Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
En su desarrollo socioafectivo, a los seis suelen tener un mejor amigo y juntos ponen al
margen a un tercero. En sus juegos, además, están en constante movimiento: corren,
saltan, trepan, etc.
Respecto a su sexualidad, podemos decir que la experimentación sexual no cesa o
disminuye; de hecho, se hace más frecuente.
A los siete años pueden ser menos activos, menos comunicativos e impulsivos que el
año anterior. También son más cuidadosos y controlan mejor su actividad, pudiendo
gustarles practicar algún deporte. No han abandonado totalmente su fantasía e
imaginación, pero van interesándose más en los procesos sociales que se dan en su
entorno, fijándose en las reacciones de los demás.
De otro lado entre los 6 y 7 años han incrementado su habilidad motora, a la par que
continúa su crecimiento corporal, aumenta el tamaño de sus músculos y mejoran su
coordinación. Son buenos para trabajar con las manos y hábiles para construir, ha
mejorado la coordinación ojo-mano, sus dibujos son reconocibles, aunque su letra puede
ser más pequeña y aún cogen el lápiz con mucha fuerza o rigidez. Son capaces de
dibujar figuras humanas y las principales figuras geométricas, también tienen mayor
precisión en el recorte. Aun así, requieren apoyo en casa para realizar sus tareas,
necesitan estímulo a sus hábitos de estudio; se encuentran en plena adaptación al
colegio.
Durante este periodo, hay un gran avance en su lenguaje, se ha incrementado su
vocabulario, dominan las consonantes y sus combinaciones. A veces pasan por un corto
período de tartamudez, por no coordinar bien su pensamiento y lenguaje. Con todo, aún
no dominan la pragmática (habilidad práctica para emplear el habla de la mejor manera
al comunicarse con los demás en diversos contextos).
A esta edad, pueden hablar mucho, pero en ocasiones tienen problemas para hacerse
entender. Sin embargo, pueden articular con cuidado, tomar su turno al hablar y mostrar
de varias maneras que están escuchando. Hacia los siete años, por ejemplo, la
conversación de los niños puede ser muy dispersa, cambiar de tema y a menudo
contiene muchos inicios falsos.
Tienden a ser exigentes y demandan atención de las personas que les rodean, aunque
con menor intensidad que los niños más pequeños. Quieren ser el centro de atención; y
examinan todo a partir sus propios puntos de vista. Los niños a esta edad mantienen una
idea en la cabeza e ignoran por completo otros pensamientos. Esta “centración” en sí
mismos va a caracterizar también los procesos cognitivos y la moral en estos años. Los
niños piensan que lo que ellos creen o sienten, es creído o sentido también por las
demás personas. Les puede costar entender, por ejemplo, que alguien no quiera jugar
cuando ellos tienen ganas de hacerlo.
Otra característica de la etapa pre-operacional en la que aún se encuentran los niños de 6
años, es la irreversibilidad, es decir la incapacidad de reconocer que una operación
puede realizarse en ambos sentidos. Por ejemplo, no entienden que, si se vierte agua de
un recipiente alto a uno extendido, puede trasvasarse otra vez al primer recipiente
manteniendo la misma cantidad de agua.
Hacia los siete años se produce un cambio importante: alcanzan las operaciones
concretas. Ello significa que su razonamiento pasa a la reflexión y la comprensión
lógica de las cosas; se dan las condiciones para que empiece a desarrollar la capacidad
de ver desde el punto de vista de la otra persona (empatía).
Su desarrollo moral, se encuentra en un momento donde el niño recibe del exterior las
reglas y trata de imitarlas, sin un procesamiento consciente. En su lugar surge el
acatamiento formal (forzado), determinado por el choque entre conciencias, consideran
la autoridad como previamente establecida y la asocian a personas que físicamente
tienen mayor tamaño. Esta fase se conduce con la estructura de pensamiento alcanzada,
así como con la centración descrita.
En esta etapa, la gravedad de los actos está determinada por el valor que el niño le
otorga a la persona afectada; por ello, para él será más grave hacer algo en contra de sus
padres o profesores, que en contra de otro niño (Marfan, s.f.).
Juzgan las acciones por sus consecuencias físicas, sin tomar en cuenta la intención de
quien lo hizo. Por ejemplo, pueden considerar que un niño que rompe 3 tazas grandes al
querer ayudar a su mamá en la cocina actuó peor que otro niño que rompe
intencionalmente una taza pequeña, sólo por molestar. En este tipo de juicio lo que ha
prevalecido es la cantidad y el tamaño de los objetos rotos y no la intención de quien lo
hizo.
La justicia es “retributiva”, aplica “el ojo por ojo, diente por diente”, es decir si un niño
recibe un golpe, entonces será justo que lo devuelva a quién se lo dio, y debe ser
devuelto en la misma cantidad, ni más, ni menos.
Ganar no significa vencer, sino jugar para sí, “juega individualmente con un material
social” . Recién hacia los siete años es posible la cooperación en la relación entre el
pequeño y sus iguales, lo cual facilita la ulterior cooperación con el adulto.
Su interés por los amigos los lleva a mejorar su desenvolvimiento social, pueden actuar
de acuerdo con las reglas de cada contexto, de cada situación social. Los padres se
preocupan más por cómo son los amigos de sus hijos; esta preocupación es justificada,
pues la influencia del grupo de compañeros se hace cada vez más fuerte.
De otro lado, la aceptación de los compañeros se torna cada vez más importante, y
permite predecir el ajuste que tendrán en la adolescencia. Se puede observar que
algunos chicos y chicas son más “populares” que otros, aunque la preocupación por
serlo varía según cada uno. Rice (1997), describe algunas características generales de
los chicos más populares: son socialmente emprendedores y comunicativos, tienen un
alto nivel de energía que emplean en actividades aprobadas por el grupo, tienen
autopercepciones positivas, son amistosos, cariñosos, bondadosos, aceptan a los demás
y tienen buen sentido del humor, su inteligencia y éxito académico están por encima del
promedio, pero no demasiado, y tienen habilidades cognoscitivas, sociales y de
comunicación superiores.
A esta edad son capaces de crear sus propias estrategias de trabajo y estudio (emplean
mapas, maquetas, gráficos, internet etc.) y emplean su inteligencia en asuntos prácticos.
Les gusta poder compartir sus nuevos aprendizajes, con otros compañeros, o en casa
con la familia. Son más reflexivos y suelen oponerse a los adultos y cuestionar sus
decisiones confrontándolas sobre la base de los conocimientos que han adquirido.
De acuerdo con Piaget, ingresan al tercer y último de los períodos del desarrollo
intelectual (operaciones formales), que abarca aproximadamente desde los 11-12 hasta
los 17 años; el paso a este nivel significa que pueden realizar operaciones mentales por
medio del lenguaje y que las dos formas de reversibilidad se integran en un sistema
único; ambos logros permiten alcanzar el nivel hipotético-deductivo y el carácter
reflexivo del pensamiento, al final de este periodo.
En correspondencia con estos logros del desarrollo intelectual, el desarrollo moral
alcanza la Codificación, donde se da una reglamentación minuciosa (por ejemplo, antes
de jugar, se da a conocer el código que es aceptado por todos los jugadores). Ello
conduce a una transformación de la conciencia, caracterizada por la heteronomía, donde
la regla ya no es exterior y sagrada (impuesta por el adulto), sino que es resultado de
una libre decisión; es digna de respeto en la medida en que es mutuamente aceptada, por
tanto, aunque al ser ley su cumplimiento es obligatorio, puede modificarse bajo el
consenso mutuo.
En lo que respecta a la responsabilidad, esta puede ser objetiva o subjetiva: en la
primera, el juicio está basado en las consecuencias de obrar mal; en la segunda, el juicio
toma conocimiento de la intención o el motivo. La primera conduce a los denominados
juicios de responsabilidad objetiva, en los que se hace una valoración de la
responsabilidad guiándose sólo por las consecuencias objetivas de una acción dada; y la
segunda, a los juicios de responsabilidad subjetiva en los que se toman ya en cuenta los
elementos subjetivos, es decir, las intenciones, motivaciones, etc.
Estas dos actitudes, pueden coexistir en la misma edad y hasta en un mismo chico, pero
en términos generales, no se sincronizan. La responsabilidad objetiva disminuye a
medida que el chico crece, mientras que la responsabilidad subjetiva adquiere
correlativamente más importancia. Son dos procesos superpuestos, pero el segundo
logra dominar gradualmente al primero durante este periodo (11-12 hasta 17 años)
Aparece el sentido de la justicia como igualdad, es decir que lo justo es que todos
tengan igual, por ejemplo: querer que todos reciban igual cantidad de torta o que todos
los chicos tengan el mismo tiempo para jugar, cualquier diferencia es considerada una
injusticia. Más adelante podrán entender que la justicia igualitaria puede ser modificada
por la justicia equitativa, es decir, aceptan que puede haber diferencias de acuerdo a las
necesidades o al mérito de cada persona, por ejemplo, que alguien reciba más comida
porque no ha comido nada y tiene más hambre, etc.
En cuanto al lenguaje, han logrado emplear el habla de mejor manera al comunicarse
con los demás en diversos contextos, y son capaces de mantener la conversación en
torno a un mismo tema. Desean tener más libertad para comunicarse y movilizarse
dentro y fuera del aula. En esta época las chicas tienden a valorar más las relaciones,
mientras que para los chicos lo principal son las actividades. Los chicos (y también las
chicas), tienden a tener mucha actividad física y han mejorado notablemente su tiempo
de reacción (habilidad motora), siendo los deportes una de las actividades que más les
agrada.
Su desarrollo sexual y fisiológico está caracterizado por el inicio de la pubertad, que
suele darse primero en las chicas hacia los 11 años. En el aula, las primeras que viven
los cambios y la llegada de la menstruación tienden a sentirse especialmente extrañas,
confundidas, desconcertadas o emocionadas, dependiendo de cuán informadas hayan
estado
al respecto, así como de la actitud observada en la madre y/o hermanas mayores. Las
chicas en esta época suelen hacer comparaciones a partir de los cambios que observan
en sus cuerpos. En algunos chicos también se inician los cambios, y hacia los 12 años
aquellos que no han mostrado aún cambios corporales tienden a ser motivo de burla de
sus compañeros. Sin embargo, estos cambios suelen presentarse en ellos poco tiempo
después.
Algunos de estos cambios a nivel fisiológico son:
Mujeres: Les crecen los senos (entre ocho y trece años), se les ensanchan las caderas,
crece el vello púbico, inician la menstruación, les crece vello en las axilas.
Varones: Cambia su voz, crecen los testículos y el escroto, crece el vello púbico, se da
la primera eyaculación y la polución nocturna, les crece vello en las axilas, en el rostro
(barba y bigote), en el pecho, etc.
Tienen curiosidad por explorar su cuerpo y los cambios que en éste se van dando. Según
una investigación de Hunt (en Rice, 1997), la tercera parte de las chicas y dos terceras
partes de los chicos que respondieron a un cuestionario reportaron que se masturbaban
hacia los 13 años. Son más conscientes de su sexo y del sentido del mismo, sin
embargo, requieren de orientación en el hogar y la escuela.
Algunos ya son conscientes de las restricciones sociales para hablar abiertamente sobre
sexualidad, lo que los lleva a buscar información por sus propios medios, con temor de
preguntar directamente a sus padres o profesores.
En sus interacciones, empiezan a emplear más el contacto físico: empujones, mensajes,
bromas y diversos actos a veces torpes para llamar la atención; es un momento de
aceleración y cambio, se incrementa su actividad. Se les hace difícil regular su
actividad, por eso suelen ser vistos como ruidosos y desorganizados. Esta actitud se
muestra más en casa. No soportan la indiferencia. Empiezan a diferir de los padres en
gustos, cuestionan la autoridad y tienden a sentirse maltratados.
Su vida emocional puede oscilar entre una alegría desbordante y una sentida tristeza,
debido a que se han iniciado los cambios de la adolescencia. Necesitan diferenciarse de
los padres y del resto de compañeros, afirmando su autonomía y proyectando sus
aspiraciones en un plan de vida.
Todos estos cambios van a diferir en la forma, momento e intensidad de presentarse de
acuerdo con cada chico o chica, va a depender de factores internos (genéticos,
congénitos), externos (entorno social, costumbres de la zona, de la familia), de su
historia personal y de la información que maneje.
En esta época, los padres también suelen sentirse desconcertados, pues no saben cómo
relacionarse con sus hijos, en la medida en que saben que ya no son niños, pero todavía
no son jóvenes. Por lo tanto, pueden querer consultar con el docente tutor.
2. TEORÍA DEL DESARROLLO COGNITIVO DE PIAGET
Piaget pensaba que todos, incluso los niños, comienzan a organizar el conocimiento del
mundo en lo que llamó esquemas. Los esquemas son conjuntos de acciones físicas, de
operaciones mentales, de conceptos o teorías con los cuales organizamos y adquirimos
información sobre el mundo. El niño de corta edad conoce su mundo a través de las
acciones físicas que realiza, mientras que los de mayor edad pueden realizar
operaciones mentales y usar sistemas de símbolos (el lenguaje, por ejemplo). A medida
que el niño va pasando por las etapas, mejora su capacidad de emplear esquemas
complejos y abstractos que le permiten organizar su conocimiento. El desarrollo
cognoscitivo no consiste tan sólo en construir nuevos esquemas, sino en reorganizar y
diferenciar los ya existentes.
Organización y adaptación
Dos principios básicos, que Piaget llama funciones invariables, rigen el desarrollo
intelectual del niño. El primero es la organización que, de acuerdo con Piaget, es una
predisposición innata en todas las especies. Conforme el niño va madurando, integra los
patrones físicos simples o esquemas mentales a sistemas más complejos. El segundo
principio es la adaptación. Para Piaget, todos los organismos nacen con la capacidad de
ajustar sus estructuras mentales o conducta a las exigencias del ambiente.
Asimilación y acomodación
Piaget utilizó los términos asimilación y acomodación para describir cómo se adapta el
niño al entorno.
Mediante el proceso de la asimilación moldea la información nueva para que encaje en
sus esquemas actuales. Por ejemplo, un niño de corta edad que nunca ha visto un burro
lo llamará caballito con grandes orejas. La asimilación no es un proceso pasivo; a
menudo requiere modificar o transformar la información nueva para incorporarla a la ya
existente. Cuando es compatible con lo que ya se conoce, se alcanza un estado de
equilibrio. Todas las partes de la información encajan perfectamente entre sí. Cuando no
es así habrá que cambiar la forma de pensar o hacer algo para adaptarla. La asimilación
es el proceso que consiste en moldear activamente la nueva información para encajarla
en los esquemas existentes.
El proceso de modificar los esquemas actuales se llama acomodación. En nuestro
ejemplo, el niño formará otros esquemas cuando sepa que el animal no era un caballito,
sino un burro. La acomodación tiende a darse cuando la información discrepa un poco
con los esquemas. Si discrepa demasiado, tal vez no sea posible porque el niño no
cuenta con una estructura mental que le permita interpretar esta información. La
acomodación es el proceso que consiste en modificar los esquemas existentes para
encajar la nueva información discrepante.
De acuerdo con Piaget, los procesos de asimilación y de acomodación están
estrechamente correlacionados y explican los cambios del conocimiento a lo largo de la
vida.
Pensamiento representacional
Durante la etapa preoperacional, el niño puede emplear símbolos como medio para
reflexionar sobre el ambiente. La capacidad de usar una palabra (galletas, leche, por
ejemplo) para referirse a un objeto real que no está presente se denomina
funcionamiento semiótico o pensamiento representacional. Piaget propuso que una de
las primeras formas de él era la imitación diferida, la cual aparece por primera vez hacia
el final del periodo sensoriomotor (la capacidad de repetir una secuencia simple de
acciones o de sonidos, horas o días después que se produjeron inicialmente).
Durante la etapa preoperacional se observan otros ejemplos del pensamiento
representacional. A menudo se considera que los años preescolares son la “edad de oro”
del juego simbólico (Singer y Singer, 1976). El juego comienza con secuencias simples
de conducta usando objetos reales; por ejemplo, fingir beber de una copa o comer con
un objeto parecido a la cuchara. A los cuatro años de edad, el niño puede inventar su
propia utilería, crear un guión y representar varios papeles sociales.
En términos generales, el juego simbólico se inspira en hechos reales de la vida del niño
(por ejemplo, el patio de juego, ir a la tienda, ir de viaje), pero también los que tienen
personajes de la fantasía y superhéroes son muy atractivos para él. Muchos expertos
piensan que este tipo de juego favorece el desarrollo del lenguaje, así como las
habilidades cognoscitivas y sociales. Favorece además la creatividad y la imaginación.
Según Piaget, el desarrollo del pensamiento representacional permite al niño adquirir el
lenguaje. Los años preescolares son un periodo de desarrollo acelerado del lenguaje: la
mayoría de los niños pronuncian sus primeras palabras hacia el segundo año y van
aumentando su vocabulario hasta alcanzar cerca de 2000 palabras a los 4 años.
Cuando el niño comienza a hablar, utiliza palabras referentes a actividades y a eventos,
lo mismo que a sus deseos actuales. Durante el periodo preoperacional empieza a
emplearlas en forma verdaderamente representacional. En vez de centrarse
exclusivamente en las actividades del momento o en sus deseos inmediatos, comienza a
usarlas para representar objetos ausentes y acontecimientos pasados (Ginsburg y Opper,
1988). Dicho de otra manera, las usa para referirse a eventos que no experimenta de
modo directo. Piaget creía que el pensamiento representacional facilita el desarrollo
lingüístico rápido en el periodo preoperacional. Es decir, el pensamiento antecedería al
desarrollo lingüístico.
Durante la etapa preoperacional, el niño comienza a representarse el mundo a través de
pinturas e imágenes mentales, lo cual ha hecho que algunos expertos califiquen de
“lenguaje silencioso” el arte infantil. Los dibujos nos revelan mucho sobre su
pensamiento y sus sentimientos. Por ejemplo, cuando a los niños de 2 y 3 años de edad
se les pregunta qué están dibujando o pintando, lo más probable es que respondan:
“Nada más estoy dibujando”. Sin embargo, entre los 3 y 4 años comienzan a combinar
trazos para dibujar cuadros, cruces, círculos y otras figuras geométricas. Inician la etapa
representacional del dibujo hacia los 4 o 5 años. Dibujan casas, animales, personan,
personajes de caricaturas y otros objetos. Las figuras pueden representar objetos reales
del entorno o personas de la fantasía que han visto o de los cuales han oído hablar. En la
figura se muestra este avance evolutivo en los dibujos infantiles. A medida que va
creciendo, el niño enriquece sus dibujos con detalles, incorporando incluso palabras que
desarrollan el guión. Cuando los inscriben en la educación infantil, algunos ya saben
escribir su nombre. Ahora las palabras impresas, lo mismo que las pinturas, pueden
representar un objeto real del ambiente.
Conceptos numéricos
Junto con la mayor habilidad de usar como símbolos las palabras e imágenes, los niños
empiezan a utilizar los números como herramienta del pensamiento durante los años
preescolares. Piaget sostuvo que los niños no adquieren un concepto verdadero del
número antes de la etapa de las operaciones concretas, cuando comienzan a entender las
relaciones seriales y jerárquicas. Sin embargo, la investigación reciente ha demostrado
que algunos principios numéricos básicos aparecen durante la etapa preoperacional.
Los trabajos de Rochel Gelman y sus colegas (Gelman y Gallistel, 1978; Gelman y
Merck, 1983) señalan que algunos niños de 4 años logran entender los siguientes
principios básicos del conteo: a) puede contarse cualquier arreglo de elementos: b) cada
elemento deberá contarse una sola vez; c) los números se asignan en el mismo orden; d)
es irrelevante el orden en que se cuenten los objetos; e) el último número pronunciado
es el de los elementos que contiene el conjunto. Los niños de edad preescolar
comprenden un poco las relaciones numéricas. Así, la mayoría de los niños de 3 a 4
años de edad, saben que 3 es más que 2.
Los preescolares comienzan a comprender algunos conceptos básicos de los números,
pero conviene recordar que cometerán muchísimos errores de conteo. Omiten algunos
números (por ejemplo, 1, 2, 3, 5), no incluyen elementos mientras cuentan, etc. Además,
a la mayoría de ellos y a los niños de primaria le es difícil contar grandes grupos de
objetos desorganizados (Baroody, 1987).
Teorías intuitivas
Los niños de corta edad se caracterizan por su curiosidad y espíritu inquisitivo. En los
años preescolares comienzan a hacerse teorías intuitivas sobre los fenómenos naturales.
Piaget (1951) entrevistó a niños pequeños para averiguar de qué manera explicaban
algunos hechos como el origen de los árboles, el movimiento de las nubes, la aparición
del Sol y de la Luna, el concepto de la vida. Descubrió que sus conceptos del mundo se
caracterizan por el animismo. Es decir, no distinguen entre seres animados (vivos) y
objetos inanimados (mecánicos); atribuyen estados intencionales y rasgos humanos a los
objetos inanimados. Por ejemplo, un niño de 3 años puede decir que el sol está caliente,
porque quiere que la gente no tenga frío o que los árboles pierden las hojas porque
quieren cambiar su aspecto exterior. Creen que las rocas, los árboles, el fuego, los ríos,
los automóviles y bicicletas poseen características vivas porque se mueven.
Al construir sus creencias, los niños recurren a su experiencia y observaciones
personales. Con frecuencia el calificativo intuitivo se aplica a la etapa preoperacional,
porque su razonamiento se basa en experiencias inmediatas.
El pensamiento de los niños pequeños tiende a ser muy rígido (Millar, 1993). Con el
tiempo, el pensamiento de los niños se torna menos rígido y comienza a considerar
cómo pueden invertir las transformaciones (vaciar el contenido de un vaso en otro). La
habilidad de invertir mentalmente las operaciones es una de las características de la
siguiente etapa del desarrollo cognoscitivo, la de las operaciones concretas. Mientras el
niño no aprenda algunas operaciones mentales, como la reversibilidad, tenderá a basar
sus juicios en el aspecto perceptual y no en la realidad. Si un vaso da la impresión de
contener más agua, supondrá que la tiene. Flavel y sus colegas (Flavell, Green y Flavell,
1986) estudiaron la comprensión de las apariencias y de la realidad en el niño.
Descubrieron que la capacidad de distinguir entre la apariencia y la realidad se adquiere
de los 3 a los 5 años.
Durante los años de primaria, el niño empieza a utilizar las operaciones mentales y la
lógica para reflexionar sobre los hechos y los objetos de su ambiente. Por ejemplo, si le
pedimos ordenar cinco palos por su tamaño, los comparará mentalmente y luego
extraerá conclusiones lógicas sobre el orden correcto sin efectuar físicamente las
acciones correspondientes. Esta capacidad de aplicar la lógica y las operaciones
mentales le permite abordar los problemas en forma más sistemática que un niño que se
encuentre en la etapa preoperacional.
De acuerdo con Piaget, el niño ha logrado varios avances en la etapa de las operaciones
concretas. Primero, su pensamiento muestra menor rigidez y mayor flexibilidad. El niño
entiende que las operaciones pueden invertirse o negarse mentalmente. Es decir, puede
devolver a su estado original un estímulo como el agua vaciada en una jarra de pico, con
sólo invertir la acción. Así pues, el pensamiento parece menos centralizado y
egocéntrico. El niño de primaria puede fijarse simultáneamente en varias características
del estímulo. En vez de concentrarse exclusivamente en los estados estáticos, ahora está
en condiciones de hacer inferencias respecto a la naturaleza de las transformaciones.
Finalmente, en esta etapa ya no basa sus juicios en la apariencia de las cosas.
Los tres tipos de operaciones mentales o esquemas con que el niño organiza e interpreta
el mundo durante esta etapa son: seriación, clasificación y conservación.
Seriación
La seriación es la capacidad de ordenar los objetos en progresión lógica; por ejemplo,
del más pequeño al más alto. Es importante para comprender los conceptos de número,
de tiempo y de medición. Así, los preescolares tienen en general un concepto limitado
del tiempo. Es su mente, 2 minutos es igual que 20 o que 200 minutos. Por el contrario,
los niños de primaria pueden ordenar los conceptos de tiempo a partir de la magnitud
creciente o decreciente. Para ellos, 20 minutos son menos que 200 pero más que 2.
En uno de sus experimentos, Piaget pedía a los niños ordenar una serie de palos como
los de la figura, a los 3 y 4 años de edad, los niños pueden localizar los más largos y los
más cortos. Parecen entender la regla lógica del cambio progresivo — es decir, los
objetos pueden ordenarse atendiendo a su tamaño creciente o decreciente—, pero les es
difícil construir una secuencia ordenada de tres o más palos. Para ello necesitan efectuar
al mismo tiempo dos operaciones mentales: deben
seleccionar el palo apropiado pensando en su longitud en relación con los que ya usó y
también en relación con los restantes. El preescolar no puede realizar esta tarea porque
se centra en una dimensión a la vez (esto es, su pensamiento está centralizado). La
capacidad de coordinar simultáneamente dos elementos de información se desarrolla
gradualmente en los primeros años de primaria, cuando el pensamiento del niño
comienza a orientarse menos a la centralización.
Para resolver los problemas de seriación, el niño debe aplicar además la regla lógica de
la transitividad. Parte del problema de los niños de primaria radica en que no
comprenden que los objetos en la mitad de una serie son a la vez más cortos y más
largos que los otros. Los niños de mayor edad pueden construir mentalmente relaciones
entre los objetos. Saben inferir la relación entre dos si conocen su relación con un
tercero. Por ejemplo, si saben que el palo A es más corto que B y que éste es más corto
que el palo C, el palo A deberá ser entonces más corto que C. La respuesta es una
deducción lógica que se basa en la regla de transitividad (A < B y B < C; por tanto, A <
C). Conforme a la teoría de Piaget, la transitividad se entiende entre los 7 y 11 años de
edad.
Clasificación
Las personas aprenden a clasificar objetos de acuerdo a sus semejanzas y a establecer
relaciones de pertenencia entre los objetos y los conjuntos en que están incluidos. Piaget
distingue tres tipos de contenidos básicos: la clasificación simple, la clasificación
múltiple y la inclusión de clases.
Conservación
De acuerdo con la teoría de Piaget, la capacidad de razonar sobre los problemas de
conservación es lo que caracteriza a la etapa de las operaciones concretas. La
conservación consiste en entender que un objeto permanece igual a pesar de los cambios
superficiales de su forma o de su aspecto físico. Durante esta fase, el niño ya no basa su
razonamiento en el aspecto físico de los objetos. Reconoce que un objeto
transformado puede dar la impresión de contener menos o más de la cantidad en
cuestión, pero que tal vez no la tenga. En otras palabras, las apariencias a veces resultan
engañosas.
Piaget analizó el conocimiento de los cinco pasos de la conservación en el niño:
número, líquido, sustancia (masa), longitud y volumen. Aunque se trata de procesos que
difieren en la dimensión a conservar, el paradigma fundamental es el mismo. En
términos generales, al niño se le muestran dos conjuntos idénticos de objetos: hileras
idénticas de monedas, cantidades idénticas de barro o vasos idénticos de agua. Una vez
que acepta que los objetos son iguales, transformamos uno de ellos de modo que cambie
su aspecto pero no la dimensión básica en cuestión. Por ejemplo, en la tarea de
conservación del número, acortamos o alargamos una hilera de monedas. Le permitimos
al niño observar esta transformación. Después le pedimos decir si la dimensión en
cuestión (cantidad, masa, área u otra) sigue siendo la misma.
Los niños que han iniciado la etapa de las operaciones concretas responderán que el
conjunto de objetos no ha cambiado. Un objeto puede parecer más grande, más largo o
pesado, pero los dos siguen siendo iguales. En opinión de Piaget, los niños se sirven de
dos operaciones mentales básicas para efectuar las tareas de conservación: negación,
compensación e identidad. Estas operaciones se reflejan en la forma en que un niño de 8
años podría explicar por qué la cantidad de agua en dos vasos permanece inalterada:
“Se puede volver a vaciar y será la misma” (negación).
“El agua sube más, pero es porque el vaso es más delgado” (compensación). “Tan sólo
lo vaciaste, no se agregó ni se quitó nada” (identidad).
Entre los 7 y 11 años de edad, el niño aprende las operaciones mentales necesarias para
reflexionar sobre las transformaciones representadas en los problemas de conservación.
Estará en condiciones de realizar la abstracción reflexiva, cuando sepa razonar
lógicamente respecto al número, a la masa y el volumen sin que lo confundan las
apariencias físicas. Entonces podrá distinguir entre las características invariables de los
estímulos (peso, número o volumen, por ejemplo) y la forma en que el objeto aparece
ante su vista. La adquisición de las operaciones mentales con las que se efectúan las
tareas de la conservación no se realiza al mismo tiempo en todas las áreas. La
comprensión de los problemas de conservación sigue una secuencia gradual (figura).
Por lo regular, el niño adquiere la capacidad de la conservación de los números entre los
5 y los 7 años. La de conservación del área y del peso aparece entre los 8 y los 10 años.
Entre los 10 y los 11 años, casi todos los niños pueden ejecutar tareas relacionadas con
la conservación del volumen.
Desfase horizontal es el nombre que Piaget le dio a esta falta de uniformidad del
pensamiento infantil dentro de una etapa.
EL ESTADIO DE LAS OPERACIONES FORMALES (DE 11 A 12 AÑOS
EN ADELANTE)
Una vez lograda la capacidad de resolver problemas como los de seriación, clasificación
y conservación, el niño de 11 a 12 años comienza a formarse un sistema coherente de
lógica formal. Al finalizar el periodo de las operaciones concretas, ya cuenta con las
herramientas cognoscitivas que le permiten solucionar muchos tipos de problemas de
lógica, comprender las relaciones conceptuales entre operaciones matemáticas (por
ejemplo, 15 + 8 = 10 + 13), ordenar y clasificar los conjuntos de conocimientos.
Durante la adolescencia las operaciones mentales que surgieron en las etapas previas se
organizan en un sistema más complejo de lógica y de ideas abstractas.
El cambio más importante en la etapa de las operaciones formales es que el pensamiento
hace la transición de lo real a lo posible (Flavell, 1985). Los niños de primaria razonan
lógicamente, pero sólo en lo tocante a personas, lugares y cosas tangibles y concretas.
En cambio, los adolescentes piensan en cosas con que nunca han tenido contacto (por
ejemplo, cuando lea una historia, trate de imaginar qué significa ser esclavo en la
década de 1850); pueden generar ideas acerca de eventos que nunca ocurrieron (por
ejemplo, ¿cómo sería Europa si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial);
y puede hacer predicciones sobre hechos hipotéticos o futuros (por ejemplo, si el
gobierno de un país aprobara una ley que deroga la pena de muerte, ¿qué sucedería con
los índices de criminalidad?). Los adolescentes de mayor edad pueden discutir
complejos problemas sociopolíticos que incluyan ideas abstractas como derechos
humanos, igualdad y justicia. También pueden razonar sobre las relaciones y analogías
proporcionales, resolver las ecuaciones algebraicas, realizar pruebas geométricas y
analizar la validez intrínseca de un argumento.
La capacidad de pensar en forma abstracta y reflexiva se logra durante la etapa de las
operaciones formales, la cual tiene cuatro características fundamentales de pensamiento:
la lógica proposicional, el razonamiento científico, el razonamiento combinatorio y el
razonamiento sobre probabilidades y proporciones.
Lógica proposicional
Las operaciones mentales del adulto corresponden a cierto tipo de operación lógica
denominada lógica proposicional, la cual según Piaget era indispensable para el
pensamiento de esta etapa. La lógica proposicional es la capacidad de extraer una
inferencia lógica a partir de la relación entre dos afirmaciones premisas. En el lenguaje
cotidiano puede expresarse en una serie de proposiciones hipotéticas.
Razonamiento científico
A medida que el adolescente aprende a utilizar la lógica proposicional, empieza a
abordar los problemas de un modo más sistemático. Formula hipótesis, determina cómo
compararlas con los hechos y excluye las que resulten falsas. Piaget dio el nombre de
pensamiento hipotético-deductivo a la capacidad de generar y probar hipótesis en una
forma lógica y sistemática.
Para estudiar la adquisición de este tipo de pensamiento, Piaget se sirvió del
experimento del péndulo que se describe gráficamente en la figura. A un niño se le da
una vara en la cual penden cuerdas de distinta longitud. En cada una pueden colgarse
pesos de diferente tamaño. Al niño se le indica cómo funciona el péndulo y luego se le
pregunta cuál de los cuatro factores —longitud de la cuerda, peso del objeto, fuerza de
impulso o altura de la caída— causa la rapidez con que el péndulo oscila. Antes de
contestar, se le permite manipular el aparato para encontrar la solución.
¿Cuál cree que sea la respuesta correcta? ¿Cómo acometería este problema? El primer
paso consiste en formular una hipótesis o en hacer una predicción. En la etapa de las
operaciones concretas, el niño puede aplicar esta estrategia de solución de problemas. El
siguiente paso consiste en probar las hipótesis y, generalmente, es el que distingue la
etapa de las operaciones concretas y la de las operaciones formales. La clave está en
cambiar uno de los factores o variables del problema, manteniendo constantes los
demás. El niño que se halla en la etapa de las operaciones concretas comienza bien pero
no logra probar todas las combinaciones posibles. A veces cambia más de una variable a
la vez (por ejemplo, la cuerda y el peso). Pero como no aborda el problema en forma
sistemática, a menudo extrae conclusiones erróneas cuando necesita tener en cuenta
muchas variables. Por su parte, el niño que se encuentra en la etapa de las operaciones
formales suele considerar todas las combinaciones posibles. En este ejemplo hay 16
combinaciones que es preciso atender para sacar la conclusión correcta. La respuesta
correcta es la longitud de la cuerda. Una cuerda corta hace que el péndulo se mueva más
rápidamente, prescindiendo del resto de los factores. ¿Qué hace que el péndulo oscile
con mayor rapidez? Los cuatro factores en cuestión son la longitud de la cuerda, el peso
del péndulo, la altura desde al cual se sostiene y la fuerza con que se impulsa.
Razonamiento combinatorio
Otra característica de las operaciones formales es la capacidad de pensar en causas
múltiples. Supongamos que usted le reparte a un grupo de estudiantes de primaria y de
secundaria cuatro fichas de plástico de distintos colores y les indica que las combinen en
la mayor cantidad posible de formas. Lo más probable es que combinen sólo dos a la
vez. Pocos lo harán sistemáticamente. En cambio, los adolescentes pueden inventar una
forma de representar todas las combinaciones posibles, entre las de tres y de cuatro
fichas. Hay además mayores probabilidades de que generen las combinaciones de una
manera sistemática.
Razonamiento sobre las probabilidades y las proporciones
Los niños de primaria generalmente tienen un conocimiento limitado de la probabilidad.
La teoría de Piaget contribuye a explicar por qué. La figura muestra una distribuidora de
chicles de globo, con 30 globos rojos y 50 amarillos. Si un niño introduce una moneda
en la máquina, ¿de qué color es probable que salga el chicle en forma de bola? Si el
niño se encuentra en la etapa de las operaciones concretas dirá “amarillo”, porque hay
más bolas amarillas que rojas. El que se halle en la etapa de las operaciones formales se
representará mentalmente el problema en forma diferente. Se concentra en la diferencia
absoluta entre ambas cantidades. Reflexionará a partir de la razón de bolas rojas y
amarillas. Tenderán más a decir que tiene mayores probabilidades de obtener una bola
amarilla porque existe mayor proporción de ellas que de rojas. La razón no es algo que
podamos ver; es una relación inferida entre dos cantidades. Este ejemplo ilustra que los
dos tipos de pensadores dan la misma respuesta a la pregunta, pero usando un sistema
lógico cualitativamente distinto.
Si introduces una moneda, ¿de qué color será probablemente la bola de chicle que
salga?
Indiscutiblemente, la primera infancia es una etapa crucial en el desarrollo vital del ser
humano. En ella se asientan todos los cimientos para los aprendizajes posteriores, ya
que el crecimiento y desarrollo cerebral, resultantes de la sinergia entre un código
genético y las experiencias de interacción con el ambiente, van a permitir un
incomparable aprendizaje y el desarrollo de habilidades sociales, emocionales,
cognitivas, sensoperceptivas y motoras, que serán la base de toda una vida.
Los estudios realizados en Neurociencias (ciencias que estudian al sistema nervioso y al
cerebro), en especial aquellas investigaciones relacionadas al proceso de desarrollo
cerebral, están cambiando el diálogo acerca de la atención y educación de la primera
infancia, ya que padres, educadores, organismos gubernamentales y no gubernamentales
empiezan a entender que la educación, principalmente en esta etapa de la vida,
desempeña un papel casi protagónico en la estructuración y funcionalidad del sistema
nervioso y del cerebro.
Los primeros años de vida son esenciales para el desarrollo del ser humano ya que las
experiencias tempranas perfilan la arquitectura del cerebro y diseñan el futuro
comportamiento. En esta etapa, el cerebro experimenta cambios fenomenales: crece, se
desarrolla y pasa por periodos sensibles para algunos aprendizajes, por lo que requiere
de un entorno con experiencias significativas, estímulos multisensoriales, recursos
físicos adecuados; pero, principalmente, necesita de un entorno potenciado por el
cuidado, la responsabilidad y el afecto de un adulto comprometido.
En los últimos años, varias instituciones y países en el ámbito mundial han señalado la
importancia de la atención y educación de la primera infancia (AEPI) para lograr el
desarrollo sostenible de nuestras sociedades. Bajo el acuerdo colectivo mundial llamado
“El Marco de Acción y Declaración de Dakar” (2000) sobre Educación para Todos, se
establecieron 6 objetivos fundamentales.
El primero instituye “extender y mejorar la protección y educación integrales de la
primera infancia, especialmente para los niños más vulnerables y desfavorecidos”, por
lo que surgió la necesidad de construir políticas que permitieran que todos los niños y
niñas accedan a programas de atención y educación de calidad, en un marco de igualdad
de oportunidades y de desarrollo humano. Este objetivo, a su vez, se encuentra en el
marco de los derechos de los niños, establecidos en la Convención de las Naciones
Unidas sobre los Derechos de los Niños.
Por otro lado, existen investigaciones acerca del entorno de los niños y niñas que han
demostrado que la relación de los niños con los adultos causa un gran impacto en el
desarrollo de su cerebro desde la etapa prenatal. La alimentación, la exposición o
utilización de algunas sustancias químicas y el estado de ánimo de la madre gestante,
entre otros, son factores de influencia para un cerebro que está en plena formación.
El cuidado del ambiente físico, las caricias, las conversaciones, los juegos, el afecto y
las canciones, son otros elementos presentes en la relación entre padres, educadores y
niños desde el nacimiento. Las relaciones interpersonales son el eje central del
desarrollo infantil, ya que los niños y niñas aprenden de los adultos habilidades
emocionales, sociales, cognitivas y se adaptan al entorno. Cuanto mayor sea el
conocimiento que el adulto tenga acerca del proceso de desarrollo cerebral infantil, más
alta será la probabilidad de actuar favorablemente por la primera infancia.
En sus investigaciones acerca del rol del educador de primera infancia y su influencia en
el crecimiento del cerebro del bebé, Shanker resaltó que el adulto cuidador sirve de
“cerebro externo”, motivando y apoyando al bebé. Afirmó que las experiencias, desde
esta relación directa niño-adulto, son vitales para la integración sensorial, la
coordinación sensoriomotora, el desarrollo emocional, los procesos de atención y
también de autorregulación.
El cerebro pasa por grandes transformaciones durante el ciclo vital –en especial en la
etapa prenatal y en la primera infancia– y su crecimiento y desarrollo son el resultado de
la interacción armoniosa entre genética y experiencias del entorno. Aunque cada niño y
niña nace con un cerebro programado genéticamente para sacar del entorno toda la
información que necesita para desarrollarse, las experiencias vividas en la primera
infancia, o la privación de las mismas, van a matizar el proceso de desarrollo cerebral,
ya que en esta etapa se pueden identificar “periodos sensibles” para determinados
aprendizajes, como es el caso del lenguaje.
No cabe duda que la mayoría de los programas de AEPI consideran que el papel de los
padres de familia y de los educadores (o de otro profesional que intervenga) es de
fundamental importancia. Por ello es necesario revisar y repensar algunos aspectos de la
formación de aquellos que están directa o indirectamente relacionados con los niños y
niñas. Las experiencias en las etapas iniciales del desarrollo humano (prenatal y primera
infancia) ejercen una gran influencia en la estructuración y funcionalidad del cerebro, la
cual se refleja en la calidad de las habilidades sensoriales, emocionales, intelectuales,
sociales, físicas y morales que tiene cada persona. Es en esta etapa que el rol del adulto
como “facilitador y mediador de experiencias significativas” se vuelve más complejo si
no cuenta con un conocimiento actualizado acerca de cómo el cerebro se desarrolla en
estos primeros años de vida, y la enorme maleabilidad que tiene frente al aprendizaje y
al medio que lo rodea.
Para entender cómo el perfil del adulto y la calidad de las experiencias del entorno en el
que viven los niños y niñas pueden afectar al desarrollo cerebral, y en algunos casos,
dejar huellas indelebles en diferentes aspectos de la vida adulta tenemos ahora bases
más sólidas que son el resultado de las investigaciones realizadas en los ámbitos de las
Ciencias Sociales, de la Psicología y, principalmente, de las Neurociencias.
En este sentido, surgió una nueva línea de pensamiento y acción, la Neuroeducación, en
la que confluyen las Neurociencias, la Psicología y la Educación. Su objetivo principal
es acercar a los padres y educadores a los conocimientos relacionados con el
funcionamiento del cerebro. La Neuroeducación posibilita la comprensión de los
mecanismos cerebrales que subyacen al aprendizaje, a la memoria, al lenguaje, a los
sistemas sensoriales y motores, a la atención, a las emociones, al comportamiento, entre
otros. Además, ayuda a reconocer los factores de riesgo para el desarrollo cerebral, entre
los cuales están la desnutrición, las emociones negativas, la anemia, el alto nivel de
stress, el maltrato verbal o físico, por citar algunos. Esta información le dará al adulto
mayores posibilidades para reducir o evitar los factores de riesgo, a fin de hacer más
saludable y adecuado el entorno infantil.
La Neuroeducación nos acerca a las más recientes investigaciones sobre el cerebro y el
funcionamiento de los circuitos nerviosos involucrados con la matemática, la lectura, la
música y el arte, lo cual permite que los educadores (profesionales o padres) tengan una
base más sólida para innovar su propuesta educativa. Las investigaciones también han
demostrado que la práctica de determinadas habilidades puede modificar el cableado del
cerebro, haciendo que nuevas conexiones sinápticas se establezcan o se refuercen las
existentes. En lo que se refiere a las investigaciones relacionadas con las funciones
ejecutivas del cerebro, por ejemplo, que corresponden a la corteza prefrontal (la cual
toma aproximadamente 20 años en madurar), las evidencias demuestran que tales
funciones empiezan a desarrollarse en la primera infancia. Según García-Molina et al:
“el desarrollo de las funciones ejecutivas implica el desarrollo de una serie de
capacidades cognitivas que han de permitir al niño mantener información, manipularla y
actuar en función de ésta; autorregular su conducta logrando actuar de forma reflexiva y
no impulsiva; y adaptar su comportamiento a los cambios que pueden producirse en el
entorno. Las alteraciones tempranas en el desarrollo ejecutivo limitan de forma
dramática la capacidad del niño para hacer frente a situaciones novedosas, así como
para adaptarse a los cambios de manera flexible”
Sería ideal establecer como requisito principal para todos los educadores una formación
mínima en Neuroeducación, así como para los padres de familia y toda la comunidad.
La primera infancia es compromiso de todos
4. EL CEREBRO ADOLESCENTE
El niño que es socialmente competente se relaciona de forma apropiada con sus pares y
los adultos. Igualmente, a través de esas interacciones aprende a mejorar su propia
competencia social (Katz & McClellan, 1997). Según Epstein (2014), la competencia
social, o sea el saber relacionarse con otras personas, está compuesta de los siguientes
cuatro elementos:
Manejar y controlar las emociones adecuadamente es fundamental para
establecer relaciones positivas con los demás y lograr nuestro sentido de
bienestar. Poco a poco, los niños van adquiriendo la capacidad de manejar sus
emocionas según crecen y se desarrollan. Desde pequeños surge la capacidad de
enfocar y organizar sus acciones; por ejemplo, descubren que “halar” o “tirar”
de un objeto les permite acercarlo y que “sonreír” consigue una sonrisa del
adulto también. Este sentido de causa y efecto le permite desarrollar otras
capacidades, como la de anticipar, esperar y controlar su impulsividad. Así,
vemos cómo el niño va entendiendo, por ejemplo, que cuando pide leche, debe
esperar hasta llegar a casa y que mamá le sirva la leche. Si mamá es consistente
el niño aprenderá, poco a poco, a esperar y controlar el llanto. Más tarde irá
entendiendo que existen rutinas y procedimientos, reglas o normas, que se deben
seguir para alcanzar un objetivo. Por ejemplo, aprenderá que, para montarse en
el carro, debe sentarse en la silla y ponerse el cinturón de seguridad.
Los niños aprenden de lo que ven y lo que viven, y la competencia social no se aprende
por medio de lecciones, círculos de discusión o en decirles lo que es correcto o
incorrecto. Los niños aprenden las competencias sociales y emocionales por medio de
las interacciones que tienen con otros niños y los adultos. Estos últimos son para el niño
el ejemplo a quien mirarán, seguirán y copiarán a imagen y semejanza.
Los adultos, conscientes de la importancia de su rol en la vida de los niños, deben
asumir frente a estos una postura de mentor o guía. Esto requiere observarlos
cuidadosamente, respetar su individualidad y el nivel de desarrollo de cada uno, así
como intervenir de forma individualizada para enseñar las destrezas sociales durante sus
momentos de interacción social. Es decir, deberá estar pendiente de enseñar la
competencia social en cada momento en que se relaciona con el niño. El ambiente
deberá estar organizado y transmitir tranquilidad, alegría y confianza. De esta manera,
cuando el niño entre en el centro, será recibido con amor por la maestra, quien se le
acercará con ternura para decirle, con una sonrisa, “Buenos días”. Además, ofrecerá al
niño las oportunidades para que aprenda de sus acciones, por lo que si se le derrama el
vaso de agua en el piso, el adulto será capaz de responder con tranquilidad: “No te
preocupes, vamos a limpiar el agua y luego buscaremos otro vaso de agua”. Por medio
de estas interacciones positivas, el niño va adquiriendo la competencia social y
emocional necesaria para lograr un desarrollo socioemocional positivo. Este proceso de
aprendizaje individualizado permite al niño aprender y al adulto apoyar y demostrar al
niño lo mucho que lo quiere y lo respeta.
Partiendo de esta visión y práctica apropiada, Epstein (2014) sugiere, a los adultos a
cargo de niños de edad temprana, utilizar de forma intencionada las siguientes
estrategias para fomentar la competencia social y emocional:
Acompañamiento
Es una estrategia de apoyo que facilita ofrecer ayuda individual a cada niño. Implica
observar e identificar sus áreas de fortaleza y necesidad, para enfocar en los aspectos de
la conducta que pueden mejorarse. Una vez se identifica la conducta, se divide en
componentes más simples, de manera que se puede demostrar, paso a paso, cómo
llevarla a cabo, practicar cada paso y ofrecerle retrocomunicación al niño. Esto es útil
para demostrar acciones concretas que facilitan y promueven la competencia social y
emocional. El acompañamiento puede ser efectivo con niños tímidos o que no son
fácilmente aceptados por el grupo. La maestra puede utilizar el momento cuando el niño
desea participar, para acercarse y decirle que observe lo que hacen los otros. Luego,
puede preguntarle qué le gustaría hacer en el juego, para practicar con él esas destrezas.
Una vez el niño demuestra que adquirió la destreza, entonces el maestro puede
modelarle cómo se solicita entrar en el grupo a jugar y contribuir con sus destrezas.
La importancia de la familia
La familia es donde comienza todo. El desarrollo social y emocional de los niños
comienza en el momento en que la familia establece el deseo de procrear un hijo. Ese
anhelo y aceptación se convierte en una realidad cuando el niño nace, y la madre y el
padre establecen una relación de apego. Ese vínculo es el comienzo de aprender a ser
persona y el bienestar social y emocional de esta criatura. El amor familiar se convertirá
en la base de la seguridad necesaria para afrontar los conflictos y las situaciones que la
vida le irá ofreciendo. Así emergerá el autoconcepto, la autoestima, los valores y
principios éticos que forjarán el carácter de esta nueva persona.
La familia es el primer escenario donde el niño irá aprendiendo a relacionarse con otros
y a conocer las conductas y costumbres del núcleo social en donde nace, crece y se
desarrolla. Igualmente, es el primer elemento transmisor de los valores y la cultura.
Todo lo que es importante para la familia, el niño lo recogerá y lo hará parte de su
personalidad. Los niños absorben los principios éticos de la familia, la base de la
socialización. Así, cuando los niños llegan a un centro, vendrán formados y presentarán
conductas producto del hogar donde han sido criados.
El cuidador es una extensión de la familia. Su responsabilidad es ofrecer al niño un
desarrollo óptimo en todos los aspectos: cognitivo, social, emocional y físico. Para
cumplir con su responsabilidad deberá conocer la familia y trabajar junto a ella para
conocer y fomentar el bienestar del niño. El cuidador deberá ser un colaborador para las
familias, al proveerle al niño protección, amor y las mejores experiencias de
aprendizaje. Esto requiere establecer relaciones recíprocas entre los cuidadores y las
familias, en las que exista el respeto mutuo, la cooperación, la responsabilidad
compartida y la negociación de conflictos a favor del bienestar de los niños y el logro de
unas metas compartidas.
El desarrollo social y emocional de los niños depende de los adultos que les cuidan. El
amor y el respeto durante los primeros años de vida es fundamental para su bienestar y
para que se conviertan en ciudadanos responsables. La familia y los cuidadores somos
los seres más importantes para los niños, ya que es con nosotros que establecen los
primeros vínculos de amor y apego, que forjan la base para establecer más tarde una
relación de amistad y amor con otros, y vivir plenamente en comunidad. El desarrollo
social y emocional del niño es fundamental para lograr la felicidad.