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1.- La creación
El libro del Génesis lo podemos dividir en dos grandes bloques:
a) Gn. 1 - 11.- Origen del mundo y del hombre.
b) Gn. 12 - 50.- Origen del pueblo de Dios.
Los once primeros capítulos del libro del Génesis pueden ser definidos como la
prehistoria, desborda nuestros conocimientos históricos llevados a cabo según metodologías
modernas, por lo cual debemos renunciar a aplicar cualquier tipo de criterio histórico. Esto no
significa que los asuntos que se tratan en estos capítulos sean secundarios en la historia del
mundo y del hombre, más bien sucede todo lo contrario dado que contienen afirmaciones que
tratan de explicar la situación del hombre sobre la tierra y del sentido del cosmos para este
hombre.
Cuanto se afirma en estos capítulos tuvo una consistencia real aunque los contornos no
sean aceptables al lector moderno. Esto nos invita a evitar una doble tentación: leer estos
capítulos como leemos la historia posterior o rechazar como leyenda o mito cuanto en ellos se
afirma. La exégesis actual ha adoptado una postura equilibrada frente a estos textos. En un
ropaje popular se han transmitido grandes verdades que afectan al hombre, a su comprensión del
mundo, de sí mismo y de su Creador.
El lenguaje utilizado tiene parentesco con las comprensiones mitológicas conocidas en el
Oriente Antiguo, aunque su contenido difiere notablemente de las grandes civilizaciones
contemporáneas.
En este marco general hemos de intentar un acceso a los momentos centrales a que nos
invitan los textos bíblicos.
didácticas poseen una dicción muy sobria y buscan la precisión en los pasajes más decisivos.
En el Antiguo Testamento encontramos dos declaraciones explícitamente teológicas
sobre la creación: la de la tradición sacerdotal (Cfr. Gn. 1, 1 - 2, 4a) y la de la tradición yahvista
(Cfr. Gn. 2, 4b-25). Estos son los dos capítulos que con mayor insistencia consideran la creación
como la prehistoria de la actividad salvífica de Yahveh en Israel.
Ambos relatos son distintos en muchos aspectos y por ello sensiblemente diferentes. Hay
que tener en cuenta que el relato de la tradición yahvista es mucho más didáctico que el
sacerdotal que se mueve en el ámbito de las distinciones teológicas. Se trata pues de dos relatos
que corresponden a mentalidades muy diversas y que no deberían interpretarse ni compararse
sobre la base de un simple esquema evolutivo.
Con frecuencia se insiste en el carácter mitológico del relato yahvista pero lo único
exacto de esta afirmación es que la narración se mueve en un mundo de conceptos que en otro
tiempo fueron netamente mitológicos pero la sobria e iluminada lucidez que caracteriza la
historia yahvista de la creación la distingue de cualquier tipo de mitología. El yahvista utiliza
antiguas concepciones míticas como imágenes espiritualizadas.
Por el contrario el relato que nos ofrece la tradición sacerdotal presenta los resultados de
una rigurosa reflexión teológica y cosmológica en un lenguaje que nombra las cosas breve y
directamente.
El punto común de ambas tradiciones es que ambas desembocan, aunque de manera
diversa, en la creación del hombre en su doble cualidad de varón y hembra de modo que el resto
del mundo está ordenado a él como la obra suprema de la creación divina.
El mundo y cuanto él contiene no encuentra su unidad y cohesión en un principio de
orden cosmológico como el que buscaban los filósofos jónicos de la naturaleza, sino en la
voluntad creadora de Yahveh. El mundo tampoco proviene de la lucha creadora entre dos
principios mitológicos personificados como encontramos en la mayoría de los mitos de la
creación. El relato sacerdotal ofrece diversas definiciones de cómo actúa la voluntad creadora de
Dios y entre ellas existen notables divergencias teológicas. Al principio encontramos la frase que
lo abarca todo: "Dios creó el mundo".
El verbo hebreo "bará" (crear) es un término técnico propio de la tradición sacerdotal y
se usa solo para indicar la actividad creadora de Dios. Con este mismo significado de una
actividad divina lo encontramos en otros textos del Antiguo Testamento1.
1
Cfr. Is. 40, 26. 28; 45, 18; Sal. 89, 13. 48; 104, 30; 148, 5.
4
También allí donde se habla de la nueva creación de Yahveh se usa el verbo "bará" 2.
Junto a la actividad creadora nunca se menciona una materia preexistente y de ahí que esté
relacionada con ella la idea de una "creatio ex nihilo", expresión que encontramos por primera
vez en 2Mc. 7,
La idea de creación por medio de la palabra poderosa de Yahveh aparece por primera vez
cuando empiezan las acciones particulares de la creación, se va repitiendo en los actos siguientes
hasta llegar al verso 24 para dejar espacio libre a algo completamente nuevo. Debemos, pues,
considerarla una interpretación del verbo "bará" del verso 1. Es el momento de hacer algunas
conclusiones. En primer lugar, si el mundo es producto de la palabra creadora, se distingue
esencialmente de Yahveh, no es una emanación ni una manifestación mítica de la naturaleza
divina y de su poder. La única continuidad entre Dios y su obra es la palabra. En segundo lugar,
si el mundo empezó a existir por la libre voluntad de Dios, es su propiedad exclusiva y, por
tanto, Dios es su Señor.
En la obra creadora de Dios hay que situar al hombre en la cima de ésta y en una
relación inmediata con Dios. Dios no creó al hombre como las demás criaturas, mediante la
palabra, en este caso Dios tomó una decisión particular y solemne y tomó, además, el modelo
para ésta, su última obra, en el mundo celeste. No existe otra criatura como el hombre en el cual
todo se refiere de una forma tan inmediata a Dios.
Declara al hombre semejante a Dios pero no explica en qué consiste tal semejanza, sin
duda porque el texto considera suficiente y explícita la afirmación de la semejanza divina. Las
palabras "selem" (imagen, estatua, escultura) y "demut" (semejanza, algo parecido a...) se
refieren al hombre entero, no tan solo a su naturaleza espiritual, sino también, y a veces en
primer lugar, al esplendor de su aspecto corporal, a la dignidad, majestad y gloria con que Dios
le adornó (Cfr. Sal. 8, 8)3.
Pero detengámonos en la cuestión de la imagen y semejanza de Dios según la cual fue
creado el hombre.
1ª: una semejanza corpórea: En estos pasajes bíblicos Dios tiene una forma con la que
puede ser visto4. Dios aparece a los profetas con aspecto de hombre 5, aunque de estatura
gigantesca6.
2
Cfr. Sal. 102, 19; 51, 12.28.
3
Ez. 28, 12 habla explícitamente de la perfecta hermosura del primer hombre.
4
Cfr. Nm. 12, 8; Sal. 17, 15.
5
Cfr. Is. 6, 1; Jr. 1, 9; Am. 9, 1.
6
Cfr. Ez. 1, 16ss.; 8, 2ss.
5
7
Cfr. Dt. 4, 15. 20; Ex. 20, 4; Lv. 26, 1.
8
Cfr. Ez. 28, 12; 2Cor. 4, 4; Col. 1, 15; Rm. 8, 28; 2Cor. 15, 17.
9
Cfr. 1Re. 22, 19; Jb. 1, 6; Is. 6, 1-3.
6
10
Cfr. 2Sam. 14, 17. 20; 1Sam. 29, 9.
7
poder decisorio de lo que es bueno y lo que es malo, no tanto del poder de elegir entre el bien y
el mal. Solo Dios puede dictar lo que es bueno y malo. El hombre es libre pero no autónomo
frente a Dios, es un ser dependiente por naturaleza que ha recibido el don de la libertad pero que
ha de ejercerlo dentro de un marco, dentro del ámbito de la creación.
El relato yahvista nos transmite en un lenguaje popular y simbólico profundas verdades
sobre el hombre que no encontramos en otras descripciones más complicadas. Aborda una
reflexión sobre el hombre proporcionándonos una reflexión complementaria a la del relato
sacerdotal.
La diferencia entre ambos relatos es grande, no solo radica en la forma de presentación
sino en su interés, la tradición sacerdotal se ocupa del mundo y de la situación del hombre en el
mismo, la tradición yahvista construye a su alrededor las cosas que le son más inmediatas y
define su relación con ellas.
Ambos relatos están de acuerdo en un punto: consideran la creación orientada hacia el
hombre, que es su centro y meta.
2.- El pecado
El relato del pecado lo encontramos en el libro del Génesis, concretamente en los
capítulos 3 - 11. Se trata de un relato perteneciente a la tradición yahvista. Se trata de una
reflexión profunda sobre la realidad humana y ante la cual surgen algunos interrogantes como el
porqué del sufrimiento y de la muerte, el origen del mal, etc. El autor de este relato se encuentra
con problemas profundos que afectaron, afectan y seguirán afectando al hombre. Se trata de dar
una respuesta creíble y satisfactoria a la experiencia del mal en la humanidad.
Este problema también se lo plantearon las culturas contemporáneas a Israel que no
compartían su fe monoteísta pero optaron por atribuir el origen del bien y del mal a diversas
potencias divinas. Con esto trataron de dar respuesta satisfactoria a estos interrogantes que
afectan al hombre en cuanto hombre.
En un contexto de fe monoteísta la respuesta no es tan sencilla. Paso a paso el autor
sagrado llega a la raíz del problema: Dios hizo al hombre capaz de tomar decisiones libremente,
pero no de forma autónoma. En el difícil ejercicio de su libertad estaría la garantía de su
permanencia en el paraíso, dado que el paraíso fue el lugar de la decisión libre del hombre, su
permanencia en él estaba sujeta a su decisión libre.
9
agresividad de Lamec (Cfr. Gn. 4, 17-24), en la falta de respeto y de pudor de Cam (Cfr. Gn. 9,
20-25), pero, sobre todo, en la ruptura social y espiritual de la humanidad en Babel cuya
consecuencia será la guerra, el hambre y la explotación de los débiles.
Babel termina sin la gracia y por eso, el problema de las relaciones futuras de Dios con las
naciones es la cuestión principal que la historia de los orígenes provoca en el lector. Estas
relaciones, ¿se rompieron definitivamente?. La historia de los orígenes no responde a esta
cuestión, la respuesta la dará el comienzo de la historia salvífica, la vocación de Abraham y el
plan histórico de Yahveh que aparece allí: en Abraham serán benditas todas las familias de la
tierra.
Este itinerario nos conduce a una paradoja: el horizonte histórico se estrecha en Gn. 12
que coloca el centro de la narración en un solo individuo, una familia y el pueblo que de ella
nacerá. Sin embargo, al comienzo de esta historia de elección particular encontramos ya
indicada la meta final y universal a donde Yahveh quiere conducirla. Gn. 12, 1-3 nos enseña que
la historia de los orígenes debe considerarse uno de los elementos más esenciales de una
etiología teológica de Israel, es decir, la raíz que interpreta el sentido de Israel entre las naciones
y para las naciones.
Estos textos no nos ofrecen una exposición histórica semejante a la que encontramos en
textos procedentes de la tradición deuteronomista que ponen a disposición del lector juicios
teológicos y le introducen en una reflexión teológica sobre la historia. El lector no encontrará en
las historias patriarcales un lugar donde el autor formule su juicio teológico.
La forma más antigua de la historia patriarcal nos fue transmitida en la frase inicial del
antiguo credo que leemos en Dt. 26, 5. Entre esta redacción tan sencilla y la forma que
actualmente tiene la historia de los patriarcas se extiende un largo camino en la historia de la
tradición cuyas principales etapas solo pueden reconstruirse de forma aproximada dado que cada
uno de los materiales que enriquecen poco a poco tales historias provienen de ambientes y
regiones muy diversas por lo cual tienen una validez local muy limitada.
El Dios que domina todos los acontecimientos de la historia patriarcal es Yahveh lo cual
es un anacronismo dado que los antepasados premosaicos no conocen todavía la religión
yahvista. La revelación del nombre de Yahveh en el periodo mosaico significó un corte profundo
con el pasado y el comienzo de una nueva era (Cfr. Ex. 6, 2ss.). Los antepasados de Moisés
anteriores a Yahveh estaban ligados a otras formas cultuales como por ejemplo el dios de los
padres.
Por muy variado que sea el material de la tradición reunido en las grandes
composiciones narrativas desde la vocación de Abraham hasta la muerte de José, el conjunto
posee un armazón de lo soporta y unifica: la promesa a los patriarcas.
de insistir en estos aspectos, sino que centra su atención en los elementos religiosos e históricos.
11
Cfr. Gn. 18, 18; 22, 18; 26, 4; 28, 14.
12
Cfr. Gn. 2-3; 4; 6-9; 11.
13
Cfr. Gn. 3, 14. 17; 4, 11; 5, 29; 9, 25.
15
tradiciones Yahvista y Elohista un doble contenido: la posesión del país de Canaán y una
descendencia innumerable. Con frecuencia las encontramos juntas como si fueran una fórmula
fija aunque también se da el caso de que en un complejo narrativo aparezca solo una de ellas 14.
Una visión global de todas las citas nos muestra que la promesa de la tierra supera en
importancia a la promesa de llegar a ser un pueblo. Se trata de una promesa doble antiquísima y
que se remonta a la historia de la tradición hasta el tiempo de los patriarcas.
El alcance de la promesa y el momento cronológico de su cumplimiento recibió una
reinterpretación muchos siglos después, en la época en que escriben el yahvista y el eloísta, los
cuales la pusieron en relación con otra realización mucho más tardía. Con esto todo adquiere
proporciones mayores dado que el cumplimiento de la promesa no iba destinado solo a una
pequeña comunidad premosaica sino a todo el pueblo de Israel que debía nacer de los patriarcas.
Además, el documento sacerdotal añadió una orientación nueva: la revelación del Sinaí.
Dios no solo prometió a los padres un país y una posteridad sino ser su Dios y el de sus
descendientes poniéndoles así ante la perspectiva de una relación consigo mismo15.
Así pues, la historia de los patriarcas, en su redacción actual, ha de entenderse como una
disposición de Yahveh mediante la cual llama a la existencia al pueblo de Israel y por esto toda
ella apunta a una meta superior que la trasciende: con su promesa anuncia, en primer lugar, la
constitución del pueblo, luego, la relación especial de este pueblo con Yahveh que le fue
otorgada en el Sinaí y finalmente, la posesión definitiva de la tierra de Canaán.
Gn. 12 - 50 considera toda la época patriarcal como el tiempo de la promesa, una
institución destinada a preparar el nacimiento y la vida del pueblo de Dios. La novedad de esta
visión radica en la interpretación teológica de esta promesa como la palabra divina que pone en
movimiento la historia salvífica hasta la conquista de Canaán bajo la guía de Josué.
C) Abraham, el hombre de la fe.- Las narraciones patriarcales no solamente se interesan
en la promesa y en la guía divina en cuanto tales, sino que también concentran su mirada en
cuanto hay de humano en el destinatario.
No cabe la menor duda de que en el fondo de estas narraciones sobre Abraham se oculta
el problema de la fe aunque el término "fe" aparece pocas veces. En hebreo creer significa
"apoyarse en Yahveh". Pero el objeto hacia el que Abraham orienta su fe es una realidad futura.
Yahveh expuso su plan histórico a Abraham (Cfr. Gn. 15, 5), el cual lo aceptó como una cosa
14
Cfr. Gn. 12, 3. 7; 13, 14-16; 15, 3. 7. 18; 18, 10; 22, 17; 24, 7; 26, 3. 24; 28, 3ss. 13-15; 32, 13;
35, 9-12; 46, 3; 48, 4. 16; 50, 24.
15
Cfr. Gn. 17, 4-8. 19; Ex. 6, 4-7.
16
Introducción
La primera confesión de fe que hace el pueblo hebreo la podemos enunciar de la
siguiente forma: "Yahveh sacó a Israel de Egipto". La encontramos en todos los estratos de la
tradición y en los estratos más diversos. En la mayoría de los casos aparece como una fórmula
fija pero a su vez tiene gran flexibilidad dada la gran variedad de sus formulaciones.
18
el desierto. Este es el tema fundamental en el relato de las nueve primeras plagas 16, textos
pertenecientes a la tradición yahvista originariamente ligada a la tradición del Sinaí.
B) Exodo - expulsión.- Tomemos el relato de la décima plaga (Cfr. Ex. 11, 1-9, anuncio;
Ex. 12, 29-34, realización que está unida al relato de la Pascua que leemos en Ex. 12, 1-27).
El material que tenemos pertenece a la tradición yahvista compuesta a base de la unión
entre la décima plaga y la salida de Egipto (Cfr. ex. 11, 4-8. 31-33) y unión entre la décima plaga
y la Pascua (Cfr. Ex. 12, 23).
En esta tradición el faraón explusa a los israelitas, expulsión que se anuncia en Ex. 6, 1b
y que es el tema de la décima plaga (Cfr. Ex. 11, 1; 12, 39). Esta tradición se continuará con la
salida por el norte, Cades y la entrada en Canaán por el sur.
Contamos con dos tradiciones literarias diferentes que han sido introducidas en el texto
actual y que pueden representar el recuerdo de dos éxodos diferentes. La tradición yahvista
presentaría la partida por la ruta del norte, la ruta hacia Filistea que excluye la otra tradición. La
tradición elohísta presentaría la salida de Egipto por la ruta del desierto, el sur o el sur-oeste.
C) Valoración.- La existencia de dos tradiciones parece estar asegurada pero su
distinción solo corresponde al reparto, con frecuencia incierto, de los textos entre las fuentes
antiguas. Parece ser que ambas tradiciones han sido combinadas muy pronto y se han
influenciado mutuamente.
Ante el planteamiento de si la liberación de Egipto fue el resultado de una huida o de una
expulsión hay que decir que los antiguos relatos presentan y mezclan las dos explicaciones. Pero
ambas parecen excluirse mutuamente y el historiador debe elegir.
Posiblemente la solución haya que buscarla en otra dirección y es que de la misma forma
que hubo varias entradas en Egipto, pudo haber varias salidas, en cuyo caso se podría decir que
algunos grupos fueron expulsados mientras que otros huyeron. En este caso se podría explicar la
existencia de ambas tradiciones.
Las dos tradiciones representarían el recuerdo de éxodos diferentes: elementos de las
tribus de Lía habrían salido los primeros por el norte y se habrían instalado en el sur de
Palestina. Más tarde, bajo la guía de Moisés, elementos de las tribus de Raquel habrían salido
por el sur y en el camino del desierto habrían tenido la experiencia del Sinaí. El éxodo -
expulsión sería el primero, mientras que el éxodo-huída sería el segundo, el de Moisés.
16
Cfr. Ex. 5, 3; 7, 16. 26; 8, 4. 16, 21-23; 9, 1. 13; 10, 3. 7. 11. 24-26.
20
los teólogos porque creían haber encontrado un texto que describía de forma completa la esencia
de la revelación de Yahveh y la reducía a una fórmula axiomática definitiva (Cfr. Ex. 3, 14). Pero
aquí se impone una gran prudencia pues no existe nada más ajeno a la etimología del nombre de
Yahveh que una definición ontológica de su esencia. Una interpretación semejante es ajena al
Antiguo Testamento. El contexto narrativo nos lleva a pensar que Yahveh va a comunicar algo,
no cómo es, sino cómo se va a revelar. El término "hyh" hay que entenderlo como "estar
presente", no en sentido absoluto sino relativo.
La oración relativa que sigue "asher ehyeh" añade a la oración principal una nota de
misterio de manera que la presencia activa de Yahveh permanece también inaferrable, se trata de
la libertad de Yahveh que no se ata a circunstancias concretas.
Se trata de una afirmación muy densa pero de la cual no debemos exagerar su valor
teológico, se trata de una promesa dirigida a los hombres en una situación difícil para lo cual se
sirve de un artificio retórico: el uso de la etimología del nombre, frecuente en el Antiguo
Testamento. Debemos tener en cuenta que hay otras interpretaciones del nombre17.
La lírica cultual no presenta esta concepción del nombre de Yahveh con tanta exactitud
teológica pero en Israel se mantuvo siempre viva la conciencia del particular significado
salvífico de su nombre18.
Yahveh tiene un solo nombre a diferencia de otros dioses que tienen varios,
concretamente Ra es el dios de los muchos nombres, pero se trata de un nombre que no puede
ser objetivado ni manipulado, ninguna interpretación teológica podía abarcar su misterio.
nube que los protege se coloca entre ellos y los egipcios (Cfr. Ex. 14, 19a. 20). Durante la noche
Yahveh levanta un viento que seca el mar (Cfr. v. 21). De madrugada Yahveh hace cundir el
pánico entre los egipcios y traba las ruedas de sus carros (Cfr. vv. 24-25). A la aurora las aguas
refluyen y Yahveh anega a los egipcios (Cfr. v. 27).
A) Se trata de una fuerte marejada provocada por el contacto de un cometa con la tierra o
por una lejana erupción volcánica.
B) Un viento muy fuerte secó el agua y los israelitas pasaron. Cuando intentaron pasar
los egipcios se atascaron las ruedas de sus carros en el cieno y cuando volvieron las aguas de
nuevo los ahogó.
Parece ser que el relato ante el que estamos no es susceptible de una explicación natural.
19
Cfr. Ex. 15, 1-18; Dt. 11, 14; Jos. 24, 7.
23
las confesiones de fe de Dt. 11, 4; Jos. 24, 7; Dt. 6, 21-22; 26, 7-8.
Ante esto, ¿cómo explicar el primer relato del que hemos hablado?
Para dar una respuesta hay que comparar este paso con el paso del Jordán. Los mismos
textos bíblicos establecen la relación.
- Ex. 15: después de haber cantado el milagro del mar (Cfr. vv. 4-10) se habla de un paso
que no puede ser sino el paso del Jordán (Cfr. vv. 15-16)
- La relación la encontramos de forma explícita en Jos. 4, 22-23.
- Ambos pasos los encontramos en paralelo en algunos salmos: Cfr. Sal. 66, 6; 74, 13.
15; 114, 3. 5.
Pero ahora hemos de formular otra cuestión: ¿quién depende de quien?.
Parece ser que es la tradición sobre el paso del mar y no solamente su redacción la que
depende del paso del Jordán. Parece ser que podemos llegar incluso a una combinación de
tradiciones no solamente a nivel de redacción sino a contactos a nivel de tradiciones orales.
El poema de Ex. 15 solo conoce para el éxodo el milagro de la destrucción del ejército
egipcio (Cfr. vv. 4-10); también conoce el paso del Jordán al que se refiere en los versos 15-16
donde dice que el pueblo pasa y el terror se apodera de los reyes de alrededor tal como sucede
después del paso del Jordán (Cfr. Jos. 5, 1)
Este paralelo entre las dos intervenciones de Dios que han encuadrado la permanencia en
el desierto, que han enmarcado la salida de Egipto y la entrada en Canaán ha sido acentuado por
una tradición que ha transportado al tiempo de la salida de Egipto una réplica del paso del
Jordán.
Esta tradición ha sido combinada en Ex. 14 con la del milagro del mar en donde
perecieron los egipcios. Ambos pasajes, el del mar y el del Jordán están reunidos en Jos. 4, 23-
24. El paso del mar ha eclipsado el paso del Jordán el cual nunca es mencionado solo, el del mar
es recordado en Sal. 106, 9-11; 136, 13-14; Is. 63, 12-13; Neh. 9, 11; Sb. 10, 18-19; 19, 7-8.
inmediata de la salida de Egipto y, por tanto, hay que situarlo en la misma época histórica.
Los estudiosos del tema observan que las narraciones sobre los acontecimientos y
revelaciones del Sinaí forman un conjunto de tradición de amplias dimensiones, se extienden
desde Ex. 19 hasta Num. 10, 10. Este bloque está compuesto de diversos relatos, todos ellos,
nacidos a partir de la revelación de Dios en el Sinaí.
La tradición del Sinaí fue introducida en un segundo momento dentro de la tradición
anterior sobre la marcha del desierto, aunque conservó su independencia mucho más tiempo que
los restantes elementos de la tradición que componen el cuadro canónico de la historia de la
salvación.
En todo este conjunto de tradiciones hay un hecho fundamental al que se refieren todas
ellas individualmente: En el Sinaí Yahveh reveló a su pueblo normas obligatorias que le
permiten vivir en presencia de Dios. Hay que tener en cuenta que entre las diversas tradiciones
existe gran diferencia respecto a la naturaleza de estas normas:
- Normas para la vida humana en general.
- Leyes jurídicas.
- Normas cultuales.
El factor según el cual se agrupan es su referencia a un mismo lugar, el Sinaí, y a una
misma persona, Yahveh.
Este bloque de la tradición del Sinaí se puede dividir en dos grandes partes desiguales
tanto en su aspecto como en su contenido:
A) La perícopa yehovista (J + E): Ex. 19 - 24; 32 - 34.
B) La perícopa sacerdotal: Ex. 25 - 31; 35; Lv.; Nm. 1, 1 - 10, 10.
La perícopa sinaítica que nos ofrece la primera tradición es una unidad narrativa bien
compacta que se encuentra en los capítulos 19 - 20 y 24. Distinguimos las siguientes escenas:
- Preparación de la teofanía que tendrá lugar al tercer día.
- Descenso de Yahveh a la montaña y promulgación de los diez mandamientos.
- Celebración cultual en la que el pueblo se compromete a observar la ley de Yahveh.
Hay que tener en cuenta que esta tradición no se remonta directamente a los
acontecimientos históricos se trata de un relato de carácter cultual destinada a la fiesta de la
renovación de la alianza.
La perícopa sinaítica que nos ofrece la tradición sacerdotal es mucho más extensa. En
ella podemos individuar las siguientes escenas:
25
Existe como una relación de propiedad, el pueblo hebreo es propiedad de Dios bajo el
prisma exclusivo de la salvación: Cfr. Ex. 19, 5-6. El pueblo de la alianza será un pueblo santo:
consagrado; un pueblo sacerdotal: dedicado al culto y un pueblo en el que Dios está presente:
sentido del arca de la alianza y del templo.
20
Cfr. Dt. 27, 15ss.; Ex. 21, 12. 15; Lv. 19, 13-18.
28
observar cuando regresasen a sus casas una vez concluida la fiesta. Sin embargo la cuestión más
importante es la de una valoración teológica de los mandamientos. El pueblo ha tomado
conciencia de la revelación de los mandamientos como un acontecimiento salvífico. Además,
debe tenerse en cuenta la conexión entre preceptos y alianza. Israel nunca consideró el decálogo
como una ley moral absoluta, sino como la revelación de la voluntad de Yahveh en un momento
particular de su historia mediante la cual se le ofrecía el don salvífico de la vida; así pues, con
los mandamientos Yahveh ofreció la vida a su pueblo, al escucharlos Israel penetró en la
alternativa entre la vida y la muerte.
Yahveh espera la decisión de Israel, pero en ningún caso los mandamientos preceden
condicionalmente a la alianza como si la entrada en vigor del pacto dependiera de la obediencia.
Las cosas son al revés, esto es, se concluye la alianza y con ella recibe Israel la revelación de los
mandamientos.
CAPITULO V: EL DESIERTO.
21
Cfr. Ex. 19, 1; Num. 10, 11.
29
exploradores (Cfr. Nm. 13, ss.; Dt. 1, 19ss) y a causa de la rebelión que estalló poco después, la
marcha sufrió una nueva dilación. Israel intentó marchar hacia el norte pero fue derrotlado en
Horma22. Acto seguido Israel abandona Cades.
Aquí se abre una brecha en la secuencia narrativa, dado que según Nm. 20, 1, Israel
vuelve a Cades por segunda vez hacia el año 40 (Cfr. Nm. 33, 38). Así Israel ha cumplido 38
años de expiación (Cfr. Nm. 14, 33ss.; Dt. 2, 14). Tampoco en esta segunda salida Cades siguió
el camino hacia la meta establecida por Dios, para eludir pacíficamente Edom, se estableció
junto al mar Rojo (Cfr. Nm. 21, 4) y desde aquí avanzó hacia el norte, hasta la región oriental del
Jordán.
Esta imagen de la marcha es en términos de la historia de la tradición el resultado de un
largo proceso histórico de crecimiento y combinación de tradiciones. Finalmente la fusión
literaria de las tradiciones J, E y P recargó el cuadro de la marcha por el desierto ya que cada uno
de estos documentos debió narrar los acontecimientos con más brevedad y sencillez. El cuadro
lque ofrece cada una de las tradiciones es, a su vez, fruto de la combinación de tradiciones
locales anteriores que circulaban entre las tribus del sur, dado que esta parte del credo primitivo
es muy antigua, la liberación de Egipto implicaba la marcha por el desierto.
Las formulaciones más concisas sobre el tema las encontramos en los sumarios de
caracter confesional y los himnos históricos23. Tales expresiones, provenientes de un ambiente
cultual, se caracterizan por su concentración exclusiva en la acción divina.
Llega el momento de plantearnos la siguiente cuestión: ¿Qué sucedía con Israel en este
tiempo en que vive bajo la acción divina?. Hagamos algunas constataciones al respecto.
1.- Según Jer. 2, 1-3 la marcha por el desierto era el tiempo de las relaciones más puras
de Israel con Yahveh.
2.- La recensión actual de la historia del maná expresa que Yahveh se cuida de lo
necesario del pueblo.
3.- ¿Cómo respondía Israel ante los prodigios de Dios?. Sabemos que la respuesta era
cada vez más negativa24.
Si la imagen de la época en el desierto había sufrido una transformación tan radical era
porque el pueblo había tomado conciencia de su impotencia. Pero también en esta época había
perdido la esperanza de que Yahveh creará una realidad nueva con un procedimiento semejante
22
Cfr. Nm. 14, 39. 41; Dt. 1, 41ss.
23
Cfr. Dt. 26, 5ss.; Jos. 24; Sal. 136, 16; Am. 2, 10.
24
Cfr. Sal. 78; 106; Ez. 20.
30
entrega de Canaan es la última acción salvífica de Yahveh. Sin embargo, los textos que nos
relatan este hecho no son sencillos, una vez más encontramos una complicada combinación de
tradiciones.
Parece ser que la profesión de fe en la entrega de Canaán pertenecía desde antiguo al
ámbito del culto (Cfr. Dt. 26, 9). Sabemos que la promesa de la tierra constituye el tema
dominante de todo el Pentateuco. La tradición de la conquista de Canaán no solo recuerda en
los santuarios sino también en los cantos de los trovadores. Pero no obstante la diversidad de
situaciones vitales, el contenido de estas afirmaciones confesionales es simple: se trata de
celebrar una acción divina. El contenido de tales profesiones de fe empezó a complicarse cuando
empezó la elaboración teológica de las mismas que tendía a generalizar las múltiples tradiciones
locales.
La idea de que Canaán es el país de Yahveh es muy antigua y poco después de la entrada
en Palestina pasó a ser propiedad común de las tribus de la afictionía. Además de la propiedad
familiar hereditaria, el antiguo Israel poseía una propiedad común que debía sortearse
periódicamente, se trata de una posesión comunitaria de la tierra.
La descripción de los hechos de la conquista en el libro de los Jueces difiere de la
imagen tardía que encontramos en el libro de Josué25.
La narración de la entrada en Canaán en el libro de Josué desarrolla algunas
afirmaciones confesionales o hímnicas en un acontecimiento extenso y complejo. Comienza con
la historia de Rajab (Cfr. Jos. 2) y concluye con la batalla junto a las aguas de Merom (Cfr. Jos.
11) y se descompone en ocho sucesos o acontecimientos. Los relatos son a la vez realistas y
tendentes a lo milagroso. Existe una tensión entre la imagen que resulta del material narrativo y
la intención del redactor. Esta idea encuentra su expresión más gráfica en la frase del narrador
que afirma que Israel conquistó todo el país de una sola vez (Cfr. Jos. 10, 42). Así se llevó a
término la grandiosa imagen de que el tardío Israel se formó del último acto salvífico de Yahveh.
En esta imagen Israel describe los hechos con una magnificencia que sobrepasa el contenido de
las narraciones antiguas y realistas. La fe se apodera de tal manera de los materiales que presenta
el acontecimiento desde dentro, tal como ella lo percibe. Lo que sostiene y configura esta
imagen tardía de la conquista de Canaán es el celo por cuidar y alabar las hazañas de Yahveh. La
entrega de Canaán es para Israel una confesión de fe en Yahveh que cada época debía configurar
a su manera.
25
Cfr. Jos. 2 - 10.
32
Fue el deuteronomista el que llevó al extremo la idea de una conquista bélica del país
(Cfr. Jos. 23, 10) y quien ensanchó las fronteras de la tierra prometida más allá de los límites
indicados en las listas y el que habla de la bondad y fertilidad del país semejante a la de un
paraíso.
Con la posesión de Canaán "Yahveh condujo a Israel al reposo". Se trata de una
expresión deuteronomista que expresa el bien supremo y último que Yahveh concedió a Israel
con el cual había cumplido plenamente su promesa. En este sentido Jos.21, 43-45 ocupa una
posición teológica clave en la conclusión de este proceso. El deuteronomista hace aquí una
amplia reflexión sobre las relaciones entre promesa y cumplimiento.
Durante la etapa que abarca desde la conquista de Canaán hasta la institución de la
monarquía existe en Israel una forma peculiar de dirigir sus destinos: se trata de una afictionía
que es una confederación de las tribus judías conservando su autonomía y peculiaridades. La
anfictionía no es una descripción de realidades genealógicas sino un aspecto de la fe de la
alianza de Israel y la expresión externa de la misma.
Cuando el núcleo primitivo del pueblo de la alianza se amplió y desarrolló, consiguó
considerables adhesiones de conversos y llegó a constituir una considerable coalición de clanes.
Cuando todos ellos se instalaron en Palestina quedó constituida la anfictionía clásica en el pacto
de Siquem que fue una realización y extensión de la alianza establecida en el Sinaí en la cual se
fundamentó la existencia de Israel.
Las instituciones de la anfictionía fueron principalmente el santuario central, el culto y el
clero. El santuario era el lugar de permanencia y estancia del arca de la alianza, en esta época
fueron Silo, Guilgal, Siquem y Betel. El culto consistía en un rememorar la historia, no se
centraba en un sistema sacrificial sino en determinadas grandes fiestas del año: Pacua - Acimos,
Semanas - Siega - Pentecostés, Tabernáculos - Recolección.
La anfictionía era una forma débil de gobierno que no puedo revitalizar el yahvismo ni
persuadir a Israel a una acción conjunta así como prevenir las rivalidades intertribales
encendidas en la misma guerra (Cfr. Jue. 12, 1-6). Sin embargo la anfictionía supervivió debido
a que las emergencias locales a las que Israel tuvo que hacer frente podías ser resueltas con la
convocación irregular de los clanes, además, al circunscribir la acción de los clanes a asuntos
bien determinados, dejándolos en libertad para los restantes, la anfictionía expresaba
perfectamente el espíritu de la alianza con Yahveh que la había creado.
La idea de monarquía era considerada casi como un anatema por los primitivos
33
israelitas. Yahveh era el rey del pueblo que le gobernaba por medio de representantes
carismáticos. En esta situación pudo haber continuado indefinidamente de no haberse producido
la crisis filistea que enfrentó a Israel con una emergencia que la anfictionía no pudo resolver y
que le obligó a un planteamiento y a un cambio fundamental.
1.- La monarquía
El primer libro de los Reyes nos ofrece dos visiones de la institución de la monarquía, el
episodio de la coronación de Saúl consta de dos relatos muy diferentes tanto en su contexto
histórico como en su concepción teológica.
A) 1Sam. 9, 1 - 10, 6 y 10, 27b - 11, 15.
Es el relato más antiguo en el que Yahveh toma la iniciativa ante las necesidades
políticas del pueblo. Saúl es elegido rey carismáticamente, esto es, mediante la unción por medio
de Samuel que obedece las órdenes de Yahveh.
B) 1Sam. 8; 10, 17-27a; 12.
Es el relato más reciente en el que la iniciativa parte del pueblo. Saúl es elegido rey y
Samuel renuncia a su oficio de juez. Detrás de este relato es fácil ver las tristes experiencias que
Israel tuvo con sus reyes.
Aunque ambos relatos hablan de lo mismo lo hacen desde perspectivas muy diversas. La
primera presenta los hechos provenientes de la voluntad de Yahveh y le interesa la manifestación
histórica de su voluntad salvífica. La segunda es el balance de una larga historia de reyes y ve la
monarquía como una institución que sucumbió a la avidez del pueblo. Según este segundo relato
Israel se ha vuelto como los demás pueblos (Cfr. 1Sam. 8, 5. 20) y ha rechazado la soberanía de
Yahveh (Cfr. 1Sam. 7, 8; 12, 12).
Ambas concepciones piensan en términos de teocracia. Según la primera Yahveh quiere
tomar en sus manos la historia de su pueblo por medio de su ungido. En la segunda Yahveh se
resiste a entregar una institución suya a un Israel que se declaraba autónomo en sus decisiones
políticas.
La traición de Saúl no es autónoma. No se narra por sí misma sino con miras al futuro.
2.- El profetismo
a transmitir en cada momento, el hombre que depende y se refiere siempre a la alianza de Dios
con su pueblo. Es un hombre que recibe de Dios una experiencia mística de su Palabra, de su
presencia misteriosa y de la historia de los hombres.
El profeta corrige y consuela pero siempre con una misma finalidad: la salvación. Solo
cuando esta quede comprometida por realidades y motivaciones humanas, el profeta intervendrá
también en el desarrollo de esas actividades y realidades humanas. Pero siempre son los
mensajeros de la salvación de Dios para el hombre que vive su presente con la esperanza de
futuro.
Por tanto sería inadecuado pensar que los profetas son unos simples revolucionarios
políticos o sociales o unos innovadores religiosos. Los profetas son signos ante el pueblo con su
vida, sus gestos, sus actuaciones y su destino.
insisten excesivamente en este aspecto, más bien predican y exhortan a una religiosidad del
corazón: la obediencia a las cláusulas de la Alianza.
c) Mesianismo.
Este tema sigue un proceso evolutivo.
- En primer lugar se le entiende como un sucesor de David. Se trata del llamado
mesianismo real. El profeta que más insiste en este aspecto es Isaías.
- Más tarde, durante el exilio, se le entenderá como el Siervo de Yahveh que predica la
nueva alianza y que lleva adelante la redención de la humanidad.
- Finalmente se le entenderá como el príncipe de loa anawim o de los pobres.
Sedecías decide rebelarse contra el rey de Babilonia. Esta rebelión debió producirse en
diciembre o enero del año 587. Comienza el asedio de Jerusalén que es tomada en el año 587 ó
586. Sedecías es capturado y llevado prisionero a Babilonia. Un mes después Nebuzardán
destruye el templo y la ciudad de Jerusalén. Es la segunda deportación. Godolías es nombrado
gobernador pero es asesinado meses después.
A lo largo de los años 582-581 se produce la tercera deportación que es menos intensa
que la anterior (Cfr. Jr. 52, 30).
Durante el exilio nos encontramos con el siguiente panorama histórico.
En Egipto a Jofrá le sucede Amasis (566-526).
En Babilonia en los años 568-567 tiene lugar una compaña contra Amasis. Avilmarduj
(562-560) sucede a Nabucodonosor al cual sucede Neruglisar (560-556), Labashimarduj (556),
Nabonid (556-539). Durante su estancia de diez días en Teima es sustituido por el
príncipe heredero Belshazar.
Ciro es proclamado rey de Persia y se rebela contra Astiages, rey de los medos, como
consecuencia, Ciro es coronado como rey de los medos y de los persas en el año 549 y muere en
el año 530.
En el año 538 se promulga el llamado Edicto de Ciro que posibilita el regreso del
destierro, nombrándose como comisario a Sesbasar (Cfr. Esd. 5, 14). La vuelta de los exiliados
se produce durante los reinados de Ciro y Cambises (530-522), hijo de Ciro. Conquista Egipto
que estará en poder de los persas hasta el año 400. Dario I (521-486) organiza el imperio persa:
Siria y Palestina forman la quinta satrapía y Egipto la sexta.
2.- El exilio
En los últimos capítulos del segundo libro de los Reyes se describen las causas de la
deportación. Se insiste en las causas religiosas aunque en realidad hay que añadir causas
políticas. En Jerusalén existen dos partidos claramente definidos: unos se declaran partidarios de
la alianza con Egipto mientras otros prefieren pactar con Babilonia. Esta tensión interna
precipitó los acontecimientos que dieron lugar a la destrucción de Jerusalén y a la deportación.
Los desterrados van a sufrir en todos los niveles: económico, social y religioso. Al
principio la situación fue desesperada en todos los aspectos pero poco a poco fueron
instalándose en Babilonia. Así se lo comunicaban los profetas, especialmente Jeremías que se
dirige a los deportados animándoles a instalarse en el nuevo país. El exilio será largo por lo cual
42
3.1.- La crisis de fe
Con el exilio algunos de los elementos esenciales en la fe de Israel entran en crisis. La
ciudad santa donde habita Dios ha sido destruida, lo cual pone en tela de juicio el poder de Dios
que no ha defendido su ciudad. El templo, lugar donde mora Dios ha sido incendiado. De la
misma forma el trono de David ha sido destruido y deshonrado. Estos tres elementos -ciudad,
templo y trono- sustentaban la fe de Israel concretada en la historia y ahora han desaparecido.
Este acontecimiento ha provocado una situación incomprensible para el pueblo creyente.
¿Donde está el compromiso de Dios-rey de defender a su pueblo-vasallo?. Se multiplican las
preguntas y no todas tuvieron una respuesta adecuada.
A partir de estos acontecimientos entra en crisis la idea de Dios. Dios ha dejado de
proteger a su pueblo y lo ha abandonado a sus propias fuerzas. El pueblo experimenta el silencio
de Dios, al menos aparente. Los grandes motivos de la esperanza de Israel han desaparecido.
desarrollado una actividad importante como consolador de los que quedaron en Jerusalén.
Incluso envía una carta a los deportados exhortándoles a que se establezcan con sosiego en la
nueva tierra y acepten con calma la nueva situación. Por acontecimientos que sucedieron en el
año 582 y que culminaron en el asesinato del gobernador Godolías, los que permanecieron en
Judá debieron huir a Egipto donde se llevaron a la fuerza a Jeremías.
- Ezequiel. La figura de este profeta hay que situarla en medio del exilio. Su misión
consistió en mantener la fe y la esperanza de los exiliados. Hay que leer su obra en este contexto
histórico. Todo su mensaje está relacionado con este acontecimiento para el pueblo de Judá.
Incluso los capítulos dedicados a la nueva estructura del templo y la vuelta de la gloria de Dios a
Judá hay que interpretarlos desde la perspectiva de la vuelta del exilio para alentar a los
deportados. Lo mismo debe decirse del mensaje sobre los tiempos del desierto y la elección de
Yahveh en favor de su pueblo. Un capítulo importante en este sentido es la visión de los huesos
secos que intenta alentar la esperanza decaída de los deportados.
- El Segundo Isaías. Aparece en medio del pueblo con el encargo expreso de abrir el
camino de la liberación. Su actuación profética corresponde a los últimos años del exilio.
Comienza su mensaje con las palabras "Consolad a mi pueblo", por esta razón el segundo libro
de Isaías es llamado Libro de la Consolación.
En los quince capítulos que forman el libro el profeta alienta al pueblo que ya se
encuentra en las puertas de la liberación. Encontramos una reflexión sobre la universalidad de
Dios y de cómo Dios puede utilizar los instrumentos que estime oportuno para llevar a cabo su
obra. Así utiliza a Ciro, rey de Persia como instrumento de su acción liberadora. Yahveh es un
Dios que no se circunscribe a una tierra y menos a un templo, es el Señor universal superior a
todos los dioses de todos los pueblos.
En esta línea y a partir de esta experiencia el profeta descubre la gran verdad del credo
judío y cristiano: que el Dios Salvador es el Dios Creador de todo y que todo lo dirige y lo
gobierna. La teología de la creación surgió en este momento del exilio. Es una de las riquezas
propias de este profeta.
Igualmente a este profeta pertenecen los llamados "Cantos del Siervo de Yahveh" en los
que se canta la fidelidad de Dios, la universalidad de la misión del Siervo y su papel sustitutivo
en la historia de la salvación, así como las dificultades que conlleva la realización de su misión.
El profeta anima la esperanza de un pueblo que ha flaqueado en ella.
A punto de finalizar el exilio -ya han pasado cincuenta años- el profeta anuncia que Dios
44
1-3) pero tenía ante los ojos un hecho salvífico que iba a suceder para todo Israel y muy
especialmente para los exiliados de los años 721 y 598. Lo que nos conduce más allá de todo lo
que hasta entonces habían anunciado los profetas es el anuncio de una nueva alianza que Yahveh
quiere establecer con Israel, una alianza totalmente nueva y distinta a la alianza sinaítica.
Lo determinante es que no se haga ningún intento para colocar a Israel sobre los antiguos
fundamentos. El nuevo pacto es nuevo e irá más allá del antiguo en un punto esencial. El
contenido de la alianza sinaítica fue la revelación de la Torah, es decir, la elección y la
incautación de Israel por Yahveh y su voluntad de que se cumplieran los preceptos legales. Esa
Torah permanecerá en el centro del nuevo pacto que Yahveh quiere establecer con Israel "en
aquellos días".
Así pues, con respecto al contenido de la autorrevelación de Yahveh, nada va a cambiar
en el establecimiento del nuevo pacto. Jeremías no dice que la revelación de Yahveh en el Sinaí
vaya a caer en todo o en parte, ni dice que haya de producirse un cambio o ampliación del
contenido en el nuevo pacto. La nueva alianza reemplaza a la antigua no porque las normas de
vida entonces reveladas hayan dado pruebas de ser incompletas, sino porque había sido rota e
Israel no la aceptó.
En este punto se injerta lo nuevo: la transferencia de la voluntad de Dios a los hombres
se realizará de distinta manera. En el Sinaí Yahveh había hablado desde la montaña y, según el
narrador, el pueblo no soportó esa voz (Cfr. Ex. 20, 18ss.). Si entendemos bien a Jeremías, la
novedad radica en que la nueva alianza suprimiría completamente el proceso de las locuciones
divinas y la escucha humana dado que por el camino de la escucha de la voluntad de Dios, el
pueblo no fue obediente.
Yahveh saltará por encima de este proceso de que uno hable y otro escuche e implantará
su voluntad en el corazón de Israel. La diferencia es importantísima: hay que dejar de lado la
división entre ejercicio externo de obediencia y obediencia interna del corazón. En la nueva
alianza se suprime lo que pertenecía al capítulo problemático del rendimiento de la obediencia
humana.
Si la voluntad de Dios ya no afecta y dirige a los hombres desde fuera, si Dios se inserta
en el corazón, entonces se le quita al hombre el esfuerzo de la obediencia. El problema de la
obediencia radica en el encuentro de la voluntad del hombre con una voluntad extraña, pero ya
no tendrá lugar esa confrontación, pues el hombre llevará en su corazón la voluntad de Dios y
querrá solamente esa voluntad.
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pertenecen por raza o sangre a Israel. Este cambio se llevará poco a poco a logros más amplios y
ambiciosos, como lo manifestará el trabajo de los judíos de la diáspora en siglos futuros e
incluso en los tiempos del Nuevo Testamento.
B) Soluciones progresivas a problemas antiguos.-
- Se hace presente y necesaria una nueva solución al problema de la retribución. El
esquema clásico de Israel se ha roto por la propia experiencia del pueblo. Los acontecimientos
históricos han planteado un problema muy serio al esquema y a la concepción retributiva de
Israel: despojado de su tierra y de elementos que creía imprescindibles para la realización de su
fe, Israel se interroga, profundiza y busca nuevas soluciones.
- Dios es el Señor universal. En esta etapa de la historia de la salvación se reafirma la
convicción de la soberanía universal de Yahveh. Es una iniciativa de Dios que se les revela como
un Dios que está presente también entre ellos en el exilio, que no se circunscribe en unos límites
geográficos como pueden ser los de la tierra prometida. Esta adquisición fue de capital
importancia para que Israel descubriera mejor a su Dios y para que comprendiera mejor su
misión en el mundo.
- Israel descubre una nueva solución al dolor y al sufrimiento. La figura del Siervo de
Yahveh introducida por el Deuteroisaías ofrece la clave de interpretación aunque habrá que
esperar la presencia histórica del Siervo. Este Siervo hay que interpretarlo en una doble
dimensión:
- Colectiva: Todo el pueblo de Dios o al menos un resto de este pueblo. En este
contexto convendría recordar un elemento esencial en la comprensión judía de la historia de la
salvación como un proceso de personalidad corporativa: de lo universal a lo concreto y a la
inversa. El Siervo representa una aportación decisiva en este sentido.
- Individual: El Siervo es un personaje individual pero enigmático. Ciertamente
que los cristianos descubrimos en él la figura de Cristo, pero en la tradición judía las cosas no
estaban tan claras ni lo están todavía hoy. La cuestión de la identidad del Siervo es un tema
frecuentemente debatido y no del todo clarificado. En todo caso, el juego de lo individual y
colectivo a la vez, no se puede descartar de esta compleja y rica figura.
formalismo.
Presentamos de forma esquemática los hechos que tuvieron lugar en esta etapa de la
restauración.
Siendo Sumo Sacerdote Jonatan Macabeo (152 a.C.) se produce la escisión asidea. Los
asideos, grupo religioso que profesa una estrecha observancia de la ley, se unieron a los
macabeos en la primera etapa de su levantamiento cuando se intentaba conseguir la libertad
religiosa. Una vez conseguida ésta, se retiran y ya no apoyan más las pretensiones políticas de
los macabeos - asmoneos.
Simón Macabeo es nombrado Sumo Sacerdote (143 - 134 a.C.), nombramiento que será
cuestionado por los monjes de Qumran por lo cual se retiran al desierto y yo no participan en el
culto del templo.
Juan Hircano I es nombrado también Sumo Sacerdote (134 - 104 a.C.). Durante su
mandato se producen las primeras tensiones con los fariseos y como contrapartida se produce un
acercamiento a los saduceos.
Aristóbulo I (104 - 103 a.C.) toma el título de rey al cual sucederá Alejandro Janeo (103
- 76 a.C.). Durante su reinado tienen lugar duran luchas y tensiones con los fariseos.
Alejandra (76 - 67 a.C.), viuda de Alejandro Janeo, al contrario que su esposo, se declara
simpatizante y favorable a los fariseos. Por esta razón, durante su corto mandato los fariseos
recobran de nuevo la hegemonía que tenían. Sucederá a Alejandra su hijo Aristóbulo II (67 - 63
a.C.).
A Aistóbulo II le sucederá Hircano II (63 - 40 a.C.) también hijo de Alejandra. En este
momento aparece en la escena política Antípatro, idumeo, padre de Herodes y ministro de
Hircano II. Hircano II es apoyado por Pompeyo en sus luchas contra su hermano que en el año
63 a.C. conquista Jerusalén. En este momento Roma entra en Palestina. Alejandra, hija de
Hircano II casada con Alejandro, hijo de Aristóbulo II, ambos son los padres de Mariamne,
esposa de Herodes el Grande (37 - 4 a.C.)
acontecimiento importante: el paso del sacerdocio a los escribas y doctores de la Ley. El culto
estaba apoyado en las estipulaciones de la ley y se regía por ellas, de manera que estaba
subordinado a ésta. A medida que la ley va ganado importancia, la institución sacerdotal va
perdiendo su posición preeminente, así, la antigua función de enseñar sobre la base de la Ley de
la Alianza, función propia de los sacerdote, cedió ahora el puesto a la función de enseñar la ley
misma, de manera que el sacerdote se convierte en un funcionario del culto y, aunque su
importancia seguí siendo grande, fue superada por la del escriba y el doctor de la ley.
algunas colecciones de Proverbios son anteriores al exilio, una buena parte del mismo libro es
posterior. El punto de referencia tradicional de la sabiduría es el rey Salomón que pasó a ser el
modelo del sabio y supo rodearse de sabios.
La cristalización en el judaísmo de la corriente sapiencial son los libros sapienciales. La
orientación de la reflexión sapiencial radica en la ley. El estímulo de la reflexión sapiencial lo
constituye el problema de la retribución, la vida y la muerte.
A) Situación de estos problemas hasta el siglo VII.-
Nos encontramos con la realidad de que muchos bienes y males encuentran su sanción
en esta vida.
La muerte se considera como un ir a reunirse con los padres en el sheol.
La vida auténtica es aquella que se caracteriza por la felicidad, el bienestar, la salud, los
bienes y la fortuna. Es un don de Dios que hay que agradecer, de ahí que se aspiraba a ir a
reunirse con los antepasados después de una vida larga, signo de la bendición de Yahveh.
En lo que se refiere a la retribución hay que decir que predomina la idea de una
retribución colectiva, todo el pueblo es premiado o castigado. Los hijos sufren por las culpas de
los padres.
B) Situación de estos problemas a partir de la experiencia del exilio y durante el
judaísmo.-
Por obra de Jeremías y Ezequiel, sobre todo, se pasa de una retribución colectiva a una
retribución personal. Dios pide, al hombre en particular, cuenta de sus propias acciones. A todos
les espera igualmente el sheol, sin embargo surgen nuevos factores que hay que tener
cuidadosamente en cuenta: en esta vida se constata el triunfo de los malvados mientras que a los
piadosos y observantes de la ley no siempre les va bien.
C) Diversas soluciones a estos temas a lo largo de esta época.-
El libro de los Proverbios sigue la solución tradicional: el mal es el castigo merecido por
el pecado y la retribución se da en esta vida.
El libro de Job es una protesta contra este modo de solucionar el problema. El problema
del sufrimiento y del mal recibe en este libro una nueva orientación en cuanto a su
planteamiento pero no ofrece ninguna solución ya que al final se vuelve al punto de partida.
El libro del Eclesiastés aborda todos estos problemas desde el ángulo del escepticismo
aunque no debe olvidarse el género literario peculiar de este libro que pertenece a la diatriba
griega. No resuelve con claridad el problema del hombre después de la muerte. A partir de esta
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postura juzga las realidades de la vida presente. En su reflexión constata que sin una proyección
futura nada en esta vida merece la pena. El único valor es someterse a la disposición divina. El
mérito del autor de este libro es que siguió aferrado a su Dios aun sin albergar grandes
esperanzas para el mundo pero agradeciendo la vida como un don de Dios.
D) El camino hacia el descubrimiento de la supervivencia.-
Se da una intensa experiencia del judío piadoso de su comunión con Dios en la oración.
Esta realidad la vemos reflejada en los salmos 49 y 73.
Yahveh había hecho que su pueblo reviviera y lo hará con cada uno de los creyentes.
Ezequiel describe la restauración de después del destierro como una vuelta de la muerte a la vida
(Cfr. Ez. 37, 12). El sheol fue perdiendo su carácter neutro, como lugar estaba destinado a los
impíos, como poder estaba dirigido contra Dios y sus planes de salvación, de este modo el sheol
se convirtió en el dominio propio de Satán, en el infierno.
La suerte de los jóvenes caídos en las guerras macabeas por la causa de Yahveh y el
martirio y persecuciones sufridos por sus fieles hacía impensable que un final tan trágico fuera
definitivo. Esto es lo que se refleja en los libros de los Macabeos, Daniel y Sabiduría.
Dios. En algunos casos se identifica con la ley que ha guiado la historia del pueblo y la Palabra
de Dios que realizó la creación.
- Nuevo Testamento.- Realiza esta transposición a Jesús que invita a los hombres a
seguirle con términos semejantes a los que estos libros ponen en boca de la sabiduría. Dice de sí
mismo lo que los judíos decían de la ley. El Nuevo Testamento a firma que Jesús es la palabra
que ha estado presente en la creación, que ha guiado la historia del pueblo de Dios. Pablo nos
ofrece una síntesis de esto en 1Cor. 1, 30.
Como fruto de esa conciencia de la propia limitación, el pobre acude confiado en busca
de auxilio; de ahí que vaya descubriendo, por los desengaños humanos, que el auxilio verdadero
es Dios, por lo cual acude a El con ilimitada confianza. Y en esta actitud es donde se manifiesta
la experiencia de salvación que Dios le ofrece. De este ambiente surgen aquellos textos bíblicos,
sobre todo los salmos, en los que se expresa con fuerza que Dios no defrauda a nadie, que
siempre está al lado del hombre, que vela por los pobres e indigentes. La pobreza se convierte
así en la desnudez absoluta delante de Dios, de entrega plena y confiada en manos de Dios, en la
esperanza y seguridad de que El le salvará. La pobreza es pues la actitud religiosa perfecta en la
que el hombre no pretende ser como Dios, sino que pone su salvación en sus manos.
la antigüedad, tanto para judíos como para griegos, una evidencia que casi podríamos llamar
banal dado que no consideraban la teología y la política como dos terrenos separados que
hubiera que hubiera que unir de manera artificial, sino que ambos estaban ordenados uno al otro,
incluso se identificaban.
Uno de los efectos revolucionarios de Jesús y del cristianismo primitivo fue la ruptura de
esta unidad de religión y política. El brillo de la autoridad estatal y del ejercicio del poder quedó
relativizado, desmitificado, e incluso perdió, con ello, su poder. Todos los apocalipsis judíos,
como también Jesús, presentaron el próximo reino de Dios en oposición a la sin razón del
presente histórico y sin embargo se dio una ruptura radical a la forma como se esperó el reino de
Dios. En la teología política se trata hoy de analizar esta tensión dialéctica entre la predicación
de Jesús y las esperanzas del mundo judío.
romano "rey" y "señor" apoyados en el primer mandamiento. La llegada del reino dependía de la
propia acción revolucionaria que solo se haría presente si se aportaba una acción sinergética con
Dios. La conversión consistía en solidarizarse con la acción revolucionaria y exigía la entrega
total de la vida hasta el martirio si las circunstancias así lo requerían. Esta colaboración se
concentraba en la guerra santa a modo de guerrillas. Otro componente importante era el de la
justicia social que exigía la supresión de la usura, la eliminación del latifundio y la emancipación
de los esclavos. De este modo se aprecia que el movimiento zelota es social y
revolucionario con una base religiosa más o menos amplia. Pero no solo intranquilizaron al
pueblo los líderes revolucionarios, sino que a su lado aparecieron profetas apocalípticos que
prometieron a sus seguidores realizar los mismos milagros que una vez hicieron Moisés y Josué
en el tiempo del desierto y de la conquista de Palestina. El influjo que tales profecías y la
exigencia de colaborar con Dios para que se estableciera su reino tenían en el pueblo sencillo
apenas se puede sobrevalorar. Solo sobre este trasfondo se entiende la influencia de los
apocalipsis.
sacerdotes no vivían en Jerusalén sino dispersos por Judea y Galilea y acudían a la ciudad
cuando les tocaba su turno de servicio en el templo. El guardián del templo y tesorero cuidaba
de las finanzas del templo provenientes de los tributos de los judíos y otras fuentes.
La aristocracia sacerdotal detenta en sus manos todo el poder, compartido en menor
escala con la aristocracia laica. Frente a esta aristocracia sacerdotal se encontraba la gran masa
de los simples sacerdotes que vivían en condiciones muy precarias y la mayoría de las veces
tenían que realizar algún oficio como medio de vida. Su cultura era escasa aunque algunos de
ellos eran escribas. Había profundos contrastes dentro del mismo clero y lo mismo se dice de los
levitas que eran en número equivalente a los sacerdotes. Los levitas eran auxiliares del culto y,
sobre todo, de la policía del templo.
b) La aristocracia laica.
El Sanedrín estaba compuesto de tres clases de personas con un total de 71 miembros:
los sacerdotes jefes, los escribas y los ancianos. Los ancianos que forman parte del Sanedrín en
tiempos de Jesús son los jefes de las familias laicas más influyentes, aunque su influencia era
mucho menor que la de la aristocracia sacerdotal. Estas familias eran primitivamente familias de
terratenientes, lo cual concuerda con el hecho de que en la época de Jesús la nobleza laica
comprendía sobre todo a las familias ricas. La nobleza laica era de tendencia saducea.
c) El pueblo.
Solo los israelitas de origen legítimo formaban el auténtico Israel. Se excluía de este
pueblo auténtico a todas las familias en cuyo origen se podía detectar una mancha de sangre.
Poseemos listas de las diversas situaciones legales entretejiendo las cuales conseguimos el
siguiente cuadro:
1.- Sacerdotes, levitas e israelitas.
2.- Hijos ilegítimos, prosélitos y esclavos emancipados.
3.- Bastardos, esclavos del templo, de padre desconocido, expósitos, castrados y
homosexuales.
Para gozar de algunos derechos cívicos había que probar que uno era de origen puro de
sangre, de ahí el interés por clarificar las genealogías. Todas las dignidades y los puestos
públicos de confianza estaban reservados a los israelitas de pleno derecho. Los jueces,
secretarios y alguaciles seguían la misma regla así como los miembros del consejo local de las
comunidades compuestos de siete miembros y los encargados por la comunidad para la
administración y distribución de las limosnas. Para todos estos cargos se examinaban las
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guardar la reserva y el recato que guardaba en la ciudad. La mujer sale poco y siempre con
extremas medidas de cautela. Estaban excluidas de la vida pública. La patria potestad era
extremadamente mayor respecto a las hijas menores de edad antes del matrimonio, estaban
totalmente en poder de su padre.
Por el eco que encuentra en el Nuevo Testamento, sobre todo en el caso de María, es
oportuno hablar en este contexto de los esponsales. Tenían lugar en una edad
extraordinariamente temprana según nuestro modo de ver pero no según la mentalidad oriental;
preparaban el paso de la joven del poder del padre al del esposo. La edad normal de los
esponsales para las jóvenes era entre los doce y los doce años y medio. Significaban la
adquisición de la novia por el novio constituyendo así la formación válida del matrimonio. La
prometida se llamaba esposa, puede quedar viuda, ser repudiada con un libelo de repudio y se
condenada a muerte, en caso de adulterio, por lapidación o estrangulación.
Con el matrimonio que tenía lugar un año después de los esponsales, la joven pasaba
definitivamente del poder del padre al del esposo. Tanto en los derechos como en los deberes,
tanto civiles como religiosos, la mujer no se encontraba en pie de igualdad con el marido, sino
que era claramente inferior. Teniendo en cuenta esta situación podemos entender la postura de
Jesús ante la mujer (Cfr. Lc. 8, 1-3; Mc. 15, 41; Mt. 20, 29; 5, 28; 7, 36-50; 21, 31ss.).
encontrar trabajo cada día suponía un verdadero drama en el hogar. Por lo tanto, una inmensa
mayoría de los ciudadanos de Palestina vivía en una situación de pobreza y escasez. Esto
provocaba inevitablemente situaciones de profunda tensión social que no facilitaba en modo
alguno la paz y la convivencia social.
d) Los mendigos.
Se encuentran mendigos por doquier. Algunos de ellos vinieron a serlo por la
imposibilidad de satisfacer los duros impuestos. Se les confiscaban los bienes y se les reducía a
la esclavitud o a la mendicidad. Toda esta situación favorecía los movimientos revolucionarios y
las bandas que aterrorizaban al país.
e) Los leprosos.
Constituían la clase inferior a quienes no les estaba permitido vivir en las ciudades ni en
pueblos ni aldeas. Debían vivir totalmente aislados de la convivencia social y familiar.
Jonatán, en el año 153 a.C., mediante el ejercicio del Sumo Sacerdocio, unió el poder religioso
con el político. Este partido está formado por sacerdotes, jefes y ancianos, es decir, por la
nobleza sacerdotal y laica. Los laicos forman la gran masa de sus partidarios. Se trata de un
grupo reducido, muy inferior al de los fariseos, pero muy bien organizado dado su número muy
poco elevado. Son conservadores de la tradición y tenían reglas que regulaban la admisión de
nuevos miembros.
Su doctrina la podemos enunciar en los siguientes puntos:
- Reconocían la autoridad de la Torah, pero se atenian estrictamente al texto de la misma,
por tanto, rechazaban la tradición oral.
- Proponían su propia "halakah" donde recogen su teología, plenamente elaborada y
exegéticamente fundada.
- Rechazaban las pretensiones proféticas de los círculos de los asideos y de las gentes de
Qumran.
- Condenan el desarrollo de la apocalíptica y de las ideas escatológicas ligadas a ella, en
cambio defienden la realización de una salvación intrahistórica limitada a Israel.
- Rechazan la resurrección, desconocen la esperanza en una nueva creación.
- El hombre es libre en su obrar y responsable de sus actos. Se rige por la ley y sus
preceptos.
- Su Dios ha elegido para sí a Israel, le ha entregado la tierra y le ha prometido la
salvación en esa tierra. El individuo no se encuentra bajo su providencia especial. Todo esto
comprueba que entre los saduceos había verdaderos teólogos que reflexionaron profundamente
sobre el texto de la Escritura.
c) Los fariseos.
La mayoría de los miembros de este pueblo son gente sin cultura. Formaban sus
comunidades extendidas por todo el país. Se separaron de los asideos, por lo cual su historia y
sus orígenes hay que relacionarlos con este hecho. Hay que tener cuidado en distinguir entre
escribas y fariseos. Parece cierto que los jefes y los miembros influyentes de las comunidades
eran escribas. También hay que notar que había un gran número de escriban opuestos a los
doctores saduceos que defendían las ideas fariseas.
Aunque es cierto que había sacerdotes en las comunidades fariseas, hay que decir que en
su mayoría estaban constituidas por los laicos. Se comprometían a observar meticulosamente
dos prácticas fundamentales: el pago del diezmo y la pureza ritual en todo detalle. Los
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- Los fariseos tienen una doble perspectiva del reino: intrahistórico y nacional por una
parte y celeste y futuro por otra. El eón futuro se inicia con la resurrección de los muertos y el
juicio final. Esta es una de las características propias de los fariseos frente a los saduceos.
- Fundados en su propia justicia, los fariseos se consideraban como el verdadero Israel y
despreciaban a los que no se comportaban como ellos.
d) Los esenios.
Son un desmembramiento de los asideos. Su historia arranca de la época macabea y
asmonea. Se oponen a los sumos sacerdotes asmoneos y se retiran al desierto. Surge la figura del
maestro de justicia que es una personalidad profética. De Qumran y sus diversas etapas tenemos
un conocimiento bastante completo gracias a las excavaciones llevadas a cabo por Roland De
Vaux en el año 1947, a las cuales han contribuido luego otros muchos estudiosos del tema.
Para el conocimiento de la vida de los esenios poseemos una rica documentación en los
escritos hallados en las diversas grutas de Qumran. Vivían perfectamente organizados y
dirigidos por los sacerdotes. Ponen especial cuidado en la pureza de la comunidad, predomina
un profundo afán comunitario, el estudio de la Torah tenía una gran importancia en la
comunidad. El punto culminante de su vida comunitaria era la comida en común que reviste un
especial carácter cultual y sacramental, precedida por un baño ritual que celebraban revestidos
de túnicas blancas.
Su teología la podemos enunciar en los siguientes puntos:
- Tienen una especie de dogma fundamental: amor a todo lo que ama Dios y odio a todo
lo que Dios odia. Se excluye toda represalia y toda venganza.
- Realce especial a la elección realizada por Dios; de ahí que todo está dirigido por su
providencia, él crea los dos espíritus: el de la verdad y el de la mentira.
- Hay un don del Espíritu Santo por el que el hombre se hace hijo de Dios. Esta
concepción antropológica tuvo su relevancia cristológico - soteriológica para la primitiva
comunidad. Esta recepción del Espíritu Santo, que hace del hombre un hijo de la luz y de la
verdad es algo que acontece por la gracia.
- Se concede especial importancia a la teología de la iluminación para conseguir la
salvación que se recibe por revelación.
- Se insiste en la misericordia de Dios en la que los miembros de la comunidad deben
poner su confianza.
- Tienen dos elementos importantes: la alianza de Dios y la comunidad de la alianza.
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profanación del templo por Antíoco IV Epífanes. Se celebraba entre noviembre y diciembre.
e) La fiesta de la Pascua.
La Pascua tiene un origen nómada y agrícola. Las fuentes coinciden en relacionarla con
la primavera en que tenia lugar el paso de los pastores de los pastos de invierno a los de verano,
paso de la muerte de la naturaleza en el invierno a la vida de la primavera en los cultivos del
campo.
Israel asume ya esta fiesta existente y antigua y la historiza, es decir, la convierte en
"zikkaron" (memorial o actualización operante y eficaz) de la gran acción salvífica de Yahveh en
favor de su pueblo al sacarlo de Egipto. Año tras año, durante muchos siglos, Israel celebra en la
noche de Pascua aquel acontecimiento grandioso de salvación, cada israelita se siente
portagonista activo y actuante del acontecimiento: Yahveh le liberó también a él de la esclavitud
de Egipto.
Israel no celebra un simple recuerdo del pasado, sino una "acción de salvación" del
presente y para el presente. Poco a poco se enriquece con una grandiosa apertura de un futuro
escatológico, glorioso y victorioso cuando Dios realice en favor de su pueblo la salvación. Israel
celebra la fiesta en un ambiente familiar y en sus casas en la noche pascual. Más tarde, con la
centralización del culto por obra del rey Josías en el siglo VI a.C. y con la teología
deuteronomista se intentó imponer la celebración en Jerusalén para todos. Se celebraba en la
noche del 14 al 15 de Nisán, más o menos el mes de abril.
f) La fiesta de las semanas o Pentecostés.
Es la fiesta de la cosecha. Flavio Josefo la denomina Pentecostés, mientras que los
rabinos la llaman fiesta de las semanas o, más frecuentemente, fiesta final. Es una festividad de
acción de gracias (Cfr. Lv. 23, 16-22) por la camada de los rebaños y el fin de la siega. En
Palestina duraba un día y en la diáspora dos. La tradición rabínica la puso en conexión con la
entrega de la Ley en el Sinaí estableciendo, según eso, las lecturas indicadas para la misma.
2.3.- El sábado
El sábado en su repetición semanal dio un sello y una organización peculiar a la vida de
Israel e intervino decisivamente en el sello de su autoconciencia y de su posición entre las
naciones. Su celebración arranca del Decálogo. El precepto del sábado se fundamenta en el
descanso de Dios tras la obra de la creación. Era una fiesta importante y central. La importancia
del sábado se deduce del hecho de que se reglamenta en diversos tratados de la Misnah:
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reglamentan la vida en todos los órdenes. Al lado de este método halákico se encuentra el
hagádico que es de estilo exhortativo y edificante. La Misnah se divide en seis órdenes y cada
orden en una serie de tratados, abordando cada cual un tema determinado.
Entendemos por midrash la hermenéutica del judaísmo antiguo, es decir, el modo de
interpretar los judíos antiguos la Biblia hebrea. Lo utilizaban los judíos siempre que se ocupaban
de interpretar la Biblia: en el culto y en la escuela. Dios había puesto en la Biblia sentido
inagotable, sentido para todas las épocas y contextos culturales. Midrahs es el instrumento de la
búsqueda de ese sentido perenne y siempre actual de la Palabra de Dios. El midrash busca el
sentido que Dios ha soterrado en la entraña de la Biblia. El derash intrabíblico produce
desarrollos midráshicos como los de Sab 10-19, introduce en el texto ideas teológicas de época
posterior, en definitiva, actualiza los textos antiguos, lo cual constituye la característica
definitoria de este tipo de literatura: la actualización.
Podemos distribuir las obras del género midráshico de la siguiente forma:
1.- Las realizadas por los doctores como comentarios propiamente dichos. Su contenido
es predominantemente halákico y son:
- Mekilta.- Comentario a algunos capítulos del Exodo.
- Sifra.- Comentario a algunos capítulos del Deuteronomio.
- Sifre.- Comentario a algunos capítulos de Números y Deuteronomio.
2.- Midrashim homiléticos que recogen las homilías realizadas en la sinagoga.
3.- Midrash Rabbah es un comentario completo a los libros de Pentateuco y a los cinco
"Meguillot" (Cantar de los cantares, Rut, Lamentaciones, Qohelet y Ester).
4.- Midrashim narrativos e históricos.
ideas de la época y del medio ambiente del traductor más que de sus ideas personales, influjo del
contexto litúrgico.
En la actualidad conocemos los siguientes targumín:
- Onquelos.- Versión aramaica del Pentareuco. Es uno de los más antiguos y de los más
importantes.
- Targúm de Pseudojonatán.- Es tan antiguo como el anterior.
- Targúm Neophiti I.- Es palestinense, anterior al año 70 d.C. dado que supone la
existencia del templo. Contiene todo el Pentateuco.
La importancia del targúm estriba en que es la biblia que en realidad oye el pueblo judío
en la sinagoga porque el hebreo le resulta incomprensible.
apocalipsis; la segunda corresponde a los inicios de la dominación romana en el año 63 a.C., que
marcó profundamente las conciencias y los espíritus; la tercera corresponde a las rebeliones de
los judíos frente a los romanos entre los años 70 y 135 d.C. Aunque en la literatura apocalíptica
se encuentran rasgos babilónicos, persas y griegos, ésta tiene us raices profundas en el judaísmo,
emparentada con la literatura sapiencial. El movimiento de los apocalípticos tampoco se
desentiende de la Torah, tan estimada por los rabinos. Es característico de este género literario
evocar los personajes significativos tanto para la humanidad como para el pueblo judío. Por eso,
a través del artificio de la pseudonimia pone sus obras a nombre de esos grandes personajes que
entrañaban toda una idea teológica.
- Proto Ester.
f) Textos poéticos:
- Salmos apócrifos.
- Himnos.
- Himnos contra los demonios.
- Poemas sapienciales.
g) Textos litúrgicos:
- Plegarias cotidianas.
- Plegarias festivas.
- Cánticos del Sacrificio sabático.
- Bendiciones y maldiciones.
h) Textos astronómicos:
- Enoch astronómico.
- Calentarios y turnos sacerdotales.
- Horóscopos.
Una de las vertientes de la obra del salvador es el don que ha traído al hombre. Este
beneficio lo resumimos en la expresión "la salvación perfecta". La palabra "salvación" debe
entenderse en un doble sentido: por una parte, la acción por la cual Dios, por su Hijo libera al
hombre de la opresión y por otra, el resultado o la situación creada en el hombre en virtud de esa
acción.
Cuando hablamos de salvación del hombre nos referimos principalmente al mismo Jesús
dado que es el primer salvado. Una vez conocido lo que en él sucede, sabemos ya lo que sucede
en los demás, dado que él va delante abriendo y recorriendo personalmente el camino por el que
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consecuencia del pecado, aunque no se pueda decir de cada una de ella en concreto que sea fruto
del pecado personal del que la padece (Cfr. Jn. 9, 1-3).
El dolor, la muerte, el pecado, tienen su origen en alguien ajeno al hombre (Cfr. Gen. 3,
1-5; 1Pe. 5, 8; Mt. 4, 5-11), el adversario de la humanidad y del reino de Dios (Cfr. Mt. 13, 28;
Lc. 8, 12). Estos son los enemigos que deben ser vencidos para que pueda decirse realmente que
el reino de Dios ha sido instaurado y que ha llegado la salvación de los hombres. La victoria
decisiva la ha realizado Jesús de Nazaret con su muerte y resurrección. Pero ya durante su vida,
su misma presencia en el mundo y su actividad son signo de la instauración del reino de Dios.
Jesús pasa por el mundo haciendo el bien y sanando a todos (Cfr. Act. 10, 38; Lc. 6, 19;
Mt. 4, 23; 11, 4-5). Esta actividad sanadora de Jesús no es un mero alarde de poder como
tampoco es una señal del humanismo de Jesús, de su comprensión hacia las miserias humanas.
Se trata de un signo confirmador de que se han cumplido los tiempos y el reino de Dios está
cerca (Cfr. Mc. 1, 15; Lc. 7, 21-23). La salvación prometida (Cfr. Is. 26, 19; 29, 18ss.; 35, 3ss.;
61, 1ss.) se halla presente en la actividad de Jesús (Cfr. Mt. 4, 7. 16-17). La persona de Jesús es
portadora de salvación (Cfr. Lc. 19, 9).
Pero Jesús no solo libra de la enfermedad, signo del pecado, sino que anticipa la
verdadera liberación de la muerte (Cfr. Mc. 5, 21-24. 35-42; Lc. 7, 11-17; Jn. 11, 1-46). Estas
resurrecciones son un signo de que la humanidad comienza a verse libre de la opresión de la
muerte, de que con la presencia de Jesús ha comenzado la era de la resurrección y la vida eterna
(Cfr. Jn. 11, 25; Lc. 7, 23).
Jesús anticipa durante su vida la victoria sobre el pecado, algo característico de la
esperanza profética sobre el reino de Dios (Cfr. Jer. 31, 31-34; Is. 44; Ez. 36, 25-30; Miq. 2,
7.19).
Jesús no anuncia el perdón de los pecados por parte de Yahveh, sino que él mismo
perdona el pecado (Cfr. Mc. 2, 1-12; Lc. 7, 36-50; Jn. 8, 10-11).
También anticipa durante su dia la victoria sobre el demonio, anunciada desde los
albores del pecado (Cfr. Gen. 3, 15). Inicia esa victoria en el episodio de las tentaciones (Cfr. Mt.
4, 10). Su vida posterior sigue siendo una continua confrontación del poder de Dios, presente en
Jesús, con el imperio de Satanás (Cfr. Mc. 1, 24; 3, 11; 5, 1-20; Mt. 8, 29). El mismo sentido
tienen las expulsiones de demonios consignadas en los relatos evangélicos (Cfr. Mc. 7, 29-30; 9,
14-29). Con Jesús de Nazaret ha llegado alguien más fuerte que Satanás.
Esta liberación no la reserva Jesús para una clase determinada de hombres. A pesar de
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limitar conscientemente su actividad al pueblo judío (Cfr. Mt. 10, 6) al que según los planes de
Dios se ofrece primero la salvación, realiza en su vida algunas curaciones destinadas a los
paganos con lo que se adivina que su intención es extender la salvación a todos los hombres que
se conviertan y crean en él (Cfr. Mc. 1, 15; Mt. 8, 11-13; 12, 41ss.).
Este inicio del reino de Dios indica que a pesar de estar inaugurado ya en la tierra,
excluye cualquier tipo de dominio territorial. En esto Jesús se opone a las esperanzas
nacionalistas de los judíos, rechazando su intención de nombrarle rey (Cfr. Jn. 6, 15) y
afirmando ante Pilato que su reino no es de este mundo (Cfr. Jn. 18, 36). El reino de Dios se
implanta en los corazones de los hombres.
cumplimiento total de su obra (Cfr. Jn. 19, 30). Con esto ha realizado en plenitud la salvación de
los hombres.
evangelio lo expresa con estas palabras (Cfr. Jn. 2, 19. 21-22; 10, 17-18). En este último texto se
resuelve la contradicción entre la doble afirmación de la fe: Dios ha resucitado a Jesús y Jesús se
ha resucitado a sí mismo. Si Jesús tiene ese poder es porque lo ha recibido del Padre (Cfr. Jn. 5,
21. 26).
También el Espíritu ha intervenido en la resurrección de Jesús. El Espíritu ha ido
actuando a lo largo de su vida (Cfr. Mt. 3, 16; Lc. 4, 18), pero solo en la resurrección se puede
decir que recibe su plena efusión (Cfr. Act. 2, 33). Jesús resucitado se hace fuente del Espíritu
para los cristianos (Cfr. Jn. 7, 37-39; 16, 7-14; 20, 22).
Para Pablo el mismo Espíritu es agente de la resurrección, como se deduce de la acción
que ejercerá sobre los cuerpos de los creyentes (Cfr. Rom. 8, 11). Encontramos la misma
afirmación en 1Pe. 3, 18.
De esta manera vence la tendencia del hombre a encerrarse en sí mismo, enfrentándose con Dios
que es lo propio del pecado. con su muerte y resurrección Jesús ha abandonado la esclavitud de
su condición carnal, ha pasado definitivamente al Padre. Por la resurrección el Padre le acepta en
su seno, sin posibilidad de apartarse de él y en comunión perfecta de vida (Cfr. Hb. 10, 5-7. 10.
12. 14).
La pascua de Jesús es su victoria definitiva sobre la muerte. Ya hemos visto que la
muerte es signo de la condición de pecado en la que se encuentra la humanidad actual (Cfr.
Rom. 5, 12; 6, 23). Desde este punto de vista la muerte consuma la separación del hombre de
Dios que se inicia por el pecado, establece al hombre en el estado de alejamiento de Dios.
Jesús vive esa condición carnal que le lleva al alejamiento de Dios hasta el extremo de
pronunciar el grito que nos transmite Mc. 15, 34. Pero esta condición ha sido querida por Jesús
dado que no le pertenecía de suyo (Cfr. Flp. 2, 6-8). Este es el sentido del descenso a los
infiernos. Jesús inicia su descenso al salir del Padre y lo consuma bajando al dominio de la
muerte. Pero este descenso no es para quedar encerrado en él, es la consumación de su renuncia
a la existencia terrena para pasar a la existencia celestial fruto del Espíritu. Esta ruptura se realiza
con la resurrección (Cfr. Act. 2, 24. 31). Por ella Jesús rompe las ataduras de la muerte y surge a
una vida nueva e imperecedera. a partir de la resurrección ya no hay nada en Cristo que impida
que su gloria de Hijo se manifieste, ya no está encerrado en la cárcel de la carne, y no se halla
sometido a ninguna de sus opresiones (Cfr. Rom. 6, 9-10).
Cristo es el primer salvado de las opresiones del demonio, del pecado, de la muerte. Su
paso de este mundo al Padre ha sido su propia salvación, ha entrado el primero en el descanso de
la tierra prometida, en el seno de Dios. Esto provoca el grito entusiasmado de Pablo en Rom. 7,
24-25.
5-18; 5, 15; Flp. 2, 6-8). Jesús venció la tentación de aparecer como Hijo de Dios durante su
vida terrena (Cfr. Mt. 4, 3. 6). La ha vencido en el momento de su muerte (Cfr. Mt. 27, 40). Solo
al comienzo de su misión y en la transfiguración los evangelistas han dejado transparentar algo
de su gloria, como un anticipo de la gloria pascual, ante testigos escogidos.
Jesús ha sido constituido Hijo de Dios a partir de la resurrección de entre los muertos
(Cfr. Rom. 1, 4). En ella es proclamado solemnemente como Hijo (Cfr. Act. 13, 32-34). Por la
resurrección, Jesús se libera del obstáculo que impedía esa manifestación: la condición carnal.
Transformada ésta en virtud del Espíritu, ya la carne no es obstáculo, sino espejo en que se
refleja la gloria de Dios.
Como Hijo, Jesús ha sido constituido heredero de todo (Cfr. Gal. 4, 7; Rom. 8, 17; Heb.
1, 3). Las promesas hechas al principio a Abraham y anteriormente a la humanidad tienen su
cumplimiento en Jesús resucitado. Su herencia son Israel, las naciones, el cosmos entero. Todo
ha sido entregado a él como su propia posesión, adquirida por su obediencia al Padre y su
sacrificio por los hombres.
Introducción
Cristo, en su misterio pascual, ha revelado el misterio de Dios, ha glorificado al Padre y
ha operado la liberación de los hombres restableciendo la amistad de los hombres con Dios.
La realización de la salvación no ha coincidido con el fin del mundo como anhelaban los
judíos. La instauración gloriosa y patente del reino de Dios no se ha realizado aun.
Así se cumple la ley de la dilación expresada en 2Pe. 3, 8-9 para tranquilizar a los
espíritus inquietos de su tiempo. Esta dilación es signo de la paciencia de Dios. La humanidad
posterior al hecho fundamental de la salvación no podía quedar abandonada a su suerte, como no
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y señor, que ha sido resucitado de entre los muertos, que se halla sentado a la derecha del Padre,
que es el Hijo de Dios. Como signo y ratificación de esta adhesión a Jesús deben recibir el
bautismo en su nombre (Cfr. Act. 2, 38) por el que se les concede el perdón de los pecados y se
hacen acreedores del Espíritu (Cfr. Act. 2, 38).
En la comunidad se nota desde el primer momento un afán proselitista. Los primeros son
los mismos apóstoles que siempre que tienen ocasión dan testimonio ante el pueblo de su propia
fe, de la resurrección de Jesús, testimonio que llevan hasta el mismo sanedrín (Cfr. Act. 4, 8-12).
El mismo afán prende más tarde en otros miembros de la comunidad, entre ellos, el
diácono Esteban, que pagará con su vida (Cfr. Act. 7, 7-8. 60). La persecución contribuye a la
expansión de la comunidad al obligar a muchos a huir de Jerusalén. Estos, con su huida,
anuncian su fe en nuevas regiones (Cfr. Act. 8, 4ss.; 9, 31; 11, 19).
Este afán proselitista no conoce fronteras territoriales. Precisamente quien más va a
contribuir a esta expansión fuera de los limites de Palestina va a ser el mismo Pablo, el
perseguidor, convertido en el camino de Damasco. Después de un tiempo de ocultamiento que
sigue a su conversión, se lanzará a anunciar el evangelio de la buena noticia de la salvación. Así,
las ciudades más importantes de Asia Menor y Grecia reciben el anuncio de la salvación y
surgen en ellas nuevas comunidades cristianas.
Si no conoce fronteras territoriales, tampoco las conoce de orden social. A las primeras
comunidades se agregan desde el primer momento personas principales (Cfr. Act. 10; 13, 12; 8,
26ss.; 6, 7). Y se agregan también y sobre todo, gentes de condición modesta, como dice Pablo a
la comunidad cristiana de Corinto (Cfr. 1Cor. 1, 20-31).
También se rompen pronto las barreras que dividen a los hombres en el orden religioso,
seguramente las más difíciles de superar. Nadie se había atrevido a enfrentarse con el problema
de la agregación o de la admisión de los paganos. Es Pedro el primero en dar este paso, inaudito
para una mentalidad judía, por lo cual necesita ser advertido expresamente por una visión y
contemplar el fenómeno de la infusión del Espíritu sobre el centurión Cornelio y su familia
relatado en Act. 10. Más tarde los huidos por la persecución empiezan a anunciar el mensaje a
los griegos (Cfr. Act. 11, 19-26). Este paso se realiza en un contexto de oposición (Cfr. Act. 11,
5ss.) que provocará numerosos conflictos en las primeras comunidades cristianas. Este paso
llevaba implícita la ruptura de la nueva comunidad con el judaísmo.
Varios textos del libro de los Hechos de los Apóstoles resumen el estilo de vida de la
primera comunidad cristiana (Cfr. Act. 2, 42).
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Pablo exhorta a las comunidades por él fundadas a permanecer en la oración (Cfr. Flp. 4,
6). Lo mismo los demás apóstoles (Cfr. 1Pe. 3, 7; 4, 7; St. 5, 3-18; 1Jn. 5, 13-15).
La oración es obra del Espíritu en el creyente (Cfr. Rom. 8, 26-27). Pero al mismo
tiempo al creyente le es dado el Espíritu en virtud de la oración (Cfr. Act. 8, 15-17).
La comunidad cristiana también conoce el pecado en sus miembros. Lo conoce incluso
después de hallarse asistida por el Espíritu Santo y por la presencia del Señor resucitado, a pesar
de participar en la fracción del pan y en la oración. Pedro es débil (Cfr. Gal. 2, 11-14). Pablo y
Bernabé discuten hasta el punto de tener que separarse en su misión apostólica (Cfr. Act. 15, 36-
40). En la comunidad cristiana existe también la ambición (Cfr. Act. 8, 18-24) y el fraude (Cfr.
Act. 5, 1-11). existe el pecado moral como atestigua Pablo escribiendo a la comunidad de
Corinto (Cfr. 2Cor. 12, 20-21). La misma celebración de los ágapes y de la fracción del pan se
presta a abusos (Cfr. 1Cor. 11, 21). La misma comunidad de Corinto, enriquecida con
abundantes dones del Espíritu (Cfr. 1Cor. 12-14) conoce la división (Cfr. 1Cor. 1, 11-12). Este es
el pecado más doloroso, pues atenta contra la esencia misma de la comunidad, que es la unidad
y el amor, en la que Jesús ha puesto toda su ilusión (Cfr. Jn. 17, 11. 20-23; 15, 12. 17).
La comunidad cristiana no ha sido nunca una comunidad amorfa. Desde el principio de
su existencia se halla estructurada y organizada. En primer lugar existe en ella una diversidad de
oficios y ministerios. Al principio se concentran todos en los apóstoles, pero poco a poco estos
van dejando ministerios en manos de otros, reservándose algunos para ellos. Así ellos presiden
la fracción del pan, se reservan el ministerio de la palabra y de la imposición de manos (Cfr. Act.
2, 42; 6, 2; 8, 14-17). Cuando los apóstoles tienen que abandonar algunas comunidades fundadas
por ellos, dejan encargados de las mismas y al frente de ellas a hombres escogidos y probados
(Cfr. Act. 14, 23). Los apóstoles les encargan velar por los fieles que se les han encomendado,
por la pureza de la doctrina y por la vida santa de la comunidad (Cfr. 1Tm. 4, 11. 13; 2Tm. 4, 1-
2. 5).
Al frente de la comunidad universal, la católica, están los apóstoles. Cuando hay que
tomar decisiones importantes actúan como cuerpo, como colegio (Cfr. Act. 15), entonces están
asistidos por la luz del Espíritu (Cfr. Act. 15, 28). Algunas veces las decisiones las toma uno en
nombre de todos. Es el caso de Pedro que actúa como portavoz de ellos y de la Iglesia en
algunas cuestiones (Cfr. Act. 1, 15-22; 10, 1-11. 18; 4, 8-12; 5, 29-32). El había sido designado
por Jesús como piedra de la comunidad que él fundaría (Cfr. Mt. 16, 17-20), como responsable
de la fe de sus hermanos (Cfr. Lc. 22, 31-32). Después de la resurrección, Jesús le encarga de su
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quienes habiendo entrado en la comunidad rompen con sus opiniones su unidad, oponiéndose a
los que defienden íntegro el evangelio de Cristo. La lucha empieza ya con motivo de la admisión
por parte de Pedro de los paganos. La oposición crecerá y estallará años más tarde
violentamente, hasta el punto de tener que reunirse los responsables para tomar una decisión que
acalle los ánimos y clarifique las mentes (Cfr. Act. 15).
Más tarde empiezan a surgir errores de otro tipo, que ponen en peligro la integridad del
evangelio (Cfr. Col. 2, 4-15). Contra estos propagadores de sí mismos pone en guardia Pablo a
los representantes de las comunidades (Cfr. 1Tm. 6, 3-5). También en las comunidades fundadas
por Juan existe este peligro (Cfr. 2Jn. 7). Lo mismo sucede en las comunidades que proceden de
Pedro (Cfr. 2Pe. 2, 1). Todos ellos apelan de ordinario a las Escrituras para interpretarlas a su
antojo (Cfr. 2Pe. 3, 16).
A simple vista se diría que la Iglesia es uno más de los innumerables grupos que la
tendencia a la asociación propia del hombre ha formado para defender sus intereses con mayor
eficacia. Pero la Iglesia no es solamente una comunidad humana, en ella hay algo más. Existen
una srie de hechos atestiguados en el Nuevo Testamento que indican que en la comunidad
cristiana actúan fuerzas superiores a lo humano, que en ella está presente el poder de Dios. Esto
nos abre al misterio de la Iglesia.
en Cristo (Cfr. Rom. 6, 1-11), lo que les hace partícipes de la dignidad de templos en los que
habita Dios y el Espíritu (Cfr. 1Cor. 3, 16-17; 6, 19; Ef. 2, 21; 2Cor. 6, 16).
La Iglesia se describe como la esposa de Cristo (Cfr. Ap. 19, 5-9; 21, 1-27; 22, 17). Con
esta imagen se indica la preeminencia de Cristo sobre la Iglesia, la entrega de sí mismo a ella, el
amor y la unión que entre ellos existe, la sumisión y la fidelidad que la Iglesia le debe como
esposa (Cfr. 2Cor. 11, 2; Ef. 5, 22-23). Como esposa, en la Iglesia, Cristo deposita el germen de
la salvación que transforma a la humanidad, ella lo recibe, lo guarda y lo transmite al mundo.
Además de las imágenes, el Nuevo Testamento aplica a la comunidad algunos títulos que
indican más claramente la naturaleza y esencia de la misma, su relación con Dios y su unión con
Cristo.
Es la convocación santa (Cfr. Rom. 1, 1; 1Cor. 1, 1). Dios ha elegido y separado un
pueblo para sí y lo ha convocado para que le ofrezca el culto debido (Cfr. Ex. 12, 16; Lev. 23, 2-
4).
La comunidad formada por los santos. El término que se aplica en principio a la
comunidad de Jerusalén, se extiende después a todos los miembros de la Iglesia. El título
designa la elección de que han sido objeto por parte de Dios (Cfr. Rom. 1, 7; 1Cor. 1, 2), indica
que se hallan apartados de todo lo referente al pecado (Cfr. 1Tes. 4, 3), que participan de la
misma santidad de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 9; Ef. 2, 21), que están destinados a darle culto en espíritu
y en verdad ofreciéndose ellos mismos con Cristo en sacrificio (Cfr Rom. 12, 1; 15, 16).
A los miembros de la comunidad se les conoce con el nombre de cristianos (Cfr. Act. 11,
26). El nombre en sí es ya toda una definición. Son hombres que confiesan a Jesús de Nazaret
como Cristo, el ungido de Dios y el salvador de los hombres (Cfr. Act. 2, 36; 4, 11-12). A él se
han entregado y se han adherido al ser bautizados en su nombre (Cfr. Act. 11, 21- 24), por él
viven y para él mueren (Cfr. Rom. 14, 7-9).
La comunidad es designada con el nombre de Iglesia. Este término, en la traducción
griega del Antiguo Testamento designaba una reunión o asamblea del pueblo de tipo religioso o
cultual (Cfr. Dt. 23; 31, 30; 1Cr. 28, 8)Esta asamblea es convocada y elegida por Dios. Esta
misma palabra es la que utiliza Jesús para designar a la comunidad (Cfr. Mt. 16, 18; 18, 17).
Empleada en plural designa una asamblea concreta, en singular designa a la asamblea una y
única que existe esparcida por todo el mundo y que se halla encarnada en cada una de las
iglesias particulares.
Con este término la comunidad expresa su conciencia de ser la realización de la
94
asamblea santa del desierto (Cfr. Act. 7, 38), el nuevo pueblo de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 10).
Todos estos títulos se resumen en el de pueblo de Dios.
Desde el principio de la historia de la salvación el pueblo de Dios es una raza
determinada de hombres, los descendientes de Abrahám, que se convierten por elección de Dios
en un pueblo propiedad suya porque él lo ha liberado de la esclavitud de Egipto. Con este pueblo
se liga Dios por medio de la alianza, lo hace acreedor de las promesas dándole una tierra en que
habitar y una ley para regirse. Es un pueblo con una comunidad de destino que es la salvación.
Como este pueblo se manifiesta a lo largo de la historia infiel a Dios, éste determina crearse un
nuevo pueblo para los últimos tiempos. El Nuevo Testamento ve cumplida esta promesa del
nuevo pueblo de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 9-10).
Se sabe objeto de una nueva y más perfecta elección, de una alianza nueva, plena y
definitiva realizada por Cristo con su sangre. Esta alianza ya no es con una raza, sino con
"muchos" (Cfr. Mc. 10, 45; 14, 24), esto es, con todos. De aquí el paso que la comunidad
primitiva da de admitir a los paganos y de dirigirse a ellos cuando los judíos rechazan la buena
noticia que anuncian los cristianos (Cfr. Act. 10; 11, 19-30; 13, 46-48). Este pueblo tiene una ley
nueva, la del Espíritu, que habita en los corazones de los cristianos y les sugiere y enseña lo que
tienen que hacer (Cfr. Rom 8, 1-17). Esta ley se resume en el amor (Cfr. 1Cor. 13). los bienes
que este pueblo posee ya, aunque no en plenitud son: la herencia, la comunión con Dios, la
filiación divina (Cfr. Rom. 8, 14-25; 1Jn. 3, 1-6).
La reflexión cristiana no termina con el título de pueblo de Dios. Existe otro que
completa y la idea de pueblo de Dios al indicar su unión con Cristo y expresar la conciencia de
la íntima unión de los fieles entre sí. Es el título "Cuerpo de Cristo".
La expresión la emplea solamente san Pablo que en un primer estadio de su reflexión la
emplea como imagen (Cfr. 1Cor. 12, 12). Con ella se expresa la unión existente entre Cristo y
los cristianos y de estos entre sí. Esta unión comienza y se realiza en el bautismo (Cfr. 1Cor. 12,
13. 27) y se reafirma con la participación en la Eucaristía (Cfr. 1Cor. 10, 16-17). La unidad del
pan significa y realiza al mismo tiempo la unidad de los fieles con Cristo y entre sí. Tal es la
unión con Cristo, que el creyente se hace miembro de su cuerpo (Cfr. 1Cor. 6, 15-17).
En las cartas de la cautividad san Pablo lleva la reflexión sobre el misterio de Cristo más
lejos aún. En ellas la Iglesia aparece unida a Cristo como su propia prolongación o
complemento. Aquí ya no se trata simplemente de una imagen sino de una definición de la
Iglesia (Cfr. Ef. 1, 22-23). Cristo ha amado a su Iglesia y se ha entregado por ella (Cfr. Ef. 5, 25-
95
27). Así como el marido y la esposa son dos en una carne, así Cristo es uno con su Iglesia (Cfr.
Ef. 5, 28-29). Cristo, cabeza de la Iglesia, le da la vida, el aliento, la dirige y le da cohesión y
unión (Cfr. Ef. 4, 16; Col. 1, 13-19; 2, 16-19).
Cristo y la Iglesia forman una unidad estrecha. Todo lo que la Iglesia tiene y es lo recibe
de Cristo, que es su cabeza. La Iglesia es su prolongación visible en la tierra hasta que se dé la
consumación final de su misterio cuando el cuerpo de Cristo haya abrazado a toda la humanidad
y todo el cosmos y penetre con él definitivamente y se lo someta todo a Dios (Cfr. 1Cor. 15, 20-
28).
En ella ha existido ambición, orgullo, ansia de poder y de dominio. Han existido divisiones que
han desgarrado a la Iglesia. En esas divisiones ha brillado el poder de lo humano. Pero en ella ha
brillado sobre todo el poder de Dios, pues, a pesar de las divisiones, la Iglesia ha seguido su
camino de fidelidad a la verdad, una fidelidad dolorosa pero fecunda.
Ha conocido la persecución que intenta reducir al silencio a la comunidad cristiana. Pero
la palabra de Dios no está encadenada y la Iglesia ha seguido su camino de anuncio de la verdad,
de triunfo a través de la muerte.
En ella ha brillado la actuación de Dios en el testimonio de los mártires, en los frutos de
santidad y de conversión que ha provocado y producido, en la unidad que ha ido provocando a
lo largo de los siglos entre los hombres, superando todas las barreras que fueron cayendo a
medida que la Iglesia de Cristo animaba las distintas sociedades y culturas donde ha llegado.
Para tener una imagen completa de lo que es la Iglesia hemos de estudiar lo que esta
comunidad realiza en el mundo, el fin para el que ha sido formada y el modo peculiar de llevarlo
a cabo. El análisis de la obra de la Iglesia nos descubrirá con mayor claridad su íntima unión con
Dios, su misterio.
Jesús ha sido y sigue siendo el primer glorificador del Padre. Toda gloria que quiera
darse a Dios, tiene que pasar por él. Esta es la fe de la comunidad cristiana primitiva, expresada
en numerosas doxologías (Cfr. Rom. 16, 25. 27).
Por el bautismo el creyente acepta a Cristo y se consagra a su servicio (Cfr. 1Cor. 1, 30-
32) hasta el punto de no vivir él sino Cristo en él (Cfr. Gal. 2, 20). Desde este momento y debido
a esta inserción, la comunidad de los creyentes es el ámbito privilegiado de la alabanza de Dios,
es como la expansión de la glorificación realizada por Cristo (Cfr. Ef. 3, 20-21).
La Iglesia realiza esta glorificación de Dios de múltiples maneras. Cuando la primera
carta de Pedro define a la comunidad cristiana como pueblo sacerdotal, las resume de la
siguiente forma: pregonar las excelencias de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 9) y ofrecer sacrificios
espirituales aceptos a Dios por Jesucristo (Cfr. 1Pe. 2, 6).
La misión fundamental de la Iglesia es anunciar el evangelio, pregonar la buena noticia
de la salvación de los hombres en y por Jesucristo. Este anuncio se traduce en alabanza y acción
de gracias que constituyen la glorificación (Cfr. Jn. 14, 26-27; 16, 14-15; Act. 13, 48; 2Cor. 4,
13-15).
La predicación del evangelio suscita en los oyentes la aceptación del mismo. La fe, con
su sello que es el bautismo, consagra la entrega del hombre a Dios (Cfr. 2Tes. 3, 1).
Junto al anuncio de la salvación, la Iglesia ofrece a Dios un culto espiritual que tiene
múltiples manifestaciones: la celebración de la cena del Señor es la primera y principal dado que
ella es por sí misma el auncio de la muerte de Cristo, la consumación de su obra salvadora y
glorificadora (Cfr. 1Cor. 11, 26). Esta salvación va acompañada de la exposición de las obras de
Dios en el Antiguo Testamento y de Cristo durante su vida (Cfr. Act. 2, 42; 20, 7-12). Es una
celebración que suscita la alabanza y la acción de gracias. Se trata de la Eucaristía.
El culto se continúa en la oración de la comunidad (Cfr. Ef. 5, 18-20; Heb. 13, 15; 1Cor.
10, 31; Rom. 12, 1; 1Cor. 6, 20).
Se manifiesta en la unión de los creyentes entre sí y en la caridad en cualquiera de sus
manifestaciones (Cfr. Rom. 15, 5-7).
Como en Cristo la expresión máxima de la glorificación del Padre fue la aceptación de la
muerte, así también la expresión última del culto cristiano y de la glorificación de Dios por la
Iglesia es la muerte, sobre todo en testimonio del evangelio (Cfr. Jn. 21, 18-19).
En lo que se refiere a las garantías de esa fidelidad hay que decir que Jesús no ha podido
dejar desamparada a su comunidad en asunto de tanta importancia. El anuncio del evangelio es
la tarea prioritaria de la Iglesia y la condición para que los hombres se salven. Si la Iglesia falla
en esta tarea evacua la cruz de Cristo (Cfr. 1Cor. 1, 17) y llevaría a los hombres por caminos que
no conducen a la salvación. Si Cristo es quien es, y si algo puede, no puede dejar desamparada a
la Iglesia. Así, en el desarrollo de su misión, promete su asistencia (Cfr. Mt. 28, 20). La fórmula
está tomada del Antiguo Testamento. Expresa la presencia eficaz de Yahveh cuando elige a
alguien para una misión concreta. Se trata de una presencia que asegura el éxito de la misión
(Cfr. Ex. 3, 13; Jos. 1, 5; Jer. 1, 8. 19). Jesús resucitado, en virtud del poder que le ha sido dado,
encomienda a la Iglesia la misión de hacer discípulos a todas las gentes (Cfr. Mt. 28, 18-19). Su
presencia hasta el final de los siglos asegura el éxito y la fidelidad en el desempeño de esta
misión y asegura también una mejor inteligencia de la revelación (Cfr. Jn. 16, 25).
También el Espíritu Santo que Jesús promete y que después de resucitado envía a la
Iglesia garantiza la fidelidad. El Espíritu recuerda lo que Jesús ha dicho, hace penetrar su palabra
(Cfr. Jn. 14, 26; 16, 13-15). Este Espíritu ha sido derramado sobre toda la Iglesia, por tanto, toda
ella tiene la misma garantía de su perenne fidelidad a la palabra recibida.
Pero esta garantía es de orden divino, invisible, interno, espiritual y la comunidad
humana necesita también garantías externas, signos visibles de la garantía espiritual. El primer
signo visible es la tradición. El evangelio es anuncio que se va transmitiendo de padres a hijos,
de generación en generación. esta transmisión tiene unos testigos de los hechos acaecidos (Cfr.
Act. 1, 21-26). Estos testigos tienen un empeño consciente por mantenerse fieles (Cfr. 1Cor. 4,
1-2). Para los momentos en que ellos fallen eligen sustitutos, en los que exigen como primera
cualidad el ser hombres fieles, capaces de transmitir a otros fielmente las enseñanzas que han
recibido (Cfr. 1Tim. 2, 1-2). Esta transmisión se halla también bajo el influjo y la asistencia del
Espíritu Santo y del mismo Cristo ya que si a toda la Iglesia se da, existe también en los que
forman la cadena de la tradición. Esta tradición ha adquirido una forma escrita en un momento
concreto en una serie de libros inspirados por Dios que recogen fielmente la palabra transmitida.
Así pues, la Escritura es norma y garantía de la fidelidad de la Iglesia. Esta debe dejarse juzgar
siempre, en su transmisión, por la Escritura (Cfr. 2Tim. 3, 14-15).
El segundo signo visible y garantía externa de la fidelidad son los responsables de la
comunidad, la jerarquía. A estos se les ha encomendado de una manera peculiar el ministerio de
la palabra, el anuncio del evangelio. A ellos se les ha prometido de una manera específica la
100
asistencia de Cristo y del Espíritu Santo para el desempeño de ese ministerio (Cfr. Mt. 28, 16).
Ellos son los primeros representantes de esa tradición guiada por el Espíritu. Son los encargados
de velar por la pureza de la fe en la comunidad y de juzgar de la fidelidad o no al evangelio de
las doctrinas que se proponen. El caso más claro de ejercicio de esta potestad lo da la reunión de
Jerusalén relatada en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles en que los apóstoles
someten a juicio una doctrina clave para la comunidad. Pero el ejercicio descansa sobre la
palabra de Jesús dirigida a un doble sujeto: por una parte a Pedro, como jefe supremo de la
comunidad encargado de confirmar en la fe a sus hermanos (Cfr. Mt. 16, 17-19; Jn. 21, 15ss.) y
por otra al grupo de los 12 incluído Pedro (Cfr. Mt. 18, 18).
La Iglesia realiza esta intervención por la palabra y por los signos. Estos signos,
acompañados de palabras, son los sacramentos. En ellos aparece y se expresa la Iglesia tal como
ella es. Es la economía correspondiente a este periodo de la historia de la salvación ya que es el
tiempo de la Iglesia en que la salvación está ya realizada pero oculta al mismo tiempo (Cfr. 1Jn.
3, 2; Col. 3, 4). A través de la comunidad cristiana Dios sigue actuando entre nosotros de la
misma forma que intervino en el pueblo elegido en la etapa preparatoria y en la misma vida de
Cristo en el periodo de la realización. Los signos llevan el sello de la forma humana de la
Iglesia. Son externos, visibles, desproporcionados al efecto que producen. Revelan y ocultan la
intervención de Dios. Entre estos signos merecen atención especial el bautismo y la eucaristía
que sintentizan la intervención fundamental de Dios en la vida de los hombres, a través de la
Iglesia.
El bautismo supone una intervención por parte de Dios que equivale a una nueva
creación. El hombre después del bautismo surge como una nueva criatura. El Espíritu y el agua
han realizado en él un hombre nuevo, equivalente a la intervención fundamental de Dios que en
el origen de los tiempos hizo surgir los seres del abismo por obra del Espíritu (Cfr. 2Cor. 5, 17).
En él se establece un juicio de Dios sobre el pecado en el que el hombre sale salvado del
baño bautismal por el poder de Dios y el pecado queda anegado (Cfr. 1Pe. 3, 21).
Gracias al bautismo Dios establece con el hombre una alianza que importa una
comunidad de vida hasta el punto de que el hombre se hace ya no solo miembro del pueblo de
Dios, sino participante de su misma vida y de su misma familia: hijo suyo (Cfr. Rom. 8, 4-17).
La alianza lleva también consigo una presencia de Dios en el hombre que se convierte así en
templo de Dios (Cfr. Jn. 14, 3; 2Cor. 6, 16). Esta nueva alianza hace de la Iglesia comunidad de
los bautizados, un nuevo pueblo de Dios consagrado a su servicio, establece entre ellos una
unidad indisoluble con los vínculos del amor. Pone en este pueblo una nueva ley que es la del
Espíritu de vida (Cfr. Rom. 8, 1-3), la ley del amor en su doble vertiente, la que se dirige a Dios
y la que, como signo visible se dirige a los hermanos (Cfr. 1Jn. 4, 20-21; Rom. 5, 5). Da a este
pueblo de Dios un nuevo conocimiento suyo (1Jn. 4, 7).
Esta nueva vida y nueva alianza se robustece con la participación en la eucaristía que es
como el nuevo maná que Dios ha preparado para su pueblo (Cfr. Jn. 6, 32-33. 35. 48-49. 53. 55).
En la eucaristía se bebe la sangre de Cristo que quita el pecado del mundo, que significa y
realiza la comunión de vida entre Dios y el pueblo (Cfr. Jn. 6; Lc. 22, 19-20; 1Cor. 11, 23-26).
Los signos, al mismo tiempo que memorial de las intervenciones de Dios, son profecía
102
Introducción
Cristo, en su misterio pascual, ha revelado el misterio de Dios, ha glorificado al Padre y
ha operado la liberación de los hombres restableciendo la amistad de los hombres con Dios.
La realización de la salvación no ha coincidido con el fin del mundo como anhelaban los
judíos. La instauración gloriosa y patente del reino de Dios no se ha realizado aun.
Así se cumple la ley de la dilación expresada en 2Pe. 3, 8-9 para tranquilizar a los
espíritus inquietos de su tiempo. Esta dilación es signo de la paciencia de Dios. La humanidad
posterior al hecho fundamental de la salvación no podía quedar abandonada a su suerte, como no
103
y señor, que ha sido resucitado de entre los muertos, que se halla sentado a la derecha del Padre,
que es el Hijo de Dios. Como signo y ratificación de esta adhesión a Jesús deben recibir el
bautismo en su nombre (Cfr. Act. 2, 38) por el que se les concede el perdón de los pecados y se
hacen acreedores del Espíritu (Cfr. Act. 2, 38).
En la comunidad se nota desde el primer momento un afán proselitista. Los primeros son
los mismos apóstoles que siempre que tienen ocasión dan testimonio ante el pueblo de su propia
fe, de la resurrección de Jesús, testimonio que llevan hasta el mismo sanedrín (Cfr. Act. 4, 8-12).
El mismo afán prende más tarde en otros miembros de la comunidad, entre ellos, el
diácono Esteban, que pagará con su vida (Cfr. Act. 7, 7-8. 60). La persecución contribuye a la
expansión de la comunidad al obligar a muchos a huir de Jerusalén. Estos, con su huida,
anuncian su fe en nuevas regiones (Cfr. Act. 8, 4ss.; 9, 31; 11, 19).
Este afán proselitista no conoce fronteras territoriales. Precisamente quien más va a
contribuir a esta expansión fuera de los limites de Palestina va a ser el mismo Pablo, el
perseguidor, convertido en el camino de Damasco. Después de un tiempo de ocultamiento que
sigue a su conversión, se lanzará a anunciar el evangelio de la buena noticia de la salvación. Así,
las ciudades más importantes de Asia Menor y Grecia reciben el anuncio de la salvación y
surgen en ellas nuevas comunidades cristianas.
Si no conoce fronteras territoriales, tampoco las conoce de orden social. A las primeras
comunidades se agregan desde el primer momento personas principales (Cfr. Act. 10; 13, 12; 8,
26ss.; 6, 7). Y se agregan también y sobre todo, gentes de condición modesta, como dice Pablo a
la comunidad cristiana de Corinto (Cfr. 1Cor. 1, 20-31).
También se rompen pronto las barreras que dividen a los hombres en el orden religioso,
seguramente las más difíciles de superar. Nadie se había atrevido a enfrentarse con el problema
de la agregación o de la admisión de los paganos. Es Pedro el primero en dar este paso, inaudito
para una mentalidad judía, por lo cual necesita ser advertido expresamente por una visión y
contemplar el fenómeno de la infusión del Espíritu sobre el centurión Cornelio y su familia
relatado en Act. 10. Más tarde los huidos por la persecución empiezan a anunciar el mensaje a
los griegos (Cfr. Act. 11, 19-26). Este paso se realiza en un contexto de oposición (Cfr. Act. 11,
5ss.) que provocará numerosos conflictos en las primeras comunidades cristianas. Este paso
llevaba implícita la ruptura de la nueva comunidad con el judaísmo.
Varios textos del libro de los Hechos de los Apóstoles resumen el estilo de vida de la
primera comunidad cristiana (Cfr. Act. 2, 42).
105
Pablo exhorta a las comunidades por él fundadas a permanecer en la oración (Cfr. Flp. 4,
6). Lo mismo los demás apóstoles (Cfr. 1Pe. 3, 7; 4, 7; St. 5, 3-18; 1Jn. 5, 13-15).
La oración es obra del Espíritu en el creyente (Cfr. Rom. 8, 26-27). Pero al mismo
tiempo al creyente le es dado el Espíritu en virtud de la oración (Cfr. Act. 8, 15-17).
La comunidad cristiana también conoce el pecado en sus miembros. Lo conoce incluso
después de hallarse asistida por el Espíritu Santo y por la presencia del Señor resucitado, a pesar
de participar en la fracción del pan y en la oración. Pedro es débil (Cfr. Gal. 2, 11-14). Pablo y
Bernabé discuten hasta el punto de tener que separarse en su misión apostólica (Cfr. Act. 15, 36-
40). En la comunidad cristiana existe también la ambición (Cfr. Act. 8, 18-24) y el fraude (Cfr.
Act. 5, 1-11). existe el pecado moral como atestigua Pablo escribiendo a la comunidad de
Corinto (Cfr. 2Cor. 12, 20-21). La misma celebración de los ágapes y de la fracción del pan se
presta a abusos (Cfr. 1Cor. 11, 21). La misma comunidad de Corinto, enriquecida con
abundantes dones del Espíritu (Cfr. 1Cor. 12-14) conoce la división (Cfr. 1Cor. 1, 11-12). Este es
el pecado más doloroso, pues atenta contra la esencia misma de la comunidad, que es la unidad
y el amor, en la que Jesús ha puesto toda su ilusión (Cfr. Jn. 17, 11. 20-23; 15, 12. 17).
La comunidad cristiana no ha sido nunca una comunidad amorfa. Desde el principio de
su existencia se halla estructurada y organizada. En primer lugar existe en ella una diversidad de
oficios y ministerios. Al principio se concentran todos en los apóstoles, pero poco a poco estos
van dejando ministerios en manos de otros, reservándose algunos para ellos. Así ellos presiden
la fracción del pan, se reservan el ministerio de la palabra y de la imposición de manos (Cfr. Act.
2, 42; 6, 2; 8, 14-17). Cuando los apóstoles tienen que abandonar algunas comunidades fundadas
por ellos, dejan encargados de las mismas y al frente de ellas a hombres escogidos y probados
(Cfr. Act. 14, 23). Los apóstoles les encargan velar por los fieles que se les han encomendado,
por la pureza de la doctrina y por la vida santa de la comunidad (Cfr. 1Tm. 4, 11. 13; 2Tm. 4, 1-
2. 5).
Al frente de la comunidad universal, la católica, están los apóstoles. Cuando hay que
tomar decisiones importantes actúan como cuerpo, como colegio (Cfr. Act. 15), entonces están
asistidos por la luz del Espíritu (Cfr. Act. 15, 28). Algunas veces las decisiones las toma uno en
nombre de todos. Es el caso de Pedro que actúa como portavoz de ellos y de la Iglesia en
algunas cuestiones (Cfr. Act. 1, 15-22; 10, 1-11. 18; 4, 8-12; 5, 29-32). El había sido designado
por Jesús como piedra de la comunidad que él fundaría (Cfr. Mt. 16, 17-20), como responsable
de la fe de sus hermanos (Cfr. Lc. 22, 31-32). Después de la resurrección, Jesús le encarga de su
107
quienes habiendo entrado en la comunidad rompen con sus opiniones su unidad, oponiéndose a
los que defienden íntegro el evangelio de Cristo. La lucha empieza ya con motivo de la admisión
por parte de Pedro de los paganos. La oposición crecerá y estallará años más tarde
violentamente, hasta el punto de tener que reunirse los responsables para tomar una decisión que
acalle los ánimos y clarifique las mentes (Cfr. Act. 15).
Más tarde empiezan a surgir errores de otro tipo, que ponen en peligro la integridad del
evangelio (Cfr. Col. 2, 4-15). Contra estos propagadores de sí mismos pone en guardia Pablo a
los representantes de las comunidades (Cfr. 1Tm. 6, 3-5). También en las comunidades fundadas
por Juan existe este peligro (Cfr. 2Jn. 7). Lo mismo sucede en las comunidades que proceden de
Pedro (Cfr. 2Pe. 2, 1). Todos ellos apelan de ordinario a las Escrituras para interpretarlas a su
antojo (Cfr. 2Pe. 3, 16).
A simple vista se diría que la Iglesia es uno más de los innumerables grupos que la
tendencia a la asociación propia del hombre ha formado para defender sus intereses con mayor
109
eficacia. Pero la Iglesia no es solamente una comunidad humana, en ella hay algo más. Existen
una srie de hechos atestiguados en el Nuevo Testamento que indican que en la comunidad
cristiana actúan fuerzas superiores a lo humano, que en ella está presente el poder de Dios. Esto
nos abre al misterio de la Iglesia.
miembros mediante el bautismo y la imposición de manos por parte de los responsables (Cfr.
Act. 2, 38; 8, 14-17; Ef. 19, 1-2. 5-6).
El Espíritu dirige la actividad misionera de los apóstoles (Cfr. Act. 8, 29. 39; 13, 2). El
Espíritu predice lo que va a ocurrir (Cfr. Act. 11, 28; 20, 22-23; 21, 10-14). Se identifica con la
Iglelsia de tal manera que mentir a los apóstoles y al Espíritu es lo mismo (Cfr. Act. 5, 3-9), el
testimonio de ambos es el mismo (Cfr. Act. 5, 32).
El Espíritu enriquece a la Iglesia con múltiples dones para su edificación (Cfr. 1Cor. 12,
4. 7). Y él que es la fuente de la santidad santifica a la Iglesia consagrándola para el servicio de
Dios y transformando su vida de carnal en espiritual (Cfr. Rom. 8, 1-2. 5. 9. 11. 14).
La comunidad experimenta el amor del Padre y su unión con él que está en el origen de
la obra salvadora de Cristo. Está en el origen de su misión y de la efusión del Espíritu (Cfr. Jn. 3,
16; 4, 9-10).
casa espiritual (Cfr. 1Pe. 2, 5). Con esta imagen, al aspecto de edificación se añade el de familia
de Dios. Dios es el Padre que cuida de toda su casa y al frente de ella ha puesto a su Hijo. Todos
son ya hijos suyos y herederos con Cristo de la hacienda del Padre (Cfr. Rom. 8, 14-17).
La comunidad de creyentes es el templo de Dios. Propiamente hablando el templo de
Dios es el cuerpo de Cristo resucitado (Cfr. Jn. 2, 13-22). Pero los creyentes han sido insertados
en Cristo (Cfr. Rom. 6, 1-11), lo que les hace partícipes de la dignidad de templos en los que
habita Dios y el Espíritu (Cfr. 1Cor. 3, 16-17; 6, 19; Ef. 2, 21; 2Cor. 6, 16).
La Iglesia se describe como la esposa de Cristo (Cfr. Ap. 19, 5-9; 21, 1-27; 22, 17). Con
esta imagen se indica la preeminencia de Cristo sobre la Iglesia, la entrega de sí mismo a ella, el
amor y la unión que entre ellos existe, la sumisión y la fidelidad que la Iglesia le debe como
esposa (Cfr. 2Cor. 11, 2; Ef. 5, 22-23). Como esposa, en la Iglesia, Cristo deposita el germen de
la salvación que transforma a la humanidad, ella lo recibe, lo guarda y lo transmite al mundo.
Además de las imágenes, el Nuevo Testamento aplica a la comunidad algunos títulos que
indican más claramente la naturaleza y esencia de la misma, su relación con Dios y su unión con
Cristo.
Es la convocación santa (Cfr. Rom. 1, 1; 1Cor. 1, 1). Dios ha elegido y separado un
pueblo para sí y lo ha convocado para que le ofrezca el culto debido (Cfr. Ex. 12, 16; Lev. 23, 2-
4).
La comunidad formada por los santos. El término que se aplica en principio a la
comunidad de Jerusalén, se extiende después a todos los miembros de la Iglesia. El título
designa la elección de que han sido objeto por parte de Dios (Cfr. Rom. 1, 7; 1Cor. 1, 2), indica
que se hallan apartados de todo lo referente al pecado (Cfr. 1Tes. 4, 3), que participan de la
misma santidad de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 9; Ef. 2, 21), que están destinados a darle culto en espíritu
y en verdad ofreciéndose ellos mismos con Cristo en sacrificio (Cfr Rom. 12, 1; 15, 16).
A los miembros de la comunidad se les conoce con el nombre de cristianos (Cfr. Act. 11,
26). El nombre en sí es ya toda una definición. Son hombres que confiesan a Jesús de Nazaret
como Cristo, el ungido de Dios y el salvador de los hombres (Cfr. Act. 2, 36; 4, 11-12). A él se
han entregado y se han adherido al ser bautizados en su nombre (Cfr. Act. 11, 21- 24), por él
viven y para él mueren (Cfr. Rom. 14, 7-9).
La comunidad es designada con el nombre de Iglesia. Este término, en la traducción
griega del Antiguo Testamento designaba una reunión o asamblea del pueblo de tipo religioso o
cultual (Cfr. Dt. 23; 31, 30; 1Cr. 28, 8)Esta asamblea es convocada y elegida por Dios. Esta
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misma palabra es la que utiliza Jesús para designar a la comunidad (Cfr. Mt. 16, 18; 18, 17).
Empleada en plural designa una asamblea concreta, en singular designa a la asamblea una y
única que existe esparcida por todo el mundo y que se halla encarnada en cada una de las
iglesias particulares.
Con este término la comunidad expresa su conciencia de ser la realización de la
asamblea santa del desierto (Cfr. Act. 7, 38), el nuevo pueblo de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 10).
Todos estos títulos se resumen en el de pueblo de Dios.
Desde el principio de la historia de la salvación el pueblo de Dios es una raza
determinada de hombres, los descendientes de Abrahám, que se convierten por elección de Dios
en un pueblo propiedad suya porque él lo ha liberado de la esclavitud de Egipto. Con este pueblo
se liga Dios por medio de la alianza, lo hace acreedor de las promesas dándole una tierra en que
habitar y una ley para regirse. Es un pueblo con una comunidad de destino que es la salvación.
Como este pueblo se manifiesta a lo largo de la historia infiel a Dios, éste determina crearse un
nuevo pueblo para los últimos tiempos. El Nuevo Testamento ve cumplida esta promesa del
nuevo pueblo de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 9-10).
Se sabe objeto de una nueva y más perfecta elección, de una alianza nueva, plena y
definitiva realizada por Cristo con su sangre. Esta alianza ya no es con una raza, sino con
"muchos" (Cfr. Mc. 10, 45; 14, 24), esto es, con todos. De aquí el paso que la comunidad
primitiva da de admitir a los paganos y de dirigirse a ellos cuando los judíos rechazan la buena
noticia que anuncian los cristianos (Cfr. Act. 10; 11, 19-30; 13, 46-48). Este pueblo tiene una ley
nueva, la del Espíritu, que habita en los corazones de los cristianos y les sugiere y enseña lo que
tienen que hacer (Cfr. Rom 8, 1-17). Esta ley se resume en el amor (Cfr. 1Cor. 13). los bienes
que este pueblo posee ya, aunque no en plenitud son: la herencia, la comunión con Dios, la
filiación divina (Cfr. Rom. 8, 14-25; 1Jn. 3, 1-6).
La reflexión cristiana no termina con el título de pueblo de Dios. Existe otro que
completa y la idea de pueblo de Dios al indicar su unión con Cristo y expresar la conciencia de
la íntima unión de los fieles entre sí. Es el título "Cuerpo de Cristo".
La expresión la emplea solamente san Pablo que en un primer estadio de su reflexión la
emplea como imagen (Cfr. 1Cor. 12, 12). Con ella se expresa la unión existente entre Cristo y
los cristianos y de estos entre sí. Esta unión comienza y se realiza en el bautismo (Cfr. 1Cor. 12,
13. 27) y se reafirma con la participación en la Eucaristía (Cfr. 1Cor. 10, 16-17). La unidad del
pan significa y realiza al mismo tiempo la unidad de los fieles con Cristo y entre sí. Tal es la
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unión con Cristo, que el creyente se hace miembro de su cuerpo (Cfr. 1Cor. 6, 15-17).
En las cartas de la cautividad san Pablo lleva la reflexión sobre el misterio de Cristo más
lejos aún. En ellas la Iglesia aparece unida a Cristo como su propia prolongación o
complemento. Aquí ya no se trata simplemente de una imagen sino de una definición de la
Iglesia (Cfr. Ef. 1, 22-23). Cristo ha amado a su Iglesia y se ha entregado por ella (Cfr. Ef. 5, 25-
27). Así como el marido y la esposa son dos en una carne, así Cristo es uno con su Iglesia (Cfr.
Ef. 5, 28-29). Cristo, cabeza de la Iglesia, le da la vida, el aliento, la dirige y le da cohesión y
unión (Cfr. Ef. 4, 16; Col. 1, 13-19; 2, 16-19).
Cristo y la Iglesia forman una unidad estrecha. Todo lo que la Iglesia tiene y es lo recibe
de Cristo, que es su cabeza. La Iglesia es su prolongación visible en la tierra hasta que se dé la
consumación final de su misterio cuando el cuerpo de Cristo haya abrazado a toda la humanidad
y todo el cosmos y penetre con él definitivamente y se lo someta todo a Dios (Cfr. 1Cor. 15, 20-
28).
Para tener una imagen completa de lo que es la Iglesia hemos de estudiar lo que esta
comunidad realiza en el mundo, el fin para el que ha sido formada y el modo peculiar de llevarlo
a cabo. El análisis de la obra de la Iglesia nos descubrirá con mayor claridad su íntima unión con
Dios, su misterio.
Jesús ha sido y sigue siendo el primer glorificador del Padre. Toda gloria que quiera
darse a Dios, tiene que pasar por él. Esta es la fe de la comunidad cristiana primitiva, expresada
en numerosas doxologías (Cfr. Rom. 16, 25. 27).
Por el bautismo el creyente acepta a Cristo y se consagra a su servicio (Cfr. 1Cor. 1, 30-
32) hasta el punto de no vivir él sino Cristo en él (Cfr. Gal. 2, 20). Desde este momento y debido
a esta inserción, la comunidad de los creyentes es el ámbito privilegiado de la alabanza de Dios,
es como la expansión de la glorificación realizada por Cristo (Cfr. Ef. 3, 20-21).
La Iglesia realiza esta glorificación de Dios de múltiples maneras. Cuando la primera
carta de Pedro define a la comunidad cristiana como pueblo sacerdotal, las resume de la
siguiente forma: pregonar las excelencias de Dios (Cfr. 1Pe. 2, 9) y ofrecer sacrificios
espirituales aceptos a Dios por Jesucristo (Cfr. 1Pe. 2, 6).
La misión fundamental de la Iglesia es anunciar el evangelio, pregonar la buena noticia
de la salvación de los hombres en y por Jesucristo. Este anuncio se traduce en alabanza y acción
de gracias que constituyen la glorificación (Cfr. Jn. 14, 26-27; 16, 14-15; Act. 13, 48; 2Cor. 4,
13-15).
La predicación del evangelio suscita en los oyentes la aceptación del mismo. La fe, con
su sello que es el bautismo, consagra la entrega del hombre a Dios (Cfr. 2Tes. 3, 1).
Junto al anuncio de la salvación, la Iglesia ofrece a Dios un culto espiritual que tiene
múltiples manifestaciones: la celebración de la cena del Señor es la primera y principal dado que
ella es por sí misma el auncio de la muerte de Cristo, la consumación de su obra salvadora y
glorificadora (Cfr. 1Cor. 11, 26). Esta salvación va acompañada de la exposición de las obras de
Dios en el Antiguo Testamento y de Cristo durante su vida (Cfr. Act. 2, 42; 20, 7-12). Es una
celebración que suscita la alabanza y la acción de gracias. Se trata de la Eucaristía.
El culto se continúa en la oración de la comunidad (Cfr. Ef. 5, 18-20; Heb. 13, 15; 1Cor.
10, 31; Rom. 12, 1; 1Cor. 6, 20).
Se manifiesta en la unión de los creyentes entre sí y en la caridad en cualquiera de sus
manifestaciones (Cfr. Rom. 15, 5-7).
Como en Cristo la expresión máxima de la glorificación del Padre fue la aceptación de la
muerte, así también la expresión última del culto cristiano y de la glorificación de Dios por la
Iglesia es la muerte, sobre todo en testimonio del evangelio (Cfr. Jn. 21, 18-19).
En lo que se refiere a las garantías de esa fidelidad hay que decir que Jesús no ha podido
dejar desamparada a su comunidad en asunto de tanta importancia. El anuncio del evangelio es
la tarea prioritaria de la Iglesia y la condición para que los hombres se salven. Si la Iglesia falla
en esta tarea evacua la cruz de Cristo (Cfr. 1Cor. 1, 17) y llevaría a los hombres por caminos que
no conducen a la salvación. Si Cristo es quien es, y si algo puede, no puede dejar desamparada a
la Iglesia. Así, en el desarrollo de su misión, promete su asistencia (Cfr. Mt. 28, 20). La fórmula
está tomada del Antiguo Testamento. Expresa la presencia eficaz de Yahveh cuando elige a
alguien para una misión concreta. Se trata de una presencia que asegura el éxito de la misión
(Cfr. Ex. 3, 13; Jos. 1, 5; Jer. 1, 8. 19). Jesús resucitado, en virtud del poder que le ha sido dado,
encomienda a la Iglesia la misión de hacer discípulos a todas las gentes (Cfr. Mt. 28, 18-19). Su
presencia hasta el final de los siglos asegura el éxito y la fidelidad en el desempeño de esta
misión y asegura también una mejor inteligencia de la revelación (Cfr. Jn. 16, 25).
También el Espíritu Santo que Jesús promete y que después de resucitado envía a la
Iglesia garantiza la fidelidad. El Espíritu recuerda lo que Jesús ha dicho, hace penetrar su palabra
(Cfr. Jn. 14, 26; 16, 13-15). Este Espíritu ha sido derramado sobre toda la Iglesia, por tanto, toda
ella tiene la misma garantía de su perenne fidelidad a la palabra recibida.
Pero esta garantía es de orden divino, invisible, interno, espiritual y la comunidad
humana necesita también garantías externas, signos visibles de la garantía espiritual. El primer
signo visible es la tradición. El evangelio es anuncio que se va transmitiendo de padres a hijos,
de generación en generación. esta transmisión tiene unos testigos de los hechos acaecidos (Cfr.
Act. 1, 21-26). Estos testigos tienen un empeño consciente por mantenerse fieles (Cfr. 1Cor. 4,
1-2). Para los momentos en que ellos fallen eligen sustitutos, en los que exigen como primera
cualidad el ser hombres fieles, capaces de transmitir a otros fielmente las enseñanzas que han
recibido (Cfr. 1Tim. 2, 1-2). Esta transmisión se halla también bajo el influjo y la asistencia del
Espíritu Santo y del mismo Cristo ya que si a toda la Iglesia se da, existe también en los que
forman la cadena de la tradición. Esta tradición ha adquirido una forma escrita en un momento
concreto en una serie de libros inspirados por Dios que recogen fielmente la palabra transmitida.
Así pues, la Escritura es norma y garantía de la fidelidad de la Iglesia. Esta debe dejarse juzgar
siempre, en su transmisión, por la Escritura (Cfr. 2Tim. 3, 14-15).
El segundo signo visible y garantía externa de la fidelidad son los responsables de la
comunidad, la jerarquía. A estos se les ha encomendado de una manera peculiar el ministerio de
la palabra, el anuncio del evangelio. A ellos se les ha prometido de una manera específica la
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asistencia de Cristo y del Espíritu Santo para el desempeño de ese ministerio (Cfr. Mt. 28, 16).
Ellos son los primeros representantes de esa tradición guiada por el Espíritu. Son los encargados
de velar por la pureza de la fe en la comunidad y de juzgar de la fidelidad o no al evangelio de
las doctrinas que se proponen. El caso más claro de ejercicio de esta potestad lo da la reunión de
Jerusalén relatada en el capítulo 15 del libro de los Hechos de los Apóstoles en que los apóstoles
someten a juicio una doctrina clave para la comunidad. Pero el ejercicio descansa sobre la
palabra de Jesús dirigida a un doble sujeto: por una parte a Pedro, como jefe supremo de la
comunidad encargado de confirmar en la fe a sus hermanos (Cfr. Mt. 16, 17-19; Jn. 21, 15ss.) y
por otra al grupo de los 12 incluído Pedro (Cfr. Mt. 18, 18).
La Iglesia realiza esta intervención por la palabra y por los signos. Estos signos,
acompañados de palabras, son los sacramentos. En ellos aparece y se expresa la Iglesia tal como
ella es. Es la economía correspondiente a este periodo de la historia de la salvación ya que es el
tiempo de la Iglesia en que la salvación está ya realizada pero oculta al mismo tiempo (Cfr. 1Jn.
3, 2; Col. 3, 4). A través de la comunidad cristiana Dios sigue actuando entre nosotros de la
misma forma que intervino en el pueblo elegido en la etapa preparatoria y en la misma vida de
Cristo en el periodo de la realización. Los signos llevan el sello de la forma humana de la
Iglesia. Son externos, visibles, desproporcionados al efecto que producen. Revelan y ocultan la
intervención de Dios. Entre estos signos merecen atención especial el bautismo y la eucaristía
que sintentizan la intervención fundamental de Dios en la vida de los hombres, a través de la
Iglesia.
El bautismo supone una intervención por parte de Dios que equivale a una nueva
creación. El hombre después del bautismo surge como una nueva criatura. El Espíritu y el agua
han realizado en él un hombre nuevo, equivalente a la intervención fundamental de Dios que en
el origen de los tiempos hizo surgir los seres del abismo por obra del Espíritu (Cfr. 2Cor. 5, 17).
En él se establece un juicio de Dios sobre el pecado en el que el hombre sale salvado del
baño bautismal por el poder de Dios y el pecado queda anegado (Cfr. 1Pe. 3, 21).
Gracias al bautismo Dios establece con el hombre una alianza que importa una
comunidad de vida hasta el punto de que el hombre se hace ya no solo miembro del pueblo de
Dios, sino participante de su misma vida y de su misma familia: hijo suyo (Cfr. Rom. 8, 4-17).
La alianza lleva también consigo una presencia de Dios en el hombre que se convierte así en
templo de Dios (Cfr. Jn. 14, 3; 2Cor. 6, 16). Esta nueva alianza hace de la Iglesia comunidad de
los bautizados, un nuevo pueblo de Dios consagrado a su servicio, establece entre ellos una
unidad indisoluble con los vínculos del amor. Pone en este pueblo una nueva ley que es la del
Espíritu de vida (Cfr. Rom. 8, 1-3), la ley del amor en su doble vertiente, la que se dirige a Dios
y la que, como signo visible se dirige a los hermanos (Cfr. 1Jn. 4, 20-21; Rom. 5, 5). Da a este
pueblo de Dios un nuevo conocimiento suyo (1Jn. 4, 7).
Esta nueva vida y nueva alianza se robustece con la participación en la eucaristía que es
como el nuevo maná que Dios ha preparado para su pueblo (Cfr. Jn. 6, 32-33. 35. 48-49. 53. 55).
En la eucaristía se bebe la sangre de Cristo que quita el pecado del mundo, que significa y
realiza la comunión de vida entre Dios y el pueblo (Cfr. Jn. 6; Lc. 22, 19-20; 1Cor. 11, 23-26).
Los signos, al mismo tiempo que memorial de las intervenciones de Dios, son profecía
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