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El trabajo, aunque no puede ser tratado como “una mera mercancía”, porque es
parte del esfuerzo de la persona humana, no deja de estar sujeto a la ley “de la
oferta y la demanda”, ya que reúne las características de bien, y de escasez: es,
pues, un bien escaso.
Estas leyes económicas no son fatales, ya que pueden y deben modificarse sus
causas, para hacer que el salario cumpla su misión social tampoco son
independientes de la moral. Pero, precisamente para subordinarlas a ésta, deben
ser tenidas en cuenta.
Los siguientes conceptos, tomados del libro “Teoría Económica” del P. Manuel
Pernaut Aedanaz, S.J., aclaran este punto:
Para la determinación de lo que puede considerarse como salario justo, hay que
atender a tres elementos:
“Al trabajador hay que fijarle una remuneración que alcance a cubrir el sustento
suyo y el de su familia. Es justo, desde luego, que el resto de la familia contribuya
también al sostenimiento común de todos, como puede verse especialmente en
las familias de campesinos, e igualmente en las de muchos artesanos y pequeños
comerciantes, pero no es justo abusar de la edad infantil y de la debilidad de la
mujer… Hay que luchar denodadamente, por tanto, para que los padres de familia
reciban un sueldo lo suficientemente amplio, para atender convenientemente a las
necesidades ordinarias.” (Quadragesimo anno núm. 71).
Pero debe enfatizarse que tratamos del supuesto en que los salarios no puedan
elevarse más allá de cierto nivel sin detrimento para la empresa, no por causa de
ésta, sino de las condiciones generales. Cuando la deficiencia se deba a
negligencia, atraso técnico, descuido, desorganización, etc., imputables al patrón,
es indiscutible que no se puede alegar por éste su imposibilidad de aumentar los
salarios. Ello equivaldría a pretender que sus utilidades permanezcan en
determinado nivel, que, por definición, no corresponde a las condiciones que el
empresario puso en su negocio; o pretender obtener las utilidades a costa de
pagar bajos salarios; sería una injusticia evidente.
Los dos aspectos anteriores se han fijado tomando en cuenta los requerimientos
del bien común: satisfacción de las necesidades de los asalariados que forman la
mayoría de la población, supervivencia y conservación de las fuentes de trabajo.
Pero entre el mínimo y el máximo fijados por los dos primeros criterios, es también
el bien común el que debe servir de base principal para determinar el nivel general
de los salarios.
El puesto.
La justicia conmutativa supone como una de las razones básicas para que exista
diferencia en el monto del salario, la diferencia que se da en la importancia de los
puestos.
Recordemos que el puesto está constituido por la unidad de trabajo específica e
impersonal”. No representa lo realizado concretamente por cada persona, ya que
puede hacerse más o menos de “lo normal”, sino el conjunto de funciones y de
requisitos que debe llenar todo trabajador en esa unidad laboral.
Es evidente que la remuneración debe de estar en proporción directa con la
importancia del puesto: “a trabajo igual, salario igual”: en este principio de nuestra
legislación, se consagra en realidad la proporcionalidad de puesto y salario, como
explicaremos adelante.
La eficiencia.
Pero es lógico, y justo también, que se tome igualmente en cuenta “la forma” como
el puesto se desempeña, ya que varios individuos no lo hacen con la misma
eficiencia. La ley misma reconoce esto, al añadir al principio enunciado: “en
condiciones de puesto y de eficiencia iguales”.
1. Eficiencia: Tiene un carácter más bien activo, por lo que aplica este término
preferentemente a los hombres y su trabajo. Comprende no solo cantidad, sino
calidad, ahorro de desperdicios.
2. Rendimiento: Tiene un sentido más bien pasivo y, por lo mismo, se aplica más
a la máquina y al trabajo y lo que la máquina y el trabajo producen. Comprende
más bien cantidad, supuesta una norma mínima de calidad, desperdicio, etc.
Algunas técnicas para determinar los salarios en razٕón de las necesidades del
trabajador son: