipersensibilidad y, sinceramente, creo que deberías llevar su caso
para conseguir una pensión de invalidez.

En ese instante, Benet fue incapaz de decir nada. Se limitó a abrir unos ojos como naranjas y
observar con atención el rostro de su amiga para intentar averiguar si se trataba de una broma de
mal gusto. Pasados unos minutos, después de haber bebido un par de sorbos del café con leche que
el camarero les acababa de llevar, empezó a hablar.
—¿Lo dices en serio?
Pero su colega, que lo miraba divertida, rebuscaba en el bolso la libreta donde había
apuntado las cuatro cosas que había podido averiguar de la mujer que la había llamado.
—Sí, lo digo en serio. María te necesita. Te necesita, y mucho.

Aquella noche, mientras Benet veía la televisión, se sorprendió al escuchar una noticia que hacía
referencia a las ondas electromagnéticas y su influencia sobre los animales, que iba seguida de una
reflexión del presentador sobre la salud ambiental de nuestro planeta. El abogado tomó conciencia
de los graves problemas que nos afectarían si no nos poníamos manos a la obra y empezábamos a
regular su uso. Y, internamente, aunque todavía no había tomado ninguna decisión sobre el caso de
María, se prometió que, fuera al precio que fuera, él también aportaría su granito de arena para
hacer visible esa realidad oscura e imparable.
Capítulo 5
La entrevista con el médico

La doctora Solé fue extremadamente atenta desde el primer momento y, sin conocerlo
personalmente, propuso hacer el encuentro en su casa, en el corazón mismo del barrio de Sarrià de
Barcelona.
A la hora convenida, el abogado llamó a la puerta, y le abrió una mujer de aspecto afable
que enseguida le acompañó al salón del luminoso piso.
—¿Le apetece tomar algo, joven?
—No querría molestar más de la cuenta, doctora. Ha sido muy amable de aceptar mi
entrevista. Le estoy muy agradecido.
—Para mí es un placer. Tengo muy buenas referencias de su bufete, y si los puedo ayudar en
algo...
—Pues creo que sí. De hecho, tal como le adelanté por teléfono, me gustaría conocer su
opinión, como experta, sobre el tema de la electrosensibilidad. Lo que yo he entendido hasta ahora
es que estamos rodeados de ondas, y esto, en función de las características de cada uno, nos afecta
de una manera o de otra.
—Pues sí, básicamente es eso. La verdad es que es una problemática que afecta a los seres
vivos desde hace una treintena de años y, por tanto, las consecuencias que tendrá para la salud
deberán ir estudiándose en un futuro. Hasta ahora ya sabemos que si hay mucha concentración de
ondas, esto puede afectar a las personas, pero también es verdad que, en función de nuestras
carencias individuales, estos efectos serán más o menos graves. Por ejemplo, las personas con falta
de vitamina D, calcio y magnesio forman parte de este grupo de riesgo. Los estudios que he hecho
me han confirmado esta teoría, y lo que he observado es que las mujeres que tienen problemas
endocrinos y metabólicos sufren más de electrosensibilidad.
»En Suecia estos afectados son considerados como discapacitados funcionales. En el
Informe BioIniciative, que seguro que conoce, se dice que todos estamos afectados de
electrosensibilidad, pero determinadas personas, que han tenido problemas de estrés físico o mental
importantes, cambian las hormonas del cerebro y hacen que éste sea más sensible; también afecta a
la intensidad del campo magnético y, por último, las carencias que pueda tener cada persona como
consecuencia de una mala alimentación. Todos estos aspectos forman la triada que puede dar lugar
a esta afectación. Te pondré un ejemplo para hacerlo más comprensible: si tiempo atrás, a las minas
se bajaban pájaros enjaulados para detectar los escapes de gas y salvar la vida de los mineros, hoy
en día tenemos hombres y mujeres que detectan cosas que la mayoría no vemos. Yo misma, al
especializarme en estos colectivos, he adoptado hábitos más saludables, como por ejemplo eliminar
el wifi de la consulta. Ya no he vuelto a tener dolor de cabeza en el trabajo...
»Los síntomas de la eletrohipersensibilidad son muy dispersos: desde el dolor de cabeza al
malestar general, la debilidad muscular, la disrupción endocrina y, también, cierta exageración a la
hora de hablar. La mayoría de afectados lo hacen porque sus médicos, en general, los han
comprendido poco. Yo lo entiendo, pero estos pacientes también deben entender que muchas veces
hay otros factores que incrementan esta sensibilidad química y electromagnética. Me refiero a que,
en ocasiones, estos síntomas van de la mano de otras alteraciones, por ejemplo de las tiroides, por
lo que siempre estarán irritables, hipersensibles... y no se quieren tratar, porque creen que lo que les
digo no es verdad. Hay patologías escondidas que sí se pueden tratar y que no se medican y, por
tanto, estas personas seguirán siendo hipersensibles...
»La alegría que he tenido en los últimos cinco años es que, gracias a la experiencia que he
ido ganando, he podido tratar satisfactoriamente un buen número de pacientes que, diagnosticados
globalmente, mejoran mucho su estado. Otros, como te decía, prefieren esconderse en la
enfermedad para no hacerse responsables de su vida, pero no creo que sea culpa suya. Hay muchos
médicos que han dicho que estas afectaciones no tienen cura y recomiendan que los afectados se
alejen de todo. Yo no estoy en absoluto de acuerdo, pero esta falta de información entre mis colegas
provoca, como puedes ver, efectos contraproducentes en los enfermos.
—Es muy interesante todo lo que me está explicando, doctora, pero ¿qué pasa con las
antenas de telefonía? ¿Son realmente inocuas para la salud?
—No son inocuas, pueden afectar a la salud. Pero son mucho peores las torres de alta
tensión porque tienen un campo electromagnético más potente. Se han dado casos de torres
eléctricas que han sido alejadas de las escuelas por las mismas compañías, después de que se
detectaran casos de leucemia entre los alumnos. Y lo más curioso del caso es que las maestras
también estaban afectadas de electrohipersensibilidad sin ser conscientes de ello. Lo único que
sabían es que no se encontraban bien cuando iban a trabajar.
—Entonces, ¿estamos hablando de las enfermedades del futuro?
—Sin lugar a dudas las afectaciones de sensibilidad química múltiple y electromagnética
son las enfermedades del futuro.
—¿Me lo dice así de contundente?
—Sí, soy consciente del énfasis que pongo. Pero es que no tengo ninguna duda. Llevo
muchos años especializada en estas enfermedades y sé perfectamente de lo que hablo. Hasta hace
poco todas las personas afectadas eran tratadas de histéricas por los médicos que las visitaban, pero
nosotros, con la ayuda de unos cuantos abogados comprometidos, pudimos demostrar que se trataba
de otra cosa mucho más importante.
»En la actualidad está en marcha un proyecto de ámbito europeo que estudia la posible
relación entre la telefonía móvil y los tumores cerebrales, y los primeros resultados ya aseguran que
no se debe utilizar este aparato más de quince horas al mes. De hecho, en Suecia, los niños menores
de catorce años no pueden usar teléfonos móviles. Pero que quede claro que yo no estoy en contra
de la tecnología, aunque tenemos que aprender a utilizarla de manera segura. ¿Quiere otro ejemplo?
No hay que ponerse delante del microondas de casa cuando esté en funcionamiento, hay que
ponerse al lado, para que toda la radiación que desprende no se acumule en el cuerpo. Debemos
vigilar los campos electromagnéticos. A veces me viene a la cabeza el presidente del Grupo Z, que
murió de un tumor cerebral con poco más de cincuenta años. Él estaba a todas horas hablando por
el móvil, y siempre me he quedado con la duda de si esta fue la causa de su muerte. Pero hay
muchos intereses que limitan la investigación. Mira el mismo Schmit. ¿Sabes que vive en una de las
isletas que hay en el borde de Estocolmo? De hecho, no hay ni luz eléctrica, y cuando llega la noche
enciende unas velas y una lámpara de carburo. Imagínate todo lo que debe saber...
—¿Me está diciendo que uno de los máximos investigadores en este campo ha decidido
renunciar a las ventajas del progreso para vivir tal como nos cuenta Henry David Thoreau en su
libro Walden o la vida en los bosques?
—Sí, exactamente, y no me extraña. Los investigadores de su categoría tienen máquinas
para medir con exactitud toda la carga electromagnética que acumulamos en un solo día, y supongo
que, sabiendo todo lo que sabe, decidió que ya era suficiente. La verdad es que nunca nos
hubiéramos imaginado que la radiación no ionizante fuera capaz de alterar el núcleo de las células y
provocar cáncer.
—Y la comunidad médica, ¿cómo se posiciona ante esta abrumadora realidad?
—Pues, para que te hagas una idea, en la última edición del Harrison, que es una especie de
Biblia para los médicos, no se hace ninguna referencia al electromagnetismo y la salud, ni tampoco
a la sensibilidad química múltiple. Ya habla, en cambio, de la fibromialgia y la fatiga crónica. Todo
llegará, supongo que es cuestión de tiempo...
—¿Y usted? ¿Qué piensa de todo esto?
—Pues que, si pudiera, ¡haría lo mismo que mi colega Schmit y me perdería por una de esas
islas nórdicas de postal! —me aseguró aquella doctora de mirada franca con una gran carcajada,
antes de dar por terminada la entrevista.
Capítulo 6
Acepto el caso

Benet no era de ese tipo de abogados que hacían las cosas a medias. Si aceptaba un caso, era para
involucrarse hasta el final y dar lo mejor de sí mismo. Por eso no le resultó sencillo tomar la
decisión de representar legalmente a María en un caso que, antes de conocer los detalles, ya se lo
imaginaba lleno de dificultades y obstáculos. Sin embargo, después de valorar los pros y los
contras, algo en su interior le hizo decidir a favor y, por tanto, ya no había tiempo que perder y
quiso verse enseguida con la afectada para conocer su experiencia de primera mano.

Lo primero que le llamó la atención fue la inmensa tristeza de sus ojos. Y, al oírla hablar con un
hilillo de voz que costaba de entender, se puso en su piel y fue capaz de intuir el sufrimiento que la
consumía en vida.
—Mi Nombre es María Artés y a día de hoy sólo pienso en morirme para que la gente de mi
alrededor deje de sufrir por mi culpa. No se merecen todo lo que estoy viviendo durante los últimos
meses.
Aquella presentación desorientó el abogado, que quiso saber de inmediato más detalles del
día a día de alguien que personificaba la desesperación más absoluta.
—Soy Benet Rosselló y, como ya sabrá, soy un abogado especializado en temas de Salud
Laboral. Ante todo me gustaría decirle, con toda la honestidad del mundo, que no estoy seguro de
poder ayudarla. Por eso necesito que me explique, con todos los detalles posibles, qué le ocurre.
—¿Por dónde quiere que empiece? —preguntó ella sin ningún entusiasmo, consciente de
que, una vez más, debería remover cosas que preferiría olvidar para siempre—. Pensaba que la
abogada con la que hablé por teléfono ya se lo habría contado todo.
—La verdad es que prefiero conocer la situación por la que está pasando de sus labios. Así
seguro que no hay ni malas interpretaciones, ni malentendidos.
—Soy una sombra de lo que era y toda la culpa es de las máquinas.
—¿De las máquinas? ¿Puede explicarse un poco mejor?
—Mi vida cambió cuando nos mudamos a la nueva sede. Hasta entonces yo era una persona
alegre, positiva y muy feliz, tanto fuera como dentro del trabajo. Pero allí había algo que me
mataba. De hecho, todavía está.
—Antes de entrar en detalles, ¿puedo saber qué le dicen los médicos?
—Que no tengo nada y que la causa de mi malestar es psiquiátrico. Me tratan como si fuera
una histérica y una enferma mental. ¡Pero yo no me invento las cosas! ¡Lo que siento es real!

Benet recordó la conversación que había mantenido con la doctora, y se sorprendió al comprobar
que María personificaba, punto por punto, los rasgos de una persona afectada por
electrohipersensibilidad y sensibilidad química múltiple.
—¿Y en casa? ¿Qué ambiente hay? —preguntó él.
—Con mi familia, cada vez peor. Las niñas no entienden que les haga apagar los móviles
cuando están en casa, ni tampoco comprenden que yo necesite estar a oscuras y en silencio. Dicen
que es como vivir en un monasterio y se sienten extrañas. Yo trato de explicarles que no lo hago
por capricho, sino que estoy enferma.
—¿Y puede descansar en casa? ¿Se encuentra mejor que en el trabajo?
—Antes sí, pero hoy en día tampoco. Ya debe saber que estoy de baja desde hace unos
meses. Al principio, cuando volvía a casa después de trabajar, notaba que me recuperaba. Se me
pasaba el dolor de cabeza, las náuseas y todo lo demás. Pero todo volvió a empeorar cuando pasó lo
de la antena.
—¿Antena? ¿De qué antena me habla?
—Lo que quiero decir es que, durante estos meses, han instalado una antena de telefonía en
el edificio de al lado de casa y, desde entonces, mi vida vuelve a ser un infierno. Ni puedo ir a
trabajar, ni puedo estar en casa. Yo no pido nada, señor Rosselló, sólo quiero descansar y llevar una
vida como cualquier otra persona. ¿A que me entiende?
—Me parece que la empiezo a entender. Pero hay una cuestión clave en todo esto. ¿Por qué
ha buscado un abogado? ¿Cómo cree que la puedo ayudar?
—Es muy sencillo. Lo que me gustaría de verdad es demandar a la operadora de telefonía
que ha instalado la antena al lado de casa y también a la empresa de suministro eléctrico que hizo la
instalación en el trabajo. Lo que quiero, señor, es que nadie más pase por el calvario que estoy
viviendo y que el mundo entero sea consciente de lo que está pasando con esto de las ondas
electromagnéticas. ¿Ha visto una película que se llama Erin Brockovich?
—Sí, ¿quiere decir la película que protagoniza Julia Roberts?
—Exactamente.
—Sí, la he visto, señora Artés. Y me parece que ya sé dónde quiere ir a parar.
—Yo no he elegido lo que estoy pasado. De hecho, si pudiera volver atrás, haría todo lo
posible para evitar vivir todo lo que estoy viviendo. Sé que no estoy loca. Cuando voy a la montaña,
fuera del radio de acción de estas malditas ondas, incluso me encuentro mejor y tengo la cabeza
más clara que mi marido. Hace un momento, medio en broma, le he dicho que me gustaría
denunciar a estas grandes empresas, sin embargo, con los pies en la tierra, lo que le pido es que me
consiga una pensión de invalidez. ¿Me ayudará?
—Si acepto ayudarla, me siento en la obligación de decirle que no será nada fácil conseguir
lo que quiere.
—Eso ya lo sé. No soy ninguna ingenua. Y bien, ¿qué me dice? ¿Acepta?
—Sí, acepto, señora Artés.
—Nada de señora Artés. Me tienes que llamar María. ¿De acuerdo?
—Sí, María, adelante...

Lo primero que hizo Benet, tras despedirse de María, fue coger el coche y acercarse a la playa para
dar un paseo. Desde muy pequeño, había descubierto que el mar le ayudaba a aclarar los
pensamientos cuando más lo necesitaba y, sin lugar a dudas, se encontraba en uno de esos
momentos en que necesitaba esa claridad. La tarea que tenía por delante no sería sencilla, pero en
lugar de amilanarse, mientras pisaba la arena con deleite, iba haciendo una lista mental de todas las
cosas que debería tener presente si quería que aquella aventura que apenas comenzaba llegara a
buen puerto. Y ya no era sólo que María consiguiera una invalidez por todo lo que estaba pasando,
sino más bien el reconocimiento de todas las víctimas invisibles que cada día se dejaban la vida y la
salud en nombre del progreso.
Capítulo 7
La epidemia invisible

La electrohipersensibilidad y la sensibilidad química múltiple no eran enfermedades de una


minoría. Por el contrario, cuando Benet empezó a investigar la realidad de aquellas patologías,
descubrió que los afectados eran legiones y que estaba ante una verdadera epidemia invisible.
Una de las primeras cosas que hizo, a través de su despacho, fue contactar con todas las
asociaciones de afectados que había en todo Cataluña, y luego fue a buscar a los responsables de
aquellas que le parecieron más significativas, a fin de conocer los testimonios de más personas que,
como María, vivían en silencio aquel infierno.
Después de una semana de trabajo, llegó un momento en que, materialmente, ya no disponía
de más horas al día para quedar con toda la gente que quería hablarle de sus experiencias, hasta que
conoció el caso de Martina García, una afectada de electrosensibilidad de 65 años que, con el
sistema nervioso destrozado, acabó por suicidarse. Ella fue la primera mujer en toda España que se
quitó la vida desesperada por el impacto del electromagnetismo en su organismo.
Benet, al conocer este caso, no lo dudó ni un segundo y movió cielo y tierra para viajar a
Madrid y entrevistarse con el hijo de la víctima. Sin lugar a dudas, esa experiencia podría ser
especialmente valiosa para determinar el alcance real de esa epidemia.
En palabras de Martín Pérez, todo comenzó en 2008, cuando su madre cambió de operador
de telefonía móvil. A raíz del cambio, la mujer comenzó a notar dolor en los oídos, pero todo cesó
unos meses después, cuando dejó de utilizar el aparato. Tres años después, hizo una llamada por el
móvil y sintió que los oídos y la garganta le quemaban. La situación no dejó de empeorar y llegó un
momento en que, cuando llegaba a casa, corría hasta la habitación más aislada de todas con las
manos tapándose los oídos para evitar las radiaciones. Tenía dolores muy fuertes ante la presencia
de móviles, antenas de telefonía y conexiones inalámbricas.
Según le explicó a Benet, a unos 60 metros de su casa había unas grandes antenas de
telefonía móvil. De hecho, cuando midieron la casa, las cifras que salieron estaban dentro de los
límites legales, por lo que no pudieron hacer nada, excepto comenzar un peregrinaje agotador por
diferentes domicilios, huyendo de la contaminación electromagnética. El problema se hizo tan
grave que llegaron a dormir en un garaje para evitar los efectos de las radiaciones.
El hombre también recordaba que los técnicos del ayuntamiento que hicieron las medidas en
casa de sus padres llegaron a decir que tenían que irse de allí porque había demasiada radiaciones.
Incluso, en algunos lugares, el aparato medidor se saturaba. Con toda esta información, y después
de que su madre ya hubiera intentado suicidarse, Martín se reunió con la alcaldesa, el teniente de
alcalde y el concejal de Sanidad para explicar su caso y buscar una solución juntos. No sacó nada
en claro. También probó suerte con el defensor del pueblo, los diputados del Congreso e, incluso,
con el rey. Sólo la de Medio Ambiente le respondió, para decirle que las radiaciones medidas en la
casa estaban dentro de los parámetros legales.
Con los médicos sucedió algo parecido. En la mayoría de los casos, tal y como ocurría con
muchas personas afectadas de electrosensibilidad, directamente se reían de ella. Incluso hubo un
médico que le diagnosticó a Martina una psicosis. Esto ocurrió después de su segundo intento de
suicidio. Todo el mundo negaba la enfermedad que en realidad afectaba su madre.
Incluso, cuando quiso hablar con los medios de comunicación, se encontró una reacción
similar. Sólo hubo un par de periodistas que le concedieron una entrevista, pero la mayoría tampoco
le hacía caso. Después, con el tiempo, trató de entender su pasividad y llegó a la conclusión de que
muchos de ellos preferían negar la realidad y mirar hacia otro lado. Por lo demás, muy
probablemente, investigar ese caso suponía entrar en un territorio demasiado peligroso.

—¿Y qué papel crees que juegan las operadoras de telecomunicaciones? —quiso saber Benet.
—Van a lo suyo, a ganar dinero. Debes tener en cuenta que este sector es de los que genera
más beneficios en todo el mundo. Pero la gran pregunta sigue sin respuesta. Y, a mí, es lo que más
me preocupa.
—¿Qué quieres decir?
—Es muy sencillo: ¿quién defiende a los ciudadanos? No es ningún secreto que muchos
políticos terminan sus carreras profesionales trabajando en estas grandes compañías. O en las
empresas eléctricas.
—Me hago cargo. Pero, dime, seguro que hay gente que también te ha ayudado, ¿verdad?
—Sí, Claro. De hecho, he recibido llamadas de todo el mundo que me hablaban de sus
experiencias. Incluso hablé con Markus Schmit, un investigador sueco que ha indagado sobre estas
cuestiones, hasta dónde la han dejado.
—Sí, le conozco, de hecho mi interés por estos temas comenzó después de asistir a una
charla suya en Barcelona. Pero dime una cosa: ¿cuál crees que es la gran lección que deberíamos
aprender después de la tragedia de tu madre?
—Después de todo este tiempo, he llegado a la conclusión de que todos somos
electrosensibles. Nadie escapa de los efectos de la contaminación electromagnética. Lo que pasa es
que hay mucha gente que no relaciona sus problemas de salud con las radiaciones electromagnética,
por ejemplo: dolores de cabeza, problemas para dormir, irritabilidad... Pero también hay casos más
graves, aunque la mayoría de estos se producen después de muchas horas de exposición a
radiofrecuencias. Aquí encontraríamos quemaduras en la garganta, los oídos y la piel; la leucemia y
otros tipos de cáncer, esto se ve muy claramente en las escuelas ubicadas cerca de antenas de
telefonía móvil. También debemos tener en cuenta que han aparecido enfermedades nuevas que no
existían hace veinte años, porque no existían estos campos electromagnéticos artificiales. Me
refiero a la fatiga crónica, la fibromialgia, la sensibilidad química múltiple y la electrosensibilidad.
—¿Sabes que Markus Schmit vive en una isla sin electricidad? —preguntó Benet sin esperar
ninguna respuesta concreta.
—Sí, lo sé. De hecho se lo comenté a mi madre y le propuse, medio en broma, seguir los
pasos del investigador sueco.
—¿Y qué te dijo?
—Que su única aspiración era llevar una vida digna aquí, en su casa. Una semana después
ya no pudo soportar más la presión y se quitó la vida.

El abogado no pudo añadir ni una sola palabra más. Lo único que fue capaz de hacer, después de
tragar saliva visiblemente emocionado, fue abrazar con fuerza a aquel hombre que, al recordar a su
madre fallecida, no había podido evitar romper a llorar con la desesperación propia de un niño
desvalido.

Benet, mientras volvía en AVE a Barcelona, tuvo tiempo de meditar sobre la valiosa información
que le había facilitado el hijo de la pobre mujer. Y, mentalmente, se prometió a sí mismo que, a
toda costa, el juicio que estaba preparando sería su modesto homenaje hacia ella y hacia todas
aquellas víctimas invisibles que, como Martina, habían perdido la vida y la esperanza.
Capítulo 8
Intereses ocultos

Cada vez que Benet quería hablar con alguna de las empresas de telecomunicaciones implicadas
para conocer su opinión, se encontraba con la misma reacción. Una operadora de voz dulce lo
pasaba de departamento en departamento hasta que, un rato más tarde, acababa dándole la misma
respuesta lacónica:
«Paso nota a la persona que lleva estos temas y le llamará tan pronto como pueda, señor
Rosselló».
Pero la realidad es que nunca le devolvieron la llamada.
Benet también quiso probar suerte con las compañías eléctricas y, tal como se esperaba, la
respuesta que recibió fue la misma. Después de una serie interminable de palabras amables y de
frases hechas por parte de sus interlocutores, no fue capaz de concretar nada.

El abogado, en lugar de perder la esperanza, continuó tirando del hilo hasta que, inesperadamente,
consiguió hablar con un testigo que resultaría capital en su investigación. El hombre, que no quiso
dar su nombre real, se presentó como un trabajador cualificado de la operadora de telefonía más
importante del país.
—¿Sabe qué es la electrosensibilidad? —preguntó al desconocido en cuanto se encontraron
en persona, para tratar de evaluar si realmente era un testimonio valioso.
—Sí, claro que lo sé. Es la peste del siglo XXI —afirmó el hombre misterioso sin dudar ni
un segundo.
—¿Como dice?
—Ya me ha entendido. Mire, joven, me estoy jugando mucho más que una empleo. Me
quedan cuatro días mal contados para jubilarme, así que seguro entenderá que vaya al grano. Y de
hecho, le agradecería que usted hiciera lo mismo, si le parece bien. No estoy aquí por gusto. Una
persona muy cercana me ha pedido que hable con usted y le cuente todo lo que sé, y por eso le
telefoneé al despacho.
Benet agradeció la sinceridad del hombre y enseguida le imitó.
—Mire, la pregunta que no para de rondarme por la cabeza es muy sencilla, pero de
momento no he encontrado la respuesta. ¿Quién hay detrás de una empresa que mira hacia otro lado
ante el problema de la electrosensibilidad? No soy capaz de comprenderlo.
—Son personas sin escrúpulos, mucho poder y un afán enfermizo para ganar dinero al
precio que sea.
—¿Todas las operadoras de telefonía funcionan igual?
—¿Me pregunta si todas son igual de insensibles ante el sufrimiento humano? La respuesta
es un sí rotundo.
—¿Y por qué se lo permiten? ¿Por qué no hay ningún político que les haga frente?
—Porque la mayoría de estos políticos saben que, con su actitud, tienen el futuro asegurado.
Usted no se puede imaginar la cantidad de dinero que mueven estas empresas. El lobby de las
telecomunicaciones es de los más poderosos del mundo, y su radio de influencia llega a los
estamentos más altos. Estas compañías tienen la misma influencia que las farmacéuticas o, en otro
ámbito de cosas, las empresas armamentísticas.
—¿Y no tienen ningún punto débil?
—¿Me está pidiendo que traicione a la gente que me da de comer?
—Le estoy pidiendo que me diga donde debo buscar la información que todo el mundo me
niega. Sólo quiero hacer justicia a todas las víctimas invisibles, como los niños que mueren a causa
de la leucemia que los provocan las antenas de telefonía...
—Son daños colaterales. Veo que es un ingenuo.
—Llámeme como quiera, no me afecta, pero ¿me ayudará? ¿Puedo contar con usted?
—¿Y yo qué gano?
—No le puedo ofrecer nada más allá de limpiar su conciencia. ¿Le parece poco?
—Antes de continuar con esta locura, me veo con la obligación de advertirle que usted solo
se está metiendo en la boca del lobo y no tengo claro si es un loco o un santo. ¿Realmente ya sabe
lo que está haciendo?
—Soy abogado, estoy acostumbrado a estas cosas.
—No diga tonterías, no tiene ni idea de dónde se está metiendo.
—Asumo las consecuencias de mi decisión.
—Pues entonces, querido señor Rosselló, prepárese, porque está a punto de comenzar la
aventura más peligrosa de su vida. Todas las empresas de telefonía se le echarán encima y le dirán
que ellas respetan escrupulosamente la ley vigente, pero los dos sabemos que esto, en la práctica,
sólo es una manera educada de decir que tienen carta blanca para hacer y deshacer lo que deseen.
Lo tiene claro, ¿verdad?
—Sí. ¿Pero no hay nada que podamos hacer?
—Creo que debería viajar al sur de Francia. Un amigo que vive cerca me ha hablado de unas
torres gigantescas que le ayudarán a entender aún mejor la impunidad que tienen las empresas de
telecomunicaciones y las eléctricas en nuestros días.
—¿Unas torres eléctricas?
—Sí. Pero supongo que esperaba otra cosa de mí, ¿no? Lo que quiero que entienda es que,
en el fondo, de lo que estamos hablando es de unas empresas que actúan como si estuvieran por
encima del bien y del mal. El problema es más global de lo que parece. No es sólo una cuestión de
telefónicas y eléctricas. Hágame caso. Coja el coche, vaya al sur de Francia, en el Llenguadoc y,
cuando haya visto lo que han hecho allí, me llama y volvemos a hablar.

Cuando Benet salió de la autopista y vio el letrero que indicaba que su destino aún era a quince
kilómetros, hacía rato que tenía la sensación de haber entrado en otro mundo. Sin poder apartar la
mirada del horizonte, recordó las palabras que le había dedicado su misterioso interlocutor. Si no
fuera por él, nunca habría visto las injusticias que era capaz de hacer el hombre contra el medio
ambiente en nombre del progreso.
—¿Pero el progreso no debía servir para mejorar la calidad de vida de las personas? —dijo
el abogado mientras recorría las callejuelas medievales del pueblo de Baixàs. Pero sólo era
necesario salir del casco antiguo de la población y elevar la mirada para que todo aquel
romanticismo desapareciera como por arte de magia.

Aquellas eran las torres eléctricas más altas que había visto nunca y, aquí y allá, cubrían el paisaje
como si se tratara de un bosque gigantesco de árboles metálicos que llegaban hasta la misma línea
del horizonte. El sol de invierno las pintaba del color del oro y eso creaba un ambiente aún más
fantasmagórico e irreal. El abogado se acercó hasta que el zumbido que emitían se hizo del todo
insoportable. Cámara en mano, disparó hasta que se hizo de noche y el frío le empezó a calar los
huesos.

Deprimido y medio enfermo, Benet entró en el bar de la plaza para cenar algo. Lo primero que le
llamó la atención fue el silencio que se hizo sólo llegar. Había una docena de parroquianos, y todos,
sin excepción, le clavaron la mirada con curiosidad.
—Buenas noches —dijo el abogado mientras se sentaba en la barra y daba un vistazo a la
carta, pero enseguida se lo pensó mejor y se decidió por algo sencillo—. ¿Me podrá hacer un
bocadillo de queso? Y me traerá también un vaso de vino tinto de la casa, ¿por favor? —añadió
dirigiéndose al camarero, que también le observaba con atención.
—¿Usted es de la compañía? —le preguntó a bocajarro el hombre de grandes bigotes,
negros como el carbón, mientras secaba una copa que brillaba bajo la luz de la luna que se
colocaba, amortiguada, a través de los ventanales.
—¿De la compañía? Disculpe, pero no le entiendo —dijo Benet sin saber de qué le hablaba.
—Sí, hombre, lo que quiero saber es si usted trabaja con los de las torres, los de la compañía
eléctrica, vaya.
—No, no, en absoluto. Pero reconozco que estoy aquí por ellas.
—¿Ha venido por las torres? —quiso saber alguien que también se sentaba en la barra.
—Sí, a verlas.
—¿Y de dónde viene? ¿De muy lejos?
—Vengo de Barcelona.
Después de un largo silencio, mientras Benet le daba el primer bocado al bocadillo y bebía
un sorbo del vino de la tierra, se escuchó una voz al fondo del local.
—Disculpe, no piense que somos unos maleducados. Pero nos llama la atención que alguien
venga a ver las torres cuando, a nosotros, lo único que nos inspiran son unas ganas locas de
empezar a correr y marcharnos de aquí. De hecho, algunos ya lo han hecho. Y dudo que vuelvan
nunca más —añadió con cierta melancolía en la voz.
El abogado estuvo a punto de atragantarse.
Pero, detrás de aquella confesión, tuvo claro que se escondían muchas más cosas, como por
ejemplo la explicación del porque todos los habitantes de aquel pueblo tenían la mirada tan triste,
como la de María. Y Benet enseguida entendió que aquella tristeza estaba provocada, sin lugar a
dudas, por aquel bosque artificial de torres gigantescas que alguien había decidido levantar donde,
sólo unos meses antes, la alegría lo impregnaba todo y los hombres y la naturaleza vivían en plena
armonía.
Capítulo 9
Intento de soborno

Semanas más tarde, cuando Benet abrió el buzón de casa y se encontró la nota, por un instante,
incapaz de creer lo que estaba leyendo, le pareció ser el protagonista de una esas películas
policíacas que tanto le gustaba ver los sábados por la tarde.
Un sudor frío le recorrió el espinazo, devolviéndolo a la realidad y, antes de que pudiera
reaccionar, un violento escalofrío le hizo estremecerse de arriba abajo, como si un rayo caído del
cielo hubiera impactado directamente sobre él. Con el cuerpo temblando, llamó el ascensor y esperó
a entrar en casa para cerrar la puerta con llave y soltar la tensión.
—No me puede estar pasando esto —dijo mientras respiraba profundamente para recuperar
la calma.
Una vez en el comedor, se sentó en el sofá y, en voz alta, releyó varias veces el trozo de
papel que sostenía entre las manos temblorosas:
«Deje de ser tan curioso. Se juega la vida».

Después de lavarse la cara con agua bien fría, se quedó mirando su propio reflejo en el espejo del
baño mientras se preguntaba, una y otra vez, si todo aquello valía la pena.
Por unos instantes, su mente viajó al pasado y recordó el momento en que decidió hacerse
abogado. Había llovido mucho desde entonces y ya comenzaba a peinar canas, pero no pudo evitar
dibujar una sonrisa de satisfacción, a pesar de las circunstancias, al ser consciente de que seguía
siendo fiel a sus ideales y a aquella máxima que le había acompañado toda la vida: intentar hacer
más fácil la vida de los demás.
Siempre había creído que todo el mundo tiene derecho a tener la máxima información sobre
la realidad del mundo que nos rodea, pero, muchas veces, la clase trabajadora no lo tenía fácil. Y
esta falta de información era la causa de que la mayoría de veces se convirtieran en las víctimas de
los más poderosos.
Ahora, sin embargo, tenía que poner a prueba la fortaleza de sus creencias más íntimas. El
único problema era que no sólo se jugaba su reputación como abogado. Por primera vez en su vida,
se estaba jugando su propia salud y, lo que era peor, incluso la de su familia.

La música del móvil lo llevó nuevamente a la realidad. Se secó la cara con la toalla y se fijó en la
pantalla para averiguar quién era el irresponsable que le llamaba a esas horas intempestivas. Al ver
que se trataba de un número oculto, se le dispararon todas las alarmas y algo en su interior le dijo
que no contestara. Pero antes de que pudiera decidir si pulsar el botón verde o no, el teléfono dejó
de vibrar y se quedó mudo.
De inmediato, Benet relacionó la llamada con la misteriosa nota y, justo en ese momento,
fue cuando lo vio claro. Fue a la habitación y, sin soltar la nota donde lo amenazaban de muerte,
cogió las llaves del coche y fue a la comisaría más cercana para denunciarlo.

El policía tomó nota de todo lo que le explicó Benet y, cuando terminó, empezó a redactar el
informe.
—¿Quién cree que hay detrás de la nota? —preguntó sin dejar de mirar la pantalla del
ordenador.
—Ya le he explicado que soy abogado y tengo un caso complejo entre manos...
—Sí, eso ya lo he entendido. Pero me refiero a si cree que hay alguien concreto detrás de la
amenaza. ¿Se le ocurre algún nombre?
—Cualquier empresa de telecomunicaciones. O las eléctricas...
—Debería saber que con ello no nos basta. De hecho, también podría ser algún vecino
cabreado porque pone la música demasiado alta para las noches, ¿no cree?
—No me haga reír...
—Sé que es un tema serio, pero trataba de quitarle hierro al tema. No tenemos muchas pistas
para investigar, pero nos pondremos enseguida. Eso sí, mientras averiguamos algo más, debería
seguir punto por punto el protocolo que tenemos para estos casos.
—Puede ser más explícito, ¿por favor? ¿A qué se refiere?
—Básicamente se trata de que haga caso a todo lo que encontrará en esta lista, señor
Rosselló.

Esa misma madrugada, cuando observaba insomne y con la mirada perdida el techo de la
habitación, el teléfono volvió a sonar. Benet dio un bote y, cuando estaba a punto de apagarlo,
decidió contestar la llamada.
Al otro lado escuchó una voz metálica que no le dejó ni hablar.
—Si es una cuestión de dinero, que sepa que no le regatearé ni un solo centavo. Eso sí, he de
advertirle que no nos ha gustado nada su visita a la comisaría. Volveremos a contactar con usted
dentro de unos días. Piénselo bien. Su futuro y el de su familia dependen de la decisión que tome.
Capítulo 10
Tirando del hilo

Cuando una persona vive amenazada de muerte por defender sus ideas, ya nada vuelve a ser lo
mismo. Internamente se desata una fuerza que convierte en posible lo que, en principio, no lo era.
Al menos, esto es lo que sintió el abogado.

Finalmente, Benet había escogido ser consecuente y no dejarse vencer por el miedo y, a medida que
avanzaba en el caso, tenía la sensación de irse adentrando en un universo de dimensiones
absolutamente inalcanzables, donde María sólo era una gota minúscula en un mar inhóspito, salvaje
y desconocido.

Tal como demostraba la documentación que había reunido hasta entonces, la electrosensibilidad
sólo era uno de los vértices de un poliedro imaginario que, bajo el nombre de Síndromes de
Sensibilización Central, incluían otras enfermedades más conocidas como la sensibilidad química
múltiple, la fatiga crónica y la fibromialgia.
El abogado tenía claro que el problema era más complejo de lo que parecía ya que, en el
fondo, el debate real iba mucho más allá de si las prácticas de las empresas de telefonía y las
eléctricas eran legales. En realidad, el debate verdadero era sobre el modelo de vida que quería la
humanidad y el precio que estaba dispuesta a pagar.
Las enfermedades que sufrían los afectados eran el reflejo de esta filosofía de «usar y tirar»
que, desgraciadamente, se había impuesto en todo el mundo. El consumismo exacerbado que se
practicaba en el mal llamado primer mundo tenía una cara muy oscura, y la electrosensibilidad era
una de sus consecuencias menos amables.

«La electrosensibilidad afecta a todas las personas, es verdad, pero hay factores externos, como el
estrés provocado por la velocidad a la que nos hace correr esta sociedad, que agrava los síntomas y
empeora la calidad de vida de la gente. Además, si no somos respetuosos con nosotros mismos,
¿cómo podemos aspirar a serlo con el medio ambiente?», se preguntaba a menudo el abogado
mientras analizaba los testigos y los informes médicos que explicaban los efectos derivados de la
exposición a estas tecnologías.
«¿De qué sirve construir una línea de alta tensión, como la que fui a ver en Francia, si para
construirla deben provocar heridas tan profundas en el territorio y en las almas de la gente que vive
allí? ¿Cuál es el verdadero significado de la palabra “progreso”? ¿Cuál es el precio que estamos
dispuestos a pagar en nombre de ese mismo “progreso”?
»Y, seguramente, si empezáramos a tirar del hilo, descubriríamos que los malos de esta
película no son sólo las empresas de telecomunicaciones y las eléctricas. La cruda realidad es que
todos somos un poco cómplices de esta situación por haber aceptado participar en un juego
macabro en el que, para disfrutar de una buena calidad de vida en nuestro país, en otro lugar, lejos
de nuestra vista para de no incomodarnos, ni tampoco provocarnos mala conciencia, se cometen
injusticias a raudales, se arrasa la naturaleza y se juega con la vida de las personas».

Pocos días después, Benet tuvo la oportunidad de ser consciente de la magnitud del problema y de
reforzar su teoría cuando leyó una noticia en los periódicos. Según decía, sólo el 10% de las 13.000
sustancias químicas que se utilizan habitualmente en los productos cosméticos son analizadas para
garantizar su seguridad. El estudio, realizado por la Enviromental Working Group, destacaba que
muchos champús, desodorantes, esmaltes de uñas, barras de labios o lociones corporales contienen,
en ocasiones, sustancias nocivas para la salud. Según el EWG, las mujeres estadounidenses están
expuestas a 168 sustancias químicas al día por la aplicación de cosméticos y productos de uso
personales, y los hombres a 85.
En el estudio también se hablaba de los efectos negativos de su uso en el organismo. Dolor
de cabeza, irritación en la piel, mareos... y es que en algunos de los maquillajes se habían
encontrado sustancias tóxicas como el plomo o el arsénico.
Mirara donde mirara, cada vez parecía estar todo más relacionado. Era como si un hilo
invisible lo estuviera guiando hasta el origen mismo del problema. Y hay que decir que lo que iba
descubriendo le erizo los pelos de todo el cuerpo.

Otro día, en la misma web de RTVE, pudo leer el titular de una de esas noticias que tampoco
podían dejar indiferente a nadie. Y aunque no se trataba de una información relacionada con la
electrosensibilidad, sí le pareció que reforzaba la idea del debate de fondo.

«La contaminación atmosférica de los cruceros se extiende a 400 kilómetros de Barcelona y llega a
los Pirineos, Aragón y la Comunidad Valenciana». Y sólo un poco más abajo, también se podía
leer: «Usan fuelóleo pesado y esto provoca una alta concentración de partículas. Los cruceros
deberían usar gas, pero sólo existe un barco que lo haga».
Curioso, Benet terminó de leer la información firmada por la agencia EFE. Según se
explicaba en el artículo, los grandes cruceros que llegan al puerto de Barcelona contaminan el aire
hasta 400 kilómetros más allá de la ciudad condal, según denunciaban organizaciones ecologistas y
también los propios vecinos de la zona. Las medidas de la calidad del aire en el puerto indicaban
unos niveles que superaban ampliamente la concentración de partículas que se podían encontrar en
las calles con más densidad de tráfico de la ciudad.
Por su parte, el responsable de Medio Ambiente del Puerto Autónomo de Barcelona
aseguraba a los periodistas que llevaban años estudiando las alternativas más viables para evitar que
los cruceros no contaminaran el aire al estar atracados, pero que en la práctica resultaba muy
complicado aplicar opciones más sostenibles y respetuosas con el medio ambiente, porque sólo
había un barco en el mundo preparado para funcionar con gas. Los cruceros y las otras
embarcaciones que trabajaban en el puerto usaban fueloil pesado, que contiene 3.500 veces más
azufre que los que usan los coches y los camiones. Al quemarse este tipo de combustible, se emiten
altas cantidades de contaminantes tóxicos en el aire, como el dióxido de nitrógeno, el dióxido de
sulfuro y otros hidrocarburos muy peligrosos para la salud. Estas emisiones, de hecho, afectan no
sólo a las personas, sino también los animales, la agricultura y el medio ambiente en general, y esto
contribuye muy negativamente al cambio climático.
Los ecologistas denunciaban que el problema radica en que los cruceros deben mantener sus
motores en marcha para conservar los sistemas eléctricos en buen funcionamiento, y que los barrios
más cercanos al puerto eran, obviamente, los más afectados por esta contaminación.
Benet, por su parte, pensó que era del todo inaceptable la exposición a la que se sometía a
los habitantes de Barcelona, y que era imprescindible regular y controlar ambientalmente estos
cruceros que, en la mayoría de casos, transportan una población similar a la de una pequeña ciudad.
Para el abogado, la realidad volvía a poner en evidencia si éste era el modelo de turismo para
Barcelona.
El debate está servido.

Capítulo 11
Adquiriendo hábitos saludables

Una de las consecuencias más positivas de haber aceptado el caso fue que, Benet, de manera
consciente, fue adoptando una serie de hábitos saludables con el objetivo de minimizar los efectos
del electromagnetismo en su cuerpo.
Lo primero que hizo fue una lista para identificar qué acciones podría llevar a cabo en casa
para estar en un ambiente más sano y, cuando la tuvo terminada, se sorprendió al descubrir la
cantidad de pequeñas cosas que tenía a su alcance para crear este ambiente más habitable.
Con mucha satisfacción, cogió el teléfono inalámbrico y el microondas, los puso dentro de una caja
de cartón y los guardó en el armario de los trastos hasta que tuviera oportunidad de llevarlos a
reciclar. Después, abrió la bolsa donde estaba el cable que había comprado en la tienda de
informática de la esquina, y fue desenrollándolo por el piso, desde el comedor al despacho. No era
una solución demasiado estética, pero prefirió hacerlo así para dejar de utilizar la conexión wifi lo
antes posible y sustituirla por una mucho más segura.

«No hay que renunciar a la tecnología, sino utilizarla de una manera mucho más sensata», dijo con
satisfacción, tras ventilar bien las habitaciones y la casa para descargar la electricidad estática. Sólo
con estos pasos ya se sentía mucho más seguro en su hogar.

Otro de los hábitos que empezó a adoptar fue usar el móvil de otra manera. Se acostumbró a usarlo
sólo cuando era imprescindible, y siempre que lo hacía era con el altavoz, alejándolo del cuerpo
cuando hablaba, y así ya minimizaba considerablemente el impacto de las radiaciones.

En el despacho dejó de escribir con el portátil encima de las rodillas, tal como hacía algunas veces,
al recordar los informes que hablaban de la reducción drástica de los espermatozoides y su mala
calidad.

Animó a todas las parejas que conocía para que dejaran de vigilar a sus bebés con las cámaras de
vigilancia, porque son un emisor muy potente de radiofrecuencias. Y también advirtió de todos los
peligros que representan los implantes bucales porque actúan como amplificadores de la señal
electromagnética. Había testimonios de afectados de hipersensibilidad que habían ganado mucha
calidad de vida desde el momento en que se habían retirado estos implantes.

Y para tener siempre presente estas buenas prácticas, optó por pasar las listas a limpio, imprimirlas
y regalarlas, siempre que tenía oportunidad, a familiares, amigos y conocidos:

BUENAS PRÁCTICAS EN CASA


• Tirar el teléfono inalámbrico.
• Utilizar el teléfono de cable de toda la vida.
• Tirar el microondas.
• Ventilar bien las habitaciones y la casa para descargar la electricidad estática.
• Ir descalzo por casa.
• Comprar ropa de lino por la cama.
• Sacar los objetos metálicos de las habitaciones.

BUENAS PRÁCTICAS EN EL TRABAJO


• No escribir con el portátil encima de las rodillas.
• Cambiar el wifi por cable.

BUENAS PRÁCTICAS EN LA VIDA


• Eliminar los implantes de la boca.
• No dormir con el teléfono móvil encendido.
• Utilizar el teléfono móvil con moderación.
• No utilizar las cámaras para vigilar a los bebés.
Capítulo 12
El juicio

Cuando María vio a lo lejos el remolino de periodistas que esperaban a las puertas del juzgado, una
nube cargada de dudas recorrió sus pensamientos y le enturbió la vista. Benet, al darse cuenta del
momento de fragilidad de la mujer, se puso a su lado y, mientras le apretaba el brazo en un gesto
cargado de complicidad, le dijo:
—Eres una mujer muy valiente, María. Hay muy poca gente capaz de llegar hasta aquí.
Tienes que estar orgullosa de ti misma.
—Sí, Benet, ¿pero no hemos ido demasiado lejos? Cuando ganamos el otro juicio, ya
conseguimos que me dieran la pensión de invalidez que yo necesitaba, y me preguntaba si no
estábamos tensando demasiado la cuerda...
El abogado se detuvo de golpe y clavó su mirada en los ojos de ella. Después, soltó un
suspiro y, con una sonrisa dibujada en los labios, volvió a hablar.
—¿Recuerdas lo que me dijiste cuando nos conocimos, María?
—Te dije muchas cosas y, además, tenía la cabeza nublada. ¿A qué te refieres exactamente?
—Me preguntaste si había visto la película que protagoniza Julia Roberts.
—¿Erin Brockovich, quieres decir?
—Sí, exactamente. ¿Sabes que la película está basada en hechos reales?
—Claro que lo sé. Pero, ¿dónde quieres ir a parar, Benet?
—María, Erin Brockovich, aunque no tenía ninguna formación jurídica, fue una pieza clave
a la hora de preparar una demanda contra la empresa Pacific Gas and Electric Company en 1993.
Trabajaba en un pequeño despacho de abogados y, intrigada por las coincidencias que aparecían en
diferentes informes relacionados con unas indemnizaciones, acabó destapando la contaminación del
agua potable del pueblo de Hinkley, en California. ¿Me sigues?
—No estoy segura...
—Lo que quiero decir, María, es que hoy tienes la posibilidad de ser nuestra Erin
Brockovich.
—No me digas eso, Benet, porque me tiembla todo el cuerpo.
—No estás sola, María, eso ya lo sabes. ¿Y bien? ¿Qué me dices?
La mujer volvió a dedicar una mirada al grupo de periodistas que se les acercaba a toda
prisa, cerró los ojos y, después de tragar saliva, le cogió la mano a su abogado y dijo:
—Vamos, Benet, terminemos con esto de una vez.
La entrada al juzgado fue digna de una gran estrella del cine, como la propia Julia Roberts, aunque
el caso que los llevaba allí estaba cargado del sufrimiento y las lágrimas de muchas personas. A
medida que avanzaban por los pasillos, pudieron ver que tenían la simpatía de decenas de afectados,
los cuales habían querido apoyarles en un momento tan trascendental como aquél.
«Vuestra lucha es nuestra, María y Benet», los animaban algunos sin dejar de aplaudir. «Nos
os rindáis, amigos, tenéis todo nuestro apoyo», les vitoreaban otros mientras les daban golpecitos en
el hombro.

Benet dedicó una última mirada a María y, con paso firme y decidido, entró en la sala donde se iba
a celebrar lo que, hasta entonces, era el juicio más importante de su vida.
Los mocasines relucientes rompían el silencio sepulcral. Se respiraba tensión. Pero a pesar
de la presión, el abogado de María, sintiéndose más fuerte y seguro que nunca, fue capaz de
aguantar las miradas intimidatorias de la media docena de abogados que representaban los intereses
de las empresas de telefonía y las eléctricas que le esperaban sin acabar de creer que alguien
hubiera tenido el valor de hacerles sentar en el banquillo.
Y mientras ocupaba su lugar, en Benet Rosselló no pudo dejar de sonreír un solo momento,
mientras repasaba mentalmente las pruebas y los testigos que había llamado en un caso que, en el
fondo de su corazón, a pesar de las dificultades que bien seguro le comportaría, estaba convencido
de poder ganar.
Declaración Científica Internacional
de Bruselas sobre Electrohipersensibilidad
y Sensibilidad Química Múltiple

Tras el quinto Llamamiento del Congreso de París, que tuvo lugar el 18 de mayo de
2015 en la Real Academia de Medicina, Bruselas, Bélgica.

 Recordando el trabajo pionero del alergólogo estadounidense Theron G.


Randolph a quien se debe la primera descripción clínica en 1962 de lo que hoy
es comúnmente llamado la Sensibilidad Química Múltiple.
 Recordando el taller científico sobre Sensibilidad Química Múltiple que se
realizó en 1992, a petición de la Agencia de Protección Ambiental de Estados
Unidos.
 Recordando el informe técnico de la OMS “Criterios de Salud Ambiental 137:
Los campos electromagnéticos (300Hz a 300 GHz)”, publicado bajo el
patrocinio conjunto del Programa de las Naciones Unidas para el Medio
Ambiente, la Asociación Internacional de Protección Radiológica y la
Organización Mundial de la Salud, 1993, Ginebra.
 Recordando el informe del Taller internacional sobre Sensibilidad Química
Múltiple, que tuvo lugar los días 21-23 de febrero de 1996 en Berlín, Alemania.
 Recordando la Comisión Económica de las Naciones Unidas para la Convención
de Europa (CEPE) sobre el acceso a la información, participación pública en la
toma de decisiones y acceso a la justicia en materia de medio ambiente,
adoptada el 25 de junio de 1998 en Aarhus, Dinamarca.
 Recordando el Taller internacional COST 244 bis sobre campos
electromagnéticos y síntomas no específicos de salud, 19 a 20 septiembre, 1998,
Graz, Austria.
 Recordando el Consenso de 1999 sobre Sensibilidad Química Múltiple adoptado
siguiendo a los Institutos Nacionales de la Salud 1999 en la Conferencia de
Atlanta sobre el impacto en la salud de las exposiciones químicas durante la
Guerra del Golfo, Estados Unidos.
 Recordando la Declaración internacional sobre las enfermedades causadas por la
contaminación química del Llamamiento de París proclamada el 07 de mayo
2004 en la sede de la UNESCO en París.
 Recordando el Taller de la OMS sobre la sensibilidad de los niños a los CEM de
exposición. Estambul, Turquía. 9-10 junio, 2004.
 Recordando el Taller de la OMS sobre la orientación de la política de salud
pública en las áreas de incertidumbre científica. Ottawa, Canadá, 11-13 julio,
2005.
 Recordando la Hoja de datos de la OMS N ° 296, diciembre de 2005 “Campos
electromagnéticos y salud pública: la hipersensibilidad electromagnética”.
 Recordando el Informe de Margaret E. Sears titulado “La perspectiva médica en
Sensibilidades Ambientales”, que fue preparado por la Comisión de Derechos
Humanos de Canadá y publicado mayo de 2007.
 Recordando el Informe Bioinitiative 2007/2012/2014: Un Justificación de
Normas de exposición pública basados biológicamente para los campos
electromagnéticos (ELF y RF).
 Recordando la Resolución del Parlamento Europeo de 2 de abril de 2009 sobre
“los problemas de salud asociados a los campos electromagnéticos”.
 Recordando la “Comisión Técnica sobre Riesgos para la Salud de los Campos
Electromangéticos: Puntos de consenso, Recomendaciones y Fundamentos”,
celebrada en Seletun, Noruega, 17 a 21 nov 2009.
 Recordando el Encuentro de científicos y organizaciones no gubernamentales
celebrado en la sede de la OMS (Ginebra) solicitando el reconocimiento de la
SQM y la EHS como enfermedades ambientales y su inclusión en la
Clasificación Internacional de Enfermedades CIE-10, 13 de mayo de 2011.
 Recordando la plataforma virtual creada por la OMS, a raíz de esta reunión, con
el fin de obtener un código ICD para la SQM y la EHS.
 Recordando la Resolución N° 1815 de la Asamblea Parlamentaria del Consejo
de Europa, aprobada el 27 de mayo 2011 «Los peligros potenciales de los
campos electromagnéticos y sus efectos en el medio ambiente».
 Recordando el Informe de Progreso del Proyecto Internacional CEM lanzado
por la OMS en 1996, de junio 2013-2014.
 Recordando la Hoja de datos de la OMS N ° 193, octubre 2014 “Campos
electromagnéticos y salud pública: los teléfonos móviles”.
 Recordando el reciente Llamamiento Científico Internacional sobre campos
electromagnéticos remitido a la ONU para proteger a los humanos y a la vida
salvaje de los campos electromagnéticos y la tecnología inalámbrica, 11 de
mayo 2015.

Teniendo en cuenta que el ambiente químico y electromagnético se está


deteriorando a nivel mundial, y que la llamada hipersensibilidad electromagnética
(EHS) y la Sensibilidad Química Múltiple (SQM) son un creciente problema de salud
en todo el mundo, afectando a países tanto industrializados como a países en desarrollo.

Nosotros, los médicos, de conformidad con el juramento hipocrático; nosotros, los


científicos, actuando en nombre de la verdad científica; todos nosotros, médicos e
investigadores que trabajamos en diferentes países de todo el mundo, por la presente
afirmamos con total independencia de criterio:

 que un número elevado y creciente de personas están sufriendo de EHS


(electrohipersensibilidad) y SQM (Sensibilidad Química Múltiple) en todo el
mundo;
 que EHS y SQM afectan a hombres, mujeres y niños.
 que sobre la base de la evidencia científica revisada por pares que actualmente
dispone de efectos adversos para la salud de los campos electromagnéticos
(CEM) y diversos productos químicos, y sobre la base de las investigaciones
clínicas y biológicas de los pacientes, la EHS está asociado con la exposición a
los CEM y SQM con exposición a sustancias químicas.
 que muchas frecuencias del espectro electromagnético (radio y de microondas de
frecuencias, así como las frecuencias bajas y muy bajas) y múltiples productos
químicos están implicados en la aparición de EHS y SQM, respectivamente.
 que el desencadenante de la enfermedad puede ser la exposición de alta
intensidad aguda o exposición muy baja intensidad crónica y que la
reversibilidad puede ser obtenida con un entorno natural que se caracteriza por
niveles limitados de los CEM antropogénicos y productos químicos.
 que los estudios epidemiológicos actuales de casos y controles y estudios de
provocación destinados a la reproducción de EHS y / o SQM son
científicamente difíciles de construir y debido a los actuales defectos de diseño
son, de hecho, no adecuados para probar o refutar la causalidad; en particular,
porque los criterios de inclusión / exclusión objetiva y criterios de evaluación de
punto final deben ser más claramente definidos; porque las respuestas a los CEM
/ productos químicos son altamente individuales y dependen de una gran
variedad de parámetros de exposición; y, finalmente, porque las condiciones de
prueba están a menudo reduciendo la relación señal-ruido oscureciendo de este
modo la evidencia de un posible efecto.
 que el efecto nocebo no es una explicación ni válida ni relevante cuando se
consideran científicamente valiosos estudios de provocación ciegos, ya que los
marcadores biológicos objetivos son detectables en los pacientes, así como en
los animales.
 que están surgiendo nuevos enfoques para el diagnóstico clínico y biológico y
para la supervisión de la EHS y la SQM, incluyendo el uso de biomarcadores
fiables que la EHS y la SQM pueden ser dos caras de la misma condición
patológica de hipersensibilidad asociada y que esta condición está causando
graves consecuencias para la salud, la vida profesional y familiar.
 por último, que la EHS y la SQM deberían, por lo tanto, ser plenamente
reconocidas por las instituciones internacionales y nacionales con
responsabilidad sobre la salud humana.

Atendiendo a nuestro conocimiento científico actual, de este modo, insistimos a


todos los organismos e instituciones nacionales e internacionales, en particular a la
Organización Mundial de la Salud (OMS), a que reconozcan la EHS y la SQM como
condiciones médicas verdaderas, las cuales, actuando como enfermedades centinela,
pueden crear un importante problema de salud pública en los próximos años en todo el
mundo, es decir, en todos los países que aplican el uso ilimitado de las tecnologías con
base en campos electromagnéticos inalámbricos y sustancias químicas comercializadas.

La inacción es un costo para la sociedad y no puede seguir siendo una opción.


Aunque nuestro conocimiento científico ha de ser completado, reconocemos por
unanimidad este grave peligro para la salud pública, que requiere urgentemente del
reconocimiento de esta condición en todos los niveles internacionales, por el cual las
personas puedan beneficiarse de herramientas de diagnóstico adaptadas, tratamientos
innovadores y, por encima de todo, de que se adopten y prioricen medidas importantes
de prevención primaria para enfrentar esta pan-epidemia mundial en perspectiva.

De acuerdo con el conocimiento científico actual y teniendo en cuenta el Principio


de Precaución, se recomienda por unanimidad que la verdadera información en el uso de
productos químicos y tecnologías inalámbricas se haga accesible al público y que se
adopten con urgencia medidas de regulación pública y de precaución aplicables en
particular a los niños y otros subgrupos como también debe ser el caso en relación con
los productos químicos en la aplicación del Registro Europeo de Evaluación,
Autorización y Restricción de Sustancias Químicas (REACH).

Para cumplir estos objetivos, solicitamos por unanimidad que los comités
institucionales diseñados para evaluar los riesgos de los campos electromagnéticos y los
productos químicos estén constituidos por científicos que actúen con clara
independencia basada en la ciencia y así excluir cualquier experto afiliado con la
industria.

Por lo tanto, pedimos a todos los organismos e instituciones nacionales e


internacionales que sean conscientes de este crítico problema de salud ambiental y que
con urgencia ejerzan su responsabilidad. Más concretamente, la OMS debe actualizar
sus consideraciones sobre EHS de 2005 y 2014 y que reconozca la EHS y la SQM como
parte de la Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS (CIE) como es ya el
caso particular en Alemania y Japón, que clasifican la SQM bajo un código específico.
La EHS y la SQM deben estar representadas por los códigos particulares del CIE de la
OMS con el fin de aumentar la conciencia de la comunidad médica, los gobiernos, los
políticos y el público en general y así fomentar la investigación sobre la población que
adquiere estos síndromes patológicos y capacitar a los médicos sobre las medidas de
prevención y los tratamientos médicos eficaces.

Los firmantes
Investigadores independientes y críticos
 Igor Belyaev, Ph.D, Dr.Sc, Laboratory of Radiobiology, Cancer Research
Institute, Slovak Academy of Science, Slovak Republic.

 Dominique Belpomme, MD, MS, Professor in Oncology, Paris University


Hospital –France, European Cancer and Environment Research Institute
(ECERI), Brussels.

 Ernesto Burgio, MD, Paediatrician, International Society of Doctors for the


Environment (ISDE) scientific committee – Italy, European Cancer and
Environment Research Institute (ECERI), Brussels.

 Christine Campagnac, MPH, Hospital Director, Association for Research and


Treatment against Cancer (ARTAC) ‐ France, ECERI, Brussels.

 David O. Carpenter, MD, Institute for Health and the Environment, University
of New York at Albany, USA.

 Janos Frühling, MD, Professor in Nuclear Medicine, Honorary Permanent


Secretary of the Royal Academy of medicine of Belgium, Brussels.

 Yuri Grigoriev, DMedSC, Russian National Committee on Non‐Ionizing


Radiation Protection, Russia.

 Lennart Hardell, MD, Ph.D., Oncologist, University Hospital, Örebro, Sweden

 Magda Havas, Ph.D Associate Prof of Environmental & Resource Studies at


Trent University, Canada.

 Jean Huss Honorary member of the Luxembourg Parliament and the European
Council Parliament, founder of the AKUT NGO – Luxembourg.

 Philippe Irigaray Ph.D, Doctor of science in Biochemisty, Association for


Research and Treatment against Cancer (ARTAC), France, ECERI– Brussels.

 Elizabeth Kelley, MA, Electromagnetic Safety Alliance, Inc. Arizona, USA.

 Michael Kundi, Ph.D, Professor, Medical University of Vienna, Center for


Public Health, Institute for Environmental Health, Austria.

 Pierre Le Ruz, Ph.D, Criirem, France.

 Philip Michael, MD, IDEA Honorary Secretary – Ireland, for IDEA.


 S.M.J. Mortazavi, Ph.D, Professor of Medical Physics, Shiraz University of
Medical Sciences Chair, Ionizing and Non‐ ionizing Radiation Protection
Research Center, Iran.

 Joachim Mutter, M.D, Environmental Health Center, Germany.

 Enrique A. Navarro, Ph.D, Professor, Department of Applied Physics &


Electromagnetism, University of Valencia, Spain.

 Peter Ohnsorge, M.D, European Academy for Environmental Medicine,


Germany.

 William J. Rea, M.D, F.A.C.S, F.A.A.E.M, Environmental Health Center,


Dallas, Texas, USA.

 Roberto Romizi, MD, International Society of Doctors for the Environment


(ISDE), Italy, for ISDE.

 Cindy Sage, M.A, Co‐Editor, Bioinitiative Reports, USA.

 Cyril Smith, Ph.D., D.I.C. University of Salford, England.

 Louise Vandelac, Ph.D, Professor, Institute of Environmental Sciences,


Researcher, CINBIOSE, University of Quebec in Montreal, Canada.

 André Vander, Ph.D, Professor Emeritus Microwave Laboratory, Belgium.

También podría gustarte