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Resumen de La Revelación Divina en El Sinaí
Resumen de La Revelación Divina en El Sinaí
1. INTRODUCCIÓN
A lo largo de este trabajo vamos a resumir el capítulo titulado “La Revelación Divina en
el Antiguo Testamento” que se encuentra en el primer volumen del libro titulado
“Teología del Antiguo Testamento” de G. Von Rad. Para ello, iremos resumiendo uno a
uno los diferentes subapartados existentes dentro de dicho capítulo
Este apartado comienza diciéndonos que el conjunto de las narraciones del Hexateuco
sobre el Sinaí constituyen un amplísimo conjunto desde Ex 19 hasta Núm 10,10 y que la
perícopa sinaítica tiene límites muy precisos, ya que dicha tradición fue introducida en
un segundo momento dentro de otra tradición anterior sobre la marcha por el desierto.
También nos expone el hecho fundamental con el que daremos a lo largo del capítulo,
como es que en el Sinaí, Yahveh reveló a su pueblo normas obligatorias que le
permitían vivir en presencia de su Dios, si bien existen diferentes tradiciones sobre la
naturaleza de dichas normas, y nos introduce en la división en dos partes de dicho
conjunto literario: la perícopa yehovista (Ex 19-24; 32-34) y la sacerdotal (Ex 25-31; 35
- Núm 10, 10), ambas con un núcleo común y abundantes diferencias y matices.
En este punto, el autor comienza diciéndonos que existe una cantidad apreciable de tales
listas de prohibiciones, no solo el decálogo, siendo algunas de estas anteriores a este
último, lo cual presenta indicios de una larga prehistoria literaria previa a la forma
definitiva del decálogo. Israel trabajó mucho tiempo en el decálogo, hasta darle la
universalidad y concisión formal y temática necesarias, para poder ser considerado un
compendio adecuado de la entera voluntad de Yahveh con relación a Israel.
Ante esto, el autor se hace una pregunta: ¿Cuál es el sentido teológico de esta voluntad
de Yahveh con relación a Israel? No viene del decálogo, sino de su contexto, de la
autopresentación de Yahveh al pueblo y su elección. Esta visión se ha facilitado gracias
a los estudios de la Historia de las Formas, como sucede con la fiesta de la renovación
de la alianza siquemita, celebrada cada 7 años y que consta de 4 partes diferenciadas, lo
cual nos revela la comprensión de dicha alianza como un acontecimiento histórico por
parte del pueblo de Israel, a la vez que explica el carácter no-cultual del decálogo.
También hay que tener en cuenta que Dios exigía a Israel el reconocimiento
incondicional de los mandamientos, si bien los mandamientos de Yahveh eran
plenamente suficientes, en cuanto, por sí mismos, no necesitaban una prueba que les
legitimara ante los hombres, a no ser el argumento tautológico. Sin embargo, junto a las
motivaciones de carácter rigurosamente absoluto encontramos también auténticas
argumentaciones que pretenden hacer comprensible el decálogo.
Sin embargo, el Deuteronomio presenta todavía una novedad absoluta porque no sólo
habla de las «normas, mandatos y decretos», sino además llega a designar como «la tora
de Yahveh» toda esa multitud de mandamientos divinos. Esta nueva concepción hizo
que el concepto de la revelación divina se separa definitivamente del culto. «La tora»
era el objeto de la instrucción teológica y su situación vital (Sitz im Leben).
También podemos afirmar que lo dicho hasta el presente no sólo es válido para el
antiguo Israel sino también para amplios sectores de la historia religiosa de la
humanidad, si bien en cuestiones como la santidad, referida principalmente a Yahveh, el
culto israelita posee un distintivo particular. Será conveniente que la teología del A.T. se
interese por el aspecto de la santidad material, también muy presente a lo largo del A.T.,
teniendo siempre en cuenta el intenso deseo de inmanencia propio de la santidad de
La prohibición del culto a otros dioses es referida no tanto a los dioses de los grandes
imperios, sino también a las divinidades indígenas de Palestina y los cultos privados,
como se puedes atestiguar también en los ritos de abjuración descritos en el Gn 35.
El autor comienza aquí diciendo que en los análisis de la teología del Antiguo
Testamento el segundo mandamiento del decálogo ocupa una posición secundaria por
no decir inexistente respecto al primero, citando a la antigua escuela crítica que se creía
dispensada de dedicarle un estudio particular, pues sostenía que el culto de Yahveh no
fue jamás un culto sin imágenes, teniendo además una concepción errónea de este.
Los antiguos sentían la cercanía de las potencias divinas: éstas eran insondables e
imprevisibles, pero en los símbolos e imágenes cultuales se acercaban al hombre. La
prohibición de las imágenes en el Antiguo Testamento no es una verdad religiosa
general, sino la afrenta más despiadada contra esa concepción de la divinidad.
En la historia, Israel cree que la prohibición de las imágenes le fue revelada en tiempos
de Moisés, si bien hasta nuestros días se ha atacado duramente esta concepción. El
dodecálogo siquemita proviene de esta época y en él hallamos la redacción más antigua
de prohibición de las imágenes (Dt 27,15), aunque en Ex 20 el significado es diferente.
En realidad, el antiguo Israel, nunca afirmó que conocía los motivos teológicos o
pedagógicos de dicha prohibición, pues incluso Dt 4,9-20 es sólo una motivación
histórica y no una explicación. Lo más probable es que, en atención al ambiente
religioso que rodeaba a Israel, la prohibición de las imágenes deba interpretarse como
expresión de una comprensión del mundo radicalmente diversa. Ahora bien, en su
significado más inmediato, el segundo mandamiento se limita al ámbito del culto.
El Deuteronomio
a) La Parénesis
También hay que tener en cuenta la idea fundamental de la elección, desarrollada por el
Deuteronomio y fundamentada únicamente en el amor de Yahveh por su pueblo,
existiendo una la sinonimia entre la alianza y el amor de Yahveh. El don salvífico, que
Yahveh destinó a su pueblo y del cual hablan sin cesar las parénesis, es el país y la
tranquilidad frente a los enemigos que le rodean.
b) Las leyes
El Dt no quiere ser una ley civil; ningún cuerpo legislativo del Antiguo Testamento
admite una interpretación semejante. El Dt se dirige a Israel en cuanto comunidad
sagrada, posesión de Yahveh, y somete a esta cualidad a su vida y a sus cargos públicos.
El Deuteronomio entrelaza todos sus elementos y los reúne en una visión teológica
unitaria: un solo Yahveh, un Israel, una revelación, una tierra prometida, un único lugar
de culto, un profeta.
En el centro del Dt está el esfuerzo por hacer sentir a Israel la revelación de Yahveh en
todas las circunstancias de su existencia. La obediencia que exige el Dt
no condiciona nunca la elección, sino viceversa. Los preceptos del Dt no son más que
una gran explicación del mandamiento de amar a Yahveh y adherirse sólo a él.
El documento sacerdotal
Comienza el autor este apartado hablando de como existen dos escritos de gran
amplitud teológica sobre los acontecimientos del Sinaí, el Deuteronomio y el
documento sacerdotal, ambos escritos de composición tardía, si bien hay documentos
sacerdotales de gran antigüedad.
Al comienzo de este punto, Von Rad trata el tema del nombre que se le da en P a la
instalación entera de tienda y el arca, destacando que aunque se le dan diferentes
nombres, el más común es “tienda del encuentro”, para después preguntarse qué
consecuencias teológicas podemos derivar de los datos, casi exclusivamente técnicos, de
la ley sacerdotal sobre el tabernáculo, y respondiendo que P nos ofrece pocas
afirmaciones teológicas directas, por lo que será mejor seguir su evolución histórica.
La tradición de la tienda sagrada es mucho más escasa en noticias que la del arca. Era
un sitio para los oráculos, el lugar donde Dios dejaba oír su palabra.
Muy distinta es la historia del arca, la cual podemos seguir a lo largo de la tradición.
Sólo el documento sacerdotal nos ofrece la descripción exacta de su forma exterior.
Desde el punto de vista arqueológico, el arca pertenece al género de los tronos vacíos de
las divinidades. Allí donde está el arca, Yahveh se encuentra siempre presente.
Por lo tanto, dos teologías diferentes estaban unidas con la tienda y con el arca: en el
primer caso era una teología de la aparición, en el segundo una teología de la presencia.
Hay que destacar aquí el texto de Ex 29,42s ya que resume el significado del
tabernáculo que va a ser construido. Según P la “gloria de Dios” es la forma en la que
Yahveh se manifestó a Israel para revelarle decisiones particulares de su voluntad, para
componer pleitos importantes, etcétera. A la vez que P presenta su imagen de la historia
como una sucesión gradual de revelaciones divinas: Noé - Abraham – Moisés.
Israel consideraba el culto como el lugar donde debía dejar el espacio libre al derecho y
las exigencias de Yahveh. Por esto la práctica del culto puede llamarse también el
derecho de Dios, siendo este aspecto el elemento primero y constitutivo del culto.
Ningún oficio sagrado de Israel posee una historia tan larga como el sacerdocio. Se
remonta hasta los primeros tiempos del culto yahvista y no dejó de existir hasta la
destrucción del templo, si bien sufrió muchas transformaciones a lo largo de la historia.
Por desgracia conocemos poco la historia del sacerdote israelita, siendo desde antiguo
privilegio de los levitas. El ministerio del sacerdote abarcaba todas las relaciones del
pueblo con Yahveh, y era el único mediador competente de todas las decisiones divinas,
a la vez que eran los encargados de la enseñanza de la tora y decidían en cuestiones de
derecho sacro.
Sorprende que, siendo en la época anterior al exilio la función principal del sacerdote la
enseñanza de la tora, el documento sacerdotal no la mencione casi nunca. Los rituales
incorporados al documento sacerdotal permiten hacerse idea de los múltiples sectores en
los que el sacerdote debía poner en práctica sus conocimientos profesionales.
Dicho todo esto, no podemos olvidar el que desde antiguo fue el oficio principal del
sacerdote según P: su participación en el culto sacrificial. La forma actual de los ritos
refleja la fase más reciente del culto, y no debemos pasar por alto, como ocurre a
menudo, las exigencias internas y espirituales que esta actividad imponía los sacerdotes.
Algunos textos nos indican que, por lo visto, el sacerdote debía decidir en cada
sacrificio privado si había sido «aceptado» o no. La decisión fue, desde antiguo,
competencia exclusiva del sacerdote, siendo de especial importancia la vigilancia en los
ritos de expiación y en la comida ritual de la carne del sacrificio.
El sacerdocio era hereditario. Yahveh mismo designó las familias para este ministerio y
les confió todos los poderes necesarios para unas funciones tan llenas de
responsabilidad: él «eligió» sus antepasados. Sin embargo, esta idea del nombramiento
exclusivo por Yahveh no se realizó en la historia con tanta facilidad.
En P los sacerdotes ejercen su ministerio entre Yahveh y el pueblo con una autonomía
completa. Según este documento, el sacerdocio es la única institución sagrada que
representa a Israel ante Yahveh y que éste necesita para actuar en Israel.
Sin embargo, destaca el autor, que un resultado seguro de la ciencia es que bajo el
punto de vista histórico no es posible comprender la forma actual de P, sin la historia
del culto en la época anterior al exilio y que el santuario de Jerusalén fue el único lugar
donde el culto de Yahveh pudo desarrollarse sobre una base tan extensa y de
un modo a la vez tan amplio y detallado, con la correspondiente importancia de la
centralización del culto bajo el rey Josías.
d) Los sacrificios
Si por un lado este catálogo de los sacrificios más importantes ofrece muchos detalles
sobre los procedimientos para su preparación y presentación, por el otro, no da casi
ninguna explicación del significado de los ritos.
Con relación a los ritos, ocurre en Israel como en los demás pueblos antiguos: los
conserva y respeta con un gran espíritu conservador hasta los tiempos más recientes; las
concepciones, en cambio, son inestables y se modifican a través de los siglos.
Sin embargo, Von Rad se apresura a añadir que este modo de clasificar los sacrificios a
partir de su función y de su significado ideal, es también una teoría explicativa de una
realidad preexistente, para, a continuación y con las debidas reservas, presentar cuanto
se puede decir sobre los sacrificios enumerados en Lev 1-7.
Por otro lado, en P el sacrificio expiatorio es, con mucho, el más frecuente, librando al
oferente de todos los pecados involuntarios, y se distingue del holocausto en cuanto a
los ritos relativos a la sangre. Por último, también existe en P el sacrificio penitencial el
cual se realiza con motivo de una ofensa contra la propiedad divina, distinguiéndose así
del sacrificio expiatorio.
También hemos de destacar en este apartado que las indicaciones de P sobre los
sacrificios son de una materialidad extrema. Lo más importante era que quien
lo ofreciese observara el ritual con todo rigor. Para Von Rad, es pura arbitrariedad el
querer reconstruir un yahvismo espiritual, «profético», y degradar «la religión cúltico-
sacerdotal» al nivel de un subproducto desagradable.
Y se pregunta cuál era la eficacia de los sacrificios, para responder que la terminología
ritual nos dice que el sacrificio vuelve al hombre «acepto» a los ojos de Dios, si bien
nada se dice del modo como el sacerdote llegaba a las decisiones acerca de la eficacia
de los sacrificios realizados.
Por todo lo expuesto hasta ahora podemos decir que sólo la intervención de la palabra
divina convertía la ejecución material del sacrificio en aquello a lo cual tendía: es decir,
lo hacía un verdadero acontecimiento salvífico entre Yahveh y su pueblo.
e) Pecado y expiación
Comienza el autor diciendo que tras tratar la cuestión sobre la realidad interior del
sacrificio debemos, automáticamente, buscar una explicación del objetivo primordial de
toda ofrenda en el documento sacerdotal: la expiación, si bien el problema
queda simplificado porque se reduce a aclarar un solo concepto: “cubrir” (en hebreo),
pero teniendo en cuenta que actualmente es imposible descifrar su verdadero
significado a partir de la etimología, y tampoco siguiendo su evolución conceptual.
También podemos decir que Israel expresó sus ideas sobre el pecado con una
terminología muy rica, cosa del todo comprensible puesto que tuvo una experiencia
múltiple de esta realidad.
Posteriormente se pregunta Von Rad dónde tuvo Israel su experiencia más importante
del fenómeno del «pecado», partiendo de que en la época pre-monárquica el
pecado era cualquier transgresión de ese derecho divino que Israel conocía sea en las
listas de los mandamientos cultuales o bajo la forma de leyes generales «no escritas».
Por tanto, el pecado era una ofensa contra el orden sacro, a la vez que era una categoría
social dado el íntimo vínculo entre el individuo y la comunidad.
Queda por considerar ahora como para los pueblos antiguos el acto pecaminoso
representaba sólo una faceta de la realidad total, pues el delito había liberado una
potencia maligna que tarde o temprano se volvería contra el pecador o su comunidad,
por lo que la retribución que recae sobre el malvado es una irradiación del mal que sigue
actuando y se extingue sólo en la retribución misma. A esta concepción se la llamó
«visión sintética de la vida».
Por otra parte, el autor recuerda que, por lo tanto, el único criterio para juzgar el acto era
su realización material, y como esta concepción exclusivamente «objetiva» de la culpa
provocó en algunos casos, graves conflictos personales, bien conocidos por Israel.
También conviene señalar que P veía a Israel, «el campamento», bajo la continua
amenaza de una ira casi personalizada y la única protección frente a tales amenazas era
la realización de una gran variedad de ritos expiatorios.
Numerosos estudios, relata Von Rad, y algunas monografías se propusieron dar una
respuesta al problema sobre la naturaleza específica de la idea veterotestamentaria de la
expiación; sin embargo todavía no ha recibido una solución satisfactoria.
Por otro lado, también nos dice que en el documento sacerdotal Yahveh no es jamás el
sujeto de la expiación, sino el sacerdote, y que la expiación de las personas y objetos
consistía en que Yahveh anulaba el influjo exterminador de una acción; rompía la unión
entre el pecado y la desgracia. Y termina este punto diciendo que nuestros
conocimientos sobre los criterios que guiaban las decisiones de los sacerdotes en los
sacrificios son muy escasos, siendo de suponer que acudían a antiguas tradiciones
cultuales de probada valía
Ahora, en este apartado, el autor nos dice que la comprensión de las acciones cultuales
que hemos tratado hasta ahora hemos de encuadrarla en concepciones más vastas, ya
que dichos ritos tienen su puesto y su pleno significado en un mundo, que ante Dios
estaba dividido en puro e impuro, santo y profano, sujeto a la bendición o la maldición.
Por otro lado, Von Rad trata ahora el tema de la muerte en cuanto a su clasificación y
valoración cultual en Israel, siendo una cosa clara: el muerto representa el sumo grado
de impureza, y dicha impureza contamina no sólo las personas sino también las cosas
vecinas, e incluso pueden transmitirla a otros con su contacto, por lo que se requería un
agua de purificación particular para purificarse de ella.
Por lo cual, hasta allí donde nuestra vista se pierde en el pasado, la religión yahvista se
rebeló con particular intransigencia contra todo género de culto a los muertos, aunque
hemos de decir que no existía la menor duda sobre la supervivencia del difunto, de lo
que nacía un interés elemental por regular las relaciones entre los vivos y los muertos.
A mayores de esta afirmación, el autor dice que sería un grave error no apreciar en su
justo valor la fuerte tentación que derivaba de ese sector y la autodisciplina que necesitó
Israel para renunciar a cualquier relación sagrada con sus muertos. El deseo de Yahveh
de recibir un culto exclusivo se dirigía, con particular intransigencia, contra el culto a
los muertos y todo cuanto tuviera alguna relación con él.
Así pues, la existencia de Israel y su realidad cotidiana transcurría bajo el arco formado
por la polaridad puro-impuro, como entre la vida y la muerte, pues cualquier impureza
era ya en cierto modo una ramificación de la impureza total: la muerte, y así también, la
impureza más leve era mortal, si se renunciaba voluntariamente a eliminarla.
La impureza acosaba sin cesar las personas y las cosas hasta que caían en su poder. Por
otro lado, Israel no abandonó jamás el modo de concebir la salvación como
profundamente enraizada en la materia, sabiendo que existe un estadio final donde la
santidad de Yahveh alcanzará su meta.