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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE PSICOLOGÍA
DOCTORADO EN PSICOLOGÍA

TESIS DE DOCTORADO

SUPERYÓ Y DISPOSITIVO ANALÍTICO


EN LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA

DIRECTOR DE TESIS Y CONSEJERO ESTUDIOS


PROF. DAVID LAZNIK

DOCTORANDO
MGTER. LEOPOLDO KLIGMANN

NOVIEMBRE DE 2015

1
A HELENA, DANTE Y ANA

2
AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, el mayor de mis agradecimientos para David Laznik. Por su disposición y
orientación desde el primer día en que comencé a delimitar el problema de investigación. Por sus
lecturas, tanto de Freud como de Lacan, que enriquecieron mi búsqueda. Por su escucha, que
permitió orientar mis encuentros con los desarrollos de Freud y Lacan. Por su paciencia, que
sostuvo mi apuesta y habilitó la salida de innumerables enredos hasta alcanzar la redacción de la
Tesis. Y principalmente, por su confianza y apoyo en todo momento.
En segundo lugar, para Elena Lubián. Por su interlocución que me permitió repensar
distintos ejes centrales del Plan de Tesis.

3
ÍNDICE

RESUMEN…………………………………………………………………………….........11

INTRODUCCIÓN……………………….....………………………....................................12

CAPÍTULO 1
La experiencia analítica de la primera tópica freudiana…..………………..………..….28
Dispositivo analítico.
Síntoma, conflicto y mecanismo psíquico.
La invención freudiana: síntoma y dispositivo analítico.
La primera tópica.
Las huellas de das Ding.
Síntoma neo-producido.
Elisabeth y el síntoma neo-producido.
El analista en los inicios: transferencia de saber.
La neurosis de transferencia.
El analista en la transferencia: formación del inconsciente y obstáculo.
Pulsión sexual, fantasía y síntoma.
De las fantasías a la fantasía Pegan a un niño.
La dirección de la cura: instalación y análisis de la neurosis de transferencia.

CAPÍTULO 2
Restos de la primera tópica: antecedentes del superyó.………………………..……..……43
La compulsión del síntoma y la autocrítica.
Los sueños punitorios.
Los restos diurnos.
El destino del monto de afecto: los diques pulsionales y la angustia.
El delirio de observación.
La reacción terapéutica negativa.
El padre y el Ideal del yo.

4
CAPÍTULO 3
La formulación freudiana del superyó………………….……………..………….…….……54
3.1. Introducción a la formulación del superyó……………………………….……..54
La formulación del superyó.
La reacción terapéutica negativa: el referente clínico inaugural del superyó.
La pulsión: fundamento conceptual del superyó.
3.2. La dimensión civilizante del superyó……………………..…...…………………59
El doble origen del superyó.
Padre, Ideal del yo y Superyó.
El pliegue: Superyó-Ideal del yo.
Función del Ideal del yo en la constitución del yo (je) y el moi.
El Ideal del yo: entre el padre muerto y el padre del Edipo.
3.3. La dimensión cruel del superyó…………………………………………..…...…63
Por fuera de la sustitución.
Lo no ligado en el interior del campo: el superyó.
La ligazón madre pre-edípica.
Los restos de lo oído y el trauma.
El complejo de castración: disyunción Ideal del yo y superyó.
Los nuevos operadores de la segunda tópica y el superyó.
Ligado – no ligado.
Sadismo primario – masoquismo primario.
Mezcla y desmezcla pulsional.
La mezcla: el mandato superyoico.
La desmezcla: el cultivo puro de la pulsión de muerte –lo irreductible y la cara muda del
superyó-.
Reacción terapéutica negativa, neurosis graves -neurosis traumáticas y psiconeurosis
narcisistas-, suicidio.

CAPÍTULO 4
Consecuencias del superyó en la teorización freudiana del dispositivo analítico….…..…...79
4.1. Superyó y masoquismo…………………………………………………………….79
Pluralización de los masoquismos: erógeno, femenino y moral.

5
Masoquismo erógeno primario: fundamento de los dos masoquismos secundarios.
Masoquismo femenino.
La mirada y la voz: el fantasma.
Del masoquismo erógeno al masoquismo moral y el superyó.
Reformulación de los límites del análisis: 1920-1926.
La articulación superyó y masoquismo: un nuevo operador de lectura freudiano.
El masoquismo moral.
El factor constitucional, el superyó y el masoquismo.
Superyó y masoquismo a partir de la pulsión. Nuevas perspectivas clínicas.
Angustia frente al superyó.
Reacción terapéutica negativa, neurosis graves -neurosis traumáticas y psiconeurosis
narcisistas-, suicidio.
Pulsión de la crueldad y objeto voz.
Culpa y masoquismos femenino y moral.
El recurso de la desmezcla pulsional: masoquismos femenino y moral.
Masoquismos erógeno y moral y dispositivo analítico.
La severidad del superyó: ¿tesis paradójica?
4.2. El beneficio primario del síntoma……………………………...………………...110
El núcleo del síntoma.
El hombre de las ratas: Dick.
El síntoma como interpretación del mandato.
El hombre de las ratas: tú debes.
La crueldad del superyó.
El goce de quemar al semejante.
La operación analítica.
Aún la interpretación: eco en el cuerpo de que hay un decir.
4.3. La posición del analista en la transferencia……………….………………..…..118
a. El analista como soporte de la pulsión de la crueldad: la voz.
La pulsión de la crueldad.
Antecedentes freudianos de lo invocante.
Una voz no regulada fálicamente.
La figura del extraño.
b. El analista en el lugar de la demanda.
c. El analista que desaparece como objeto libidinal.

6
Reacción terapéutica negativa: el peligro de la cura.
Reacción terapéutica negativa: la cura ineficaz.

CAPÍTULO 5
Conclusiones y problemas I….…….....….…………………………………………………....132
5.1. La decepción freudiana……………………………………………..…………..,..132
5.2. Las consecuencias…………………………………………………………………134
Síntoma
Masoquismo
Transferencia
El estatuto freudiano del superyó: de obstáculo a impasse

CAPÍTULO 6
El dispositivo analítico en la conceptualización de Lacan……………………………….…146
El estatuto de la escena analítica
Transferencia: el ideal del yo y el objeto
La escena analítica: el fantasma y sus fundamentos
El fantasma fundamental
Das Ding y agalma: estructura y fantasma
Objeto a y objeto del fantasma en la transferencia
Alienación y separación: el objeto por fuera del fantasma
Los mitos freudianos del padre: los objetos, los goces

CAPÍTULO 7
La conceptualización lacaniana del superyó................................………………….…….…158
7.1. La conceptualización del superyó desde los tres registros y el objeto a……...158
El registro imaginario: el mecanismo autopunitivo.
El registro simbólico: ley, herencia, sujeto y superyó.
El registro real: hacia el superyó y el objeto a.
7.2. La conceptualización del superyó desde el gran Otro y los goces………….…163
Introducción del gran Otro: el superyó materno.
El superyó como mandato de goce.

7
CAPÍTULO 8
Núcleos problemáticos de la conceptualización de Lacan del superyó y el dispositivo
analítico………………………..……………………………………………………………….169
8.1. La discusión entre la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó
respecto de la ley y los mandatos..……………………………………………………170
De la continuidad freudiana a la disyunción lacaniana.
La vía de la ética.
Del desvalimiento al discernir entre el bien y el mal.
La ética como un ensayo terapéutico: el superyó, razón de su fracaso.
Nuevamente la ética: la ley a partir del encuentro de Kant con Sade.
Aristóteles y la felicidad.
El giro cartesiano.
Kant entre el bien y el bienestar.
Kant con Sade.
El superyó entre lo incomprendido de la ley y la ley kantiana.
El ensayo de una propuesta ética.
8.2. El contrapunto entre superyó paterno y materno……………………………....187
Demanda y superyó.
Freud con el Otro.
Alienación y separación: falta y pérdida.
La falta no simbolizada y el padre.
Problemas en torno al concepto de superyó materno.
Los niños no deseados.
Los niños no deseados.
8.3. El estatuto del objeto voz y su incidencia en la alucinación, el superyó, el
fantasma, las modalidades sádica y masoquista de la perversión y la posición del
analista………………………………………………………………………………….193
El objeto voz.
La voz alucinatoria.
La voz del superyó.
La voz en el marco del fantasma neurótico y en la estructura clínica perversa.
La comunidad de lugares: superyó, perversión y posición del analista.
a. El deslizamiento de la posición del analista a la presencia de una voz superyoica.

8
b. La dificultad que surge en algunas ocasiones respecto del diagnóstico entre neurosis y
perversión.
c. El problema del diagnóstico entre la voz del superyó y la alucinación verbal.
d. No hay comunidad de lugares entre la posición del analista y la estructura clínica de la
perversión -tanto del sádico como del masoquista-.
8.4. El superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica…………...….…208
Padre, tótem y superyó.
El olvido del nombre.
Acto fallido: El retorno del nombre.
Síntoma y acting out.
Del acting a su lectura: superyó y constitución del sujeto.
No hay sujeto sin separación.
Incesto y parricidio.
En el inicio era el verbo: tú eres.
8.5. El superyó como imperativo de goce y la posición del analista……………….215
Imperativo de goce.
1. Objeto a: causa de deseo y plus de gozar.
2. La formalización de los goces.
Los goces y el padre.
El goce del Otro.
El impasse freudiano desde la conceptualización de los goces.
El Otro y la castración.
De la roca de base a la estrategia neurótica.
Incompletud e inconsistencia del Otro.
Gödel.
Descompletamiento e inconsistencia del Otro.

CAPÍTULO 9
Conclusiones y problemas II…..………………….…………………………………………234
9.1. La formulación lacaniana del superyó y el dispositivo analítico
9.2. Núcleos problemáticos
9.3. Aún…el superyó

9
ANEXO: ACERCA DEL PLAN DE TESIS……………….…………………...…………249
Marco teórico e interés del tema…………………..….………………………………249
Objetivos e Hipótesis………………..………………………………………………...252
Metodología……………………………………………..…………………………….254

BIBLIOGRAFÍA…………………………….………………..…………………..….………259

10
RESUMEN

El propósito de la siguiente Tesis consistió en investigar la conceptualización freudiana y


lacaniana del superyó y su incidencia en los obstáculos, impasses y reformulaciones del
dispositivo analítico.
En primer lugar indagamos la conceptualización freudiana del dispositivo analítico, la
formulación del superyó y sus consecuencias en la delimitación del masoquismo, el síntoma y la
posición del analista. De este modo, precisamos el estatuto problemático del superyó que bascula
entre principal obstáculo e impasse en la cura.
En segundo lugar investigamos la formulación lacaniana del dispositivo analítico y del
superyó y delimitamos cinco núcleos problemáticos atinentes a sus articulaciones: la perspectiva
freudiana y lacaniana de la ley y los mandatos; el contrapunto entre superyó paterno y materno; la
incidencia del objeto voz en la experiencia analítica; el superyó como imperativo de goce; la
posición del analista y sus operaciones.
Del impasse freudiano que introduce el superyó, y pasando por su lugar de resto a la
constitución del ser hablante, investigamos sus consecuencias en la ética, en el estatuto complejo
de la palabra, en la delimitación de los goces y la posición del analista. Diversas dimensiones que
nos permitieron dar cuenta del modo en que se opera una modificación respecto del superyó.

ABSTRACT
The purpose of this thesis is to investigate the Freudian and Lacanian conceptualization of
the superego and its impact on the obstacles, impasses and reformulations of the analytical
device. First we investigate the Freudian conceptualization of the analytical device, the
formulation of the superego and its impact on the delimitation of masochism, the symptom and
analyst's position. So, we place the problematic status of the superego that shifts between major
obstacle and impasse. Second we investigate the Lacanian formulation of the analytical device
and the superego and delimit five core problems: the Freudian and Lacanian perspective of law
and mandates; the counterpoint between paternal and maternal superego; the incidence of voice
object in the analytic experience; the superego as an imperative of enjoyment; the analyst's
position and operations. Finally we investigated the consequences of superego on ethics, in the
complex status of the word, on the delimitation of the enjoyments and the analyst's position.
Various dimensions that allowed us to account for the way in which a modification is operated
with respect to the superego.

11
INTRODUCCIÓN

La siguiente Tesis de Doctorado se inscribe en el Proyecto de Investigación UBACyT: “La


clínica de la segunda tópica freudiana”1. Programación científica 2011-2014. Director: Prof.
David Laznik.
Dentro del marco de dicha Investigación, el propósito de la Tesis consiste en indagar la
incidencia del superyó en la determinación de los obstáculos, impasses y reformulaciones
del dispositivo analítico teorizado por Freud y Lacan.

Aún hoy el concepto de superyó conserva cierta oscuridad.


Con el concepto de superyó Freud designa una instancia del aparato psíquico (FREUD
1923a) a partir de la cual delimita una serie de fenómenos inherentes, y en ocasiones
irreductibles, al ser hablante.
El superyó es un concepto central, y a la vez tardío, en la obra freudiana. Cuando Freud
introduce el concepto, la teoría ya cuenta con treinta años de desarrollo enmarcados en la primera
tópica. Al tratarse de un concepto central y a la vez tardío, la teorización del superyó conduce a
Freud a revisar, y en ocasiones reformular, distintas conceptualizaciones de la primera tópica.
Lacan, por su parte, se sirvió del concepto de superyó de distintos modos y en diversos
momentos de su obra. En ciertas ocasiones, retomando los desarrollos de Freud. Otras veces,
retornando a las preguntas de Freud pero proponiendo otras respuestas. Y por último, también
hallamos propuestas de Lacan que, sin nombrar al superyó, se constituyen como modos de recrear
y subvertir el concepto, y de este modo, el dispositivo analítico.

Revisemos brevemente el estado actual del conocimiento sobre el tema:


Las primeras conceptualizaciones de Freud comenzaron indagando el síntoma histérico
(FREUD 1893a). Esta vía lo condujo a Freud a la conceptualización del inconsciente dinámico
(FREUD 1915c). Aquel que se manifiesta por la vía de las formaciones del inconsciente, la vía de
los tropiezos.

1
Se trata de una propuesta que indaga los fenómenos clínicos que pueden ser inscriptos y abordados a partir de la
segunda tópica, e intenta precisar, de qué modo la formalización de dichos fenómenos conduce a una redefinición de
la clínica y a una reformulación del campo del análisis.
12
Luego, diversos referentes clínicos, y la necesidad de inscribir el segundo dualismo
pulsional en el aparato psíquico, condujeron a Freud a la conceptualización de la segunda tópica.
De este modo, reformuló el aparato psíquico y propuso el concepto de superyó como una de las
tres instancias que lo conforman. A partir de allí, el superyó permite recortar, de un modo
privilegiado, la presencia clínica de la pulsión de muerte.
Este movimiento complejizó el concepto de inconsciente. La segunda tópica introdujo así la
perspectiva de un inconsciente estructural que Freud situó a partir de las instancias del ello y
superyó. En este sentido, el superyó se configura para Freud como el nombre de una ley
inconsciente que coacciona al sujeto. No se trata de las formaciones del inconsciente sino de una
coacción que no se delimita a partir de las representaciones reprimidas.
El superyó, al constituirse como un modo privilegiado de presencia clínica de la pulsión de
muerte, introduce múltiples consecuencias en la delimitación freudiana de la experiencia
analítica. Se trata de diversas vías que aún hoy permanecen abiertas a nuevos desarrollos.

Lacan retoma en diversos momentos los desarrollos sobre el superyó y sus consecuencias
en la delimitación del dispositivo analítico.
En su Tesis de Doctorado (LACAN 1932), sitúa al superyó como un mecanismo
autopunitivo delimitado a partir del registro imaginario (LACAN 1932). De esta manera, el
concepto de superyó lo acerca al psicoanálisis. Es decir, previo al Seminario 1 que Lacan designa
como el inicio de su enseñanza. Luego, en los primeros Seminarios, trabaja la constitución del Je
a partir del Tú eres (LACAN 1955a). De este modo, conceptualiza la constitución del sujeto
vinculada al superyó. En un tercer momento, indaga el superyó a partir del registro de lo real al
articularlo al objeto voz y de este modo retoma la articulación central de Freud entre el superyó y
la pulsión (LACAN 1963).
Paralelamente, pero en otra línea de trabajo, introduce la categoría de “superyó materno”
(LACAN 1957a) que lo conduce a investigar un estatuto del Otro diverso al de la batería de los
significantes.
Finalmente, teoriza al superyó como una instancia que ordena gozar (LACAN 1972a) y de
esta manera, retoma, no sin diferencias, el eje del planteo freudiano: una instancia que exige la
renuncia, y que a la vez, se satisface en dicha exigencia.
Hasta aquí, nuestras fuentes primarias. Ahora retomaremos dichas fuentes a partir de
diversas lecturas, que de este modo, se constituyen como fuentes secundarias que permiten
indagar, retomar, problematizar y destacar matices de nuestro problema de investigación.

13
Entre los autores posfreudianos destacamos la propuesta de Melanie Klein acerca de un
superyó "temprano”, "terrorífico" y "materno" (KLEIN 1928). Este modo kleiniano de delimitar
el superyó permite retomar y destacar la articulación del concepto con la pulsión de muerte. En
dicha propuesta se destaca lo que ella primero ubica con el sadismo y las pulsiones pregenitales,
y luego, sobre el final de su obra, con la pulsión de muerte (KLEIN 1957).
Entendemos, que el mérito kleiniano consiste en ubicar, en primer lugar, una dimensión del
superyó por fuera del Edipo, que ella denomina “superyó arcaico" y en segundo lugar, la
dimensión materna del superyó -a diferencia del superyó freudiano- en tanto se conforma a partir
de las identificaciones con la madre. En este sentido, en Estadíos tempranos del conflicto edípico
(1928), Klein postula que el Superyó está formado por un núcleo materno inmodificable. Allí
ubica las identificaciones pregenitales -asociadas al sadismo-; que son aquellas que forman las
imagos de los padres deformados por las fantasías y los impulsos, que dan por
resultados imagos terroríficas e idealizadas.
Por otro lado, destacamos el intento de Jones de conciliar dicha postura con la del superyó
como heredero del complejo de Edipo al introducir los “componentes agresivos pregenitales”
(JONES 1947).
Si bien ambas propuestas adolecen del inconveniente de postular un superyó
cronológicamente anterior al Edipo, son valiosas porque habilitan una vía de interrogación del
superyó que, sin ser previo cronológicamente, excede la lógica edípica.

De los autores lacanianos la mayoría se ha abocado a profundizar la articulación entre el


superyó y el goce, debido a la impronta que ha dejado en la comunidad analítica el modo en que
Lacan releyó el superyó freudiano. En esta línea, destacamos los siguientes desarrollos:
Por un lado, la propuesta de Miller respecto del “significante ɸ0 para nominar al superyó”
(MILLER 1984a) como un goce no regulado por el falo. En este sentido, Miller retoma esta
encrucijada que ubicamos en los posfreudianos, pero sitúa el superyó como resto de la lógica del
Edipo, no como un antecedente del Edipo. En ese sentido propone al superyó por fuera de la
lógica fálica. Sin embargo, no despliega dicha propuesta porque elige abordar el problema a partir
de la categoría de goce, abandonando el concepto de superyó. En ese sentido, destacamos los
desarrollos respecto del goce del síntoma (MILLER 1984a), que entendemos, son el modo en que
Miller continúa interrogando la articulación entre superyó y síntoma. Lo retomaremos en el
capítulo 4.2.
En segundo lugar, destacamos las teorizaciones respecto del masoquismo que permiten
situar el lugar estructural del superyó, y su problemática respecto de los masoquismos femenino y

14
moral (LAZNIK y otros 2002). Estos desarrollos introducen diversos interrogantes, que
intentaremos recorrer, respecto de la articulación entre el superyó y los tres masoquismos. Lo
retomaremos en el capítulo 4.1.
En tercer lugar, también enfatizamos los desarrollos que permiten precisar e investigar la
articulación del objeto voz plus de gozar con el superyó (RABINOVICH 1983). Dichos
desarrollos permiten iluminar las propuestas de Lacan en cuanto a la relación entre superyó y
objeto. También volveremos sobre esta cuestión a lo largo del capítulo 8.3.
En cuarto lugar, señalamos la propuesta que retoma la distinción lacaniana entre sadismo y
masoquismo vinculados a la voz como soporte del deseo del Otro. Dicha distinción, al mismo
tiempo permite separar dos conceptos que Freud plantea siempre plegados, asociados: el sadismo
y el erotismo anal. Esta propuesta retoma la distinción lacaniana entre la voz, articulada al deseo
del Otro, y la pulsión anal, articulada a la demanda del Otro (LOMBARDI 1987). Lo
retomaremos en el capítulo 6.
En quinto lugar, ubicamos el planteo en el cual la satisfacción en juego en la reacción
terapéutica negativa es afín al dispositivo analítico (COTTET 1987). Una idea central, aunque
no suficientemente desplegada. Situaremos el problema en el capítulo 8.2.
En sexto lugar, señalamos y retomamos los desarrollos que investigan la fuente a partir de
la cual se delimita la crueldad del superyó; interrogante freudiano por excelencia. En ese sentido,
por un lado situamos la indagación del estatuto de las representaciones palabra del superyó
(LUBIÁN 2009). Y por otro, el planteo sobre la ley oscura que profundiza los desarrollos de
Lacan del superyó como significante enigmático (ZIZEK 1999). Lo retomaremos en los capítulos
7 y 8.
En séptimo lugar destacamos la propuesta que señala la superposición del Ideal del yo con
el superyó y posibilita una relectura del esquema de la masa (SCHEJTMAN 2009). Hallamos en
dicha lectura del Esquema que el Ideal del yo podría ser sustituido por el superyó. De este modo,
se ubicaría la voz en el lugar del objeto, allí donde Freud sitúa al líder. Esta cuestión permitiría
enmarcar el problema de la posición del analista vinculada a la voz a partir de un esquema
freudiano2. Al mismo tiempo, dicha propuesta también posibilitaría abordar la anorexia a partir
de la noción de “comunidad de goce” –se trataría de una revisión del Esquema de la masa a partir

2
En el Seminario XI Lacan utiliza el esquema de la masa para ubicar el análisis como una masa de a dos que se
organiza a partir del Ideal del yo (LACAN 1963). Su interés radica en situar el objeto a como aquello que soporta la
transferencia como sujeto supuesto saber. En esta línea, entendemos que es posible leer en los desarrollos de Freud
que el superyó es un nombre de aquello que excede la transferencia simbólica.
15
de la categoría de goce- y no de deseo como propone Freud en diversos lugares (SCHEJTMAN
2009). Retomaremos este planteo a lo largo del capítulo 4.

Sin embargo, también han habido diversos desarrollos lacanianos que exceden la carretera
principal alrededor del goce. Se trata de distintos planteos que recorren vías aledañas, y también
permiten interrogar la incidencia del superyó en la experiencia analítica. Destacamos los
siguientes:
Por un lado, los desarrollos que partiendo del superyó permiten reconsiderar la
conceptualización de la constitución subjetiva (LAZNIK 2003a). También cabe agregar el
planteo respecto de la reconfiguración de los obstáculos al análisis a lo largo de la segunda
tópica (LAZNIK y otros 2007c). En este sentido, el superyó introduce un viraje en la clínica
psicoanalítica, no solamente en el sentido de ser un nuevo obstáculo, sino en la categoría misma
de obstáculo, necesario, ineludible, un obstáculo a transitar. Y a su vez, destacamos las
puntuaciones respecto del fin del análisis freudiano articulado al superyó (LAZNIK 2007a), en el
punto en que el superyó permanece como resto indisoluble. Lo trabajaremos en los capítulos 3 y
4.
También destacamos el planteo respecto de la anterioridad lógica del superyó respecto del
Edipo, pero en el punto en que el superyó sería el nombre perverso del padre que luego halla un
marco en el fantasma. En este sentido, subrayamos la importancia del superyó respecto de la
constitución de la escena (GLASMAN 1983). Y el superyó como resto vivo del padre que se
hereda vía el Edipo pero por fuera del padre muerto (SCHEJTMAN).
Por otro lado, señalamos la articulación entre el superyó y el padre que permite retomar el
estatuto complejo de la instancia paterna en Freud, y la utilización del concepto de superyó para
indagar los diagnósticos en la clínica psicoanalítica (GEREZ-AMBERTÍN 1993). En dichos
desarrollos se destaca el lugar de la culpa. Lo retomaremos en el capítulo 7.
Por último, también observamos la teorización que resalta el valor del superyó como
operador que permite diferenciar las psiconeurosis narcisistas de las psicosis (CANCINA 1993).
Se trata de una propuesta que retoma la última reformulación freudiana de las nosografías a la luz
de las instancias de la segunda tópica. Y en esta misma línea, también situamos la
conceptualización de las neurosis graves en articulación con el lugar que cobra el superyó
(AMIGO 2001)3. Una propuesta que ilumina una idea apenas postulada por Freud en El yo y el
ello (1923a). Retomaremos estos diversos desarrollos en el capítulo 4.

3
Desde nuestra perspectiva, la categoría de neurosis graves no solo permite interrogar los fracasos del marco
fantasmático, sino también la dimensión injuriante del superyó.
16
Por nuestra parte, y apoyándonos en las perspectivas previas, consideramos que la
conceptualización del superyó modifica sustantivamente los fundamentos y desarrollos de la
teorización freudiana y lacaniana del dispositivo analítico. Situemos brevemente nuestro planteo.
Freud inicia su investigación por la vía del síntoma, y de este modo, traza los primeros
lineamientos del “dispositivo analítico”4. En primer lugar, Freud lo conceptualiza con el síntoma
neo-producido, y luego, con el artificio de la neurosis de transferencia. De este modo, teoriza el
principal fundamento de la operación y posición del analista a lo largo de la primera tópica.
A lo largo de la primera tópica se dedica a conceptualizar el modo en que se solucionan los
síntomas. En dicho recorrido, construye el primer modelo del aparato psíquico (FREUD 1900) y
luego traza los ejes centrales de la experiencia analítica de la primera tópica (FREUD 1915b, c
y d). Se trata de una delimitación de la clínica psicoanalítica sostenida en los conceptos de
inconsciente, repetición, transferencia y pulsión (LACAN 1963); que al articularse con los
desarrollos sobre la fantasía y el narcisismo, permiten delinear una posición para el analista y una
delimitación de la dirección de la cura. El marco de esta clínica es la primera tópica freudiana.
La formulación de la segunda tópica en El yo y el ello (1923) modifica la conceptualización
del aparato psíquico, y por ende, la dirección de la cura. Freud introduce el concepto de superyó
como una de las tres instancias que componen dicho aparato psíquico. Le adjudica un lugar
central al situarlo como el “principal obstáculo a la curación” (FREUD 1923a) y más tarde como
una de las “dos resistencias mayores” (FREUD 1926).

Ahora bien, cuando Freud introduce el concepto de superyó la teoría ya cuenta con treinta
años de desarrollos enmarcados en la primera tópica. El superyó es un concepto tardío en la obra
freudiana.
Al tratarse de un concepto central y a la vez tardío, la conceptualización del superyó
conduce a Freud a revisar, y en ocasiones reformular, distintos desarrollos de la experiencia
analítica.
Sin embargo, justamente por ser un concepto central y tardío, Freud no termina de
explicitar las distintas consecuencias que conlleva el concepto de superyó en la delimitación de la
experiencia analítica. Por ello, sobre el final de su obra continúa indagando sus consecuencias
(FREUD 1938).

4
En sentido estricto, el concepto de “dispositivo analítico” no se encuentra presente en los desarrollos teóricos de
Freud. Sin embargo, es un concepto utilizado por gran parte de la comunidad analítica lacaniana (MILLER 1987)
para nombrar la gran invención de Freud: el artificio mediante el cual opera la cura analítica (FREUD 1893).
17
En los inicios de la segunda tópica, el superyó le permite a Freud recortar y conceptualizar
el obstáculo central de la “reacción terapéutica negativa” (FREUD 1923a). Al decir de Freud, los
pacientes empeoran en lugar de mejorar. Freud aclara que no se trata de una de las resistencias
conceptualizadas a lo largo de la primera tópica, ya que si se la intenta tratar de ese modo, nada
se consigue. Por ello aclara que los pacientes: “no se sienten culpables sino enfermos” (FREUD
1923a). Es decir, Freud no está interrogando la culpa sino las melancolizaciones.

Sin embargo, si bien Freud conceptualiza el superyó en El yo y el ello (1923) como el


nuevo y central obstáculo de la cura, paralelamente, retoma e inscribe diversos desarrollos,
previos a la segunda tópica, dentro de la égida de la conceptualización del superyó.
Es decir, estos desarrollos previos a la segunda tópica encuentran un nuevo lugar en la
teoría a partir del concepto de superyó.
En este sentido, destacaremos el movimiento que va del “padre muerto” (FREUD 1913b) a
la “interiorización de la prohibición del incesto” (FREUD 1924b). O sea, la articulación de dos
mitos centrales: Tótem y tabú y Edipo.
Además, trabajaremos el modo en que se reordenan a partir del superyó los desarrollos
respecto del “Ideal del yo” y la “conciencia moral” de Introducción del narcisismo (FREUD
1914b).
Se trata de diversos desarrollos que Freud conceptualiza paralelamente a la teorización de la
reacción terapéutica negativa, y sin embargo, también se inscriben dentro del superyó.
Estos desarrollos, que recorren otras preguntas de Freud, develan una dimensión del
superyó que no conduce a su postulación como principal obstáculo a la curación. Intentaremos
dar cuenta de estas complejidades en la conceptualización freudiana del superyó.

Por otro lado, el superyó también lo conduce a Freud a plantear nuevos problemas y vías de
interrogación: la pregunta por la articulación entre el sadismo y el masoquismo (FREUD 1924a),
la cuestión de la autoridad y su divergencia con la angustia frente al superyó (FREUD 1932b), la
posibilidad de recortar nuevos referentes clínicos, entre los cuales destacamos el suicidio, la
autodestrucción y las neurosis graves (FREUD 1923a), y la delimitación de nuevas categorías
nosográficas (FREUD 1924c).
Se trata de los primeros años de la segunda tópica en los cuales Freud utiliza el superyó
para recrear viejos problemas y recortar nuevos obstáculos. Abordaremos estas cuestiones a lo
largo del capítulo 4.

18
Ahora bien, desde nuestra perspectiva, a medida que Freud avanza con la conceptualización
del superyó, y la formulación de la segunda tópica, va dejando entrever su decepción, anticipada
en El yo y el ello (1923) cuando postulaba la reacción terapéutica negativa como el obstáculo más
poderoso.
Si bien Freud nunca conceptualiza al superyó como un límite5 a la cura, consideramos que
es posible leer cierta decepción freudiana en cuanto a las consecuencias que introduce la
conceptualización del superyó en su delimitación de la experiencia analítica: es decir, un impasse
en los alcances de la cura.
Intentaremos desplegar esta cuestión orientándonos a partir de la hipótesis de que el
superyó adquiere un lugar central en la experiencia analítica a partir de su articulación con el
concepto de pulsión (FREUD 1923).
A fin de fundamentar y desarrollar dicha hipótesis recortaremos y trabajaremos dos
dimensiones del concepto de superyó en la teorización de Freud: una dimensión civilizante y una
dimensión cruel. Freud ubica y precisa una dimensión civilizante, "protectora" (FREUD 1923),
normativa, y al mismo tiempo, desarrolla una dimensión cruel del superyó, articulada al
masoquismo (FREUD 1924).
Intentaremos responder un interrogante central: ¿por qué razón Freud plantea dos
dimensiones tan disimiles en cuanto al superyó? Es decir, Freud plantea al superyó como una
instancia que normativiza el goce, una función paterna que se incorpora e intenta domesticar la
satisfacción de las pulsiones, es decir, una dimensión protectora. Y al mismo tiempo, ubica al
superyó como la instancia privilegiada a partir de la cual se inscribe lo no ligado que se
manifiesta en la vociferación de los mandatos superyoicos6. Es decir, el superyó como enclave de
la pulsión de muerte, que permite retomar los desarrollos respecto del padre de la horda.
Destacaremos la dimensión cruel del superyó porque es ella la que conlleva las principales
modificaciones en la teorización del dispositivo analítico. Nos centraremos en las siguientes
consecuencias:
-La reformulación del estatuto del masoquismo y los problemas clínicos que permite
reconsiderar (FREUD 1924);

5
En rigor de verdad, Freud solamente le adjudica explícitamente el lugar de tope a la curación a la roca de base de la
castración (FREUD 1937). Cf. Omar Mosquera quien plantea al superyó como tope a la curación (MOSQUERA
2011).
6
Luego trabajaremos que en este punto, el de los mandatos, Freud ya ubica la ligadura y en ocasiones la mezcla
pulsional.
19
-La postulación del beneficio primario del síntoma y la complejidad que introduce
respecto de la operación analítica (FREUD 1925);
-La delimitación de la posición del analista por fuera de la neurosis de transferencia
(FREUD 1923, 1938).

En definitiva, el superyó le permite a Freud retomar antiguos obstáculos, y conceptualizar


nuevos problemas relativos al dispositivo analítico. Pero al mismo tiempo, introduce para Freud
una decepción, anticipada en los inicios de la segunda tópica, al constituirse inicialmente como el
principal obstáculo al análisis, que en ocasiones sitúa como un resto a la curación. Dicha
decepción, lo conducirá a interrogar el concepto de superyó hasta el final de su obra, y permitirá
situar las razones de porqué consideramos que el superyó se halla en los márgenes de la última
formulación freudiana de los obstáculos al análisis (FREUD 1937).

Recapitulando hasta aquí, con el fin de indagar la conceptualización del superyó y sus
consecuencias en la teorización del dispositivo analítico freudiano, destacaremos los conceptos de
masoquismo, síntoma y posición del analista.
Sin duda, el superyó introduce múltiples modificaciones en la teorización freudiana. Sin
embargo, privilegiaremos su articulación con:
a. El masoquismo. Porque subvierte la clínica de las formaciones del inconsciente de la
primera tópica7.
b. El síntoma. Porque es desde allí que Freud inició y delimitó su clínica. En este punto, el
superyó complejiza e introduce nuevos interrogantes respecto del mismo.
c. La posición del analista. Porque desde Freud en adelante el Psicoanálisis se delimita
como una clínica bajo transferencia.

Desde nuestra perspectiva, hallamos que Lacan conceptualiza el superyó a partir de cuatro
nuevos operadores de lectura: por un lado, los tres registros y el objeto a, y por otro, el gran Otro
y los goces. De este modo, abre nuevos caminos que permiten retomar y reformular la incidencia
del superyó en el dispositivo analítico.

a. La conceptualización del superyó desde los tres registros y el objeto a.


El superyó es la puerta de entrada de Lacan a la clínica psicoanalítica. Es decir, es el
concepto central de su Tesis de Doctorado a partir de la cual Lacan se desplaza de la psiquiatría al

7
Una clínica que se ordena a partir de la categoría de sujeto introducida por Lacan.
20
psicoanálisis. En este punto, el superyó le sirve para dar cuenta de las psicosis, y en particular, de
los efectos de la palabra en el registro imaginario.
Por tal motivo, los dos casos princeps de Lacan sobre el tema en esta época, dan cuenta de
un superyó que, por un lado, opera una solución al desencadenamiento, y por otro, se introduce
como una figura amenazante –que rescata al sujeto del autismo y lo introduce en el campo de las
psicosis-.
En su Tesis (LACAN 1932), Lacan sitúa al superyó como un mecanismo autopunitivo
respecto del registro imaginario (LACAN 1932). Conceptualiza así una detención de la
personalidad de Aimée en el momento de la génesis del superyó. De allí explica que la tendencia
dominante sea la autopunición.
Delimita de esta manera, la paranoia de Aimée en una categoría nueva: la “paranoia de
autopunición”. Una paranoia superyoica. De este modo, ubica el crimen del superyó como un
acto con intención autopunitiva que libera a Aimée de su delirio. Entonces, con el mecanismo
autopunitivo, la paranoia superyoica promueve una estabilización en las psicosis.
En este primer tiempo de primacía del registro imaginario, simultáneamente a la
conceptualización del superyó como un mecanismo autopunitivo, Lacan elabora el Estadio del
espejo, y desde allí ordena a posteriori la mención de un superyó como figura obscena y feroz. Es
decir, la imaginarización de una instancia que acecha desde los bordes del espejo (LACAN
1949).
La articulación del superyó con los desarrollos del Estadío del Espejo, se conectan con los
efectos que conlleva la palabra en la constitución del superyó. En ese sentido, unos años después,
en Variantes de la cura tipo (1955) dice que la: “identificación narcisista (...) deja al sujeto, en
una beatitud sin medida, más ofrecido que nunca a esa figura obscena y feroz que el analista
llama el Superyó, y que hay que entender como el boquete abierto en lo imaginario por todo
rechazo (Verwerfung) de los mandamientos de la palabra” (LACAN 1955b).
En esta línea, se destaca el caso Robert donde Lacan sitúa la intrusión de una figura
obscena y feroz que se localiza en el grito del niño: “¡el lobo! ¡el lobo!” (LACAN 1953b). Lacan
destaca el modo en que la ruptura de la cadena significante se manifiesta con el aislamiento de un
solo significante: “el lobo” en tanto encarnación del superyó.

En un segundo momento, a lo largo de los primeros Seminarios, retoma y profundiza los


desarrollos sobre el superyó a partir del registro simbólico. Cuando trabaja la disyunción entre
transmisión y obediencia (LACAN 1955) puede interrogar una dimensión de lo simbólico que no
se reduce al significante articulado. De este modo, trabaja la constitución del Je a partir del Tú

21
eres (LACAN 1955a). Se trata de la constitución del yo (je) a partir del registro simbólico, pero
no en la línea del estadio del espejo, sino a partir de un llamado, el Tú eres al que el yo (je) se
identifica. Lacan conceptualiza la constitución del sujeto vinculada al superyó (LAZNIK 2006b),
a partir de una operación de lectura que realiza respecto de la frase: “Tú eres el que me seguirás”.
Es decir:
Por un lado, la inscripción del sujeto en una cadena de generaciones, y la deuda
concomitante –En Tótem y tabú (1913) Freud lo llamaba sentimiento inconsciente de culpa por
matar al padre, que permite la inclusión del sujeto en una cadena de generaciones-.
Por otro, la alienación al Tú sin resto; por ende, ausencia de división del sujeto, una lectura
superyoica de la frase Tú eres el que me seguirás allí donde el sujeto no puede sino obedecer.
En definitiva, Lacan delimita la función del Tú de dos modos posibles: “Tú eres el que me
seguirá(s)” con “s”, o bien, “Tú eres el que me seguirá” sin “s”. Se trata entonces de dos frases
homofónicas respecto de las cuales se requiere de una operación de lectura (LAZNIK y otros
2006b)8. Lo retomaremos en el capítulo 7.

En un tercer momento, Lacan indaga el superyó a partir del registro de lo real al articularlo
al objeto voz. De este modo, retoma la articulación central de Freud entre el superyó y la pulsión
(LACAN 1963). Sin embargo, estos desarrollos conservan cierta oscuridad: ¿son equivalentes la
pulsión invocante y el objeto voz -respecto del cual Lacan inscribe el superyó-?
En los Seminarios 3, 4 y 5 Lacan distingue ley y superyó. Sin embargo, en el Escrito Kant
con Sade (1966) y los Seminarios que le corresponden, no cronológicamente sino
conceptualmente en cuanto a este tema, es decir, los Seminarios 7, 8 y 9, entendemos que Lacan
modifica el rumbo: si entre los años 1955-1957 distingue ley y superyó, luego, entre los años
1959-1961 utiliza un nuevo operador de lectura, el objeto a, y con él finalmente conceptualiza la
pulsión invocante (LACAN 1962).
La pulsión invocante tiene distintos antecedentes freudianos: el valor que tiene para Hans el
ruido que hace el caballo con las patas (FREUD 1909), el ceremonial de dormir de la Conferencia
17 (FREUD 1916), la pulsión de la crueldad que se organiza en pares de opuestos: sadismo y
masoquismo (FREUD 1914c), el superyó como restos de representaciones palabra (FREUD
1923), los restos de lo visto y lo oído (FREUD 1938), entre otros.
A partir de estos antecedentes Lacan retoma la pulsión de la crueldad freudiana que se
organiza en pares de opuestos, sadismo-masoquismo, con su propuesta de una pulsión invocante.

8
En este punto, también es posible ubicar el “seguirás” que delimita el superyó en las neurosis, en su distinción con
el “seguirá” que sitúa la injuria alucinatoria.
22
Para Lacan el objeto pulsional en juego es la voz y lo desarrolla en el Seminario 10 cuando relee
la propuesta de Isakover acerca de la Dafnia, quien incorpora desde el exterior un grano de arena
que le permite mantener el equilibrio. Lacan toma al aporte del analista contemporáneo de Freud
para dar cuenta de la operación de la incorporación de la voz como un objeto externo,
incongruente, que no se asimila. Por eso afirma que “Una voz no se asimila; pero se incorpora, y
esto es lo que puede darle una función al modelar nuestro vacío” (LACAN 1962)9.
La pulsión invocante le permitirá a Lacan indagar diversas cuestiones: el estatuto de la voz
del superyó (LACAN 1962), la función del objeto en la perversión (LACAN 1966c), el
fundamento de las alucinaciones auditivas (LACAN 1958a), la función de la voz en el marco del
fantasma (LACAN 1962) y la posición del analista como semblante de objeto (LACAN 1969).
Entonces, leemos que cuando Lacan se pregunta por el sujeto, en sus respuestas intenta
separar por un lado, el superyó, y por otro, los desarrollos de la ley y la producción del sujeto
dividido. En cambio, cuando introduce el objeto a como operador de lectura, acerca el superyó,
no al sujeto, sino a la posición del analista y la perversión.
En otros términos, Lacan retoma y permite precisar el deslizamiento de la posición del
analista a una posición que implicaría efectos superyoicos. Es decir, una intervención que le de
consistencia al ser. De este modo, retoma y desarrolla la idea freudiana de que el superyó puede
volverse cruel. Sin embargo, el planteo de Lacan supone una modificación en la pregunta de
Freud ya que no se trataría de que el superyó se vuelve cruel, sino que la posición del analista, en
tanto objeto, guarda comunidad de lugares con la voz del superyó. Desarrollaremos estas
cuestiones a lo largo de los capítulos 4, 7 y 8.

b. La conceptualización del superyó desde el gran Otro y los goces.


El superyó freudiano es paterno. Es decir, se ordena con la categoría freudiana del padre.
Sin embargo, en diversos lugares Freud sitúa cuestiones que a Lacan le permitirán retomar el
superyó, pero que delimitará a partir de la categoría del Otro, en principio materno, y luego como
un lugar. Revisemos estas cuestiones.
En el Proyecto de Psicología Freud escribe: “La inicial dependencia del ser humano es la
fuente primordial de todos los motivos morales”. Entonces, con la categoría del gran Otro Lacan
recupera aquella idea freudiana para esbozar la propuesta de que el superyó es consecuencia de la
alienación, es decir, efecto del lenguaje. De este modo, con el pasaje del grito al llamado, Freud

9
Esta vía nos conduce a articular el objeto voz con el sadismo del superyó. El Shofar remite al objeto voz pero
también al mandamiento. Así establece la relación entre la voz y el sadismo-masoquismo: sadismo del superyó y
masoquismo del yo.
23
anticipa la constitución, en un mismo movimiento, de la demanda y del superyó. El concepto que
fundamenta estas cuestiones es el de “desvalimiento” (FREUD 1925).
A partir de estos antecedentes Lacan retoma e indaga el planteo de Freud acerca de la
ligazón madre pre-edípica (FREUD 1933d), y de esta manera, introduce la categoría de “superyó
materno” (LACAN 1957a). El superyó lo conduce a Lacan a investigar un estatuto diverso del
Otro -previamente entendido como la batería de los significantes- y de este modo posibilita
interrogar el valor conceptual de los mandatos superyoicos. De esta manera, Lacan inaugura una
vía de investigación de los mandatos por fuera de la referencia al padre; la referencia freudiana
por excelencia.
Al mismo tiempo, con el operador conceptual del deseo del Otro puede volver a interrogar
el estatuto de la reacción terapéutica negativa freudiana. De esta manera, propone que se trata de
una complicación a nivel del deseo del Otro que se actualiza en el decurso del análisis (LACAN
1957a). Desplegaremos estas cuestiones en los capítulos 4 y 8.
Finalmente, cuando introduce las fórmulas de la sexuación, Lacan no deja de servirse del
concepto de superyó; en dicha ocasión para interrogar el estatuto del Otro y los goces del lado
macho de las fórmulas (LACAN 1972a).
Por nuestra parte, consideramos que Lacan sitúa el superyó como rechazo de la castración
al conceptualizarlo como un modo del objeto plus de gozar. De esta manera, teoriza al superyó
como una instancia que ordena gozar (LACAN 1972a). Entendemos que Lacan dialoga con el
planteo freudiano donde el superyó es una instancia que exige la renuncia, que a la vez, se
satisface en dicha exigencia. De allí que Lacan afirme en el Seminario 20 que el superyó ordena
gozar (LACAN 1972a)10. Desde la perspectiva de Lacan el superyó no limita la satisfacción de la
pulsión.
Al retomar el concepto de superyó a partir de estos nuevos operadores, Lacan puede
indagar, de un modo diverso al de Freud, la incidencia del superyó en la determinación de los
obstáculos, impasses y reformulaciones del dispositivo analítico.

Con el fin de abordar estas cuestiones dentro de nuestro recorte de la teorización de Lacan,
destacaremos la conceptualización lacaniana del objeto en sus diversas dimensiones ya que
permitirá precisar una dimensión de la transferencia atinente al superyó. En dicho sentido,
situaremos el modo en que Lacan reformula la pulsión de la crueldad freudiana en términos de la
pulsión invocante, y de qué manera dicha pulsión se articula con el superyó.

10
Los planteos posfreudianos se ordenan principalmente a partir de la vía en la que el superyó sería una instancia que
limitaría la satisfacción pulsional.
24
Finalmente, desplegaremos los desarrollos y problemas que conlleva el concepto de
superyó respecto de la conceptualización del dispositivo analítico, particularizando una serie de
núcleos problemáticos inherentes a la lectura que realiza Lacan del superyó y el dispositivo
analítico.
Destacaremos los siguientes problemas:

-La discusión que se establece entre la conceptualización freudiana y lacaniana del


superyó respecto de la ley y los mandatos. Por un lado, Freud propone al superyó como
heredero del complejo de Edipo, y de este modo sitúa una dimensión del superyó como
interiorización de la ley (FREUD 1924). Por otro, la propuesta lacaniana del superyó bajo la
forma del Tu eres el que me seguirás, a partir de la cual la ley y el superyó se presentan en
disyunción (LACAN 1955). Al indagar estas cuestiones podremos investigar las preguntas
freudianas por la crueldad del superyó, por la ética en juego en un análisis, y la posición del
analista.
-El contrapunto entre superyó paterno y materno. La conceptualización lacaniana del
superyó materno, en contrapunto con el superyó paterno freudiano. Entendemos que dicho
contrapunto permitirá indagar la articulación que realiza Lacan, por un lado, entre superyó y
demanda materna (LACAN 1957a), y por otro, entre superyó y el campo del deseo y la pulsión
invocante (LACAN 1962).
-El objeto voz como fundamento de la alucinación, el superyó, el fantasma, las
modalidades sádica y masoquista de la perversión y la posición del analista. Entendemos que
es crucial indagar la conceptualización del objeto voz como fundamento de la alucinación, el
superyó, el fantasma, las modalidades sádica y masoquista de la perversión y la posición del
analista ya que permitiría revisar ciertos problemas clínicos: la dificultad que surge en
determinadas ocasiones respecto del diagnóstico entre neurosis y perversión, o bien, en el
diagnóstico entre la voz del superyó y la alucinación verbal; el deslizamiento de la posición del
analista a la presencia de una voz superyoica; y la articulación entre superyó y fantasma. También
indagaremos el problema que esboza Lacan en su escrito Kant con Sade cuando alude a cierta
comunidad de lugares entre la voz del superyó, la perversión y la posición del analista (LACAN
1966c).
-El superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica. En este apartado
propondremos investigar una serie de ideas apenas esbozadas por Lacan, que permitirían indagar
la articulación entre el superyó, las operaciones de alienación y separación y la constitución del

25
sujeto. A partir de allí, pensamos que sería posible iluminar un aspecto de la operación analítica
que se fundamenta en las formaciones del inconsciente y tendría incidencia en el superyó. Se trata
de una lectura del superyó más cercana a los desarrollos freudianos, y sin embargo, extraída de
los textos de Lacan.
-El superyó como imperativo de goce y la posición del analista. En esta sección
delimitaremos la propuesta de Lacan del superyó como "imperativo de goce" (LACAN 1972a) en
contrapunto con la conceptualización freudiana del superyó bifronte, es decir, las dimensiones
protectora y cruel del superyó (FREUD 1924). Destacaremos la intuición freudiana de articular el
superyó con una dimensión del padre que excede al padre como agente de la prohibición del
incesto. Luego, ubicaremos el superyó a partir del objeto a plus de gozar (LACAN 1969) y el
goce del Otro (LACAN 1972a). Finalmente, trazaremos los ejes que, en la Tesis, nos permitirán
indagar el problema del superyó y la posición del analista a partir de los goces. Es decir, el goce
del Otro y el Otro goce.

Consideramos que al desarrollar estas diversas cuestiones podremos dar cuenta de la


incidencia del superyó en la determinación de los obstáculos, impasses y reformulaciones del
dispositivo analítico teorizado por Freud y Lacan. Nuestro interés se sostiene en la interrogación
de los alcances y límites de la clínica psicoanalítica.

26
DESARROLLO DEL PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN

Abordaremos el Problema de Investigación a partir del siguiente recorrido:

- La experiencia analítica de la primera tópica freudiana;


- Antecedentes del superyó;
- La formulación freudiana del superyó;
- Consecuencias del superyó en la teorización freudiana del dispositivo analítico;
- El dispositivo analítico que se desprende de la conceptualización de Lacan;
- La formulación lacaniana del superyó;
- Núcleos problemáticos de la conceptualización lacaniana del superyó y del dispositivo analítico.

27
CAPÍTULO 1

LA EXPERIENCIA ANALÍTICA DE LA PRIMERA TÓPICA FREUDIANA

Para situar los ejes de la experiencia analítica de la primera tópica delimitaremos el


dispositivo analítico que Freud construye a partir de la conceptualización del síntoma y la
neurosis de transferencia.

Dispositivo analítico
En sentido estricto, el concepto de “dispositivo analítico” no se encuentra presente en los
desarrollos teóricos de Freud. Sin embargo, es un concepto utilizado habitualmente por gran parte
de la comunidad analítica (MILLER 1997) para nombrar la gran invención de Freud: el artificio
mediante el cual opera la cura analítica. El primer referente freudiano de este artificio es el
síntoma neo-producido, y el segundo la neurosis de transferencia. Ambos constituyen los dos
pilares en los que se sostiene la operación y posición del analista en la primera tópica.
¿Cómo delimita Freud el dispositivo analítico en sus inicios?

Síntoma, conflicto y mecanismo psíquico


Freud plantea que el psicoanálisis “inició su trabajo por el síntoma” (FREUD 1933b).
Conceptualiza como síntoma propiamente dicho a aquellos fenómenos en los que está en juego el
“mecanismo psíquico” y el “conflicto psíquico” (FREUD 1894).
Postula que la represión actúa ante el surgimiento de una representación inconciliable para
el yo. Dicha representación inconciliable produce un conflicto psíquico11 (FREUD 1894). Es
decir, sin conflicto psíquico no hay represión.
Pero además, ya desde los inicios de su obra Freud comienza a precisar el modo en que
opera la represión. Allí interviene el mecanismo psíquico que supone el desplazamiento de las

11
En este sentido, entendemos que el conflicto psíquico es el nombre freudiano de la división del sujeto.
28
investiduras12 por la cadena asociativa. La noción de desplazamiento, le permite a Freud dar
cuenta del síntoma como retorno de lo reprimido. De este modo, la representación reprimida halla
un sustituto, por desplazamiento, en la formación de compromiso13.
De este modo, es posible recorrer el camino inverso y llegar desde el síntoma hasta la
representación reprimida que produjo un conflicto psíquico. Y entonces, es posible introducir un
margen de libertad respecto del “no querer saber” (FREUD 1894), propio de la neurosis, que
condujo a la represión.
El síntoma se constituye como producto del mecanismo psíquico y testimonio del
conflicto psíquico. Y de este modo, Freud lee el síntoma como escrituras en el cuerpo de una
“historia de padecimientos” (FREUD 1893a).

Por otro lado, a lo largo de los primeros años14 Freud acentuará principalmente el destino
de la representación. Dicho destino, que Freud conceptualiza con la represión y el “retorno de lo
reprimido” (FREUD 1896b), le permitirá dar cuenta de la serie de las formaciones del
inconsciente. En este sentido, dichas formaciones, se constituyen como una serie porque todas
son sustitutos de lo reprimido, y funcionan con las operaciones del proceso primario –
condensación y desplazamiento-.
Años más tarde, cuando Freud ya cuente con el concepto de pulsión, comenzará a acentuar el
destino del monto de afecto. Esta vía lo llevará a intentar dar cuenta de un resto producto de la
división del sujeto –que leemos en la obra freudiana bajo el nombre de conflicto psíquico-. Este
sendero nos permitirá leer una clínica de la satisfacción pulsional en Freud. Luego lo
retomaremos.

La invención freudiana: síntoma y dispositivo analítico


Que el síntoma sea analizable “se sostiene en la solidaridad entre esa estructura de
compromiso entre representaciones –constitutivas del síntoma- y la estructura de lenguaje del
dispositivo analítico” (LAZNIK 2007a). Se trata de un dispositivo que se fundamenta en el

12
En ciertas ocasiones Freud utiliza el término “investidura” en un sentido cuantitativo, y en otras, como una
acepción cualitativa, de allí la polisemia de la noción de “monto de afecto”.
13
Freud desarrolla en los inicios de su Obra la “conversión por simbolización” (FREUD 1893), el “enlace falso”
(FREUD 1894) para dar cuenta del modo en que la representación reprimida se sustituye en el síntoma.
14
Nos referimos a las tres grandes Obras que le permiten a Freud articular el síntoma a otros fenómenos psíquicos y
de este modo construir la serie de las formaciones del inconsciente: La interpretación de los sueños (1900);
Psicopatología de la vida cotidiana (1901) y El chiste y su relación con el inconsciente (1905).
29
estatuto singular que Freud le otorga a la palabra, regida por las operaciones de condensación y
desplazamiento (FREUD 1900).
En este sentido, tanto el dispositivo analítico, como el modo en que se forma un síntoma,
tienen en común las operaciones del proceso primario; de allí su solidaridad.
De esta manera, el dispositivo analítico se rige por el método psicoanalítico –asociación
libre y atención flotante- (FREUD 1904) que se fundamenta en la estructura de compromiso de
las representaciones, tal como Freud las conceptualiza. Dicho de otro modo, condensación y
desplazamiento, son las operaciones que sostienen la producción de un síntoma, y al mismo
tiempo, también rigen el método psicoanalítico. Por ende, dichas operaciones soportan el
dispositivo analítico que se sostienen en la palabra delimitada a partir del proceso primario:
representaciones inconscientes susceptibles de condensación y desplazamiento.

La primera tópica
Siguiendo este movimiento, Freud conceptualiza la primera tópica15 para dar “respuesta
al interrogante por la formación y solución de síntomas” (LAZNIK 2007a).
Habiendo establecido la articulación entre el síntoma y el dispositivo analítico, Freud
avanza en la construcción del primer modelo del aparato psíquico organizado en tres sistemas:
Icc-Prcc-Cc.
La “primera tópica” (FREUD 1900) intenta fundamentar cómo está constituido un
aparato psíquico que produce los síntomas que Freud considera posibles de ser abordados por el
método psicoanalítico –asociación libre y atención flotante- (FREUD 1904). Fenómenos en los
que está en juego el “mecanismo psíquico” (FREUD 1894) que supone el desplazamiento de las
investiduras por la cadena asociativa, y por ende, al síntoma como producto de dicho mecanismo
y testimonio del conflicto psíquico. Por ello, que el síntoma sea analizable “se sostiene en la
solidaridad entre esa estructura de compromiso entre representaciones –constitutivas del
síntoma- y la estructura de lenguaje del dispositivo analítico” (LAZNIK 2007a). Un dispositivo
que se fundamenta en la palabra regida por las operaciones de condensación y el desplazamiento
(FREUD 1900).
Si bien el concepto de inconsciente dinámico hallará rigurosidad teórica recién a partir de
la metapsícología16, ya en 1900 el concepto de inconsciente le permite indagar y desarrollar una
clínica orientada por la brújula de las formaciones del inconsciente.

15
Con “primera tópica” nos referiremos a los desarrollos que se enmarcan en la primera conceptualización freudiana
del aparato psíquico en La interpretación de los sueños (1900) y a sus desarrollos metapsicológicos que abarcan
hasta 1920.
30
Ahora bien, “para fundamentar la eficacia del dispositivo analítico Freud necesita
formalizar la lógica que comanda las formaciones del inconsciente” (LAZNIK y otros 2010a).
La lógica que subyace es la del deseo inconsciente como motor del aparato. Un deseo que se
funda en el desencuentro entre sujeto y objeto. Por eso, Lacan funda el retorno a los conceptos
freudianos a partir de la categoría de “distychia” (LACAN 1963), el desencuentro entre sujeto y
objeto.

De esta manera, Freud introduce el objeto perdido a partir de la experiencia de


satisfacción. El objeto perdido se constituye como fundamento del aparato psíquico, que de este
modo halla su motor en el deseo inconsciente. El objeto perdido aparta al sujeto del camino de la
satisfacción de la necesidad y lo conduce hacia una búsqueda infructuosa desde la perspectiva de
la adaptación que condena al sujeto a repetir el desencuentro con el objeto. Al decir de Freud, “el
aparato psíquico no puede hacer otra cosa que desear” (FREUD 1900). Esto conduce al
abandono del principio de constancia y la postulación freudiana del principio de placer17. El
nuevo principio que gobierna el aparato psíquico implica que no hay descarga absoluta sino que
siempre persiste un resto, que Freud nombra deseo. Dicho deseo motoriza el aparato psíquico y
consiste en “una moción que arranca del displacer y apunta al placer” (FREUD 1900). Y como
el encuentro con el objeto no se produce, el deseo persiste y Freud lo teoriza como deseo
indestructible.
Entonces, Freud postula un aparato psíquico constituido por sistemas. Y respecto del
sistema Icc, le atribuye diversas propiedades, de las cuales destacamos, que está regido por el
principio de placer, y que está sometido a las operaciones del proceso primario. El aparato
psíquico no puede hacer otra cosa que desear, pero además, rige la sustitución de una
representación por otra –el movimiento de investiduras que ubicamos previamente-.
De este modo, a lo largo de la primera tópica Freud conceptualiza un aparato psíquico
signado por la repetición de un desencuentro -entre sujeto y objeto- y al mismo tiempo, un
reencuentro con las huellas del objeto perdido. Dicha repetición le permite a Freud precisar el
estatuto del retorno de lo reprimido: consiste en la repetición de “representaciones de cosa”
(FREUD 1915d). No hay encuentro con el objeto, pero sí reencuentro con sus representaciones.
Tales representaciones sostienen la producción de las formaciones del inconsciente.

16
Fundamentalmente a partir de la teorización de la represión primaria como soporte de la represión secundaria y el
retorno de lo reprimido.
17
A partir del cual la descarga total queda perdida.
31
Las huellas de das Ding
Lacan profundiza estos desarrollos en el Seminario 7 a partir del concepto de das Ding, la
cosa. Define a das Ding como “el primer exterior en torno al cual se organiza todo el andar del
sujeto” (LACAN 1959). Se trata de un primer exterior que funda y guía el movimiento de las
representaciones, pero que en sí mismo no es representable: “se presenta y se aísla como el
término extranjero en torno al cual gira todo el movimiento de la representación” (LACAN
1959).
Tiene una posición topológica particular al tratarse de algo “ajeno al sujeto estando
empero en su núcleo” (LACAN 1959). Lacan lo homologa al “otro prehistórico inolvidable a
quien ninguno posterior iguala ya” (FREUD 1896a) que Freud propone en la Carta 52. “El
mundo freudiano, es decir, el de nuestra experiencia, entraña que ese objeto, das Ding, en tanto
Otro absoluto del sujeto es lo que se trata de volver a encontrar. Como mucho se lo vuelve a
encontrar como nostalgia. Se vuelven a encontrar sus coordenadas de placer, no el objeto”
(LACAN 1959).
De este modo, subrayamos la diferencia entre das Ding –aquello que funda la búsqueda
del objeto- y sus huellas que, entendemos, Lacan sitúa a partir de las coordenadas de placer. Las
vías facilitadas. Entonces, en esa búsqueda del objeto, no es das Ding lo que se encuentra sino
aquello que lo representa (KLIGMANN y MIARI 2010). El objeto está perdido y en su lugar hay
reencuentro con sus huellas; las representaciones inconscientes.

Recapitulando, el objeto perdido, el principio de placer y las operaciones del proceso


primario, le permiten a Freud construir cierta lógica común, a partir de la cual sostiene la
“solidaridad entre la formación de síntomas, el modo de funcionamiento del aparato psíquico y
el dispositivo analítico” (LAZNIK 2007a) 18.

Síntoma neo-producido
Ahora bien, el análisis propiamente dicho comienza con la producción del síntoma
analitico que Freud conceptualiza como “síntoma neo-producido” (FREUD 1893a). El despliegue
del síntoma neo-producido marca el inicio del tratamiento freudiano. La intrusión de un sin-
sentido en el campo de las representaciones yoicas constituye al síntoma como “una tierra
extranjera interior” (FREUD 1933b). Sin embargo, Freud indica que debe haber una lectura del

18
Con estos desarrollos, Freud puede postular, por un lado, la serie de las formaciones del inconsciente como
respuestas al ciframiento de las representaciones inconscientes, y por otro, el deseo soportado en el desencuentro con
el objeto, una “dystychia” (LACAN 1963) que fundamenta la praxis psicoanalítica.
32
síntoma por parte del analista para que se produzca el pasaje del padecimiento a la constitución
de un síntoma neo-producido.
Para Freud, se trata de realizar una operación sobre el padecimiento que permita el pasaje
del sufrimiento a la producción de un síntoma analizable. Dicha operación particulariza las
primeras teorizaciones freudianas acerca del dispositivo analítico.
En este sentido, el síntoma analítico se constituye como una nueva versión del
padecimiento (LAZNIK 2008a). Dicho de otro modo, entre el “estallido de la neurosis” (FREUD
1988) y el síntoma neo-producido o síntoma analítico, hay una operación en la que interviene el
analista.
Entendemos por estallido de la neurosis el punto de irrupción de un sin-sentido en la vida
cotidiana que se sostenía en la solidaridad entre el principio de placer, el sentido y la escena en la
que habita el sujeto. Luego nos explayaremos sobre este punto.
El estallido de la neurosis produce una vacilación en la certeza que el sujeto tiene sobre su
ser. Entendemos en ese sentido que Freud dice que el síntoma es una tierra extranjera interior.
Pero aún aquí, no hay una pregunta analítica para Freud, no hay un síntoma analizable: “No hay
aún una pregunta; es un punto de detención, un punto de desalojo del sujeto. El sujeto queda
desalojado de esa escena con la que habitaba el mundo: no sabe quién es, no sabe qué quiere”
(LAZNIK 2008a). Ya sea bajo el modo del padecimiento mudo, o bien por la vía de la queja,
Freud halla una posición pasiva que se presenta en el relato como víctima del sufrimiento.
Pero a Freud le interesa saber de qué modo ese sufrimiento produce un síntoma. Y cómo
todavía no hay síntoma analizable, aún no hay lugar para la interpretación: “a Freud no le
alcanza con la queja porque ubica al paciente como víctima del padecimiento, de ese destino que
le tocó en suerte. Entonces a lo que apunta es a lo que postula como conflicto psíquico, que lo
ubica como efecto de la defensa; que supone un modo de implicación del sujeto” (LAZNIK
2008a).
Despleguemos este punto con un referente freudiano inaugural.

Elisabeth y el síntoma neo-producido19


En el historial sobre Elisabeth (FREUD 1893b) Freud sitúa que los síntomas aparecen
después de una situación donde ella estaba abocada al cuidado del padre enfermo, y accede a salir
con un hombre. Cuando regresa de su cita, encuentra que el padre empeoró. Freud ubica que
Elisabeth estaba situada en el lugar del hijo varón que el padre no había tenido. De este modo,

19
En este apartado retomamos los desarrollos de la Ficha de Cátedra de Clínica Psicoanalítica “Elisabeth” (LAZNIK
2008a)
33
Freud considera que a Elisabeth se le presentó un conflicto psíquico entre los deberes hacia el
padre enfermo y un deseo erótico.
El “círculo de representaciones de los deberes hacia el padre enfermo” (FREUD 1893b)
es el modo de nombrar al yo: un círculo de representaciones homogéneas que le permiten a ella
reconocerse y nombrarse como la enfermera del padre. Pero surge una representación erótica que
es necesario reprimir: “una representación que la representa en el punto de su deseo, “la mujer
de un hombre”, es un significante que la representa como sujeto, sólo que para otra
representación, porque ella se nombra no sólo como la enfermera del padre, sino también como
la mujer de un hombre, y las dos representaciones resultan inconciliables para ella. Recién aquí
surge lo que ella hizo con ese deseo: lo reprimió” (LAZNIK 2008a).
Freud señala que los dolores –síntomas en sentido amplio- se localizaban en el lugar
donde Elisabeth apoyaba sus piernas sobre las piernas enfermas del padre. Acá sí hay un síntoma
testimonio del conflicto psíquico, un síntoma como retorno de lo reprimido. Aparece la pregunta
que involucra su feminidad, el síntoma con un valor de verdad, y lo que cambia es su posición
respecto del padecimiento. Se trata de su deseo de ser la mujer de un hombre, del deseo que
surgió y de lo que ella hizo con ese deseo. Ya no puede acusar a otro por su malestar, no es
víctima del padecimiento. El síntoma sólo existe en la medida en que surgió el deseo por el
cuñado y operó la represión. Freud dice que el afecto de la representación es tramitado por el
cuerpo, esto es lo que produce el síntoma conversivo. Se trata de un cuerpo de representaciones
que sostienen el desplazamiento de investiduras desde la representación reprimida –mujer de un
hombre-.
Freud recorta una representación singular del relato de Elisabeth: “stehen”. Una
representación que en el inicio aparece vinculada a que le duele estando de pie. En un segundo
momento, por conexión asociativa, stehen, significa no haber podido dar un paso en la vida. Y
en un tercer momento stehen se vincula a su soledad (alleinstehen).
De este modo, “Freud logra ubicar una sobredeterminación del síntoma;
sobredeterminación que quiere decir que esta representación es un significante que sostiene la
producción de distintos significados. Stehen es un significante que ordena el despliegue de la
cadena asociativa” (LAZNIK 2008a). Freud responde por este significante20 absteniéndose de
comprender un significado en particular, y así sostiene la dimensión del equívoco, del no saber
qué quiere decir stehen. Entonces, stehen ha devenido un significante.

20
Utilizamos el concepto de “significante” siguiendo la lectura del Escrito “La instancia de la letra o la razón desde
Freud” (LACAN 1957b) donde Lacan retoma los desarrollos freudianos acerca de la representación reprimida a
partir de las categorías saussureanas de significante y significado.
34
Se trata de un significante que sostiene la dimensión misma de la transferencia, en tanto a
este significante enigmático le es supuesto un saber (parada/detenida/sola). En este punto,
entendemos, Lacan introducirá, varios años después, la categoría de “significante de la
transferencia” (LACAN 1967b). Una categoría que permite formalizar estos desarrollos.
Cuando stehen se asocia a parada, detenida o sola, se trata de un signo. Ahora bien,
cuando stehen sostiene la producción de saber: parada/detenida/sola, en ese punto se produce el
pasaje del signo al significante21. Recién aquí ubicamos aquello que Freud llama “síntoma neo-
producido”, un síntoma interpretable. Se trata de una pregunta que va hallando diversas
respuestas. Y en el movimiento que conduce de responder por Stehen con parada y detenida, a la
soledad, ceden los malestares en el cuerpo y Elisabeth comienza a hablar de la soledad.
Freud produce de este modo una nueva versión del síntoma, en tanto incluye un elemento
que no estaba antes: el equívoco. Stehen ha devenido una representación equívoca, un
significante que produce diversos sentidos. La cadena asociativa responde con la producción de
diversos sentidos en el punto en que Freud interroga la representación Stehen, sin intentar
resolverla. Es en la cadena asociativa que Freud halla un saber inconsciente por fuera del yo.
¿Cuál es el lugar del analista? El de sostener la producción de una nueva pregunta con ese
elemento que retorna de lo reprimido, y que es posibilitado por el hecho de que no se sabe qué
quiere decir la soledad para ese analizante. “¿Se trata de la soledad de ella o la del padre que
quería un hijo varón?” (LAZNIK 2008a).
Entonces, el síntoma neo-producido consiste en una relectura de la que el analista forma
parte, y que produce un elemento nuevo22. En términos de Lacan, implica el pasaje de un signo a
un significante (LACAN 1960a). Si el signo representa algo para alguien, allí no hay equívoco. El
significante, en cambio, representa al sujeto para otro significante (LACAN 1957b). En ese
sentido, incluye el equívoco en el relato23.
En términos de Freud, es el surgimiento de una “representación cosa” (FREUD 1915d)
que permite pensar la “sobredeterminación del síntoma” (FREUD 1900), y los múltiples
significados que convergen en una neo-formación “extrínseca” al sentido (FREUD 1901b)24.

21
Remitimos al lector al abordaje que realiza Milner respecto de la diferencia entre el signo y el significante a partir
de los desarrollos de Lacan (MILNER 2003).
22
Un elemento nuevo que puede o no formar parte del código de la lengua (LACAN 1957a).
23
Cf. Con los desarrollos de Saussure sobre el signo. Curso de lingüística general (1982).
24
Tal es el caso que Freud trabaja en Psicopatología de la vida cotidiana (1901) con la representación
“famillionario”, que no pertenece al código de la lengua, pero que sostiene el retorno de lo reprimido.
35
En conclusión, entendemos el síntoma neo-producido como el surgimiento de una representación
que ordena el despliegue de la cadena asociativa.

El analista en los inicios: transferencia de saber


A partir de la lectura de Lacan podríamos decir que la operación analítica se precisa con la
producción de esta representación reprimida. Y el lugar del analista, vía “falso enlace” (FREUD
1893a), se delimita a partir de una representación más de la cadena asociativa que permite el
despliegue de las asociaciones25 al sostener el equívoco. Recién a partir de este punto Freud sitúa
la interpretación de la representación reprimida.
La posición del analista sostiene el despliegue de la cadena asociativa a partir de la
interpretación de la representación reprimida que comanda dicha cadena. Y en este movimiento,
vía falso enlace, él analista mismo, vale como una representación más de la cadena asociativa.
De este modo, a partir de la pregunta por la formación de síntomas, muy tempranamente
Freud se encuentra con una transferencia en términos de desplazamiento (FREUD 1893a), una
transferencia de saber, del yo al inconsciente, donde el analista vale como una representación.
Freud no interroga al yo del paciente sino que le supone un decir a la cadena asociativa.
Estos desarrollos permiten ubicar el estatuto de la interpretación: no se trata entonces de un
desciframiento de ningún sentido oculto, sino de hacer de un signo un significante. Es decir, que
la soledad devenga analizable.
¿Cuál es el lugar para el analista? Freud dice que por enlace falso ocupa el lugar de una
representación más de la cadena asociativa y así sostiene el movimiento de las representaciones.
En ese sentido, Lacan retomará estos desarrollos y postulará el lugar para el analista como
"significante cualquiera" (LACAN 1967b), o sea, aquel sentido que previamente respondía por el
síntoma (le duele la soledad), deviene en un significante, que sostiene el analista, y de este modo
relanza la pregunta: -¿La soledad de quién?-.

La neurosis de transferencia
Al conducir los análisis de esta manera, Freud comienza a encontrarse con el amor de
transferencia en su vertiente tierna26. Por eso, a partir de 1914 el referente clínico pasa a ser “el
amor de transferencia, que viene al lugar del síntoma y transforma la neurosis en neurosis de

25
Pasa a ocupar el lugar de la representación que previo a la interpretación respondía por el padecimiento.
26
Lacan teorizará dos dimensiones del sujeto supuesto saber: la suposición de un sujeto al saber inconsciente
(LACAN 1967b) y la propuesta de que se ama a aquél al que se le supone saber (LACAN 1972a).
36
transferencia. Nombra un nuevo problema en la práctica que sostiene la especificidad de la
experiencia del análisis” (LAZNIK 2007b).
De este modo, si el síntoma neo-producido es el primer referente freudiano del dispositivo
analítico, el artificio de la neurosis de transferencia es el segundo.
Freud conceptualiza la transferencia como motor y obstáculo. En cuanto a la transferencia
motor, supone la asociación libre y la interpretación que se sostienen desde el lugar del “oráculo”
(LACAN 1954a). Esta posición posibilita la apertura del inconsciente y fundamenta el
sentimiento de amor tierno hacia el analista.

El analista en la transferencia: formación del inconsciente y obstáculo


Sin embargo, los primeros desarrollos freudianos acerca de la transferencia acentúan la
articulación de la trasferencia con la resistencia. Por ello, a lo largo de la primera tópica Freud
indica que la transferencia se presenta como el principal obstáculo al análisis (FREUD 1912).
Respecto de la transferencia como un obstáculo Freud dice que el paciente repite con el
analista sus antiguas imagos infantiles: “repite en lugar de recordar” (FREUD 1914a). Como la
dirección de la cura apunta a llenar las lagunas del recuerdo Freud plantea que el analista debe
admitir el mínimo de repetición y esforzar al paciente a que recuerde (FREUD 1914a). Sin
embargo, a partir de Más allá del principio de placer (1920) afirmará que el inconsciente no
ofrece resistencia alguna sino que intenta irrumpir en la conciencia (FREUD 1920).
Esta cuestión permite separar la transferencia articulada a la repetición, de la transferencia
articulada a la pulsión (LACAN 1963). Freud superpone ambas dimensiones, y por ello articula
ambas a la resistencia. Intentaremos distinguirlas.

La transferencia articulada a la repetición introduce un nuevo modo del recordar. La


transferencia se constituye como una nueva formación del inconsciente donde lo reprimido se
plantea con el analista27. La repetición –agieren- se presenta como un nuevo modo de recordar en
transferencia, y no un obstáculo al recordar28. En esta dimensión, la transferencia sostiene el
retorno de lo reprimido con el analista. Esta dimensión de la transferencia es la que Freud indaga
principalmente en los Escritos Técnicos de 1912-14. En sentido estricto, aquí no estaría en juego
la resistencia, salvo la del analista, que intentaría que el analizante recuerde, en lugar de

27
En este sentido, Lacan dirá que el analista es una formación del inconsciente (LACAN 1963).
28
De este modo, modifica el concepto de memoria y a partir de aquí se puede conceptualizar una rememoración
actuada (LACAN 1963).
37
considerar la repetición con el analista (agieren) como un nuevo modo del recordar: el recuerdo
en acto (FREUD 1914a).
Se trata de una resistencia al método –más específicamente a que el paciente tiene que
decir todo aquello que se le ocurre- y no al análisis. Para Freud dejará de ser una resistencia
cuando pueda conceptualizar que el inconsciente –dinámico- no resiste, sino que insiste (FREUD
1920). Y que puede presentarse bajo el modo del recuerdo en acto.
En cambio, Freud da cuenta de otra dimensión de la transferencia, donde ésta se articula a
la pulsión y la fantasía, y allí sí, claramente entra al servicio de la resistencia. Un actuar con el
analista (FREUD 1914a) que se conecta con los conceptos de fantasía y pulsión. Este aspecto de
la transferencia conduce al detenimiento de las asociaciones, en tanto se actualizan en la persona
del analista los sentimientos de “amor y odio” (FREUD 1912).
Se produce un pasaje de la libido desde los síntomas hacia el analista: “toda la libido
converge en la relación con el médico” (FREUD 1917e). Una vez producida la transferencia, “en
lugar de los diversos tipos de objetos libidinales irreales, aparece un único objeto, también
fantaseado: la persona del médico” (FREUD 1917e). El resultado es que el paciente deja de
asociar29.

Freud había dado cuenta de la posición del analista como una representación reprimida. A
partir de aquí, el analista también vale como un objeto fantaseado por el analizante.
¿Qué estatuto tiene dicho objeto? Entendemos que se trata de un “objeto degradado”
(LAZNIK 2006a) en el punto en que la transferencia erótica y hostil involucran un cuerpo parcial,
despegado del Ideal del yo. El analista vale como un objeto en el sentido de lo parcial. Se trata de
la parcialidad de la satisfacción pulsional –siempre es parcial-, y de la parcialidad de la zona
erógena comprometida en el lazo con el analista. Es este punto, el analista sostiene la inclusión en
el dispositivo analítico de alguno de los objetos parciales de la pulsión.
Lo que entra en la escena transferencial, es un modo de satisfacción parcial de la pulsión,
enmarcado en la fantasía. De esta manera, el analista sostiene dicho modo de satisfacción a partir
de ocupar algún lugar en la escena. En ese sentido, no ocupa el lugar de una representación sino
de un objeto; objeto de la pulsión enmarcada en una escena.

29
Dejaremos ubicada la distinción entre la denegación de las asociaciones, y la falta de asociaciones, que luego
remitiremos a la intrusión del superyó en la transferencia.
38
De este modo, situamos en Freud dos registros de la transferencia: la del Ideal del yo 30 y
la del objeto degradado, un objeto parcial que le otorga su lugar a la afirmación de que la libido
pasa del síntoma al analista como un nuevo objeto libidinal. Cuando se produce dicho
desplazamiento de la libido al analista, se acallan las asociaciones. El analista como un nuevo
objeto libidinal delimita el lugar al que el analista adviene en el centro de la neurosis de
transferencia.
En este punto, Freud propone el “manejo de la transferencia” (FREUD 1915a) que no
consiste en sortear el obstáculo de la transferencia sino en hacer de ella el eje del análisis. Por
dicha razón Freud afirma que “el análisis apunta a desmontar la transferencia” (FREUD 1917e).
Entendemos se refiere a la neurosis artificial en la que el analista ocupa su centro al haberse
constituido como soporte de la satisfacción pulsional. Luego retomaremos este punto.
Como el objeto parcial que se transfiere al analista se encuentra enmarcado en una
fantasía, la faz resistencial de la transferencia supone la articulación entre fantasía y pulsión.

Con el fin de precisar aquello que el superyó vendrá a modificar, realizaremos un rodeo
para situar la articulación entre transferencia, fantasía y posición del analista como objeto parcial.
Al mismo tiempo, este recorrido permitirá ubicar la importancia de la conceptualización de la
neurosis de transferencia como segundo eje del dispositivo analítico.

Pulsión sexual, fantasía, síntoma


La conceptualización de la pulsión sexual permite ubicar la “fuente que sustenta los
síntomas” (FREUD 1905a). Freud no abandona la articulación entre síntoma y deseo, sino que
articula pulsión y deseo en el síntoma.
Con la experiencia de satisfacción Freud ubicaba la realización de deseo. A partir del
concepto de pulsión, puede dar cuenta de un modo de recuperación parcial de la satisfacción
perdida. Entonces, no postula un objeto del deseo, sino que plantea que aquello que hay es
realización de deseo (FREUD 1900) –en las huellas del objeto perdido-, y ahora también, hay
satisfacción parcial de la pulsión (FREUD 1905a).
La distinción entre pulsión y deseo permite ubicar la fuente de la cual toman su empuje
los deseos reprimidos: “los síntomas son un sustituto de aspiraciones (deseos) que toman su
fuerza de la fuente de la pulsión sexual” (FREUD 1905a).

30
Desde donde el sujeto se ve visto como amable (LACAN 1966c).
39
Luego, Freud intercala las fantasías entre los síntomas y la pulsión (FREUD 1907).
Postula la caída de la teoría de la seducción, y en su lugar propone la práctica sexual infantil (las
impresiones en el propio cuerpo) y la fantasía. Dice que la fantasía funciona como defensa de la
propia práctica sexual. Lo determinante no son las excitaciones sexuales infantiles, sino su reacción
frente a estas -la represión-.
¿Qué ocurre con el síntoma? Al armar la serie pulsión-fantasía-síntoma, los síntomas
figuran la práctica sexual de los enfermos (FREUD 1905a). O sea, figuran una fantasía de deseo
y al mismo tiempo se juega en ellos un modo de satisfacción parcial.
La escena infantil del caso Dora, donde la paciente se chupa el dedo mientras tira de la
oreja del hermano, permite ilustrar estos desarrollos, y al mismo tiempo, anticipa un movimiento
posterior de la teoría. Freud dice que esta escena es la “precondición somática” para la posterior
creación de la fantasía “chupeteadora”, en la cual se enmarcan las fantasías de deseo reprimidas.
Distingue así los deseos reprimidos –fantasía de fellatio- de la escena infantil que enmarca un
modo de satisfacción sexual, oral en este caso (FREUD 1907).
Hasta aquí Freud no alcanza una diferenciación precisa entre fantasía y deseo.
Destacamos que cuando Freud sitúa las fantasías en plural las homologa a los deseos reprimidos,
y cuando la ubica en singular la conceptualiza como defensa frente a la pulsión.

De las fantasías a la fantasía Pegan a un niño


En la Conferencia 23 (1917) Freud avanza en la conceptualización de la fantasía, que
utilizaba en estado práctico en el caso Dora. Intenta distinguir las fantasías de deseo de la fantasía
que funciona como marco de la satisfacción de la pulsión. Para ello, en las Conferencias
comienza a delimitar la “predisposición por fijación libidinal” (FREUD 1917d). Se trata de una
predisposición conformada a partir de lo heredado y las vivencias infantiles.
Dice que a raíz de un conflicto psíquico entre el yo y la libido, la libido denegada
emprende la regresión hacia los puntos de fijación libidinal donde encuentra antiguos modos de
satisfacción. En ese sentido “los pacientes se encuentran fijados a un fragmento de su pasado”
(FREUD 1917c).
¿A qué pasado se refiere? A las fijaciones infantiles. ¿Y dónde halla las fijaciones la
libido? En la fantasía que se descompone en: las fantasías primordiales, las vivencias infantiles
uniformes en el propio cuerpo y los objetos edípicos resignados. Estos elementos conforman la
“predisposición por fijación libidinal”.

40
Finalmente, tres años después, Freud conceptualizará dicha fijación infantil con la fantasía
Pegan a un niño (1919). Con la fantasía de fustigación podrá dar cuenta de la escena que
enmarca la posición de objeto que el sujeto tiene en la fantasía, y la satisfacción masoquista que
allí se articula (FREUD 1919b). La escena comporta tres elementos: el sujeto como objeto
pegado, el padre erotizado que pega -“me pega porque me ama” (FREUD 1919b)- y los niños
que observan; modo freudiano de anticipar la localización del “objeto mirada” (LACAN 1963).
Entonces, la fantasía comporta una escena sádica –un niño pegado- y una satisfacción
masoquista enmarcada en una escena. Freud destaca que la satisfacción en el segundo y tercer
tiempo de la fantasía, es masoquista. En el segundo tiempo, aquel que se construye en análisis y
es inconsciente, el sujeto es pegado por el padre. En el tercer tiempo, el niño mira como otro niño
es pegado, pero Freud resalta que el sujeto se halla identificado a dicho niño. El texto de la
fantasía, puede o no ser sádico, pero el goce31 para Freud siempre es masoquista.
Esta fantasía inconsciente se pone en juego en la transferencia, y es aquello que Freud
considera necesario “desmontar” (FREUD 1917d)32.

La dirección de la cura: instalación y análisis de la neurosis de transferencia


La neurosis de transferencia le permite a Freud precisar un viraje en cuanto al
“psicoanálisis como un arte de interpretación” (FREUD 1920). A partir de la delimitación de la
transferencia y el lugar del analista como un nuevo objeto libidinal, en torno al cual se libra la
batalla del análisis, Freud ubica la abstinencia y el manejo de la transferencia (FREUD 1914).
Dos nociones que Lacan retomará y continuará investigando a partir de la categoría de “deseo del
analista” (LACAN 1963).
De este modo, en la metapsicología, la dirección de la cura se delimita para Freud
respecto de la instalación, y luego el análisis de la neurosis de transferencia. Destacamos, que es
desde allí que se recorta la pregunta por la posición del analista, en tanto nuevo objeto libidinal,
que pasa a formar parte de la economía psíquica del sujeto. La fijación de la fantasía se pone en
juego a partir de la transferencia sobre este nuevo objeto libidinal, el analista.
Estos diversos desarrollos respecto de la neurosis de transferencia -que incluye la
conceptualización del síntoma neo-producido- permiten precisar la delimitación de la experiencia

31
Utilizaremos el término lacaniano de goce, principalmente a partir de su definición del seminario 7 como
satisfacción de la pulsión parcial (LACAN 1959)
32
Además, la fantasía considerada de este modo, retroactivamente permite otorgarle estatuto conceptual a la noción
de “clisé” o “series psíquicas” (FREUD 1912) que se repiten con el analista.
41
analítica a lo largo de la primera tópica freudiana. El concepto fundamental que en el que se
sostienen estos desarrollos freudianos es el de pulsión sexual.

42
CAPÍTULO 2

RESTOS DE LA PRIMERA TÓPICA: ANTECEDENTES DEL SUPERYÓ

A lo largo de la primera tópica Freud se encuentra con diferentes problemas que dan
cuenta de una dimensión de lo psíquico que no es abordable a partir de los conceptos de la
primera tópica. Se trata de diversos fenómenos que se manifiestan en la clínica, pero que exceden
el campo de lo analizable. En este sentido, se constituyen como referentes clínicos de lo
excluido33 del abordaje analítico en los primeros desarrollos de la teoría. Freud retomará dichos
problemas a partir de la conceptualización del superyó.

La compulsión del síntoma y la autocrítica


Los primeros desarrollos de Freud tratan acerca del síntoma. En Las neuropsicosis de
defensa (1894) propone que el síntoma es una representación sustitutiva de la representación
disociada de la conciencia. Su presencia es testimonio del conflicto psíquico a raíz del cual operó
la defensa.
Freud agrupa la histeria de conversión, la neurosis obsesiva y la psicosis alucinatoria
dentro del conjunto de las neuropsicosis por tratarse de diversos modos de la defensa frente al
conflicto psíquico. Los distingue por el mecanismo mediante el cual opera la defensa.
Propone para la histeria el mecanismo de la conversión. Esta consiste en la transposición
del afecto a una representación corporal que mantiene un nexo asociativo con la representación
inconciliable.
En cuanto a la neurosis obsesiva dice que el afecto se desplaza a otras representaciones en
sí no inconciliables, pero que en virtud de este falso enlace devienen representaciones obsesivas.
Respecto de la psicosis alucinatoria propone un rechazo conjunto de la representación y su
monto de afecto, sin división, por ende, no hay retorno de lo reprimido. El retorno adquiere otra
modalidad que Freud interrogará muchos años después en Neurosis y psicosis (1924).

33
Se trata de una categoría que se propone e indaga en la Investigación UBACyT “Conceptualizaciones de los
límites del análisis en la teoría freudiana" (LAZNIK 2007c).
43
Freud interroga la autocrítica y la compulsión del síntoma (FREUD 1894) a partir de las
representaciones obsesivas.
Sin embargo, si bien Freud incluye estos problemas dentro de dicha neurosis, y por ende,
los inscribe en el campo de lo analizable que se delimita a partir de las neuropsicosis de defensa,
no logra reducirlos al mecanismo del falso enlace34. De este modo, ubica un resto que insiste en
la cadena asociativa y no se deja reducir por la vía de la interpretación; no es descifrable. Por ello,
principalmente la compulsión del síntoma, lo conducirá dos años después a plantear la existencia
de una fuente independiente de desprendimiento de displacer (FREUD 1896c). Dicha fuente, se
constituirá retroactivamente como un antecedente del concepto de pulsión sexual. Y sin embargo,
el concepto de pulsión sexual no alcanzará para dar cuenta de estos dos problemas.
Entonces, estos dos obstáculos -compulsión del síntoma y autocrítica- anticipan el
concepto de pulsión sexual, pero a su vez, éste no permitirá dar cuenta de ellos. Se requerirá de la
pulsión de muerte y el superyó para precisar el estatuto de estos problemas que introducen una
dimensión de lo psíquico que escapa a la sustitución de una representación por otra. Tanto la
compulsión del síntoma como la autocrítica exceden el mecanismo del falso enlace postulado por
Freud para dar cuenta de la neurosis obsesiva.

Los sueños punitorios


En La interpretación de los sueños (1900) Freud plantea su tesis de que el sueño es un
cumplimiento de deseo. Dicha tesis luego le permite construir la serie de las formaciones del
inconsciente. Se trata de diversos modos del cumplimiento de deseo.
Sin embargo, a lo largo de La interpretación de los sueños (1900) Freud se encuentra con
diversos obstáculos. Destacamos la pregunta de Freud por el estatuto de los sueños de angustia y
los sueños punitorios.
En cuanto a los sueños punitorios, Freud resuelve parcial y momentáneamente el
problema al plantear que no son excepciones a su tesis del sueño como cumplimiento de deseo. A
los reproches presentes en el sueño les adjudica el estatuto de pensamientos oníricos latentes
(FREUD 1900). En esta línea, Freud trabaja el sueño Tres entradas de teatro por 1 Florín y 50
Kreuzer (FREUD 1900). Destacamos el reproche que Freud sitúa dentro de los pensamientos
oníricos latentes y que forma parte de la producción del sueño: lamentarse por haberse casado
“demasiado temprano”.

34
Por eso, Freud dirá que la neurosis obsesiva es la vía más remunerativa de la indagación psicoanalítica (FREUD
1926).
44
Sin duda, se trata de sueños en los que se figura el cumplimiento de un deseo. Sin
embargo, Freud anticipa la presencia de un reproche en la formación del sueño.
Entonces, si bien Freud incluye los sueños punitorios dentro de la tesis del sueño como
cumplimiento de deseo, en la segunda tópica introducirá un viraje en la conceptualización del
sueño. Los reproches, teorizados previamente como pensamientos oníricos latentes, “llevan a
considerar la participación del superyó en la formación del sueño” (FREUD 1933a)35.

En cuanto a los sueños de angustia, también se inscriben dentro de la tesis del sueño como
cumplimiento de deseo. Tal es el caso paradigmático del sueño: “Padre, entonces, ¿no ves que
estoy ardiendo?” (FREUD 1900). Nuevamente, Freud sitúa la presencia de un reproche en la
formación del sueño.
Lacan avanza y se pregunta “¿qué despierta?” allí. Y propone, que aquello que despierta
“en el sueño, (es) otra realidad” (LACAN 1963). Un elemento heterogéneo a las
representaciones que conforman el “otro escenario”, postulado por Freud para dar cuenta de la
realidad psíquica.
De cualquier modo, Freud lo resuelve planteando el deseo de representarse al hijo con
vida y el deseo de dormir (deseo preconsciente). Y sin embargo, incluye la pregunta por el
despertar en el sueño, que luego lo llevará a modificar su tesis y plantear al sueño como “un
intento de cumplimiento de deseo” que puede o no realizarse (FREUD 1933a).
Al mismo tiempo, anticipa el problema de la angustia planteando que “la angustia en los
sueños es un problema de angustia y no un problema del sueño” (FREUD 1900). Pero, establece
una conexión entre un reproche y la angustia en los sueños. Entendemos que esta articulación de
problemas prepara el camino para que luego pueda postular la participación del superyó en la
formación del sueño.

Los restos diurnos


A partir de los restos diurnos que conforman la producción onírica Freud también puede
anticipar la conceptualización del superyó. Porque los restos diurnos son aquello que no se ha
tramitado del día (FREUD 1900), pero que después es posible recuperar destacando su lugar de
"resto" y causa del trabajo del inconsciente.
Nos referimos, por un lado, a que el superyó como núcleo del síntoma causa el trabajo del
inconsciente dinámico. En ese sentido, el síntoma como formación del inconsciente será

35
A su vez, esta cuestión permite interrogar la diferencia entre la censura onírica y el censor –que Freud inscribirá
luego dentro del concepto de superyó-.
45
respuesta al superyó. Desarrollaremos esta cuestión en la sección referida al beneficio primario
del síntoma.
Y por otro lado, destacamos el lugar de “resto”, ya que permite ubicar aquello que resta a
la operación de incorporación del padre muerto. Lo retomaremos en la sección referida a la
formulación freudiana del superyó. De este modo, "solo hay dormir en el trabajo del inconsciente
que por el sueño censura -y aquí la censura es un nombre del padre- el encuentro con el resto
vivo del padre" (SCHEJTMAN 1994).
Entonces, podremos afirmar con Freud que "los restos diurnos son los verdaderos
perturbadores del dormir" (FREUD 1900). Restos que luego permitirán situar aquello del
superyó que se sitúa más allá del principio de placer.

El destino del monto de afecto: los diques pulsionales y la angustia


A lo largo de la metapsicología Freud conceptualiza la articulación entre los conceptos de
inconsciente y pulsión (FREUD 1915c).
Sin embargo, el destino del monto de afecto permitirá ubicar una dimensión de la pulsión
heterogénea al mecanismo psíquico y al dispositivo analítico. Los diques pulsionales y la angustia
son dos referentes privilegiados de esta cuestión.
La represión primaria permite dar cuenta del modo en que se inscribe la pulsión en el
aparato psíquico. Freud dice: “tenemos razones para suponer una represión primordial, una
primera fase de la represión que consiste en que al representante psíquico (representante de la
representación) de la pulsión se le deniega la admisión en lo consciente. Así se establece una
fijación; a partir de ese momento el representante en cuestión persiste inmutable y la pulsión
sigue ligada a él” (FREUD 1915b).
La conceptualización de la represión secundaria permite precisar la articulación entre la
pulsión y el inconsciente dinámico. Nos referimos al modo en que Freud teoriza el esfuerzo de
desalojo y atracción propio de la represión, y al gasto constante que impone la contrainvestidura.
En este punto, Freud introduce como novedad la formación de compromiso que vale como una
contrainvestidura que mantiene la represión.
La pulsión se articula a las representaciones y Freud se dedica a indagar los diversos
destinos de la investidura36 en el punto en que una representación es reprimida: la investidura es
susceptible de ser sofocada –se traspone a una representación del cuerpo-, sale a la luz como un
afecto coloreado, o bien, la libido liberada se muda en angustia (FREUD 1915c).

36
El término investidura es utilizado por Freud en un doble sentido: en ocasiones se refiere a su aspecto cualitativo y
en otras al cuantitativo.
46
Estos tres destinos del monto de afecto permiten dar cuenta de las tres neurosis de
transferencia: histeria de conversión, neurosis obsesiva e histeria de angustia (fobia). Las tres
neurosis que organizan el campo de lo analizable (LAZNIK 2007a).

La represión (1915) establece una diferenciación entre el destino del representante


psíquico de la pulsión y el del monto de afecto. El “representante” le permite a Freud ubicar el
punto de inscripción de la pulsión en un aparato psíquico. Dicha conceptualización es el resultado
del trabajo de análisis con las formaciones del inconsciente. Al mismo tiempo, cierta perspectiva
del destino del monto de afecto, permite dar cuenta de aquellas dimensiones del padecimiento
heterogéneas al mecanismo psíquico.
El referente más claro es el de la angustia. “Desde los primeros tiempos de su práctica,
Freud recurre a clasificaciones que se organizan en términos de oposiciones binarias” (LAZNIK
2007b). La primera es la oposición psiconeurosis de defensa - neurosis actuales (neurosis de
angustia y neurastenia).
Su intención es delimitar el campo de la experiencia del análisis. Éste se delimita
alrededor de las psiconeurosis de defensa, quedando por fuera las neurosis actuales. La noción de
“mecanismo psíquico” marca la división del campo. Es el mecanismo propio de las psiconeurosis
de defensa, las que resultan solidarias entonces del dispositivo analítico –se fundamenta en la
misma lógica de la sustitución de una representación por otra-, y se halla ausente en las neurosis
actuales. Por lo cual, éstas no son pasibles de ser abordadas mediante el método analítico.
El referente clínico de aquella época es el síntoma, producto de dicho mecanismo y
testimonio del conflicto psíquico. Es la instancia en la que se inscribe la memoria inconsciente y
su analizabilidad se sostiene en la solidaridad entre la estructura de compromiso entre
representaciones y la estructura de lenguaje del dispositivo analítico.
En la medida en que Freud no puede situar un mecanismo para la angustia, las neurosis
actuales quedan excluidas del ámbito de la práctica analítica. La angustia no se inscribe en la
memoria, y es lo que fundamenta el valor de “actualidad” que Freud le asigna a dichas neurosis
(LAZNIK 2007b). Su valor de actualidad se sostiene en el factor “actual” de la tensión sexual
somática37 que no admite derivación psíquica. “Se trata de un “cuerpo” por fuera de la
memoria, por fuera de la historia. Es entonces el referente conceptual de lo “no analizable” en

37
Los primeros Manuscritos de Freud -desde el A hasta el E- indican que la preocupación freudiana radica en pensar
la fuente de la angustia. Freud conceptualiza en aquella época que la fuente se ubicaba en lo físico. Es decir, lo que
produce angustia es un factor físico de la vida sexual. La angustia es el resultado de una acumulación de tensión
sexual somática, que a consecuencia de una descarga estorbada, se muda en angustia.
47
los primeros tiempos de la práctica freudiana, en tanto el dispositivo de lenguaje no lo alcanza”
(LAZNIK 2007b).
En un segundo momento, Freud incluye la angustia dentro del campo de lo analizable. Ya
no se trata de que la tensión sexual somática se descarga como angustia. Por el contrario, la
represión lleva a que la libido “desamarrada” (FREUD 1915c) de las representaciones se
trasponga en angustia.
El referente clínico central es la histeria de angustia que permite incluir la angustia dentro
del campo de la experiencia analítica al articularla al mecanismo de la represión. La angustia pasa
a ser resultado de la represión, diferente a la primera versión de la angustia donde la angustia era
el efecto de una acumulación de tensión sexual somática, sin mecanismo psíquico.
En este segundo momento, el síntoma sirve para evitar la angustia, sirve para hacer algo
con la angustia, y eso no significa que se elimine la angustia. La represión fracasa cuando aparece
la angustia, ya que la represión se lleva a cabo para evitar el displacer.
Freud llama histeria de angustia a los casos de fobia a los animales. La moción pulsional
que se somete a la represión es una actitud libidinosa hacia el padre y además hay angustia frente
al padre. Al acontecer la represión, la moción libidinosa y la hostil se sustraen de la conciencia y
el sustituto que aparece en su lugar, por vía de la represión, es un animal. Como resultado del
mecanismo de la represión aparece la angustia frente al objeto -representación-, en lugar de una
representación de amor hacia el padre.
En la histeria de angustia, Freud sitúa un primer tiempo de amor al padre. Luego, la
represión y un segundo momento donde la libido desamarrada se muda en angustia. Y finalmente,
un tercer momento en el que se produce un enlace secundario de la libido con el objeto de la
fobia. Este enlace secundario –que produce la fobia al animal- posibilita un modo de ligadura38.
Sin embargo, no clausura la posibilidad del encuentro con el agujero en la trama de
representaciones que se manifiesta mediante el afecto de la angustia.
Al encuentro con el agujero en el campo de las representaciones que se presenta
subjetivamente bajo el afecto de la angustia, Freud lo plantea como “libido no aplicada”
(FREUD 1915c). Y en este punto, la libido no aplicada permite situar una dimensión de lo
psíquico heterogénea al dispositivo analítico que se sostiene en la posibilidad de sustitución de
una representación por otra. La angustia señala el punto de encuentro con la ausencia de
representación39.

38
En el objeto de la fobia.
39
Lacan conceptualiza la angustia en este sentido cuando indica que se trata del único afecto que no engaña
(LACAN 1962).
48
El destino del monto de afecto también permite reconsiderar los diques pulsionales, y de
este modo, posibilita ubicar otro aspecto de aquello que excede el mecanismo de la sustitución.
Con Pulsiones y destinos de pulsión (1915) esos elementos adquieren un lugar estructural
más definido. El destino del monto de afecto se continúa en la mudanza en lo contrario y en la
vuelta sobre la propia persona (FREUD 1914b). Además de constituirse en destinos pulsionales,
se configuran como variedades de la defensa contra las pulsiones, distintas de la represión. Desde
esta perspectiva, adquiere mayor precisión la función que le cabe al factor cuantitativo. En tanto
previos a la represión, estos destinos aparecen como otros modos posibles de inscripción de la
pulsión en el aparato psíquico. Entonces, la represión pasa a ser uno de los destinos de la pulsión,
pero no el único.
La represión permite conceptualizar aquello de la pulsión que se anuda a las
representaciones y sostiene el mecanismo de la sustitución de una representación por otra. En
cambio, los destinos previos a la represión, abren una vía para interrogar otros referentes clínicos
que no se sostienen en el mecanismo de la sustitución.
Estos dos destinos “previos” son figurados por Freud a través de los pares de opuestos
“sadismo/masoquismo” y “placer de ver/placer de mostrar”. Esto permite recuperar y complejizar
los desarrollos de Tres ensayos (1905) respecto de los diques pulsionales, en el punto en que
dichos diques escapan al anudamiento posibilitado por la represión.
Abordemos los diques pulsionales. Los diques pulsionales (FREUD 1905a), anticipados
con los síntomas de la defensa primaria (FREUD 1896), conllevan un intento de tramitación de
la pulsión. Entendemos por diques pulsionales el asco, la vergüenza, la moral (FREUD 1896c) el
dolor y la compasión (FREUD 1905a).
Son fenómenos que se agrupan por su función de barrera frente a la pulsión sexual. Pero ¿qué
estatuto tiene dicha barrera? Entendemos que no se trata de la represión secundaria.
Si bien los diques remiten al cuerpo pulsional, y por ende a la articulación entre pulsión y
represión, su decurso no transcurre por el camino de las formaciones del inconsciente.
Recordamos que Freud distinguía los síntomas de la defensa primaria de aquellos síntomas que se
constituían como retorno de lo reprimido (FREUD 1896c).
De este modo, los dos destinos previos a la represión –transformación en lo contrario y
vuelta contra sí mismo- permiten reconsiderar los diques pulsionales como modos de inscripción,
que son defensa, de la pulsión.

49
Si bien los diques se agrupan por su función de barrera frente a la pulsión sexual,
destacamos lo siguiente respecto del dolor, la moral y la compasión, porque anticipan el concepto
de superyó40:
Freud establece una convergencia entre la vuelta de la pulsión de la actividad a la pasividad –
primero de los procesos del trastorno hacia lo contrario – y la vuelta hacia la propia persona –
segundo destino–. Ambos destinos responderían a un mismo mecanismo. En primer lugar, se da
una acción –mirar o infligir daño– ejercida sobre otro: un objeto que se presenta en el nivel de un
semejante, es decir, otra persona. Como segundo movimiento, la propia persona sustituye a dicho
objeto ajeno, con lo cual se modifica la meta: de activa a pasiva. Y luego, se produce un tercer
paso que implica el surgimiento de un nuevo sujeto: se busca nuevamente como objeto a otro
que, en virtud del cambio en la meta, asume sobre sí el papel del sujeto (FREUD 1915c).
A diferencia de la pulsión oral y anal, dichas pulsiones que se presentan como opuestos –
mirar/ser mirado e infligir/recibir dolor- introducen al otro, al semejante, como objeto de la
pulsión. Ambos elementos –pulsión y semejante– quedan anudados por una vía que no es ni la
del narcisismo ni la de la elección de objeto.

Por otro lado, Freud aún trabaja en esta época con el supuesto de que lo primario, lo
originario, es el sadismo y la posición activa. Con esta lógica construye e intenta sostener el
texto. Por ello afirma que dicha modalidad de satisfacción es “... una meta originariamente
masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien es originariamente sádico” (Freud
1915b).
Pese a ello, el examen del dolor requiere la consideración de un masoquismo previo,
aunque afirme que tanto en el sadismo como en el masoquismo “no se goza el dolor mismo, sino
de la excitación sexual que lo acompaña…”. Entonces, señala que “... el psicoanálisis parece
demostrar que el infligir dolor no desempeña ningún papel entre las acciones-meta originarias de la
pulsión. El niño sádico no toma en cuenta el infligir dolores. Pero una vez que se ha consumado la
trasmudación al masoquismo, los dolores se prestan muy bien a proporcionar una meta masoquista
pasiva (…) y una vez que el sentir dolores se ha convertido en una meta masoquista, puede surgir
retroactivamente la meta sádica de infligir dolores; produciéndolos en otro, uno mismo los goza de
manera masoquista en la identificación con el objeto que sufre (...) El gozar del dolor sería, por
tanto, una meta originariamente masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien
es originariamente sádico” (Freud 1915b).

40
Cf. Las patologías actuales y los diques pulsionales (LAZNIK 2003b) y El fundamento de los diques pulsionales
en la segunda tópica freudiana (LAZNIK, KLIGMANN y PETRIELLA 2012).
50
Entonces, si el sadismo implica generar dolor en el cuerpo del otro, no es posible
suponerle un registro subjetivo sin haberlo experimentado previamente en el propio. Tal como
indica una nota a pie de página – agregada a Pulsiones y destinos de pulsión (1915) en 1924 – se
anticipan las “enigmáticas tendencias masoquistas del yo” (FREUD 1920).
En definitiva, el dolor valdría como un primer referente que permitiría conectar pulsión,
masoquismo y objeto. Y prepararía el terreno para la conceptualización del superyó y la
satisfacción concomitante en el masoquismo moral. Destacamos que Freud en diversos pasajes
destaca el dolor moral.

A su vez, el trastorno hacia lo contrario y la vuelta sobre la propia persona anticipan el


masoquismo como primario y erógeno. Permiten situar el recorrido y las transformaciones
operadas en los pares de opuestos y en los dos primeros destinos de la pulsión como variedades
de la defensa contra lo pulsional, anteriores a la represión, y diferenciadas de la misma (LAZNIK
2003b). En este caso, nos interesa destacar, que no es en la línea de las representaciones que se
produce la tramitación de la pulsión.
El texto Pulsiones y destinos de pulsión (1915) también permite situar la pulsión como
una estructura en la cual el sujeto aún no está ubicado, y a los movimientos pulsionales como
aquellos que determinan las condiciones mediante las cuales el sujeto puede ser designado en el
discurso (GLASMAN 1983).
El movimiento con el que Freud concibe a las pulsiones implica la instauración de las primeras
defensas. Parte del supuesto de que en los comienzos se trata de un ser viviente desprovisto de las
mismas. Se trata de un ser y no de un sujeto. Es a través de esas primeras defensas que el ser
podrá orientarse. A su vez, éstas darán lugar a la instauración de los diques pulsionales.
De este modo, los diques pulsionales dan cuenta de un modo de presentación subjetiva en
que se manifiestan las pulsiones parciales. En este punto, el padecimiento no se inscribe por la vía
de las formaciones del inconsciente. En estos casos dicho padecimiento no puede ser nominado
como “síntoma” ya que no tiene valor metafórico -sostenido en el desplazamiento del monto de
afecto de una representación a otra-.
Por otro lado, la formalización posterior del masoquismo primario permitirá inscribir en
los destinos de la pulsión lo que más tarde Freud situará como esa segunda vertiente del
masoquismo secundario, vale decir, el masoquismo moral. Con él, podremos retroactivamente

51
dar cuenta del valor específico que tienen en los diques pulsionales tanto la moral como la
compasión, al mismo tiempo que precisar las relaciones de la pulsión con el superyó41.

El delirio de observación
El delirio de observación lleva a Freud a plantear una instancia psíquica que nombra
“conciencia moral” (FREUD 1914b), que en su articulo Duelo y melancolía (1917) vincula a la
melancolía y los duelos patológicos (FREUD 1917).
Tanto el delirio de observación, propio de las psicosis, como la melancolía, son incluidos
dentro de las neurosis narcisistas por su incapacidad para la transferencia (FREUD 1914b).
Subrayamos que el referente clínico del que parte Freud son las neurosis de transferencia,
en la que la conciencia moral se articula a la instancia de la ley y al Ideal como herencia del
complejo de castración. Sin embargo, las neurosis narcisistas permiten plantear más bien un
desanudamiento entre la conciencia moral y el Ideal; así como una conciencia moral no
atemperada por la terceridad de la ley ni por la castración, de modo que retorna como una
vigilancia permanente —sin intervalo— y como una visión omnipresente, de la que no se puede
restar la mirada.

La reacción terapéutica negativa


La reacción terapéutica negativa es el fenómeno clínico central que conducirá a la
conceptualización del superyó. Dicho problema tampoco se inscribe en la primera tópica al
exceder la conceptualización de la transferencia. Freud la introduce clínicamente en el Historial
del hombre de los lobos (FREUD 1918). Allí indica que luego de la solución de cada síntoma se
produce un agravamiento del mismo.
Al año siguiente, retoma el problema (FREUD 1919a) y plantea que la conmoción de la
condición de enfermo conduce a una pérdida de satisfacción sintomática que se reemplaza
mediante una situación penosa.
Luego abordaremos extensamente este referente.

El padre muerto y el Ideal del yo


Por otro lado, también hallamos antecedentes del superyó que sí se inscriben en la primera
tópica, pero que el superyó permitirá desarrollar:

41
En definitiva, la indagación se orienta en dos direcciones. Por una parte, sería posible investigar el lugar de la
pulsión, el fantasma y el superyó en la constitución del sujeto. Por otro lado, también se podrían interrogar las
respuestas fantasmáticas y superyoicas frente a la pulsión.
52
El padre muerto (FREUD 1913b) tiene un lugar fundamental en la estructuración del
psiquismo porque permite inscribir la pérdida del goce de todas las mujeres (LACAN 1969). El
asesinato del padre se constituye como el referente mítico de la represión primaria, y de este
modo, organiza el campo de la primera tópica. Freud lo retomará con los desarrollos sobre el
padre del Edipo, y también, con el sentimiento inconsciente de culpa por matar al padre. Ambos,
vinculados al superyó.
El Ideal del yo (FREUD 1914b) que Freud utiliza para indagar la constitución del yo y los
emblemas paternos también será profundizado y revisado a partir del superyó. Luego tendrá otro
lugar central respecto del superyó cuando Freud lo articule al padre muerto por la vía de la
identificación primaria (FREUD 1923a) y al padre del Edipo con el sepultamiento del complejo
(FREUD 1924b).
Luego desarrollaremos extensamente estos dos puntos en su articulación con el superyó.

53
CAPÍTULO 3

LA CONCEPTUALIZACIÓN FREUDIANA DEL SUPERYÓ

3.1 Introducción a la formulación del superyó


A lo largo de la primera tópica Freud se dedica a conceptualizar el modo en que se
producen y solucionan los síntomas (LAZNIK 2007a). En ese recorrido, construye un primer
modelo del aparato psíquico y traza los ejes centrales de la experiencia analítica. Se trata de una
delimitación de la clínica psicoanalítica sostenida en los conceptos de inconsciente, repetición,
transferencia y pulsión; que al articularse con los desarrollos sobre la fantasía y el narcisismo,
permite delinear una posición para el analista y una dirección de la cura. La primera tópica
freudiana se constituye en el marco de dicha clínica.

La formulación de la segunda tópica en El yo y el ello (1923) modifica la


conceptualización del aparato psíquico, y por ende, la dirección de la cura. Freud introduce el
concepto de superyó como una de las tres instancias que componen dicho aparato psíquico. Le
adjudica un lugar central al situarlo como el “principal obstáculo a la curación” (FREUD 1923a)
y más tarde como una “resistencia mayor” (FREUD 1926).
Al constituirse como un concepto central, y a la vez tardío, Freud no termina de explicitar
las distintas consecuencias que tiene el concepto en la delimitación de la experiencia analítica.
Por ello, sobre el final de su obra continúa indagando sus consecuencias (FREUD 1938).

En los inicios de la segunda tópica, el superyó le permite a Freud recortar y conceptualizar


el obstáculo central de la “reacción terapéutica negativa” (FREUD 1923a). Para abordarla utiliza
distintos conceptos previos: la “pulsión de muerte” (FREUD 1920); el “sentimiento inconsciente
de culpa” (FREUD 1913b); y la “satisfacción en el padecimiento” (FREUD 1919a). Tres
desarrollos previos que la conceptualización del superyó le permite agrupar para conceptualizar la
reacción terapéutica negativa como el “obstáculo más poderoso” (FREUD 1923a).

54
Sin embargo, simultáneamente a la conceptualización del superyó en El yo y el ello (1923)
y la postulación de su lugar como obstáculo central en la cura, Freud inscribe dentro del superyó,
diversos desarrollos previos, pero que encuentran un nuevo lugar en la teoría a partir del nuevo
concepto.
Destacamos, el movimiento que va del “padre muerto” (FREUD 1913b) a la
“interiorización de la prohibición del incesto” (FREUD 1924b), y los desarrollos respecto del
“Ideal del yo” y la “conciencia moral” (FREUD 1914b).
Se trata de diversos desarrollos paralelos a la teorización de la reacción terapéutica
negativa, que también se inscriben dentro del superyó, pero que no conducen a postular su lugar
como principal obstáculo a la curación.

Por otro lado, el superyó lo conduce a Freud a plantear nuevos problemas y vías de
interrogación: la delimitación de las “dos resistencias mayores” (FREUD 1926), la pregunta por
la articulación entre sadismo y masoquismo (FREUD 1924a), la cuestión de la autoridad y su
divergencia con la angustia frente al superyó (FREUD 1932b), la posibilidad de recortar y
abordar nuevos referentes clínicos, entre los cuales destacamos el suicidio, la autodestrucción y
las neurosis graves (FREUD 1923a), y la delimitación de nuevas categorías nosográficas
(FREUD 1924c), principalmente.
Se trata de los primeros años de la segunda tópica en los cuales Freud utiliza el superyó
para recrear viejos problemas y recortar nuevos obstáculos.

Ahora bien, desde nuestra perspectiva, a medida que Freud avanza con la
conceptualización del superyó y la segunda tópica, va dejando entrever su decepción, anticipada
en El yo y el ello (1923) cuando Freud postula la reacción terapéutica negativa como el obstáculo
más poderoso.
Si bien Freud nunca postula que el superyó se configura como un límite a la cura -límite
en el sentido de tope a la curación- consideramos que es posible leer la decepción freudiana en
cuanto a las consecuencias que el superyó introdujo en su delimitación de la experiencia analítica.
De allí que Freud le adjudique el estatuto de “resistencia mayor” (FREUD 1926). Luego lo
retomaremos.

Ahora intentaremos fundamentar y recorrer estos desarrollos a partir de la siguiente


hipótesis: desde nuestra perspectiva el superyó adquiere un lugar central en la experiencia
analítica a partir de su articulación con el concepto de pulsión.

55
A partir de dicha hipótesis recortaremos dos dimensiones del concepto de superyó: una
dimensión civilizante del superyó articulada a la pulsión sexual -y al deseo-, es decir, un superyó
que normativiza, y una dimensión cruel del superyó vinculada a la pulsión de muerte.

De este modo, intentaremos responder el siguiente interrogante: ¿por qué razón Freud
plantea dos dimensiones del superyó tan disimiles?
Nos referimos a que Freud plantea el superyó como una instancia que normativiza el goce
–ordena el deseo a la ley-. En ese sentido se trata de una función paterna que intenta domesticar
la satisfacción de las pulsiones. Y al mismo tiempo, Freud también conceptualiza el superyó
como una instancia privilegiada a partir de la cual se inscribe lo no ligado, que se presenta en la
vociferación de los mandatos superyoicos. Es decir, el superyó como un enclave de la pulsión de
muerte, que permite retomar los desarrollos respecto del padre de la horda.

Destacaremos la dimensión cruel del superyó porque es ella la que conlleva las principales
modificaciones en los fundamentos y desarrollos de la teorización freudiana de la experiencia
analítica.
Nos centraremos en las siguientes consecuencias del superyó en la delimitación de la
experiencia analítica: la reformulación del estatuto del masoquismo; la postulación del beneficio
primario del síntoma, y la delimitación de la posición del analista por fuera de la neurosis de
transferencia.
A partir de este punto, intentaremos dar cuenta de la formulación freudiana del superyó,
sus dos dimensiones y sus consecuencias. Avancemos sobre estas cuestiones.

La formulación del superyó


La formulación de la segunda tópica en El yo y el ello (1923) modifica la
conceptualización del aparato psíquico. Freud introduce el concepto de superyó como una de las
tres instancias que componen dicho aparato, junto al yo y el ello.
El superyó es una de las instancias que le permitirá a Freud retomar los diversos
problemas que dan cuenta de una dimensión de lo psíquico no abordable desde el dispositivo
analítico de la primera tópica. Nos referimos a los distintos problemas que hemos señalado y que
de este modo se constituyen como antecedentes del superyó42.

La reacción terapéutica negativa: el referente clínico inaugural del superyó

42
Remitimos al lector a la sección “Antecedentes del superyó”.
56
Cuando Freud introduce el concepto de superyó en El yo y el ello (1923), destaca la
“reacción terapéutica negativa” (FREUD 1923a) como referente clínico privilegiado del
superyó. Es decir, la teorización del superyó se sostiene inicialmente en la indagación de la
reacción terapéutica negativa.
Para abordar la reacción terapéutica negativa Freud utiliza distintos conceptos previos a la
segunda tópica:
La “pulsión de muerte” (FREUD 1920) porque le permite ubicar la mudez de la reacción
terapéutica negativa en el punto en que el paciente no se siente culpable sino enfermo;
El “sentimiento inconsciente de culpa” (FREUD 1913b) porque posibilita destacar el factor
moral presente en el fenómeno;
Y la “satisfacción en el padecimiento” (FREUD 1919a) que anticipa la articulación con el
masoquismo.
Se trata de tres cuestiones previas –pulsión de muerte, sentimiento inconsciente de culpa y
satisfacción en el padecimiento- que ya estaban presentes en la teoría, pero que la
conceptualización del superyó le permite agrupar para dar cuenta del problema de la reacción
terapéutica negativa.

De este modo, la reacción terapéutica negativa se constituye para Freud como el


“obstáculo más poderoso” (FREUD 1923a) y permite que luego Freud teorice el superyó como
una de las dos resistencias mayores a la curación (FREUD 1926).
De esta manera, Freud se ve conducido a complejizar los desarrollos previos respecto de
las resistencias: resistencia radial y longitudinal (FREUD 1893a) y resistencia de transferencia
(FREUD 1912).
Finalmente, en el ocaso de su obra, insiste en ubicar al superyó como un obstáculo central
indicando que el superyó “puede imponer necesidades nuevas” (FREUD 1938). Es decir, al
intentar modificar la satisfacción pulsional el superyó produce un nuevo modo de padecimiento
que se satisface en la exigencia de la renuncia. Luego lo retomaremos.

La pulsión: fundamento conceptual del superyó


Al mismo tiempo, por nuestra parte, entendemos que el superyó halla precisión conceptual
a partir del concepto de pulsión. Es decir, Freud construye distintas articulaciones entre el
superyó y la pulsión. Y desde nuestra perspectiva, dichas articulaciones conducen al recorte de
dos dimensiones del concepto: la dimensión civilizante y la dimensión cruel del superyó.

57
Consideramos que de esta manera se establece un vínculo necesario, no contingente, entre la
pulsión y el superyó.
Puntualizaremos nuestro recorte de ambas dimensiones del superyó en la obra freudiana.
Dos aspectos del concepto que mantienen diversas y complejas articulaciones.

Freud desarrolla la dimensión civilizante del superyó interrogando principalmente la


prohibición del incesto y la libidinización de los objetos.
Por otro lado, la dimensión cruel del superyó fundamenta los principales problemas
clínicos de la segunda tópica. Destacaremos esta dimensión porque entendemos conlleva para
Freud las mayores dificultades, interrogaciones, y decepciones (FREUD 1933b). Se trata de una
preocupación central de Freud a lo largo de la segunda tópica.
De esta manera, situaremos dos articulaciones distintas de la pulsión con el superyó.
Entendemos que Freud decide articular cuestiones tan diversas bajo una única y nueva
instancia –el superyó- por considerarlas distintos modos de tratamiento de la satisfacción
pulsional. De este modo, el superyó limita la satisfacción y soporta la libidinización de los
objetos, pero al mismo tiempo esfuerza, coacciona, a la satisfacción.
Si la primera dimensión normativiza el goce, la segunda dimensión en cambio, empuja a
la satisfacción pulsional. Pero de un modo singular: exige la renuncia a la satisfacción y luego la
exigencia misma deviene un modo de satisfacción pulsional.
La segunda dimensión, a nuestro entender la principal, podría ser pensada con Lacan
como un efecto de lenguaje, en la medida en que el padre muerto inscribe un goce como perdido.
De este modo, habría exclusión del goce de todas las mujeres, y sin embargo, no todo el goce
sería domesticado por el significante. No es posible excluir todo el goce del campo, y el superyó
se constituiría como un modo privilegiado de retorno de dicho goce (LACAN 1972a). Esta idea
esbozada por Lacan permite interrogar, iluminar y ampliar los desarrollos freudianos respecto del
superyó.

Entonces, situar estas dimensiones del superyó, nos permitirá construir un andamiaje que
luego posibilitará indagar el modo en que el superyó incide en la teorización freudiana de la
experiencia analítica. Ahora ubicaremos las dos dimensiones del superyó tal como las recortamos
en la obra freudiana.

58
3.2. La dimensión civilizante del superyó
En esta sección desarrollaremos la dimensión civilizante, normativizante, del superyó.

El doble origen del superyó


Freud propone un doble origen del superyó: “El primero, es la identificación inicial
ocurrida cuando el yo era todavía endeble, y el segundo, es el heredero del complejo de Edipo”
(FREUD 1923). Freud desarrolla más acabadamente la dimensión del superyó como heredero del
complejo de Edipo. Para ello utiliza la articulación entre el Edipo y el complejo de castración que
permite separar al niño del falo de la madre. Ahora bien, para que la prohibición del incesto
pueda operar separando al niño del lugar del falo, primero es necesario que el niño ocupe dicho
lugar. En ese sentido, el “padre muerto” (FREUD 1912a) es la condición previa de la entrada en
el Edipo, ya que en la madre debe haber operado la castración para que luego el niño pueda
advenir como falo.
El pasaje por el complejo de Edipo/castración conduce al sepultamiento del complejo de
Edipo y la conformación del superyó mediante una operación de “interiorización del padre de la
prohibición” (FREUD 1923). Con dicha operación Freud sitúa un superyó que civiliza (FREUD
1930a).
De este modo, el pasaje por el complejo de Edipo/castración permite incorporar la
prohibición del incesto que conduce a la renuncia de la satisfacción pulsional. Y como el deseo se
ordena según la ley, esta interiorización del padre conforma una dimensión civilizante del
superyó que sostiene el deseo al prohibirlo: “La autoridad del padre es introyectada en el yo,
forma ahí el núcleo del superyó y perpetúa la prohibición del incesto” (FREUD 1924b).
Se trata aquí del superyó que limita la satisfacción de la pulsión sexual, y en ese sentido
cumple una función de normativización. En cierto sentido, se constituye como guardián del
deseo, al prohibirlo.
Destacamos este punto porque luego se tratará de la pulsión de muerte. Y a partir de allí el
superyó adquirirá funciones diversas a las señaladas.

Padre / Ideal del yo / Superyó


Paralelamente, Freud interroga esta función del superyó –como prohibición del incesto- a
partir del ideal del yo.
El Ideal del yo es un concepto previo, que introduce en Introducción del narcisismo
(1914). Vale aclarar que la función de prohibición del incesto, es una función que Freud le

59
atribuye al padre y que precisa con la categoría de padre como “agente de la castración”
(FREUD 1923b).
Si bien, en algunas ocasiones Freud distingue superyó e ideal del yo (FREUD 1933b) al
trabajar esta dimensión del superyó, que delimitamos como civilizante, los homologa.
Con el sepultamiento del complejo de Edipo Freud ubica la conformación definitiva del
Ideal del yo (FREUD 1924b). De este modo, retoma los desarrollos sobre la prohibición del
incesto a partir del Ideal del yo. A la salida del complejo de Edipo se incorpora al Padre de la ley.
Luego situaremos la articulación entre el Padre y el Ideal.
Freud propone que no se trata de que el Ideal del yo ejerza la represión, sino que el Ideal
del yo es condición de la represión. Al decir de Freud, se reprimen aquellos deseos que no se
condicen con el Ideal del yo.

El pliegue: Superyó-Ideal del yo


¿Cómo llega Freud a analogar el Ideal del yo con una dimensión del superyó?
En Tótem y tabú (1913) propone al tótem como sustituto del padre muerto. Nos referimos
al padre como marca que inscribe la pérdida del goce del padre de la horda (FREUD 1913b). El
padre de la horda que goza de todas las mujeres es el nombre freudiano de un goce absoluto y el
padre muerto se constituye así como el nombre freudiano de la marca de un goce perdido.
Luego, en Introducción del narcisismo (1914) Freud vincula el tótem –los emblemas
paternos, las insignias heráldicas- con el Ideal del yo. Siguiendo la lectura de Lacan del
Seminario 5, las insignias paternas –aquello que opera como tótem- serían sucedáneos del
significante del Ideal del yo (LACAN 1957a).
Pero aún más, la lectura de Lacan nos permite ubicar que en Tótem y tabú (1913) Freud
estaría anticipando una articulación entre el padre muerto y el Ideal del yo.
Se trataría de una articulación que luego, en El yo y el ello (1923), Freud sí alcanza a
conceptualizar: “tras el ideal se esconde la identificación primera” (FREUD 1923a). Al decir de
Freud, esta identificación no es el resultado de una investidura de objeto, sino que es prehistórica,
“previa a todo lazo”, y se delimita con el concepto de padre muerto.
Entonces, el superyó-Ideal del yo se constituye como heredero de la operación paterna.
Entendemos de ese modo la afirmación freudiana: “lo que antes él había impedido con su
existencia –el padre de la horda-, ellos mismos se lo prohibieron ahora en la situación psíquica
de la obediencia de efecto retardado. Revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte
del sustituto paterno, el tótem” (FREUD 1913b). Anudamiento entonces entre el padre muerto, el
Ideal del yo y el superyó.

60
En cuanto a la operación que Freud sitúa para delimitar dicha articulación, en Tótem y
tabú (1913) lleva el nombre de “incorporación del padre” (FREUD 1913b), y en Psicología de
las masas y análisis del yo (1921) la nombra “identificación primaria”.

Función del Ideal del yo en la constitución del yo (je) y el moi


Por otro lado, Freud utiliza el concepto de Ideal del yo también para indagar la
libidinización de los objetos. Si bien esta vía de indagación freudiana es de Introducción del
narcisismo (1914), o sea que es previa a la segunda tópica, también se continúa con los
desarrollos sobre el superyó, aunque de un modo diverso.
La identificación primaria marca un punto central respecto del Ideal del yo porque permite
el pasaje del autoerotismo al narcisismo. Y en ese punto (previo al narcisismo secundario como
mosaico de identificaciones -el moi que Lacan conceptualiza en El estadio del espejo-) se
constituye el yo (je) como uno (LACAN 1954a), el yo que se inscribe en una cadena como parte
de un linaje.
El yo como Uno sería el yo que se inscribe en la cadena de generaciones, y que de este
modo, pasa a formar parte de un linaje. Estamos leyendo a Freud desde la propuesta de Lacan en
cuanto al uno de la totalidad y el uno de la diferencia (LACAN 1955a).
Lacan ilustra dicha articulación con el caso del niño que dice “tengo tres hermanos,
Pedro, Pablo y yo” (LACAN 1954a). De este modo, el yo se cuenta en la cadena de generaciones
antes de reconocerse en ella. Lógicamente, primero hallamos el uno en la cuenta –cadena de
generaciones- y luego el uno que se reconoce allí.
De esta manera, con Lacan (LACAN 1953b) leemos en los textos de Freud, que el Ideal
del yo destaca el valor de la heráldica que permite que el sujeto, antes de reconocerse en el
espejo, se inserte en una cadena de generaciones. Y además, dicho Ideal del yo, es aquella
instancia que permite la constitución del yo (moi) a partir de la elección de objeto –el semejante-.
Estamos destacando la función del Ideal del yo como un significante a partir del cual se
ordena el yo (je) y al mismo tiempo se libidiniza una imagen (LACAN 1953a). Desarrollos que
Lacan propone a partir del Estadio del espejo (LACAN 1949).

El Ideal del yo: entre el padre muerto y el padre del Edipo


Ahora bien, habiendo ubicado las determinaciones que produce el Ideal del yo, pasamos a
situar la constitución misma de dicho Ideal.
Respecto de la constitución del Ideal del yo, hallamos cierto problema en la
conceptualización freudiana: ¿por qué en Introducción del narcisismo (1914) Freud ubica el Ideal

61
del yo contemporáneamente a la constitución del yo, o sea determinando la constitución del yo, y
en El yo y el ello (1923) lo sitúa luego del sepultamiento del complejo de Edipo? Se entiende que
si el yo ideal está determinado por el Ideal del yo, es inconsistente el planteo de que el Ideal del
yo se erige con el sepultamiento del complejo de Edipo.
En primer lugar, haremos una aclaración respecto de nuestra lectura. Estamos realizando
una lectura de Introducción del narcisismo (1914) desde la propuesta de Lacan del Seminario 1.
Dicho Seminario permite iluminar ciertas ambigüedades del texto freudiano: al final del capítulo
II Freud plantea el Ideal del yo como contemporáneo al narcisismo primario, pero del lado de los
padres. Y en cambio, en el capítulo III, lo sitúa como posterior (LACAN 1953b).
Entonces, ¿qué vía podemos tomar para explorar esta aparente contradicción lógica donde
Freud ubica el Ideal del yo determinando la constitución del yo del narcisismo y luego propone su
constitución a partir del sepultamiento del complejo de Edipo?
Proponemos considerar que se trata de una intuición de Freud que entiende que el Ideal
del yo determina la constitución del yo, y de este modo se vincula al padre muerto, pero al mismo
tiempo, tiene relación con el deseo y las insignias paternas que se producen a partir del complejo
de Edipo, y entonces Freud lo vincula a la función paterna inherente al Edipo43.
En cuanto a la función paterna en el Edipo, tomamos la lectura de Lacan cuando relee
estos desarrollos a partir de los tres tiempos del Edipo. De este modo, distingue por un lado, la
función paterna como prohibición del incesto, el “no” del padre como agente de la castración.
Una función propia del segundo tiempo del Edipo. Y por otro, la función del padre en la salida
del Edipo, el padre del tercer tiempo del Edipo que permite que el niño incorpore las insignias
viriles, que salga con las cartas en el bolsillo que luego podrá apropiarse. (LACAN 1957a).
Porque el padre es muerto, y en ese sentido es sostén del deseo, pero es como vivo que
juega el juego. El juego de la transmisión de los títulos a la salida del Edipo. De este modo, el
sepultamiento del complejo de Edipo conduce a la conformación “definitiva” del superyó (Ideal
del yo).
Nos resulta importante realizar una aclaración respecto de nuestra lectura: que Freud se
refiera a una conformación definitiva del superyó-Ideal del yo permite abrir el interrogante por
estas raíces del superyó que estamos situando con el padre. Y es importante ubicar en este punto
que el padre es un concepto complejo en Freud y no remite siempre a la ley del padre muerto,
sino también al padre de la horda y al padre del Edipo.

43
El padre potente que Lacan sitúa en el tercer tiempo del Edipo (LACAN 1957a).
62
Freud retomará estas cuestiones sobre el final de su obra en su texto sobre Moisés a partir
de un padre que traumatiza (FREUD 1938). Luego lo retomaremos a la luz de la articulación del
superyó con la pulsión de muerte44.

Hasta aquí tenemos la dimensión del superyó que civiliza, que Freud indaga mediante los
conceptos de pulsión, padre e ideal del yo, principalmente.

3.3. La dimensión cruel del superyó


La segunda dimensión del superyó es aquella que exige la satisfacción de la pulsión. Freud
postula esta dimensión a partir de la reacción terapéutica negativa y luego indaga otros referentes
clínicos centrales.

Por fuera de la sustitución


Con la compulsión del síntoma, la angustia y el exceso de placer en la vivencia
traumática del obsesivo (FREUD 1896), en los inicios de su producción teórica Freud anticipaba
un resto a la división del sujeto. Un resto que retornaba en el interior mismo del campo analítico
delimitado por el síntoma y la neurosis artificial, pero por fuera del mecanismo psíquico, del
desplazamiento y la sustitución en la cadena asociativa.
De este modo, entre el texto La represión (1915) –donde la represión primaria permite
conceptualizar la ligadura de la pulsión a un representante psíquico- y El yo y el ello (1923),
Freud escribe Más allá del principio de placer (1920) donde introduce la pulsión de muerte para
delimitar un resto en el interior mismo del campo del análisis. En este caso, ya no se trata de lo
excluido de lo analizable, sino que se trata de un resto producido por las operaciones que
instauran el dispositivo analítico. Y en este sentido, se constituye como un más allá en el interior
del análisis.
Justamente, la pulsión de muerte permitirá precisar la dimensión cruel del superyó. Este
residuo interior no ligado, que no halla inscripción en la primera tópica, fundamenta la
conceptualización del “superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte” (FREUD 1923a) y
como “abogado del ello” (FREUD 1923a).
Es decir, se delimita a partir de la pulsión de muerte, y al mismo tiempo, se constituye
como una instancia moral que trabaja con la energía de la pulsión.

44
Entendemos que para Lacan será necesario separar estos desarrollos y de este modo forjar conceptos distintos: por
un lado el nombre del padre y por otro el superyó.

63
Al mismo tiempo, consideramos que este planteo no es contradictorio con la postulación
freudiana del superyó como "heredero del complejo de Edipo". Por dos razones.
Por un lado, porque hemos situado una dimensión normativizante del superyó, aquella que
intenta domesticar el goce y que Freud sitúa con el padre agente de la castración en el Edipo. Alli,
el superyó hereda la ley paterna vía la operación de incorporación (FREUD 1913b).
Por otro lado, "no podemos leer el mito freudiano -Tótem y tabú- como una operación que
instaurando la ley -y el deseo- por el asesinato y la comida del padre primordial, no deje resto.
La clínica del síntoma neurótico testimonia del resto de goce que la castración misma engendra
en su operación" (SCHEJTMAN 1994). Entonces, del Edipo también se hereda aquello del padre
que no se incorpora.
Si el padre simbólico, el padre muerto, es aquello que Freud conceptualiza como lo que se
incorpora -y que ficcionaliza con el mito-, no todo del padre se digiere: también está el superyó
como residuo del padre de la horda.
En ese sentido, entendemos que en la obra freudiana, el superyó es paterno. Y sin
embargo, esto no quiere decir que se reduzca al Edipo. El concepto de Padre no se subsume a la
lógica del Edipo para Freud. De allí que formule un nuevo mito, Tótem y tabú, para dar cuenta
del padre de la horda.

Freud reformula el dualismo pulsional en Más allá del principio de placer (1920). Sin
embargo, la pulsión de muerte -a partir de la cual puede conceptualizar lo no ligado- alcanzará
una formalización más acabada a partir del concepto de “masoquismo erógeno primario en
términos de residuo interior de la pulsión de muerte no traspuesto al exterior” (FREUD
1924a)45.
De esta manera, la oposición entre la trasposición al exterior y el residuo interior de la pulsión de
muerte “permite formalizar y resignificar el dualismo pulsional introducido en Más allá y
precisar el valor de lo no ligado en tanto un exterior en el interior mismo del aparato, solidario
de un goce pulsional más allá del principio de placer” (LAZNIK 2007a).
Resulta novedosa la conceptualización de un “cuerpo no simbolizado” (LAZNIK 2002)
que es posible leer en los textos de Freud, y que se manifiesta en la articulación entre el
masoquismo del yo y el sadismo del superyó. Se trata de un aporte fundamental ya que hasta Más

45
En este sentido, luego hallaremos que el punto más duro no es tanto el sadismo del superyó sino el masoquismo
del yo.
64
allá del principio de placer la clínica giraba en torno de un cuerpo simbolizado, cifrado en las
formaciones del inconsciente, principalmente en el síntoma histérico46.

Lo no ligado en el interior del campo: el superyó


Lo no ligado constituye un resto de la primera tópica, que a partir de 1920 puede ser
conceptualizado, y a partir de la segunda tópica puede inscribirse en las nuevas instancias del
aparato psíquico. De este modo, el superyó como nueva instancia de la segunda tópica, permite
indagar un modo privilegiado de irrupción de lo no ligado en la experiencia analítica47.
Entonces, hallamos como novedoso que la operación de la represión primaria produce
restos que retornan en el interior del campo de la experiencia analítica. Y como se trata de restos
a la operación de la represión primaria, no retornan bajo el modo del retorno de lo reprimido. Nos
estamos refiriendo a los diversos antecedentes del superyó que hemos desarrollado previamente48.
Entonces, no se trata de que se extienda el campo del principio de placer 49, sino que en su
interior Freud halla fenómenos que no se explican según la lógica de la represión primaria. Dicho
de otro modo, a partir de Más allá del principio de placer (1920) Freud puede postular y
conceptualizar un exterior en el interior mismo del campo del análisis.
De este modo, entendemos que Freud modifica su noción topológica del aparato psíquico
(LAZNIK 2007a), y al mismo tiempo, reformula las operaciones de la constitución del sujeto con
la afirmación y expulsión primordial (FREUD 1925a). Lacan retomará dichas operaciones para
dar cuenta del modo de retorno de lo no afirmado primariamente (LACAN 1954b y 1966b). Lo
retomaremos en el capítulo 7.
En conclusión, estamos ubicando un eje de lectura: el superyó, como instancia de la
segunda tópica, permite indagar un modo privilegiado de retorno de lo no ligado en el interior del
campo de la experiencia analítica.

46
Remitimos al lector a la primera parte de la Tesis en la cual se expone la solidaridad entre el síntoma y el
dispositivo analítico. Recordamos que Freud establece que las operaciones mediante las cuales se simboliza el cuerpo
histérico, un cuerpo cifrado, son las mismas que permiten delimitar el dispositivo analítico de la primera tópica:
condensación y desplazamiento.
47
Sin embargo, tal como lo venimos planteando, el superyó no se delimita exclusivamente respecto de lo no ligado.
Aún más, entendemos que las categoría de ligado y no ligado no le alcanzarán a Freud para dar cuenta de la
complejidad del superyó.
48
Ver el apartado acerca de los antecedentes del superyó.
49
El más allá del principio de placer no extiende el campo sino que ubica lo no ligado en el interior mismo del
campo analítico.
65
Hallamos que es posible leer este eje a lo largo de la segunda tópica. Destacamos la
“ligazón madre preedípica” (FREUD 1933d) y la articulación de los restos de lo oído (FREUD
1939) con el “trauma”.
Por un lado, Freud intenta fundamentar conceptualmente esta dimensión del superyó a
partir de la ligazón madre preedípica “que testimonia de una modalidad de lazo libidinal no
regulada fálicamente” (LAZNIK 2008b), en el punto en que la madre goza del niño como falo;
momento fundacional de la constitución del sujeto.
Por otro lado, también articula el superyó con los desarrollos sobre los masoquismos
(FREUD 1924), al introducir una dimensión del cuerpo –por fuera del cuerpo de
representaciones- que luego retoma con los “restos de lo visto y oído” (FREUD 1939).
Dichos restos de lo oído permiten considerar la constitución del superyó cuando el yo era
todavía endeble. En ese sentido, Masotta lee el nacimiento del superyó en el historial del hombre
de las ratas a partir de la frase: “este niño será un gran hombre o un gran criminal” (MASOTTA
1986).
Abordemos estas dos cuestiones.

La ligazón madre preedípica


Nuestra lectura de ambas dimensiones del superyó se delimita a partir de los desarrollos
respecto del concepto de padre. Sin embargo, con Lacan hallamos que es posible leer un aspecto
del concepto de “madre” en el fundamento del superyó. Como no es el eje de nuestra lectura lo
expondremos brevemente.
La ligazón madre pre-edípica (FREUD 1933d) permite reconsiderar la dimensión cruel
del superyó. Freud sitúa dicho lazo a la madre preedípica en tanto “testimonia de una modalidad
de lazo libidinal no regulada fálicamente” (LAZNIK 2008b), en el punto en que la madre goza
del niño como falo; momento fundacional de la constitución del sujeto. Destacamos, se trata de
un momento lógico exterior al del niño como falo de la madre. En este punto, la ligazón madre
pre-edípica da cuenta de un modo de goce materno. Freud lo desarrolla en Esquema de
psicoanálisis (1938) cuando trabaja la incidencia de “la madre como primera seductora del niño”
(FREUD 1938).

66
Freud propone dicho modo de ligazón a la madre como condición y antecedente de la
posterior entrada del niño en el complejo de Edipo. De este modo, el niño se constituye en primer
lugar como objeto, de la libidinización del Otro materno50.
Esta propuesta de Freud conduce directamente a la segunda propuesta -los restos de lo
oído- ya que es necesario indagar que característica tiene dicho modo de lazo respecto del cuerpo
del niño. En otros términos, Freud está trabajando la erogenización del cuerpo del niño a partir
del modo de lazo a la madre, y en este punto, señala que no se trata de la madre del Edipo sino de
una ligazón a la madre pre-edípica.

Los restos de lo oído y el trauma


De este modo, Freud también fundamenta el superyó al introducir una dimensión del
cuerpo –por fuera del cuerpo de representaciones- que luego retomará con los “restos de lo visto
y oído” (FREUD 1939).
En El yo y el ello (1923) destaca la relación del superyó con los restos de lo oído,
retomando así los desarrollos de Lo inconsciente (1915) respecto de la representación palabra
(FREUD 1915d). Sin embargo, aclara que es la instancia del ello aquella que le aporta su fuerza a
dichas representaciones palabra. De esta manera, descarta la idea de que es la severidad de los
padres aquella que permitiría dar cuenta de la severidad del superyó. El argumento es que no se
condice la presencia o ausencia de severidad en los padres con la crueldad del superyó.
Entonces, al recuperar los desarrollos de Lo inconsciente (1915) respecto de la
representación palabra, y articularlos con el ello –como sede de las pulsiones-, Freud puede
otorgarle al superyó el estatuto particular de representaciones palabra cuya energía de
investidura proviene del ello (FREUD 1923a).
Luego, Freud da un paso más en esta misma dirección. El movimiento consiste en
articular los restos de lo oído con el “trauma” (FREUD 1939). Postula que en el momento del
desvalimiento originario (FREUD 1926), un tiempo en el que el niño está dentro del lenguaje
pero aún no tiene uso de la palabra articulada, lo oído adquiere un estatuto fundante, central. Esto
será crucial para indagar las coordenadas del dispositivo analítico que ya no se rige
exclusivamente por el proceso primario.
Respecto del tiempo de desvalimiento originario, “cuando el yo era todavía endeble”
(FREUD 1923a) –aquel otro pilar de la constitución del superyó que recuperábamos del planteo

50
En el Proyecto de psicología para neurólogos (1895) hallamos un antecedente muy inicial de esta cuestión cuando
Freud postula el inicial desvalimiento del ser humano como fuente primordial de todos los motivos morales (FREUD
1895).
67
freudiano51- el sujeto vale como “un cuerpo tomado por el Otro como objeto de su voz”
(LAZNIK 2008b). Aquí adquiere su mayor alcance el concepto de masoquismo erógeno, una
posición pasiva originaria, respecto de la cual luego el sujeto deberá “separarse”52. Una posición
que Freud sitúa con el desvalimiento frente a los estímulos interiores no ligados53.
Entonces, se trata de la voz en tanto no ligada. En términos de Freud, aquello que el niño
oye cuando aún no dispone de la palabra articulada-. En este punto, el infans queda como puro
objeto tomado por el Otro, en un momento lógicamente anterior a toda medida fálica.
Aquí, la fobia y la paranoia se constituyen como referentes clínicos privilegiados por el
estatuto de la voz que en ellas se destaca. Sin embargo, estamos señalando una dimensión de la
clínica presente en las diversas neurosis.

Recapitulemos. Lo no ligado se inscribe en el aparato psíquico como masoquismo


erógeno primario, “relicto de la fase en que aconteció la liga” (FREUD 1924a), y estos estímulos
interiores no ligados pueden quedar a cargo de un modo particular de irrupción, que Freud
nombra “superyó”.
De este modo, la dimensión cruel del superyó complejiza la conceptualización de la
constitución del sujeto ya que le permite a Freud situar una dimensión traumática de lo oído, que
queda como resto de la constitución del sujeto del inconsciente54. Se trata de los restos de lo oído,
no ligados al campo de las representaciones. El superyó nombra la irrupción de dichos estímulos
interiores no ligados, la pulsión de muerte, que se inscriben del lado del sujeto como
masoquismo55. No sin el Edipo, pero más allá de él.
Aquí el superyó no se constituye como límite a la satisfacción sino como exigencia de
satisfacción, irrupción. Si la dimensión civilizante del superyó prohíbe la satisfacción y sostiene

51
Remitimos al lector a lo desarrollado previamente donde retomábamos el plateo inaugural de Freud respecto del
superyó en cuanto a su doble origen: cuando el yo era todavía endeble y como heredero del complejo de Edipo.
52
Con las operaciones de alienación y separación Lacan permite ubicar la lógica en juego (LACAN 1967a). Se trata
de un movimiento que implica la pérdida del ser y la incorporación del núcleo del Ideal del yo por la vía de la
“identificación primaria” (FREUD 1921). Y luego, la producción de un objeto separado del Otro. Luego lo
retomaremos a la luz de los desarrollos respecto de la constitución del sujeto.
53
Lacan retomará esta cuestión a partir del desamparo frente al deseo del Otro. Se trata de la voz, en tanto no ligada,
donde el infans queda como objeto tomado por el Otro, un punto lógicamente anterior a la medida fálica.
54
Entendemos por “sujeto del inconsciente” a la categoría que hallamos en los textos de Freud pero que solo es
posible leer a partir de Lacan: el sujeto es lo que un significante representa para otro significante.
55
Una dimensión que Lacan permite indagar con la idea de que el sujeto no puede eludir el objeto voz, y por eso la
posición respecto de la voz es “oigo” (LACAN 1972a). Por ello dice que el oído es el único orificio que no se puede
cerrar.
68
el deseo, -y en ese sentido normativiza el goce-, la dimensión cruel del superyó conduce a un
modo de satisfacción pulsional más allá del principio de placer.
La intuición freudiana parece conducir a que el superyó tiene relación con la ley en su
dimensión pacificante, normativa, pero también con lo que ella tiene de coacción, un ley que se
presenta como mandato insensato.

El complejo de castración: disyunción Ideal del yo y superyó


Si bien hemos situado el pliegue entre el Ideal del yo y el superyó que Freud realiza en
diversos lugares de su obra, también hallamos otras apreciaciones freudianas que permiten
fundamentar su disyunción.
Freud postula la identificación como el primer modo de lazo al Otro anterior a toda
investidura de objeto (FREUD 1921). El Ideal del yo se constituye mediante esta identificación
primera que Freud postula. De este modo, al constituirse a partir de los rasgos del objeto perdido
–pérdida estructural, por tal razón es previo a toda investidura- el Ideal del yo lo conmemora.
Se trata del lugar desde el cual el yo se ve visto como amable para el Otro. La mayor o
menor distancia del objeto respecto del Ideal del yo otorga la medida de su idealización y la
medida del narcisismo en su elección.
En cambio, el superyó “en su íntimo imperativo, es efectivamente la voz de la conciencia”
(LACAN 1960c). Es decir, una voz.
Vamos a ubicar la distinción entre Ideal del yo y superyó a partir de un texto muy tardío
de Freud: Análisis terminable e interminable (1937).
Allí Freud postula la “roca de base”, el tope del análisis, es decir, para Freud el complejo
de castración. Dicho tope se presenta como envidia del pene o protesta masculina. Es decir, dos
versiones de la “desautorización de la feminidad” (FREUD 1937).
En ese sentido, Freud dice que cuando se intenta persuadir a una mujer que abandone su
deseo de pene o a un varón que abandone su actitud pasiva frente a otro hombre se tiene la
impresión de que “se ha estado predicando en el vacío” (FREUD 1937).
Freud destaca que la envidia del pene orienta a la niña hacia el padre (FREUD 1925b). O
sea, le permite entrar en el complejo de Edipo. De este modo, ubica la disimetría entre complejo
de Edipo y complejo de castración en el varón y la niña, allí donde el niño sale del Edipo por la
angustia de castración.
La “ecuación simbólica hijo=pene” (FREUD 1926) orienta a la niña hacia el padre de
quien espera un hijo, que vale como falo. Entonces, el padre en posición de donador, orientaría a
la niña hacia la feminidad tal como Freud la entiende.

69
Si seguimos el planteo de Freud, la disimetría entre complejo de Edipo y complejo de
castración entre la niña y el niño, supone una divergencia entre el Ideal del yo y el superyó. Esto
no es explícito pero es posible leerlo a partir de los desarrollos freudianos (CANCINA 2012)56.
Un pasaje normal por el Edipo en los varones desembocaría en una coincidencia entre el
Ideal del yo y el superyó, ya que el alejamiento del objeto prohibido, incestuoso, se haría en
coincidencia con el ideal fálico. Luego veremos qué produce la separación entre ambas instancias
para el niño.
Ahora bien, “la metáfora –tener, a cambio de ser- que orienta la perspectiva de los
varones, en las niñas requiere al menos una sustitución metafórica más: tener, por no tener ni
ser” (CANCINA 2012).
En mujeres y hombres, es el padre quien opera desde el lugar que le otorga la ley del
significante, y de este modo, comanda el alejamiento del objeto incestuoso, su normativización
sexual, la asunción de su sexo. El niño entra en la dialéctica del intercambio ordenado por la
combinatoria significante, que es el régimen de la alianza y el parentesco.
¿Qué lugar viene a ocupar la niña como objeto de intercambio? Algo en ella debe ser
sacrificado, y el punto no es tanto qué es una mujer, sino a qué lugar ella es convocada, qué lugar
es llamada a ocupar. O sea, en el régimen de los intercambios significantes ordenados por el
padre, ella adviene, luego del Edipo, a la función de sostener el deseo de falo, la significación
fálica. En términos de Freud, sale del Edipo como madre en potencia. De este modo, al servicio
de esta función civilizadora, ella transmite la falta. Freud no explicita estas cuestiones, pero se
deducen de sus desarrollos presentes en los textos sobre el Edipo (FREUD 1924b).

Retomando la función paterna, el complejo de Edipo juega un rol normativizante para


ambos sexos. Introduce al padre en funciones: privación, frustración, castración (LACAN 1956).
Entonces, la envidia del pene adquiere diversos sentidos según de qué operación se trate: a
nivel de la castración, la envidia del pene tiene el sentido de un fantasma: la esperanza de que el
clítoris sea un pene. La castración supone para Freud una renuncia al clítoris que dirige a la niña a
desear el pene del padre, y allí adviene la frustración porque no lo obtiene. Luego, vía la ecuación
simbólica espera un niño del padre, y allí se presenta la operación privación, se trata de la falta
real de un objeto simbólico (LACAN 1956).
Entonces, en la niña no es tan sencillo plantear el superyó/Ideal del yo como heredero del
complejo de Edipo. Habría un padre donador, que se contrapone a una instancia superyoica que

56
Con estos desarrollos intentamos dar cuenta y destacar que no abonamos a la Tesis que plantea una identidad entre
el goce femenino y el superyó (DURAND 2008).
70
se relaciona con lo femenino, en el punto en que Lacan introduce la disyunción entre el padre que
frustra y el padre que priva. De este modo, el superyó no es el goce femenino57 sino que el padre
articulado al superyó, en la obra freudiana, tiene relación con la salida femenina del Edipo.
Despleguémoslo.
La privación en relación al deseo implica la operatoria de la demanda. La privación
apunta a un objeto simbólico (LACAN 1957a). Hay privación cuando se ha podido simbolizar
aquello de lo que el sujeto será privado: cuando el pene del padre es simbolizado podrá ser
demandado, y de la privación que surge de esta demanda –por ser inadmisible- se produce una
identificación al objeto en el que la libido se había fijado.
La niña se dirige al padre en busca del hijo en tanto que falo, y finalmente sale del Edipo
porque éste se va a pique por causas internas (FREUD 1925b).
Lacan propone leer que se trata de un rechazo de la demanda que la niña le dirige al padre.
Lacan propone ubicar la “verwerfung” (LACAN1957a), término que en esta ocasión claramente
no utiliza para dar cuenta del mecanismo psicótico. Con Lacan, leemos que en el planteo
freudiano es posible ubicar la presencia de un goce no acotado por la función paterna en el Edipo
femenino. No acotado en el sentido de la normativización que introduce el padre como agente de
la castración.
De este modo, aquí no se trata del padre de la interdicción del incesto. Al menos no
solamente. Y en este punto, habría un pasaje del Ideal del yo al superyó.
Respecto del Ideal del yo, al decir de Lacan en el Seminario 5, el padre del Edipo
introduciría un Ideal del yo en la mujer –pregunta freudiana por excelencia- al preferir a la madre
(LACAN 1957a). De este modo resuelve un aspecto de la pregunta freudiana por la ausencia de
superyó en la mujer. Claro, aquí no se trata del superyó sino del Ideal del yo.
En cambio, el otro aspecto de la pregunta freudiana, sí se refiere a aquello que
habitualmente se denomina superyó. Entonces, se resuelve esta cuestión en los desarrollos de
Freud si tomamos la apreciación de Lacan: habría una forclusión de la demanda que la niña le
dirige al padre. Y en este punto, allí donde permanece un goce no regulado por el falo, se precisa
el concepto de superyó58.
Vale aclarar entonces, que este superyó si bien también es el heredero del complejo de
Edipo, lo es solamente si consideramos la salvedad de que en el Edipo hay diversas funciones del
padre. Hallamos de este modo, un superyó no mediatizado por la significación fálica, sino un

57
CF. con los desarrollos que homologan el superyó al goce femenino: El superyó, femenino (DURAND 2008).
58
Debido a que excede estos desarrollos, dejamos para otra ocasión la cuestión de por qué esto sería distinto del goce
femenino.
71
superyó obsceno y feroz, una versión imaginaria del padre tirano (LACAN 1957a). Destacamos
que en el desarrollo que realiza Lacan, el agente de la privación es el padre imaginario. Y
recordamos, que la privación implica la demanda, respecto de la cual hemos situado una
verwerfung –rechazo-.

Entendemos que este desarrollo permite precisar dos cuestiones.


Por un lado, posibilita distinguir las instancias del Ideal del yo y del superyó, al menos a
partir de la encrucijada edípica de la niña.
Y por otro, señala que el tope del análisis no es el superyó –en este caso, referido a la
feminidad, más bien se trataría de un operador para la salida del Edipo femenino- sino el
complejo de castración. Retomaremos esta segunda cuestión sobre el final de la Tesis.

Quedan abiertas dos cuestiones:


Por un lado, un interrogante: ¿Desde qué posición se conduce un análisis si la dirección
consiste en que el sujeto ceda el deseo de pene? Allí hemos ubicado el superyó. Y a Freud no se
le escapa que algo allí permanece oscuro ya que él mismo propone que “no se le hará injusticia si
se advierte que la esperanza de recibir el órgano masculino que echa de menos dolidamente fue
el motivo más intenso que la esforzó a la cura” (FREUD 1937). Entonces, un tope en la clínica
freudiana: aquello que Freud sitúa como límite al tratamiento -la roca de la castración- es lo
mismo que, según él, conduce a muchas mujeres a un análisis. Un tope que funciona como punto
de llegada y a la vez de partida.
En segundo lugar, paralelamente Freud ubica la envidia del pene como resto de los
análisis. Ahora bien, efectivamente “la cura analítica no servirá para nada” (FREUD 1937) si se
conduce el análisis desde la perspectiva de que todo es fálico, siendo que la mujer es no-toda
fálica.
De este modo, habrá que esperar a Lacan para ubicar la posibilidad de que un análisis
incluya en su horizonte el significante de la falta en el Otro (LACAN 1960b). Es decir, la
posibilidad de distinguir la castración del complejo de castración –la roca de base-.

Los nuevos operadores de la segunda tópica y el superyó


Ahora ubicaremos ciertos operadores que Freud conceptualiza en la segunda tópica y el
modo en que a partir de dichos operadores se puede indagar dos aristas de la dimensión cruel del
superyó. Estas dos aristas adquieren precisión a partir del operador conceptual de la mezcla y

72
desmezcla pulsional. Desde nuestro punto de vista, a partir de allí es posible retomar y delimitar
una serie de problemas clínicos.
“Dentro del contexto epistemológico de la segunda tópica y en relación al nuevo
dualismo pulsional, Freud propone distintos operadores conceptuales: ligado-no ligado; sadismo
primario (trasposición al exterior de la pulsión de muerte)–masoquismo primario (residuo
interior de la pulsión de muerte); mezcla-desmezcla pulsional. Se trata de un conjunto de
operadores que intentan abordar diversos problemas de la clínica a partir de ubicar distintas
aristas que se desprenden de la formulación del segundo dualismo pulsional”. (LAZNIK,
LUBIÁN Y KLIGMANN 2014).
Ligado – no ligado
En primer lugar, la oposición ligado – no ligado permite resignificar el valor de lo
traumático en términos de irrupción pulsional sin ligadura. Con la postulación del segundo
dualismo pulsional Freud plantea la equivalencia del más allá del principio de placer y los
estímulos interiores no ligados.
Sin embargo, dicha oposición ligado – no ligado, no logra cernir la complejidad singular
que caracteriza a la compulsión de repetición en la medida en que la misma constituye un intento
de tramitación de lo traumático (LAZNIK, LUBIÁN Y KLIGMANN 2014). Freud propone tres
referentes clínicos para pensar los diferentes modos de respuesta del aparato frente a lo no ligado:
los sueños de las neurosis traumáticas, el juego infantil y la compulsión a la repetición en la
transferencia.
En este punto, distinguimos entre el trauma y la respuesta del sujeto frente al trauma
(LAZNIK y otros 2014). El estatuto particular que caracteriza al intento de ligadura en tanto
respuesta del sujeto frente al trauma, trasciende a la oposición ligado – no ligado, y evidencia una
dificultad que atraviesa a las nuevas formulaciones freudianas.
Esta dificultad en la oposición ligado – no ligado va de la mano con otro obstáculo que se
le plantea a Freud respecto de la postulación del segundo dualismo pulsional.

Sadismo primario – masoquismo primario


En Más allá del principio de placer Freud postula la pulsión de muerte como estímulos
interiores no ligados. Es en la medida en que el principio de placer se sostiene en la ligadura que
posibilita la investidura de las representaciones y su desplazamiento, que Freud delimita el lugar
de la pulsión de muerte como lo que excede a lo ligado. Sin embargo, al postular la pulsión de
muerte como “exteriorización de la inercia en la vida orgánica” (FREUD 1920), Freud la deja
ubicada del lado de las funciones de conservación y, por lo tanto, ligadas a las pulsiones yoicas.

73
Es así que equipara la oposición pulsiones de vida – pulsiones de muerte a la anterior oposición
pulsiones sexuales – pulsiones yoicas.
“La consecuencia de esta afirmación es que, a pesar de fundada la pulsión de muerte, no
le es posible a Freud formular un nuevo dualismo pulsional. Se trata en realidad del mismo
dualismo nombrado de otra forma” (LAZNIK, LUBIÁN Y KLIGMANN 2014). Propone
entonces una “segunda polaridad”: la oposición amor–odio (FREUD 1920).
Sin embargo, no es posible fundar un nuevo dualismo sobre la base del odio y el sadismo.
Fundamentalmente porque el sadismo es solidario de la estructura misma de la pulsión sexual. Es
el elemento correspondiente a la pulsión en tanto “pulsión de apoderamiento” (FREUD 1905a).
De lo que se trata es del dominio que se ejerce sobre un cuerpo, sobre un cuerpo que se
constituye fuera del cuerpo de la conservación.
Se trata entonces de ese otro lugar que posibilita la constitución de la imagen corporal y
que operará como soporte del narcisismo. La metáfora de la ameba de “Introducción del
narcisismo” se transforma -en “El problema económico del masoquismo”- en la transposición, el
desvío hacia afuera, hacia los objetos del mundo exterior, de la pulsión de muerte (FREUD
1924). Así, el sadismo se revela como correlato del yo, en la medida en que éste se constituye
como efecto de una pérdida fundante. Es por lo tanto solidario de la transferencia inscripta en la
oposición libido yoica - libido de objeto. La transposición al exterior da cuenta del pasaje de
“ser un cuerpo” a “tener un cuerpo”, y la libidinización del objeto supone una operación
homóloga, en la que lo que se transfiere es el objeto mismo que era el propio sujeto (LAZNIK
2003).
Pero “otro sector no obedece a ese traslado hacia afuera, permanece en el interior del
organismo” (FREUD 1924). Es en ese sector donde Freud ubica el masoquismo erógeno
primario.
De esta manera, recién en El problema económico del masoquismo (1924) culmina el
movimiento iniciado en Más allá del principio de placer (1920): No toda la pulsión de muerte se
transpone al exterior. Después que la parte principal de la pulsión de muerte “fue trasladada
afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su residuo, el genuino masoquismo
erógeno...” (FREUD 1924). Pero si el sadismo permitía pensar la constitución del cuerpo y del
yo, Freud señala un elemento que escapa a esta constitución, que permanece fuera del cuerpo. El
masoquismo erógeno primario viene a señalar, entonces, una disyunción. Por un lado, una parte
trasladada que soporta el cuerpo del narcisismo, y sobre la cual se apoyará después el retorno
del sadismo sobre el yo, constituyendo el masoquismo secundario. Por otro lado, una parte que
no se traslada hacia afuera, que permanece en el interior del cuerpo, constituyendo un “fuera

74
del cuerpo”, en el que se refugia la satisfacción pulsional (GLASMAN 1985). Es en esta
exterioridad al cuerpo especular, en esta parte separada del cuerpo, que se sostiene en Freud la
disyunción entre cuerpo y goce (LACAN 1966).
Estos desarrollos no se sostienen en la oposición ligado – no ligado. Por ello, Freud
necesita introducir un segundo operador conceptual destinado a ubicar dos dimensiones de lo que
acontece con la pulsión de muerte. Una que se traspone al exterior como sadismo -permite
constituir un objeto libidinizado- y otra que permanece como residuo interior de la pulsión de
muerte –el masoquismo erógeno primario- (FREUD 1924).
La transposición al exterior permite constituir al ruido como objeto “libidinizado”59. En
cuanto al “residuo interior no transpuesto al exterior” constituye una dimensión irreductible que
Freud nombra masoquismo erógeno primario y sostiene la compulsión del síntoma.

A su vez, estos dos primeros operadores conceptuales resultan insuficientes para dar
cuenta de ciertas configuraciones clínicas asociadas al superyó: los mandatos superyoicos, las
neurosis graves –neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, la reacción terapéutica negativa, y
el suicidio. Por ello, Freud pasa a indagar estos fenómenos a partir de un tercer operador: la
oposición mezcla - desmezcla pulsional (FREUD 1923).

Mezcla-desmezcla pulsional.
Con el operador de la mezcla y desmezcla (FREUD 1923) es posible indagar la dimensión
de los mandatos, que suponen la mezcla, y por otro, el superyó como cultivo puro de la pulsión
de muerte -lo irreductible y la cara muda del superyó-. Es decir, aquello que se precisa bajo la
noción de desmezcla pulsional. De este modo, con los operadores de la mezcla y desmezcla
podemos interrogar una serie de configuraciones clínicas que ahora quedan agrupadas como
referentes del superyó: los mandatos, las neurosis graves –neurosis narcisistas y neurosis
traumáticas-, la reacción terapéutica negativa, y el suicidio (LAZNIK, LUBIÁN Y KLIGMANN
2014).
Se trata de un tercer operador que es cronológicamente previo al segundo, pero
lógicamente posterior debido a que su operatoria se delimita con desarrollos posteriores.
A partir de este tercer operador proponemos retomar los planteos freudianos relativos al
valor que cobra el superyó en las configuraciones clínicas antedichas.

59
Con el ruido nos referimos a aquello que vale como antecedente freudiano de la pulsión invocante formulada por
Lacan. En el capítulo 7 desplegaremos esta cuestión.
75
Dentro de la dimensión cruel del superyó que venimos ubicando, el operador de la mezcla
- desmezcla pulsional nos permite deslindar dos aristas del superyó. Una primera que supone la
mezcla y una segunda que implica la desmezcla:

La mezcla: el mandato superyoico


Delimitamos una primera arista como mandato superyoico. Se trata del superyó que se
entrama con el síntoma, donde la mezcla con Eros aporta la simbolización por la vía de las
representaciones palabra. Respecto de esta arista Freud destaca el valor de las representaciones-
palabra que toman su investidura del ello.
En El problema económico del masoquismo (FREUD 1924) retoma la noción de mezcla
y desmezcla como un supuesto necesario dentro del psicoanálisis. En este texto, a diferencia de
lo que planteaba en El yo y el ello y en El malestar en la cultura, no sitúa una pulsión de muerte y
una de vida puras, sino sólo su mezcla. Plantea la articulación entre el masoquismo moral y el
superyó, cuyos imperativos –representaciones palabra preconcientes- toman su energía de
investidura de las fuentes del ello. Sin embargo, aunque el superyó encuentra su fuente en el ello,
en este punto Freud destaca que la representación palabra se constituye como un modo de
atenuación respecto de la mudez de la pulsión. Es decir, el mandato superyoico es un modo
atenuado del superyó en el punto en que la representación palabra supone la mezcla pulsional.

La desmezcla: el cultivo puro de la pulsión de muerte –lo irreductible y la cara muda del
superyó-
A partir del operador de la desmezlca pulsional, situamos una segunda arista del superyó
cruel. Esta segunda vertiente permite agrupar y abordar distintas configuraciones clínicas, que de
esta manera, se constituyen como referentes del superyó: las neurosis graves -neurosis narcisistas
y neurosis traumáticas-, el suicidio, y la reacción terapéutica negativa. En esta arista del superyó
cruel, se destaca la mudez del superyó y el estatuto irreductible, enigmático y opaco que cobra su
conceptualización en la obra freudiana. Freud caracteriza esta dimensión del superyó como
cultivo puro de la pulsión de muerte (FREUD 1923).
En este punto, no se trata de los mandatos sino de la dimensión injuriante y muda del
superyó.

Reacción terapéutica negativa, neurosis graves -neurosis traumáticas y psiconeurosis


narcisistas-, suicidio

76
Esta arista de la dimensión cruel del superyó es la que prevalece en la reacción
terapéutica negativa que Freud plantea como referente clínico paradigmático de la dimensión
muda del superyó. Se trata de una dimensión muda del superyó porque en este punto el sujeto
enmudece. La desarrollaremos en el capítulo xxx.
Articulado a lo “mudo” situamos la crueldad del superyó como expresión del rechazo del
Otro. A partir de la melancolía, deslindamos dos cuestiones: la inexistencia del sujeto en el Otro,
del hacerse objeto de rechazo del Otro. En este último caso de lo que se trataría es de un recurso
“defensivo”, que produciría un modo –aunque paradójico- de existir en el Otro (LAZNIK,
LUBIÁN Y KLIGMANN 2014).
Para dar cuenta de esta arista del superyó, Freud necesita un nuevo operador porque la
dimensión muda no se ordena en términos de ligado - no ligado, ni de trasposición al exterior -
residuo interior de la pulsión de muerte. “Es aquí donde se resignifica el valor de la mezcla y
desmezcla y su incidencia en la conceptualización del superyó” (LAZNIK, LUBIÁN Y
KLIGMANN 2014).
Esta cuestión también posibilita retomar problemáticas como la del suicidio60. La
desmezcla precisa el punto de la caída de la escena en el pasaje al acto. Es decir, nombra la
dificultad de una configuración que atenta contra las coordenadas de la escena analítica y da
cuenta del núcleo central del más allá del principio de placer.
Por otro lado, la dimensión injuriante del superyó, también resultado de la desmezcla
pulsional, conduce a la formulación de la nueva categoría de “neurosis graves” (FREUD 1923).
Sin embargo, recién al año siguiente Freud puede precisar su estatuto. El nuevo ordenamiento
nosográfico de Neurosis y psicosis (1924) es solidario de la formulación de la segunda tópica.
Cada nosografía se fundamenta en un conflicto psíquico entre instancias diversas: las neurosis
entre el yo y el ello; las psicosis entre el yo y el mundo exterior; y las psiconeurosis narcisistas
entre el yo y el superyó. La melancolía, paradigmática de las psiconeurosis narcisistas, da cuenta
de un superyó hiperintenso que se abate con furia sobre el yo como si se hubiera apoderado de
todo el sadismo disponible en el individuo y transforma al superyó en un cultivo puro de la
pulsión de muerte. Freud remarca esa fase de formación donde aconteció la liga tan importante
para la vida entre Eros y pulsión de muerte. Y ubica el acrecentamiento de la severidad del
superyó como efecto de la desmezcla pulsional. Lo retomaremos en el capítulo xxx.
Simultáneamente, la desmezcla también permite precisar la cara muda del superyó cuando
se presenta como una palabra de odio que nombra al ser (LAZNIK 2003) sin equívoco mediante.
En esta línea, Lacan plantea la consistencia del ser, el ser del masoquismo que ubica como un

60
Que de esta manera Freud aborda a partir del segundo y tercer operador.
77
sentido asociado al goce (LACAN 1972a). Se trata del superyó como un significante
“irreductible”. De allí su valor de insensatez que con Lacan podemos situar como efecto afanísico
en el superyó. Lo retomaremos con los desarrollos de Lacan en el capítulo xxx. Sin embargo, a
partir de la conceptualización freudiana se pueden ubicar ciertas cuestiones:
Consideramos lo irreductible y el registro mudo del superyó a partir de la noción freudiana
de lo oído. Se destacan allí los “restos de lo visto y lo oído”. Estamos tomando lo oído pero
ubicado “en los momentos de adquisición del lenguaje”. Es decir, lo oído en tanto significante,
pero sin embargo, si bien se trata de un significante ligado, es necesario considerar su estatuto ya
que estamos destacando que su presencia es bajo el modo de lo irreductible y la mudez. De allí su
conexión con el superyó.
Tal sería el caso de la injuria de ciertas frases superyoicas que ubicamos respecto de las
“neurosis graves”. Dicha injuria vale como un significante que no produce al sujeto como falta
en ser, sino que sostiene la pretensión de nombrar unívocamente el ser del sujeto. Es decir,
funciona como “última palabra”, y entonces como borde del discurso (LAZNIK, LUBIÁN Y
KLIGMANN). En este punto, hay ligadura, pero el significante no opera como ligado ya que no
rige el principio de placer sino que vale como cuerpo extraño, soporte de lo traumático. Para
considerar este problema es necesario el operador de la mezcla y desmezcla. Es decir, la injuria
del superyó no es posible de ser pensada con la categoría de lo no ligado, y tampoco con la
trasposición al exterior. De este modo, si bien tiene “apariencia” de ligado, precisa su valor a
partir de la noción de desmezcla pulsional.

Recapitulando, a partir del operador de la mezcla y desmezcla (FREUD 1923) ubicamos:


Por un lado, el mandato superyoico que supone la mezcla pulsional. Por otro, el superyó como
cultivo puro de la pulsión de muerte; que se presenta bajo el modo de lo irreductible o injuriante
y la cara muda del superyó. Respecto de esta segunda arista que situamos a partir de la desmezcla
pulsional, adquieren precisión conceptual las configuraciones clínicas de neurosis graves -
neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, el suicidio, y la reacción terapéutica negativa.

78
CAPÍTULO 4

CONSECUENCIAS DEL SUPERYÓ EN LA CONCEPTUALIZACIÓN


FREUDIANA DEL DISPOSITIVO ANALÍTICO

Nos centraremos en la segunda dimensión del superyó porque introduce las principales
consecuencias en la delimitación de la experiencia analítica. En este sentido, el superyó
articulado a la pulsión de muerte permite conceptualizar nuevos problemas que atañen a la
delimitación de la experiencia analítica: el masoquismo, el beneficio primario del síntoma, y la
posición del analista por fuera de la neurosis de transferencia tal como Freud la postula a lo largo
de la primera tópica.

4.1. Superyó y masoquismo


Con la introducción del concepto de superyó Freud puede reconsiderar el problema del
masoquismo, y de este modo, releer diversos problemas clínicos.

Pluralización de los masoquismos: erógeno, femenino y moral


En la primera tópica el masoquismo era secundario al sadismo (FREUD 1914c). A partir de
El problema económico del masoquismo (1924) Freud modifica su lugar y pluraliza los
masoquismos al introducir un masoquismo primario y dos secundarios –femenino y moral-.
Los tres masoquismos se constituyen como diversos modos de tratamiento de la pulsión. Y
el superyó tiene distintas articulaciones respecto de los masoquismos.

Masoquismo erógeno primario: fundamento de los dos masoquismos secundarios


Freud caracteriza al masoquismo erógeno primario como testimonio de la liga entre pulsión
de vida y pulsión de muerte (FREUD 1924a). En este sentido, es el “relicto” de la erogenización
del cuerpo, y respecto de nuestro tema, Freud destaca lo oído.

79
Freud distinguió dos registros del masoquismo erógeno primario y, a su vez, estableció su
correlación con la desmezcla pulsional.
Respecto del masoquismo erógeno que permanece en el interior del organismo como
residuo de la pulsión de muerte trasladada hacia afuera, Freud señala que “una parte ha devenido
componente de la libido” (FREUD 1924a). Este sector del masoquismo erógeno primario que se
libidiniza se inscribe como masoquismo femenino. Y al mismo tiempo, Freud postula que hay
otra parte del masoquismo erógeno “que sigue teniendo como objeto al ser propio” (FREUD
1924a). Este otro aspecto del masoquismo erógeno primario se constituye como fundamento del
masoquismo moral.

Masoquismo femenino
La categoría de masoquismo femenino retoma la posición de objeto en la fantasía
inconsciente conceptualizada por Freud en Pegan a un niño (1919). Al retomar los desarrollos de
Pegan a un niño desde la segunda tópica, la fantasía de fustigación se presenta como una
solución al “desvalimiento psíquico” que Freud postula en Inhibición, síntoma y angustia (1926).
“El sujeto abolido del plano simbólico, existe en un fuera-del-cuerpo, y el fantasma, le permite
separarse de dicha posición, al permitir inscribir al sujeto en el campo del Otro como un cuerpo
golpeado” (LAZNIK 2003a)61. Esta cuestión permite reconsiderar la fantasía de fustigación como
un masoquismo secundario.
A partir de la conceptualización del complejo de castración y el masoquismo femenino
podemos retomar y precisar el estatuto de la fantasía Pegan a un niño de 1919. Freud se pregunta
por qué se produce la represión y postula que “el complejo de castración es el motor de la
defensa y que ésta recae sobre las aspiraciones del Edipo” (FREUD 1926). Desde aquí podemos
leer el planteo de 1919: “el complejo de Edipo es el genuino núcleo de la neurosis, y la
sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva de la neurosis; lo que resta de él
como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una neurosis.
Entonces, la fantasía de paliza y otras fijaciones perversas análogas sólo serían unos
precipitados del complejo de Edipo, por así decir las cicatrices que el proceso deja tras su
expiración” (FREUD 1919b).
Freud señala que el segundo tiempo de la fantasía Pegan a un niño es inconsciente y por
ende no se recuerda. De este modo, nos preguntamos ¿por qué frente a un agujero -Freud dice en
el saber- surge siempre la misma fantasía monótona? En este punto Freud introduce la “herencia

61
En este punto, la fantasía es una solución y la transferencia un modo de ligadura.
80
arcaica”62. Su principal desarrollo se halla en 1917: “Opino que estas fantasías primordiales son
un patrimonio filogenético. En ellas, el individuo rebasa su vivenciar propio hacia el vivenciar
de la prehistoria, en los puntos en que el primero ha sido demasiado rudimentario. (…) el niño
fantaseador no ha hecho más que llenar las lagunas de la verdad individual con una verdad
prehistórica” (FREUD 1917d).
Freud postula una herencia arcaica como patrimonio filogenético universal, y denomina
dichas escenas como “protofantasías” (FREUD 1917d). Al decir de Freud, se trata de una verdad
prehistórica que llena las lagunas de la verdad individual.
Estos desarrollos tienen su antecedente en el texto Mis tesis sobre el papel de la sexualidad
en la etiología de las neurosis (1907). Allí Freud dice que las fantasías son invenciones (propias)
de recuerdos y funcionan como defensa frente a la sexualidad. Defensa en el sentido de que
permite localizar y enmarcar un modo de satisfacción pulsional.
Luego, en la Conferencia 23 (1917) Freud localiza ciertos fantasmas en el lenguaje, en la
cultura, y plantea que se trata de fantasmas que se heredan por medio de la palabra: la escena
primaria, la escena de seducción y la castración. Se transmiten de generación en generación. Por
ende, sitúa dos diferencias respecto de Mis tesis: son fantasmas universales y no son invenciones
propias sino que se heredan por medio de la palabra; con Lacan diríamos que están en el Otro.
Pero Freud avanza un paso más y propone pensar que se trata de textos heredados
filogenéticamente que funcionan como guiones que soportan una satisfacción pulsional vía la
fijación (FREUD 1915b). De este modo, Freud articula la fantasía con la fijación y sienta las
bases para la posterior construcción lacaniana de la categoría de fantasma.
Estas fantasías universales sostienen una identificación al objeto de la fantasía
(inconsciente) y son la letra con la que se escribe, entre líneas, este marco que funciona como una
cicatriz del Edipo, que en tanto cicatriz, produce la sutura de un agujero. Dicho de otro modo por
Freud, es una posición libidinal que se fija y se constituye en uno de los límites del tratamiento
analítico (FREUD 1918).
Con esta fantasía, Freud intenta dar cuenta del marco con el que se estructura la realidad. Y
respecto de nuestro punto de interés, la realidad se estructura entonces, según Freud, con el guión
que proporcionan estas fantasías universales heredadas63. Situamos en la fantasía una satisfacción

62
Anticipada en La interpretación de los sueños (1900), Pulsiones y destinos de pulsión (1915), De la historia de
una neurosis infantil (1918) y Pegan a un niño (1919). Y retomada en: Psicología de las masas (1921), El yo y el
ello (1923) y Moisés y la religión monoteísta (1938).
63
En esta línea, en El hombre de los lobos (1918) Freud propone unos “esquemas congénitos heredados
filogenéticamente” donde se colocan y funden las impresiones vitales.
81
pulsional, la identificación a un objeto, y al padre. Como señala Lacan en el Seminario 5, el
padre es el látigo que divide al sujeto identificado a un objeto (LACAN 1957a).
A su vez, la herencia arcaica abrirá la pregunta por la construcción y por la distinción entre
realidad y verdad, que atravesará a Freud principalmente en el historial del hombre de los lobos
(FREUD 1918).

La mirada y la voz: el fantasma


Ahora desarrollaremos la constitución de la posición masoquista en la fantasía. Para ello
retomaremos las dos pulsiones que se organizan en pares de opuestos: pulsión de ver/exhibir y
pulsión de la crueldad -sadismo y masoquismo-. En términos de la relectura de Lacan, las
pulsiones escópica e invocante (FREUD 1966a).
De este modo, leeremos conjuntamente dos textos de Freud a partir de diversos desarrollos
de Lacan. Dicha lectura intertextual consistirá en articular el segundo tiempo de Pegan a un niño
(1919) con la tercera fase de Pulsiones y destinos de pulsión (1915), y así dar cuenta del
fundamento pulsional de la fantasía de fustigación. Esta cuestión, luego nos permitirá precisar
dichas pulsiones respecto del masoquismo moral y el superyó.

En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud conceptualiza tres tiempos de la pulsión


según tres voces gramaticales: activa, reflexiva y pasiva (FREUD 1915b). A partir de este eje
indaga las pulsiones de ver-exhibir y sadismo y masoquismo.
De este modo, indica que respecto de la pulsión de ver-exhibir habría tres tiempos: ver,
verse y ser visto. En este punto, Lacan retoma una afirmación de Freud quien dice que la pulsión
siempre es activa, es un fragmento de actividad (FREUD 1915b). De esta manera, allí donde
Freud ubicaba en el tercer tiempo gramatical el “ser visto”, Lacan propone un “hacerse ver”
(LACAN 1963). La posición del sujeto es pasiva pero para ello se requiere de un trabajo.
Freud indica que los dos primeros tiempos son autoeróticos, es decir, “la pulsión es
acéfala” (LACAN 1963). Aún no hay sujeto.
Recién en el tercer tiempo, el de la voz pasiva, Freud indica que se introduce el sujeto. En
ese sentido dice: “la inserción de un nuevo sujeto al que uno se muestra a fin de ser mirado por
él” (FREUD 1915b).
¿Qué implica que se introduzca un nuevo sujeto? Que en el tercer tiempo, el de la voz
pasiva, el sujeto está determinado por el Otro, y a dicha determinación Lacan la llama frase
fantasmática.

82
En el tercer tiempo, la posición del sujeto respecto del Otro es la de ser un objeto. Se trata
de una respuesta a la pregunta por el deseo del Otro: che vuoi? (LACAN 1957a). En este sentido,
el masoquismo femenino, sería la estrategia para hallar un objeto para el goce. ¿Por qué? si
seguimos los desarrollos de Lacan, el Otro está vaciado de goce, vaciado de objetos (LACAN
1963); es el tesoro de los significantes.
En este punto, con el fantasma, el deseo se provee un objeto. Se produce así un
detenimiento de la metonimia como falta en ser y surge un signo que representa algo para
alguien. Lacan lo formaliza con la noción de “identificación fantasmática” (LACAN 1960a). Se
trata de un modo de recrear la propuesta freudiana del hallazgo de objeto.
¿A qué objeto nos referimos? Para desplegar los desarrollos freudianos Lacan introduce el
“objeto a” (LACAN 1963).

Con el fin de conceptualizar las cuatro modalidades fantasmáticas que trabaja Freud en
Pulsiones y sus destinos (1915), Lacan privilegia dos objetos a: la voz y la mirada.
Respecto de la mirada, sitúa los tres tiempos de la pulsión escópica, en la línea de la
gramática previamente mencionada. De este modo, propone los siguientes tiempos: ver, verse y
hacerse ver (LACAN 1963).
El objeto a mirada, el objeto perdido, se distingue de la visión, en tanto es su soporte.
De esta manera, se delimitan dos modalidades del fantasma -al mismo tiempo que se
delimitan dos perversiones-. Nos referimos al exhibicionismo y el voyeurismo.
En el exhibicionismo se trata de hacer aparecer la mirada en el campo del Otro. El
exhibicionista llama a que lo vean (LACAN 1968).
El voyeurista, en cambio, cae en el engaño creyendo que se trata de ver algo por el ojo de la
cerradura, y en su lugar, el voyeurismo supone ser sorprendido, ser visto, como mirada. Se
destaca el factor de la sorpresa para el voyeur.
De este modo, exhibicionismo y voyeurismo no son simétricos porque ambos se delimitan a
partir del mismo elemento: son un dar a ver (LACAN 1968). Sin embargo, el voyeurista
descubre su lugar a partir de la sorpresa, en el punto en que es descubierto, y en cambio el
exhibicionista llama a que lo vean.
En este punto se destaca el dique de la vergüenza freudiano (FREUD 1905). Con Lacan
ubicamos la vergüenza como signo de la presencia del objeto mirada en el seno de la escena.
Entonces, no se trata de que el objeto perdido deje de estar perdido, sino que se produce una
mutación: el objeto que sostiene la escena al estar excluido se introduce en el campo de la visión
y produce la fascinación del sujeto; captura la mirada (LACAN 1968).

83
Respecto del objeto voz se organizan las otras dos modalidades fantasmáticas -y las
perversiones-. Es decir, sadismo y masoquismo.
Según Freud ¿cuál es la zona erógena de esta pulsión de la crueldad? Freud propone la piel
(FREUD 1915b). De este modo dice que el tercer tiempo de la fantasía Pegan a un niño provee
satisfacción onanista, y al mismo tiempo, que allí el paciente dice ser un observador. Freud se
pregunta por la localización del sujeto.
Pegan a un niño introduce tres elementos: el padre, el observador y el niño golpeado. Freud
sitúa que lo sexualizado es el golpe y vía la regresión sitúa la fantasía Pegan a un niño como un
fantasma sádico-anal. De este modo lee, “mi padre me pega” como “mi padre me ama”.
Entonces, ¿por qué se reprime la fantasía? Porque del castigo se obtiene satisfacción sádico-anal,
y en este punto, frente a la satisfacción asociada a la fantasía, opera la represión.
Al mismo tiempo, Freud indica que en el tercer tiempo surge el dolor (FREUD 1915b). Y
en el dolor Lacan propone leer el golpe del significante. Lo ubica con el látigo (LACAN 1957a).
¿Qué relación tiene la voz con el dolor? Lacan plantea que el golpe es la voz, ya que no hay
golpe sin ruido y la voz no es el significante. Se distinguen así la voz del significante.
De este modo, en el lugar en que Freud ubicaba la piel Lacan ubica la voz.

Esto permite retomar los desarrollos freudianos respecto de la fantasía Pegan a un niño a
partir de los tres tiempos: pegar, pegarse y hacerse pegar. Pero ahora destacamos que aquí se
trata de la pulsión invocante64. Entonces, se trata de oír, oírse y hacerse oír (LACAN 1966c).
Lacan propone como zona erógena la oreja destacando que es el único orificio del cuerpo que no
se puede cerrar. No es posible sustraerse de la voz del Otro. Una voz, que desde nuestro punto de
interés, tomará la forma de la voz de la conciencia.
En ese sentido “un niño debe necesariamente ser golpeado por la voz para que pueda
inscribir un significante que hará perder la voz para habitar como sujeto” (ARIEL y LAZNIK
1992).

Antes de avanzar con el sadismo y el masoquismo que se delimitan a partir de la voz


situaremos dos dimensiones de la ley que nos permitirán precisar mejor estos desarrollos:
Por un lado, ubicamos la ley como imperativo. Se trata de un deber ser respecto del cual no
es posible sustraerse.

64
Remitimos al lector a la sección en la que se desarrollan los antecedentes freudianos del objeto voz.
84
Con Lacan hemos situado que no es posible dejar de escuchar. Allí se trata de la presencia
de la voz en tanto ruido. En términos de Freud, esta ley que coacciona al sujeto sería la ley moral
que se impone como un deber ser que interpela al sujeto (FREUD 1930a).
Por otro lado, situamos otra dimensión de la ley, una dimensión pacificante de la ley.
Ambas dimensiones se corresponden con los dos aspectos del superyó que venimos planteando a
lo largo de la Tesis.
En este sentido, la ley pacificante se inscribe en los desarrollos del mito Tótem y tabú
(1913). El padre muerto opera como marca de un goce perdido, y en este punto, el pacto de los
hermanos de que nadie ocupará su lugar, hace cultura.

Ahora sí, retomemos los tres tiempos de la fantasía desde la pulsión invocante.
En el tiempo uno se trata de oír la voz del padre, el padre traumático que Freud trabaja muy
tardíamente en Moisés y la religión monoteísta (1939). Aquel que Lacan retomará en el
Seminario 17 bajo la figura de la ira de Dios (LACAN 1969).
Aquí se trata del imperativo del que no es posible sustraerse. Por tal razón, la última
referencia de Lacan al superyó consistirá en ubicar un "oigo" en respuesta al “goce” de la voz
superyoica (LACAN 1972a)65.
En el tiempo dos se trataría de un oírse. Al decir de Freud, se trata aún de la pulsión
autoerótica, ya que el sujeto se introduce recién en el tercer tiempo.
De esta manera, ¿qué se introduce frente al imperativo de la voz, aquella que no es posible
dejar de oír? ¿Cuál es la respuesta a la voz del padre? Con Lacan leemos el desarrollo freudiano:
en el tercer tiempo se trata del fantasma. El nuevo sujeto en posición de objeto. El fantasma como
respuesta supone la voz y la mirada, y se tratará de un hacerse oír, ver, chupar, cagar. 66

A partir de la pulsión invocante, pasemos al sadismo y masoquismo.


En el masoquismo se trata de hacerse oír por el Otro y así se le devuelve su goce al Otro. El
masoquista le cede la palabra a la “mujer fría” (DELEUZE 1967), el partenaire del masoquista.
El objeto voz causa la palabra –de ella-.

65
Lacan utiliza la homofonía de “Jouissance” que significa “yo-oigo-siento” y también “goza –de tu- sentido”,
refiriéndose tanto a la orden del superyó como al sentido implicado en el goce.
66
Dejamos planteado para retomar luego la cuestión de si el fantasma podría ser considerado una respuesta al
superyó en su dimensión de voz. En este sentido, el fantasma sería un modo de ligar el superyó: la escena —lo
escópico— permitiría un entramado de la dimensión invocante. De esta manera, estaríamos planteando un núcleo
superyoico del fantasma.
85
En lugar de la ley pacificante del padre muerto, el masoquista perverso introduce la voz y el
contrato con la mujer fría a quien le cede la palabra. Él encarna la voz y la mujer fría tiene la
palabra, da órdenes, le pega, rigiéndose según el contrato que el masoquista le ha dictado. En ese
sentido Deleuze dice que “el masoquista es un pedagogo” (DELEUZE 1967)67.
El sádico, en cambio, cree que el goce consiste en quitarle la palabra a su víctima, pero en
ese punto desconoce que él introduce la voz, se hace oír, y así hace existir al Otro, le restituye el
goce perdido. De esta manera, tampoco aquí hay simetría.
Estos desarrollos cuentan para las perversiones pero también para los fantasmas perversos
en los neuróticos. Pero se destaca que frente a la presencia de los objetos a, mirada y voz, en el
momento en que irrumpen en la escena, del lado del neurótico surge un signo: vergüenza y dolor
respectivamente. Aquello que Freud ubicaba con los diques pulsionales (FREUD 1905a).

Si desde aquí retomamos la fantasía Pegan a un niño podemos situar un primer tiempo
como actividad pulsional pura. En el segundo tiempo se sexualizaría el cuerpo de las zonas
erógenas; el cuerpo fragmentado. Finalmente, en el tercer tiempo se produciría la identificación
del sujeto con un objeto pulsional y el surgimiento del Otro que hace de límite al autoerotismo.

67
Deleuze dedica un libro a las diferencias entre sadismo y masoquismo. Se trata de una referencia central para
Lacan en el Seminario 16. Allí Deleuze propone que se suele pensar que el sádico estaría desprovisto de superyó y el
masoquista padecería de un superyó feroz que vuelve el sadismo contra él. Por su parte, Deleuze propone lo
siguiente:
a) Al masoquista le falta el superyó y el yo no está aplastado como aparenta (DELEUZE 1967). Habría una
proyección específica del masoquista que consiste en hacer de alguien el agente del golpe. Entonces, no habría
interiorización del sadismo en el superyó sino sadismo proyectado sobre una mujer golpeadora. La mujer fría, un
personaje propio de los relatos masoquistas. Según Deleuze la mujer encarnaría un superyó grotesco que más bien es
una caricatura del superyó, por eso sitúa el humor del lado del masoquismo. El humor sería el triunfo del yo sobre el
superyó.
b) El sádico tiene un superyó tan fuerte que se identificó con él, y al yo se lo encuentra afuera, en la víctima. Así
explica que el sádico también goce del padecer que le inflige al otro. La ironía sádica sería una doble operación:
proyecta al exterior su yo, viviendo lo exterior como propio, y al mismo tiempo se identifica al superyó (DELEUZE
1967). Entonces, sadismo y masoquismo no serían procesos opuestos: en el sádico habría negación del yo. Encuentra
su yo en el exterior, en la víctima. En cambio, en el masoquista no habría negación del superyó, más bien una
caricatura de él, representado por la mujer verdugo, pero en verdad siendo él (superyó) el pegado. El superyó es
denegado. Además, Deleuze afirma que el humor no es la expresión de un superyó fuerte como dice Freud -Freud
dice benévolo- sino la imagen caricaturizada del superyó. El humor es el ejercicio de un yo triunfante sobre un
superyó denegado: lo castigado es el superyó en tanto representante del padre y escenificado por la mujer verdugo.
En este sentido se trata de un planteo opuesto al freudiano: CF: El humor (FREUD 1927).
86
Freud lee allí el surgimiento de un sujeto, y con Lacan, entendemos que allí se incluye el sujeto
en posición de objeto frente al Otro.
En definitiva, los tiempos uno y dos son pulsionales y el tiempo tres incluye al Otro que
rescata al sujeto del autoerotismo y la deriva significante. Al mismo tiempo, contamos con la
identificación del sujeto con un objeto pulsional y el objeto imaginario presente en la escena
como cuerpo golpeado (LACAN 1966a).
En conclusión, el sujeto en la fantasía tiene una posición masoquista.
Freud permite leer la articulación entre el texto de 1915 y el de 1919 al situar que la tercera
fase de Pulsiones y sus destinos –hacerse pegar- coincide con el segundo tiempo de Pegan a un
niño –mi padre me pega-. Dicha posición pasiva, de objeto, fundamenta que Freud retome estos
desarrollos en El problema económico del masoquismo (1924) bajo la categoría de “masoquismo
femenino” (FREUD 1924a)68. En tanto lo pasivo y el lugar de objeto son intentos de nombrar lo
femenino69.

Del masoquismo erógeno al masoquismo moral y el superyó


Hemos ubicado el masoquismo erógeno y la propuesta freudiana de que “una parte –del
masoquismo- ha devenido componente de la libido” (FREUD 1924a). Allí Freud propone el
masoquismo femenino, y de este modo, recuperamos los desarrollos de Pegan a un niño (1919).
Sin embargo, Freud indica que del masoquismo erógeno queda “otra parte que sigue
teniendo como objeto al ser propio” (FREUD 1924a). Se trata de un resto del masoquismo
erógeno que no se libidiniza. Esa “otra parte” daría cuenta de la inquietud freudiana respecto del
superyó como “genuino representante de la pulsión de muerte” y del “cultivo puro de la pulsión
de muerte” (FREUD 1923a)70.

En este punto, Freud introduce el concepto de masoquismo moral para conceptualizar la


articulación entre superyó y masoquismo, por fuera del masoquismo femenino. ¿El masoquismo
moral, sería el modo de inscripción de aquello no libidinizado del masoquismo erógeno? ¿Sería la
posición del yo frente al superyó? (FREUD 1924a).

68
Lacan precisará que el objeto a opera como soporte del fantasma; un objeto que permanece fuera del campo de lo
visible, y sostiene el recorrido pulsional (LACAN 1963).
69
Previamente hemos articulado esta cuestión como modos de eludir lo estrictamente femenino. En este punto
distinguimos la propuesta de Freud de la de Lacan, quien propone que el masoquismo femenino es un fantasma
masculino.
70
Que, en rigor, nunca es puro; el masoquismo erógeno inscribe la dimensión erótica como necesaria
87
¿Por qué la articulación entre el superyó y el masoquismo moral se vuelve crucial para
Freud? Para dar cuenta de esta cuestión situaremos el movimiento que Freud realiza entre Más
allá del principio de placer (1920) e Inhibición, síntoma y angustia (1926).

Reformulación de los límites del análisis: 1920-1926


A partir de Más allá del principio de placer (1920), con la introducción de la pulsión de
muerte se modifica la espacialidad del aparato psíquico y al volverse inconsistente la oposición
interior-exterior, las nosografías dejan de ordenarse en términos de oposiciones binarias
(LAZNIK 2007a).
A su vez, la postulación de un inconciente que no coincide con lo reprimido exigirá una
nueva ordenación metapsicológica (LAZNIK, LUBIÁN y KLIGMANN 2009).

La formulación de la segunda tópica está destinada a explicar y abordar una nueva


dimensión del obstáculo. Se trata de obstáculos que evidencian el accionar de resistencias que no
provienen de lo reprimido y están asociados a una satisfacción pulsional que excede el marco del
principio de placer.
La reacción terapéutica negativa, la melancolía (más allá de las estructuras clínicas), el
sentimiento inconsciente de culpa, las “neurosis graves”, entre otras, se constituyen par Freud en
diversas figuras de lo inasimilable en el interior mismo del campo del psicoanálisis (LAZNIK,
LUBIÁN y KLIGMANN 2009).
Si bien los obstáculos que surgen en el interior del campo no son equivalentes a aquellos
que impiden su constitución, guardan entre si solidaridad conceptual. Cierta dimensión atinente a
lo excluido surge ahora en el interior mismo del dispositivo71.
En Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud formula un ordenamiento de las
resistencias solidario con la conceptualización que sustenta la segunda tópica. De este modo,
sistematiza cinco clases de resistencias: tres resistencias yoicas -resistencia de represión,
resistencia de transferencia y ganancia de la enfermedad-, la resistencia del ello y la resistencia
del superyó. Este ordenamiento apunta a cernir esa serie de obstáculos -“las resistencias
mayores”- que ofrecen un núcleo duro frente a las diferentes intervenciones que el dispositivo
analítico posibilita.
Estos desarrollos establecen una formulación canónica de los obstáculos inherentes a la
práctica analítica, anticipada en Recordar, repetir y reelaborar (1914), y formalizada, a partir de
El yo y el ello (1923) e Inhibición, síntoma y angustia (1926).

71
Como resto producido por su instauración.
88
La resistencia mayor del superyó adquiere un lugar central y Freud la asocia al
masoquismo moral.
Hemos desarrollado extensamente el masoquismo femenino porque cuenta con múltiples
antecedentes previos a la formulación de la segunda tópica. Sin embargo, son escasos los
desarrollos previos a 1924 respecto del masoquismo moral, y por tal razón, entendemos que
Freud se aboca principalmente a desarrollar dicha forma de masoquismo a lo largo de la segunda
tópica.

La articulación superyó y masoquismo: un nuevo operador de lectura freudiano


En dos grandes momentos Freud conceptualiza la relación entre sadismo y masoquismo.
Un primer momento, en la metapsicología, cuando sitúa el sadismo antecediendo al
masoquismo. A partir de esta relación entre sadismo y masoquismo Freud trabaja allí la
gramática de la pulsión (FREUD 1915b). En este momento Freud puede dar cuenta de la
constitución de la fantasía tal como la hemos desarrollado previamente.
Luego, en un segundo tiempo, Freud invierte el planteo y propone el masoquismo erógeno
primario que antecede al sadismo. Allí conceptualiza la relación entre el sadismo del superyó y el
masoquismo del yo (FREUD 1924a). De esta manera, el acento se desplaza de la fantasia -
retomada como masoquismo femenino- al superyó y el masoquismo moral72.
De este modo, Freud plantea un masoquismo erógeno primario, y luego, con el sadismo
vuelto hacia la propia persona, la constitución completa del masoquismo. Es decir, los
masoquismos secundarios: femenino y moral.
En este punto, se articulan el superyó con el masoquismo moral, un masoquismo
secundario.

El masoquismo moral
El problema económico del masoquismo (1924) introduce múltiples enigmas. ¿Trabajar
para ser castigado sitúa la exacerbación del masoquismo en el yo o revela el sadismo del
superyó? ¿Importa quién castiga o bien quien halla el castigo?

72
Hallamos autores que sin embargo proponen que no hay diferencia entre ambas propuestas freudianas:
“entendemos que no hay gran diferencia entre las dos interpretaciones de Freud, puesto que la primera reconoce ya
la existencia de un fondo masoquista irreductible, y la segunda, por más que indique la existencia de un masoquismo
primario, sigue afirmando que el masoquismo completo –secundario- sólo se obtiene por vuelta del sadismo contra
la propia persona” (DELEUZE 1967). Por nuestra parte seguimos la propuesta de Lacan que considera al
masoquismo en el fundamento de la estructura (LACAN 1968).
89
El problema económico del masoquismo (1924) es un texto princeps respecto de la
articulación entre el sadismo del superyó y el masoquismo del yo. Allí, encontramos tres modos
de funcionamiento del masoquismo: por un lado, el funcionamiento normal del masoquismo
moral, y por otro, dos expresiones patológicas del mismo.
El masoquismo "normal" para Freud, está subordinado a la represión de las pulsiones que
aumentan el sadismo del superyó y el masoquismo del yo. La renuncia pulsional que funda la
eticidad. Freud lo desarrolla en Moisés y la religión monoteísta. Luego lo retomaremos.
En cambio, en el plano psicopatológico nos encontramos con la “continuidad inconsciente
de la moral” –la crueldad-, y el “masoquismo moral” exacerbado (FREUD 1924a).
En cuanto al masoquismo moral lo que importa, según Freud, es la búsqueda de castigo, y
de este modo, se engendra el genuino masoquismo del yo (FREUD 1924). El yo masoquista
protagoniza escenas en las cuales alivia su culpa mediante infortunios del destino y crueldades
del superyó.
Respecto de la continuidad inconsciente de la moral, el sadismo del superyó es el que
promueve conductas que revelan la hipermoralidad de la conciencia. En este punto se destaca la
presencia de la culpa.
En ambos casos, el de la crueldad del superyó y el del masoquismo moral patológico, los
resultados son los mismos: necesidad de castigo, resistencia al tratamiento y melancolización. Tal
vez, éste sea el motivo por el cual el análisis detallado de las dos expresiones del masoquismo
moral parece no ser el centro de las preocupaciones de Freud: “En la primera, el acento recae
sobre el sadismo acrecentado del superyó, al cual el yo se somete; en la segunda, en cambio,
sobre el genuino masoquismo del yo, quien pide castigo, sea de parte del superyó, sea de los
poderes parentales de afuera. Pero nuestra confusión inicial puede disculparse, pues en los dos
casos se trata de una relación entre el yo y el superyó o poderes equiparables a este último; y en
ambos el resultado es una necesidad que se satisface mediante castigo y padecimiento” (FREUD
1924a).

Respecto del masoquismo moral y de la continuidad inconsciente de la moral, el sujeto se


enfrenta a los mismos factores. De este modo hallamos una simplificación en la concepción del
masoquismo moral que resultaría del aumento del sadismo del superyó.
En esta línea Gerez-Ambertín dice lo siguiente acerca del masoquismo moral: “la búsqueda
del castigo erotizado afianzado en el fantasma Pegan a un niño revela el vínculo estrecho entre
superyó y fantasma. A partir de estos ejes interrogamos "el modo de vida masoquista" de la
neurosis de Dostoievski” (GEREZ-AMBERTÍN 1993).

90
En Dostoievski y el parricidio (1928) Freud propone que un padre violento contribuye a la
formación de un superyó igualmente violento.
Sin embargo, desde nuestra perspectiva, no alcanza con la erotización del castigo del
superyó, además, se requiere del masoquismo del yo. De este modo, el yo adopta una postura
femenina pasiva, al tiempo que aumenta su necesidad de castigo, que en parte acepta el destino y
en cierta forma encuentra satisfacción en el maltrato del superyó.
Freud lee en Dostoievski la posición masoquista moral del yo. Y así, no acentúa tanto la
fantasía Pegan a un niño, que deja a cuenta del masoquismo femenino, sino que en su lugar
destaca la necesidad de castigo. Al separar ambos masoquismos y abordar a Dostoievski desde el
masoquismo moral, Freud puede considerar los efectos de la pulsión de muerte respecto de la
posición masoquista del yo, el masoquismo moral.

En El problema económico del masoquismo (1924) Freud mantiene los desarrollos de


Pegan a un niño (1919) bajo la categoría de masoquismo femenino. De este modo, mantiene la
conceptualización de la escena con texto sádico y goce masoquista, y sin embargo, acentúa la
articulación del masoquismo moral con la pulsión de muerte.
De este modo, Freud escribe: “en el masoquismo moral el acento recae sobre el verdadero
masoquismo del yo, quien pide ese castigo, ya sea de parte del superyó o de los poderes
parentales exteriores” y “no interesa quien lo inflija, si la persona amada o una indiferente o si
es causado por poderes o circunstancias impersonales; el verdadero masoquista ofrece su
mejilla toda vez que se le presenta la oportunidad de recibir una bofetada” (FREUD 1924).
Retomando, la “continuidad inconsciente de la moral” aparece vinculada en El yo y el ello
(1923) a un superyó tirano. Por el contrario, en el caso del masoquismo moral lo que se observa
es la resexualización y la reanimación del complejo de Edipo en un sentido regresivo, que origina
su carácter pasivo.
Si en la “continuidad inconsciente de la moral” el superyó se torna más sádico, en el
masoquismo moral la agresividad superyoica no aumenta. El superyó desempeña su función
usual, que debido a su origen y a su relación con el ello, es siempre cruel. El superyó es, en su
esencia, sádico. Parece haber una sutil distinción en relación a las formas a través de las cuales el
yo sufre las amarguras del poder parental o del superyó. En el caso del masoquismo moral, el yo
provoca el castigo del destino o del superyó. Su sentido moral puede debilitarse, lo que llevará al
individuo a cometer infracciones y delitos, con el objeto del castigo de la consciencia moral y del
destino como representante del padre. El debilitamiento de su sentido moral no se debe a la

91
actuación del superyó, sino solamente a la posición masoquista que ocupa el yo. Al decir de
Freud, el yo quiere ser tratado como un niño díscolo (FREUD 1924a).
Distinguimos entonces la moralidad normal, de la crueldad del superyó y la necesidad de
castigo (masoquismo del yo).

Ahora bien, a partir de la segunda tópica, a excepción de los desarrollos presentes en El


problema económico del masoquismo (1924), se observa la acentuada presencia teórica del
superyó: el poder del superyó frente al masoquismo del yo reflejará el poder de la autoridad
externa otrora ejercida ante el niño. En ese sentido, tal parece que la condición absoluta del
desamparo inicial, y a su vez, su estricta dependencia del mundo externo inauguran su obediencia
a los preceptos éticos. Preceptos inicialmente impuestos desde lo externo y una vez construido el
superyó, imperativos interiores.
Leemos en Moisés y la religión monoteísta (1939): “El superyó es el sucesor y
representante de los padres (y de los educadores), que dirigieron las actividades del individuo
durante el primer período de su vida; continúa, casi sin modificarlas, las funciones de esos
personajes. Mantiene al yo en continua supeditación y ejerce sobre él una presión constante”
(FREUD 1939).

Finalmente, habiendo ubicado las diferencias, ahora podemos trazar un puente entre el
superyó y el masoquismo. El articulador será el objeto voz. En este sentido, leemos la hipótesis
de que “el superyó y la necesidad de castigo, que caracterizan a la neurosis, se revelan como la
puesta en juego del sujeto al servicio de la voz del Otro, como masoquismo moral. Sacher-
Masoch, el personaje del que deriva el término masoquismo, hacía contratos por los que se
sometía completamente al deseo del Otro” (LOMBARDI 2001).

El factor constitucional, el superyó y el masoquismo


La categoría freudiana de “factor constitucional” (FREUD 1937) nos permitirá precisar
ciertas cuestiones de la articulación entre el superyó y el masoquismo.
A partir de la segunda tópica, pero fundamentalmente en sus últimos años de producción
teórica, Freud interrogará con el “factor constitucional”. Ya no exclusivamente los lugares en que
se sostiene el sujeto representado –lo hemos ubicado con las formaciones del inconsciente y con
la fijación fantasmática-, sino la constitución misma del sujeto y los residuos de los análisis
(FREUD 1937).

92
Distinguiremos dos referentes freudianos centrales: la fantasía de paliza y la exigencia de
goce.
A partir de la segunda tópica, la herencia adquiere un valor distinto en la teoría. Ya no se
trata ni de los fantasmas universales, ni de los guiones de generaciones pasadas que se presentan
en el síntoma de las psiconeurosis73. Freud se dedica a indagar una herencia exterior al Edipo. El
factor constitucional se desdoblará en dos líneas.
Por un lado, una dimensión del factor constitucional que excede la lógica de la escena como
soporte fantasmático de la realidad: el pasado heredado del Ello cualitativo-cuantitativo. Excede
al Edipo aunque es su soporte pulsional (FREUD 1938).
Por otro lado, Freud retoma Tótem y tabú (1913) en Psicología de las masas (1921) y en
Moisés y la religión monoteísta (1939), pero no respecto de aquella dimensión del padre muerto y
devorado, que organiza la transmisión de una generación a otra. Se tratará aquí de otra cuestión:
lo no muerto de la voz que ubica al sujeto como objeto74. El padre traumático.
La traumatización del padre, que estamos ubicando con el superyó, forma parte, aunque no
exclusivamente, de las razones que conducen a Freud a escribir Análisis terminable e
interminable (1937) para dar cuenta de los fenómenos residuales de los análisis (FREUD 1937).
Abordemos estas cuestiones.

En 1923 Freud introduce el Ello cualitativo-cuantitativo. Pensamientos de repetición que


inscribe en la figura impersonal del Ello. La pulsión que determina lugares antes de que alguien
los ocupe, una demanda silenciosa75. Pensamientos extranjeros respecto del encadenamiento de
representaciones; por fuera de la equivocidad del proceso primario. Se trata entonces de
recorridos pulsionales que al repetirse producen un vacío (falta de objeto de la pulsión, que
entonces es acéfala). Esto constituirá lugares de satisfacción en los que luego el Edipo introducirá
la fantasía.
Con la alienación (LACAN 1966b) situamos un pensar sin sujeto. De ahí, lo impersonal.
Freud estaría inscribiendo en el Ello unas marcas no ligadas, constitutivas y determinadas por el
Otro. Lo define en Esquema de Psicoanálisis (1938) como un pasado heredado (FREUD 1938).

73
Por ejemplo la deuda del Hombre de las ratas.
74
Si leemos a Kojève con Moisés y la religión monoteísta (1939) se podría pensar que la palabra mata no toda la
cosa.
75
Lacan lo releerá con la demanda inconsciente. En ese sentido, en el Grafo del deseo escribirá la fórmula de la
pulsión como la relación del sujeto a la demanda.
93
Respecto de la otra dimensión de este tardío factor constitucional, situaremos la articulación
entre el sadismo del superyó y el masoquismo del yo. No tomaremos dicha articulación en la
línea del superyó como heredero del complejo de Edipo, sino mediante un abordaje tardío en la
obra freudiana del factor constitucional: la unión del cuerpo y la voz que leemos con Lacan
(LACAN 1967a) en el masoquismo erógeno primario.
Se esboza en Moisés y la religión monoteísta. Freud dice: “mientras que la renuncia de lo
pulsional debida a razones externas es sólo displacentera, lo que ocurre por razones interiores,
por obediencia al superyó, tiene otro efecto económico. Además de la inevitable consecuencia de
displacer, le trae al yo también una ganancia de placer, por así decir una satisfacción
sustitutiva” (FREUD 1939).
A partir de la renuncia que impone el superyó se produce displacer y satisfacción
sustitutiva. Freud ya no dice que el superyó produzca ligadura, como decía en Problema
económico del masoquismo, pero sí dice que produce una satisfacción sustitutiva. Este es el punto
en el cual se podría situar una dimensión no ligada del superyó. ¿Por qué esto es fundamental?
Porque allí mismo Freud indica que dicha renuncia es el soporte del progreso en la
espiritualidad, por la “ganancia de placer” que la renuncia conlleva.
Cuando Freud se pregunta ¿qué autoridad impartió el criterio de lo que debiera
considerarse superior? (FREUD 1939), dice que no puede ser el padre porque solo recibe su
autoridad merced al progreso, y ya aclaró que el progreso se deriva de la renuncia.
De este modo, el planteo freudiano conduce a situar al superyó como: una exigencia de
renuncia que, por un lado produce una satisfacción sustitutiva, por otro lado, mantiene al yo en
servidumbre (objeto de la exigencia), ejerce sobre él una presión constante –definición de
pulsión-, y en tercer lugar, sería condición de la autoridad paterna.
Se entiende entonces que Lacan en el Seminario 17 plantee la ira de Dios, la atronadora
voz de Dios, como condición de la entrega de las tablas de la ley (LACAN 1969).
Ahora bien, si hay una voz atronadora, que ejerce una presión constante (esfuerzo) y luego
las tablas de la ley, Freud intercala entre la voz y la ley, la sumisión: “un rapto de sumisión a
Dios es la primera reacción frente al retorno del gran padre” (FREUD 1939).
Al retomar Tótem y tabú (1913) desde Moisés, Freud estaría planteando algo novedoso. No
se trata del padre que instituye la prohibición del incesto, el agente de la castración. Sino que se
trata de lo vivo de la voz del padre que toma al cuerpo.
Recordamos aquí los desarrollos freudianos respecto de la ligazón madre preedípica
(FREUD 1933d) para la cual el niño ocupa el lugar de objeto de una voz y una mirada. Se trataría
de un deseo que se presentaría como ilimitado y por eso Freud introduce a la madre seductora.

94
En este punto, destacamos que en Psicología de las masas (1921) Freud trabaja la
identificación primera a los padres. No le interesa situar uno u otro, ya que se trata de una
identificación previa a todo lazo afectivo76.
Este sería el soporte de las vivencias en el propio cuerpo, lo visto y lo oído que nuevamente
plantea en Moisés. Aquí se situaría el superyó de los mandatos que ordena gozar. De este modo,
el sujeto se constituye a partir de algo ajeno y extraño.

¿Qué estatuto tienen lo visto y lo oído? Pareciera que se traza un puente entre lo traumático
y lo constitucional ya que es en relación a este Otro prehistórico que libidiniza un cuerpo, que se
produce el pasaje del organismo al órgano (LACAN 1966b).
Estos restos permitirían pensar la confluencia de lo traumático y lo constitucional –pregunta
freudiana de Análisis terminable e interminable-. Se trataría así de restos heredados de
representaciones palabras que marcan un cuerpo y son el fundamento del superyó: constitucional
porque vienen del Otro y marcan el cuerpo, y traumáticos porque esa es la posición pasiva en la
que queda sometido el yo frente a la voz, en este punto masoquista77.
De este modo, Moisés permite releer el factor constitucional en el sadismo: una voz que
ejerce presión constante y empuja a la renuncia, generando una ganancia de placer de otra índole.
¿El correlato? El masoquismo erógeno primario. Por eso Freud dice que el masoquismo erógeno
tiene base constitucional. ¿Cuál? Es sadismo de la voz que produce aquello que Freud bautiza en
1924 el ser-propio.
Una aclaración de lectura: consideramos con Freud que habría un sadismo primario, pero
que del lado del sujeto la posición originaria sería la del masoquismo erógeno primario. Sin
embargo, no estamos leyendo que el superyó sea la pulsión de muerte, sino que el masoquismo
erógeno primario halla en los masoquismos secundarios diversos modos de anudamientos de la
pulsión, y en ese sentido, el superyó se articula principalmente con el masoquismo moral.
Entonces, el sadismo de la voz del superyó excede el marco fantasmático que Freud trabaja con la
fantasía de paliza y retoma con el masoquismo femenino.

Esta cuestión abre otra línea de interrogación: la escisión del yo ¿es efecto del ello o de este
factor constitucional que ubicamos con el sadismo de la voz? Al releer el factor constitucional
con el superyó arcaico se redefine la herencia arcaica. Esta cuestión vuelve importante un pasaje
de 1921: “el hipnotizador despierta en el sujeto una porción de su herencia arcaica que había

76
Estamos haciendo equivaler al padre de la horda vivo con la madre pre-edípica.
77
No nos referimos al yo del narcisismo sino al de La escisión del yo en el proceso defensivo.
95
transigido también con sus progenitores y que experimentó en la relación con el padre una
reanimación individual: la representación de una personalidad muy poderosa y peligrosa, ante
la cual sólo pudo adoptarse una actitud pasiva-masoquista y resignar la propia voluntad, y
pareció una osada empresa estar a solas con ella, «sostenerle la mirada»” (FREUD 1921).
Entonces, el yo se somete a la voluntad del hipnotizador solamente porque subyace la relación del
superyó con el yo masoquista. Se trata de una mirada silenciosa, pero en dicho silencio se hace
oír la voz –que no coincide con los significantes-.
De esta manera, cuando Freud retome en Moisés la pregunta por los “fenómenos residuales
del trabajo analítico” (FREUD 1939), recurrirá nuevamente a la categoría de lo constitucional,
tal como hiciera en Análisis terminable e interminable (1937), para intentar asir la complejidad
de los obstáculos del análisis.

Habiendo situado la importancia de la articulación entre superyó y masoquismo podemos


pasar a interrogar la diversidad clínica que dicha articulación permite indagar.

Superyó y masoquismo a partir de la pulsión. Nuevas perspectivas clínicas.


Hallamos que en los textos de Freud el masoquismo moral cobra diversas articulaciones
con la pulsión. Y en este sentido, pareciera que la relación entre el masoquismo moral y la libido
le permitiría a Freud releer y ordenar diversos problemas clínicos asociados al superyó: la
angustia frente al superyó, la melancolía, las neurosis graves y la reacción terapéutica negativa78,
principalmente.

Angustia frente al superyó


Respecto de este tema, lo abordamos con las siguientes preguntas: ¿Qué función le otorga
Freud a la angustia frente al superyó? ¿Qué relaciones se establecen entre dicha angustia y el
masoquismo? Si la angustia de castración se precisa a partir de la premisa fálica y la falta, ¿cuál
es el operador conceptual que permite ubicar la angustia frente al superyó? ¿Qué valor cobra la
presencia del masoquismo moral? ¿A qué responde la re-sexualización de la moral (FREUD
1924a)?
Hallamos en Freud tres versiones de la teoría de la angustia. Y luego, Freud sitúa lo que
podríamos considerar como modos diversos en que se presenta la angustia de castración. Uno de
ellos es “angustia frente al superyó” (FREUD 1926).

78
Ya hemos destacado la reacción terapéutica negativa, y luego la retomaremos a la luz de la posición del analista.
96
La primera versión de la teoría de la angustia es previa a la primera tópica y la angustia
consiste en una acumulación de tensión sexual somática. La angustia se corresponde con las
neurosis actuales allí donde Freud ubica que no hay conflicto psíquico ni mecanismo psíquico.
De este modo, la angustia surge como resultado de una tensión sexual somática que no halla
traducción psíquica (FREUD 1895a).
Luego, ya en la metapsicología, Freud reformula la primera versión de la teoría de la
angustia e introduce la angustia en el dispositivo analítico a partir de la conceptualización de las
neurosis de transferencia. En este segundo momento la angustia pasa a ser el resultado de la
represión allí donde la libido queda desamarrada de las representaciones (FREUD 1915c). La
libido deviene en angustia y la histeria de angustia se constituye como el principal referente
clínico. La neurosis de angustia puede devenir en una fobia si surge una representación que
domeñe la angustia constituyéndose el objeto fobígeno. El caso princeps es Juanito que Freud
trabaja en los escritos metapsicológicos.
Finalmente, en la tercera versión, la angustia de castración funciona como motor de la
defensa y de este modo se erige en el corazón de las neurosis (FREUD 1926). Freud distingue
angustia, miedo y terror por su relación al peligro (FREUD 1920). La angustia es una
expectativa, el miedo se siente ante el objeto –representación- y el terror surge ante la sorpresa,
cuando faltó la expectativa. En este sentido, propone la angustia como una señal de peligro –
luego ubicará otra dimensión que será la angustia automática-. Y en Inhibición, síntoma y
angustia (1926) avanza y conceptualiza dicho peligro como el peligro de la castración79.
Entonces, si la angustia tiene relación con el complejo de castración, ¿qué función le otorga
Freud a la angustia frente al superyó? Si la angustia de castración se precisa a partir de la premisa
fálica y la falta, ¿cuál es el operador conceptual que permite ubicar la angustia frente al superyó?
¿Qué relaciones se establecen entre dicha angustia y el masoquismo?
Freud sitúa la angustia como reacción frente a una situación de peligro. En este punto, su
referente principal es la fobia, y luego la neurosis obsesiva le permite precisar el lugar del

79
Vale destacar que en Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud conceptualiza dos estatutos de la angustia: señal
y automática. Y a su vez, problematiza la angustia automática respecto de la angustia de nacimiento con dos
desarrollos: En el capítulo 7 trabaja la angustia de nacimiento respecto de la castración en la madre. En ese sentido
concluye que “el nacimiento no es vivenciado subjetivamente como una separación de la madre” (FREUD 1926). En
cambio en el capítulo 8, desarrolla la angustia de nacimiento respecto de la perturbación económica y de ese modo
destaca el desvalimiento psíquico y el desplazamiento del peligro: “el contenido del peligro se desplaza de la
situación económica a su condición, la pérdida del objeto. La ausencia de la madre deviene ahora el peligro. El
lactante da la señal de angustia tan pronto como se produce, aun antes que sobrevenga la situación económica
temida” (FREUD 1926).
97
superyó. En ese sentido, Freud dice: “Lo que acabamos de averiguar acerca de la angustia en el
caso de las fobias es aplicable también a la neurosis obsesiva. No es difícil reducir su situación a
la de la fobia. El motor de toda posterior formación de síntoma es aquí, evidentemente, la
angustia del yo frente a su superyó” (FREUD 1926).
Freud construye la primera tópica indagando los síntomas a partir del encuentro con la
histeria. En cambio, la elaboración de la segunda tópica tiene como uno de los referentes clínicos
centrales a la neurosis obsesiva, porque desde allí Freud indaga el superyó, y profundiza la
conceptualización del síntoma.
Ubicamos con el pasaje de la fobia a la neurosis obsesiva cierta precisión freudiana.
Parafraseando a Freud diríamos que hay modalidades de presentación de la angustia de
castración. La neurosis obsesiva ilustra la articulación entre la angustia frente al superyó y el
síntoma. En ese sentido “los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es
señalada mediante el desarrollo de angustia. Pues bien, en los casos considerados hasta ahora
ese peligro era el de la castración o algo derivado de ella” (FREUD 1926). El superyó sería ese
algo derivado del peligro de la castración.
De este modo, retomamos la cita anterior y continuamos para ubicar la relación con el
padre: "El motor de toda la posterior formación de síntoma es la angustia del yo frente al
superyó. La hostilidad del superyó es la situación de peligro de la cual el yo se ve precisado a
sustraerse". Y continúa: "Pero si nos preguntamos por lo que el yo teme del superyó, se impone
la concepción de que el castigo de éste es un eco de la castración. Así como el superyó es el
padre que devino impersonal, la angustia frente a la castración con que éste amenaza se ha
transformado en una angustia social indeterminada o en una angustia de la conciencia moral"
(FREUD 1926). El superyó, que Freud sitúa como padre impersonal, se escucha como amenaza;
una amenaza que devino en angustia moral o social80.
Sin embargo, “esa angustia está encubierta; el yo se sustrae de ella ejecutando obediente
los mandamientos, preceptos y acciones expiatorias que le son impuestos” (FREUD 1926). Aquí
Freud sella la articulación entre angustia, superyó y síntoma.

De esta manera, el superyó se erige como una instancia a partir de la cual Freud complejiza
la conceptualización de la angustia. Para Freud el superyó, entre otros, adquiere el estatuto de ser
condición de la angustia. En ese sentido dice: "al despersonalizarse la instancia parental de la
cual se temía la castración, el peligro se vuelve más indeterminado. Ya no es tan fácil indicar

80
Igualmente, insistimos: en Inhibición, síntoma y angustia la angustia de la conciencia moral queda como una de las
condiciones de angustia, que ya son formas de ligadura, es decir, como secundaria.
98
qué teme la angustia (...) es la ira, el castigo del superyó, y la pérdida de amor de parte de él,
aquello que el yo valora como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia" (FREUD
1926).
Entonces, la angustia frente al superyó sería una forma secundaría de la angustia de
castración, pero que adquiriría cierta especificidad en el punto en que anticipa una situación de
peligro asociada al castigo del superyó.
Dejamos de lado la angustia por la pérdida de amor porque un par de años después Freud
diferenciará la angustia frente al superyó de la angustia ante la autoridad. Freud indaga dicho
contrapunto a partir del sentimiento de culpa (FREUD 1930a). En ese sentido, la angustia frente a
la autoridad conmina a la renuncia pulsional. En cambio, la angustia frente al superyó empuja al
castigo.
A partir de este doble origen de la angustia Freud indica que a mayor renuncia –una
renuncia comandada por la angustia ante el superyó- el sujeto se siente más culpable. Cuanto
mayor es la renuncia –exigida por el superyó-, mayor es el goce sádico del superyó que pide aún
más renuncia. De este modo, Freud indica: "ahora la renuncia de lo pulsional no tiene un efecto
satisfactorio pleno, la abstención virtuosa no es recompensada por la seguridad del amor, una
desdicha que amenazaba desde afuera se ha trocado en una desdicha interior permanente, la
tensión de la conciencia moral" (FREUD 1930a).

De esta manera, finalmente, Freud establece la articulación entre la conciencia moral, el


superyó y la angustia. Se trata entonces, de una resexualización de la moral que tiene como
contracara el goce sádico del superyó. Y la angustia, surge en el punto en que el yo retrocede
aterrado ante la satisfacción que el superyó impone –con las exigencias de renuncia-.
Vale destacar entonces, que no se trata de ningún tipo de placer por parte del yo, sino que la
angustia surge en el punto en que surge una satisfacción masoquista respecto de la cual el yo no
sabe nada. Aclarado ese punto, que exime al analista de la necesidad de exigirle al yo de su
analizante que acote cualquier tipo de satisfacción masoquista, podemos ubicar como antecedente
de estos desarrollos una idea de Más allá del principio de placer (1920): en el fundamento del
aparato psíquico, y por ende, de la experiencia analítica, Freud comenzará a situar unas
“enigmáticas tendencias masoquistas del yo” (FREUD 1920). El superyó, será un concepto
privilegiado para dar cuenta de dichas enigmáticas tendencias, y la angustia, el afecto
concomitante por parte del yo.
De este modo, queda establecida la articulación entre el peligro del superyó, la angustia y el
síntoma.

99
Reacción terapéutica negativa, neurosis graves -neurosis traumáticas y psiconeurosis
narcisistas-, suicidio.
En el capítulo anterior hemos ubicado dos aristas del superyó cruel. Una respecto del
operador de la mezcla pulsional y otra a partir de la desmezcla.
Esta segunda vertiente permite agrupar y abordar distintas configuraciones clínicas, que de
esta manera, se constituyen como referentes del superyó: las neurosis graves -neurosis narcisistas
y neurosis traumáticas-, el suicidio, y la reacción terapéutica negativa. En esta arista del superyó
cruel, se destaca la mudez del superyó y el estatuto irreductible, enigmático y opaco que cobra su
conceptualización en la obra freudiana. Freud caracteriza esta dimensión del superyó como
cultivo puro de la pulsión de muerte (FREUD 1923).
En este punto, no se trata de los mandatos sino de la dimensión injuriante y muda del
superyó, que leemos en distintos tipos de referentes clínicos.

La segunda arista de la dimensión cruel del superyó es la que prevalece en la reacción


terapéutica negativa que Freud plantea como referente clínico paradigmático de la dimensión
muda del superyó. Se trata de una dimensión muda del superyó porque en este punto el sujeto
enmudece. La desarrollaremos en el capítulo 4.

Articulado a lo “mudo” situamos la crueldad del superyó como expresión del rechazo del
Otro. A partir de la melancolía, deslindamos dos cuestiones: la inexistencia del sujeto en el Otro,
del hacerse objeto de rechazo del Otro. En este último caso de lo que se trataría es de un recurso
“defensivo”, que produciría un modo –aunque paradójico- de existir en el Otro (LAZNIK,
LUBIÁN Y KLIGMANN 2014).
Para dar cuenta de esta arista del superyó, Freud necesita un nuevo operador porque la
dimensión muda no se ordena en términos de ligado - no ligado, ni de trasposición al exterior -
residuo interior de la pulsión de muerte. En este punto destacamos el valor de la mezcla y
desmezcla y su incidencia en la conceptualización del superyó.
En este punto, el reproche melancólico permite situar una exigencia moral que
aparentemente excede el campo libidinal. Pero ¿los reproches exceden el campo libidinal en
cuanto a la dimensión del amor o de la satisfacción pulsional?
Planteamos esta cuestión porque no queda claro, a qué se refiere Freud cuando indaga el
estatuto de los reproches e indica que se ha producido una desexualización. ¿Se refiere al amor
tierno o a la pulsión de vida? Es decir, ¿qué de la sexualidad permanece en el reproche? ¿La

100
pulsión sexual en su vertiente erótica? En ese sentido, la desexualización se referiría al amor
tierno. ¿O bien el reproche adquiere su crueldad por su articulación con la pulsión de muerte? Y
en este otro sentido la desexualización se referiría a la pulsión de vida.
Consideramos que esta cuestión no queda clara en los desarrollos de Freud, y por tal razón,
el término “libido” conserva cierta oscuridad.
Por otro lado, el análisis del reproche melancólico nos permitirá avanzar en la dirección del
dolor, que Lacan retoma como “dolor de existir”. Luego desplegaremos y profundizaremos estas
cuestiones a la luz del beneficio primario del síntoma y la conceptualización lacaniana del
superyó.

El operador de la desmezcla articulado al superyó, también posibilita retomar problemáticas


como la del suicidio. La desmezcla precisa el punto de la caída de la escena en el pasaje al acto.
Es decir, nombra la dificultad de una configuración que atenta contra las coordenadas de la
escena analítica y da cuenta del núcleo central del más allá del principio de placer.

Finalmente, la dimensión injuriante del superyó, también resultado de la desmezcla


pulsional, conduce a la formulación de la nueva categoría de “neurosis graves” (FREUD 1923a).
Freud no ahonda demasiado en esta nueva conceptualización, y sin embargo, incluye las
“neurosis graves” como referentes centrales del superyó en El yo y el ello (1923).
Ahora bien, recién al año siguiente a la luz de los desarrollos respecto de los masoquismos,
Freud puede precisar su estatuto.
En El problema económico del masoquismo (1924) Freud introduce la desmezcla pulsional,
y así plantea el masoquismo moral, desexualizado, cuyos imperativos -representaciones palabra
preconcientes– toman su energía de investidura de las fuentes del ello.
Señalamos que en este punto, Freud no utiliza tanto las categorías de ligado y no ligado
(FREUD 1920) sino las de mezcla y desmezcla (FREUD 1923a) ya que le permiten precisar
mejor el lugar del masoquismo moral, que sin ser no ligado, supone una desmezcla pulsional.
La categoría de neurosis graves lo lleva a Freud a reformular su nosografía.
En un primer momento, a partir del mecanismo psíquico, Freud planteaba la oposición
psiconeurosis vs neurosis actuales (FREUD 1894) y de este modo delimitaba lo incluido y
excluido del análisis (LAZNIK 2007a).
Luego, respecto del concepto de transferencia produce la segunda oposición nosográfica:
neurosis de transferencia vs neurosis narcisistas (FREUD 1914b). La transferencia es el
concepto que le permite a Freud delimitar el campo de lo analizable.

101
Finalmente, en Neurosis y psicosis (1924) formula un trinomio: neurosis, psicosis y
psiconeurosis narcisistas81 y de este modo, “abandona la formulación de sus nosografías en
términos de oposiciones binarias” (LAZNIK 2007a).
El nuevo ordenamiento nosográfico es solidario de la formulación de la segunda tópica.
Cada nosografía se fundamenta en un conflicto psíquico entre instancias diversas: las neurosis
entre el yo y el ello; las psicosis entre el yo y el mundo exterior; y las psiconeurosis narcisistas
entre el yo y el superyó.
La melancolía, que formaba parte de las neurosis narcisistas, se separa de las psicosis. La
melancolía, paradigmática de las psiconeurosis narcisistas, da cuenta de un superyó hiperintenso
que se abate con furia sobre el yo como si se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible en
el individuo y transforma al superyó en un cultivo puro de la pulsión de muerte. Freud remarca
esa fase de formación donde aconteció la liga tan importante para la vida entre Eros y pulsión de
muerte. Y ubica el acrecentamiento de la severidad del superyó como efecto de la desmezcla
pulsional.
Consideramos lo irreductible y el registro mudo del superyó a partir de la noción freudiana
de lo oído. Se destacan allí los “restos de lo visto y lo oído”. Estamos tomando lo oído pero
ubicado “en los momentos de adquisición del lenguaje”. Es decir, lo oído en tanto significante,
pero sin embargo, si bien se trata de un significante ligado, es necesario considerar su estatuto ya
que estamos destacando que su presencia es bajo el modo de lo irreductible y la mudez. De allí su
conexión con el superyó.
Tal sería el caso de la injuria de ciertas frases superyoicas que ubicamos respecto de las
“neurosis graves”. Dicha injuria vale como un significante que no produce al sujeto como falta
en ser, sino que sostiene la pretensión de nombrar unívocamente el ser del sujeto. Es decir,
funciona como “última palabra”, y entonces como borde del discurso (LAZNIK, LUBIÁN Y
KLIGMANN). En este punto, hay ligadura, pero el significante no opera como ligado ya que no
rige el principio de placer sino que vale como cuerpo extraño, soporte de lo traumático. Para
considerar este problema es necesario el operador de la mezcla y desmezcla. Es decir, la injuria
del superyó no es posible de ser pensada con la categoría de lo no ligado, y tampoco con la
trasposición al exterior. De este modo, si bien tiene “apariencia” de ligado, precisa su valor a
partir de la noción de desmezcla pulsional.

81
El principal referente de este último grupo es la melancolía, excluida del abordaje analítico en los primeros
desarrollos metapsicológicos por no poseer la capacidad de transferencia; el movimiento mencionado permite
interrogar los efectos y alcances de esta modificación.
102
Hemos desarrollado principalmente el superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte.
Es decir, indagamos las neurosis graves -neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, el suicidio,
y la reacción terapéutica negativa. En el capítulo sobre el beneficio primario del síntoma
destacaremos la otra arista del superyó cruel, es decir, el mandato superyoico, allí donde opera la
mezcla pulsional.

Pulsión de la crueldad y objeto voz


Sin embargo, la articulación del superyó con el masoquismo moral y la pulsión continúa
siendo oscura.
Freud conceptualiza el masoquismo moral del yo a partir del sadismo del superyó que
precisa con “la voz de la conciencia” (FREUD 1933b). Dicha voz sádica supone una articulación
problemática entre el superyó como voz y la “pulsión de la crueldad” (FREUD 1915b) que Lacan
relee como “pulsión invocante” (LACAN 1962).
La conceptualización lacaniana de la pulsión invocante tiene diversos antecedentes
freudianos.
Hallamos un antecedente fundamental de lo invocante en los desarrollos respecto del
ceremonial de dormir de la Conferencia 17. En una primera instancia Freud ubica los ruidos
como el elemento supuestamente traumático (FREUD 1916). Sin embargo, más allá de dicha
instancia, sitúa lo traumático en el “latir del clítoris” que vale como cuerpo propio, pero ajeno al
propio sujeto; una interioridad extraña y ajena a su imagen corporal (LAZNIK 2011). Se trata de
un espacio de extimidad (LACAN 1960). Su “transposición al exterior”, en los términos
planteados por Freud en El problema económico del masoquismo, le permiten constituir al ruido
como objeto “libidinizado”; objeto a evitar en el síntoma, pero que a la vez posibilita su
organización. Pero al mismo, tiempo permanece un “residuo interior no transpuesto al exterior”,
una dimensión irreductible que Freud nombra masoquismo erógeno primario y sostiene la
compulsión del síntoma. De este modo, situamos un antecedente freudiano de la relación entre la
pulsión invocante y el síntoma.
La formulación de la segunda tópica freudiana permite darle peso a la dimensión pulsional
de los estímulos auditivos, que Freud situó en Más allá del principio de placer en estado práctico.
En ese sentido Freud dice que “la violencia mecánica del trauma libera un quantum de
excitación sexual” (FREUD 1920).
Ya dentro de la segunda tópica Freud teoriza el superyó como restos de la palabra oída. En
El yo y el ello lo conceptualiza como representaciones-palabra que provienen de lo oído y cuya
investidura la aportan las fuentes del ello.

103
Finalmente, “el historial de Juanito anticipa la pulsión invocante como añadidura a la
estructura que Freud ubica respecto del síntoma fóbico, el valor que tiene para el niño el ruido
que hace el caballo con las patas” (LAZNIK, KLIGMANN y PETRIELLA 2012). Lacan dirá
“En todos los casos se revela el carácter inquietante y angustioso del Krawall. Este ruido se
produjo cuando se cayó el caballo del ómnibus, y fue, según Juanito, uno de los sucesos
principales del valor fóbico del caballo. Fue entonces cuando pillo la tontería. Esa caída, que se
produjo en una ocasión, estará siempre desde aquel momento en el trasfondo del temor al
caballo” (LACAN 1957).

Retomando la articulación problemática entre el superyó como voz y la pulsión de la


crueldad, se trata de un problema complejo y a la vez central en los textos de Freud.
El problema consiste en que la pulsión de la crueldad es ubicada por Freud como “libidinal”
(FREUD 1914b), pero mismo tiempo, Freud insiste con la desmezcla de pulsiones cuando
caracteriza las representaciones palabra preconcientes del superyó (FREUD 1923a), de las
cuales deriva la crueldad.
De esta manera, el estatuto de “la voz de la conciencia” (FREUD 1933b) se presenta de un
modo complejo al articularse a la pulsión de la crueldad –nombre freudiano de la pulsión
invocante (LACAN 1962)- y al mismo tiempo a la voz desexualizada de la conciencia82.

Culpa y masoquismos femenino y moral


Surge otra dificultad en el intento de Freud por distinguir los dos masoquismos secundarios.
Freud diferencia el masoquismo femenino del moral porque éste prescinde de la persona amada,
y además ha “aflojado su vínculo con la sexualidad” (FREUD 1924a).
En Pegan a un niño (1919) con la fantasía de fustigación, Freud establece la relación entre
el deseo incestuoso, la culpa y el castigo respecto del padre.
Ahora bien, en los años siguientes Freud introduce la pulsión de muerte (FREUD 1920), el
superyó (FREUD 1923a), y el masoquismo moral (FREUD 1924). ¿Qué ocurre con la culpa que
previamente planteaba respecto de los deseos incestuosos hacia el padre? ¿Se reformula el
estatuto de la culpa a la luz de los nuevos conceptos? ¿La culpa se reduce exclusivamente a la
fantasía de fustigación, y por ende, a la articulación del padre y la libido, o bien, sería posible leer
en los desarrollos de Freud, una dimensión de la culpa que excede el Edipo? Dicha dimensión de
la culpa se deduciría de la articulación entre el superyó, la pulsión y el masoquismo moral.

82
Nos preguntamos si es posible establecer con Lacan alguna diferencia en los textos freudianos entre la pulsión
invocante y la voz respecto del superyó.
104
El recurso de la desmezcla pulsional: masoquismos femenino y moral
Estos diversos desarrollos nos conducen a la siguiente cuestión: ¿en qué se fundamenta la
separación entre los dos masoquismos secundarios –femenino y moral- ¿En la desmezcla
pulsional? Si es así entonces nos preguntamos nuevamente, cuando Freud dice que el
masoquismo moral ha “aflojado su vínculo con la sexualidad” ¿se refiere al objeto parcial de la
pulsión o al objeto de amor en juego?
Por otro lado, ¿qué estatuto tiene la re-sexualización de la moral que Freud plantea respecto
del masoquismo moral? Y en este caso, ¿persiste vigente la afirmación anterior respecto de que se
ha aflojado el vínculo con la sexualidad? ¿Qué entiende Freud allí por sexualidad?
Incluso, ¿el masoquismo moral es lógicamente anterior al femenino por su conexión con el
sentimiento inconsciente de culpa por matar al padre? Entendiendo que la muerte del padre es
lógicamente anterior a la constitución de la fantasía inconsciente.
Hallamos diversas oscuridades en la articulación superyó, pulsión y masoquismo moral.
Está justificado que Freud indique que la vía de la mezcla y desmezcla de pulsiones conserva
cierta oscuridad en estos desarrollos (FREUD 1923a).

Masoquismos erógeno y moral y dispositivo analítico


Finalmente, los masoquismos erógeno y moral problematizan la teorización de la
experiencia analítica al interrogar los límites del dispositivo analítico: para Freud los imperativos
superyoicos y la resexualización de la moral no se constituyen como retorno de lo reprimido, y
tampoco se enmarcan en una escena como la fantasía de fustigación. Por tal razón, no entran en
transferencia ni como relato -regido por el proceso primario-, ni como cuerpo golpeado que se
ordena en términos de la gramática que Freud plantea respecto de la fantasía Pegan a un niño.
Por ende, es necesario indagar si son abordables mediante un dispositivo analítico delimitado con
la neurosis de transferencia.
Aparentemente, lo que estaría en juego es la presencia de un sujeto que no se representa, ya
que “un sujeto es lo que un significante representa para otro significante” (LACAN 1957b), y
tampoco se puede localizar como un objeto fijado en la fantasía (FREUD 1919b).

Retomemos aquello que postula Freud respecto del masoquismo erógeno: “una parte ha
devenido componente de la libido” (FREUD 1924a). Este sector del masoquismo erógeno
primario que se libidiniza constituye el masoquismo femenino. Sin embargo, del masoquismo
erógeno queda “otra parte que sigue teniendo como objeto al ser propio” (FREUD 1924a). Un

105
resto del masoquismo erógeno que no se libidiniza y soporta la constitución del masoquismo
moral.
De este modo, el masoquismo moral sería la posición de objeto que el sujeto tendría
respecto de una voz no libidinizada83, y en ese punto, se articularía con el superyó. El sujeto se
inscribe como objeto de una voz que Freud sitúa como “la voz de la conciencia” (FREUD
1933b). Frente al sadismo del superyó responde el masoquismo moral.
Entendemos que a partir de Lacan es posible leer en la conceptualización freudiana que el
superyó sería un elemento de la estructura -la voz del Otro-, y el masoquismo moral consistiría en
una respuesta a la estructura.
Hallamos que en Dostoievsky y el parricidio (1928) Freud se acerca a dicha lógica: “Dentro
del yo se genera una gran necesidad de castigo, que en parte está pronta como tal a acoger el
destino, y en parte halla satisfacción en el maltrato por el superyó” (FREUD 1928).
En ese sentido, distinguimos estructura y posición. Freud desplaza el acento cuando pasa
de indagar el superyó84 como un elemento de la estructura (FREUD 1923a) a interrogar el
masoquismo moral como una respuesta singular a la estructura, la posición masoquista del yo
escindido (FREUD 1924a).
Entendemos que a partir de aquí cobra valor el superyó como una instancia en la
constitución del aparato psíquico, y el masoquismo moral como una posición del sujeto. Respecto
de la cual, habría que investigar si adquiere o no el estatuto de posición necesaria –teniendo en
cuenta que respecto del superyó Freud dice que se trata de una instancia del aparato psíquico,
necesaria-.
A partir de esta diferencia, podemos a su vez distinguir los dos masoquismos secundarios
como dos posiciones, o modos de respuesta diversos. Entonces, el masoquismo moral da cuenta
de una posición de objeto, en respuesta al superyó y articulada a la moral, que tiene la
particularidad de que no se enmarca en una escena como la fantasía de fustigación. Por tal razón,
no entra en transferencia ni como relato, ni como cuerpo golpeado; no se liga. Por ende, no sería
abordable por un dispositivo analítico delimitado con la neurosis de transferencia.
¿Cómo localiza Freud esta posición masoquista? En los textos sádicos, los autorreproches,
las frases inequívocas, donde se deja leer la abolición del sujeto. Textos sádicos que no se rigen
por el proceso primario, y tampoco se ordenan en términos de una gramática, como descubre
Freud respecto de los tres tiempos de la fantasía de fustigación. Se trata de un sujeto que no se

83
Los restos de lo oído en Freud conceptualizado por Lacan con la pulsión invocante.
84
Cuando indaga el superyó, Freud explicita que se va a abocar a una consideración estructural del aparato psíquico
(FREUD 1923).
106
representa, ya que “un sujeto es lo que un significante representa para otro significante”
(LACAN 1957b), y tampoco se puede localizar como un objeto fijado en la fantasía (FREUD
1919b).
De este modo, se esboza un nuevo estatuto del sujeto que al estar dividido por una voz, y no
representarse en una escena -punto de abolición- se recupera mediante una situación de
padecimiento. Por este motivo, Freud destaca que se trata de una satisfacción masoquista que
“prescinde de la persona amada” (FREUD 1924a), no interesa de quien viene, el punto es que el
masoquismo, articulado a la moral, recupera al sujeto de la abolición.
Y aún más, que Freud diga que en el masoquismo moral se prescinde de la persona amada,
¿se refiere únicamente a que no es necesario el agente del reproche? ¿Freud se refiere solamente a
lo impersonal del castigo? O bien, ¿podríamos leer allí, que en el masoquismo moral lo que no
está en juego es la persona amada en el sentido del niño golpeado de Pegan a un niño? Aquel
niño al que se identifica el sujeto en el tercer tiempo de la fantasía, y por tal razón, Freud indica
que la fantasía de fustigación consiste en una fantasía con texto sádico, pero de la cual se
desprende un goce masoquista. La proponemos como alternativa de lectura para ubicar una
diferencia crucial entre masoquismo femenino y moral.

Por ende, la introducción del superyó permite ubicar un cambio de estatuto del sujeto en la
clínica. La primera dimensión del superyó (civilizante, normativizante) es atinente al sujeto como
falta en ser que introduce Lacan, correlativa del dispositivo analítico de la primera tópica. En
cambio, la dimensión cruel del superyó conduce, no a la falta en ser, sino a la consistencia del
ser: el ser del masoquismo –que Lacan ubica como el sentido asociado al goce (LACAN 1972a).
De este modo, la injuria del superyó se presentaría como una palabra de odio que nombra al ser
(LAZNIK 2004) sin equívoco mediante. Estaríamos precisando aquello que Freud nombra en
Más allá del principio de placer (1920) como un destino ineludible (FREUD 1920).
Como fundamento de esta lectura, tenemos los desarrollos del Seminario 3 donde Lacan
relee esta dimensión del superyó a partir de la frase “tú eres el que me seguirás” (LACAN
1955a), destacando que el superyó es un problema del ser, un ser que no se pierde, sin equívoco.
De esta manera, retoma y destaca la idea freudiana de que el masoquismo erógeno sigue teniendo
como objeto al ser propio.
Este problema del ser propio permite dar cuenta de que en el pensamiento freudiano opera
intuitivamente la idea, no conceptualizada, de que el masoquismo moral está en las antípodas de
la castración porque hallamos la consistencia del ser en lugar de la castración. Y dicha

107
consistencia se explica por la relación entre el superyó y el masoquismo moral, que obturan la
falta y en este punto el deseo se desvanece.
Ahora bien, ¿a qué se refiere Freud en El problema económico del masoquismo (1924) con
el “ser propio”? Freud allí no lo explicita y no desarrolla nada más respecto del tema.
Sin embargo, pensamos que es posible avanzar respecto de esa idea a partir de una
propuesta previa de Freud cuando indica que el superyó introduce un imperativo que exhorta al
deber ser (FREUD 1923a). Hay aquí una articulación entre el masoquismo erógeno primario y el
superyó que exhorta a recuperar una dimensión del ser que se pierde a partir de la expulsión
primordial (FREUD 1925a). Una exhortación a recuperar un goce perdido, lo no ligado que
insiste en el interior del campo como resto de la división del sujeto. En ese sentido, podemos
distinguir el objeto causa de deseo –objeto que se articula a una pérdida- y el objeto como plus
de gozar que se delimita como una recuperación parcial del goce (RABINOVICH 1999).

La severidad del superyó: ¿tesis paradójica?


Freud se pregunta en diversas ocasiones por la severidad del superyó (FREUD 1923). Sin
duda una pregunta importante ya que Freud sostiene la conceptualización bifronte del superyó:
normativo y cruel.
El primer abordaje es en El yo y el ello (1923) cuando plantea el sentimiento inconsciente
de culpa: “No es fácil para el analista luchar contra el obstáculo del sentimiento inconsciente de
culpa (…) Una particular chance de influir sobre él se tiene cuando ese sentimiento inconsciente
de culpa es prestado, resultado de una identificación con quien fue objeto de una investidura
erótica” (FREUD 1923). Pero Freud no es optimista en cuanto a que se trate de una
identificación. Si lo fuera, sería semejante al proceso de la melancolía.
Sin embargo, Freud no aborda esa vía. Entonces, si el sentimiento inconsciente de culpa no
es “prestado”, ¿de qué depende? Freud avanza y propone que podría depender de la “intensidad”.
¿A qué intensidad se refiere? A la resistencia del superyó. Para justificar ese movimiento
recurriremos a otro texto. En El problema económico del masoquismo (1924) dice “indiqué
aquello por lo cual se reconoce a estas personas –se refiere a la reacción terapéutica negativa- y
no dejé de consignar la intensidad de una moción de esta índole significa una de las resistencias
más graves y el mayor peligro para el éxito de nuestro propósito” (FREUD 1924a).
O sea, articula la intensidad a la resistencia mayor del superyó y al masoquismo. ¿Por qué?
Porque “la satisfacción de este sentimiento inconsciente de culpa es quizás el rubro más fuerte de
la ganancia de la enfermedad (…) el padecer que la neurosis es justamente lo que la vuelve
valiosa para la tendencia masoquista” (FREUD 1924a).

108
En este punto, Freud afirma que respecto de dicha tendencia masoquista –el masoquismo
moral- solo importa el castigo, independientemente de dónde venga. Incluso una neurosis
refractaria a un análisis podría desaparecer si la persona “cae en la miseria de un matrimonio
desdichado, pierde su fortuna o contrae una grave enfermedad orgánica” (FREUD 1924a). Por
ello, Freud afirma que una forma de padecer ha sido relevada por otra. Únicamente interesa
retener cierto grado de padecimiento.
De este modo, Freud abandona el término “sentimiento inconsciente de culpa” y en su lugar
propone “necesidad de castigo” (FREUD 1924a) que permite situar la satisfacción en el
padecimiento. Claro, se trata de la satisfacción pulsional, no del sujeto.
En este punto, se pregunta por qué de la sofocación de las pulsiones resulta un la necesidad
de castigo, y que la conciencia moral se vuelva más cruel cuanto más renuncia haya. O sea, ¿qué
razón habría para que a mayor obediencia ante la exigencia de renuncia se incremente la crueldad
del superyó?
En El problema económico del masoquismo (1924) Freud indica que habitualmente se
entiende que primero está el reclamo ético y luego la renuncia pulsional. Sin embargo, agrega, la
situación es a la inversa: “La primera renuncia de lo pulsional es arrancada por poderes
exteriores, y es ella la que crea la eticidad, que se expresa en la conciencia moral y reclama
nuevas renuncias de lo pulsional” (FREUD 1924a).
Ubicamos entonces una aparente paradoja que Freud formula en El malestar en la cultura
(1930): cuanto mayor es la renuncia pulsional aumenta aún más la severidad del superyó
(FREUD 1930a).
¿Por qué destacamos la propuesta de Freud respecto de la “intensidad”? Porque entonces
ahora sí es posible situar que, ante una renuncia la intensidad pulsional se desplaza al superyó; de
allí se deriva el incremento de su severidad. El superyó deviene en una fuente dinámica de la
conciencia moral (FREUD 1930a).
La exigencia pulsional es la misma exigencia que luego entra al servicio del superyó. Freud
recurre entonces al mecanismo de desplazamiento. Renuncia pulsional, desplazamiento al
superyó e incremento de su severidad. Por ello, en los inicios de la segunda tópica Freud afirmaba
que “la energía de investidura no le es aportada al superyó por la percepción auditiva, la
instrucción, la lectura, sino que la aportan las fuentes del ello” (FREUD 1923). En conclusión,
pareciera no haber ninguna paradoja en juego.
Lo sorprendente entonces no consiste en hallar planteos que ubiquen que en realidad no hay
ninguna paradoja (MILLER 1984a) sino los planteos que ubican las paradojas del superyó
(GEREZ-AMBERTÍN 1993).

109
Por nuestra parte, no hallamos paradojas del superyó, sino dos dimensiones del superyó
referidas a cuestiones diversas. La primera dimensión -la normativa- sería atinente a la
constitución del sujeto, y la otra -la dimensión cruel-, se referiría al masoquismo –el sujeto en
posición de objeto-. Y en este punto, el pasaje de una dimensión a otra, no es exclusivo de los
desarrollos respecto del superyó, ya que también hallamos respecto del fantasma dicha torsión
que conduce del sujeto al objeto (LACAN 1966a).

4.2. El beneficio primario del síntoma

En el apartado anterior, hemos indagado, entre otras cuestiones, las neurosis graves -
neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, el suicidio, y la reacción terapéutica negativa, a partir
del superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte.
Ahora investigaremos la articulación entre superyó y síntoma pero allí donde prevalece la
mezcla pulsional. Es decir, abordaremos el beneficio primario del síntoma, la otra arista del
superyó cruel, que se delimita como mandato superyoico.

La formulación del superyó posibilita recuperar diversos fenómenos que no podían ser
explicados desde la lógica que comandaba la primera tópica en términos de deseo inconsciente:
los imperativos; lo compulsivo del síntoma; los autorreproches; los ceremoniales. Distintos
referentes clínicos que no se ordenan respecto del despliegue de la cadena asociativa. Freud ubica
una satisfacción nueva como núcleo del síntoma, lo denomina beneficio primario (FREUD 1926)
y complejiza el estatuto del síntoma analítico.
¿A qué satisfacción se refiere? Freud ya había conceptualizado el síntoma como una “nueva
satisfacción sustitutiva” (FREUD 1917d) al articularlo con la pulsión sexual. Luego, avanza y no
solo ubica la pulsión sexual en la fuente, sino en la libidinización de la prohibición. Nos
referimos al planteo sobre los síntomas negativos y positivos que enlazan la prohibición con la
satisfacción (FREUD 1926). Un planteo que permite ubicar mejor el síntoma, y sin embargo, no
introduce mayor novedad.
Lo novedoso surge en la articulación del síntoma con la pulsión de muerte y el superyó que
al decir de Freud “puede imponer necesidades nuevas” (FREUD 1938). ¿A qué necesidades se
refiere?

El núcleo del síntoma

110
Freud ya había indicado que el superyó fundamenta la “necesidad de castigo” (FREUD
1924) que hallamos como núcleo del síntoma. ¿En qué consiste dicho núcleo del síntoma? Freud
está complejizando la conceptualización del síntoma al proponer un “beneficio primario del
síntoma” (FREUD 1926) que introduce una dimensión del síntoma que excede la sustitución de
una representación por otra. Una dimensión del síntoma refractaria a la interpretación entendida
como desciframiento.
Freud no lo despliega suficientemente pero hay indicios para ubicar el problema:
En los comienzos, Freud plantea el síntoma como formación del inconsciente, y lo delimita,
junto a las demás formaciones del inconsciente, como un cumplimiento de deseo (FREUD 1900).
Luego, con la introducción del concepto de pulsión sexual teoriza la fuente de la cual toman
su empuje los deseos reprimidos. En ese sentido, dice que “los síntomas son un sustituto de
aspiraciones (deseos) que toman su fuerza de la fuente de la pulsión sexual” (FREUD 1905a).

El hombre de las ratas: Dick


Ilustrémoslo estas cuestiones con el Historial del Hombre de las ratas (FREUD 1909). Allí
Freud plantea el síntoma de la compulsión a adelgazar considerándolo como una realización de
deseo: el deseo de matar a Dick, el rival, se figura como cumplido en el síntoma de la compulsión
a adelgazar porque en alemán gordo se dice «dick». Freud daba cuenta de la formación del
síntoma mediante una representación reprimida: el deseo de matar a Dick se figuraba en el
síntoma de “sacarse a dick de encima”. Un síntoma constituido por las operaciones del proceso
primario.
Luego, a partir de la articulación entre pulsión de muerte y superyó Freud reformula el
fundamento del síntoma: el mandato superyoico deviene núcleo del síntoma que luego se
articularía, mediante el proceso primario, con el deseo.
Esta articulación permite releer la conceptualización freudiana del síntoma de la primera
tópica. En el Historial del Hombre de las ratas permanece oscura la conceptualización en cuanto a
lo compulsivo del síntoma que se figuraría en un mandato del estilo “adelgazá!”. Un mandato en
el que se podría leer como trasfondo: “hay que sacarse a dick de encima”, el mandato superyoico
que se puede comenzar a ubicar a partir de El yo y el ello.85
Ubicamos el mandato en el núcleo del síntoma –en este caso "dick"- que luego se articula,
mediante el proceso primario, con el deseo. De esta manera, “sacarse al gordo de encima” es el
síntoma como interpretación del mandato –dick-. Con Lacan podemos situar dicho mandato

85
El “hay que sacarse a Dick de encima” se entrama con el complejo paterno del hombre de las ratas que se dedica
más a los rivales que a la amada.
111
como un significante particular que viene del Otro (LACAN 1960b), y que al articularse con otro
significante produce una creación de sentido, aquello que leemos en el campo del deseo y que
Lacan sitúa en el Grafo del deseo con el matema del síntoma: s(A). Dicha articulación se produce
mediante las operaciones de condensación y desplazamiento que Lacan retoma y reelabora a
partir de la metáfora y la metonimia (LACAN 1957b).

El síntoma como interpretación del mandato


Nuestra propuesta consiste en considerar al síntoma como una interpretación, una versión,
de aquello que se introduce por fuera del proceso primario (FREUD 1920). De esta manera,
hallamos en Freud un núcleo del síntoma –articulación superyó y pulsión de muerte- y luego el
síntoma como formación del inconsciente -cuando el superyó se anuda al campo del deseo-.
Lacan permite precisar la formación de síntoma en el punto en que el S1, el síntoma,
desarma la afánisis del sujeto tras el significante binario (LACAN 1964), el saber que viene del
Otro, el S2. De este modo, el síntoma se produce con el equívoco entre Dick como nombre y dick
como gordo.
De esta manera, el síntoma se constituiría como una interpretación del mandato, una
versión de aquello que se introduce por fuera del proceso primario (FREUD 1920).
Entendemos que esta formulación -la que plantea que el mandato superyoico se constituiría
como núcleo del síntoma- es consecuente con nuestra otra propuesta que hemos desarrollado
cuando desplegamos la formulación del superyó: habría una comunidad estructural de la pulsión
de muerte y el superyó.
Estos desarrollos no han sido suficientemente investigados, y sin embargo, permiten
retomar e indagar la pregunta freudiana por la crueldad del superyó. El superyó exige la renuncia,
y “cada renuncia de lo pulsional deviene una fuente dinámica de la conciencia moral; cada
nueva renuncia aumenta su severidad" (FREUD 1930a).

Volviendo al historial del Hombre de las ratas, es notable como al construir el historial
Freud intuye que después de la solución del síntoma de la compulsión a adelgazar se producen
nuevos síntomas obsesivos a partir de los cuales el paciente se encuentra cada vez más inhibido
(FREUD 1909). El núcleo del síntoma, aquello que Freud nombra el beneficio primario y que
delimita a partir del superyó, no se soluciona mediante el desciframiento.
Freud intuye tempranamente ambas dimensiones del síntoma y por tal razón, les dedica
Conferencias diversas: El sentido de los síntomas (FREUD 1917) y Los caminos de la formación
de síntoma (FREUD 1917).

112
El hombre de las ratas: tú debes
En la misma línea, retomamos el desarrollo de Freud respecto del mandato que
conceptualiza en el Historial del Hombre de las ratas: "tú debes devolver al teniente primero A.
las 3.80 coronas" (FREUD 1909). El mandato no es el superyó sino el modo en que la voz del
superyó se liga y presenta dentro del principio de placer (FREUD 1937).
Freud plantea que el mandato, saldar la deuda, se presenta respecto de los lugares en que ha
quedado endeudado el padre del hombre de las ratas. Deudas de juego y deudas amorosas.
El síntoma como formación de compromiso, ya no es entre una representación inconciliable
y el yo masa de representaciones (FREUD 1894). Sino entre el goce y la función paterna que lo
metaforiza. De alli, que Lacan postule, la última vez que se refiera al superyó, que dicha instancia
dice "goza!" (LACAN 1972a). Lacan indica que la posición frente a la voz del superyó, que
profiere una exigencia imposible, es "oigo". (nota al pie señalando la resonancia entre goce y
oigo). Sin embargo, la función metafórica del padre permite introducir un segundo elemento:
"3.80 coronas". De este modo, frente al insensato "tu debes" surge un segundo elemento que
permite trocar lo "imposible del empuje al goce superyoico en la impotencia del sujeto"
(SCHEJTMAN 1994) que intenta saldar una deuda delirante. Una deuda que no le pertenece a él
sino al padre.
En ese sentido Lacan dice que "El superyó tiene relación con la ley, pero es a la vez una ley
insensata (...) la totalidad de la ley se reduce a algo que ni siquiera puede expresarse, como el 'tu
debes' que es una palabra privada de todo sentido" (LACAN 1953b). El sentido lo aporta el
síntoma tal como lo plantea Freud en la Conferencia 17 (FREUD 1917).
Entonces, vía la función metafórica del padre, el superyó en las neurosis se liga al Otro
escenario, y de allí deviene, por un lado la producción de un síntoma, y por otro, las figuras
obscena y feroz del superyó: el personaje del capitán cruel (FREUD 1909).

La crueldad del superyó


A partir de estos desarrollos es posible retomar la afirmación freudiana respecto de la
crueldad del superyó. Es decir, cuanto más sacrificios, más exigente deviene el superyó. Porque
aquí el sacrificio no sería la satisfacción en el síntoma -Freud nunca lo postula de ese modo- sino
la renuncia a la satisfacción de la pulsión. O sea, la renuncia al síntoma.
Pero al mismo tiempo, el síntoma también se articula con el deseo. Es posible ubicarlo por
ejemplo a partir del síntoma que ocurre en el internado de señoritas (FREUD 1900). Dicho
síntoma se sostiene a partir de la identificación por una "situación de deseo". Entonces, si bien

113
Freud no lo desarrolla en esta línea, entendemos que es posible ampliar dicha afirmación a partir
de cierto desarrollo de Lacan.
¿Se trata en esta perspectiva de la renuncia al deseo (LACAN 1959)? La afirmación de
Lacan permitiría pensar lo siguiente: como el deseo se entrama con la frase superyoica en el
síntoma –según nuestra propuesta-, frente a la renuncia al deseo -que le otorgaba una versión a la
frase superyoica-, el sadismo del superyó se presenta sin velo. Este sería un modo de situar la
pregunta freudiana respecto de porqué el superyó se vuelve cruel. Esta propuesta permitiría a su
vez leer la culpa ante el desfallecimiento del deseo.
De este modo, el superyó exige la renuncia, y luego se satisface en dicha exigencia.

El goce de quemar al semejante


Al mismo tiempo, Freud explora estas cuestiones intentando inscribirlas en el campo de los
lazos sociales, entre semejantes. En este sentido, en La conquista del fuego (1932) y ¿Por qué la
guerra? -Einstein y Freud- (1933) hayamos que Freud propone que se renunciaría al goce de
apagar el fuego, y luego, dicho goce se recuperaría parcialmente, con el goce de quemar al
semejante. Una satisfacción sustitutiva más allá del principio de placer que se presenta con la
caída de las coordenadas del deseo. La particularidad aquí, consistiría en que frente a la renuncia
exigida por el superyó (la eticidad es arrancada por poderes exteriores -a las representaciones-) en
lugar de responder con el masoquismo moral y el síntoma, aquí la respuesta sería la pulsión de
muerte traspuesta al exterior: el sadismo que supone la articulación con eros. En lugar del
síntoma hallamos el lazo al semejante. Pero Freud sitúa para ambos desarrollos la articulación
entre superyó y pulsión86.

En conclusión, Freud nombra el nuevo estatuto del síntoma como “beneficio primario”
(FREUD 1926) y lo ubica a partir de la necesidad de castigo que se satisface en él. En ese
sentido, en el síntoma se juegan la realización de deseo –con su fuente en la pulsión sexual- y la
satisfacción de la necesidad de castigo. Estos desarrollos complejizan el estatuto del síntoma de la
primera tópica que era uno de los pilares del dispositivo analítico postulado por Freud.

La operación analítica
En cuanto a la operación analítica respecto del superyó, entendemos que Freud nunca
abandona la apuesta a la interpretación (FREUD 1939).

86
Lacan retomará el eje de aquello que aquí está en juego, el objeto: “te amo pero porque inexplicablemente amo en
ti algo más que a ti –el objeto a minúscula- yo te mutilo” (LACAN 1963).
114
De este modo, si bien Freud explicita dos vías para explorar la teorización de la operación
analítica respecto del superyó, hallamos además, una constante que se desprende de sus recortes
clínicos y que nos conduce a considerar que Freud no establece una operación distinta.
Las dos vías que Freud indaga y que no prosperan son:
La primera vía, cuando conceptualiza la reacción terapéutica negativa: indica que se podría
intervenir sobre ella tratándola como una “identificación prestada”. Pero Freud aclara: "si fuera
una identificación" (FREUD 1923a). Tratar al superyó como una identificación prestada,
entendemos con Freud, consistiría en abordarlo como una melancolía. De hecho, Freud realiza
esta propuesta en el mismo párrafo en que introduce la reacción terapéutica negativa. De este
modo, el superyó seria el resultado de una investidura de objeto resignada que el yo incorpora vía
una identificación. Sin duda, estas cuestiones están presentes en la constitución del superyó. Sin
embargo, entendemos que ninguna propuesta de Freud conduce a considerar al superyó como
resultado de una identificación secundaria. Por ende, no se lo podría tratar intentando desarmar
dicha identificación –prestada-.
Se trata de una intervención problemática porque supone al superyó como una
identificación secundaria. Por tal razón, señalamos que Freud destaca que no se trata de una
identificación, y por ello, entendemos, no desarrolla esta vía de abordaje del superyó.
La segunda vía consiste en “desmontar el superyó”87 (FREUD 1938a). Una referencia que
Freud no despliega ni desarrolla posteriormente.
Sin embargo, a pesar de que sólo explicita estos dos modos de intervención sobre el
superyó, clínicamente hay una constante acerca de cómo Freud se conduce respecto del superyó.
En los historiales y en los pequeños recortes clínicos de la segunda tópica hallamos que Freud
nunca abandona la apuesta a la interpretación (FREUD 1939).

Entonces, para Freud no se trata de interpretar el superyó, sino el síntoma. Pero como desde
nuestra lectura el síntoma mismo sería una interpretación del superyó –que permite atrapar en las
redes del campo de representaciones aquello que lo excede-, al interpretar el síntoma sería posible
recortar el mandato superyoico88. De este modo, no se disolvería el superyó, pero sí su incidencia.

Aún la interpretación: eco en el cuerpo de que hay un decir

87
Un término que Lacan retomará para conceptualizar el fantasma y no el superyó.
88
Este movimiento, conduce a la operación que en definitiva subyace a toda la obra freudiana que consiste en hacer
consciente lo inconsciente para luego poder reconsiderar el conflicto psíquico.
115
En esta línea, hallamos una propuesta que permite desplegar estos desarrollos. Se trataría de
conceptualizar la interpretación en resón (LAURENT 2002).
Si el superyó es el núcleo de goce del síntoma que se presenta como beneficio primario y
necesidad de castigo, entonces introduce un límite a la interpretación, entendida como
desciframiento. De este modo, consideramos que la interpretación delimitada a partir de las
resonancias, aquella que apunta a la pulsión en tanto eco en el cuerpo de que hay un decir89
(LACAN 1973) permitiría salir de la consistencia de ser que producen los mandatos del superyó.
¿Cómo pensar la interpretación a la luz de los desarrollos anteriores?
Laurent plantea la interpretación en “resón”. Al decir de Laurent se trataría de una
interpretación que evoca en el cuerpo, al goce (LAURENT 2002).
La praxis psicoanalítica arribó al síntoma en primer lugar por la metáfora. Ahora bien, si el
padre implica una operación metafórica, la interpretación en resón, conlleva además, la
metonimia.
No se trata de la razón (en francés “r-a-i-s-o-n”), que alude a la interpretación significante
de “Instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”. La propuesta de Laurent
consiste en tomar la interpretación respecto de la r-e-s-ó-n, resonancia. Aquello que resuena en el
cuerpo a partir de lo simbólico y hace que el síntoma responda.
¿A qué apunta esta interpretación? Al desplazamiento del plus de goce (LACAN 1969). Si
las pulsiones son el eco en el cuerpo de un decir, se tratará, según Laurent, de hacer resonar
dicho cuerpo.
A su vez, el equívoco es la propuesta de Lacan para que el decir resuene en los orificios del
cuerpo. Entonces, esta interpretación va en la dirección contraria de la producción de sentido –

89
Lacan delimita la pulsión como efecto de la palabra, eco en el cuerpo de que hay un decir, pero, además, para que
el decir resuene es preciso que ahí el cuerpo sea sensible, y resulta que los oídos serán el único orificio en el campo
del inconsciente que no podrá cerrarse, a partir de que responden en el cuerpo a la voz. La pulsión invocante tendrá
entonces el privilegio, a diferencia de las otras pulsiones, de que no va a poder cerrarse. De este modo, en una nota al
pie de página (LACAN 1966) describe esto como réson."Se trata de la homofonía entre resonancia y razón". "La
naturaleza resuena en el hombre como razón". En Instancia de la letra (1957) Lacan ubicará el síntoma del lado de
la metáfora y la metonimia será el modo en que se manifiesta ese significado reprimido llamado deseo. Volviendo a
la réson, en el seminario Le Sinthome (1975) Lacan dice que los analistas ingleses son en realidad filósofos porque
creen que las palabras no tienen efectos y lo que es peor, imaginan que existen pulsiones en vez de entender que "eso
es el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir, pero este decir, para que resuene, para que consuene (....) es
preciso que el cuerpo sea allí sensible. En el mismo Seminario, Lacan explica que "al fin de cuentas no tenemos más
que eso como arma contra el síntoma, el equívoco".
116
que ubicamos con el Tú eres superyoico-, y plantea un uso novedoso de la palabra en la cura
analítica. Retomaremos estas cuestiones en el capítulo 8.
En esta dirección, abordar el mandato en análisis tiene la ventaja de que se realiza bajo
transferencia. De este modo, existe la chance de introducir una diferencia en la repetición del
“destino demoníaco” (FREUD 1920) determinado por el superyó.
Esto nos lleva a situar las coordenadas en Freud que permitan indagar la posición del
analista en la transferencia.

En esta sección, a partir del operador de la mezcla y desmezcla (FREUD 1923) trabajamos
el mandato superyoico que, aunque no ligado, supone la mezcla pulsional. Lo distinguimos así
del superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte; que se presenta bajo distintas
configuraciones clínicas, las neurosis graves -neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, el
suicidio, y la reacción terapéutica negativa. Diversos referentes clínicos de la articulación entre
superyó, síntoma y desmezcla.

117
4.3. La posición del analista en la transferencia

La conceptualización del superyó da cuenta de un modo de presencia clínica de lo no ligado


y la desmezcla pulsional. Esto configura diversos lugares para el analista que exceden la
transferencia motor y obstáculo que se organiza en términos del Ideal del yo y del objeto parcial
de la pulsión enmarcado en la fantasía.
De esta manera, el superyó configura distintos lugares para el analista que exceden la
neurosis de transferencia tal como Freud la postula a lo largo de la primera tópica.

Situaremos tres esbozos de dicha posición del analista que se delimita a partir de los
desarrollos sobre el superyó:
a. El analista como soporte de la pulsión de la crueldad: la figura del extraño (FREUD
1937). En este punto, el analista opera como soporte de la pulsión de la crueldad (FREUD
1915b) que leemos desde la conceptualización del objeto voz (LACAN 1962);
b. El analista que adviene al lugar de la demanda (FREUD 1918);
c. El analista que desaparece como objeto libidinal (FREUD 1923a y 1938). Se trataría de
la ausencia del analista como objeto que organiza el eje del dispositivo analítico en la primera
tópica: la neurosis de transferencia (FREUD 1917e).

a. El analista como soporte de la pulsión de la crueldad: la figura del extraño


Primero retomaremos la pulsión de la crueldad, luego situaremos los antecedentes
freudianos del objeto voz, y después delimitaremos está posición del analista como soporte de la
pulsión invocante en su articulación con el superyó. A partir de allí ubicaremos la figura del
extraño que Freud permite delimitar.

La pulsión de la crueldad
Para acercarse al esbozo de esta posición entendemos que es necesario ubicar el planteo
freudiano de la fase sádico-anal (FREUD 1913) y la ligazón madre pre-edípica (FREUD 1933d)
como antecedentes de la pulsión invocante (LACAN 1962).

Con respecto a la fase sádico-anal, Freud plantea la fijación a dicha fase para dar cuenta de
ciertos “rasgos” de la neurosis obsesiva (FREUD 1913).

118
Lacan retoma el planteo sobre la fase sádico-anal para conceptualizar la intuición freudiana
respecto de la presencia de dos objetos parciales diversos: por un lado, el objeto anal, y por otro,
el objeto voz (LACAN 1962).
Se trataría de dos objetos que Lacan articula respecto del deseo del Otro y la demanda del
Otro respectivamente (LACAN 1962).

Luego, en Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud conceptualiza la pulsión de la


crueldad 90. Freud trabaja los destinos de pulsión previos a la represión –mudanza en lo contrario
y vuelta contra sí mismo- a partir de las pulsiones que se organizan en pares de opuestos:
sadismo/masoquismo y voyeurismo/exhibicionismo.
De este modo, propone una gramática de la pulsión que se organiza en tres tiempos: 1.
Activo (voyeurismo/sadismo); 2. Pasivo (uno mismo mirar cuerpo propio); y 3. Voz media (ser
mirado/pegado por otro que asume el papel de sujeto: exhibicionismo y masoquismo).
Esta cuestión es relevante porque a diferencia de la pulsión oral y anal, que Freud había
conceptualizado en Tres ensayos (1905), estas nuevas pulsiones –ver/exhibir y de la crueldad-, no
son pulsiones que se apuntalen en las zonas erógenas planteadas en Tres ensayos (1905). En este
sentido, requieren del semejante en su recorrido.
Es en esta línea que Lacan divide en el Seminario 10 la pulsión oral y anal respecto de la
demanda, y la pulsión de ver e invocante respecto del deseo.
Entonces, las pulsiones que no son de apuntalamiento y se organizan en pares de opuestos -
pulsión sadomasoquista y pulsión de ver/exhibir- requieren del semejante, y se estructuran a
partir de los dos destinos de pulsión previos a la represión91.

Antecedentes freudianos de lo invocante


Freud no conceptualiza el objeto voz, y sin embargo, entendemos que se halla esbozado a
partir de diversos referentes.
Freud permite anticipar la conceptualización del objeto voz a partir de la conciencia moral
(FREUD 1914b); los desarrollos respecto del sadismo y el masoquismo (FREUD 1914c); los

90
Remitimos al lector a la sección “Formulación del superyó” donde hemos desarrollado este tema.
91
En Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud sitúa que en la neurosis obsesiva, tras el sepultamiento del
complejo de Edipo, el superyó se vuelve particularmente cruel y el yo desarrolla, en obediencia al superyó, diversas
formaciones reactivas: la conciencia moral, la compasión y el asco. De este modo, si en la primera tópica Freud
articulaba el asco a la puesta en juego de la fantasía, en la segunda tópica lo complejiza y plantea que también puede
ser una formación reactiva en obediencia al superyó.
119
restos de lo oído (FREUD 1939); y el inicial desvalimiento del ser humano como fuente
primordial de todos los motivos morales (FREUD 1895).
Se trata de distintos referentes que permiten interrogar el estatuto de las representaciones
cuando estas no se rigen según la lógica del proceso primario. Al mismo tiempo, hallamos un
antecedente muy inicial cuando Freud postula el inicial desvalimiento del ser humano como
fuente primordial de todos los motivos morales (FREUD 1895b).
Por otro lado, Freud conceptualiza la escena primaria ubicando lo visto y oído. Lo
desarrolla en el historial del Hombre de los lobos, destacando el lugar del espectador (FREUD
1918) en el punto en que el sujeto vale como un objeto, se trata del punto de anonadamiento del
sujeto que vale como mirada frente a los lobos.
También aborda la relación de las pulsiones con la escena primaria en las Conferencias de
introducción al psicoanálisis cuando trabaja las protofantasías. Allí ubica la escena primaria –
junto a la escena de seducción y la castración- como una fantasía que opera en el niño en tanto un
saber universal que vela la ausencia de una verdad individual (FREUD 1917d). Le adjudica a
dichas protofantasía el valor de lo constitucional que luego ordenará respecto de la pulsión
(FREUD 1937).
Por otro lado, hallamos un antecedente fundamental de lo invocante en los desarrollos
respecto del ceremonial de dormir de la Conferencia 17. En una primera instancia Freud ubica los
ruidos como el elemento supuestamente traumático (FREUD 1917). Sin embargo, más allá de
dicha instancia, sitúa lo traumático en el “latir del clítoris” que vale como cuerpo propio, pero
ajeno al propio sujeto; una interioridad extraña y ajena a su imagen corporal (LAZNIK 2011).
Se trata de un espacio de “extimidad” (LACAN 1959). Su “transposición al exterior”, en
los términos planteados por Freud en El problema económico del masoquismo, le permiten
constituir al ruido como objeto “libidinizado”; objeto a evitar en el síntoma, pero que a la vez
posibilita su organización. Pero al mismo, tiempo permanece un “residuo interior no transpuesto
al exterior”, una dimensión irreductible que Freud nombra masoquismo erógeno primario y
sostiene la compulsión del síntoma. De este modo, situamos un antecedente freudiano de la
relación entre la pulsión invocante y el síntoma (LAZNIK, KLIGMANN y PETRIELLA 2012).

Desde acá, podemos situar que la segunda tópica permite darle peso a la dimensión
pulsional de los estímulos auditivos, que Freud situó en Más allá del principio de placer (1920)92
en estado práctico.

92
En ese sentido Freud dice que “la violencia mecánica del trauma libera un quantum de excitación sexual”
(FREUD 1920).
120
Ya dentro de la segunda tópica Freud teoriza el superyó como restos de la palabra oída. En
El yo y el ello (1923) lo conceptualiza como representaciones-palabra que provienen de lo oído y
cuya investidura la aportan las fuentes del ello.
Finalmente, el historial de Juanito permite anticipar y precisar la pulsión invocante
articulada con la pulsión escópica (LAZNIK, KLIGMANN y PETRIELLA 2012): Por un lado,
como añadidura a la estructura que Freud ubica respecto del síntoma fóbico, el valor que tiene
para el niño el ruido que hace el caballo con las patas, y por otro, la mancha negra en la boca.
Dicha mancha en la boca de los caballos, no se liga, es decir, excede la imagen especular y es
aquello que el objeto fóbico no alcanza a inscribir. En este sentido sostiene la angustia; se trata de
una mancha que pone en juego el objeto mirada. En ese agujero negro, Juanito se verá a sí mismo
como objeto caído del Otro, en el punto de la indefensión. Por tal razón Lacan indica que “eso
negro que flota delante de la boca del caballo es la hiancia real que siempre se oculta tras el
velo y el espejo, destacada siempre sobre el fondo como una mancha” (LACAN 1956).
Y con respecto al ruido Lacan dirá “En todos los casos se revela el carácter inquietante y
angustioso del Krawall. Este ruido se produjo cuando se cayó el caballo del ómnibus, y fue,
según Juanito, uno de los sucesos principales del valor fóbico del caballo. Fue entonces cuando
pilló la tontería. Esa caída, que se produjo en una ocasión, estará siempre desde aquel momento
en el trasfondo del temor al caballo” (LACAN 1956).

A partir de estos desarrollos Lacan retoma la pulsión freudiana que se organiza a partir de
los opuestos sadismo-masoquismo con su propuesta de una pulsión invocante (LACAN 1962).
Para Lacan el objeto pulsional en juego es la voz y lo desarrolla en el Seminario 10 cuando
relee la propuesta de Isakover acerca de la Dafnia, quien incorpora desde el exterior un grano de
arena que le permite mantener el equilibrio. Lacan toma al aporte del analista contemporáneo de
Freud para dar cuenta de la operación de la incorporación de la voz como un objeto externo,
incongruente, que no se asimila. Por eso afirma que “Una voz no se asimila; pero se incorpora, y
esto es lo que puede darle una función al modelar nuestro vacío” (LACAN 1962).
Esta vía lo conduce a articular el objeto voz con el sadismo del superyó. Para ello utiliza el
Shofar como modelo del objeto voz –el Shofar remite a la voz pero también al mandamiento- y
así establece la relación entre la voz y el sadismo-masoquismo, presente como sadismo del
superyó y masoquismo del yo.
Esta propuesta de Lacan permite releer el movimiento que realiza Freud respecto del
sadismo y el masoquismo entre la primera y la segunda tópica.

121
Paralelamente, la ligazón madre pre-edípica (FREUD 1933d) le permite a Freud intuir
dicho objeto voz como una presencia no regulada fálicamente. Freud conceptualiza que el lugar
del niño en el Edipo tiene el valor de falo de la madre. Ahora bien, para ello, en la madre debe
operar la ecuación simbólica. Sin embargo, se lee en Freud un momento lógicamente anterior,
donde el niño, si bien ocupa el lugar de falo de la madre, se trata de que la madre goza del niño
como falo (AMIGO 1999). Estamos situando una vertiente que no excluye la dimensión fálica
pero que sin embargo la excede.
En este punto, el niño vale como objeto de la voz y la mirada (LACAN 1962) de la madre.
Se trata de un lugar no simbolizado, lógicamente exterior al Edipo, entendiendo que es a partir
del complejo de castración y mediante el falo que se simbolizan los objetos como perdidos. De
este modo, respecto de la ligazón madre preedípica, sería posible ubicar la presencia del deseo de
la madre, no regulado fálicamente, es decir, ilimitado. “Freud lo figura con la madre seductora”
(LAZNIK 2008b)93.
Apoyándonos en la lectura de Lacan del Edipo (LACAN 1957a) entendemos que es posible
situar que el superyó se vincula con lo ilimitado de tal momento lógico del deseo de la madre. Un
momento fundacional de la estructura en el que se produce el advenimiento del sujeto al campo
del lenguaje. Un tiempo en el que el sujeto se encuentra con un deseo opaco, una madre que va y
viene –un tiempo lógicamente anterior al momento en que opera el padre designando que lo que
la madre desea es el falo-. Se trata de un deseo opaco previo a su simbolización94.

Una voz no regulada fálicamente


La conceptualización lacaniana del objeto voz (LACAN 1962) permite situar el esbozo
freudiano de una posición para el analista en la transferencia como una voz no regulada
fálicamente. Freud ubica la angustia como correlato de dicho lugar al que adviene el analista. De
este modo, se podría pensar que frente al imperativo de la voz del Otro el sujeto respondería con
la angustia.
Ahora bien, no queda suficientemente esclarecido en los textos de Freud si la angustia
tomaría exclusivamente la modalidad de la “angustia de la conciencia moral” (FREUD 1923a), o
si además podría adquirir la forma de la “angustia traumática” (FREUD 1926).

93
Un momento fundacional en el que el sujeto se encuentra con un deseo opaco, una madre que va y viene –un
tiempo lógicamente anterior al momento en que opera el padre designando que lo que la madre desea es el falo-.
94
Una simbolización que Freud conceptualiza con el Fort-da.
122
En el caso de la “angustia traumática” (FREUD 1926), frente al imperativo de la voz del
Otro se actualizaría el “desvalimiento psíquico” (FREUD 1926)95. Un momento lógico en el cual
el sujeto es objeto de la voz.
Freud permite leer esta articulación, que no se halla desarrollada en sus textos, cuando
introduce como referentes “los restos de lo visto y lo oído” (FREUD 1939).
En cambio, en el caso de la “angustia de la conciencia moral” (FREUD 1926), ésta se
configuraría como una respuesta domeñada del yo frente a los imperativos del superyó. En este
caso, la respuesta es acorde al marco del principio de placer96.

La figura del extraño


Finalmente, Freud ubica clínicamente el problema con la figura del “extraño que dirige
duras y crueles palabras” (FREUD 1937). Lo no ligado retorna articulado a los mandatos, las
exigencias, por fuera del retorno de lo reprimido. Dichas exigencias se soportan en la presencia
del analista en la transferencia, pero en los bordes de la transferencia motor u obstáculo. Es decir,
no se trata de un fuera de transferencia, y sin embargo, introduce serias dificultades para el
abordaje de la transferencia en terminos de neurosis de transferencia, por no contar con el marco
de la fantasía.
Freud destaca que si se analiza “esta resistencia de la manera habitual, persistirá no
obstante en la mayoría de los casos” (FREUD 1923a).

En ese punto adquiere valor la figura del “extraño” –ni erótico ni hostil-. Se trata de una
figura que se acerca al desarrollo de Freud de Lo ominoso (1919c) cuando sitúa lo siniestro.
Aunque lo extraño y lo siniestro no coincidan porque el primero se presenta más bien como un
punto de no reconocimiento, dentro de la transferencia.
En esa línea, con Lacan es posible indagar diversas formas del plus de goce
(RABINOVICH 1983). Entendemos que las distintas formas que puede tomar la voz se
configuran como modos parciales de recuperación del goce perdido. Lacan lo conceptualiza con
el plus de gozar (LACAN 1969), y Freud lo intuye en Más allá del principio de placer cuando
investiga la pulsión de muerte y propone la hipótesis de la presencia en el aparato psíquico de un

95
Freud refería la constitución del superyó a un momento en el cual el yo era todavía endeble y allí ubicamos el
desvalimiento psíquico.
96
Estamos destacando un movimiento que va del Ideal del yo como una ausencia ordenadora que motoriza la
transferencia (LACAN 1963), al superyó como una presencia que ordena, y a partir de la cual el sujeto dice “oigo”
(LACAN 1972a).
123
nuevo modo de satisfacción que el yo vive como unas enigmáticas tendencias masoquistas
(FREUD 1920).
Entonces, a partir de la figura del “extraño” que plantea Freud, hallamos en su obra la
propuesta de un modo de lazo transferencial que no se ordena respecto del Ideal del yo, pero
tampoco según el objeto degradado.
Este punto es crucial ya que se ha realizado una lectura canónica de la transferencia a partir
del Seminario 11 y dicha lectura no contempla este modo de lazo en el cual participaría el
superyó.
Ubiquemos de qué modo en el Seminario 11 Lacan conceptualiza dos tiempos de la
transferencia, es decir, de qué manera ordena la cura respecto de dos posiciones para el analista.
Propone un primer tiempo a partir de la alienación y el Sujeto Supuesto Saber. Con la
puntuación de un significante el analista queda ubicado en lugar del Ideal del yo, y a partir de allí
se sostiene el amor. La transferencia se sostiene en el Ideal del yo, y “se ejerce en el sentido de
llevar la demanda a la identificación” (LACAN 1963).
Y plantea un segundo tiempo que se delimita con la operación de separación donde “el
sujeto, por la función del objeto a, se separa” (LACAN 1963).
La maniobra de la transferencia implicaría mantener la distancia entre el Ideal del yo y el
objeto a. El punto transferencia se ubica dentro del primer tiempo. Lacan denomina así, con la
introducción del ocho interior, al lugar en el que confluyen el Ideal y el objeto; se constituye la
neurosis de transferencia. Allí situamos la hipnosis, que consiste en la superposición del I(A) y el
objeto mirada pulsional, en un mismo lugar. No es sin la pulsión que el analizante se ve visto
como amable desde el I(A), porque el Ideal mismo, se sostiene a partir del objeto mirada,
pulsional.
El punto novedoso es que detrás del I(A) se encuentra el objeto pulsional. De este modo,
solamente hay constitución de la transferencia si está en juego la satisfacción pulsional -primer
tiempo-. Y luego, en un segundo momento, la maniobra de la transferencia vía la operación de
separación, consiste en mantener la distancia entre el Ideal y el objeto. Es por ello que el
psicoanálisis se distingue de la hipnosis.
En este marco ubicamos la frase: “te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo
más que tú, el objeto a minúscula, te mutilo” (LACAN 1963). Se trata aquí de un lazo al objeto
que se halla detrás del Ideal; el objeto alrededor del cual la pulsión realiza su recorrido.
El deseo del analista sería el operador que permitiría el pasaje del primer tiempo de la
transferencia al segundo. De este modo, Lacan propone ir de la neurosis de transferencia a la
pulsión: “si la transferencia es aquello que de la pulsión aparta la demanda, el deseo del analista

124
es aquello que la vuelve a llevar a la pulsión. Y por esta vía, aísla el objeto a, lo sitúa a la mayor
distancia posible del I, que el analista es llamado por el sujeto a encarnar” (LACAN 1963,
p.281). De este modo, permite el pasaje del lugar del analista del hipnotizador al hipnotizado.
Lacan, al separar la transferencia de la repetición, permite repensar la transferencia
freudiana de 1912 en su vertiente resistencial. El punto en el cual el analista como objeto de la
libido, soporte del dispositivo, deviene un objeto hostil o erótico (degradado).

Retomemos nuestro desarrollo. Si bien Freud no conceptualiza acabadamente esta posición


para el analista, hallamos que este lugar de objeto –pero articulado a la voz- puede leerse en un
esquema freudiano.
En Psicología de las masas y análisis del yo (1921) Freud construye un esquema para dar
cuenta de la constitución de la masa. A partir de dicho esquema se suelen ubicar dos
identificaciones. Por un lado, la identificación con el líder, quien ocupa el lugar del ideal, y por
otro, la identificación de los yoes entre sí.
Sin embargo, Freud escribe en el esquema un "objeto externo" (FREUD 1921). ¿Externo a
qué? Proponemos ubicar allí el objeto voz que venimos desarrollando, aquel que Freud intuye
aunque no conceptualiza. De este modo, sería un objeto exterior a las representaciones, y
permitiría ubicar, en el esquema, aquello que funciona de soporte del Ideal del yo.
Si damos un paso más, podemos considerar que es posible leer allí la relación entre el Ideal
del yo y el superyó, en tanto voz. Habría así un esquema freudiano que articularía ideal del yo y
superyó, pero entonces, también permitiría distinguirlos.
De este modo, consideramos que a partir de la articulación del ideal del yo con el superyó
Freud habilita una lectura del esquema de la masa (SCHEJTMAN 2009) donde el ideal del yo
puede ser sustituido por el superyó. Entonces, se podría ubicar la voz en el lugar del objeto que
Freud ubica determinando la función del líder. Esto permitiría enmarcar el problema de la
posición del analista vinculada a la voz a partir de un esquema freudiano97.

97
En el Seminario XI Lacan utiliza el esquema de la masa para ubicar el análisis como una masa de a dos que se
organiza a partir del Ideal del yo. Su interés radica en situar el objeto a como aquello que soporta la transferencia
como sujeto supuesto saber. En esta línea, entendemos que es posible leer en los desarrollos de Freud que el superyó
es un nombre de lo que excede la transferencia simbólica.
125
A partir de estos desarrollos, podríamos distinguir dos versiones distintas del modo de
constitución de una masa. Para ello tomamos el Discurso del Rectorado que Heidegger pronuncia
en 1933 al asumir como rector de la Universidad de Friburgo98.
¿La masa se arma con el líder por una ideología común? Entendemos que no. Si seguimos
el desarrollo freudiano la masa se constituye detrás de un Uno por el goce que garantiza esa
situación de identificación.
Entonces nos preguntamos lo siguiente: por un lado, Freud postulaba en La interpretación
de los sueños (1900), cuando trabajaba el síntoma que se producía en el internado de señoritas,
una modalidad de la masa que sostenía el deseo insatisfecho. Se constituía de este modo una
comunidad de deseo. Compartían la relación a la falta (FREUD 1900).
Por otro lado, tenemos la masa que permite ilustrar el Discurso del Rectorado que situamos
como una comunidad de goce.
¿Es la misma masa? En principio no tienen la misma función. En un caso se sostiene el
deseo insatisfecho y en el otro se garantiza un goce (SCHEJTMAN 2009), hay una ganancia de
placer, en términos de Freud (FREUD 1920).
¿La masa se alinea detrás de Hitler por la identificación con el bigotito tal como arriesga a
formular Lacan en el Seminario 11? Entendemos que no, sino que la masa se sostiene por el goce
que garantiza. En ese sentido, Hitler propone “la solución definitiva” (MILNER 2007) al
problema de la Europa moderna.
Esta diferencia entre la masa entendida como una comunidad de deseo y la masa como
comunidad de goce, en la que está en juego la voz y por ende el superyó, conduce a revisar el
dispositivo analítico freudiano.

b. El analista en el lugar de la demanda


En diversos momentos Freud recorta el problema de haber quedado ubicado en el lugar de
quien demanda. Destacamos el plazo que Freud se ve llevado a introducir en el caso del Hombre
de los lobos (FREUD 1918).
La demanda puede tomar diversas formas. Freud indaga aquellas en que se presenta bajo el
modo de predicar, educar, o funcionar como modelo (FREUD 1937).

98
El 27 de Mayo de 1933, Martin Heidegger asumía el rectorado de la Universidad de Friburgo. Meses después de
que Hitler fuera nombrado Canciller, probablemente el más influyente filósofo del siglo XX aceptaba dirigir el
destino de una Universidad. Con el apoyo de las SA el autor de “Ser y tiempo” pronunciaba su discurso titulado “La
autoafirmación de la Universidad Alemana”; un discurso que cierra con una frase de La república de Platón: “Todo
lo grande está en medio de la tempestad”.
126
Aquí cobra alcance la noción freudiana del analista como “nuevo superyó” (FREUD 1938).
Una idea cuyo valor no se vincula con las resonancias o deslices hacia una “posteducación del
neurótico” (FREUD 1938), sino porque permite delimitar un lugar al que el analista es
convocado por la transferencia y respecto del cual Freud se pregunta cómo operar.
En este punto el analista ya no vale como un extraño –modo salvaje de funcionamiento de
la voz- sino que se destaca la demanda que obtura la “causa de deseo” (LACAN 1962). Por tal
razón, la demanda puede conducir a la melancolización, y sin embargo, se configura como un
modo de tratar lo no ligado de la voz99.
Lacan permite indagar esta cuestión cuando dice que “para cubrir el deseo del Otro el
obsesivo tiene una vía, que es el recurso a la demanda del Otro” (LACAN 1962).

Estas primeras dos posiciones del analista -como una voz y como soporte de la demanda-
permiten dar cuenta de la báscula entre la angustia y la melancolización que Freud destaca
respecto de la neurosis obsesiva (FREUD 1913). La angustia frente a la voz del superyó y la
melancolización por la desaparición de aquello que causa el deseo.

c. El analista que desaparece como objeto libidinal: la ausencia del objeto que organiza la
neurosis de transferencia
Finalmente, hallamos una tercera posición para el analista que se recorta a partir de los
desarrollos freudianos acerca de la reacción terapéutica negativa. No se trata ni de la presencia
angustiante, ni de las demandas tranquilizadoras, aunque melancolizantes. En este caso se trata de
la desaparición del analista como objeto libidinal que permitiría operar con la neurosis de
transferencia100. Este tercer lugar del analista cuestiona profundamente los alcances del
dispositivo analítico freudiano.
Hallamos dos formulaciones distintas de la reacción terapéutica negativa en los desarrollos
de Freud. Dos formulaciones que no están claramente delimitadas: la primera, aquella que “toma
a la cura como un peligro” (FREUD 1923a) y la segunda, aquella que vuelve a la cura “ineficaz”
(FREUD 1938).

Reacción terapéutica negativa: el peligro de la cura


Por un lado, Freud fundamenta la introducción del superyó en la teoría psicoanalítica a
partir de la reacción terapéutica negativa entendida como un peligro para la cura: Freud dice En

99
El Historial del Hombre de las ratas abunda de ejemplos de este pasaje de la voz a la demanda del Otro.
100
A partir de la operación “manejo de la transferencia” (FREUD 1915a).
127
El yo y el ello (1923) que determinados pacientes “reaccionan de manera trastornada frente a los
progresos de la cura” (FREUD 1923a); la cura se transforma en un peligro.
Esta primera formulación se ha confundido con la transferencia negativa101 que también
atenta contra la prosecución de la cura. Sin embargo, la reacción terapéutica negativa se distingue
de la transferencia negativa porque en ésta última se trata de la degradación del analista que
ocupa el lugar de un objeto parcial. Por el contrario, la reacción terapéutica negativa no es una
resistencia de transferencia, sino que, al decir de Freud, lo peligroso es la cura misma: “analícese
esta resistencia de la manera habitual, persistirá no obstante en la mayoría de los casos”
(FREUD 1923a).

Freud vincula esta primera dimensión de la reacción terapéutica negativa a la “gravedad de


las neurosis” (FREUD 1923a). Estas neurosis graves lo conducen a reformular las nosografías
en tres grupos: neurosis, psicosis y psiconeurosis narcisistas (LAZNIK y otros 2013). Las
psiconeurosis narcisistas se particularizan por el conflicto entre el yo y el superyó y se excluyen
de las neurosis de transferencia (FREUD 1924c). Con las Psiconeurosis narcisistas Freud ubica
la posibilidad de que no se constituya la fantasía de fustigación, la fijación del sujeto a un objeto
en la fantasía102. De este modo, destaca la incidencia del superyó en la constitución de dicho
cuadro psicopatológico.
Lacan retoma este planteo respecto de la reacción terapéutica negativa en el Seminario 5.
Lacan postulará que se trata de los “niños no deseados” (LACAN 1957a). Allí situaremos que la
cura deviene peligrosa porque se despliega la relación al Otro, y en estos casos se trata de una
ausencia o complicación a nivel del deseo del Otro. Se trata de un obstáculo en la constitución
misma del deseo que da por resultado una posición subjetiva particular –melancolía-. Lacan
ilumina este punto indicando que hay cadena significante, pero cierta complicación en el nivel del
deseo del Otro. Por eso, propone leer la reacción terapéutica negativa freudiana diciendo:
“rehúsan cada vez más entrar en el juego. Quieren literalmente salir de él. No quieren saber
nada de esa cadena significante en la que solo a disgusto fueron admitidos por su madre”
(LACAN 1957a). Así, ubica la razón que conduce a estos pacientes a abandonar la cura.
Retomaremos este desarrollo en el capítulo 8.

101
Cf. con los desarrollos de Etchegoyen en la sexta parte de Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (2005).
Amorrortu editores. Buenos Aires. 2005.
102
Esto ha sido abordado por diversos autores como Clínica del fracaso del fantasma. Nosotros proponemos retomar
la senda freudiana que destaca la incidencia del superyó en la constitución de dichos cuadros.
128
Esta propuesta de Lacan permite investigar el interrogante que Freud intenta circunscribir
respecto de estos pacientes que empeoran cuando se espera su mejoría. Puede haber cadena de
representaciones pero si no hubo deseo de la madre no se produce el "deseo indestructible"
(FREUD 1900) que postula Freud. Desde esta perspectiva, estos pacientes empeoran porque el
decurso del análisis los confronta con la cadena significante y en ese punto no soportan la
complicación a nivel del deseo del Otro que se actualiza en el análisis.
No queda claro en los textos de Freud si estos cuadros, que hallan su mayor exponente en la
melancolía, se caracterizan por la ausencia de deseo de la madre, o bien, por una complicación a
nivel de la historia de la libidinización del niño en el lugar de falo, razón por la cual prima la
pulsión de muerte. Esto explicaría porqué en la melancolía no hay sustitución, no opera la
ecuación fálica.
Al mismo tiempo, esta cuestión permite ubicar por qué respecto de la reacción terapéutica
negativa, el analista no ocupa ningún lugar en la neurosis de transferencia.
Entonces, respecto de esta arista de la reacción terapéutica negativa, el referente clínico es
la melancolía. Lo retomaremos en el capítulo 7, dedicado a la formulación lacaniana del superyó.
Entendemos que estos señalamientos permiten ubicar una dimensión del problema de la
reacción terapéutica negativa, aunque no lo resuelve.

Reacción terapéutica negativa: la cura ineficaz


En una puntuación tardía de Esquema de Psicoanálisis (1938) Freud retoma la reacción
terapéutica negativa pero la formula de otro modo. Dice que “esta resistencia no perturba
nuestro trabajo intelectual, pero sí lo vuelve ineficaz” (FREUD 1938).
Esta dimensión de la reacción terapéutica negativa no da lugar a la confusión con la
transferencia negativa ya que, no sólo no atenta contra la continuidad de la cura, sino que la
eterniza: la cura misma deviene en un nuevo modo de satisfacción y no es alrededor del analista
como objeto que se libra la batalla (FREUD 1917e). No se trata de la neurosis artificial, y no se
trata de una posición subjetiva singular –melancolía-. Sino que la satisfacción pulsional se juega
en la cura misma, sin analista.
Esta dimensión de la reacción terapéutica negativa sí sería atinente a las neurosis de
transferencia103, pero complicaría la neurosis de transferencia -el artificio, no los cuadros
psicopatológicos-. Su efecto consistiría en la melancolización: “el paciente no se siente culpable

103
No nos referimos a la neurosis de transferencia como artificio, sino a las neurosis de transferencia en plural:
Histeria, Neurosis obsesiva e Histeria de angustia (Fobia).
129
sino enfermo” (FREUD 1923a). Entendiendo por enfermo que se melancoliza, Freud en este
punto es explícito.
Hallamos un antecedente de esta dimensión de la reacción terapéutica negativa cuando
Freud dice que se trata de la respuesta a una “satisfacción sintomática perdida” (FREUD 1919a).
Consideramos que dicha propuesta freudiana anticipa de un modo muy preciso este estatuto
que estamos trabajando de la reacción terapéutica negativa.
Ubicamos entonces como referente clínico de esta otra dimensión de la reacción terapéutica
negativa a la melancolización, que se distingue así de la melancolía. Introducimos aquí el
referente clínico freudiano del Hombre de los lobos.

Lacan permite desplegar el problema: no se trata aquí de la falla del deseo de la madre en el
tiempo de la constitución subjetiva, sino de retroceder frente al deseo (LACAN 1959) que
conduce a una necesidad de castigo104 y se manifiesta como reacción terapéutica negativa.
En esa línea, Freud dice que el superyó se vuelve cruel cuando el neurótico retrocede frente
a la exigencia de renuncia, porque la libido liberada entra al servicio del superyó105: “Cada
renuncia de lo pulsional deviene ahora una fuente dinámica de la conciencia moral; cada nueva

104
Cuando Freud relee el caso del Hombre de los lobos dice que en determinado momento la cura deja de avanzar, se
vuelve ineficaz: “no quería dar paso alguno que lo acercase a la terminación del tratamiento (…) recurrí al medio
heroico de fijarle un plazo” (FREUD 1937). Freud indica que el resultado es que el paciente después de un tiempo
retorna al tratamiento como un “fugitivo sin recursos”. Consideramos que Freud esta ubicando la abolición de las
insignias paternas, los recursos que el niño toma del padre en la salida del Edipo. La abolición de las insignias
paternas sería otro modo de considerar el planteo freudiano respecto del masoquismo moral. Se trataría de una
posición de objeto que deniega la filiación al padre. Lo que el sujeto pierde son las insignias del padre que Freud
ubica con el tótem (FREUD 1913) como sustituto del padre muerto, aquello que permite la constitución de la
comunidad de hermanos. Frente al padre abolido el sujeto se cae de la escena y se recupera con alguna situación de
padecimiento. Esto orienta la intervención respecto de la reacción terapéutica negativa que apuntaría a sostener las
marcas paternas (citar). En este sentido, cuando Freud entendemos que respecto de la reacción terapéutica negativa
se trata de recuperar la identificación que sostiene al sujeto, y que por faltar, el sujeto se sostiene en su división por la
voz de la conciencia moral, el masoquismo moral como posición de objeto no erótico. Esto se justifica a partir de la
idea de Freud referida al superyó que toma de Goethe: “lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para
poseerlo” (1938). La herencia no conlleva necesariamente la apropiación. Cuando no se produce la apropiación,
queda un lugar vacante para el advenimiento de un padre (FREUD 1921).
105
Freud advirtió de la resistencia a quedar liberado del padecimiento, como si necesitara seguir pagando
indefinidamente sus culpas. En este sentido, consideró que se trata de una razón de estructura, un obstáculo interno a
la relación del sujeto con el cumplimiento de sus deseos. Por eso, le escribe a su amigo Romain Rolland: “parecería
que lo esencial del éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y que tratar de superar al padre fuese
aún algo prohibido ("Un trastorno de la memoria en Acrópolis"). El padre en cuestión sería el superyó.
130
renuncia aumenta su severidad e intolerancia" (FREUD 1930a). Esto da por resultado una
melancolización en el terreno de las neurosis que se distingue de la melancolía como posición
subjetiva de la primera formulación de la reacción terapéutica negativa.
Entonces, pareciera que en el punto en que la exigencia de renuncia se conecta con el
dispositivo analítico da por resultado un nuevo modo de satisfacción, que se localiza en la cura
misma, sin analista106.

106
¿Se trata de un nuevo modo de satisfacción inaugurado por el dispositivo analítico? ¿Es posible establecer otras
coordenadas freudianas que permitan indagar este goce propio del análisis?
131
CAPÍTULO 5

CONCLUSIONES Y PROBLEMAS I

5.1. La decepción freudiana


Transitando la búsqueda que implica la producción de la Tesis se produjo un encuentro
novedoso para nosotros. Se trata del encuentro con una idea que no formaba parte de la búsqueda
inicial en la que se enmarcaban las primeras hipótesis: arribamos al planteo de que la
conceptualización del superyó conlleva para Freud una profunda decepción. Una decepción
anticipada en los inicios de la segunda tópica, pero que toma cuerpo sobre el final de la
teorización freudiana. ¿A qué nos referimos?

La formulación de la segunda tópica en El yo y el ello (1923) modifica la conceptualización


del aparato psíquico, y por ende, la dirección de la cura. Freud introduce el concepto de superyó
como una de las tres instancias que componen dicho aparato psíquico y a partir del referente
clínico de la reacción terapéutica negativa le adjudica el estatuto de “principal obstáculo a la
curación” (1923).
Al año siguiente, en El problema económico del masoquismo (1924), la conceptualización
del superyó adquiere mayor precisión. Al recortar el masoquismo del yo, cobra mayor alcance la
hipótesis anticipada por Freud en 1923 relativa a la relación entre el superyó, el sadismo y la
pulsión de muerte (FREUD 1924). De este modo, Freud anticipaba un año antes: “De acuerdo
con nuestra concepción del sadismo, diríamos que el componente destructivo se ha depositado en
el superyó y se ha vuelto hacia el yo” (FREUD 1923). La afirmación precedente encuentra su
verdadero alcance a partir del El problema económico del masoquismo (1924), en tanto Freud
puede situar allí el masoquismo del yo.
Desde esta perspectiva, “Freud puede abordar la problemática relativa al suicidio, y
reformular los fundamentos de la reacción terapéutica negativa y la melancolía, se trata de
diferentes configuraciones que atentan contra las coordenadas de la escena analítica y dan

132
cuenta del núcleo central del más allá del principio de placer” (LAZNIK, LUBIÁN y
KLIGMANN 2010b).
Freud puede articular el sadismo del superyó con el masoquismo del yo, y a la vez, ubicar
que el superyó deviene en un cultivo puro de la pulsión de muerte. Así, el superyó le permite dar
cuenta del núcleo central de más allá del principio de placer.
Dos años más tarde, en Inhibición, síntoma y angustia cuando Freud reformula las
resistencias al análisis, estas cuestiones lo conducen a adjudicarle al superyó el estatuto de
“resistencia mayor”, junto al ello (FREUD 1926).
Entonces, por un lado el superyó releva al concepto de transferencia del lugar de principal
obstáculo a la curación, tal como Freud lo ubicara en la primera tópica (FREUD 1915a). Por otro,
forma parte de la modificación de la categoría misma de obstáculo. A partir de Inhibición,
síntoma y angustia (1926) no solo hay resistencias, sino también resistencias mayores, que se
precisan como tales a partir del núcleo inconsciente del yo. Un inconsciente no reprimido. En este
punto, adquieren mayor precisión conceptual los conceptos de ello y superyó.
Sin embargo, en 1937 en Análisis terminable e interminable, ya sobre el final de la segunda
tópica, Freud continúa indagando la conceptualización de los obstáculos. En ese sentido,
reformula por última vez los obstáculos al análisis, al plantear tres factores que obstaculizan el
desenlace de todo tratamiento –traumas, intensidad constitucional de las pulsiones y alteración
del yo- y un tope del análisis -la roca de base de la castración- (FREUD 1937).
En este punto nos surgió el interrogante que se constituye, para nosotros, como un hallazgo
en los recorridos de una búsqueda: ¿Qué lugar ocupa el superyó en esta última formulación
freudiana de los obstáculos al análisis? Desde aquí planteamos que el superyó no forma parte del
plan con el que Freud construye su última formulación. Es decir, no es uno de los tres factores
que obstaculizan el desenlace de una cura, y tampoco es enunciado por Freud como el tope del
análisis.
Sin embargo, Freud lo incluye en el capítulo 6, en los márgenes del texto Análisis
terminable e interminable, para realizar una precisión conceptual respecto de lo no ligado. De
esta manera, incluye el superyó, pero en los márgenes, por fuera del ordenamiento de los
obstáculos y el tope del análisis.

A partir de allí nos preguntamos: ¿por qué el superyó no ocupa un lugar central en la última
formalización freudiana de los obstáculos?
Entendemos que se producen dos cuestiones a raíz de que el superyó se constituye como un
concepto central, y a la vez tardío –la teoría ya cuenta con 30 años de teorización-: Por un lado,

133
Freud no termina de explicitar las distintas consecuencias que conlleva el concepto de superyó en
la delimitación de la experiencia analítica. Y por otro, sobre el final de la teorización freudiana,
se desdibuja su estatuto conceptual a causa de la decepción que introduce para Freud el superyó
en los alcances de la cura.
Es decir, se trata de una decepción anticipada en los inicios de la segunda tópica, al
constituirse el superyó, como el principal obstáculo al análisis, que en ciertas ocasiones Freud
sitúa como un resto, o impasse, a la curación (FREUD 1923a y 1933c). Dicha decepción, lo
conducirá a interrogar el concepto de superyó, y su lugar en la delimitación de la clínica, hasta el
final de su obra (FREUD 1938).
En este contexto, hallamos diversos desarrollos contemporáneos que entienden que el
superyó se constituye como tope en la clínica107.
Por nuestra parte, consideramos que Freud nunca le adjudica al superyó el lugar de tope del
análisis. Entendemos que dicho lugar se lo otorga a la roca de la castración (FREUD 1937).
Es cierto que Freud sitúa el superyó como principal obstáculo (FREUD 1923a), incluso,
como resistencia mayor –en rigor de verdad nunca afirma que se trata de un impasse- (FREUD
1926).
Sin embargo, su estatuto de resistencia mayor, anticipa y permite leer la decepción
freudiana respecto del superyó.
Para fundamentar y ampliar estas afirmaciones, recapitularemos los ejes centrales de la
formulación freudiana del superyó y su incidencia en el dispositivo analítico.

5.2. Las consecuencias


Hemos desarrollado que el superyó conduce a las siguientes cuestiones:
a. Permite recuperar fenómenos previos que no podían ser explicados desde la lógica que
comandaba la primera tópica. Dichos problemas previos son incorporados bajo la égida del nuevo
concepto de superyó: la autocrítica, la culpa y la compulsión del síntoma (FREUD 1896), los
sueños punitorios y una dimensión de los restos diurnos (FREUD 1900), los diques pulsionales
de la vergüenza, la moral y la compasión (FREUD 1905a), el delirio de observación, la
conciencia moral, la melancolía y los duelos patológicos (1914), entre otros.
b. Posibilita recortar nuevos problemas. Destacamos el referente paradigmático de la
reacción terapéutica negativa (FREUD 1923).
c. Fundamenta la reformulación de las nosografías (FREUD 1924c), las resistencias
(FREUD 1926) y el aparato psíquico (FREUD 1923a).

107
CF: El superyó. La elaboración freudiana (MOSQUERA 2012).
134
d. Abre diversos interrogantes respecto de la posición del analista, la operación
analítica y los alcances de la cura (FREUD 1937).

Estas cuestiones nos condujeron a formular las principales hipótesis y a recortar tres ejes
que permiten delimitar las principales consecuencias del superyó en la conceptualización
freudiana del dispositivo analítico:
1) El síntoma: porque el conflicto psíquico, del cual el síntoma es testimonio, le permitió a
Freud ubicar el campo de lo analizable. El superyó complejiza el estatuto del síntoma en términos
de beneficio primario, y por ende, complejiza la delimitación del campo de lo analizable.
2) El masoquismo: porque en articulación con el superyó permite indagar los modos de
ligadura, mezcla y localización del sujeto por fuera del retorno de lo reprimido y la fantasía
Pegan a un niño.
3) La transferencia: porque Freud delimita el dispositivo analítico a partir de la neurosis de
transferencia y el superyó introduce los principales interrogantes y complicaciones respecto de
dicho artificio.

La articulación del superyó con estos tres ejes incide en la delimitación freudiana del
dispositivo analítico. Retomemos brevemente dicha delimitación:
Primero delimita el campo de lo analizable a partir del síntoma como testimonio del
“conflicto psíquico” y resultado del “mecanismo psíquico”. El síntoma es analizable debido a la
solidaridad entre el compromiso entre representaciones –constitutivas del síntoma- y la estructura
de lenguaje del dispositivo analítico.
En cuanto a la posición del analista, Freud dice que ocupa el lugar de una representación
más de la cadena asociativa, una representación cualquiera.
Al conducir los análisis de esta manera, Freud se encuentra con el amor de transferencia y
formula el movimiento que inaugura el análisis que va de la neurosis a la neurosis de
transferencia. Freud conceptualiza la transferencia como motor y obstáculo.
Por un lado, la transferencia se constituye como una formación del inconsciente donde lo
reprimido se plantea con el analista.
Por otro lado, la transferencia se articula con la pulsión y la fantasía: se detienen las
asociaciones y se presenta el amor y el odio con el analista. La neurosis de transferencia se
ordena a partir de un único objeto fantaseado, el analista.
Entonces, el analista vale como una representación, o bien, como un objeto parcial
articulado a la fantasía. ¿Qué estatuto tiene dicho objeto? se trata de un “objeto degradado”

135
(LAZNIK 2003), despegado del Ideal del yo, donde la transferencia erótica y hostil involucran un
cuerpo parcial.
¿Qué estatuto adquiere la fantasía? Freud la conceptualiza con la fantasía Pegan a un niño y
así ubica al sujeto en posición de objeto. Leemos allí la presencia de dos objetos: el que aparece
escenificado como cuerpo golpeado y el objeto parcial, no especular, que soporta la escena. La
fantasía supone un texto sádico y una satisfacción masoquista enmarcados en una escena que se
pone en juego en la transferencia.
En conclusión, a lo largo de la primera tópica Freud delimita la posición del analista en la
transferencia a partir de la articulación, por un lado, entre síntoma e inconsciente, y por otro,
entre pulsión y fantasía.

Retomemos brevemente las consecuencias de la articulación del superyó con el síntoma, el


masoquismo y la posición del analista:

Síntoma
En la primera tópica el síntoma era testimonio del conflicto y producto del mecanismo
psíquico. A partir del concepto de superyó Freud plantea el beneficio primario del síntoma que
nombra la satisfacción pulsional en el núcleo del síntoma, que es refractario a la interpretación
entendida como desciframiento.
Freud se encuentra con el superyó superpuesto a la función paterna en las neurosis en el
punto en que lo insensato de la voz se atempera por el padre muerto. En las neurosis, el superyó
no se presenta como una viva voz alucinatoria, y sin embargo, produce una satisfacción resistente
a la interpretación. Freud lo nombra beneficio primario del síntoma.
Cuando Freud dice que el superyó es el heredero del complejo de Edipo, leemos allí una
doble herencia. Por un lado, la interiorización de la prohibición del incesto. En este punto Freud
se sostiene en el mito de Edipo. Por otro lado, también leemos que el superyó hereda el resto vivo
del padre, y en este punto nos remitimos al desarrollo del otro mito, Tótem y tabú.
Entonces, el superyó en la teorización freudiana es bifronte y paterno. Es decir, el superyó
freudiano tiene dos dimensiones articuladas al padre, que se precisan a partir de la pulsión: por un
lado es protector, civilizante o normativo, y por otro, cruel.
Es decir, por un lado hereda la función paterna del Edipo, y en ese sentido Freud lo ubica
respecto de la prohibición del incesto. El superyó que civiliza al limitar la satisfacción de las
pulsiones.

136
Y al mismo tiempo, hereda lo que del goce no se civiliza por el Edipo. Es decir, es
necesario el mito de la horda para situar el padre que goza de todas las mujeres. Una cara del
padre velada por el mito de Edipo. No es sin el Edipo que hay superyó para Freud, porque es
resto de la operación que instaura el campo, no es anterior al campo, aunque haya solidaridad
conceptual.
Entonces, de la operación que instaura la ley, la del asesinato e incorporación del padre,
queda un resto.
Entendemos que el superyó freudiano es paterno porque Freud amalgama dos dimensiones
del padre, cada una articulada a un mito. Y en este contexto, el beneficio primario del síntoma
vendría a dar testimonio de dicho resto de la operación del asesinato del padre.

Ahora bien, no es sin la operatoria de la función paterna que dicho resto se presenta en la
clínica clásica de las neurosis, es decir, la clínica que Freud exploró en sus inicios: la vía del
síntoma.108 Por ello, dicho resto no aparece a viva voz sino amalgamado por la función del padre
bajo la forma de los mandamientos. O sea, los mandamientos ya son un modo de ligadura y
mezcla, dentro del principio de placer. Es decir, supone ambos operadores conceptuales de la
segunda tópica freudiana (LAZNIK, LUBIÁN Y KLIGMANN 2014).
Pero además, entendemos que ese resto de la operación del asesinato del padre, se
transforma en causa del trabajo del inconsciente. El trabajo del inconsciente, el proceso primario,
intenta tramitar la satisfacción que resiste a nivel del superyó. El síntoma no cesa de escribir, de
cifrar, lo que no cesa de no escribirse del superyó, ya que excede el ciframiento que posibilita la
operatoria del padre muerto.
En este punto hemos utilizado como referente clínico el caso del Hombre de las ratas. El
insensato “tu debes!” del hombre de las ratas que se morigera mediante una segunda
representación: “tu debes, 3.80 coronas”. El encadenamiento de representaciones transforma el
núcleo irreductible del síntoma en un mandamiento dentro del principio de placer. Y al mismo
tiempo, permite el pasaje de las faltas del padre, en el juego y el amor, a la consistencia de un
padre cruel (SCHEJTMAN 1994) que surge bajos las figuras obscena y feroz del capitán cruel.

108
Hemos explorado el modo en que el superyó se articula al síntoma por la vía de los mandamientos. Pero también
hemos indagado otras modalidades, diversas a la del síntoma, en que el superyó se presenta en la clínica de las
neurosis –neurosis graves, reacción terapéutica negativa, suicidio, etc-. Sin embargo, en este punto destacamos la vía
del síntoma, es decir de la ligadura y mezcla pulsional, porque nos interesa destacar la incidencia del superyó en el
dispositivo clásico, tal como Freud lo delimita a lo largo de la primera tópica.
137
Masoquismo
Con la articulación entre superyó y masoquismo Freud puede considerar una nueva serie de
problemas. En este punto recortamos dos: la diferencia entre masoquismos femenino y moral, y la
distinción entre el masoquismo y la frase superyoica.
Por un lado, trabajamos la pluralización de los masoquismos: erógeno, femenino y moral.
En la primera tópica el masoquismo era secundario al sadismo (FREUD 1915b). A partir de El
problema económico del masoquismo (1924) Freud modifica su lugar y pluraliza los
masoquismos: masoquismo erógeno primario y dos secundarios –femenino y moral-.
Respecto del masoquismo erógeno señala que “una parte ha devenido componente de la
libido”. Este sector del masoquismo erógeno primario que se libidiniza se inscribe como
masoquismo femenino. Y al mismo tiempo, hay otra parte del masoquismo erógeno “que sigue
teniendo como objeto al ser propio”. Este otro aspecto del masoquismo erógeno primario se
constituye como fundamento del masoquismo moral.

¿En qué se fundamenta la separación entre los masoquismos femenino y moral? Si bien
Freud no explicita todas sus diferencias, hemos ubicado lo siguiente:
El masoquismo femenino. Retoma los desarrollos de la fantasía Pegan a un niño (1919). Es
decir, se trata de:
-Un texto sádico que comporta una satisfacción masoquista. Dicha satisfacción se inscribe
en una escena a partir de una gramática pulsional (voz activa, reflexiva y pasiva).
-La fantasía de fustigación supone tres lugares de identificación.
-El segundo tiempo es inconsciente y se construye en el análisis.
-El golpe proviene del padre.

El masoquismo moral. Freud dice que el masoquismo moral ha “aflojado su vínculo con la
sexualidad”. Aquí Freud no parece referirse a la sexualidad en términos de pulsión sexual, sino
más bien a que el maltrato no proviene del objeto de amor. Entonces, las diferencias más
relevantes respecto del masoquismo femenino serían que en cuanto al masoquismo moral:
-El maltrato puede provenir de una instancia impersonal.
-Freud no postula una operación específica como propuso para el masoquismo femenino.
-No supone la localización de la satisfacción en una escena y por ende, tampoco supone
diversos lugares de identificación en los cuales se localiza el sujeto. Lugares que se juegan en la
transferencia. Esto complica el dispositivo porque el analista queda situado como un espectador.

138
A la vez, hemos trabajado el modo en que Freud articula y distingue superyó y
masoquismo. ¿En qué se fundamenta la distinción entre superyó y masoquismo moral?
Freud distingue el masoquismo moral exacerbado de la continuidad inconsciente de la
moral del superyó.
En cuanto al masoquismo moral lo que importa es la búsqueda de castigo. El yo masoquista
alivia su culpa mediante infortunios del destino, crueldades del superyó o provenientes de
instancias impersonales. Ubicamos aquí el referente clínico de Dostoievsky.
Respecto de la continuidad inconsciente de la moral, el sadismo del superyó es el que
promueve conductas que revelan la hipermoralidad de la conciencia. El superyó exige renuncia y
ante cada renuncia se vuelve más cruel.
Descriptivamente, el sadismo del superyó y el masoquismo del yo se presentan como el
mismo fenómeno. Sin embargo, Freud ubica dos fuentes distintas del castigo articulado a la moral
(superyó y masoquismo moral).

Pero una cuestión más, en este punto, entendemos que Freud intenta ubicar otra cuestión
atinente al valor de ligadura del texto. En ese sentido, la frase superyoica, aunque no permite la
localización del sujeto en la frase (como la frase fantasmática), aporta la ligadura del texto. En
cambio, entendemos que lo “peligroso” de la melancolía (FREUD 1923), no es tanto la cantinela
denigratoria -en la que hay mucho texto- sino el momento en que falta el texto. La ausencia de
texto, la mudez, aparentemente queda más del lado del masoquismo y conduce al pasaje al acto.
Hemos ubicado esta cuestión cuando trabajamos la articulación del superyó con otros referentes
clínicos que exceden la vía del síntoma: suicidio, neurosis graves, etc.

Entonces, los imperativos superyoicos y el masoquismo moral se presentan como un


problema para el dispositivo analítico ya que no se ordenan ni como retorno de lo reprimido, ni
respecto del objeto parcial escenificado en la fantasía de fustigación. El texto superyoico aporta
ligadura, pero no permite la localización del sujeto en la frase y el masoquismo permite precisar
el peligro de la mudez.
En este punto, introdujimos ciertos operadores de la segunda tópica freudiana que permiten
iluminar estos problemas. A partir del operador de la mezcla y desmezcla (FREUD 1923)
ubicamos: Por un lado, el mandato superyoico que supone la mezcla pulsional. Por otro, el
superyó como cultivo puro de la pulsión de muerte; que se presenta bajo el modo de lo
irreductible o injuriante y la cara muda del superyó. Respecto de esta segunda arista que situamos
a partir de la desmezcla pulsional, trabajamos el modo en que adquieren precisión conceptual las

139
configuraciones clínicas de neurosis graves -neurosis narcisistas y neurosis traumáticas-, el
suicidio, y la reacción terapéutica negativa.

Transferencia
También hemos desarrollado otros problemas que el superyó introduce respecto de la
neurosis artificial:
-El analista que opera como soporte de la voz pero no regulada fálicamente. Hay diversos
antecedentes de la pulsión invocante que Lacan lee en la pulsión de la crueldad freudiana. En este
punto, Freud introduce el referente clínico del analista que deviene un extraño que dirige duras y
crueles palabras, es decir, la transferencia no es ni erótica ni hostil. Se destaca la figura del
extraño, lo no familiar que se presenta trastocando los bordes de la escena analítica.
-El analista que deviene en un nuevo superyó (1938): predica, educa, es modelo. Freud
advierte de la complicación de los ideales.
-La reacción terapéutica negativa. Hallamos dos formulaciones distintas de la reacción
terapéutica negativa que no están claramente delimitadas por Freud y al diferenciarlas se recortan
dos problemas diversos: la primera, aquella que “toma a la cura como un peligro” (FREUD
1923a) y la segunda, aquella que vuelve a la cura “ineficaz” (FREUD 1938).
Retomemos y ampliemos este último punto:

Reacción terapéutica negativa: la cura como un peligro


En El yo y el ello (1923a) Freud dice que determinados pacientes “reaccionan de manera
trastornada frente a los progresos de la cura”, la cura se transforma en un peligro.
Esta primera formulación se ha confundido con la transferencia negativa que también
atenta contra la prosecución de la cura. Sin embargo, en la transferencia negativa se trata de la
degradación del analista que ocupa el lugar de un objeto parcial. Por el contrario, en la reacción
terapéutica negativa lo peligroso es la cura misma: “analícese esta resistencia de la manera
habitual, persistirá no obstante en la mayoría de los casos” (FREUD 1923).
Freud vincula esta primera dimensión de la reacción terapéutica negativa a la gravedad de
las neurosis. Estas neurosis graves lo conducen a reformular las nosografías en tres grupos:
neurosis, psicosis y psiconeurosis narcisistas. Las psiconeurosis narcisistas se particularizan por
el conflicto entre el yo y el superyó y se excluyen de las neurosis de transferencia. Con las
psiconeurosis narcisistas Freud ubica la posibilidad de que no se constituya la fantasía de
fustigación, la fijación del sujeto a un objeto en la fantasía. Por ende, ¿qué lugar para el analista?
Luego trabajaremos el modo en que Lacan retoma este planteo en el Seminario 5 a partir de los

140
“niños no deseados”. Allí situaremos que la cura deviene peligrosa porque se despliega la
relación al Otro, y en estos casos se trata de una ausencia o complicación a nivel del deseo del
Otro. Entonces, respecto de esta arista de la reacción terapéutica negativa, el referente clínico es
la melancolía.

Reacción terapéutica negativa: la cura ineficaz


En una puntuación tardía de Esquema de Psicoanálisis Freud retoma la reacción
terapéutica negativa pero la formula de otro modo. Dice que no perturba el trabajo sino que lo
vuelve ineficaz. Esta dimensión de la reacción terapéutica negativa no sólo no atenta contra la
continuidad de la cura, sino que la eterniza: la cura misma deviene en un nuevo modo de
satisfacción y no es alrededor del analista como objeto que se libra la batalla (FREUD 1917e).
¿Por qué?
Hallamos un antecedente de esta dimensión de la reacción terapéutica negativa cuando
Freud dice que se trata de la respuesta a una “satisfacción sintomática perdida” (FREUD 1919a).
Y en este punto, indica que lo que se destaca es que el paciente refiere que se siente enfermo.
Ubicamos entonces como referente clínico de esta otra dimensión de la reacción terapéutica
negativa a la melancolización, que se distingue así de la melancolía. Introducimos aquí el
referente clínico freudiano del hombre de los lobos.

El estatuto freudiano del superyó: de obstáculo a impasse


Situamos al superyó como principal obstáculo a la curación y luego ubicamos que en 1937
queda en los márgenes de la formalización. Allí, situamos la decepción freudiana.
El superyó se constituye como un resto del abordaje analítico, pero producido por las
mismas categorías con las que Freud delimita el campo de lo analizable a lo largo de la primera
tópica.

En una Investigación UBACyT109 que operó como uno de los marcos de esta Tesis,
abordamos la conceptualización freudiana de los límites del análisis. Allí ubicábamos los límites
en tres dimensiones: lo excluido del campo analítico, los obstáculos en su interior y lo que
funciona como tope a la cura. Tematizamos dichas dimensiones de los límites a partir de los

109
LAZNIK, D. y otros (2007c). Proyecto de Investigación UBACyT: “Conceptualizaciones de los límites del
análisis en la teoría freudiana". Programación Científica 2008-2011.

141
modos del padecimiento que son excluidos del campo de la experiencia analítica; los obstáculos
que se presentan en su interior, y el tope estructural de la cura.
En este sentido, inicialmente Freud establece la pertinencia de su praxis apoyándose en
oposiciones nosográficas binarias. Con el primer binomio (neurosis actuales – psiconeurosis de
defensa) delimita el campo del psicoanálisis recortando, al mismo tiempo, una dimensión de lo
excluido: las neurosis actuales.
Posteriormente, una nueva oposición, neurosis de transferencia- neurosis narcisísticas,
especifica el campo de acción del psicoanálisis. Se trata ahora de la transferencia que, al erigirse
en condición de posibilidad de la práctica del psicoanálisis, determina una nueva dimensión de lo
excluido: las neurosis narcisistas. El narcisismo, al igual que la angustia, será motivo de múltiples
teorizaciones que darán cuenta del lugar estructural que éste desempeña en la constitución
subjetiva. El límite cobra la dimensión de un obstáculo que surge ahora en el interior mismo de la
experiencia analítica.
De esta manera, el acento que en un primer tiempo recaía sobre los modos del padecimiento
que son excluidos del campo de la experiencia analítica, se desplaza a los obstáculos que se
presentan en su interior, sin clausurar, sin embargo, la categoría de lo excluido encarnada en la
amplia figura de las neurosis narcisistas.

A partir de 1920, con la introducción de la pulsión de muerte y el masoquismo primario,


“se modifica la espacialidad del aparato psíquico. Al volverse inconsistente la oposición interior-
exterior, las nosografías dejan de ordenarse en términos de oposiciones binarias. A su vez la
postulación de un inconciente que no coincide con lo reprimido exigirá una nueva ordenación
metapsicológica” (LAZNIK, D. y otros 2007c).
La formulación de la segunda tópica está destinada a explicar y abordar una nueva
dimensión del obstáculo que, tal como se desprende de esas teorizaciones, se revelará estructural.
Se trata de obstáculos que evidencian el accionar de resistencias que no provienen de lo
reprimido y están asociados a una satisfacción pulsional que excede el marco del principio del
placer.
Si bien los obstáculos que surgen en el interior del campo no son equivalentes a aquellos
que impiden su constitución, guardan entre sí solidaridad conceptual. Cierta dimensión atinente a
lo excluido surge ahora en el interior mismo del dispositivo, en rigor como resto producido por su
instauración. Aquí adquiere mayor relevancia el concepto de superyó.
En Inhibición, síntoma y angustia (1926) Freud formula un ordenamiento de las resistencias
solidario con la conceptualización que sustenta la segunda tópica. Sistematiza cinco clases de

142
resistencias: tres resistencias yoicas -resistencia de represión, resistencia de transferencia y
ganancia de la enfermedad-, la resistencia del ello y la resistencia del superyó. Este ordenamiento
apunta a cernir esa serie de obstáculos -“las resistencias mayores”- que ofrecen un núcleo duro
frente a las diferentes intervenciones que el dispositivo analítico posibilita.
Estos desarrollos establecen una formulación canónica de los obstáculos inherentes a la
práctica analítica, anticipada en Recordar, repetir y reelaborar (1914), y formalizada, a partir de
El yo y el ello (1923) e Inhibición, síntoma y angustia (1926).

Sin embargo, posteriormente a 1926, en diversos textos, Freud postula e interroga “nuevos
factores que complejizan, enriquecen y exceden la sistematización previamente establecida en
torno de las resistencias: el factor constitucional de las pulsiones, la alteración del yo, otros
desarrollos de las resistencias del ello y del superyó, y la rigidez psíquica. Factores que devienen
motivo de su reflexión en tanto participan e inciden en el desenlace de la cura” (LAZNIK, D. y
otros 2007c).
Finalmente, en Análisis terminable e interminable (1937) Freud introduce una dimensión
del límite atinente al problema del fin del análisis, hasta entonces no explorada: el tope estructural
de todo tratamiento. Freud sitúa que luego de trabajar “tres factores decisivos" en el desenlace de
una cura -influjo de traumas, intensidad de las pulsiones, alteración del yo-, incluye una nueva
cuestión que no estaba dentro de su plan de trabajo: la desautorización de la feminidad. Esta
deviene, en ambos sexos, un elemento determinante respecto del fin del análisis. El penisneid y
complejo de masculinidad serán los nombres de lo que constituye en cada caso la roca viva de la
castración. El impasse freudiano en el final del análisis.
Entonces, nuevos recorridos en torno de la resistencia del superyó que darán cuenta de
nuevas vías de interrogación que permanecerán abiertas en el marco de las teorizaciones
freudianas. A la vez, permitirá retomar desde otras perspectivas la interrogación por los límites de
la práctica analítica en su triple dimensión: lo excluido, los obstáculos y su tope, pero sin
confundirse con el tope del análisis freudiano.

Y sin embargo, señalamos que hemos hallado y desplegado una íntima relación entre el
tope de la cura freudiana, que Freud sitúa como desautorización de lo femenino, y el superyó. Lo
hemos desarrollado cuando ubicamos la articulación entre el Ideal del yo y el superyó a propósito
del complejo de castración.

En conclusión:

143
-El superyó no es lo excluido previo al análisis. Ocupan dicho lugar las neurosis actuales,
entre otros.
-Tampoco es el tope porque Freud le otorga dicho lugar a la roca de la castración.
-Al mismo tiempo, si bien es un obstáculo al inicio de la segunda tópica, no se trata de un
obstáculo de la misma categoría que el amor de transferencia, porque el superyó se constituye
como un resto producido por la formalización de la primera tópica, es decir, un resto a la
instauración del campo. Para precisar esta diferencia Freud lo ubica como resistencia mayor.
De este modo, con ciertas expectativas iniciales, Freud formula la segunda tópica y
rápidamente ubica al superyó como el principal obstáculo. Es decir, como un problema posible de
ser recortado con las nuevas categorías. Y sin embargo, en ese punto leemos su decepción sobre
el final de su obra.
De este modo, en 1937, aunque Freud cuenta con la categoría de tope, aún así no le
adjudica dicho lugar. Es decir, el superyó deviene en un impasse en la teorización freudiana.

Nos referimos a que frente a un movimiento producido por el análisis, la satisfacción no se


pierde sino que se reencuentra a partir del superyó:
a. Freud teoriza el desciframiento del síntoma y se encuentra con el beneficio primario.
b. Cuando aborda la pérdida de satisfacción fantasmática, surge otro modo de masoquismo,
el masoquismo moral.
c. Finalmente, habiendo delimitado los principales conceptos del dispositivo a lo largo de la
primera tópica, y de este modo, pudiendo plantear el modo en que progresa la cura, Freud se
encuentra con un problema que fundamenta y da origen al concepto de superyó y teoriza en
términos de reacción terapéutica negativa.

De este modo, concluimos que para Freud la roca de base de la castración se instituye como
tope de la cura. Y en cambio el superyó adquiere, a nuestro entender, el estatuto de lo que hemos
denominado una “decepción”. El superyó introduce un impasse en la conceptualización freudiana
del dispositivo analítico.

Para finalizar, entendemos que para poder leer el superyó como un impasse, es necesario
introducir un concepto que no está presente en la teorización freudiana. El superyó freudiano es
paterno. Sin embargo, en diversos lugares110 Freud sitúa cuestiones que a Lacan le permitirán

110
CF: Proyecto de Psicología. FREUD, S. (1950{1895b}). Proyecto de psicología. En J. Strachey (Comp.).
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen I (pp. 323-446). Buenos Aires: Amorrortu editores.
144
ubicar el superyó más ligado al Otro, en principio materno, y luego como un lugar. Entendemos
que desde allí se vuelve legible que lo que se le presenta a Freud como un tope en realidad es un
impasse. Porque entonces es posible ubicar que el Otro puede tomar consistencia por la vía del
superyó.
Abordaremos estas cuestiones en la segunda sección de la Tesis dedicada a la formulación
lacaniana del superyó y su articulación con el dispositivo analítico.

145
CAPÍTULO 6

EL DISPOSITIVO ANALÍTICO EN LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LACAN

El estatuto de la escena analítica


En esta sección delimitaremos la conceptualización del dispositivo analítico desde la
perspectiva de Lacan. Para ello, primero ubicaremos dos dimensiones de la transferencia. Y
luego, trabajaremos los fundamentos de la escena analítica a partir de precisar el estatuto del
objeto en juego.

Transferencia: el Ideal del yo y el objeto


Lacan retoma y profundiza los desarrollos freudianos respecto de la posición del analista en
la transferencia. En el Seminario 11 hallamos una formalización que ordena los desarrollos
previos y traza los lineamientos centrales de las futuras conceptualizaciones respecto del
dispositivo analítico.
Allí Lacan postula dos dimensiones de la transferencia. Una dimensión simbólica en la que
el ideal del yo tiene un lugar central. Y otra dimensión de la transferencia que se ordena alrededor
del objeto (LACAN 1963). Estos desarrollos conducen, por un lado, a la formalización canónica
del algoritmo de la transferencia (LACAN 1967b). Y por otro, a los desarrollos respecto de las
operaciones alienación y separación a partir de las cuales Lacan conceptualiza la función del
sujeto y el objeto en la constitución del fantasma y sus bordes (LACAN 1966b).
Por nuestra parte, no privilegiaremos la dimensión simbólica de la transferencia, aquella
que en una primera instancia Lacan ordena respecto del ideal del yo (LACAN 1963) y que luego
formaliza con el algoritmo de la transferencia (LACAN 1967b). Sino que destacaremos la
incidencia del objeto en la conceptualización de la transferencia (LACAN 1967a) ya que es

146
respecto de dicha articulación entre el objeto y el superyó que éste último adquiere una
importancia central.
En ese sentido, entendemos que para precisar la articulación entre el superyó y la
transferencia se requiere de la conceptualización lacaniana del objeto de la pulsión; más
precisamente, de la pulsión invocante (LACAN 1962) que tiene por antecedente la pulsión de la
crueldad freudiana (FREUD 1914c).

La escena analítica: el fantasma y sus fundamentos


Hemos ubicado la formalización freudiana del dispositivo analítico a partir de la neurosis
de transferencia. ¿Cómo relee Lacan la constitución de la escena analítica y la posición del
analista?
Entendemos que un movimiento inicial de retorno a Freud consiste en la crítica de la
intersubjetividad. Es decir, Lacan recupera la conceptualización de la neurosis de transferencia
teorizando la puesta en juego, con el analista, de una escena en la que se articulan el sujeto y el
objeto, un modo de satisfacción pulsional, y los guiones que trazan los límites de la escena
(LACAN 1957a). Es decir, articula la neurosis de transferencia con la escena fantasmática.
Para ubicar el estatuto de dicha escena fantasmática, consideramos necesario situar un
“cambio de pregunta en la teorización de Lacan” (KLIGMANN 2007). Cuando se pregunta por
el descentramiento del sujeto, más allá del yo, Lacan construye una definición de inconsciente,
entendido como un conjunto de significantes, que finalmente formaliza postulando que el
inconsciente es el discurso del Otro (LACAN 1954a).
En cambio, cuando pasa a preguntarse por el objeto, conceptualiza la satisfacción pulsional
(LACAN 1963).
Es decir, hallamos que a lo largo de los primeros diez años de su teorización Lacan va
desplazando el acento del sujeto al objeto. Y de este modo, puede situar la satisfacción pulsional
que se enmarca en la escena fantasmática.

En este contexto conceptual del cambio de pregunta de Lacan -del sujeto al objeto-, leemos
que se inscriben los siguientes desarrollos acerca de la articulación entre el fantasma y el objeto.
En primer lugar, Lacan conceptualiza el fantasma fundamental, y luego, a lo largo de los 10 años
posteriores, indaga el estatuto conceptual del objeto en juego. De este manera, durante esa
década, Lacan conceptualiza el objeto de diversas maneras: das Ding, el agalma, el objeto a y el
objeto del fantasma en la transferencia.

147
Se trata de distintos desarrollos que complejizan la posición y operación del analista en la
transferencia.

El fantasma fundamental
En el Seminario 5 Lacan retoma la fantasía Pegan a un niño y extrae los conceptos
centrales para formular el fantasma. Sitúa tres tiempos de la constitución del fantasma: un primer
tiempo como actividad pulsional pura. Un segundo tiempo en el que se sexualiza el cuerpo de las
zonas erógenas; el cuerpo fragmentado. Y finalmente, un tercer tiempo en el que se produce la
identificación del sujeto con un objeto pulsional y el surgimiento del Otro que hace de límite al
autoerotismo.
Lacan propone leer allí el surgimiento de un sujeto, pero refiriéndose, entendemos, a que
allí se incluye el sujeto en posición de objeto frente al Otro. En definitiva, los tiempos uno y dos
son pulsionales y el tiempo tres incluye al Otro que rescata al sujeto del autoerotismo y la deriva
significante (LACAN 1957a).
Al mismo tiempo, puede plantear la identificación del sujeto con un objeto pulsional y el
objeto imaginario presente en la escena como cuerpo golpeado (LACAN 1966a). De este modo,
por un lado, ubica que en el fantasma el sujeto tiene una posición masoquista. Y al mismo
tiempo, sitúa que el fantasma rescata al sujeto del desamparo (LAZNIK 2003).
Lacan permite leer la articulación de los textos freudianos de Pulsiones y sus destinos 1915
y Pegan a un niño 1919 al situar que la tercera fase de Pulsiones y sus destinos –hacerse pegar-
coincide con el segundo tiempo de Pegan a un niño. Dicha posición pasiva, de objeto,
fundamenta para Lacan, que Freud retome estos desarrollos en El problema económico del
masoquismo (1924) bajo la categoría de “masoquismo femenino” (FREUD 1924a).
Hallamos que en el Seminario 5 Lacan formula el fantasma, y luego, en los 10 años
posteriores, interroga el estatuto del objeto en juego. De este modo, Lacan va recortando diversos
estatutos del objeto, a partir de precisar y desarrollar las nociones, conceptos y categorías de: das
Ding, el agalma, el objeto a, el objeto del fantasma en la transferencia –enmarcado y por fuera del
marco de la escena fantasmática-.
Situemos estos desarrollos respecto del objeto.

Das Ding y agalma: estructura y fantasma


Luego de la conceptualización del fantasma en el Seminario 5, ubicamos un segundo
momento, en los Seminarios 7 y 8, en cuanto a la indagación de la función del objeto en la
transferencia.

148
En el Seminario 8 Lacan retoma los interrogantes abiertos por Freud y se pregunta: “¿Cómo
situar cuál debe ser el lugar del analista en la transferencia? -en el doble sentido- ¿dónde sitúa
el analizado al analista? y ¿dónde debe estar el analista para responderle convenientemente?”
(LACAN 1960a).
En el Seminario 7 introduce el concepto de das Ding y lo define como aquello que no es
representable: “Se presenta y se aísla como el término extranjero en torno al cual gira todo el
movimiento de la Vorstellung” (LACAN 1959). Entendemos que das Ding será el fundamento de
los desarrollos del Seminario 8 respecto de la transferencia111.
Lacan destaca la posición topológica particular de la cosa cuando sostiene que se trata de
algo ajeno al sujeto estando empero en su núcleo. “El mundo freudiano, es decir, el de nuestra
experiencia, entraña que ese objeto, das Ding, en tanto Otro absoluto del sujeto es lo que se trata
de volver a encontrar. Como mucho se lo vuelve a encontrar como nostalgia. Se vuelven a
encontrar sus coordenadas de placer, no el objeto” (LACAN 1959). Entendemos que en este
movimiento se diferencia das Ding –aquello que funda la búsqueda del objeto- del objeto mismo,
aquello que se reencuentra y que representa a la cosa.
En continuidad con el recorte que hicimos de la conceptualización de Freud, ubicamos que
Lacan establece una conexión entre das Ding y el objeto del fantasma. Y destacamos que a esta
altura define el objeto del fantasma como un elemento de carácter imaginario (LACAN 1960a).
¿Cuál es la relación entre das Ding y este objeto? En el Seminario 7 sitúa que el objeto a del
fantasma viene a recubrir, engañar al sujeto en el punto mismo de das Ding (LACAN 1959).
Está claro entonces que para Lacan el objeto del fantasma no es das Ding pero se encuentra en su
lugar. Das Ding es condición de posibilidad del objeto del fantasma pero no se reduce a él.
Hallamos cierta precisión en cuanto a esta relación en el Seminario 8 a partir de la noción
de “identificación fantasmática” (LACAN 1960a). Una propuesta valiosa que recrea la idea
freudiana del hallazgo de objeto (FREUD 1900). ¿A qué llama Lacan identificación
fantasmática? La define como el punto en el cual “el deseo en cuanto tal adquiere consistencia”
(LACAN 1960a) en la medida en que se presenta un signo que “toma valor de objeto privilegiado
que detiene el deslizamiento infinito” (LACAN 1960a) propio de la metonimia significante.
Señala que en ese lugar, el propio sujeto se reconoce detenido, fijado, y que “en esa función
privilegiada –al objeto- lo llamamos a” (LACAN 1960a). Es decir, que se presenta un signo que
detiene la metonimia del significante y que toma el valor de objeto a; insistimos, un objeto
imaginario. Este objeto, sobrevalorado, rescata la dignidad del sujeto, que de otro modo se

111
Es decir, leemos la formulación de la política en el Seminario 7, y desde allí, la orientación de la estrategia del
Seminario 8 (LACAN 1958b).
149
encontraría sometido a la fragmentación infinita del significante. Entendemos que la
identificación del sujeto a este objeto privilegiado obtura la falta en el Otro.
De este modo, la identificación fantasmática supone el hallazgo de objeto, y en este punto,
la desaparición misma del deseo en tanto falta112. Al mismo tiempo, el sujeto mismo, definido
como lo que representa un significante para otro, queda abolido eclipsándose tras el objeto a del
fantasma.
Si das Ding es el primer soporte del objeto del fantasma en el sentido de su condición de
posibilidad, la operación de castración del Otro, o Privación, sería el segundo. Una operación
necesaria para dar cuenta de la identificación fantasmática. ¿Por qué? Porque dicha exclusión
inicial de das Ding es lo que se inscribe en el Otro como falta -Privación del Otro- y la
identificación fantasmática sería aquella operación mediante la cual se supliría la falta en el Otro.
Respecto de nuestro tema de interés, Lacan establece una primera relación entre el padre y
el objeto a del fantasma: si el Otro está privado por la acción del significante, y el objeto a es
aquello que acude en sostén del sujeto en afánisis, el Nombre del Padre es el significante que
instituye el símbolo fálico que posibilita la inscripción de la deuda que atraviesa a todo sujeto
humano (LACAN 1960a). Deuda que ubica al sujeto en un linaje, es decir, en la cadena de las
generaciones. De este modo, lo que fue objeto de la Privación en el Otro -el no de Sygne tal como
lo trabaja Lacan con la Trilogía de Claudel en el Seminario 8- es aquello que Lacan parece
intentar leer como objeto del fantasma de la tercera generación –Pensée como el objeto sublime:
“el objeto sublime como sustituto de la Cosa” (LACAN 1960a)-. El objeto del fantasma
representa la Privación, y en consecuencia, entendemos, es aquello que va a ser atribuido al
analista en la transferencia.
Lacan no lo desarrolla suficientemente, pero consideramos que se desprende de su
elaboración del Seminario 8 que ubica la transferencia como la puesta en acto de la identificación
fantasmática (LACAN 1960a)113. Es decir, un movimiento marca el surgimiento de las pasiones
que introducen un cambio en la legalidad del análisis en tanto se pasa de hablar de algo –aquello
que se recorta con la demanda de análisis- a hablar de alguien, el analista -no su persona sino a
quien representa-. De este modo, Lacan trabaja con El banquete de Platón el modo en que el
analista queda ubicado del lado del amado, el erómenos en términos de la metáfora del amor, y el

112
Es en este sentido que Lacan opone la realización del deseo a la posesión de un objeto (LACAN 1960a).
113
Estos desarrollos han sido abordados con mayor detenimiento en KLIGMANN, L (2014). Transferencia y objeto
en el dispositivo analítico. En Memorias de las XXI Jornadas de Investigación. UBACyT. Facultad de Psicología.
UBA.
150
analizante en lugar del amante, el erastés signado por la falta. Los movimientos transferenciales
se ordenan con el objeto agalmático (LACAN 1960a).
En esta línea, consideramos que es importante subrayar la aparición de un signo en el
semejante, el hallazgo de objeto bajo la forma de un signo. En Subversión del sujeto Lacan
propone que el sujeto se eclipsa tras un objeto. Como nuestro interés reside en la articulación
entre el objeto del fantasma –trabajado a partir del agalma en el Seminario 8- y la transferencia,
es importante insistir en el estatuto de dicho objeto agalmático. De este modo, leemos que dicho
objeto tiene el valor de un signo -lo que representa algo para alguien- que detiene el
deslizamiento de la cadena significante orientada según la metonimia de la falta en ser. El deseo
como falta desaparece y en su lugar se presentan las pasiones que Freud sitúo como amor u odio.
De este modo, se produce un pasaje en la posición del analista. Ya no se sitúa como Otro
sino como semejante, y entonces encarna a ese alguien que tiene algo, que representa aquello de
lo que el sujeto está privado, el agalma. De esta manera, el analizante, inicialmente en posición de
amado –portaba un síntoma- luego deviene el amante y le dirige sus reclamos amorosos al
analista o partenaire. El hallazgo de objeto entonces sería un movimiento que va del Otro al otro
(LACAN 1968).
Entendemos que en estos desarrollos es importante señalar el pasaje de la metonimia
producida en el orden del significante, a una forma particular de la metonimia que consiste en
tomar la parte por el todo, “sinécdoque” (LACAN 1960a). En el hallazgo de objeto, el objeto
parcial es tomado como un todo. De este modo, se produce la torsión, pasaje de hablar de algo a
hablar de alguien, que Lacan señala con un cambio de legalidad en el Banquete. En dicho cambio
de legalidad, análoga a la que ocurre en el análisis con la caída de la regla fundamental y el
surgimiento de las pasiones, se fundamenta la introducción del apasionamiento con un semejante
a quien se le atribuye un daño. Surge otro semejante que pasa a estar recortado totalmente por ese
único atributo.
Entonces, esta dimensión de la transferencia consistiría en el movimiento a partir del cual la
identificación fantasmática funciona de pivote en el pasaje del analista como soporte del Otro, al
analista encarnando el lugar de un semejante.

Objeto a y objeto del fantasma en la transferencia


Ubicamos un tercer momento en cuanto a la indagación de la función del objeto en la
transferencia a partir de los desarrollos del Seminario 11. Como se trata de un Seminario muy
trabajado por la comunidad analítica, solamente destacaremos una cuestión fundamental respecto
de nuestro tema: el estatuto que aquí adquiere el objeto a.

151
Hemos señalado el efecto del hallazgo de objeto en el movimiento transferencial que va del
Otro al otro; el lugar del agalma (LACAN 1960a). A partir del Seminario 11 es posible distinguir
dos dimensiones del objeto presentes en el fantasma fundamental. Es decir, la escena
fantasmática que se pone en juego mediante la transferencia, supone dos objetos. Por un lado,
aquel que hemos situado a partir del agalma, el objeto imaginario presente en la escena, aquel que
se soporta en un semejante. Y por otro, los objetos a que aquí cobran un nuevo alcance: las
pulsiones que no pertenecen al plano del espejo. De este modo, sería posible precisar el objeto
que se halla entre das ding y el agalma. Es decir, el objeto a, el objeto pulsional. Al decir de
Lacan: “los objetos a no son más que sus representantes”, de das Ding (LACAN 1963).
Al mismo tiempo, en este mismo Seminario Lacan plantea dos fases del análisis. Primero se
instala el sujeto supuesto saber, y luego el análisis se centra alrededor del objeto a. Dicho de otro
modo, el dispositivo analítico primero se constituye alrededor de la articulación entre
transferencia, inconsciente e interpretación –lo señalamos con Freud-, y luego la transferencia se
articula al fantasma. Por eso Lacan se pregunta sobre el final del Seminario: “¿cómo vivirá el
sujeto la pulsión una vez atravesado el fantasma fundamental?” (LACAN 1963).
Durante más de una década Lacan se orientó según dicho movimiento que va de la
transferencia entendida como sujeto supuesto saber, a la presentificación del objeto a en la
transferencia y el atravesamiento del fantasma –aunque recién aquí conceptualice los objetos a
por fuera del fantasma. Surge una pregunta ¿las dos fases responden a un orden cronológico del
tratamiento?
Aún sin responder, hallamos diversos elementos tanto en la obra de Lacan como de Freud,
que nos llevan a considerar que es necesaria una operación respecto del objeto (KLIGMANN
2009) para que se constituya el dispositivo analítico (LACAN 1967a), previo al establecimiento
del sujeto supuesto saber. Los casos freudianos abundan en este sentido, aunque no los haya
teorizado. Por ejemplo, en el caso del Hombre de las ratas donde Freud opera respecto del goce
horroroso relatando él mismo el tormento de las ratas. El efecto analítico es que se despide de
Freud llamándolo “mi capitán” (FREUD 1909); un lapsus que permite leer que el analista ha
pasado a ocupar un lugar en la economía libidinal del sujeto. O bien, el caso de la Joven
homosexual en el punto en que Freud produce un movimiento donde la analizante pasa de amada
a amante, allí donde el analista pasa a tener algo –la analizante insiste con que Freud tiene una
teoría errónea sobre los sueños-.
Respecto de esta cuestión, nos interesaría indagar qué operación es aquella que permite la
producción del dispositivo analítico mediante la puesta en juego del objeto en la transferencia.
Para ello resultaría valioso retomar los diversos desarrollos de Freud y Lacan, que al mismo

152
tiempo problematizan el modo en que se concibe en la teoría psicoanalítica los inicios y
finalizaciones de análisis. En este sentido, es de sumo interés investigar las articulaciones entre la
transferencia, el fantasma y el acto analítico, porque entendemos sería el modo de abordar
conceptualmente la función del objeto a en los inicios, los obstáculos y las finalizaciones de
análisis.

Alienación y separación: el objeto por fuera del fantasma


Ubicamos un cuarto momento en cuanto a la indagación de la función del objeto en la
transferencia a partir del Escrito Posición del inconsciente y los Seminarios 14 y 15.
En el Escrito “Posición del inconsciente” Lacan introduce los conceptos de alienación y
separación para interrogar la causación del sujeto. Define la alienación respecto del significante y
la separación respecto del objeto.
La alienación a los significantes del Otro produce al sujeto como falta en ser. En cambio,
“la separación supondrá que el sujeto se inscriba no ya como falta en ser sino como pérdida”
(LACAN 1966b). Esta segunda operación consiste en una doble separación: por un lado, el sujeto
se separa de los significantes del Otro, y por otro, se separa de la posición de objeto que ocupó
respecto del goce del Otro. Una posición primera que Lacan sitúa a partir del concepto
freudiano de masoquismo erógeno primario (LAZNIK y LUBIÁN 2009).
La separación permite conceptualizar la producción de un objeto separado de la presencia
del Otro. En este sentido, en el Seminario XI dice: “para responder a esta captura, el sujeto
responde con su propia desaparición, que aquí sitúa en el punto de la falta percibida en el Otro.
El primer objeto que propone a ese deseo parental cuyo objeto no conoce, es su propia pérdida -
¿puede perderme?” (LACAN 1963).
A partir de la operación separación es posible precisar el estatuto del objeto a, más allá del
fantasma. Lacan retoma el masoquismo erógeno primario postulado por Freud y ubica un goce
pulsional que no se rige por el principio de placer. Desde esta perspectiva, se redefine el lugar del
afecto y la inscripción de lo hostil en relación al “cuerpo propio”, vía la “experiencia de dolor”
(LAZNIK 2003).
El masoquismo erógeno primario señala una escisión del cuerpo, y de este modo se
distinguen dos dimensiones del cuerpo. Por un lado, la transposición de la pulsión de muerte al
exterior, correlativa del sadismo, posibilitadora de la libidinización de los objetos y soporte
conceptual de la neurosis de transferencia. Por otro, un residuo interior de la pulsión de muerte –
refugio de la satisfacción pulsional– que se ubica por fuera del cuerpo especular. La disyunción
entre cuerpo y goce se sostiene en esta exterioridad al cuerpo especular, en esta parte separada del

153
cuerpo. De esta manera se inscribe la pérdida inaugural como parte perdida para el cuerpo en esta
separación constitutiva entre cuerpo y goce. (LAZNIK 2003). De este modo, se delimita un
objeto como refugio de un goce pulsional que se conecta con la constitución misma del sujeto
permitiendo precisar la noción de desamparo.
Poder ubicar el objeto a sin el revestimiento fantasmático, también permite considerar estos
otros modos de configuración de la transferencia, por fuera de lo que venimos recorriendo en
términos de neurosis de transferencia o puesta en juego del fantasma. Se trata de aquello que
Lacan designa “transferencia de angustia” (LACAN 1962).
Las operaciones de alienación y separación permiten precisar el estatuto del objeto a y
también posibilitan situar el estatuto del fantasma como solución al desamparo; resultado de la
separación. Por ello, Lacan propone ubicar la fantasía de fustigación como solución al
desamparo (LACAN 1957a). El sujeto se separa de ese lugar de desamparo, inscribiéndose en el
campo del Otro como un cuerpo “golpeado”, al mismo tiempo que transfiere a otro, semejante,
ese objeto que él fue para él Otro. De ahí que Lacan sostenga que en el fantasma lo imposible de
eliminar sea una mirada. En esa diferencia entre el cuerpo golpeado (agalma) y la mirada (objeto
a) podemos entonces ubicar la escisión fundante entre cuerpo y goce (LAZNIK 2011).

A partir de estos distintos ordenamientos, se plantea el interrogante en cuanto a la relación


entre el superyó y aquello del goce que no se inscribe en el fantasma como solución al
desamparo. Dicho de otro modo, si ubicamos con Lacan el cuerpo golpeado y la mirada en la
constitución del fantasma, nos preguntamos: ¿qué función tiene la pulsión invocante? ¿Lo
invocante se agota dentro del marco del fantasma? ¿De qué modo considerar la articulación entre
el superyó y la pulsión invocante? Y finalmente, ¿De qué manera se establece la relación entre el
superyó, lo invocante y la posición del analista en la transferencia?
Hallamos que en este punto Lacan no desarrolla acabadamente el problema. La propuesta
consiste en delimitar la formulación lacaniana del superyó a partir de estas preguntas.
Hallamos una vía posible para abordar estas preguntas a partir de ciertos comentarios de
Lacan en el Seminario 17.

Los mitos freudianos del padre: los objetos, los goces.


Por último, en el Seminario 17 Lacan distingue el objeto causa de deseo del objeto plus de
gozar, y simultáneamente, retoma los tres mitos freudianos sobre el Padre –Edipo, Tótem y tabú y
Moisés- adjudicándoles funciones distintas (LACAN 1969).

154
Hallamos que a partir de esta articulación podría plantearse una clínica en la que la función
del objeto va cambiando. Es decir, hasta aquí ubicamos distintos momentos en los que la
conceptualización de la articulación del objeto y la transferencia delimitan el dispositivo
analítico.
En este punto, se complejiza el planteo porque no solamente Lacan modifica la
conceptualización del objeto sino que además incorpora dentro de la teoría la posibilidad de que
el objeto ocupe cuatro lugares distintos. De esta manera, cambia la categoría de objeto pero
también el uso que Lacan hace de él.

Entonces nos preguntamos ¿cuáles son los alcances y límites de la clínica psicoanalítica
pensados a partir de la función del objeto en la delimitación de la transferencia si es posible
conceptualizar diversas funciones para éste? Despleguemos este interrogante.
En primer lugar, Lacan permite leer una clínica sostenida en el padre del Edipo. El padre
que metaforiza el deseo de la madre y produce la significación fálica. En este punto, el padre
funciona como soporte de la significación fantasmática, y de este modo, ante la pregunta che
vuoi? el sujeto se identifica al objeto causa de deseo del Otro.
Entendemos que se trata de un modo del retorno a Freud, es decir, Lacan formalizando
cierto momento de la clínica freudiana y aquello que excede dicha praxis.
En ese sentido, por un lado se trata de una clínica delimitada a partir del deseo como deseo
del Otro. Y por otro, de la producción de un resto a dicha delimitación: la pulsión114. En ese
sentido, Lacan sitúa la pulsión, concepto freudiano por excelencia, como aquello que resta a la
clínica psicoanalítica ordenada a partir del fundamento del padre del Edipo y la producción de la
significación fantasmática.
Es decir, no se trata de una lectura cronológica que Lacan realiza de Freud. Sino que se
trata de una lógica que Lacan extrae de la lectura de Freud al recortar la conceptualización
freudiana a partir de las distintas categorías de padre.

Siguiendo este planteo, en segundo lugar, hallamos que Lacan indaga una salida de la
significación fantasmática a partir de la operatoria del padre de Tótem y tabú (LACAN 1969).
El Padre muerto, como soporte de un rasgo, conduce a la constitución de la masa. Este
punto se halla desarrollado en diversos momentos por Freud y Lacan y es central para considerar
diversos planteos: la masa tal como la postuló Freud, utilizando los ejemplos paradigmáticos de

114
En este punto retomamos una idea planteada por Kuffer, S. en El padre primordial ¿Un padre? (1999). Buenos
Aires. Para ampliar estos desarrollos remitimos al lector a dicho texto.
155
la iglesia y el ejército (FREUD 1921); la comunidad de hermanos que se funda en la
identificación a un rasgo (1913b); la masa de a dos que propone Lacan para conceptualizar el
lazo entre analista y analizante, y de este modo, dar cuenta del obstáculo que presenta el ideal del
yo en aquello que Lacan denomina el primer tiempo de la transferencia (LACAN 1963).
Si seguimos el planteo de Freud, en la masa el neurótico cancela sus inhibiciones. De este
modo, hallamos que en la lectura de Lacan, el padre cobra nuevo alcance ya que permite ubicar al
menos esas tres situaciones, en las que a partir de la constitución de la masa, se atraviesan ciertas
inhibiciones.
Dentro de esta propuesta de Lacan, el objeto en juego sería el plus de gozar, y de este
modo, habría pérdida del goce fantasmático. En ese sentido, en el Seminario 18 Lacan dice que el
discurso del amo, el orden lógico de la repetición, que Lacan lee en Tótem y Tabú, no es un orden
de lazo social fantasmático. Es decir, Lacan postula que la función del objeto, ordenado en la
estructura de la repetición, no es ya la de ser la causa del deseo para suturar la división del sujeto,
sino que es el testimonio de un goce excluido. ¿De qué modo se articula “el nudo que forma la
repetición y el goce”? (LACAN 1971): Mediante la pérdida de goce.
Este planteo nos conduce a lo siguiente: si el límite de la transferencia lo pensamos en
términos del padre del Edipo, el orden de lazo social sería la identificación al objeto como causa
de deseo. En ese punto, no habría pérdida de goce como consecuencia del análisis, sólo
metonimia. Por eso, hemos ubicado previamente que cuando el límite de la posición del analista
es el padre del Edipo lo que resta es la pulsión.

Ahora bien, Lacan homologa el discurso del amo y el mito de Tótem y Tabú. En este punto,
destacamos que ambos suponen un mismo tipo de lazo social: la identificación a un rasgo.
En este punto, la masa conlleva una diferencia respecto del fantasma. Cada vez, en la
estructura misma de la repetición se produce una pérdida de goce. En ese sentido la masa como
orden de lazo social no es fantasmática. En ese sentido, cuando Freud interroga los lazos
libidinales que sostienen una masa señala que en la masa el neurótico que habitualmente es
asocial, es decir, sostiene algún orden de lazo social que cancela sus inhibiciones (FREUD
1921).
Entonces el S1 del discurso del amo, marca de la muerte del padre, del asesinato del padre,
marca de una pérdida de goce siempre renovada, encuentra como límite la suposición de la
existencia del Otro del otro sexo.
Es decir, el pasaje de Edipo a Tótem y Tabú supone, por un lado, la caída de las
inhibiciones, y por otro, implica la sumisión a un padre. No el padre como agente de la ley, sino

156
el padre como soporte de un rasgo que introduce la sumisión a un orden de goce muy particular.
¿Por qué? Porque supone la existencia aunque imposible del goce de todas las mujeres.
Entonces, habría cancelación de las inhibiciones, pero al mismo tiempo, la existencia,
aunque imposible, del goce de todas las mujeres. De ahí que Freud construya el mito del padre de
la horda y en consecuencia pase a preguntarse, sin poder responder, qué quiere una mujer.
Respecto de nuestro tema esta cuestión Freud nos abandonó en este punto (LACAN
1972a), porque las respuestas que Freud propone ante la sexualidad femenina son todas fálicas.
Entonces, Lacan avanza con la indagación del goce femenino, y sin embargo, no extrae
claramente las conclusiones para la transferencia. O sea, ¿de qué modo, el objeto –ahora con
diferentes funciones y lugares- incide en la transferencia?

Esta cuestión nos conduce, en tercer lugar, al eje de nuestro problema: la categoría de padre
que se desprende del Moisés.
En el Seminario 17 Lacan esboza una lectura de Moisés como el reverso de Tótem y Tabú.
Plantea que Moisés sería el punto donde el psicoanálisis podría ir más allá del padre postulado en
términos de Tótem y Tabú. Y en ese sentido postula que el Padre real es la causa. No la causa del
deseo sino de la división del sujeto. Por ello Lacan va a articular al padre con el trauma y la
invocación, porque conlleva la división del sujeto.
En esta línea, el Padre traumático (LACAN 1969), permite indagar la articulación de la
voz, la transferencia y el superyó de otra manera. En este punto, el objeto no sería ni causa de
deseo, ni un significante amo, sino el sujeto en tanto objeto de una voz. La voz sería causa de la
división del sujeto. Insistimos, se trata del padre como invocación115.
Este movimiento permitiría responder una pregunta de Lacan: ¿cómo separar el rasgo del
objeto? (LACAN 1963). En el Seminario 11 Lacan intentaba responder a partir de la articulación
entre la transferencia y el objeto. En el Seminario 17 retoma la pregunta y también recupera la
misma articulación entre transferencia y objeto para producir una respuesta. Sin embargo, en este
último Seminario, dicha articulación se delimita a partir de una singular propuesta referida al
padre como invocación.
De este modo, el discurso analítico se constituiría como el reverso de Tótem y tabú. Y
además, el goce del objeto voz, este otro goce, indicaría que no todo el goce es sustituido por el
falo y enmarcado en el fantasma.

115
Para ampliar este último punto remitimos al lector al Texto “Invocaciones” de Allan Didier-Weill. (1998). Buenos
Aires: Nueva Visión.
157
CAPÍTULO 7

LA CONCEPTUALIZACIÓN LACANIANA DEL SUPERYÓ

Ubicamos que el superyó es un concepto tardío en la obra freudiana. Por el contrario, para
Lacan, se constituye como la puerta de entrada al psicoanálisis.

Lacan se sirvió del concepto de superyó de distintos modos y en diversos momentos de su


obra. En ciertas ocasiones, retomando los desarrollos de Freud. Otras veces, retornando a las
preguntas de Freud pero proponiendo otras respuestas. Y por último, también hallamos
propuestas de Lacan que, sin nombrar al superyó, se constituyen como modos de recrear y
subvertir el concepto.
Desde nuestra perspectiva, Lacan conceptualiza el superyó a partir de cuatro nuevos
operadores de lectura: por un lado, los tres registros y el objeto a, y por otro, el gran Otro y los
goces. Se trata de cuatro operadores que no estaban presentes en la conceptualización freudiana y
por tal razón, le permiten a Lacan recrear la teorización del superyó.

7.1. La conceptualización del superyó desde los tres registros y el objeto a

El registro imaginario: el mecanismo autopunitivo


El superyó es la puerta de entrada de Lacan a la clínica psicoanalítica. Es decir, es el
concepto central de su Tesis de Doctorado a partir de la cual Lacan se desplaza de la psiquiatría al
psicoanálisis.
Delimitamos un primer momento lógico de la conceptualización lacaniana del superyó,
donde Lacan se sirve del concepto casi exclusivamente para dar cuenta de las psicosis.

158
A nuestro entender, lo utiliza como un concepto nodal de la clínica de las psicosis,
particularizando que hay una primacía de las preguntas de Lacan respecto de los efectos de la
palabra en el registro imaginario.
Por tal motivo, los dos casos princeps de Lacan sobre el tema en esta época, dan cuenta de
un superyó que, por un lado, opera una solución al desencadenamiento, y por otro, se introduce
como una figura amenazante –que rescata al sujeto del autismo y lo introduce en el campo de las
psicosis-.
En su Tesis (LACAN 1932), Lacan sitúa al superyó como un mecanismo autopunitivo
respecto del registro imaginario (LACAN 1932). Conceptualiza así una detención de la
personalidad de Aimée en el momento de la génesis del superyó. De allí explica que la tendencia
dominante sea la autopunición116.
Delimita de esta manera, la paranoia de Aimée en una categoría nueva: la “paranoia de
autopunición”. Una paranoia superyoica. De este modo, ubica el crimen del superyó como un
acto con intención autopunitiva que libera a Aimée de su delirio. La caída del delirio se produce,
no con el pasaje al acto agresivo como respuesta a la consumación del acto, sino “veinte días
después cuando comprende que se ha agredido a sí misma” (MUÑOZ 2009).
En este sentido, se trata de una delicada precisión clínica de Lacan que destaca que no se
trata de un delirio pasional sino de una forma de paranoia estructurada por el mecanismo psíquico
del autocastigo asociado al superyó. Entonces, con el mecanismo autopunitivo, la paranoia
superyoica promueve una estabilización a la psicosis.
Se trata entonces, de un concepto central para dar cuenta de una forma de las psicosis. Pero
fundamentalmente, destacamos que Lacan conceptualiza la función del superyó en la
estabilización de una estructura clínica. Es decir, la paranoia de autopunición como solución
(SCHEJTMAN 2006) al desencadenamiento.
En este primer tiempo de primacía del registro imaginario, simultáneamente a la
conceptualización del superyó como un mecanismo autopunitivo, Lacan elabora el Estadio del
espejo, y desde allí ordena a posteriori la mención de un superyó como figura obscena y feroz. Es
decir, la imaginarización de una instancia que acecha desde los bordes del espejo (LACAN
1949).

116
Ubicamos un contrapunto entre la Tesis de Lacan y los desarrollos que Freud realiza en Dostoievsky y el
parricidio (1930): Por un lado, Freud trabaja el acto criminal como un modo de tramitar el castigo superyoico. Lacan
por su parte ubica, no el acto como un modo de tramitación del superyó, sino por el contrario, el castigo superyoico
como una modalidad de estabilización de la psicosis.
159
La articulación del superyó con los desarrollos del Estadío del Espejo, se conectan con los
efectos que conlleva la palabra en la constitución del superyó. En ese sentido, unos años después,
en Variantes de la cura tipo (1955) dice que la: “identificación narcisista (...) deja al sujeto, en
una beatitud sin medida, más ofrecido que nunca a esa figura obscena y feroz que el analista
llama el Superyó, y que hay que entender como el boquete abierto en lo imaginario por todo
rechazo (Verwerfung) de los mandamientos de la palabra” (LACAN 1955b).
En esta línea, se destaca el caso Robert donde Lacan sitúa la intrusión de una figura
obscena y feroz que se localiza en el grito del niño: “¡el lobo! ¡el lobo!” (LACAN 1953b). Lacan
destaca cómo la ruptura de la cadena significante se manifiesta con el aislamiento de un solo
significante: “el lobo” como encarnación del superyó. Se trata un significante aislado que encarna
al superyó. Es decir, anticipa la conceptualización de un significante fuera de discurso (LACAN
1972b) aislado de la cadena significante, y por ende, opaco en cuanto a su significación.
En esta misma línea, el significante “lobo” anticipa aquello que Lacan afirma respecto del
autismo en cuanto a la petrificación del lenguaje en torno a un significante (LACAN 1954a).
Destacamos este planteo del rechazo –forclusión- en los simbólico que conlleva efectos
superyoicos en lo imaginario –superyó obsceno y feroz-. Lacan no lo desarrolla acabadamente
pero deja ubicado dicho planteo crucial de la incidencia del superyó en la clínica de las psicosis.

El registro simbólico: ley, herencia, sujeto y superyó


En un segundo momento lógico, a lo largo de los primeros Seminarios, Lacan retoma y
profundiza los desarrollos sobre el superyó. De ese modo, introduce un cambio de perspectiva y
postula que “el superyó se sitúa esencialmente en el plano simbólico de la palabra” (LACAN
1953b).
Ahora bien, que Lacan indique que el superyó se sitúa en el plano simbólico, no significa
que el superyó se regule por las leyes del proceso primario -que retoma y formaliza en La
instancia de la letra en términos de metáfora y metonimia (LACAN 1957b)-. Es decir, el superyó
no se sitúa por fuera de la función de la palabra, por fuera de la ley, pero sí como su punto de
inconsistencia.
En ese sentido, cuando trabaja la disyunción entre transmisión y obediencia (LACAN
1955a) puede interrogar una dimensión de lo simbólico que no se reduce al significante
articulado. Y sin embargo, Lacan le adjudica estatuto de significante.
Hemos ubicado este planteo de Lacan respecto de las psicosis. La novedad, desde nuestro
punto de vista, consiste en que ahora utiliza dicha idea para conceptualizar el lugar del superyó en
las neurosis.

160
De este modo, trabaja la constitución del Je a partir del Tú eres (LACAN 1955a). Se trata
de la constitución del yo (je) a partir del registro simbólico, pero no en la línea del estadio del
espejo, sino a partir de un llamado, el Tú eres al que el yo (je) se identifica.
Lacan conceptualiza la constitución del sujeto vinculada al superyó (LAZNIK 2006b), a
partir de una operación de lectura que realiza respecto de la frase: “Tú eres el que me seguirás”:
Por un lado, la inscripción del sujeto en una cadena de generaciones, y la deuda
concomitante –En Tótem y tabú (1913) Freud lo llamaba sentimiento inconsciente de culpa por
matar al padre, que permite la inclusión del sujeto en una cadena de generaciones-.
Y por otro, la alienación al Tú sin resto; por ende, ausencia de división del sujeto, una
lectura superyoica de la frase Tú eres el que me seguirás allí donde el sujeto no puede sino
obedecer.
Es decir, “Tú eres el que me seguirá(s)” con “s”, o bien, “Tú eres el que me seguirá” sin
“s”. Se trata entonces de dos frases homofónicas respecto de las cuales se requiere de una
operación de lectura (LAZNIK y otros 2006b). En este punto, también es posible ubicar el
“seguirás” que delimita el superyó en las neurosis, en su distinción con el “seguirá” que sitúa la
injuria alucinatoria.
Desde nuestro punto de vista, no se trata tanto de que Lacan primero conceptualice el
superyó respecto del significante y luego respecto de la pulsión117.
Desde nuestro punto de vista, Lacan primero teoriza la pulsión respecto de la demanda
(LACAN 1954a). Y luego, al reformular el concepto de pulsión e incorporar la satisfacción de
las zonas erógenas (LACAN 1959, 1960b, 1962, 1963 y 1966c), principalmente, modifica la
definición del superyó.
Desde nuestro punto de vista, el superyó siempre está referido al concepto de pulsión. De
esta manera, a partir del Seminario 7 cuando Lacan conceptualiza el objeto a, es posible
comenzar a indagar la voz del superyó, que Freud esbozaba con las referencias kantianas.

El registro real: hacia el superyó y el objeto a


En un tercer momento, Lacan indaga el superyó a partir del registro de lo real al articularlo
al objeto voz. De este modo, retoma la articulación central de Freud entre el superyó y la pulsión
(LACAN 1963).
En los Seminarios 3, 4 y 5 Lacan distingue ley y superyó. Sin embargo, en el Escrito Kant
con Sade (1966c) y los Seminarios que le corresponden, no cronológicamente sino
conceptualmente, es decir, los Seminarios 7, 8 y 9, entendemos que Lacan modifica el rumbo: si

117
CF: GEREZ-AMBERTIN 1993.
161
entre los años 1955-1957 distingue ley y superyó, luego, entre los años 1959-1961 utiliza un
nuevo operador de lectura, el objeto a, y con él finalmente conceptualiza la pulsión invocante
(LACAN 1962).
La pulsión invocante tiene distintos antecedentes freudianos: el valor que tiene para Hans el
ruido que hace el caballo con las patas (FREUD 1909), el ceremonial de dormir de la Conferencia
17 (FREUD 1916), la pulsión de la crueldad que se organiza en pares de opuestos: sadismo y
masoquismo (FREUD 1914c), el superyó como restos de representaciones palabra (FREUD
1923), los restos de lo visto y lo oído (FREUD 1938), entre otros.

A partir de estos antecedentes Lacan retoma la pulsión de la crueldad freudiana que se


organiza en pares de opuestos, sadismo-masoquismo, con su propuesta de una pulsión invocante.
Para Lacan el objeto pulsional en juego es la voz y lo desarrolla en el Seminario 10 cuando relee
la propuesta de Isakover acerca de la Dafnia, quien incorpora desde el exterior un grano de arena
que le permite mantener el equilibrio. Lacan toma al aporte del analista contemporáneo de Freud
para dar cuenta de la operación de la incorporación de la voz como un objeto externo,
incongruente, que no se asimila. Por eso afirma que “Una voz no se asimila; pero se incorpora, y
esto es lo que puede darle una función al modelar nuestro vacío” (LACAN 1962)118.

La pulsión invocante le permite a Lacan indagar diversas cuestiones, destacamos las


siguientes: el estatuto de la voz del superyó (LACAN 1962), la función del objeto en la
perversión (LACAN 1966c), el fundamento de las alucinaciones auditivas (LACAN 1958a), la
función de la voz en el marco del fantasma (LACAN 1962) y la posición del analista como
semblante de objeto (LACAN 1969).

Entonces, hallamos que cuando Lacan se interroga respecto del sujeto, intenta separar el
superyó de los desarrollos de la ley y la producción del sujeto dividido. En cambio, cuando
introduce el objeto a como operador de lectura, acerca el superyó, no al sujeto, sino a la posición
del analista y la perversión. Es decir, Lacan retoma y permite precisar el deslizamiento de la
posición del analista a una posición que implicaría efectos superyoicos. Es decir, una
intervención que le de consistencia al ser. De este modo, desarrolla la idea de Freud de que el
superyó puede volverse cruel. Entonces, Lacan estaría retomando la propuesta freudiana. Pero sin

118
Esta vía nos conduce a articular el objeto voz con el sadismo del superyó. El Shofar remite al objeto voz pero
también al mandamiento. Así establece la relación entre la voz y el sadismo-masoquismo: sadismo del superyó y
masoquismo del yo.
162
embargo, estaría planteando que no es el superyó aquello que se vuelve cruel, sino que la
posición del analista, en tanto objeto, guarda comunidad de lugares con la voz del superyó. Luego
abordaremos estas diversas consecuencias de la conceptualización de la pulsión invocante.

7.2. La conceptualización del superyó desde el gran Otro y los goces

Introducción del gran Otro: el superyó materno


El superyó freudiano es paterno. Sin embargo, en diversos lugares Freud sitúa cuestiones
que a Lacan le permitirán ubica el superyó más ligado al Otro, en principio materno y luego
teorizado como un lugar.
En el Proyecto de Psicología Freud escribe: “La inicial dependencia del ser humano es la
fuente primordial de todos los motivos morales” (FREUD [1950]1895b). Entonces, con la
categoría del gran Otro Lacan recupera aquella idea freudiana para esbozar la propuesta de que el
superyó es consecuencia de la alienación, es decir, efecto del lenguaje.
De este modo, en el pasaje del grito al llamado, Freud anticipa la constitución, en un mismo
movimiento, de la demanda y del superyó. El concepto que fundamenta estas cuestiones es el de
“desvalimiento” (FREUD 1925).
De esta manera, con los antecedentes del Proyecto de Psicología (1950), la formulación del
superyó en El yo y el ello (1923), y las precisiones de El malestar en la cultura (1930a(1929)),
ubicamos la articulación del desamparo y el lenguaje.
Con estos antecedentes Lacan retoma e indaga la noción freudiana de ligazón madre pre-
edípica (FREUD 1933d), y a partir de allí, conceptualiza el “superyó materno” (LACAN 1957a).

El superyó lo conduce a Lacan a investigar un estatuto diverso del Otro -previamente


entendido como la batería de los significantes- y de este modo posibilita interrogar el valor
conceptual de los mandatos superyoicos.
En esta línea, al situar el superyó en articulación con la formulación del Otro en Lacan
(LACAN 1960b), hallamos dos lineamientos del superyó: el paterno y el materno.
Respecto del superyó paterno, destacamos la función estructurante del Otro, es decir, la
operatoria de una marca respecto de la cual se constituye el sujeto (LACAN 1966a).
En cuanto al superyó materno, ubicamos la noción freudiana de “ligazón madre preedípica”
(FREUD 1933d).

163
La génesis del superyó remite a la constitución de la subjetividad en relación a una
estructura que resulta anticipada y, por ello, ajena y extraña.
La constitución del sujeto requiere de una operación fundante, que implica la alienación a
una primera marca. Se trata de una “elección forzada” que indica el surgimiento del sujeto.
Luego, introduce la separación para situar la segunda operación de la constitución subjetiva. Con
la separación, frente a la pregunta por el deseo del Otro, el sujeto responde produciendo su propia
desaparición. Es decir, frente a la falta que introduce el deseo del Otro responde con su propia
carencia. Tiempo lógico del desamparo, pero condición de posibilidad para que el sujeto no
consista en los significantes de la demanda del Otro.
Lacan trabaja estas operaciones atinentes a la constitución del sujeto de distintos modos en
los Seminarios 11 y 14 y en el Escrito Posición del inconsciente. Lo desarrollaremos en el
capítulo siguiente.

Esta formulación respecto de los efectos estructurales del lenguaje, le permite a Lacan
recuperar los desarrollos freudianos en torno a “ligazón-madre preedípica” (FREUD 1933d).
Freud planteaba una asimetría entre el varón y la niña respecto del complejo de Edipo y
complejo de castración. ¿En qué lugar sitúa el superyó? Para ambos sexos la madre seductora es
el objeto primordial. Respecto de nuestro tema, destacamos la teorización freudiana acerca del
pasaje de la niña por Edipo/castración. Como consecuencia de la castración “consumada”
(FREUD 1925b), en la niña se produce el ingreso en el Complejo de Edipo. Para la niña, el padre
funciona en la medida en que puede sostener la ecuación simbólica (pene=hijo), dando lugar a la
simbolización de una falta.
La niña entra en el Edipo deslizándose de la madre al padre. Desde esta perspectiva, la
actitud hostil de la niña hacia la madre es la consecuencia de la rivalidad del complejo de Edipo
sino que proviene de la fase anterior, “preedípica”.
El vínculo de la niña con la madre remite a la relación con ese Otro “prehistórico,
inolvidable e inigualable” anterior a la instauración del complejo de Edipo. “Se trata de una
modalidad de lazo social en la cual no se ha producido todavía la simbolización de una falta”
(LAZNIK y otros 2006b). Lo que Freud ubica en esa “ligazón madre preedípica” (FREUD
1933d) son las consecuencias de la dependencia respecto de la madre.
En la Conferencia 33 Freud conecta la dependencia con la madre y el problema de la
paranoia en la mujer. Una paranoia propia de la histeria -no de la psicosis- que tiene como
fundamento la fantasía de ser asesinada y devorada por la madre. Frente a una falta no
simbolizada, la niña queda ubicada como objeto de un deseo que no cuenta con una significación

164
nombrable y, en este sentido, sin límite. La relación a ese Otro materno que Freud ubicaba como
“preedípico”, se instaura la dimensión de un superyó con un carácter arcaico, que señala la
prevalencia de ese goce materno enigmático e insaciable; es decir, sin el límite que introduce la
operatoria del nombre del padre.

De esta manera, Lacan inaugura una vía de investigación del superyó por fuera de la
referencia al padre; la referencia freudiana por excelencia.
Al mismo tiempo, consideramos que dicha perspectiva resulta crucial en ciertas
configuraciones clínicas que presentan gran complejidad en cuanto a su abordaje. Nos referimos a
diversas modalidades del padecimiento psíquico, de gran prevalencia en la clínica actual: “el
consumo de sustancias, los trastornos de la alimentación, los llamados “trastornos de
ansiedad”, las impulsiones, etc.” (LAZNIK y otros 2006b). En las situaciones clínicas
consideradas, el malestar no adquiere la estructura de un síntoma, mientras que la transferencia
no se organiza en términos de un saber supuesto al Otro de la palabra. Nos encontramos frente a
una puesta en acto de lo traumático, prevaleciendo tanto la angustia como las compulsiones e
impulsiones119.

Debido al acento en la identificación primaria, Melanie Klein introdujo el aún hoy


extendido concepto de superyó materno arcaico (KLEIN 1932). Desde nuestra perspectiva, Klein
pasa por alto el hecho de que, tal como Freud insistiese en múltiples ocasiones, sólo en función
del padre es posible el acceso a la identificación, que a su vez, acarrea el residuo del superyó.
De esta manera, rescatamos la articulación novedosa que introduce Lacan entre el superyó
y el Otro, pero entendemos que es necesario separar los conceptos de Otro y madre. Es decir, el
deseo del Otro y la respuesta del sujeto, aportan a la lectura del superyó. Pero entendemos que
dicha articulación no conduce necesariamente a conceptualizar un superyó, por un lado arcaico, y
por otro, ligado a la madre.
Por nuestra parte, consideramos que el concepto de superyó requiere de la referencia
paterna; tanto en la teorización de Freud como de Lacan. Retomaremos y ampliaremos este punto
en el capítulo siguiente cuando abordemos el segundo de los núcleos problemáticos del superyó:
El contrapunto entre superyó paterno y materno.

119
Para ampliar y profundizar las articulaciones conceptuales de estas configuraciones clínicas, que agrupamos bajo
el nombre de “impulsiones”, remitimos al lector a los siguientes textos: LAZNIK, D. y otros (2006). Superyó: el
malestar en la clínica. En Anuario de Investigaciones. Vol. XIV. Buenos Aires. Facultad de Psicología. UBA. y
RABINOVICH, D.S (1989): Una clínica de la pulsión: las impulsiones. Manantial. Argentina. 1989.
165
El superyó como mandato de goce
Finalmente, cuando Lacan introduce las fórmulas de la sexuación, no deja de servirse del
concepto de superyó; en dicha ocasión para interrogar el estatuto del Otro y los goces del lado
macho de las fórmulas (LACAN 1972a).
Hallamos que la formulación del superyó como imperativo de goce, enunciada pero no
suficientemente desarrollada por Lacan, se sostiene por un lado, de la conceptualización del
objeto a causa de deseo y plus de gozar del Seminario 17 (LACAN 1969), y por otro, de la
conceptualización de los goces del Seminario 20 (LACAN 1972a). Entonces, en el Seminario 20
confluyen dos movimientos:
Por un lado, la conceptualización del objeto a le permite a Lacan en el Seminario 17
distinguir entre el objeto a causa de deseo y el objeto a plus de gozar (LACAN 1969). Y a partir
de allí, entendemos que es posible considerar el superyó como uno de los modos de recuperación
de goce, es decir, plus de gozar. Lo desplegaremos en el capítulo siguiente.
De esta manera, la lectura de Lacan nos permite retomar el impasse en el dispositivo
analítico que hemos delimitado a partir de la conceptualización freudiana del superyó: aquel que
ubicamos en los deslizamientos que van: del fantasma al masoquismo moral, del síntoma
analítico al beneficio primario del síntoma y de la transferencia a la reacción terapéutica negativa.
Es decir, diversos modos de recuperación de goce que en ocasiones surgen luego de un
movimiento del análisis.
Por otro lado, hallamos otro movimiento, aquel que va del goce (LACAN 1959) a la
pluralización de los goces: goce fálico, goce del Otro y Otro goce (LACAN 1972a).
Entendemos que ésta última formulación de los goces permite releer los diversos modos de
recuperación de goce que provee el superyó que delimitamos a partir de aquí con la categoría de
goce del Otro (LACAN 1972a).

Los desarrollos previos confluyen, a nuestro entender, en la última formulación lacaniana


del superyó. Los distintos operadores le permiten a Lacan situar el superyó como rechazo de la
castración al conceptualizarlo como un modo del objeto a plus de gozar, una modalidad de
recuperación parcial de goce. De esta manera, se establece un contrapunto con el postulado del
superyó como una barrera frente al goce al teorizarlo como la instancia que ordena gozar
(LACAN 1972a).
Retomaremos esta cuestión cuando abordemos en el capítulo siguiente la disyunción entre
el superyó bifronte freudiano y el superyó lacaniano como mandato de goce. Entendemos que

166
Lacan establece un contrapunto con el planteo de Freud que proponía que el superyó es una
instancia que exige la renuncia, y que a la vez, se satisface en dicha exigencia. De allí que Lacan
afirme en el Seminario 20 que el superyó ordena gozar (LACAN 1972a)120. Desde la perspectiva
de Lacan el superyó no limita la satisfacción de la pulsión.
A partir de estas cuestiones consideramos que la propuesta de Lacan de un superyó definido
como imperativo de goce intenta modificar el planteo freudiano respecto del superyó bifronte. En
ese sentido, no habría un superyó normativizante para Lacan. La norma se introduciría mediante
el nombre del padre y el falo, y el superyó se constituiría como resto de dicha operatoria.
Destacamos nuevamente, que dicha operatoria de normativización se produce en la coyuntura del
Edipo –nos estamos refiriendo en este punto a las neurosis-. De esta manera, el nombre del padre
y el falo son los conceptos que “ordenan” el pasaje del niño por dicho aparato de
normativización, donde se simboliza la falta. En ese contexto conceptual, el superyó es el resto de
dicha operatoria, es decir, el residuo de la simbolización de la falta. A partir de aquí, es posible
fundamentar que el superyó no solo que no es previo al Edipo, sino que requiere del Edipo para
poder constituirse. Y aún así, es posible considerarlo como una instancia cruel121.

Una vez separado el superyó de dichos conceptos –padre y falo-122, es posible situar la
exigencia de satisfacción (FREUD 1923) en términos de una coacción de la ley. Ya no la ley que
pacifica sino el punto incomprendido de la ley123. De este modo, es posible recuperar los

120
Los planteos posfreudianos se ordenan principalmente a partir de la vía en la que el superyó sería una instancia
que limitaría la satisfacción pulsional.
121
En este sentido, consideramos que Lacan, por un lado, retoma la crueldad que Melanie Klein había ubicado en la
instancia superyoica al articularla a la pulsión de muerte. Y por otro, continúa con la idea de ciertos autores
posfreudianos -de los cuales destacamos a Jones- que insistieron en la constitución del superyó en el marco del
Edipo. Es decir, Lacan retoma el planteo freudiano del superyó cruel y heredero del complejo de Edipo. Para ello,
retorna a la conceptualización freudiana de una de las dimensiones del superyó, aquella que hemos delimitado como
“cruel”. Y la desarrolla extrayendo los acentos que pusieron Klein y Jones en la lectura de Freud: la pulsión de
muerte y la intuición de no descartar el Edipo para considerar la constitución del superyó.
122
En este punto estamos destacando los conceptos de padre y falo, pero incluimos también el ideal del yo que
hemos ubicado en la primera sección de la Tesis -dedicada a la teorización freudiana- cuando trabajamos el pliegue
conceptual que realiza Freud entre el superyó y el ideal del yo.
123
Hallamos muy iluminador el texto de Agamben Estados de excepción para ubicar el punto incomprendido de la
ley, es decir, aquello que queda situado como excepción a lo comprendido en los principios que ordenan un campo.
En ese sentido, Agamben destaca que la instauración de un principio supone un acto que excede la lógica y la
regulación de aquellos principios que el acto mismo instaura.
167
desarrollos acerca de la ley y el superyó que anticipaban el lugar del superyó respecto del goce
del Otro, es decir, allí donde no opera lo simbólico.
Entendemos que la pluralización de los goces permite articular y distinguir los conceptos de
fantasma, superyó y posición del analista. La satisfacción fantasmática se delimitaría a partir del
goce fálico -es decir, el fantasma provee una medida y articula los dos lados de las fórmulas de la
sexuación- (LACAN 1972a). En cambio, el superyó se ordenaría respecto del goce del Otro. Y
habría una dimensión de la posición del analista que se delimitaría a partir del Otro goce, es
decir, el lado femenino de las fórmulas.

Retomaremos estas diversas cuestiones en el capítulo siguiente cuando abordemos los


núcleos problemáticos del superyó, más específicamente: El superyó como imperativo de goce y
la posición del analista.

Recapitulando, al retomar el concepto de superyó a partir de estos cuatro nuevos operadores


-los tres registros, el objeto a, el gran Otro y los goces-, Lacan puede indagar, de un modo
diverso a Freud, la incidencia del superyó en la determinación de los obstáculos, impasses y
reformulaciones del dispositivo analítico.
De esta manera, la conceptualización lacaniana del superyó a partir de estos cuatro nuevos
operadores permite, por un lado, esclarecer el modo mediante el cual el superyó introduce un
impasse en la teorización freudiana del dispositivo analítico; y por otro, indagar una serie de
núcleos problemáticos que son posibles de recortar a partir de la formulación lacaniana del
superyó y el dispositivo analítico: la discusión que se establece entre la conceptualización
freudiana y lacaniana del superyó respecto de la ley y los mandatos; el contrapunto entre superyó
paterno y materno; el estatuto del objeto voz y su incidencia en la alucinación, el superyó, el
fantasma, las modalidades sádica y masoquista de la perversión y la posición del analista; el
superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica, y finalmente, el superyó como
imperativo de goce y la posición del analista.
Ahora abordaremos estas cuestiones que se desprenden de la problematización de la
conceptualización lacaniana del superyó y el dispositivo analítico.

168
CAPÍTULO 8

NÚCLEOS PROBLEMÁTICOS DE LA CONCEPTUALIZACIÓN LACANIANA


DEL SUPERYÓ Y EL DISPOSITIVO ANALÍTICO

Por nuestra parte, hallamos una serie de núcleos problemáticos inherentes a la lectura que
realiza Lacan del superyó y su incidencia en el dispositivo analítico. Destacamos los siguientes
núcleos de problemas:
-Ley y mandato en la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó;
-El contrapunto entre superyó paterno y materno;
-El objeto voz como fundamento de la alucinación, el superyó, el fantasma y las
modalidades sádica y masoquista de la perversión, y la posición del analista;
-El superyó como imperativo de goce y la posición del analista;
-El superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica.

169
8.1. Ley y mandato en la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó
Consideramos que la discusión en torno de la ley y los mandatos indaga el estatuto de lo
simbólico, la herencia, la pregunta por la crueldad y el imperativo categórico articulado a la
pregunta por la ética del psicoanálisis.

De la continuidad freudiana a la disyunción lacaniana


Por un lado, Freud propone al superyó como heredero del complejo de Edipo, y de este
modo sitúa una dimensión del superyó como interiorización de la ley (FREUD 1924).
Por otro lado, Lacan aborda el superyó bajo la forma del Tú eres el que me seguirás
(LACAN 1955a). Con dicha propuesta Lacan conceptualiza, por un lado, la constitución del
sujeto y su inclusión en una cadena de generaciones, y por otro, la abolición del sujeto como falta
en ser y la coacción de la ley, es decir, el mandato superyoico (LACAN 1955a).
En la primera sección de la Tesis hemos situado el modo en que Freud plantea una
continuidad entre el padre como agente de la prohibición del incesto (FREUD 1924b) y el
superyó como heredero del complejo de Edipo (FREUD 1923). En este punto, Freud amalgama
los conceptos de superyó y padre124.
Ahora bien, hallamos que desde la perspectiva de Lacan, en un principio, la ley y el
superyó, no se presentan en continuidad, sino en disyunción: En los desarrollos del Tú eres Lacan
no plantea una continuidad sino la instauración de la ley y su punto de inconsistencia. En ese
sentido, el superyó no sería la instancia psíquica a partir de la cual se garantizaría el
funcionamiento de la ley, sino más bien, la instancia que testimoniaría acerca del aspecto
coercitivo de la ley. El superyó conduciría entonces, no a la falta en ser, sino a la consistencia del
ser: el ser del masoquismo –que Lacan ubica como el sentido asociado al goce (LACAN 1972a).
En esta línea, la injuria del superyó se presenta como “una palabra de odio que nombra al
ser” (LAZNIK 2004) sin equívoco mediante. Con la lectura de Lacan, estaríamos precisando
aquello que Freud nombra en Más allá del principio de placer (1920) como un destino ineludible
(FREUD 1920). En ese sentido, el superyó escribe un destino para el sujeto. Ubicamos allí el
sadismo del superyó frente al masoquismo moral del yo. Se trata de una dimensión del
padecimiento donde el encierro en una palabra escribe un destino no equívoco.
Una salida posible de dicho destino sería la vía del humor. Freud recuerda la situación del
condenado a muerte llevado al cadalso, quien cuando va camino del lugar de su ejecución

124
En este sentido, la segunda tópica retoma y complejiza los desarrollos de la metapsicología acerca del concepto de
“padre”, principalmente, la teorización de Tótem y tabú (1913) donde Freud articula el padre al tótem, pero también
al tabú.
170
comenta: "Pensar que hoy es lunes, linda manera de empezar la semana" (FREUD 1905b). En
este punto, el humor permite salir del lugar de objeto de la compasión, un nombre del superyó. Lo
abordaremos luego.

Ahora bien, cuando Lacan trabaja la frase “tú eres el que me seguirás” para conceptualizar
la constitución del yo (je) a partir del registro simbólico, indica que se requiere de una operación
de lectura (LACAN 1955a). Es decir, el sujeto realiza una lectura de aquello que lógicamente lo
antecede. De esta manera, Lacan postula la necesidad de un Tú antes que un yo.
Entonces, Lacan delimita la función del Tú de dos modos posibles:
“Tú eres el que me seguirá(s)” con “s”: En este caso, hay inscripción del sujeto en una
cadena de generaciones -y producción de la deuda concomitante-125; o bien,
“Tú eres el que me seguirá” sin “s”: En este segundo caso, Lacan propone ubicar la
alienación del sujeto al Tú, sin resto. De esta manera, se trata de una lectura superyoica de la frase
Tú eres el que me seguirá(s) allí donde el sujeto no puede sino obedecer. Por ende, conlleva la
ausencia de la división del sujeto.
En definitiva, se trata de dos frases homofónicas respecto de las cuales se requiere de una
operación de lectura126.

En conclusión, en los años de los Seminarios 3, 4 y 5 Lacan distingue ley y superyó. Es


decir, separa la frase que delega y produce al sujeto dividido, de la frase superyoica que opera
como un mandato. De esta manera, pensamos que no hay continuidad sino disyunción entre el
padre y el superyó en cuanto a la transmisión, tal como la teoriza Lacan.
De esta manera, el superyó es consecuencia de la operatoria paterna pero no en el sentido
de garantizar la prohibición del incesto. No es la instancia que garantiza la función del padre
como agente de la prohibición. Sino que el superyó surge como resto de la operatoria paterna. Y
agregamos que en este punto, es novedoso que Lacan plantee que la frase deviene superyoica de
acuerdo a cómo se la escucha.
Lacan inaugura una nueva vía para investigar los efectos del superyó en la clínica al
desplazarse del superyó como instancia (FREUD 1923a) al superyó como resultado de una
operación de lectura…del sujeto (LACAN 1955a).

125
En Tótem y tabú (1913) Freud lo llamaba sentimiento inconsciente de culpa por matar al padre, que permite la
inclusión del sujeto en una cadena de generaciones.
126
En este punto, también es posible ubicar el “seguirás” que delimita el superyó en las neurosis, en su distinción con
el “seguirá” que sitúa la injuria alucinatoria.
171
Estos desarrollos marcan un corte con los planteos freudianos, es decir con sus respuestas.
Pero al mismo tiempo, son el modo de retomar sus preguntas: ¿Cómo se pasa del superyó
protector al superyó cruel? ¿Por qué se vuelve sádico el superyó? (FREUD 1923a).
En definitiva, este registro simbólico del superyó le permite a Lacan recrear la pregunta
freudiana por la crueldad y la herencia y construir una respuesta diversa a la de Freud. Lacan
ubica en el centro del problema la categoría de sujeto, la operación de lectura y la disyunción
entre el padre y el superyó.

La vía de la ética
En el Seminario 7 y en el Escrito Kant con Sade (1966), Lacan vuelve a retomar estas
cuestiones e inaugura nuevas vías que entendemos permiten profundizar estos desarrollos. La
nueva vía, es la ética.
Ubicaremos que en este segundo momento, ya no es tan clara la disyunción entre ley y
superyó, y sin embargo, tampoco se trata de una continuidad tal como se presentaba en Freud. El
problema se reformula en términos de la ética del psicoanálisis:
¿La ética del psicoanálisis es la ética que instaura el Edipo -en tanto el superyó es el
heredero del complejo de Edipo-? Dicho de otro modo: la ética del psicoanálisis, ¿es una ética
centrada en la función del superyó? Nos referimos a que si Freud propone al superyó como
heredero del complejo de Edipo, y en ese sentido, el superyó releva la función del padre como
agente de la castración: ¿La clínica psicoanalítica tendría que ordenar sus horizontes de acuerdo a
las premisas que introduce el superyó –limitación de la satisfacción pulsional, y a la vez,
satisfacción en la prohibición misma-?

A Freud no se le escapa este problema, y por ello, ubicamos también en la obra freudiana
un planteo en relación a la articulación del superyó y la ética. Freud lo aborda, por un lado, con
los desarrollos iniciales de la segunda tópica. Es decir, en los textos de los años 1923-26 –que ya
hemos trabajado-. Y por otro, con su propuesta de El malestar en la cultura (1930).
Ahora situaremos dicha propuesta freudiana de los años 30, y luego, abordaremos la
pregunta por la ética y su articulación al superyó en el Seminario 7 y en el Escrito Kant con Sade
(1966).
De esta manera, desarrollaremos la segunda lectura que realiza Lacan de la articulación
entre ley y superyó, en esta ocasión, en términos de la ética del psicoanálisis.

172
El programa del principio de placer: su búsqueda, su imposibilidad, y la exigencia de renuncia
En El malestar en la cultura (1930) Freud retoma estos problemas a partir de su incidencia
en la ética. El eje que atraviesa todo el texto es la imposibilidad de alcanzar la felicidad. Freud
ubica que la búsqueda de la felicidad consiste, por un lado, en buscar satisfacciones, y por otro,
en evitar el displacer. En ese sentido, dice que “tanto un aspecto como el otro son simplemente el
programa del principio del placer” (FREUD 1930). Es decir, Freud ubica un “programa”, el
principio de placer, aquello que rige al aparato psíquico.
Sin embargo, Freud no se detiene allí y agrega que “El programa que nos impone el
principio de placer, el de ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito -más bien: no es posible
resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento” (FREUD 1930).
Entonces, inscribe la búsqueda de felicidad dentro del programa del principio del placer 127, y
agrega que, por un lado es irrealizable. En este punto, Freud permite leer allí un imposible. Y por
otro, no es posible resignar la búsqueda.
Destacamos que Freud no define la felicidad –cuestión que se ha realizado en muy diversas
ocasiones- sino que ubica, en sus propios términos, el rasgo común que tienen las distintas
definiciones de felicidad conceptualizadas por la filosofía: el principio de placer.

Tal como Freud señala, es imposible evitar el displacer, y a la vez, es imposible evitar la
búsqueda que se inscribe en el programa del principio de placer. La cultura impone renuncias
pulsionales, pero ilimitadas, es decir, el superyó pide más y más renuncias y se satisface en ellas
(FREUD 1930).
En este punto, Freud pasa a las distintas respuestas que la cultura ha creado para abordar, o
bien la búsqueda de satisfacción, o bien, las renuncias a la satisfacción con el fin de alcanzar la
felicidad. Se destaca el amor. Y en esa línea, Freud ubica la religión; una respuesta ante lo
irrealizable del programa.
Frente al amarás al prójimo, como a ti mismo, solución que se pretende universal, Freud no
pierde el eje: “la cultura lleva inevitablemente a la renuncia” (FREUD 1930). Para Freud las
otras perspectivas son correlativas de la desmentida de aquello que se halla en el fundamento del
fracaso del principio de placer.
Es en este punto, donde Freud recurre al problema de la ética. Allí donde lo concierne la
desmentida más allá del principio del placer (FREUD 1920) que opera como fundamento de los
diversos planteos éticos existentes hasta él.

127
Dejamos señalado que luego va a ubicar, en este mismo texto, el programa del superyó.
173
El superyó es el modo mediante el cual Freud aborda la cuestión del mal. Desde la
perspectiva freudiana, es lo mismo hacer que desear –en cuanto al superyó-. En este punto Freud
se separa de la ética tradicional que se rige por un obrar respecto de la felicidad, pero en
definitiva, por aquello que el sujeto realiza128.

Del desvalimiento al discernir entre el bien y el mal


¿Cómo discernir una ética si para el superyó es lo mismo desear que hacer? (FREUD
1930a) Aquí Freud responde brillantemente recuperando antiguos desarrollos: Hay un sólo
motivo, fuente de todos los motivos morales: “el inicial desvalimiento del ser humano es la
fuente primordial de todos los motivos morales" (1895b). En este punto, Freud articula el
desvalimiento, la dependencia del Otro de los primeros cuidados y el grito que el Otro significa
como un llamado, es decir el lenguaje. Se trata en ese sentido de los fundamentos del superyó
(LAZNIK y otros 2006b).
En este punto, si bien Freud distingue la angustia frente a la posibilidad de la pérdida de
amor, de la angustia frente al superyó (FREUD 1930), ahora destacaremos la angustia frente a
la pérdida de amor. ¿Por qué? Porque Freud define el mal como aquello por lo cual el sujeto es
amenazado –en cuanto a la pérdida de amor-.
De esta manera, el mal se delimita a partir del desvalimiento. Y luego, pero recién allí, será
posible el discernimiento del bien y del mal. Consideramos que esta es la condición de
posibilidad de una ética freudiana. En este sentido Freud ubica el amor en un lugar crucial. No
sólo como una solución al sufrimiento, sino en la definición misma de un sujeto ético129.

128
Dejamos señalada la diferencia que abordaremos luego entre aquello que el sujeto realiza, y la realización del
sujeto en el plano de la ética.
129
Freud no tomó el camino de la desmentida, y por ello, sostiene que el programa del principio del placer es
imposible. Sin embargo, “todas las soluciones de Occidente tienden a restaurar la ilusión de un padre que nos
salve. La solución que se impone a nivel universal es la religión y esto remite, sin duda, específicamente al
Cristianismo, quien sitúa el sufrimiento en relación a la culpa, al mal moral. Se nombra como pecado al sentimiento
con el cual se identifica el mal, y la solución es sacrificial. Lacan se pregunta si el psicoanálisis nos va a dejar
detenidos en la misma dialéctica del sacrificio o no. Lacan dice en el Seminario VII, que la solución frente a esto ha
sido que se sacrifique a alguien que cargue con la culpa de todos, y es así como él explica la función de la muerte de
Dios en el cristianismo. Esto es central ya que Freud dice haber inferido el mito del parricidio de “Tótem y
Tabú” tomando como fuente el Cristianismo. Esto implica que Freud no pone el acento en la muerte del Hijo sino
en la muerte de Dios. Freud pone el acento en Dios y hace equivaler Dios a Padre (BENJAMÍN 2003). Si bien
Freud critica la solución que provee la religión, en este punto ubica Tótem y Tabú en la serie de la religión. Por eso
en el Seminario XI Lacan dice que la idea de que Dios haya muerto no modifica nada, ya que no se trata de una
nueva solución, porque el cristianismo ya había escenificado esta cuestión mejor que cualquier intento previo.
174
Ahora situaremos porqué Freud queda en el umbral de plantear una nueva ética”
(BENJAMÍN 2003).
Ubicadas estas cuestiones Freud puede acuñar una nueva definición de la ética: “El superyó
de la cultura ha plasmado sus ideales y plantea sus reclamos. Entre estos, los que atañen a los
vínculos recíprocos entre los seres humanos se resumen bajo el nombre de ética. En todos los
tiempos se atribuyó el máximo valor a esta ética, como si se esperara justamente de ella unos
logros de particular importancia. Y en efecto, la ética se dirige a aquel punto que fácilmente se
reconoce como la desolladura de toda cultura. La ética ha de concebirse entonces como un
ensayo terapéutico” (FREUD 1930).

La ética como un ensayo terapéutico: el superyó, razón de su fracaso


La ética como un ensayo terapéutico, tal la definición freudiana.
¿A qué se refiere Freud con que la ética se dirige a aquel punto que fácilmente se reconoce
como la desolladura de toda cultura? Pensamos que Freud propone que la ética, consiste en un
ensayo terapéutico que intenta resolver lo que la cultura no resolvió.
¿De qué manera? Freud continúa: “La ética ha de concebirse entonces como un ensayo
terapéutico, como un empeño de alcanzar por mandamiento del superyó lo que hasta ese
momento el restante trabajo cultural no había conseguido” (FREUD 1930). Consideramos que
Freud se refiere a que la ética utiliza al superyó para resolver el malestar que la religión no
alcanza a resolver.
Sin embargo, Freud no se engaña. El superyó tampoco lo resuelve: el sujeto no se libra del
malestar ni siquiera cuando renuncia a la pulsión, porque al decir de Freud, el superyó se
satisface en la renuncia misma (FREUD 1930). El malestar no sólo no se atempera con la
renuncia sino que se incrementa. De esta manera, podríamos decir que si bien Freud ubica los
fundamentos del sujeto ético, la nueva perspectiva que aporta respecto de la ética consiste en que
ésta es un intento de solucionar un imposible inaugural. Freud ubica al superyó en dicho intento
de solución fallida.

Nuevamente la ética: la ley a partir del encuentro de Kant con Sade


Hallamos que en el Seminario 7 y en el Escrito Kant con Sade (1966) Lacan se interroga
respecto de este problema y a nuestro entender problematiza el tema y abre nuevas vías de
interrogación. Es decir, leemos que desde los desarrollos de estos textos es posible volver a
indagar la articulación entre la ley y la función del superyó. Ya no desde la propuesta freudiana

175
de la continuidad, tampoco de la lacaniana de la disyunción, sino desde la pregunta, ahora
lacaniana, por la ética.
Ubicamos el nuevo intento de Lacan por interrogar este problema a partir de una frase
central de Kant con Sade (1966) donde dice que la ley del superyó es la ley que se produce a
partir del encuentro de Kant con Sade (LACAN 1966c).
¿A qué nos referimos? Según Lacan, que se haya formulado la ley desde la perspectiva de
la articulación de Kant con Sade –a continuación explicaremos este punto-, le permite a Lacan
decir que la ética del psicoanálisis, es decir la relación entre el decir y la ley, no sigue ni la ética
kantiana ni la aristotélica.
Pensamos que Lacan se refiere a que una cuestión es plantear la ética desde la
conceptualización de Kant o Aristóteles, y otra perspectiva muy distinta -la que propone Lacan-
es considerar la ética kantiana a partir de Sade. Es decir, a partir de la verdad que Sade revela de
la teoría de Kant (LACAN 1966c).
¿A qué nos referimos con que Sade revela la verdad kantiana? Al decir de Lacan, Freud
enuncia el principio de placer pero no en el sentido tradicional de la ubicación del placer y la
felicidad en la ética aristotélica –hemos ubicado el programa del principio de placer-.
Kant y Sade son la condición de posibilidad de la teorización freudiana. La articulación de
Kant con Sade, según Lacan, es necesaria para considerar la obra de Freud, en tanto ahí se
produce un giro crucial en toda la historia del pensamiento occidental respecto de la ética
aristotélica (LACAN 1966c).
Ubiquemos brevemente los antecedentes filosóficos que nos permitan situar la lectura de
Lacan.

Aristóteles y la felicidad
Aristóteles deja el deseo por fuera de su consideración ética porque en su teoría la ética
tiene que ver con el conocimiento práctico. Se trata de una ética de fines. Y Lacan destaca la
distancia que hay entre concebir una ética finalista como la de Aristóteles y una ética no finalista
como la de Freud. Entonces, en ese sentido, Lacan ubica entre Aristóteles y Freud, la ética
kantiana de la que Sade extrae su verdad (LACAN 1966c).
La ética de Aristóteles consiste en la ética del amo antiguo, donde la parte superior del alma
debe dominar a la parte inferior constituida por las pasiones. Para Aristóteles entonces, solo es
posible incluir el deseo en la ética si el deseo adopta un estatuto ético a partir de su domesticación
con una pedagogía (ACKRILL 1984). Es decir, el único modo que tiene Aristóteles de incluir el
deseo en una ética es hacerlo entrar en el campo de la razón por la vía de la educación.

176
En este sentido, en la teoría aristotélica el virtuoso es el que obedece este plan de la razón
que permite dominar el deseo y obtener el bienestar. Y, por lo tanto, es quien puede alcanzar el
fin último de la ética: la felicidad (ACKRILL 1984).
El fin último de ética aristotélica es la felicidad. Se trata de un principio de la filosofía
clásica, Aristotélica. Es decir, que el placer y la felicidad constituyan el supremo Bien hacia
donde todo sujeto se dirige (ARMSTRONG 1974).
En cambio, en la teoría de Freud, Lacan deduce una ética en la cual se encuentran el placer
y la función del deseo. Allí donde el deseo puede ir en contra del placer.

El giro cartesiano
En segundo lugar, la reflexión de Kant se inscribe en el giro de Descartes en cuanto al
desplazamiento de la certeza de Dios al sujeto (KAROTHI 1996).
Lacan trabaja el movimiento previo que prepara los desarrollos kantianos. A tal paso
previo, que constituye un giro, lo denominamos: el giro en la ética de Descartes (HAMELIN
1949). Dicho viraje en la ética cartesiana consiste en la emancipación del Otro del dogma
cristiano -el Otro ubicado en la figura de Dios-.
A este Dios, Lacan lo llama el "Dios de los filósofos" (LACAN 1968). Dicho Dios es una
garantía para el establecimiento de un sistema deductivo. No es el Dios de la fe de la religión.
Es decir que el giro ético de Descartes consiste en realizar una suerte de transferencia del
ser. En este sentido, la certidumbre ya no parte de Dios sino del sujeto. El ser no está más del
lado del Dios cristiano sino del lado del sujeto, entendiendo que el sujeto cartesiano, debido a sus
operaciones, se halla vaciado de todos los sentimientos y los pensamientos.
Por ello, Lacan enuncia que el sujeto freudiano es el sujeto cartesiano (LACAN 1965).130
El método cartesiano consiste en la duda metódica. Con la duda se adquiere la certeza de la
duda. Por tal razón, Lacan ubica allí el sujeto de la certeza (LACAN 1963).

130
En La ciencia y la verdad (1965) Lacan plantea que el sujeto es el sujeto cartesiano, es decir, el sujeto del cógito.
En este sentido, Lacan dice que el campo freudiano solo es posible luego de la emergencia del sujeto cartesiano
porque la ciencia moderna empieza después del paso inaugural dado por Descartes. Entonces, hallamos en este punto
dos propuestas de Lacan:
1. La ciencia empezó con Descartes (LACAN 1965). Esta es la tesis que Lacan adopta de Koyré (KOYRE 1977).
2. El sujeto del psicoanálisis es el sujeto cartesiano (LACAN 1965). Este planteo establece una analogía entre Freud
y Descartes en el sentido de que el sujeto de un análisis es cartesiano. Lacan empieza señalando que el psicoanálisis
aborda al sujeto como sujeto dividido, el sujeto de la Spaltung (FREUD 1940). División que ocurre porque la
realidad se constituye a partir de un rechazo -tanto para el discurso de la ciencia como para la neurosis-. De esta
manera, a partir de lo rechazado, Lacan conecta el sujeto de la ciencia con el sujeto del psicoanálisis.
177
Este movimiento le permite a Descartes desprenderse de la certeza que viene de Dios. Es
decir, realiza una transferencia del ser. En este sentido, la certidumbre ya no parte de Dios sino
del sujeto.
Sin embargo, igualmente necesita inventar un Dios que no engañe -nuevamente el Dios de
los filósofos-. ¿Para qué? Descartes reintroduce al Dios que no engaña para no caer en el mismo
problema que Sexto Empírico y Pirrón de Elis, los escépticos griegos (ARMSTRONG 1974).
Ambos dos, habían postulado que se puede dudar de todo, y por ende, no es posible avanzar más
allá de ello.

Retomamos entonces: Si Dios era el origen de la certidumbre, a partir de Descartes, que


anuncia el giro de Kant, el origen de la certidumbre queda centrado en el sujeto. Por eso el giro
ético de Descartes consiste en la emancipación, por parte del sujeto, del Otro del dogma cristiano.
Quiere decir que esta emancipación del Otro del dogma cristiano cambia algo en el plano de las
normas: el cogito, que emancipa al sujeto del Otro, le da al mismo tiempo la carga de garantizar
su certidumbre. Por eso es que con el cogito empieza lo que se podría llamar la
autodeterminación. En este sentido Kant continúa claramente este giro ético de Descartes.

Kant entre el bien y el bienestar


Ahora bien, el problema del cogito es que, al mismo tiempo que emancipa al sujeto del
Otro, lo carga con la tarea de garantizar su certidumbre.
Entonces, en tercer lugar, esta preocupación que nace en el giro cartesiano, reaparece en
Kant en su distinción entre lo condicionado y lo incondicionado. En la Crítica de la razón
práctica Kant distingue entre el "whol" y el "guten". Es decir, entre el bienestar, que depende del
gusto o subjetividad, y el bien como valor.
A partir de esta distinción, la acción moral entonces debería apartarse del bienestar ya que
dicha acción no puede valer por lo que produce sino por la ley misma, lo incondicionado -el bien
que implica esa misma universalidad-.
De este modo, la definición kantiana de la acción moral sería: actúa de modo tal que la
máxima de tu acción pueda ser considerada como una máxima universal. Es decir, se plantea de
un modo que a primera vista no resulta problemático. Nos referimos a que no es evidente que la
enunciación de la ley de esta manera sea problemática.
Y sin embargo, Lacan destaca que "su peso no aparece sino por excluir, pulsión o
sentimiento, todo aquello que puede padecer el sujeto en su interés por un objeto, lo que Kant

178
por eso designa como patológico" (LACAN 1966c). Entendemos que Kant designa como objeto
patológico a los objetos del bienestar.
Para Kant el objeto del deseo y todo lo que gira en torno de la felicidad no pueden
constituirse como un imperativo moral porque no dan como resultado lo que le interesa a Kant,
que es la universalidad, porque esas máximas son subjetivas.
Si seguimos la ética de Aristóteles, según la cual el fin último es lograr la felicidad, donde
el bien se confunde con el bienestar, entonces no podemos constituir una universalidad porque lo
que es objeto de bienestar para uno puede no serlo para otros. Aún más cuando se sigue la lógica
de la felicidad en el mal, cuando no sólo el problema es que lo que es objeto de bienestar para
uno puede no serlo para otro, sino que también se puede estar bien en el mal o mal en el bien.

Entonces, la subversión ética de Kant, preparada por la argumentación de Descartes, es la


separación entre el bien y el bienestar.

Kant con Sade


Retomamos. Dijimos que Lacan destaca de la enunciación kantiana de la ley que su peso no
aparece sino por excluir, pulsión o sentimiento, todo aquello que puede padecer el sujeto en su
interés por un objeto, lo que Kant por eso designa como patológico.
Si damos un paso más, hallamos que Lacan afirma que La filosofía del tocador (1796)
"aporta la verdad de la Crítica" (LACAN 1966c), la Crítica de la razón práctica (1788) de Kant.
¿En qué sentido? Lacan subraya que, "para justificar las posiciones de lo que puede
llamarse una suerte de antimoral", lo que la obra del marqués de Sade propone, son
"exactamente los criterios kantianos" (LACAN 1959) es decir, erigir como "máxima universal de
nuestra acción el derecho a gozar de cualquier prójimo como instrumento de nuestro placer"
(LACAN 1959).
En efecto, "si se elimina todo elemento de sentimiento de la moral (...) en su extremo, el
mundo sadista es concebible - aún cuando sea su envés y su caricatura - como una de las
realizaciones posibles de un mundo gobernado por una ética radical, por la ética kantiana tal
como ésta se inscribe en 1788" (LACAN 1959).
De este modo, entendemos que es posible leer la ética kantiana como una ética sacrificial
porque se desarrolla sacrificando todos los objetos del bienestar. Y al sacrificar todos los objetos
del bienestar el sujeto queda en soledad frente a la ley. No frente a los contenidos de una ley, sino
a la forma de una ley.

179
De esta manera, una acción se define como una acción moral si es acorde al imperativo
categórico kantiano: "obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se
torne ley universal" (KANT 1785). El obrar moral surge cuando el sujeto desea que el principio
de su querer se transforme en ley válida para todos. Kant está diciendo que nadie debe convertirse
en excepción.
Se trata de cumplir con lo que la ley ordena. Con lo cual vemos que la pretensión de Kant
de borrar todos los objetos, en tanto objetos de bienestar, deja sometido al sujeto a un único
objeto, una voz que ordena.
En este punto, Lacan recupera los desarrollos freudianos sobre el superyó y plantea que
efectivamente se trata de la voz del superyó. En ese sentido, no es casualidad que Freud
identifique en diversas ocasiones el superyó con el término kantiano: imperativo categórico
(FREUD 1923, 1924a). En ese sentido, Freud dice: “ahora el superyó, la conciencia moral eficaz
dentro de él, puede volverse duro, cruel, despiadado hacia el yo a quien tutela. De ese modo, el
imperativo categórico de Kant es la herencia directa del complejo de Edipo” (FREUD 1924a).
Y tampoco es extraño que a partir de estos desarrollos Lacan comience a ubicar la voz como
un objeto (LACAN 1962).

Pero además, la fórmula del imperativo categórico anuncia que se trata del cumplimiento
ciego de una orden. El mandato del superyó no admite ningún tipo de pretextos para eludir su
cumplimiento. Por ello es la perfecta encarnación del imperativo categórico kantiano. Como se
advierte, este mandato puro de toda presencia de lo patológico exige lo imposible, de ahí su
carácter obsceno y feroz.
Entonces, cuando quedan vaciados todos los objetos de bienestar, se produce la relación
con una ley que coacciona a un cumplimiento ciego. Entendemos que Lacan apunta a que la ley
planteada de esta manera es superyoica. En definitiva, es el sentido moderno de la ley, aquel que
instala Kant.
Es en este sentido que Lacan va a afirmar que la verdad de la pureza kantiana está en Sade.
En el Seminario de La ética Lacan señala que, a pesar de su desprendimiento de lo patológico,
Kant no puede dejar de señalar el correlato la ley moral: el dolor.
Aquí Kant converge con el Sade de La filosofía en el tocador, y “da la verdad de
la Crítica" (LACAN 1966c). Sade permite leer que el mal radica en la pureza de la ley misma.
Esclarece así la verdad del pensamiento moral de Kant: la crueldad esencial del Otro a quien es
referida la ley.

180
En efecto, la ley moral, en tanto exige el atravesamiento del placer y el bienestar del sujeto,
no puede concebirse sin una violencia ejercida sobre él, para mayor goce del Otro y, finalmente,
del sujeto. Esta ley no es la del principio del placer: en La filosofía en el tocador Sade propone
como regla de la sociedad absolutamente republicana que la abolición de la propiedad del hombre
sobre el hombre vaya hasta la de cada uno sobre uno mismo y que el derecho al goce sea
reconocido sin límites.
El aspecto novedoso de Sade consiste en esto: allí donde los libertinos se contentan con
promover la no obediencia a la ley moral establecida afirmando que "se puede tener placer, no
está prohibido", Sade franquea el límite del placer y propaga una ley moral más severa todavía
que aquélla que coarta los placeres. Su orden es: "se debe gozar, es una obligación".
En ese sentido, es claro entonces que el primero de los principios kantianos está presente en
Sade: el rechazo por todo lo patológico, la renuncia a los sentimientos y la sumisión al imperativo
de gozar. Lo mismo puede decirse respecto del segundo, el carácter incondicional del mandato,
pues es la Naturaleza aquí, el Otro universal, quien exige el goce y el sujeto no es sino un mero
instrumento apático que debe ejecutar esa orden.
Sade revela así la verdad de Kant: el lado cruel del Otro de la ley que ordena el sacrificio de
todos los sentimientos en nombre de la pureza del imperativo categórico.
Pero lo fundamental, no es que Sade permite puntuar a Kant. Lo crucial es que la verdad
que Sade revela en Kant permite retornan a un fundamento del psicoanálisis planteado por Freud:
el rasgo fundamental del sujeto del inconsciente es su división. Porque más allá de la búsqueda
del placer, del bienestar, está determinado por un imperativo que le ordena el goce sin
consideración alguna por su bien. Este mandato llega incluso hasta el extremo de que cuando el
sujeto renuncia a la satisfacción pulsional mortífera en nombre de la sensatez o el amor al
prójimo, la pulsión se vuelve contra generando el sentimiento inconsciente de culpa. El sujeto,
pese a sus sacrificios, no puede renunciar al goce, es decir, al mal: cuando lo hace, el superyó
acumula ese goce que él rechaza y bajo la forma del imperativo categórico kantiano, lo considera
culpable.
Y aún más, portador de este "sentimiento inconsciente de culpa", el sujeto experimenta la
necesidad de expiación para obtener con ella el goce de ese mal radical que es el castigo.
Este último es la manifestación del denominado destino, concebido por Freud como una de
las manifestaciones más características del superyó. Es así como el imperativo categórico aparece
en Freud como la forma más radical de la satisfacción, la de la pulsión de muerte.

181
Recapitulando, en la ética de Aristóteles el máximo Bien es la felicidad, o sea el máximo
bienestar. Hay una identificación entre el bien y el bienestar. En cambio, la ética kantiana es
sacrificial y sacrifica los objetos del bienestar. Para Kant la ética consiste en separar el bien del
bienestar, cosa que no está separada en la ética de Aristóteles.
La separación del bien y del bienestar en Kant es el giro fundamental en tanto la ley como
bien no se confunde con el bienestar. Más aún, el sujeto queda enfrentado a la ley como
imperativo categórico, en tanto que hay una renuncia a todos los objetos del bienestar. Lo que
Kant dice es que no es por la satisfacción que se produce que hay que aceptar la ley. Hay que
aceptar la ley por su estructura imperativa, se trata de un mandato.
Y a este imperativo kantiano -o categórico- Lacan lo empareja con el imperativo sadiano,
en tanto este imperativo comanda el goce.

El superyó entre lo incomprendido de la ley y la ley kantiana


De estos desarrollos de Lacan se desprende para nosotros que esa no es la única función de
la ley, y que en todo caso, aquello sería el superyó. De este modo, se allana el camino para
interrogar la articulación entre la ley, el superyó y la ética en Lacan. ¿Cómo sería una ética que
no se reduzca al superyó?
Hemos ubicado la amalgama en torno de la ley y el superyó en Freud, cuestión que se
extiende a los posfreudianos. Y luego hemos situado el modo en que Lacan acerca la ley kantiana
al superyó. En esta línea Lacan anticipaba en el Seminario 1 que el superyó es una ley
incomprendida (LACAN 1953b)131.
En ese sentido, propone un caso que ilustra la relación entre la ley, el síntoma y el superyó
tal como conceptualiza dicha articulación en los primeros seminarios:
“Lo que les estoy contando parece una pequeña fábula, pero conocí a un sujeto cuyo
calambre de escritor estaba ligado a algo que su análisis reveló: la ley islámica en la que había
sido educado disponía que al ladrón le fuera cortada la mano. Y esto nunca lo pudo tragar. ¿Por
qué? Porque a su padre lo habían acusado de ladrón. La niñez del sujeto transcurrió en una
especie de profunda suspensión respecto de la ley coránica. Toda su relación con su medio
original, el sostén, el orden, los cimientos, las coordenadas fundamentales del mundo quedaron
obstruidos, porque había una cosa que él se negaba a comprender: por qué si alguien era ladrón
le tenían que cortar la mano. Por esta razón además, y precisamente porque no la comprendía,
este sujeto tenía cortada su propia mano. La censura es eso, en tanto que para Freud, en el

131
Por ello, después ubicará el goce del Otro allí donde no opera lo simbólico. Ya no como ley incomprendida sino
donde no hay ley.
182
origen, se produce a nivel del sueño. El superyó es eso, en la medida en que aterroriza
efectivamente al sujeto y construye en él síntomas eficaces, elaborados, vividos, continuados,
síntomas que se encargan de representar el punto en que la ley no es comprendida por el sujeto,
pero sí actuada” (LACAN 1954a).

Entonces, retomamos el problema que entendemos es necesario dilucidar: por un lado,


hallamos el planteo de que el superyó se origina en la falla misma de la ley, es decir, sin ley no
hay superyó, y allí el superyó sería lo incomprendido de la ley. Por otro lado, también
encontramos en Lacan el planteo de que la ley kantiana es superyoica. Es decir, que la ley tiene
una dimensión superyoica. Entendemos que no son dos posiciones necesariamente opuestas, pero
se trata de dos lecturas distintas que consideramos necesario señalar y distinguir.

En este punto, se entiende la preocupación de Lacan. Al hallar en el planteo de Freud la ley


amalgamada al superyó, Lacan esboza y permite trazar las dos preguntas que hemos ubicado
previamente: ¿Hay una dimensión de la ley que no sea superyoica? y ¿Es posible delimitar una
ética por fuera del superyó?
Para dar cuenta de estas preguntas vamos al Seminario VII donde ubicaremos el esbozo de
una nueva ética que se erige a partir de lo postulado por Freud en los años 30´.

El ensayo de una propuesta ética


En el Seminario VII Lacan retoma el planteo freudiano acerca del programa irrealizable del
principio del placer (FREUD 1930), para ubicar en ese lugar, el objeto perdido (LACAN 1959).
A partir de los desarrollos de Lacan (LACAN 1959) leemos que, por un lado, el discurso de
la ciencia intenta suturar ese punto de imposibilidad -el objeto imposible del principio del placer-,
es decir neutralizarlo desde el discurso de la ciencia. Y por otro, que ese imposible retorna en el
campo de la ética, allí donde la ética clásica intenta alcanzar un imposible: aquel que en El
malestar en la cultura Freud tematizó en términos de la “felicidad”.
Entonces, el programa del principio del placer es irrealizable, y a la vez el sujeto no puede
abandonar la búsqueda. Cuestión que genera, al decir de Freud, mayor distancia respecto de la
felicidad. En ese sentido, Lacan dice que el sujeto tiene un arranque desdichado (LACAN 1959).
Ya que por estructura, nunca podrá hallar la dicha del objeto perdido.
Ese imposible es causa de la ruptura con la ética antigua. Se lo ha intentado suturar
mediante el discurso de la ciencia. Pero sigue subsistiendo como cuestión en el campo de la ética.

183
La distancia irreductible entre Das Ding y el objeto que representa a la cosa que está
irremediablemente perdida, viene a nombrar en este momento lo imposible. Por lo tanto, hay un
imposible relativo a la cosa. Lo que Lacan nos muestra es que es precisamente ese imposible el
que Freud sitúa en el origen mismo de la moral (LACAN 1959).

Ahora bien, con el Edipo Freud intenta que lo imposible se represente al articularse a la
prohibición del incesto. El Edipo sostiene la creencia neurótica de que el padre no lo deja gozar.
Es un modo de teorizar al padre: “Ese padre imaginario, es él, y no el padre real, el fundamento
de la imagen providencial de Dios” (LACAN 1959). O sea que al salvar al padre, el neurótico
conserva la posibilidad de reprocharle a alguien lo imposible.
Cuando Lacan plantea la declinación del padre (LACAN 1938) se refiere a la noción de
este padre privador. Y en esta línea, Lacan plantea que Freud no dejaba de ver este punto de
declinación, y que su respuesta consiste en otorgarle a este padre la talla de gigante:
“Se trata de ese vuelco en que el sujeto se percata, muy simplemente, todos lo saben, de
que su padre es un idiota o un ladrón según los casos, o simplemente un pobre tipo u
ordinariamente un vejestorio, como en el caso de Freud. Vejestorio sin duda simpático y muy
bueno, pero que debió comunicar muy a su pesar, como todos los padres, las conmociones
grupales de lo que se llama las antinomias del capitalismo, dejó Friburgo donde ya no tenía
nada que hacer, para instalarse en Viena y esta es una cosa que no pasa desapercibida para la
mente de un niño, aún cuando tenga tres años. Y precisamente porque Freud amaba a su padre
le fue necesario volver a darle una estatura, hasta darle esa talla de gigante de la horda
primitiva” (LACAN 1959).
De este modo, Freud trabaja esta figura con el mito de Tótem y Tabú, donde el padre
muerto queda ubicado en el origen de la cultura. A partir de su asesinato, se esperaba una
distribución de los bienes y las mujeres. Pero sin embargo el resultado es aún más interdicción
debido a la culpa por el parricidio.
Pero este padre no es la cuestión esencial, al menos no la única. Esto es lo nuevo que tiene
para decir Freud; y que no termina de enunciar acabadamente. Y que no es nuevo pensar la
articulación entre ley y deseo.
La novedad consiste en aquello del Otro que no se reduce a la figura del padre muerto: “el
significante de Otro barrado” (LACAN 1960b). Es decir, Freud prepara el camino para que
Lacan pueda fundamentar que el Otro no es la Providencia divina.
Lacan trata de delimitar una ética del psicoanálisis por fuera de la religión. Es decir, que no
apunte a un consuelo imposible. Según Lacan, la religión opera salvando al Padre (LACAN
1974b). En este sentido, Freud articulaba Tótem y tabú a la muerte de Dios, dramatizada en el
184
cristianismo. Freud intenta salvar al padre en la forma de un mito. Pero como este padre no da
consuelo y Freud no retrocede, habilita una nueva ética.
Freud alcanza a organizar las preguntas, y luego, Lacan intenta afirmar una ética diversa a
la del programa que establece el principio de placer.
Porque la alternativa al irreductible malestar en la cultura no se encuentra en una imposible
homeostasis (el programa del principio del placer), ni en la renuncia al deseo en nombre de la ley;
ni tampoco en la falsa solución libertina que deja igualmente atrapado en el circuito superyoico.
En este último sentido, aún aquellas perspectivas que incluyen el mal, terminan cayendo en
el circuito del superyó. Estas éticas -que incluyen el malestar, el más allá del principio del placer,
la crueldad, la voluntad de poder, distintos nombres que puede tener no amar al prójimo-, caen
también en el circuito del superyó. Porque la solución sadiana, es decir la libertina no fue tal, ya
que, cuando Sade está en el colmo de la transgresión, blasfema a Dios, haciéndolo existir
nuevamente.

Retomando nuestras preguntas, ya sea que:


-El superyó se origine en la falla misma de la ley, punto donde el superyó sería lo
incomprendido de la ley; o bien,
-Que consideremos el planteo de que la ley kantiana es superyoica;
En ambos casos, no se sale del circuito superyoico132. Por ello, desde nuestro punto de
vista, la propuesta de Lacan apunta a otra vía, no la del bienestar, sino la ética del bien-decir
(LACAN 1977).

132
En este punto hallamos diversos planteos que convergen en la siguiente argumentación: Freud señalaba la
cohesión de la masa alrededor del Ideal del yo –sostén de los totalitarismos de los cuales halla y anticipa su lógica-
(FREUD 1921). En ese sentido, es necesario distinguir los totalitarismos a los que Freud se refiere, de las
modalidades del malestar de la época actual en que el Ideal parecería no alcanzar a operar como regulador: “las
nuevas formas de discriminación y segregación, el auge de los regionalismos, los lugares de hundimiento, la
globalización y sus efectos en la subjetividad, las vicisitudes del síntoma en el discurso capitalista, son coordenadas
para situar al psicoanálisis respecto de la actualidad del malestar” (GOLDENBERG 2014). Es decir, el superyó
freudiano conlleva una exigencia de renuncia, que a la postre se presenta como una ley insensata, pero sin embargo,
articulada al ideal de privación.
En cambio, en la conceptualización de Lacan, se destacaría el imperativo de goce. Desde nuestro punto de
vista, no se trata tanto de que Freud haya confundido el superyó con el ideal del yo, sino que Freud logró
conceptualizar en 1930 que el superyó iba asociado al ideal. En esa línea hallamos que Lacan afirma que hay
disyunción entre el Ideal y el goce: el ideal no regula el goce, que de este modo queda al servicio de la gula
estructural del superyó (LACAN 1977).
185
La pregunta por del bien-decir, intenta responder a la pregunta por la existencia de algo que
pueda instaurar un límite al avance arrollador del goce de la pulsión de muerte –que hemos
ubicado con la verdad que Sade revela de Kant, la dimensión oscura, cruel del Otro-.
No hallamos una respuesta precisa. Sin embargo, en este punto Lacan postuló la ética del
bien decir, que en realidad consiste en mal-decir (LACAN 1977). Esto es, intentar decir lo
indecible del mal. Esto significa que, lejos de las posturas morales que pretenden rechazar el mal,
con lo que sólo provocan su retorno aún más violento, una ética del bien-decir pretende que se le
otorgue su lugar en la palabra para hacer de él la causa de una mutación del sujeto.

En conclusión, ubicamos que la discusión en torno de la ley y los mandatos permite indagar
el estatuto de lo simbólico, la herencia, la pregunta por la crueldad y el imperativo categórico. Y
finalmente, posibilita recuperar e interrogar el problema de una ética posible para la clínica
psicoanalítica.
Consideramos que estas cuestiones son relevantes respecto de la incidencia del superyó en
el dispositivo analítico ya que posibilitan precisar la posición del analista y la dirección de la
cura.

Si bien Freud sitúa el superyó como mandato insensato que exige renuncia, Lacan va a reformular este
mandato, diciendo que el superyó es un imperativo de goce.
Desde cierta perspectiva lacaniana -nos referimos aquí a desarrollos de autores lacanianos de diversas
filiaciones. Entre ellos, J.A.Miller, R.Katothy, M.Goldenberg, entre otros-, la ética propuesta en El malestar en la
cultura (1930) es el intento freudiano de corregir lo que la cultura no ha logrado (GOLDENBERG 2014). La
renuncia pulsional como ley insensata, pero articulada al Ideal de privación, ha dado lugar a un superyó como
mandato de goce. En este sentido, el “¡Goza!” (LACAN 1972a) de Lacan es la verdad del superyó freudiano.
Sin embargo, estos autores ubican un más allá de este superyó freudiano en tanto el ideal de renuncia ha dado
lugar al consumo, y por lo tanto al taponamiento de la causa del deseo por la invasión de productos del mercado
(GOLDENBERG 2014). Dentro de esta perspectiva, el superyó ya no estaría asociado a la renuncia, sino que
promovería el goce autista, en tanto el discurso capitalista sostiene el rechazo al lazo social y al amor (LACAN
1971).
Señalamos estas propuestas porque permitirían eventualmente modificar nuestro interrogante: Comenzamos
preguntándonos por una ética que no se reduzca a la función del superyó. Y ahora nos hallamos considerando otra
posibilidad, la de un impasse en la ética. La modificación que introduce la reformulación del superyó, conduciría a
modificar las categorías con las cuales leeríamos la incidencia del superyó en la clínica psicoanalítica.
¿El concepto de superyó surgió de la mano de una ética y de allí se modificó en términos de un empuje al
goce? Si esto fuese así, quizás el rasgo de la época no sería el malestar en la cultura (FREUD 1930) sino el de un
impasse a nivel de la ética. En ese sentido, Miller enuncia que ya no estamos tanto en la era del malestar situado por
Freud, sino en la época del impasse que se presenta esencialmente en la dimensión de la ética (MILLER 2005).
186
8.2. El contrapunto entre superyó paterno y materno
Hemos propuesto que Lacan indaga el superyó a partir de cuatro nuevos operadores de
lectura: por un lado, los tres registros y el objeto a, y por otro, el gran Otro y los goces. Se trata
de cuatro operadores que no estaban presentes en la conceptualización freudiana y por tal razón,
le permiten a Lacan recrear la teorización del superyó.

En esta línea, hallamos que en diversas ocasiones a lo largo de los primeros Seminarios
Lacan indaga el concepto de superyó retomando el concepto freudiano de padre, y luego, se
desliza a la categoría del Otro.
Partiendo de esta hipótesis, entendemos que el contrapunto entre superyó paterno freudiano
y el superyó materno que Lacan conceptualiza exclusivamente en sus primeros Seminarios,
permitirá indagar dos articulaciones que realiza Lacan: Por un lado, entre el superyó y la
demanda materna (LACAN 1957a). Y por otro, entre el superyó y el campo del deseo –una de las
vías que luego lo conducirá a la formulación de la pulsión invocante (LACAN 1962)-.

Demanda y superyó
Hemos situado previamente que en el Proyecto de Psicología Freud escribe: “La inicial
dependencia del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales” (FREUD
[1950]1895b). Así ubicamos que con la categoría del gran Otro Lacan recupera aquella idea
freudiana para esbozar la propuesta de que el superyó es consecuencia de la alienación. Es decir,
el superyó como efecto de la entrada en el lenguaje.
De este modo, con el pasaje del grito al llamado, Freud anticipa la constitución, en un
mismo movimiento, de la demanda y el superyó. El superyó y la demanda se constituyen en un
mismo movimiento como resultado de la alienación al Otro. El concepto que fundamenta estas
cuestiones es el de “desvalimiento” (FREUD 1925).
De esta manera, con los antecedentes del Proyecto de Psicología (1950), la formulación del
superyó en El yo y el ello (1923), y las precisiones de El malestar en la cultura (1930a(1929)),
ubicamos la articulación del desamparo y el lenguaje, como fundamento de la constitución de la
demanda y el superyó.

Freud con el Otro


A partir de estos antecedentes Lacan retoma e indaga el planteo de Freud acerca de la
ligazón madre pre-edípica, y de esta manera, introduce la categoría de “superyó materno”
(LACAN 1957a).

187
El superyó lo conduce a Lacan a investigar un estatuto diverso del Otro -previamente
entendido como la batería de los significantes- y de este modo posibilita interrogar el valor
conceptual de los mandatos superyoicos.
De esta manera, situamos el superyó en articulación con la formulación del Otro en Lacan.
En ese sentido, hallamos dos lineamientos del superyó: el paterno y el materno.
Respecto del superyó paterno, destacamos la función estructurante del Otro, es decir, la
operatoria de una marca respecto de la cual se constituye el sujeto (LACAN 1966a).
En cuanto al superyó materno, ubicamos la noción freudiana de “ligazón madre preedípica”
(FREUD 1933d).
En ambos casos, es crucial el encuentro con ese Otro “prehistórico, inolvidable e
inigualable” (FREUD [1950]1895b) del lenguaje.

Alienación y separación: falta y pérdida


La génesis del superyó remite a la constitución de la subjetividad en relación a una
estructura que resulta anticipada y, por esa misma razón, ajena y extraña.
La constitución del sujeto requiere de una operación fundante, que implica la alienación a
una primera marca. Se trata de una “elección forzada” que indica el surgimiento del sujeto.
En el Seminario 14 Lacan aborda la constitución del sujeto a partir de su relación al
lenguaje. Para ello, recurre nuevamente al cogito cartesiano y sustituye el “Pienso, luego soy”
cartesiano por la fórmula lógica “O yo no pienso o yo no soy”, apoyado en la negación
complementaria de De Morgan. De Morgan parte de la negación de la conjunción de dos
proposiciones, a^b, y sostiene que si se la niega como conjunción, no (a^b), la operación
resultante equivale a la disyunción de la negación de cada una: no a o no b. De este modo, Lacan
llega al vel alienante “o yo no pienso, o yo no soy” (LACAN 1966a).
Entonces, Lacan plantea la alienación, a partir de la cual sitúa un pensar sin sujeto; piensa
el Otro. Luego, introduce la separación para situar la segunda operación de la constitución
subjetiva. Con la separación, frente a la pregunta por el deseo del Otro, el sujeto responde
produciendo su propia desaparición. Es decir, frente a la falta que introduce el deseo del Otro
responde con su propia carencia. Tiempo lógico del desamparo, pero condición de posibilidad
para que el sujeto no consista en los significantes de la demanda del Otro (LAZNIK y otros
2006b).

La falta no simbolizada y el padre

188
Esta formulación respecto de los efectos estructurales del lenguaje, le permite a Lacan
recuperar los desarrollos freudianos en torno a “ligazón-madre preedípica”.
Freud planteaba una asimetría entre el varón y la niña respecto del complejo de Edipo y
complejo de castración. ¿En qué lugar situaba la instancia superyoica?
Para ambos sexos, hay un único objeto primordial: la madre seductora. Respecto de nuestro
tema, destacamos la teorización freudiana acerca del pasaje de la niña por Edipo/castración.
Como consecuencia de la castración “consumada” (FREUD 1925b), en la niña se produce el
ingreso en el Complejo de Edipo. Para la niña, el padre funciona en la medida en que puede
sostener la ecuación simbólica (pene=hijo), dando lugar a la simbolización de una falta.
Freud afirma que la niña desemboca en la situación edípica “como en un puerto”
deslizándose de la madre al padre. Desde esta perspectiva, la actitud hostil de la niña hacia la
madre es la consecuencia de la rivalidad del complejo de Edipo sino que proviene de la fase
anterior, “preedípica”.
El vínculo de la niña con la madre remite a la relación con ese Otro “prehistórico,
inolvidable e inigualable” anterior a la instauración del complejo de Edipo. “Se trata de una
modalidad de lazo social en la cual no se ha producido todavía la simbolización de una falta”
(LAZNIK y otros 2006b). Lo que Freud ubica en esa “ligazón madre preedípica” (FREUD
1933d) es la dependencia respecto de la madre que produce fijaciones, represiones, rasgos de
carácter (FREUD 1933d).
En la Conferencia 33 Freud conecta la dependencia con la madre y el problema de la
paranoia en la mujer133. Frente a una falta no simbolizada, la niña queda ubicada como objeto de
un deseo que no tiene una significación nombrable y, en este sentido, sin límite. La relación a ese
Otro “preedípico” instaura la dimensión de un superyó con un carácter “arcaico”, que señala la
prevalencia de ese goce materno enigmático e insaciable; es decir, sin el límite que introduce la
operatoria paterna.
De esta manera, Lacan inaugura una vía de investigación del superyó por fuera de la
referencia al padre; la referencia freudiana por excelencia.
Debido al acento en la identificación primaria, Melanie Klein introdujo el aún hoy
extendido concepto de superyó materno arcaico. Desde nuestra perspectiva, Klein pasa por alto el
hecho de que, tal como Freud insistiese en múltiples ocasiones, sólo en función del padre aparece
el acceso identificatorio acompañado de su ineludible residuo superyoico.

133
Paranoia propia de la histeria -no de la psicosis- que tiene como fundamento la fantasía de ser asesinada y
devorada por la madre.
189
De esta manera, rescatamos la articulación novedosa que introduce Lacan entre el superyó
y el Otro, pero entendemos que es necesario separar los conceptos del Otro y la madre. Es decir,
el deseo del Otro y la respuesta del sujeto, aportan a la lectura del superyó. Pero entendemos que
dicha articulación no conduce necesariamente a conceptualizar un superyó, por un lado arcaico, y
por otro, ligado a la madre.
Por nuestra parte, el concepto de superyó se fundamenta en el padre; tanto en Freud como
en Lacan. Sin embargo, extraeremos una cuestión del superyó materno.

Problemas en torno al concepto de superyó materno


Hemos situado previamente que Lacan retoma e indaga el planteo de Freud acerca de la
ligazón madre pre-edípica (FREUD 1933d), y de esta manera, introduce la categoría de “superyó
materno” (LACAN 1957a). Y su fundamento lo ubicamos con los antecedentes del Proyecto de
Psicología (1950), la formulación del superyó en El yo y el ello (1923), y las precisiones de El
malestar en la cultura (1930a(1929)), porque permiten precisar la articulación del desamparo y el
lenguaje. De esta manera, el superyó lo conduce a Lacan a investigar un estatuto diverso del Otro
y de este modo posibilita interrogar el valor conceptual de los mandatos superyoicos.

Sin embargo, en estos desarrollos de Lacan, no queda claro si el superyó materno se


delimita a partir de la demanda o del deseo -no regulado fálicamente-. Es decir, Lacan abandona
rápidamente la teorización del superyó materno y de esta manera no conceptualiza acabadamente
el problema.
¿El superyó y la demanda son consecuencia de la alienación al Otro, o bien, se trata de que
el superyó es el resultado de la falta de la regulación fálica del deseo del Otro, aquel momento
lógicamente anterior a la introducción del nombre del padre que metaforiza el deseo de la madre?
El momento lógico en que la madre goza del niño como falo. Es decir, el lazo a la madre
preedípica (FREUD 1933d) que “testimonia de una modalidad de lazo libidinal no regulada
fálicamente” (LAZNIK 2008b).
La primera perspectiva -superyó y demanda- cuenta con el antecedente freudiano del
Proyecto de Psicología. En cambio, la segunda propuesta -superyó y deseo- tiene por antecedente
“la madre como primera seductora del niño” (FREUD 1938) del Esquema de psicoanálisis
(1938).
Entendemos que el punto de llegada, aunque no resuelve el problema atinente al superyó, es
la formulación del Seminario 10 donde Lacan distingue los objetos de la demanda, oral y anal, de
los objetos del deseo, escópico e invocante (LACAN 1962).

190
Los niños no deseados
En el contexto de los desarrollos respecto del deseo del Otro, Lacan también revisa el
principal referente clínico freudiano del superyó: la reacción terapéutica negativa. Al abordar el
superyó desde el operador conceptual del deseo del Otro Lacan posibilita interrogar nuevamente
el principal referente clínico freudiano del superyó: la reacción terapéutica negativa.
Freud distinguía este problema del de la transferencia negativa y la vinculaba a la
“gravedad de las neurosis” (LAZNIK y otros 2013). De este modo, reformula las nosografías en
tres grupos: neurosis, psicosis y psiconeurosis narcisistas (FREUD 1924c). Las psiconeurosis
narcisistas se particularizan por el conflicto entre el yo y el superyó y así Freud ubica la
posibilidad de que no se constituya la fantasía de fustigación, y por ende, la fijación del sujeto a
un objeto en la fantasía.
Lacan retoma este planteo respecto de la reacción terapéutica negativa indicando que se
trata de los “niños no deseados” (LACAN 1957a). Así, ubica la razón que conduce a estos
pacientes a abandonar la cura. Se trata de un obstáculo en la constitución misma del deseo que da
por resultado una posición subjetiva particular. Lacan ilumina este punto indicando que hay
cadena significante, pero cierta complicación en el nivel del deseo del Otro. Por eso, propone leer
la reacción terapéutica negativa freudiana diciendo: “rehúsan cada vez más entrar en el juego.
Quieren literalmente salir de él. No quieren saber nada de esa cadena significante en la que solo
a disgusto fueron admitidos por su madre” (LACAN 1957a).
Esta propuesta de Lacan permite investigar el interrogante que Freud intenta circunscribir
respecto de estos pacientes que empeoran cuando se espera su mejoría. Puede haber cadena de
representaciones pero si no hubo deseo de la madre no se produce el "deseo indestructible"
(FREUD 1900) que postula Freud. Desde esta perspectiva, empeoran porque el decurso del
análisis los confronta con la cadena significante y en ese punto no soportan la complicación a
nivel del deseo del Otro que se actualiza en el análisis. Lacan no es explicito, pero hallamos que
sería posible indagar si el Otro adquiere consistencia frente a la imposibilidad de localizar la falta
en el campo del Otro.
No queda claro en Freud si estos cuadros, que hallan su mayor exponente en la melancolía,
se caracterizan por la ausencia de deseo de la madre, o bien, por una complicación a nivel de la
historia de la libidinización del niño en el lugar de falo, razón por la cual prima la pulsión de
muerte. Esto explicaría por qué en la melancolía no hay sustitución, no opera la ecuación fálica.
Consideramos que estas cuestiones son relevantes respecto de la incidencia del superyó en
el dispositivo analítico ya que al permitir interrogar el estatuto del Otro, posibilitan investigar la

191
posición del analista por fuera del gran Otro tal como Lacan lo introdujese a partir del Seminario
2 (LACAN 1954a).

192
8.3. El objeto voz como fundamento de la alucinación, el superyó, el fantasma, las
modalidades sádica y masoquista de la perversión, y la posición del analista

El objeto voz
Hemos desarrollado el modo en que Lacan trabaja la articulación entre la ley y el superyó
en los Seminarios 3, 4 y 5.
En el Escrito Kant con Sade (1966) y los Seminarios que le corresponden conceptualmente
en cuanto a este tema, es decir, los Seminarios 7, 8 y 9, Lacan modifica el rumbo y utiliza un
nuevo operador de lectura: el objeto a. Y con él, finalmente conceptualiza la pulsión invocante
(LACAN 1962). De esta manera, Lacan retoma la articulación central de Freud entre el superyó y
la pulsión (LACAN 1963).
Hemos trabajado distintos antecedentes freudianos de la pulsión invocante: el valor que
tiene para Hans el ruido que hace el caballo con las patas (FREUD 1909), el ceremonial de
dormir de la Conferencia 17 (FREUD 1916), la pulsión de la crueldad que se organiza en pares de
opuestos: sadismo y masoquismo (FREUD 1914c), el superyó como restos de representaciones
palabra (FREUD 1923), los restos de lo visto y lo oído (FREUD 1938).

A partir de estos antecedentes Lacan retoma la pulsión de la crueldad freudiana que se


organiza en pares de opuestos –sadismo y masoquismo- con su conceptualización de la pulsión
invocante.
En este punto, Lacan indica que el objeto que bordea la pulsión sadomasoquista es la voz
(LACAN 1962). Propone que el objeto pulsional en juego es la voz y lo desarrolla en el
Seminario 10 cuando relee la propuesta de Isakover acerca de la Dafnia, quien incorpora desde el
exterior un grano de arena que le permite mantener el equilibrio. Lacan toma al aporte del
analista contemporáneo de Freud para dar cuenta de la operación de la incorporación de la voz
como un objeto externo, incongruente, que no se asimila. Por eso afirma que “Una voz no se
asimila; pero se incorpora, y esto es lo que puede darle una función al modelar nuestro vacío”
(LACAN 1962)134.
¿Qué relación tiene la voz con el dolor? ¿Por qué Lacan retoma la pulsión de la crueldad en
términos de la pulsión invocante?
Lacan indica que el golpe es la voz (LACAN 1962). Es decir, el golpe supone el ruido.

134
Esta vía nos conduce a articular el objeto voz con el sadismo del superyó. El Shofar remite al objeto voz pero
también al mandamiento. Así establece la relación entre la voz y el sadismo-masoquismo: sadismo del superyó y
masoquismo del yo.
193
Es necesario ubicar que la voz no es el significante, aunque no haya uno sin el otro. De esta
manera, parafraseando El Curso de linguística general de Saussure (1916), el significante es
sonido y escansión temporal. Es decir, sonido y tiempo.
Entonces, al considerar el estatuto del significante, es necesario tener en cuenta los golpes
del significante. En definitiva, la voz se oye, el significante se escucha y el significado es aquello
que se lee de lo que se escucha.
De este modo, Lacan plantea el lugar de la voz y la mirada. Respecto de la mirada postula
que se trata del objeto perdido que se reencuentra en la vergüenza -por la introducción del otro-
(LACAN 1963). En cuanto a la voz, Lacan no lo dice pero se deduce de sus enunciados, la voz
como objeto perdido es reencontrada en el dolor -por la introducción del otro-.

Ahora bien, respecto de nuestro tema de interés, la pulsión invocante le permite a Lacan
indagar diversas cuestiones: el fundamento de las alucinaciones auditivas (LACAN 1958a); el
estatuto de la voz del superyó (LACAN 1962); la función de la voz en el marco del fantasma
(LACAN 1962); la función del objeto en la perversión (LACAN 1966c), y la posición del analista
como semblante de objeto (LACAN 1969).

Entonces, leemos que cuando Lacan se interroga respecto del sujeto, intenta separar el
superyó de los desarrollos de la ley y la producción del sujeto dividido. En cambio, cuando
introduce el objeto a como operador de lectura, acerca el superyó, no al sujeto, sino a la posición
del analista y la perversión. Es decir, Lacan retoma y permite precisar el deslizamiento de la
posición del analista a una posición que implicaría efectos superyoicos. Es decir, una
intervención que le de consistencia al ser. De este modo, retoma y desarrolla la idea freudiana de
que el superyó puede volverse cruel. Sin embargo, el planteo de Lacan supone una modificación
en la pregunta de Freud ya que no se trataría de que el superyó se vuelve cruel, sino que la
posición del analista, en tanto objeto, guarda comunidad de lugares con la voz del superyó.
Ahora desarrollaremos estas ideas.

La voz alucinatoria
En primer lugar, si la voz no está perdida, su irrupción se hace oír como voces
alucinatorias. (LACAN 1958a). Releyendo la pulsión de la crueldad freudiana a partir de la
pulsión invocante, situamos en Freud un “oír” como primer momento del recorrido pulsional
(FREUD 1915b).

194
Si la voz está perdida y el ser hablante tiene relación con esta falta, entonces habla desde
algún lugar. Ahora bien, si la voz no se pierde, entonces se hace oír desde diversos lugares. Es
decir, si hubo forclusión del nombre del padre en el Otro, entonces fracasa la metáfora paterna
(LACAN 1958a).
Frente a la pregunta por el ser, el neurótico se anticipa con diversas respuestas: yo,
fantasma, inhibición, síntoma, angustia (LACAN 1960b). En el psicótico, en cambio, responde la
alucinación, que alcanza el nombre propio. De esta manera, Lacan sitúa que la alucinación
guarda relación con la verdad. Sin embargo, dicho nombre no permite nominar al sujeto
(LACAN 1974a).
Situamos en este punto una modificación conceptual: el acento pasa del nombre del padre,
al “padre del nombre” (LACAN 1974a).
La pérdida del nombre propio, en muchas ocasiones es solidaria de una expulsión del
sujeto, que de este modo, queda fuera del tiempo, sin nacimiento, sin padres, y sin sexo. Es decir,
desde nuestro punto de vista, Lacan articula el nombre propio a la relación espacio-tiempo, la
inclusión del sujeto en una cadena de generaciones, los lazos sociales, y el cuerpo. Por ello
afirma: “es en tanto que el Nombre-del-Padre es también el padre del nombre que todo se
sostiene” (LACAN 1975a).
En esta línea, en el Seminario 22 plantea que la forclusión del nombre del padre es atinente
al padre que nombra. Y por ello, fracasa la nominación (LACAN 1974a).
En este punto la alucinación provee de un nombre que fracasa como estabilización y en
ocasiones, al no operar, se multiplica.
Por último, es en este lugar que en muchos casos, -claramente no todos- el delirio introduce
significantes para poder perder la voz. Freud indicaba el valor restitutivo del delirio (FREUD
1914b) -aunque tampoco opere necesariamente como una estabilización-.

La voz del superyó


Hemos trabajado que el superyó freudiano que Lacan destaca pone en cuestión la búsqueda
del bien por parte del sujeto -cuando se confunde el bien con el bienestar-. Se manifiesta una
división del sujeto a consecuencia de la intromisión del significante en el cuerpo. La
incorporación del órgano del lenguaje produce la división del sujeto. Se trata en un primer
momento del sujeto que tiene que constituirse en el campo del Otro y el residuo de esta operación
es el objeto a (LACAN 1962). Así recibe primero un tú eres.
Por ende, la raíz del superyó es un recorte de palabra desprendida del Otro; una voz que se
incorpora, pero que no se asimila. Dicha voz, opera como soporte de la armadura significante en

195
tanto el sujeto en su estado de indefensión (FREUD 1925) está obligado a una dependencia del
Otro -de quien recibe los significantes y la voz-.
Por ello hemos situado previamente que para Lacan es imposible la constitución del “Je”
sin el “Tu” superyoico. Con la intrusión del significante, donde un exterior se hace íntimo, el
superyó funciona como pura orden descarnada desde el campo del Otro. En consecuencia, lo real
del lenguaje se inserta en forma intrusiva en el sujeto como primer cuerpo significante.
A medida que avanzan los Seminarios de Lacan, el término de superyó tiende a
desaparecer, pero no así sus funciones. Entonces, el imperativo del superyó reaparece en el
Seminario 10 con la introducción del objeto a, en su estatuto de voz. Se trata en este punto de una
introyección del superyó en dicho objeto (LACAN 1962).
En dicho seminario Lacan plantea que el sujeto se constituye en el campo del Otro, y el
objeto a surge como resto de dicha operación. Con esta cuestión, retoma los desarrollos del
Seminario 3 respecto del Tú eres: “es del Otro que (el sujeto) recibe su propio mensaje. La
primera emergencia no es más que un "¿quién soy?" inconsciente, al que responde, antes de que
se formule, un "tú eres", es decir que recibe primero su mensaje en forma invertida. Hoy agrego
que lo recibe con una forma de entrada interrumpida: él oye primero un "tú eres" sin atributo”
(LACAN 1962).
Al igual que el crustáceo indefenso que necesita de la arena para sobrevivir, el ser hablante
en su dependencia del Otro, incorpora los significantes; y la voz es lo inasimilable del
significante. No es posible instituir el Je sin el tú superyoico, un cuerpo extraño donde un exterior
se hace íntimo. De allí la noción de extimidad (LACAN 1959), la Cosa excluida en lo interior.
La voz se incorpora, pero no se asimila a los significantes y por ello, opera como una orden
descarnada. Lo real, como resto de la incorporación del significante, opera de modo intrusivo en
el sujeto. Lacan utiliza como referencia los desarrollos sobre el shofar de Theodore Reik para dar
cuenta de la función del objeto a. ¿Cuál es la función? Liga el deseo a la angustia. El shofar tiene
la función de renovar el pacto de alianza con Dios. La voz en tanto puro vacío, una de las formas
del objeto a, no es vocalizada y se distingue de la fonematización. Es decir, se halla despojada de
toda dialéctica, aislada y separada. La voz no tiene materialidad sonora, es áfona, y resuena más
allá del significante y significado: “La voz responde a lo que se dice, pero no puede responder de
eso que se dice. En otras palabras: a incorporar la voz como la alteridad de lo que se dice”
(LACAN 1962).
Y aún más, Lacan agrega: “Por eso, y no por otra cosa, desprendida de nosotros nuestra
voz se nos presenta como un sonido ajeno. Es propio de la estructura del Otro constituir cierto
vacío, el vacío, de su falta de garantía. La verdad entra en el mundo con el significante, y antes

196
de todo control. Ella se prueba, se refleja solamente por sus ecos en lo real. Ahora bien, es en
ese vacío que la voz en tanto que distinta de las sonoridades, voz no modulada pero articulada,
resuena. La voz de que se trata es la voz en cuanto imperativa, en cuanto reclama obediencia”
(LACAN 1962).
¿Qué quiere decir Lacan cuando afirma que la voz resuena en el vacío del Otro? Que el
Otro constituye un vacío y allí resuena la voz como objeto a. Y resuena de un modo diverso a las
sonoridades porque es una voz áfona. Por ello, es necesaria cierta modulación para que el objeto
voz pueda disfrazarse por el juego significante.
En cuanto al lugar topológico de la voz que resuena en el vacío del Otro, la voz es un objeto
a en la medida en que condensa la parte del ser del sujeto que no tiene significación en el Otro.
Por eso en Subversión del sujeto ubica la voz más allá del Otro (LACAN 1960b).
Planteada de esta manera la articulación entre la voz y el superyó, en cierto sentido pierde
eficacia la distinción entre superyó materno y paterno, ya que lo crucial es que el superyó surge
como objeto resto de la división del sujeto.
De esta manera, Lacan cita a Valery «Soy en el lugar desde donde se vocifera “que el
universo es un defecto en la pureza del No-Ser”» (LACAN 1960b). Desarrollemos esta cuestión.
Para ubicar el estatuto del Otro, Lacan propone considerar el misterio de Abraham: “Sin
duda el cadáver es un significante, pero la tumba de Moisés está tan vacía para Freud como la
de Cristo para Hegel. Abraham no ha entregado su misterio a ninguno de los dos” (LACAN
1962b).
¿A qué se refiere con que el cadáver es un significante? A que el padre muerto es un
significante. La muerte del padre en el mito remite a la función paterna. Es decir, a la producción
de una marca que habilita a la exogamia.
Pero Lacan está acentuando otra cuestión. Si bien es cierto que el cadáver funciona como
significante, eso no resuelve el problema de la tumba vacía.
¿A qué se refiere Lacan con la tumba vacía? Respecto de Moisés, Dios dispuso que no se
conociese el lugar de su sepulcro. Y en cuanto a Cristo, fue sepultado y al otro día la tumba
estaba vacía. Cristo y Moisés fueron dos grande legisladores que funcionaron como significantes
del padre muerto, tanto para Hegel como para Freud. Pero según Lacan ninguno de los dos
abordó el tema de que las tumbas estuviesen vacías, y por eso, no despejaron el misterio de
Abraham.
¿De qué se trata dicho misterio? Del pacto de Abraham con Dios donde se funda la
circuncisión y la transformación del nombre. Es decir, de la función en la estructura del
significante del nombre propio y del significante fálico. Ambas funciones, más allá del padre.

197
Entones, más allá del significante del nombre del padre Lacan está ubicando el vacío y ahí
va a situar el goce. El movimiento consiste en ubicar el goce (ahí ubica la voz en el Grafo) como
resto de la mortificación del significante sobre el cuerpo. Es decir, parafraseando a Hegel ya no
vale “la palabra mata la cosa”. En su lugar habría que decir la palabra mata no-toda la cosa.
En ese sentido, entendemos que Lacan propone “soy en el lugar desde donde se vocifera
que el universo es un defecto en la pureza del No Ser” (LACAN 1960b). Es decir, frente a la
pregunta por el ser del sujeto, dice que no se trata del sujeto como falta en ser, sino de la
impureza del no-ser. La voz se constituye como una impureza en la mortificación del significante
sobre el ser. El significante mata la cosa pero no toda, queda el objeto voz.
Por eso, agrega: “Cada vez que se vocifera se anula el no ser” (LACAN 1960b). Se
produce la impureza. La voz anula al sujeto como falta en ser.
La complejización en la teoría consiste en que el ser pasa a ocupar el lugar de aquello que
del significante no se dejó nadificar, ya no exclusivamente el de la falta en ser. Dicho de otra
manera, el significante transforma el grito en llamado pero no puede hacer desaparecer la
dimensión del grito.
Aquí se anudan voz, superyó y goce. Y Lacan concluye la conceptualización de esta articulación
postulando la incidencia de la voz en cuanto al superyó del siguiente modo: “En efecto, aun si la
ley ordenase: Goza, el sujeto sólo podría contestar con un: Oigo” (LACAN 1962b). Es decir, se
articulan el desvalimiento del sujeto y la preexistencia del significante para determinar la
posición del sujeto frente al superyó.

La voz en el marco del fantasma neurótico y en la estructura clínica perversa


Si bien Lacan formula el objeto voz principalmente a partir de las alucinaciones auditivas y
el superyó –tanto en neurosis como psicosis-, la voz también está presente en el fantasma
neurótico pero mediada por el nombre del padre (LACAN 1958a). Es decir, la voz del superyó no
se presentaría sin el velo de la función paterna. Consideramos que ésta sería la razón principal por
la cual Freud amalgama el superyó con el padre (FREUD 1923).
La escenificación fantasmática de la voz superyoica tiene ciertos antecedentes.
En primer lugar, con la función del látigo (LACAN 1957a) Lacan retoma la articulación
freudiana de Pegan a un niño (1919) entre fantasía y masoquismo. Articulación que alcanza su
formalización con el masoquismo femenino (FREUD 1924a).

198
Luego, ubica la función del objeto a en el fantasma fundamental al postular que rescata al
sujeto del fading (LACAN 1958a). Es decir, “el fantasma se constituye como solución al
desamparo” (LAZNIK y LUBIÁN 2009).
Por ello, un tiempo después Lacan retomará estas ideas para ubicar la articulación entre el
fantasma, el masoquismo y la voz. En ese sentido, plantea que lo central del masoquismo “es al
nivel del Otro y de la reposición en él de la voz, que el eje de funcionamiento, el eje de gravedad
del masoquismo, juega” (LACAN 1968). Reponer la voz en el Otro implica que este se haga oír,
pero la voz como objeto a no es una articulación significante, sino un resto.
Este planteo sienta las bases para articular el hacerse oír que Freud planteaba como
primer tiempo del circuito pulsional (FREUD 1915b) y la constitución del fantasma.
Desarrollemos esta cuestión.

Para desarrollar la constitución de la posición masoquista en la fantasía retomaremos las


dos pulsiones que se organizan en pares de opuestos: pulsión de ver/exhibir y pulsión de la
crueldad -sadismo y masoquismo-. En términos de la relectura de Lacan, las pulsiones escópica e
invocante (FREUD 1966a).
De este modo, leeremos conjuntamente dos textos de Freud a partir de diversos
desarrollos de Lacan. Dicha lectura intertextual consistirá en articular el segundo tiempo de
Pegan a un niño (1919) con la tercera fase de Pulsiones y destinos de pulsión (1915), y así dar
cuenta del fundamento pulsional de la fantasía de fustigación.
En Pulsiones y destinos de pulsión (1915) Freud conceptualiza tres tiempos de la pulsión
según tres voces gramaticales: activa, reflexiva y pasiva (FREUD 1915b). A partir de este eje
indaga las pulsiones de ver-exhibir y sadismo y masoquismo.
De este modo, indica que respecto de la pulsión de ver-exhibir habría tres tiempos: ver,
verse y ser visto. En este punto, Lacan retoma una afirmación de Freud quien dice que la pulsión
siempre es activa, es un fragmento de actividad (FREUD 1915b). De esta manera, allí donde
Freud ubicaba en el tercer tiempo gramatical el “ser visto”, Lacan propone un “hacerse ver”
(LACAN 1963a). La posición del sujeto es pasiva pero para ello se requiere de un trabajo.
Freud indica que los dos primeros tiempos son autoeróticos, es decir, “la pulsión es
acéfala” (LACAN 1963a). Aún no hay sujeto.
Recién en el tercer tiempo, el de la voz pasiva, Freud indica que se introduce el sujeto. En
ese sentido dice: “la inserción de un nuevo sujeto al que uno se muestra a fin de ser mirado por
él” (FREUD 1915b).

199
¿Qué implica que se introduzca un nuevo sujeto? Que en el tercer tiempo, el de la voz
pasiva, el sujeto está determinado por el Otro, y a dicha determinación Lacan la nombra frase
fantasmática.
En el tercer tiempo, la posición del sujeto respecto del Otro es la de ser un objeto. Se trata
de una respuesta a la pregunta por el deseo del Otro: che vuoi? (LACAN 1957a). En este sentido,
el masoquismo femenino, sería la estrategia para hallar un objeto. ¿A qué objeto nos referimos?
Para desplegar los desarrollos freudianos Lacan introduce el “objeto a” (LACAN 1963a).

Con el fin de conceptualizar las cuatro modalidades fantasmáticas que trabaja Freud en
Pulsiones y sus destinos (1915), Lacan privilegia dos objetos a: la voz y la mirada.
Respecto de la mirada, sitúa los tres tiempos de la pulsión escópica, en la línea de la
gramática previamente mencionada. De este modo, propone los siguientes tiempos: ver, verse y
hacerse ver (LACAN 1963a).
El objeto a mirada, el objeto perdido, se distingue de la visión, en tanto es su soporte.
De esta manera, se delimitan dos modalidades del fantasma -al mismo tiempo que se
delimitan dos perversiones-. Nos referimos al exhibicionismo y el voyeurismo135.

Respecto del objeto voz se organizan las otras dos modalidades fantasmáticas -y las
perversiones-. Es decir, sadismo y masoquismo.
Según Freud ¿cuál es la zona erógena de esta pulsión de la crueldad? Freud propone la
piel. De este modo dice que el tercer tiempo de la fantasía Pegan a un niño provee satisfacción
onanista, y al mismo tiempo, que allí el paciente dice ser un observador. Freud se pregunta por la
localización del sujeto.
Pegan a un niño introduce tres elementos: el padre, el niño que observa y el niño
golpeado. Freud sitúa que lo sexualizado es el golpe y vía la regresión sitúa la fantasía Pegan a un
niño como un fantasma sádico-anal. De este modo lee, “mi padre me pega” como “mi padre me
ama”. Entonces, ¿por qué se reprime la fantasía? Porque del castigo se obtiene satisfacción
sádico-anal, y en este punto, frente a la satisfacción asociada a la fantasía, opera la represión.
Al mismo tiempo, Freud indica que en el tercer tiempo surge el dolor (FREUD 1915b). Y
en el dolor Lacan propone leer el golpe del significante. Lo ubica con el látigo (LACAN 1957a).
¿Qué relación tiene la voz con el dolor? Lacan plantea que el golpe es la voz, ya que no
hay golpe sin ruido y la voz no es el significante. En el lugar en que Freud ubicaba la piel Lacan
ubica la voz.

135
Remitimos al lector a los desarrollos sobre la pulsión de ver/exhibir que trabajamos en el capítulo 4 de la Tesis.
200
Esto permite retomar los desarrollos freudianos respecto de la fantasía Pegan a un niño a
partir de los tres tiempos: pegar, pegarse y hacerse pegar. Pero ahora destacamos que aquí se
trata de la pulsión invocante. Entonces, se trata de oír, oírse y hacerse oír (LACAN 1963b).
Lacan propone como zona erógena la oreja destacando que es el único orificio del cuerpo que no
se puede cerrar. No es posible sustraerse de la voz del Otro.
Retomemos los tres tiempos de la fantasía desde la pulsión invocante.
En el tiempo uno se trata de oír la voz del padre, el padre traumático que Freud trabaja
muy tardíamente en Moisés y la religión monoteísta (1939). Aquel que Lacan retomará en el
Seminario 17 bajo la figura de la ira de Dios (LACAN 1969).
Aquí se trata del imperativo del que no es posible sustraerse. Por tal razón, la última
referencia de Lacan al superyó consistirá en ubicar un "oigo" en respuesta al “goce” de la voz
superyoica (LACAN 1972)136.
En el tiempo dos se trataría de un oírse. Al decir de Freud, todavía estamos con la pulsión
autoerótica, ya que el sujeto se introduce recién en el tercer tiempo.
De esta manera, ¿qué se introduce frente al imperativo de la voz, aquella que no es posible
dejar de oír? ¿Cuál es la respuesta a la voz del padre? El fantasma en el tercer tiempo. El nuevo
sujeto en posición de objeto. El fantasma como respuesta supone la voz y la mirada, y se tratará
de un hacerse oír, ver, chupar, cagar.

A partir de la pulsión invocante, pasemos al sadismo y masoquismo. Dicha articulación


del Seminario 16 comparte algunos postulados con ciertos desarrollos del mismo año de Deleuze.
En el masoquismo se trata de hacerse oír por el Otro y así se le devuelve su goce al Otro.
El masoquista le cede la palabra a la “mujer fría” (DELEUZE 1967), el partenaire del
masoquista. El objeto voz causa la palabra.
En lugar de la ley pacificante del padre muerto, el masoquista perverso introduce la voz y
el contrato con la mujer fría a quien le cede la palabra. Él encarna la voz y la mujer fría tiene la
palabra, da órdenes, le pega, rigiéndose según el contrato que el masoquista le ha dictado. En ese
sentido el masoquista es un pedagogo (DELEUZE 1967).
El sádico, en cambio, cree que el goce consiste en quitarle la palabra a su víctima, pero en
ese punto desconoce que él introduce la voz, se hace oír, y así hace existir al Otro, le restituye el
goce perdido.

136
Lacan utiliza la homofonía de “Jouissance” que significa “yo-oigo-siento” y también “goza –de tu- sentido”,
refiriéndose tanto a la orden del superyó como al sentido implicado en el goce.
201
Estos desarrollos cuentan para las perversiones pero también para los fantasmas perversos
en los neuróticos. Pero se destaca que frente a la presencia de los objetos a, mirada y voz, en el
momento en que irrumpen en la escena, del lado del neurótico surge un signo: vergüenza y dolor
respectivamente. Aquello que Freud ubicaba con los diques pulsionales (FREUD 1905).

Si desde aquí retomamos la fantasía Pegan a un niño podemos situar un primer tiempo
como actividad pulsional pura. En el segundo tiempo se sexualizaría el cuerpo de las zonas
erógenas; el cuerpo fragmentado. Finalmente, en el tercer tiempo se produciría la identificación
del sujeto con un objeto pulsional y el surgimiento del Otro que hace de límite al autoerotismo.
Freud lee allí el surgimiento de un sujeto, y con Lacan, entendemos que allí se incluye el sujeto
en posición de objeto frente al Otro.
En definitiva, los tiempos uno y dos son pulsionales y el tiempo tres incluye al Otro que
rescata al sujeto del autoerotismo y la deriva significante. Al mismo tiempo, contamos con la
identificación del sujeto con un objeto pulsional y el objeto imaginario presente en la escena
como cuerpo golpeado (LACAN 1966a).
En conclusión, el sujeto en la fantasía tiene una posición masoquista.
Freud permite leer la articulación entre el texto de 1915 y el de 1919 al situar que la
tercera fase de Pulsiones y sus destinos –hacerse pegar- coincide con el segundo tiempo de Pegan
a un niño –mi padre me pega-. Dicha posición pasiva, de objeto, fundamenta que Freud retome
estos desarrollos en El problema económico del masoquismo (1924) bajo la categoría de
“masoquismo femenino” (FREUD 1924a). En tanto lo pasivo y el lugar de objeto son intentos de
nombrar lo femenino137. Lacan precisa que el objeto a opera como soporte del fantasma; un
objeto que permanece fuera del campo de lo visible, y sostiene el recorrido pulsional (LACAN
1963a).
Entonces, Freud situó tres voces para el recorrido de la pulsión y lo conceptualizó con el
fantasma Pegan a un niño. Allí Lacan introdujo el objeto voz y de este modo nombró el circuito
como pulsión invocante: oír, oírse, hacerse oír (LACAN 1962).
La zona erógena sería la oreja, único orificio del cuerpo que no se puede cerrar. En este
sentido el masoquismo sería la experiencia más radical para capturar lo real. Más allá del límite
del principio de placer y la palabra (FREUD 1920) estaría el masoquismo, es decir, el dolor.

137
Previamente hemos articulado esta cuestión como modos de eludir lo estrictamente femenino. En este punto
distinguimos la propuesta de Freud de la de Lacan, quien propone que el masoquismo femenino es un fantasma
masculino.
202
Si Lacan asoció la posición del analista con el masoquismo, podríamos situar que la
experiencia analítica orientaría al analizante en las antípodas del masoquismo ya que se trataría
de que el analizante tome la palabra; allí donde la experiencia extrema del masoquista consiste en
organizar la escena de modo de no tener más la palabra.

El oír del primer tiempo de la pulsión invocante podría considerarse el oír la voz del padre,
el padre traumático (LACAN 1969) tal como Lacan lo lee en Moisés (FREUD 1939). Es decir,
cuando el viviente es arrancado de la naturaleza. La respuesta neurótica frente a esta injuria, esta
palabra de odio que nombra al ser (LAZNIK 2004) sería el autoerotismo: oírse. Segundo tiempo
del circuito pulsional (LACAN 1963) tal como Lacan lo retoma a partir de los desarrollos
freudianos de Pulsiones y destinos de pulsión (1915).
Finalmente, con el tercer tiempo del circuito pulsional surge la respuesta del sujeto. Es
decir, el fantasma: hacerse oír, ver, chupar, cagar.
De esta manera, ubicamos el lugar diferencial que tiene la voz respecto de los otros objetos.
La voz sería el fundamento de las diversas respuestas fantasmáticas que tienen por función
modular el imperativo ciego. Aquí, hallamos la pulsión invocante enmarcada en la escena
fantasmática.

Ubiquemos una última cuestión, ya no del fantasma perverso, sino de la perversión como
estructura clínica.
En el Seminario 4 Lacan planteaba el fetichismo como modelo de la perversión. A partir
del Seminario 16 sitúa al masoquismo como referente central de la perversión. Indica que el
masoquista le intenta devolver al Otro su goce perdido, su objeto faltante en tanto castrado
(LACAN 1968). Y para ello, sitúa a la madre como Otro. Hacerse oír por el Otro, es decir, que el
sujeto masoquista se convierta en voz, querría decir que se trata de devolverle la voz a la madre.
Justamente por no haberla escuchado con el padre mediante, al modo neurótico.
Esta cuestión se entiende con el planteo de que “el masoquista es un fino humorista”
(LACAN 1968). Es decir, el humor es una estrategia para pensar la ley, al ubicar una ley del lado
de la madre superior a la ley del padre (DELEUZE 1967). En otras palabras, establecer un
contrato masoquista con la madre, diverso del pacto neurótico que se sostiene en la ley del padre.
Entonces, el masoquista se transforma en la voz al darle la palabra a quien, en general, le
pega. Por eso Lacan dice que el masoquista es un pedagogo que educa a su victimario (LACAN
1968).

203
En cuanto al sadismo, Sade hace decir a sus personajes torturadores que el goce está en el
sufrimiento de la víctima. La figura del sádico consiste entonces en que el torturador cree estar en
el lugar del Otro para asegurarse el goce, y con esto, le quita la palabra: el torturador imagina ser
el Otro, tiene la palabra, y somete a la víctima. Lo que el personaje sadiano desconoce es que en
realidad él trabaja para el Otro. Al hablar él encarna la voz del Otro (LACAN 1968).

La comunidad de lugares: superyó, perversión y posición del analista


En el Escrito Kant con Sade (1966), Lacan no postula, pero sí permite leer, con el mayor de
los cuidados138, cierta comunidad de lugares que se establece entre la voz del superyó, la
perversión y la posición del analista (LACAN 1966c).
Situamos dicha comunidad de lugares a partir de la categoría de objeto y sujeto dividido,
allí donde el objeto voz divide al sujeto. Es decir, habría una comunidad de lugares entre:
-La voz del superyó y su correlato en el masoquismo moral;
-El perverso como instrumento de la voz del Otro y su partenaire neurótico;
-La posición del analista y la producción del sujeto dividido.

Respecto de este último punto que es el que más nos interesa, remitimos al lector a la
conceptualización de Lacan de los cuatro discursos donde propone el semblante en el lugar del
agente de un discurso (LACAN 1969). En ese sentido, habría semblante del objeto a, pero
también del significante amo (S1), del S2 y del sujeto dividido.
En esta línea, Lacan destaca la posición del analista como semblante del objeto a porque
ubica dicha posición como la más conveniente para el analista en el sostén de su acto.

Entonces, planteamos la comunidad de lugares por dos razones:


Por un lado, en el lugar de la causa se halla el objeto: en la voz del superyó, en la voz del
perverso y en la posición del analista.
Por otro, también en los tres casos el efecto de que el objeto se halle ubicado en el lugar de
la causa es que el sujeto queda dividido: en el masoquismo moral, allí donde el sujeto no puede
dejar de escuchar los mandatos –hemos trabajado la propuesta de Lacan del “oigo”-; en el
neurótico que queda dividido (la angustia lo señala) frente al sádico y el masoquista (ampliar); y
finalmente, también como efecto del acto analítico.

138
Al final de este núcleo problemático nos explayaremos sobre la necesidad de cierta prudencia en cuanto a plantear
esta equivalencia. Especialmente la que se refiere a la comunidad de lugares entre la posición del analista y la
posición del sádico o masoquista.
204
Esta propuesta acerca de la comunicad de lugares del objeto que hallamos respecto de la
voz superyoica, la estructura clínica de la perversión y la posición del analista, permite
investigar ciertos problemas clínicos:

a. El deslizamiento de la posición del analista a la presencia de una voz superyoica


Situamos el deslizamiento de la posición del analista a una posición que implicaría efectos
superyoicos. Con este planteo Lacan permite retomar la idea freudiana de que el superyó puede
volverse cruel.
Ahora bien, si bien es cierto que permite leer la problemática freudiana, sin embargo,
estaría planteando que no es el superyó aquello que se vuelve cruel, sino que la posición del
analista, en tanto objeto, guarda comunidad topológica con la voz del superyó.
Desde nuestro punto de vista, esta es la novedad que aporta Kant con Sade respecto del
tema. Nuestra lectura consiste en que al retomar la pregunta por la crueldad, Lacan no responde
en la misma línea que Freud sosteniendo que el superyó deviene cruel –dicha respuesta freudiana
requiere necesariamente de la conceptualización del superyó en tanto bifronte. Es decir, supone
dos instancias y la posibilidad de pasaje de una a otra-.
Por el contrario, consideramos que Lacan permite situar que la posición del analista y la
voz del superyó obedecen a la presencia del objeto en un mismo lugar. Es decir, el objeto
causando la división del sujeto (LACAN 1966c).
Son muy diversas las menciones de Lacan donde articula la posición del analista con el
objeto voz. Destacamos la conceptualización del analista como semblante del objeto a (LACAN
1969).
La posición del analista como semblant de a implica no responder desde el lugar del amo.
Pero este es un principio general de su accionar, ya que, para ser más precisos, Lacan plantea que
la posición del analista supone la rotación de los discursos (LACAN 1969). Es decir, el analista
como semblante de los cuatro elementos: S1, S2, a y $.
Por otro lado, el alcance de la posición del analista como semblante del objeto a tiene sus
límites. No resuelve la sujeción del analizante al sujeto supuesto saber, sino que, sienta las bases
para su destitución sobre el final del análisis139. Respecto de este punto, hay una implicación

139
Tomamos aquí la delimitación del final del análisis tal como la propone Lacan entre los Seminario 15 y 17 y sus
textos contemporáneos, especialmente la Proposición del 9 de Octubre. Es decir, la destitución del sujeto supuesto
saber.
205
entre el acto analítico y sus consecuencias en la destitución transferencial que conducen al vacío
en el lugar del Otro.

b. La dificultad que surge en algunas ocasiones respecto del diagnóstico entre neurosis y
perversión
En distintas ocasiones hemos presenciado140 que se fundamente un diagnóstico de
perversión basado en localizar la angustia del lado del entrevistador. Es decir, la división del
sujeto estaría del lado de quien conduce la entrevista –dicha división se manifestaría en la
angustia- y por ello, se justificaría diagnosticar una perversión141.
Ubicado el problema, consideramos que nuestra propuesta acerca de la comunicad de
lugares, es decir que el objeto esté como causa y la división del sujeto como efecto, permitiría
situar que la presencia de la angustia, aunque no engañe (LACAN 1962), tampoco delimita
acabadamente la naturaleza del problema. Ya que al menos en estos tres casos que aislamos –
superyó, perversión y posición del analista- el resultado es el sujeto dividido, y ello podría
acarrear en algunas ocasiones, la manifestación clínica de la angustia.

c. El problema del diagnóstico entre la voz del superyó y la alucinación verbal


Nos remitimos aquí a una serie de ocasiones en las que la presencia clínica de una voz
imperativa, no necesariamente consiste en una alucinación.
Se trata de un diagnóstico problemático que en nuestra experiencia se ha presentado en
algunas ocasiones, y solo a posteriori es posible determinar su lógica. Es decir, si responde al
superyó en las neurosis o si se trata de una alucinación que finalmente se ubica como fenómeno
elemental. Este mismo problema lo hallamos planteado de otra manera delimitado en términos de
dificultad diagnóstica entre la alucinación neurótica o psicótica.
Desde nuestro punto de vista, hallamos un argumento más para fundamentar que la
presencia clínica de una voz no remite necesariamente a la conceptualización de los fenómenos
elementales (LACAN 1955a).

140
Nos referimos a una gran cantidad de presentaciones de enfermos realizadas en el marco de la Residencia en
Psicología en el Servicio AP1 del Hospital Borda entre los años 2003-2008.
141
Entre los variados problemas que acarrea un diagnóstico realizado de este modo, destacamos el supuesto
necesario de que la angustia se hace presente siguiendo el planteo de Lacan de que el partenaire del sádico o del
masoquista siempre es neurótico, y que en este caso la angustia no se presenta por ninguna otra razón.
206
d. No hay comunidad de lugares entre la posición del analista y la estructura clínica de la
perversión -tanto del sádico como del masoquista-
Respecto del masoquista, Lacan se pregunta si la posición del analista no implica una
posición masoquista cuando se pregunta de qué goza el analista (LACAN 1963).
Consideramos que la posición del analista no es masoquista porque el analista, en teoría, no
goza de dicho lugar. Se trata más bien de un semblante de objeto.
En ese sentido, el analista puede sostener el lugar del “objeto degradado” (LAZNIK 2003),
es decir, dejarse tomar como objeto, y no por ello ser el objeto degradado.
En cuanto a la comunidad de lugares entre la posición del analista y la estructura clínica
del sadismo (MILLER 1984b)142, por nuestra parte consideramos que no hay tal comunidad.
Por el contrario, consideramos necesario distinguir el objeto como instrumento del goce del
Otro (LACAN 1968) del objeto causa del deseo del Otro (LACAN 1969). Sus consecuencias son
diversas y no se confunden, aunque fenoménicamente en alguna ocasión pueda surgir la angustia
como efecto del acto analítico y la división del sujeto. La perversión como modo de hacer existir
al Otro (LACAN 1966c) se distingue de la operación analítica que apunta a la destitución del
sujeto supuesto saber (LACAN 1967b).

142
En esa línea Miller sostiene que "el analista, como Sade, no es más que un instrumento" (Miller 1984b).
207
8.4. El superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica
Ubicamos con Freud la incidencia del superyó en la constitución del aparato psíquico, es
decir, Freud lo propone como una de las tres instancias que lo componen (FREUD 1923). Luego,
situamos los primeros desarrollos de Lacan al respecto a partir de la función del tú eres. Ahora
delimitaremos una línea de investigación apenas esbozada por Lacan, que permitirá indagar la
articulación entre el superyó, las operaciones de alienación y separación y la constitución del
sujeto. A partir de allí, pensamos que sería posible iluminar un aspecto de la operación analítica
que se fundamenta en las formaciones del inconsciente. Se trata de una lectura del superyó más
cercana a los desarrollos freudianos, y sin embargo, extraída de los textos de Lacan.

Padre, tótem y superyó


Ahora trabajaremos la articulación entre el padre, el tótem y el superyó a partir de las
formaciones del inconsciente y tres referentes clínicos.
En ese sentido, entendemos que es posible un retorno a ciertos desarrollos freudianos
respecto de las formaciones del inconsciente, pero a la luz del concepto de superyó.

El olvido del nombre


En primer lugar, el olvido del nombre. Retomamos un texto de André Malraux donde relata
una historia acerca de un Jung apócrifo: "Jung forma parte de una expedición a los indios de
Nuevo México. Le preguntan cuál es el animal de su clan y él contesta que Suiza no tiene ni
clanes, ni tótems. Luego de la conversación salen del cuarto bajando por una escala. Los indios
bajan al modo en que nosotros bajamos una escalera, de espaldas a la escalera. Jung en cambio,
baja como nosotros bajamos una escala, de cara a la escala. Cuando llega al suelo, el jefe indio
sin hablar señala el oso de Berna bordado en la camisa de su visitante, Jung. El oso es el único
animal que baja de cara al tronco y a la escala" (MALRAUX 1967).
Jung, el personaje de Malraux, no sabía acerca de su pertenencia al linaje totémico común
de los suizos: el oso de Berna143. Entendemos que se trata de un saber no sabido tal como Freud
conceptualiza el inconsciente dinámico. En este sentido, el acto trivial de bajar por una escalera
se ordenaría por una herencia discursiva. Se trata de un olvido renegatorio de Jung, que dice no
tener ningún tótem. Un personaje que rechaza su herencia y su pertenencia a un linaje. Sin
embargo, dicho olvido garantiza la eficacia, aunque no sintomática, de dicha antecedencia.

143
Para este desarrollo y los que continúan respecto del acto fallido y el acting out remitimos al lector a la lectura de
las formaciones del inconsciente que realiza Kreszes en la Revista Conjetural. Nº 2. Buenos Aires: Sitio.
208
Hallamos entonces, que el tótem se hace presente y se propone a la lectura mediante una
formación del inconsciente. Se trata de los pequeños actos de la vida cotidiana determinados por
aquello que se incorpora del padre y que es señalado por el tótem144.
En Tótem y tabú (1913) Freud trabaja esta herencia, la deuda simbólica, a partir del tótem.
Luego, en Introducción del narcisismo (1914) lo hace a partir del Ideal del yo. Y finalmente, en
la segunda tópica incorpora estos desarrollos bajo la égida del superyó. ¿Por qué? Si bien no es
explícito, consideramos que hay un argumento freudiano que consiste en destacar las insignias
paternas que se transmiten vía el complejo de Edipo y complejo de castración. De este modo, al
proponer el superyó como heredero del complejo de Edipo, está planteando la articulación entre
las insignias del padre y el superyó, aquello que se incorpora a la salida del Edipo.
Hemos trabajado las razones que conducen a Freud a plantear una torsión145: el punto en
que el superyó deviene cruel. Y para ello señalamos el antecedente del tabú. Cuando Freud
plantea las insignias mediante la conceptualización del tótem en Tótem y tabú (1913), también
desarrolla extensamente el lugar del tabú. De este modo, si bien el eje del texto de 1913 consistía
en ubicar la función paterna en cuanto al padre muerto como garante de la exclusión de un goce,
al mismo tiempo, a Freud le resultaba pertinente, ya desde aquella época, situar otra dimensión
del padre asociada al castigo y a lo no dicho, el silencio de las pulsiones que se le podrían
adscribir al tabú, aquello que se hace presente bajo la forma de lo no dicho.

Acto fallido: El retorno del nombre


En segundo lugar, el acto fallido. Ahora tomaremos el caso de un analista contemporáneo
de Freud: Víctor Tausk. Dicho analista relata el caso de un paciente judío que se casa con su
novia cristiana, y para ello, él se convierte al cristianismo. Tausk relata que su paciente comenta:
“cambié de decisión no sin resistencia interior, pero la finalidad perseguida me pareció justificar
el cambio, sobre todo porque no renegaba de una convicción que no tenía, ya que mi adhesión al
judaísmo era puramente formal” (TAUSK 1916).
Varios años después, pasaba unas vacaciones con su esposa e hijos en la casa de una familia
de conocidos, cuando la dueña de casa, quien desconocía su origen judío, realiza algunos

144
En este punto seguimos algunos lineamientos planteados por Kreszes en Superyó y filiación. 2005. Rosario:
Laborde.
145
Hacemos uso de la noción topológica de “torsión” en el sentido de que se pasa del sujeto al objeto sin corte. En
este caso, del superyó que permite inscribir al sujeto, a la dimensión cruel del superyó que se delimita a partir del
masoquismo, es decir, del objeto. Nos fundamentamos en la siguiente afirmación “La torsión es esa torsión que se
observa con claridad en el grupo de Klein (…) en el que surge el objeto” (RABINOVICH 1999).
209
comentarios antisemitas. El paciente en cuestión, temeroso de tener que abandonar la bella
campiña si se descubre su origen judío, piensa que la espontaneidad de sus hijos podría atentar
contra su intento de mantener oculta su ascendencia. En este punto, se le ocurre enviar a sus hijos
al jardín a jugar para alejarlos de la conversación. Les dice: "Vayan al jardín, Judíos (Juden) –
dije, para corregirme inmediatamente- “jóvenes” (Jungen)".
El lapsus, juden -judíos- que sustituye a jungen -jóvenes-, confronta a nuestro personaje con
su herencia en conflicto. El acto fallido inscribe simultáneamente al paciente y a sus hijos en un
linaje. Los filia como hijos de él, y en el mismo movimiento, lo confronta a él con su herencia.
Ahora puede interrogar aquello que para él adquiere valor del nombre propio, su
inscripción respecto de un tótem. En ese sentido, le dice a su analista que "debía aprender a no
rechazar impunemente el culto de los antepasados cuando se es hijo y padre al mismo tiempo"
(TAUSK 1916).

En este caso, se trata de un lapsus que inscribe al sujeto en un linaje. También se trata de
una formación del inconsciente en la que se articula el superyó. Sin embargo, el lapsus a
diferencia del olvido, permite que el sujeto se confronte con un significante particular, Juden, que
lo habilita a interrogar su herencia.
En esta línea, destacamos siguiente propuesta freudiana respecto del ello y del superyó, que
representan los influjos del pasado: Freud propone que el ello representa los influjos del pasado
heredado, y en cambio, el superyó representa el pasado asumido por otros (FREUD 1938).
Entonces, la confrontación con aquello que nombra al sujeto, aquello que inscribe al sujeto
en una cadena de generaciones, no es aún, la asunción de la herencia. Sin embargo, es uno de los
modos posibles en que en un análisis se abre la posibilidad de interrogar el tótem, aquello que se
incorpora como marca del padre. Freud en este punto ubica la “incorporación del padre”
(FREUD 1924c). Y lo hace, tanto respecto del padre muerto –se mata al padre de la horda y se lo
devora-, como del padre del Edipo, a quien se incorpora en tanto es soporte de la interiorización
de la ley.
En este punto, Lacan destaca que incorporar no es asimilar (LACAN 1962). Sin embargo,
es posible dar un paso más y formular aquello que Freud intuye. No alcanza con incorporarlo,
además, es necesario de apropiarse de la herencia. En ese sentido, el superyó representa el
pasado asumido por otros (FREUD 1938). Por ello Freud, en diversas ocasiones, cita a Goethe:
"Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo".
Entendemos que un lapsus en análisis permitiría comenzar a interrogar, y eventualmente
poseer, aquello que se hereda del padre.

210
Síntoma y acting out
En tercer lugar, el síntoma y el acting out. Hallamos una tercera vía de articulación entre el
superyó y el inconsciente dinámico. Se trata de aquello que es posible leer en un síntoma y un
acting out. Entendiendo el acting desde la propuesta freudiana del “agieren” (FREUD 1914a). Se
trata de una repetición en transferencia que se plantea como un nuevo modo del recordar, por
fuera de la rememoración. O sea, la transferencia como formación del inconsciente, una
"rememoración actuada" (LACAN 1963).
Tomamos como referente clínico el caso de los sesos frescos que Lacan desarrolla en la
Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la verneinung de Freud (LACAN 1954b).
El paciente del analista Kris se encuentra detenido en su profesión debido a su síntoma. Se
trata de una compulsión por la cual se siente empujado a tomar las ideas de otros, de sus mayores.
La obsesión por el plagio le impide publicar sus ideas. Un síntoma entonces, el miedo a ser
plagiario.
Nuevamente, el conflicto respecto de la herencia simbólica, el lugar del tótem. Hasta aquí,
un síntoma respecto de las ideas de sus mayores de las cuales él sería un plagiario. Leemos allí el
conflicto psíquico. El síntoma del temor al plagio muestra la dificultad de apropiarse de aquello
que le viene del Otro146.
El paciente de Kris se propone ser original, autofundarse y rechazar la herencia. En este
punto, lo asaltan las ideas de ser un plagiario.
¿Cómo interviene el analista? Kris le asegura que sus escritos son originales. O sea,
interviene respecto de la realidad efectiva –no la realidad psíquica-. Pasaje al acto del analista, y
caída de su posición. Interviene respecto de la realidad, en lugar de interrogar el síntoma, allí
donde no se sabe lo que se dice en aquello que se dice.
Frente a dicha intervención –léase frente al pasaje al acto del analista- la respuesta es un
acting out. El paciente refiere: "todos los días al mediodía, cuando salgo de la sesión, antes del
almuerzo, y antes de volver a mi oficina, voy a dar una vuelta y hago guiños a los menús detrás
de las vidrieras de sus entradas. En uno de esos restaurantes es donde encuentro de costumbre
mi plato preferido, sesos frescos" (LACAN 1954b).
¿Qué sitúa Lacan? y ¿qué nos permite ubicar respecto del superyó en esta dimensión
simbólica de la herencia y la deuda como un modo de presencia del sujeto?

146
En este sentido Lacan considera que hay "un prejuicio del que el psicoanalista debería desprenderse por medio
del psicoanálisis, el de la propiedad intelectual" (LACAN 1954b).
211
Del acting a su lectura: superyó y constitución del sujeto
Lacan dice que se trata de "La emergencia de una relación oral primordialmente
cercenada" (LACAN 1954b). Lacan está escribiendo una respuesta al comentario de Hyppolite y
el texto de referencia es el artículo freudiano sobre La negación. Freud sitúa allí la oralidad en la
operación del juicio de atribución. Afirmación y expulsión primordiales como dos caras de la
operación que funda el campo de lo simbólico. Dicho campo se funda a partir de lo afirmado -se
incorpora al padre-, y lo expulsado, el exterior freudiano (FREUD 1925a).
Freud ya había apelado a la oralidad para dar cuenta tanto de la constitución de la sociedad
totémica, se mata al padre y se lo devora (FREUD 1913b), como de la identificación primaria
(FREUD 1921).
En Tótem y tabú (1913) escribe que en el acto de la devoración del padre los hermanos se
identifican con él. Se trata de un acto, no es natural, y además requiere de un refuerzo anual, la
fiesta totémica. Entonces, la incorporación oral del padre establece un lazo entre los hermanos,
pero también, con el Otro paterno. Tótem y tabú (1913) ficcionaliza el pasaje del padre como
objeto de la devoración al padre como significante, el padre del nombre. De este modo, el acto
inscribe al tótem y a la vez al sujeto en una cadena de generaciones.
Ahora bien, no se trata solamente de la incorporación del padre. Por eso Freud sitúa dos
operaciones simultáneas respecto del juicio de atribución. Se afirma al padre como significante, y
se expulsa al padre como objeto pulsional. Esta propuesta freudiana no ha tenido demasiado eco
en desarrollos posteriores, y sin embargo, en este punto es crucial y la podemos recuperar con
Lacan.
Recortamos de este modo la afirmación freudiana de Psicología de las masas respecto de la
identificación primaria: "se comporta como un retoño de la primera fase, oral, de la
organización libidinal, en la que el objeto anhelado y apreciado se incorpora por devoración y
así se aniquila como tal" (FREUD 1921).
De este modo, cuando Lacan indica que el acting del paciente de Kris hace emerger una
relación oral primordialmente cercenada, leemos allí una referencia a aquello que queda
rechazado en la intervención de Kris en el punto en que interviene respecto de la realidad: lo
rechazado sería la herencia totémica que determina el síntoma del miedo al plagio. Ir a comer
sesos frescos sería un acting, en tanto objeto oral, un llamado a la incorporación del tótem dejada
de lado en la intervención.

No hay sujeto sin separación

212
Estas cuestiones nos conducen a indagar la constitución del sujeto, y de este modo, plantear
la hipótesis de que no habría sujeto sin separación. Con las operaciones de alienación y
separación (LACAN 1966b) es posible elucidar ciertas cuestiones de la articulación entre el
superyó y el padre, que en Freud permanecen oscuras. Hemos insistido respecto del lugar del
tótem en cuanto a la constitución del sujeto. Sin embargo, no alcanza con la operación de
identificación a un rasgo emblemático -tótem- recortado del campo del Otro para pensar la
constitución del sujeto. El sujeto surge a partir del cruce de dos operaciones: alienación y
separación. Que un significante represente al sujeto para otro significante (LACAN 1957b)
implica que el sujeto surge dividido por el intervalo significante resistiéndose al aplastamiento de
la alienación al Otro.
La teoría del yo autónomo rechaza la deuda del sujeto respecto del Otro, allí no habría
alienación. Pero también esta la contracara, allí donde solo hay alienación, otro modo de rechazo
de la división del sujeto. Tomamos las sectas como referente de esta cuestión allí donde no hay
separación.

Incesto y parricidio
Situemos una última cuestión respecto del tótem y el superyó a partir de las operaciones de
alienación y separación: la articulación de las operaciones de la causación del sujeto articuladas a
las prohibiciones universales edípicas: incesto y parricidio.
Hallamos cierto lugar común, transitado habitualmente, en tratar conceptualmente la
prohibición como denegación de la imposibilidad. En este sentido, nos preguntamos ¿cuáles son
las imposibilidades que las prohibiciones recubren? nos referimos a dos imposibilidades
derivadas de la estructura del lenguaje que hacen a la constitución del sujeto.
La prohibición del incesto tematizaría la imposibilidad de hacer Uno con el Otro. O sea,
que el sujeto se constituye como un objeto separado del Otro. Y por lo tanto, dando cuenta de la
imposibilidad de eliminar la separación. No hay alienación sin separación.
En cuanto a la prohibición del parricidio, tematizaría la imposibilidad de la autofundación
del sujeto. Respecto de nuestro tema, esta segunda cuestión es central. En ese sentido, no sería
posible desentenderse de la alienación, como lo hace el Jung de Malraux, o bien, el paciente de
Kris que da cuenta de dicha imposibilidad mediante la compulsión a pensarse plagiario. Incluso,
como lo atestigua el analizante que comete el lapsus “Juden” por “Jungen”.

En el inicio era el verbo: tú eres

213
El sujeto se constituye a partir de la función del Tu y Lacan lee allí la articulación entre el
superyó y el padre (LACAN 1955a). Esto permite iluminar diversos desarrollos de Freud en
cuanto al superyó en el punto en que el sujeto es nombrado.
Nos preguntamos entonces, ¿el efecto superyoico resulta de la invocación –tú eres- o bien
de la lectura que se haga de ella? Entendemos que Lacan es muy agudo en la lectura que propone
en el Seminario 3 en cuanto al superyó freudiano ya que permite situar que el superyó tiene
relación con el nombre y que su carácter superyoico deviene de una lectura que transforma el
nombre en la consistencia del ser. Por ello, cuando situamos que no hay alienación sin
separación, ahora agregamos que podría haberla, y a eso se lo llamaría, desde esta perspectiva,
efecto superyoico: el aplastamiento del sujeto en el punto en que el ser adquiere consistencia.

En esta línea, las formaciones del inconsciente permitirían operar en el análisis con los
efectos superyoicos de la constitución del sujeto; allí donde es posible leer al sujeto como falta en
ser.
Estas cuestiones iluminan un aspecto de la operación analítica que se fundamenta en las
formaciones del inconsciente y tendría incidencia en el efecto superyoico.

214
8.5. El superyó como imperativo de goce y la posición del analista
En este núcleo problemático, que recortamos a partir de la teorización de Lacan, ubicamos
un contrapunto entre la posición del analista y el superyó. Los articuladores para dicho
contrapunto son el plus de gozar (LACAN 1969) y los goces (LACAN 1972a).
¿Qué aporta la formalización del superyó a partir de estas referencias? Desde nuestro punto
de vista, permite discriminar el goce en juego en el superyó, de aquel que se plantea en cuanto a
la posición del analista.
En esta línea, entendemos que es posible indagar el problema situado por Freud bajo el
nombre de "nuevo superyó" (FREUD 1938). Consideraremos en este punto, la posición del
analista a partir de los goces, pero por fuera del goce del Otro, donde inscribiremos el goce del
superyó. Es decir, el superyó delimitado a partir del goce del Otro y la posición del analista
referida al Otro goce, nos permitirán precisar el problema que Freud delimita al señalar que el
analista podría devenir en un “nuevo superyó”147.

Imperativo de goce
Nos centraremos en las consecuencias en la teorización del superyó que conlleva la
conceptualización del objeto a como plus de gozar y la pluralización de los goces. De esta
manera, hemos ubicado el concepto freudiano de superyó en términos de dos dimensiones: las
dimensiones protectora y cruel del superyó (FREUD 1924). Entendemos que es posible
establecer un contrapunto entre este superyó bifronte freudiano y la conceptualización lacaniana
del superyó en términos de imperativo de goce (LACAN 1972a)148.
Hallamos que la formulación del superyó como imperativo de goce, enunciada pero no
suficientemente desarrollada por Lacan, se sostiene de dos lugares: La conceptualización del
objeto a causa de deseo y el objeto a plus de gozar del Seminario 17 (LACAN 1969), y por otro,
la formalización de los goces del Seminario 20 (LACAN 1972a).
Despleguemos estas ideas.

1. Objeto a: causa de deseo y plus de gozar (LACAN 1969)

147
Nos hemos referido a la noción de “nuevo superyó” en el cuarto capítulo de la Tesis.
148
Destacamos la intuición freudiana de articular el superyó con una dimensión del padre que excede al padre como
agente de la prohibición del incesto, es decir, lo que resta al padre muerto que Freud intenta abordar con el mito de
Moisés. También acentuamos que el superyó en Lacan se distingue del nombre del padre –que metaforiza el deseo de
la madre- y del ideal del yo –que adquiere un lugar diferencial en la constitución de la neurosis de transferencia-
(LACAN 1963).
215
En el Seminario 10 Lacan conceptualiza cinco formas del objeto a: oral, anal, fálica,
escópica e invocante (LACAN 1962). Las sitúa como partes del cuerpo –pecho, heces, falo,
mirada y voz- que responden a la separación que opera en la constitución del sujeto en el lugar
del Otro.
Se trata de cinco niveles de la constitución del objeto donde Lacan cuestiona la concepción
lineal de Abraham. Y al mismo tiempo, deslinda los dos objetos –anal y voz- que Freud había
conjugado en la fase sádico-anal.
El objeto anal es el primer soporte de la subjetivación porque es aquello por lo cual el
sujeto es requerido a manifestarse como sujeto, es decir, tiene que entregar lo que es como resto
irreductible a lo simbólico.
En el nivel oral, el anterior en el sentido freudiano, “el sujeto no puede saber hasta qué
punto es aquel ser adosado al pecho de la madre bajo la forma del seno…” (LACAN 1962). En
este nivel cree que el objeto a es el Otro. En cambio, en el nivel anal, se reconoce en un objeto
que lo representa en tanto viviente.
El primer tiempo, el de la demanda del Otro, es central porque para dar lo que el Otro pide
el sujeto tiene que retener. Y ello se ejerce contra la función biológica de expulsar las heces. Por
ello, Lacan ubica el surgimiento de la subjetividad en este punto, y la delimita a partir de la
función del “no”.
¿Qué relación tiene con la función del objeto a causa de deseo? Lacan dice: “Ese objeto
anal nos permite efectuar de la función del objeto a, el objeto a en tanto que resulta ser el primer
soporte, en la relación con el Otro, de la subjetivización, quiero decir aquello en lo cual y por lo
cual el sujeto es requerido ante todo por el Otro a manifestarse como sujeto, sujeto de pleno
derecho, sujeto que aquí ya tiene que dar lo que es, en tanto que ese pasaje, esa entrada en el
mundo de lo que él es no puede efectuarse sino como resto, como irreductible en relación con el
sello simbólico que le es impuesto. Allí él es lo que en primer lugar tiene que dar; y de ese objeto
está suspendido como del objeto causal, lo que va a identificarlo primordialmente con el deseo
de retener. La primera forma evolutiva del deseo se emparenta de este modo con el orden de la
inhibición. Cuando el deseo aparece formado por primera vez, se opone al acto mismo por donde
su originalidad de deseo se introduce. Si en el estado precedente ya estaba claro que es del
objeto que está suspendida la primera forma de deseo en tanto que la elaboramos como deseo de
separación” (LACAN 1962).
En cuanto a la forma fálica, se trata del –φ: “la función del a está representada por una
falta, a saber, la ausencia del falo en tanto que constituye la disyunción que une el deseo con el
goce” (LACAN 1962).

216
En cuanto a los objetos mirada y voz los hemos trabajado en el Capítulo 4.
Estos desarrollos conducen a la conceptualización del objeto causa. Y luego, en el
Seminario 17, Lacan agrega la función del objeto a como plus de goce. Primero situamos, el
objeto a como resto de la constitución del sujeto en el Otro, es decir, el objeto que implica la
pérdida de goce149.
Pero al mismo tiempo, su composición ajena al significante lo convierte en el lugar de la
estructura apto para recuperar algo de ese goce perdido. Esta conceptualización del objeto a como
plus de goce se encuentra claramente planteada en el Seminario 16, e integrada a los discursos
como formas de lazo social en el Seminario 17.
La conceptualización del objeto a le permite a Lacan en el Seminario 17 distinguir entre el
objeto a causa de deseo y el objeto a plus de gozar. En esa línea, entendemos que es posible
considerar el superyó como uno de los modos de recuperación de goce, plus de gozar (LACAN
1969).

2. La formalización de los goces


Consideramos que la formulación del superyó como imperativo de goce se sostiene también
de un segundo lugar: la formalización de los goces del Seminario 20 (LACAN 1972a).
Situamos aquí el movimiento que va del goce a la pluralización de los goces: goce fálico,
goce del Otro y Otro goce (LACAN 1972a) en el marco de las fórmulas de la sexuación.

Ubiquemos brevemente algunos postulados de Lacan referidos a las fórmulas de la


sexuación, y al modo, en que desde allí, Lacan retoma y recrea una serie de problemas
freudianos. Este recorrido nos permitirá deslindar distintos lugares en cuanto a la posición del
analista y el problema del superyó.

Sobre el final de su obra, en Análisis terminable e interminable (1937), Freud planteó un


tope para el análisis: la roca de base, la desautorización de la feminidad para ambos sexos
(FREUD 1937). ¿De qué modo conceptualiza Freud la feminidad? Ubicamos dos niveles:
Un primer nivel se ordena alrededor del postulado “no hay inscripción del sexo femenino
en el inconsciente”. Como no hay inscripción, Freud sitúa aquello que intenta dar cuenta de la
feminidad. De este modo, Freud ubica la pasividad, el lugar de objeto y la posición de castrado.
Un segundo nivel, que se articula con el anterior, es la conceptualización freudiana de las
salidas del Edipo para la mujer. El problema, consiste en que las tres salidas son fálicas y por ello

149
Podríamos situar su formalización a partir de las fórmulas de la división subjetiva (LACAN 1962).
217
Freud llega a decir que la libido es sólo masculina (FREUD 1933d). La inhibición, el complejo de
masculinidad y la salida que Freud llama “feminidad normal”, las tres salidas son fálicas porque
se sostienen en la envidia del pene. Es decir, el falo orienta las tres salidas del Edipo en la mujer
(y en el hombre)150.
Entonces, ¿hay un más allá del deseo de hijo como sustituto del pene para la mujer? Freud
dice que hay que ubicar en el deseo del pene un deseo femenino por excelencia (FREUD 1933d).
De este modo, lo femenino se normaliza en el deseo de pene. Así, ubica Freud la feminidad
normal. Y Lacan lee “norme male”: normal/norma macho (SCHEJTMAN 2012)151.
Sin embargo, Freud planteó una y otra vez la pregunta “¿qué quiere una mujer?”. Con lo
cual la envidia del pene no cierra la cuestión. Para Freud habría un más allá de la orientación que
provee el falo, aunque no alcance formalizarlo.

Entonces, ¿hay Otro goce que el goce que se ordena a partir del falo? Es decir, ¿hay otro
goce que el goce fálico? Lacan intentó dar cuenta de esta pregunta en el Seminario 20.
En este Seminario Lacan propone cuatro fórmulas para ubicar la sexuación. Dos del lado
hombre y dos del lado mujer.
Del lado macho, la función paterna es ubicada por Lacan en el lugar de la excepción: existe
una x para la cual no se cumple la función fálica (LACAN 1972a). El padre de Tótem y tabú
tiene acceso a todas las mujeres y para él no se cumple la función de la castración. El padre es la
excepción que funda la regla y tiene función de límite. Es decir, delimita la clase de los
alcanzados por la castración al sustraerse del conjunto. Nadie puede ocupar su lugar dice Freud
en el mito (FREUD 1913).
Entonces, para que se constituya la comunidad de hermanos alcanzados por la castración,
tiene que haber al menos Uno que se sustraiga de la castración, el padre, y le de consistencia al
conjunto.

A partir de ubicar la excepción que implica el padre, es posible realizar una segunda
operación, la de la universalidad. Para ello Lacan introduce la segunda fórmula que indica que
Para todo x vale la función fálica (LACAN 1972a). Para todos los x rige la prohibición del
incesto. Es decir, para todo el que se ubique del lado hombre se afirma la función fálica como

150
Si tomamos la salida que Freud ubica como femenina, se presenta como una orientación hacia el padre. El padre
de quien se espera un hijo como sustituto del pene.
151
De aquí se desprende que el goce es goce fálico.
218
universal. Tanto hombres como mujeres se ordenan a partir de un mismo significante, el falo. De
este modo, el Edipo tiene función normativizante. Y el goce se ordena respecto del falo.

Hasta acá, tenemos a Lacan formalizando los mitos freudianos de Edipo y Tótem y tabú.
Una fórmula ubica la relación del Edipo y el falo. Del lado hombre todos se ordenan respecto del
falo. Y la otra fórmula sitúa la operatoria del padre en la constitución del conjunto o la clase
“hombre”. Es decir, aquellos para quienes opera la función fálica.

Antes de pasar al otro lado de las fórmulas, retomemos brevemente lo que decía Freud en
Tótem y tabú, con el fin de situar la necesidad de Lacan de formular un lado femenino.
Freud decía en el mito de la horda que los hermanos asesinaban y devoraban al padre y de
este modo incorporaban su fuerza, se identifican con él. Se constituye de esta manera la
comunidad de hermanos.
Cuando Freud retoma el mito de la horda en Psicología de las masas (1921), ubica la
identificación al padre como soporte de un rasgo que conduce a la constitución de la masa. Los
individuos se identifican entre sí y al mismo tiempo se identifican a un rasgo que soporta el líder.
Entonces, planteamos un pasaje no cronológico sino lógico, de Edipo a Tótem y tabú. De la
universalidad de la función fálica al lugar del padre como excepción.
La excepción permite constituir al conjunto de hermanos. De este modo, Freud puede
conceptualizar la masa, y como ejemplo, propone la masa de a dos. Un modo de lazo que
ubicamos como neurosis de transferencia. Entonces, la constitución de la neurosis artificial se
sostiene de un rasgo. ¿No dice Freud que la neurosis de transferencia se organiza a partir del Ideal
del yo? También Lacan lo formula sobre el final del Seminario 11.
Estas cuestiones organizan un primer modo de lazo transferencial a partir del ideal del yo.
Dejamos señalado un primer lugar para el analista.

Pero hay aún algo más del mito de la horda: al plantear como interdicto el goce de todas las
mujeres –nadie puede ocupar el lugar del padre de la horda-, eleva dicho goce al rango de la
existencia. Ya que habría Uno que podría gozar de todas las mujeres (y por eso se lo mató y
devoró). Entonces, aunque imposible, el mito hace existir el goce de todas las mujeres.
De ahí que Freud retome el mito del padre de la horda y en consecuencia pase a
preguntarse, sin poder responder: ¿qué quiere una mujer? Es decir, precisa el lugar lógico del
enigma de la feminidad (FREUD 1933d).

219
Entonces, diríamos que la conceptualización de la función paterna en el mito produce un
límite en cuanto a los alcances de la cura. Es decir, el mito de la horda y la desautorización de la
feminidad serían correlativos.

De este modo, ¿cómo se aborda lo femenino, lo hétero para ambos sexos desde estos
mitos? Freud ubicó la desautorización de la feminidad, para ambos sexos. Y sin embargo,
también ubicó que aunque lo hétero esté desautorizado, no por ello no se lo va a intentar abordar.
Entonces, hallamos que Lacan postula el fantasma del lado macho de las fórmulas
(LACAN 1972a). Un modo masculino de abordar lo femenino pero bajo una forma degradada. Se
cree abordar lo hétero pero en realidad “el hombre –quien está del lado macho,
independientemente si es hombre o mujer- es quien cree abordar a la mujer, pero en realidad
aborda la causa de su deseo, que designé como objeto a” (LACAN 1972a).
Nos referimos a la perversión del fantasma, aquella que hace de lo Otro un objeto
degradado (LAZNIK 2003). En esta línea, ubicamos como antecedente el artículo freudiano La
más generalizada degradación de la vida amorosa (1912). De allí extraemos la función del
objeto que funciona como señuelo en el fantasma. Lacan dice esto mismo bajo el modo de que no
hay La mujer (LACAN 1972a), es decir, el lazo es con el objeto a.
Ubicamos el Hombre de los lobos como referente. Freud dice: “a partir de la pubertad,
sintió las nalgas como el único encanto de la mujer, otro coito que no fuera desde atrás apenas
deparaba goce”.
Entonces, que se degrade lo femenino a un objeto parcial determina la elección amorosa. Se
establece una fijación y a partir de allí deviene condición. Por eso Freud lo ubica como “un rasgo
de perversión”, “Una condición amorosa”.
Del mismo modo, situamos en el caso Dora lo que ocurre con la mujer normalizada por falo
y como desde allí se aborda lo femenino.
Con la fantasía de fellatio (cunnilingus corrige Lacan) Dora intenta abordar la feminidad
encarnada por la Sra.K. Entonces, ¿qué es una mujer para Dora? ¿Qué ocurre con lo hétero? ¿Qué
pasa con lo que se presenta como un misterio para Dora? La respuesta para Dora es que la mujer
es un objeto a ser chupado. Nuevamente, presencia del objeto degradado en el fantasma.
Estos desarrollos ordenan otro modo de lazo transferencial. Ahora el analista vale como un
objeto parcial, a modo de intento de abordaje de lo femenino, pero del lado macho de las
fórmulas. Destacamos entonces, que dicho objeto se halla por fuera del ideal del yo –es decir de
la posición que ubicamos previamente-, pero no del falo. Ambas posiciones se inscriben del lado
hombre.

220
En el Seminario 20 Lacan dice: Freud nos abandonó en este punto porque las respuestas
que propone ante la sexualidad femenina son todas fálicas.
Y sin embargo, no es del todo cierto que Freud nos abandonó en este punto. Porque luego
de escribir Análisis terminable e interminable (1937), Freud introduce un nuevo mito: Moisés
(FREUD 1939). Es decir, Freud conceptualizó tres veces la función del padre en los mitos.
Primero ubicamos en el Edipo el padre que metaforiza el deseo de la madre y ordena el
goce respecto del falo.
Después, con Tótem y tabú, situamos que el padre sostiene la identificación a un rasgo y
permite la constitución de la masa.
Y ahora, con Moisés nuevamente el eje es la función paterna. En este caso, el padre que
traumatiza, la invocación del padre152.
Freud acerca la función paterna al trauma. Pero no al adulto perverso del caso Emma donde
Freud conceptualizaba lo traumático como efecto de la articulación significante. Es decir, el
trauma en dos tiempos. Sino lo traumático como causa del inconsciente (LACAN 1976). Aquello
que Freud llama en Moisés: “núcleo irreductible que esfuerza al aparato a su tramitación”.

De la mano de lo traumático Lacan aborda el otro lado de las fórmulas.


En el Seminario 20 Lacan plantea Otro goce, que el goce fálico y el goce del Otro. De este
modo formula que no-todo el goce se regula por el falo. O sea, ubica un goce que excede la razón
del falo.

¿Cómo entender este Otro goce?153. En la Conferencia de Ginebra (1975) dice que se trata
de un goce hétero. En La tercera (1975) lo ubica en Juanito respecto del pequeño órgano que lo
trastorna, heterogéneo al cuerpo del dominio. La irrupción del pene real.

De este modo, pasamos al lado femenino de las fórmulas donde Lacan introduce las otras
dos fórmulas.

152
El padre como causa es el padre en una dimensión de invocación, como voz. En el Seminario 24 Lacan dice que
el que escucha es el que queda dividido. O sea causa de la división del sujeto y del trabajo del inconsciente.
153
Lo que ubica Lacan es Otro goce que escapa al goce fálico. Se trata de un goce que no se puede asir por el
significante, de allí el castigo a Tiresias cuando intentó dar cuenta de la proporción entre los goces macho y hembra.
221
Lacan plantea que del lado femenino no hay nada que funcione como excepción, no existe
una x para la cual no se cumpla la función fálica. Esto se puede considerar con Freud cuando
planteaba que la mujer está castrada desde el inicio (FREUD 1924).
La segunda cuestión es la consecuencia de lo anterior. Es decir, la mujer está no-toda en la
función fálica. Está en la función fálica porque atraviesa el complejo de castración y hay sujeto.
Pero no se reduce a la función fálica. Entonces, del lado mujer, se está repartido entre la función
del falo y la función del significante de la falta en el Otro. En otros términos, allí se está repartido
entre el goce fálico y un goce femenino, más allá del falo.
En resumen, las fórmulas indican lo siguiente:
Una fórmula ubica que No hay uno para el que no funcione la castración. Es decir, del lado
mujer no hay al menos Uno que funcione de excepción y constituya el conjunto cerrado.
Entonces, no hay una clase del lado mujer, por eso Lacan dice que La mujer no existe.
Y la segunda fórmula dice que el ser hablante que se ubique de este lado, no-todo es
alcanzado por la función fálica, y consecuentemente, no-todo el goce se regula por el falo
(LACAN 1972a). No se afirma la función fálica como universal, no se constituye la clase, aquello
que Freud llamaba la comunidad de hermanos.
Lacan ubica así Otro goce que escapa al goce fálico154. Se trata de un goce que no se puede
asir por el significante, de allí el castigo a Tiresias cuando intentó dar cuenta de la proporción
entre los goces macho y hembra155.

Los goces y el padre


Recapitulando la articulación entre los goces y la función paterna en estos mitos:
Freud conceptualizó tres veces la función del padre en los mitos. En el Edipo el padre metaforiza
el deseo de la madre. ¿Qué quiere la madre? Falo. El padre que metaforiza el deseo de la madre y
produce la significación fálica. El padre funciona como soporte de la significación fantasmática,
y de este modo, ante la pregunta: ¿Qué me quiere? Hallamos una identificación del sujeto con el
objeto causa de deseo del Otro. Esto permite precisar que la interpretación se localiza respecto de
la significación. Es decir, se interpreta la posición de objeto causa respecto del deseo del Otro.

154
El goce está no-todo encarrilado por el nombre del padre. Hay otro goce y es aquello por lo que Freud se
preguntaba respecto de la feminidad y Lacan nombra y precisa como Otro goce.
155
Lo paradójico es que el significante causa este Otro goce y al mismo tiempo el goce femenino no se puede asir
con el significante.
222
En segundo lugar, con el mito Tótem y tabú Freud ubica la identificación con el padre, no
el padre del Edipo sino el padre muerto, como soporte de un rasgo conduce a la constitución de la
masa.
De este modo, Freud pone en disyunción el mito de Edipo y el mito de la horda. En el
primero, el sujeto se identifica al objeto causa de deseo. En cambio en el segundo se identifican
entre sí y con el rasgo que soporta el líder. Y al decir de Freud, con la constitución de la masa el
neurótico cancela sus inhibiciones.
Entonces, Lacan lee una ganancia en la operatoria que propone Freud para el análisis. Se
pasa de la significación fálica a una pérdida del goce fantasmático. A partir de la constitución de
la masa de a dos -que es un modo de lazo y lo llamamos neurosis de transferencia- se levantan
ciertas inhibiciones,.
Pero hay algo más del mito de la horda. Al plantear como interdicto el goce de todas las
mujeres, eleva dicho goce al rango de la existencia. Habría Uno que podría gozar de todas las
mujeres y por eso se lo mató y devoró. Entonces, aunque imposible, el mito hace existir el goce
de todas las mujeres.
En tercer lugar, con Moisés Freud acerca la función paterna al trauma como causa del
inconsciente. Aquello que permanece como núcleo irreductible y esfuerza al aparato a su
tramitación156.

El goce del Otro


¿Qué ocurre entonces con el plus de gozar, el goce del Otro y el superyó?
En el Seminario 16 Lacan dice que “Lo que esta histérica —se dice— reprime, pero que en
realidad ella promueve, en ese punto al infinito del goce como absoluto (...) Y es porque este
goce no puede ser alcanzado que ella rehúsa todo otro goce…” (LACAN 1968).
Ubicamos con esta figura de la otra mujer, y también con otra que planteamos en términos
del padre ideal, dos modos de encarnación de ese “goce absoluto” al que se refiere Lacan. Al
decir de Lacan, en la histeria ese goce absoluto adquiere consistencia por la vía de la
insatisfacción. Y dicha insatisfacción se sostiene de la presencia discursiva, aunque no
exclusivamente, de otra mujer. Tal es el caso de Dora que encuentra un modo de recuperación de
goce en dejarle a la Sra.K aquello que el Sr.K está dispuesto a ofrecerle. Es decir, ubicamos el
plus de goce en la insatisfacción misma. Dora halla un goce, recupera cierto goce –plus de gozar-,

156
En ese sentido leemos en Moisés y la religión monoteísta que Freud dice que detrás del padre de la ley, el de las
tablas de la ley, se encuentra el padre que traumatiza. Una voz atronadora, que ejerce una presión constante.
223
en la privación. ¿Cuál? Paradójicamente en privarse de cierto goce, aquel que le cede a otra
mujer, o bien que imagina en la otra. En definitiva, un goce en la privación de goce.
Ahora bien, pensamos que este plus de goce, tiene por condición que el goce del Otro tome
consistencia. En este caso, que la histérica imagine que la Otra goza. La otra goza de aquello que
ella no. En esta misma línea abundan los ejemplos freudianos157. Ubicamos la referencia del
capitán cruel en el Hombre de las ratas, y ya en análisis, la creencia de que Freud podría gozar de
la crueldad158.
Es necesario aclarar, que este goce absoluto, este goce supuesto del Otro, no es alcanzable.
Y sin embargo, dicho goce del Otro adquiere existencia, desde nuestro punto de vista, a partir del
lado macho de las fórmulas: hay Uno exceptuado de la castración. Porque la fórmula permite leer
el elemento que al tiempo que funda un campo, se excluye. Pero también permite ubicar la
figuración neurótica de dicho elemento excluido.
De este modo, el fantasma sería un modo de otorgarle consistencia al goce del Otro. Y por
la vía del superyó y el masoquismo moral, se puede arribar al mismo punto. Con otras
consecuencias clínicas.
Nos referimos a que si Freud ubicó la fantasía de fustigación como un masoquismo
femenino (FREUD 1924a), y simultáneamente recortó un masoquismo moral, desde nuestra
perspectiva, es posible precisar el estatuto de dicho masoquismo moral como un modo de darle
consistencia al goce del Otro.
De esta manera, por un lado, el goce del Otro, supuesto, quedaría figurado a partir de un
padre exceptuado de la castración. Ubicamos allí el superyó. Y por otro lado, el masoquismo
moral, correlato del superyó, sería el modo de recuperar goce, es decir, un modo de presencia
subjetiva que garantizaría la ilusión del goce del Otro. Una garantía que introduciría un nuevo
modo de satisfacción. De allí que situamos como central los desarrollos acerca del plus de gozar.
Al mismo tiempo, respecto de la posición del analista, también podemos recuperar en este
punto la referencia freudiana del analista que deviene un “extraño que dirige duras y crueles
palabras” (FREUD 1937). Pero lo que proponemos, es desplazar el acento del extraño que
vendría a figurar al superyó, al masoquismo moral, que permite ubicar otro modo del objeto a
plus de gozar. Un modo de existencia, de ser en el mundo (LACAN 1964), distinto de la
insatisfacción.

157
Situamos el sueño de Tres entradas de teatro a partir del cual Freud recorta la representación de que la otra
consiguió un marido 100 veces mejor (FREUD 1900).
158
Aunque dicha idea la introduce Freud consideramos que se trata de un dicho proferido en análisis, o sea que no es
propiedad del analista.
224
Entonces ¿qué modo de lazo transferencial se ordena a partir de este tercer mito? La
respuesta del psicoanálisis es la conceptualización del goce femenino, y su articulación con los
lazos sociales. En este punto, se inscribe la pregunta por las modalidades que puede adoptar la
transferencia. Modalidades que, ubicándose por fuera de la neurosis artificial, no sean
correlativas de un masoquismo moral como modo de existencia.

El impasse freudiano desde la conceptualización de los goces


De este modo, es posible retomar el impasse en el dispositivo analítico que delimitamos a
partir de la conceptualización freudiana del superyó159: aquel que ubicamos en los deslizamientos
que van del fantasma al masoquismo moral, del síntoma analítico al beneficio primario del
síntoma y de la transferencia a las diversas dificultades respecto de la posición del analista. Es
decir, diversos modos de recuperación de goce que en ocasiones surgen luego de un movimiento
del análisis.

Los distintos operadores le permiten a Lacan situar el superyó como rechazo de la


castración al conceptualizarlo como un modo del objeto a plus de gozar, una modalidad de
recuperación parcial de goce (RABINOVICH 1989). De esta manera, se establece un contrapunto
con el postulado del superyó como una barrera frente al goce al teorizarlo como la instancia que
ordena gozar (LACAN 1972a).
Los desarrollos previos fundamentan, a nuestro entender, la última formulación del superyó
enunciada por Lacan: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo
del goce: ¡Goza!” (LACAN 1972a).
Ubicamos estos desarrollos acerca del superyó en tanto imperativo de goce, en contrapunto
con la propuesta freudiana del superyó bifronte.
En ese sentido, no habría un superyó normativizante para Lacan, sino que la norma se
introduciría mediante el nombre del padre y el falo. Y una vez separado el superyó de dichos
conceptos, sería posible situar la exigencia de satisfacción (FREUD 1923) en términos de una
coacción de la ley. Ya no la ley que pacifica sino aquello incomprendido de la ley.
De este modo, recuperamos como antecedentes los desarrollos acerca de la ley y el superyó
que anunciaban el lugar del superyó respecto del goce del Otro, es decir, la teorización del
superyó allí donde no opera lo simbólico.

159
Aquellos diversos modos de recuperación de goce del superyó que hemos desarrollado en la primera sección de la
Tesis.
225
Hemos ubicado un aspecto de la articulación entre el goce del Otro y el superyó, allí donde
el masoquismo moral se constituye como un modo de recuperación de goce. En este punto,
situamos también una segunda dimensión donde el eje es la posibilidad de evitar la angustia. El
superyó como un lugar de “amparo”.
En Tótem y Tabú, Freud postula que los hijos se someten retroactivamente a las privaciones
que en su momento imponía el padre. Esto se debe al pacto entre hermanos, todos se privan de
querer ocupar su lugar, pero también, con la ilusión de conservarlo vivo. ¿Por qué? Porque el
padre de la horda, entre otras cosas, preservaba a sus hijos del “desamparo”. Y en ese sentido, el
desamparo fundamenta la angustia de castración.
Entonces, los hijos se someten al padre, y este a su vez, los “protege” de la castración. El
superyó, heredero de estos desarrollos freudianos, se constituye así en un refugio para el yo.
De este modo, el contrapunto se sitúa entre las exigencias del ser del sujeto que ubicamos
en el campo del goce fálico (LACAN 1972a), y del otro lado, el Otro goce (LACAN 1972a). Un
goce traumático, más allá del principio de placer, que se produce más allá del amparo del padre.
Es decir, un goce que no se inscribe del lado macho de las fórmulas y no se conjuga bien con el
narcisismo.

Freud denominó masoquismo moral al goce que opera en el yo por ser tomado como objeto
del sadismo del superyó.
Al retomar el planteo freudiano con la lectura que realizamos en el Capítulo 4 respecto de
las perversiones, tal como las conceptualiza Lacan en el Seminario 16, hallamos que en el
masoquismo perverso, es la víctima quien organiza las reglas en función de su propio goce. El
masoquista le otorga al amo su papel con el fin de sostener que es el Otro quien goza. Por ello,
Lacan dice que el sujeto masoquista se hace objeto y así completa al Otro. El masoquista trabaja
para darle consistencia al goce del Otro, y por su intermedio, obtiene un goce fálico que requiere
de la renegación de la castración.
Del mismo modo, el yo, identificado al objeto perdido, se ofrece al maltrato del superyó
para reintegrarle ese objeto. ¿De qué objeto se trata? Hemos desarrollado que en este punto Lacan
situó que en cuanto al superyó el objeto en juego es la voz. La voz se constituye como objeto
perdido y el masoquista restaura la completud del Otro restituyéndole dicho objeto. La
contracara, es que el Otro goce, si surge, lo hace por la vía del síntoma. Es decir, el predominio
del goce fálico va en detrimento del Otro goce. El análisis progresa por la vía inversa, es decir,
por la vía del Otro goce, dando lugar a la castración en el Otro.

226
En este sentido, Freud ubicaba que análogamente a “la angustia de castración, la situación
frente a la cual el yo reacciona es la de ser abandonado por el superyó protector -los poderes del
destino-, con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros” (FREUD 1926).
Freud destaca que la angustia no surge principalmente ante el temor al castigo del superyó,
sino ante la posibilidad de quedarse sin él. La angustia ante la pérdida del superyó situada por
Freud, es retomada por Lacan como angustia ante la castración en el Otro. Otra modalidad de
considerar la roca viva del análisis freudiano.

La pluralización de los goces permite entonces ubicar el contrapunto entre los conceptos de
fantasma, superyó y posición del analista.
La satisfacción fantasmática se delimita a partir del goce fálico -es decir, el fantasma
provee una medida y articula los dos lados de las fórmulas de la sexuación -al abordar lo
femenino desde la lógica de la degradación-. En cambio, el superyó se ordena respecto del goce
del Otro.
Finalmente, habría una dimensión de la posición del analista –más allá del ideal del yo y el
objeto parcial- que se delimitaría a partir del Otro goce, es decir, el lado femenino de las
fórmulas.

Habiendo precisado el superyó a partir del goce del Otro, y del lado macho de las fórmulas,
entendemos que sería posible resolver dos cuestiones centrales del impasse freudiano:
Por un lado, en la teorización freudiana el superyó quedaba articulado al padre.
Consideramos que dicha articulación no deja de ser una intuición de Freud que revela una verdad.
En este punto, a partir de la lectura que estamos proponiendo de leer el superyó ahí donde Lacan
ubica el goce del Otro, el superyó queda del lado macho de las fórmulas y se ordena respecto del
padre de la horda, el resto vivo del padre.
Por otro lado, también podemos retomar y entonces precisar la fuente del problema del
impasse del análisis freudiano referido al superyó. Es decir, la recuperación de goce en el
dispositivo analítico por parte de: el masoquismo, el beneficio primario del síntoma y las
dificultades transferenciales donde el lazo no se constituye en términos de transferencia motor u
obstáculo.

Ubicamos con Freud estas tres formas del impasse que introduce el superyó en el
dispositivo analítico. Luego, a partir del plus de gozar, precisamos el postulado freudiano de que
en dichas tres formas el superyó deviene en un nuevo modo de satisfacción.

227
A partir de allí, nos preguntamos ¿habría una salida del impasse freudiano a partir de la
inconsistencia del Otro (LACAN 1972a)? Para ello desplegar esta pregunta y esbozar una
respuesta, ahora abordaremos un contrapunto entre superyó, incompletud e inconsistencia del
Otro. Dicho contrapunto permitirá retomar el problema de la posición del analista.

El Otro y la castración
El superyó freudiano es paterno. Sin embargo, en diversos lugares -por ejemplo en el
Proyecto de Psicología- Freud sitúa distintas cuestiones que a Lacan le permitirán ubica el
superyó más ligado al Otro, en principio materno y luego como un lugar. Entendemos que desde
allí se vuelve legible que aquello que se le presenta a Freud como un tope en realidad se trata de
un impasse. A partir de allí, hemos ubicado que el Otro puede tomar consistencia por la vía del
superyó.
De esta manera, la inconsistencia del Otro permitiría situar un horizonte, más allá del Otro
que adquiere consistencia bajo la forma del superyó. En este sentido, el superyó no sería un tope
de la cura, sino un impasse al dispositivo analítico tal como lo delimitamos en la obra de Freud.
La consistencia del Otro, bajo la forma del superyó, la hemos situado del lado macho de las
fórmulas. Es decir, del mismo lado donde el falo ordena las posiciones sexuadas (LACAN
1972a).
En esta línea, tal vez, se podría pensar que en 1937 cuando Freud plantea el tope en relación
a la castración -ambos sexos se ordenan respecto del falo y lo femenino es rechazado- tal vez, por
eso Freud no nombra al superyó como tope, porque lo está situando tácitamente cuando indica
que el límite es la castración y el Otro goce es rechazado, la feminidad es desautorizada (FREUD
1937). Es decir, el goce fálico y el goce del Otro, guardan solidaridad conceptual en tanto se
constituirían rechazando el Otro goce, del otro lado de las fórmulas.
¿Pero qué castración es el límite? Para responder a esta pregunta, consideramos el
movimiento que va de la consistencia del Otro (LACAN 1957a) a su inconsistencia (LACAN
1972a), ubicando en dicho recorrido la conceptualización del significante de la falta en el Otro
(LACAN 1960b) que no alcanza a resolver el problema. En otros términos, distinguimos en la
teorización de Lacan la “incompletud” (GÖDEL 1931) del Otro, de su inconsistencia.
Si la neurosis puede sostener su propia castración con el masoquismo moral, en vez de
enfrentarse con la castración del Otro, la cuestión sería ubicar qué diferencia hay entre la
castración del lado del neurótico y la castración del lado del Otro. En ese sentido, nos
preguntamos si los conceptos de “consistencia” y “completud” (GÖDEL 1931) permiten precisar
las lógicas en juego en el dispositivo analítico. Si esto fuese así, la estrategia de la neurosis sería

228
la de la “incompletud” (GÖDEL 1931). Por su parte, la estrategia del analista sería la de la
inconsistencia.
Ubiquemos el problema.

De la roca de base a la estrategia neurótica


En análisis terminable e interminable Freud dice: “a menudo uno tiene la impresión de
haber atravesado todos los estratos psicológicos y llegado, con el deseo del pene y la protesta
masculina a la "roca base" y, de este modo, al término de su actividad. Y así tiene que ser, pues
para lo psíquico lo biológico desempeña realmente el papel del basamento rocoso subyacente.
En efecto, la desautorización de la feminidad no puede ser mas que un hecho biológico, una
pieza de aquel gran enigma de la sexualidad. Difícil es decir si en una cura analítica hemos
logrado dominar ese factor, y cuando lo hemos logrado. Nos consolamos con la seguridad de
haber ofrecido al analizado todas las incitaciones posibles para reexaminar y variar su actitud
frente a él" (FREUD 1937). Estos son los términos del fin de análisis freudiano.
Lacan por su parte dice que "el neurótico retrocede, no ante la castración, sino por hacer
de su castración, la propia, lo que le falta al Otro, por hacer de su castración algo positivo, que
es la garantía de esa función del Otro, ese Otro que se escurre en la remisión indefinida de las
significaciones (...) ¿Qué cosa puede asegurar una relación del sujeto con ese universo de
significaciones sino el hecho de que en alguna parte haya goce? Y solo puede asegurarlo por
medio de un significante, significante que forzosamente falta. Es el agregado a ese lugar faltante
que el sujeto es llamado a hacer por medio de un signo que llamamos de su propia castración"
(LACAN 1962).
Y Lacan agrega que es el análisis mismo el que lleva al sujeto a esa cita. ¿Cómo salir de
ella entonces? El neurótico aporta su castración para asegurar, en su relación con ese universo de
significaciones, el hecho de que en alguna parte haya goce. El neurótico hace de su castración lo
que le falta al Otro.
“¿Cómo es esto? Si la castración es justamente la falta de goce, ¿cómo puede servir para
esto? ¿En qué consiste realmente ese fracaso del Otro? ¿Qué es lo que le falta? ¿Qué quiere
decir que el neurótico hace de su castración la garantía del Otro?” (SAUVAL 1996).

Los conceptos de consistencia y completud permiten precisar las lógicas en juego en el


dispositivo analítico: la estrategia de la neurosis sería la de la incompletud y la del análisis la
inconsistencia.

229
Incompletud e inconsistencia del Otro
Lacan define al significante del siguiente modo: "el significante es lo que representa al
sujeto para otro significante". Esta definición hace que la batería de los significantes no pueda
reunir a todos los significantes, puesto que la única manera de reunirlos a "todos", es que todos
tuviesen un rasgo común, ese mismo que permitiría hacer conjunto de "todos" ellos.
La particularidad de esta definición del significante de Lacan es que contempla la paradoja
de Russell. Esta paradoja resulta del hecho de que para poder constituir un conjunto es necesario
poder definir un rasgo común a los elementos del mismo, es decir algo que estaría presente en
cada uno de los elementos del conjunto. Y la paradoja se plantea cuando nos preguntarnos si ese
rasgo común a todos los elementos del conjunto constituido, ese atributo común, es, también, o
no, un elemento del conjunto.

Con la definición del significante Lacan subraya que este problema lógico surge en la
medida en que hay un sujeto parlante y el lenguaje pasa de la sincronía a la diacronía. A la
diacronía de la serie que se infinitiza en la búsqueda de un límite.
La definición del significante plantea que sin ese significante, ante el cual los demás
representan al sujeto, todos los otros no representan nada. Este rasgo común es el que haría de
ellos un "todo”, es decir un "todo" definido a partir de la excepción.
La paradoja de Russell consiste en que no puedo hacer un conjunto de significantes sin que
me falte uno. Ese mismo que me descompleta a la batería ubicada en el lugar del A, del Otro.
Este Otro podría ser un Todo, solo si existiese el Uno que lo limitara, que acotara su incompletud
(SAUVAL 1996).
Es imposible hacer un “todo”, es decir un conjunto único, con todos los significantes. No
hay universo de discurso. Entonces, el conjunto se demuestra inconsistente.

Para salvar esta inconsistencia, para que la noción misma de conjunto pueda existir, es
necesario que el mismo sea incompleto. Es decir, le falte un elemento. Esto es lo que demuestra
el Teorema de Gödel.
La pregunta que se plantea es ¿cómo formalizar esta contradicción en el seno del Otro que
introduce la definición del significante? En subversión del sujeto, la falta que se plantea en el
Otro resulta del descompletamiento que plantea la introducción del sujeto.
¿La falla en el Otro es incompletud? Si fuese incompletud, la única salida es la resignación
y la reivindicación del falo. Sigue planteada entonces la cuestión de cuál es la castración en
juego.

230
Freud indicaba que la castración central es la de la madre. Es acá donde el teorema de
Gödel puede servirnos para articular la consistencia y la completud.

Gödel
Gödel propone sus teoremas en respuesta al programa de David Hilbert. El programa de
Hilbert consiste en la formalización total del razonamiento matemático y su culminación sería la
demostración de la consistencia de las matemáticas, es decir, la prueba formal de que las
matemáticas no son un sistema contradictorio.
Los teoremas de la incompletud son dos célebres teoremas de lógica matemática
demostrados por Kurt Gödel en 1931. Ambos están relacionados con la existencia
de proposiciones indecidibles.
El primer teorema de incompletud afirma que, bajo ciertas condiciones, ninguna teoría
matemática formal capaz de describir los números naturales y la aritmética con suficiente
expresividad, es a la vez consistente y completa. Es decir, si los axiomas de dicha teoría no se
contradicen entre sí, entonces existen enunciados que no pueden probarse ni refutarse a partir de
ellos.
El segundo teorema de incompletud es un caso particular del primero: afirma que una de
las sentencias indecidibles de dicha teoría es aquella que «afirma» la consistencia de la misma. Es
decir, que si el sistema de axiomas en cuestión es consistente, no es posible demostrarlo mediante
dichos axiomas.
La consistencia implica que no es posible deducir a partir del mismo sistema de axiomas,
dos teoremas que sean contradictorios. Cuando se llega a una contradicción, el sistema se muestra
inconsistente.
Ahora bien, para poder emitir un juicio sobre la consistencia de un sistema, también es
necesario poder probar que todas las deducciones posibles han sido hechas. De lo contrario no es
seguro que no aparezca una contradicción en alguna deducción aun no realizada. Lo cual plantea
el problema del "Todo" del sistema. En ese sentido, la prueba habitual de la consistencia, solo
establece la consistencia relativa de cada sistema.
Este es el punto central. Gödel termina con la ilusión de lograr algún día la prueba absoluta
de la consistencia de algún sistema. Para eso recurrió al concepto de incompletud.
Un sistema es considerado completo en el caso de que es posible deducir de él una prueba
de cualquier proposición o de la negación de cualquier proposición. Será, en cambio, incompleto,
si para lograr esa prueba debe recurrirse a supuestos adicionales.

231
Lo que hace Gödel es demostrar la incompletud de los sistemas formales por la vía de los
indecidibles. Los puntos de indecidible hacen al sistema incompleto.
En otros términos Gödel reúne los conceptos de consistencia y completud, demostrando que
la matemática, no puede ser a la vez consistente y completa. El precio de la consistencia es la
incompletud.
Gödel demuestra, o bien, que si “a” es verdadero, entonces “no a” también lo es. Y en ese
caso el sistema es inconsistente. O bien que tanto “a” como “no a” son indemostrables porque no
se puede aseverar la veracidad de todas las proposiciones posibles que se deducen del sistema. En
cuyo caso el sistema es incompleto.
La incompletud abre la puerta a la indecibilidad, y de este modo, habilita a otros sistemas
para definir lo indecidible de cierto sistema.
Así, se podrían tener sistemas completos con puntos de indecibilidad en los que “a” y “no
a” son posibles a la vez. De esta manera, se obvia el principio de no contradicción. En definitiva,
de este modo en el Otro es posible la contradicción.
Este indecidible de la incompletud es lo que se juega en los efectos de verdad, tal como se
presenta de modo siempre parcial. En cambio, la inconsistencia del Otro se presenta mediante la
lógica.

Descompletamiento e inconsistencia del Otro


Al decir de Lacan, la experiencia analítica se juega entre la inconsistencia y la
incompletud del Otro, reservando la consistencia para el objeto a (LACAN 1972a).
El neurótico cree en la consistencia del Otro y rechaza la contradicción. Un análisis
comienza de este modo, y en cierto sentido es así, puesto que el Otro es completo respecto de la
significación.
El descompletamiento del Otro se produce por la introducción del sujeto, el de la
enunciación. Sin embargo, a lo largo de la Tesis destacamos no tanto la relación del sujeto al
significante, si no la ralación del sujeto con el goce. En ese sentido, el objeto a es lo que obtura la
inconsistencia del Otro. Respecto de nuestro punto de interés, se destaca aquí entre otras, la
modalidad del masoquismo moral. La consistencia otorga una garantía de Verdad. Y sin
embargo, dicha garantía no la puede aportar el significante.

232
El asunto es que esa garantía de verdad no la aporta el Otro del significante, sino el propio
sujeto con su goce, con el objeto a. Es de este modo que hace del Otro un Otro consistente,
aunque incompleto, puesto que se plantean una serie de indecidibles160.
El sujeto se aliena en esa aparente indeterminación, y de este modo, guarda en reserva la
garantía que aporta el objeto a. Al obturar la inconsistencia del Otro, a costa de los indecidibles,
el sujeto mantiene su “no querer saber” que muy tempranamente había delimitado Freud. Un no
querer saber más allá del yo. Un no querer saber que la lógica permite explorar. De esta manera,
Lacan puede recrear y precisar aquello que determina la posición del sujeto: no querer saber
sobre la castración del Otro, bajo el modo de obturar la inconsistencia lógica del Otro.
Nuestra propuesta consiste en ubicar en dicho lugar, el del objeto a, la articulación entre el
superyó y el masoquismo moral, y de este modo, con la lógica y la lectura de Lacan del
Seminario 20, precisar una modalidad del obstáculo que puede adoptar el dispositivo analítico.

160
Recalcamos que no se trata de lo indecible –que implicaría cierto mutismo del sujeto- sino de lo indecidible –que
se refiere a la lógica-.
233
CAPÍTULO 9

CONCLUSIONES Y PROBLEMAS II

9.1. La formulación lacaniana del superyó y el dispositivo analítico


El superyó es un enigma en la teorización de Lacan. Y al mismo tiempo, es la puerta de
entrada de Lacan al psicoanálisis, es decir, a la primera de sus formalizaciones del dispositivo
analítico.
Hemos desarrollado de qué modo en un primer momento el superyó le sirve para dar
cuenta de las psicosis, y en particular, de los efectos de la palabra en el registro imaginario.
Luego, en un segundo momento, a lo largo de los primeros Seminarios, Lacan retoma y
profundiza los desarrollos sobre el superyó a partir del registro simbólico. De esta manera,
cuando trabaja la disyunción entre transmisión y obediencia (LACAN 1955) puede interrogar una
dimensión de lo simbólico que no se reduce al significante articulado. En este punto, se
complejiza el estatuto de la palabra en el dispositivo analítico.
En un tercer momento, Lacan indaga el superyó a partir del registro de lo real al
articularlo al objeto voz, y de este modo, recrea la articulación central de Freud entre el superyó y
la pulsión.
Finalmente, luego de una década en la que Lacan no trabaja explícitamente el concepto –
aunque hemos desarrollado extensamente las consecuencias de Kant con Sade y otros Escritos,
respecto de la formulación del superyó-, lo retoma en el inicio del Seminario 20 para postular el
superyó como un imperativo de goce. A partir de allí, hemos desarrollado dicha formulación del
superyó en articulación con los goces y la posición del analista.
Previamente a la formulación del superyó, habíamos delimitado la conceptualización del
dispositivo analítico desde la perspectiva de Lacan. Para ello, primero ubicamos dos dimensiones
de la transferencia. Y luego, trabajamos los fundamentos de la escena analítica a partir de precisar
el estatuto del objeto en juego. En ese sentido, destacamos la articulación entre el superyó y la
transferencia a partir de la conceptualización lacaniana del objeto de la pulsión; más

234
precisamente, de la pulsión invocante (LACAN 1962). Al ubicar un desplazamiento del acento
del sujeto al objeto en la conceptualización de Lacan, indagamos es estatuto del objeto en
términos de Das Ding, el agalma, el objeto a y el objeto del fantasma en la transferencia.
Distintos desarrollos que complejizan la posición y operación del analista en la transferencia.

9.2. Núcleos problemáticos


A partir de estos desarrollos, delimitamos cuatro operadores con los que recortamos la
articulación del superyó y el dispositivo analítico: los tres registros, el gran Otro, el objeto a y los
goces.
Estos cuatro operadores nos permitieron recorrer la conceptualización lacaniana del
superyó, y de esta manera, ubicar de qué manera incide en los obstáculos, impasses y
reformulaciones del dispositivo analítico.
Es decir, estos nuevos operadores nos permitieron situar e indagar cinco núcleos
problemáticos del concepto de superyó:

a. La discusión que se establece entre la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó


respecto de la ley y los mandatos.
La discusión en torno de la ley y los mandatos indaga el estatuto de lo simbólico, la
herencia, la pregunta por la crueldad y el imperativo categórico articulado a la pregunta por la
ética del psicoanálisis.
Hemos situado el modo en que Freud plantea una continuidad entre el padre como agente
de la prohibición del incesto (FREUD 1924b) y el superyó como heredero del complejo de Edipo
(FREUD 1923). En este punto, Freud amalgama los conceptos de superyó y padre.
Desde la perspectiva de Lacan, en un principio, la ley y el superyó, no se presentan en
continuidad, sino en disyunción: En los desarrollos del Tú eres Lacan no plantea una continuidad
sino la instauración de la ley y su punto de inconsistencia. En ese sentido, el superyó no sería la
instancia psíquica a partir de la cual se garantizaría el funcionamiento de la ley, sino más bien, la
instancia que testimoniaría acerca del aspecto coercitivo de la ley. El superyó conduciría
entonces, no a la falta en ser, sino a la consistencia del ser.
Desde esta perspectiva, el superyó es consecuencia de la operatoria paterna pero no en el
sentido de garantizar la prohibición del incesto; no es la instancia que garantiza la función del
padre como agente de la prohibición. Sino que el superyó surge como resto de la operatoria
paterna. Y en este punto, es novedoso que Lacan plantee que la frase deviene superyoica de
acuerdo a cómo se la escucha.

235
Lacan inaugura una nueva vía para investigar los efectos del superyó en la clínica al
desplazarse del superyó como instancia (FREUD 1923a) al superyó como resultado de una
operación de lectura (LACAN 1955a).
Estos desarrollos marcan un corte con los planteos freudianos, es decir con sus respuestas.
Pero al mismo tiempo, son el modo de retomar sus preguntas: ¿Cómo se pasa del superyó
protector al superyó cruel? ¿Por qué se vuelve sádico el superyó? (FREUD 1923a).
En definitiva, este registro simbólico del superyó le permite a Lacan recrear la pregunta
freudiana por la crueldad y la herencia y construir una respuesta diversa a la de Freud. Lacan
ubica en el centro del problema la categoría de sujeto y la operación de lectura.
En el Seminario 7 y en el Escrito Kant con Sade (1966), Lacan vuelve a retomar estas
cuestiones e inaugura nuevas vías que entendemos permiten profundizar estos desarrollos. La
nueva vía, es la ética.
Respecto de este segundo momento, nos preguntamos si la ética del psicoanálisis, ¿es una
ética centrada en la función del superyó? Ubicamos en El malestar en la cultura que Freud acuña
una nueva definición de la ética: La ética como un ensayo terapéutico, como un empeño de
alcanzar por mandamiento del superyó. Pero el superyó tampoco lo resuelve: el sujeto no se libra
del malestar ni siquiera cuando renuncia a la pulsión, porque al decir de Freud, el superyó se
satisface en la renuncia misma (FREUD 1930).
Hallamos que en el Seminario 7 y en el Escrito Kant con Sade (1966) Lacan se interroga
respecto de este problema y a nuestro entender problematiza el tema cuando dice que la ley del
superyó es la ley que se produce a partir del encuentro de Kant con Sade (LACAN 1966c).
Entendemos que es posible leer la ética kantiana como una ética sacrificial porque se desarrolla
sacrificando todos los objetos del bienestar. Y al sacrificar todos los objetos del bienestar el
sujeto queda en soledad frente a la ley. No frente a los contenidos de una ley, sino a la forma de
una ley.
Entonces, cuando quedan vaciados todos los objetos de bienestar, se produce la relación
con una ley que coacciona a un cumplimiento ciego. Entendemos que Lacan apunta a que la ley
planteada de esta manera es superyoica. En definitiva, es el sentido moderno de la ley, aquel que
instala Kant.
Aquí Kant converge con el Sade de La filosofía en el tocador, y “da la verdad de
la Crítica" (LACAN 1966c). Sade permite leer que el mal radica en la pureza de la ley misma.
Esclarece así la verdad del pensamiento moral de Kant: la crueldad esencial del Otro a quien es
referida la ley.

236
En conclusión, por un lado, hallamos el planteo de que el superyó se origina en la falla
misma de la ley, es decir, sin ley no hay superyó, y allí el superyó sería lo incomprendido de la
ley. Por otro lado, también encontramos en Lacan el planteo de que la ley kantiana es superyoica.
Es decir, que la ley tiene una dimensión superyoica. Entendemos que no son dos posiciones
necesariamente opuestas, pero se trata de dos lecturas distintas que consideramos necesario
señalar y distinguir.
Las dos alternativas son superyoicas, entones, ¿es posible delimitar una ética por fuera del
superyó? desde nuestro punto de vista, la propuesta de Lacan apunta a otra vía, no la del
bienestar, sino la ética del bien-decir (LACAN 1977) que en realidad consiste en mal-decir,
intentar decir lo indecible del mal. Esto significa se le otorgue su lugar al mal en la palabra para
hacer de él la causa de una mutación del sujeto.

b. El contrapunto entre superyó paterno y materno.


Hemos situado que en diversas ocasiones a lo largo de los primeros Seminarios Lacan
indaga el concepto de superyó retomando el concepto freudiano de padre, y luego, se desliza a la
categoría del Otro.
Partiendo de este recorte, entendemos que el contrapunto entre superyó paterno freudiano y
el superyó materno que Lacan conceptualiza exclusivamente en sus primeros Seminarios, nos ha
permitido indagar dos articulaciones que realiza Lacan: Por un lado, entre el superyó y la
demanda materna (LACAN 1957a). Y por otro, entre el superyó y el campo del deseo –una de las
vías que luego lo condujo a la formulación de la pulsión invocante (LACAN 1962)-.
Con los antecedentes del Proyecto de Psicología (1950), la formulación del superyó en El
yo y el ello (1923), y las precisiones de El malestar en la cultura (1930a(1929)), ubicamos la
articulación del desamparo y el lenguaje, como fundamento de la constitución de la demanda y el
superyó.
A partir de estos antecedentes Lacan retoma e indaga el planteo de Freud acerca de la
ligazón madre pre-edípica, y de esta manera, introduce la categoría de “superyó materno”
(LACAN 1957a).
El superyó lo conduce a Lacan a investigar un estatuto diverso del Otro -previamente
entendido como la batería de los significantes- y de este modo posibilita interrogar el valor
conceptual de los mandatos superyoicos.
De esta manera, situamos el superyó en articulación con la formulación del Otro en Lacan.
En ese sentido, hallamos dos lineamientos del superyó: el paterno y el materno.

237
Respecto del superyó paterno, destacamos la función estructurante del Otro, es decir, la
operatoria de una marca respecto de la cual se constituye el sujeto (LACAN 1966a).
En cuanto al superyó materno, ubicamos la noción freudiana de “ligazón madre preedípica”
(FREUD 1933d).
Finalmente, rescatamos la articulación novedosa que introduce Lacan entre el superyó y el
Otro, pero trabajamos que es necesario separar los conceptos: Otro y madre. Es decir, el deseo
del Otro y la respuesta del sujeto, aportan a la lectura del superyó. Pero entendimos que dicha
articulación no conduce necesariamente a conceptualizar un superyó, por un lado arcaico, y por
otro, ligado a la madre.
Por ello, postulamos que por nuestra parte, el concepto de superyó se fundamenta en el
padre; tanto en Freud como en Lacan.
Luego de esto, ubicamos un problema: en estos desarrollos de Lacan, no queda claro si el
superyó materno se delimita a partir de la demanda o del deseo -no regulado fálicamente-. Es
decir, Lacan abandona rápidamente la teorización del superyó materno y de esta manera no
conceptualiza acabadamente el problema. ¿El superyó y la demanda son consecuencia de la
alienación al Otro, o bien, se trata de que el superyó es el resultado de la falta de la regulación
fálica del deseo del Otro, aquel momento lógicamente anterior a la introducción del nombre del
padre que metaforiza el deseo de la madre? El momento lógico en que la madre goza del niño
como falo. Es decir, el lazo a la madre preedípica (FREUD 1933d) que “testimonia de una
modalidad de lazo libidinal no regulada fálicamente” (LAZNIK 2008b).
No concluimos acabadamente por ninguna de las dos alternativas, pero dimos cuenta de los
fundamentos de cada una: La primera perspectiva -superyó y demanda- cuenta con el antecedente
freudiano del Proyecto de Psicología. En cambio, la segunda propuesta -superyó y deseo- tiene
por antecedente “la madre como primera seductora del niño” (FREUD 1938) del Esquema de
psicoanálisis (1938). Entendemos que el punto de llegada, aunque no resuelve el problema
atinente al superyó, es la formulación del Seminario 10 donde Lacan distingue los objetos de la
demanda, oral y anal, de los objetos del deseo, escópico e invocante (LACAN 1962).
Para terminar, aunque estos problemas no quedan del todo resueltos, al echar luz sobre la
articulación del superyó, la demanda y el Otro materno, nos permitieron rescatar la lectura que
realiza Lacan acerca de la reacción terapéutica negativa en términos de los “niños no deseados”
(LACAN 1957a).
Desde nuestro punto de vista, se trata de un hallazgo de Lacan que permite retomar al
utilizar la categoría del Otro materno; el principal referente freudiano del superyó en los inicios
de la segunda tópica. De este modo, puede recrearlo e introducir una pregunta por las nosografías

238
lacanianas en el punto en que los niños no deseados suponen la operatoria del nombre del padre,
pero no la del deseo de la madre.
Es decir, aunque Lacan no lo formaliza, utiliza los términos de la metáfora paterna para
considerar estos cuadros que figura a partir de los niños no deseados. Sin embargo, no utiliza la
metáfora para dar cuenta del modo en que opera el significante del nombre del padre respecto del
deseo de la madre, sino para ubicar una estructura clínica en la que está presente el significante
del nombre del padre y no el deseo de la madre. Es decir, el padre como función opera pero sin la
mediatización del deseo. Otro modo de decir que no termina de operar la metáfora paterna.
Hallamos allí una lectura lacaniana del superyó freudiano cuando planteaba que el superyó
puede presentarse por la vía de la desmezcla pulsional; cultivo puro de la pulsión de muerte.

c. El estatuto del objeto voz y su incidencia en la alucinación, el superyó, el fantasma, las


modalidades sádica y masoquista de la perversión y la posición del analista.
Comenzamos desarrollando la pulsión de la crueldad freudiana como antecedente de la
pulsión invocante en Lacan. A partir de allí, situamos que la pulsión invocante le permite a Lacan
indagar diversas cuestiones: el fundamento de las alucinaciones auditivas (LACAN 1958a); el
estatuto de la voz del superyó (LACAN 1962); la función de la voz en el marco del fantasma
(LACAN 1962); la función del objeto en la perversión (LACAN 1966c), y la posición del analista
como semblante de objeto (LACAN 1969).
Planteada dicha hipótesis, propusimos que leer que cuando Lacan se interroga respecto del
sujeto, intenta separar el superyó de los desarrollos de la ley y la producción del sujeto dividido.
En cambio, cuando introduce el objeto a como operador de lectura, acerca el superyó, no al
sujeto, sino a la posición del analista y la perversión. Es decir, Lacan retoma y permite precisar el
deslizamiento de la posición del analista a una posición que implicaría efectos superyoicos. Es
decir, una intervención que le de consistencia al ser. De este modo, retoma y desarrolla la idea
freudiana de que el superyó puede volverse cruel. Sin embargo, el planteo de Lacan supone una
modificación en la pregunta de Freud ya que no se trataría de que el superyó se vuelve cruel, sino
que la posición del analista, en tanto objeto, guarda comunidad de lugares con la voz del superyó.
En este punto, destacaremos únicamente una cuestión relativa a la articulación de la voz y
el superyó.
A medida que avanzan los Seminarios de Lacan, el término de superyó tiende a
desaparecer, pero no así sus funciones. Entonces, el imperativo del superyó reaparece en el
Seminario 10 con la introducción del objeto a, en su estatuto de voz. Se trata en este punto de una
introyección del superyó en dicho objeto (LACAN 1962).

239
En dicho seminario Lacan plantea que el sujeto se constituye en el campo del Otro, y el
objeto a surge como resto de dicha operación. Con esta cuestión, retoma los desarrollos del
Seminario 3 respecto del Tú eres: “es del Otro que (el sujeto) recibe su propio mensaje. La
primera emergencia no es más que un "¿quién soy?" inconsciente, al que responde, antes de que
se formule, un "tú eres", es decir que recibe primero su mensaje en forma invertida. Hoy agrego
que lo recibe con una forma de entrada interrumpida: él oye primero un "tú eres" sin atributo”
(LACAN 1962).
Al igual que el crustáceo indefenso que necesita de la arena para sobrevivir, el ser hablante
en su dependencia del Otro, incorpora los significantes; y la voz es lo inasimilable del
significante. La voz se incorpora, pero no se asimila a los significantes y por ello, opera como una
orden descarnada.
Y luego agregamos: “Por eso, y no por otra cosa, desprendida de nosotros nuestra voz se
nos presenta como un sonido ajeno. Es propio de la estructura del Otro constituir cierto vacío, el
vacío, de su falta de garantía. La verdad entra en el mundo con el significante, y antes de todo
control. Ella se prueba, se refleja solamente por sus ecos en lo real. Ahora bien, es en ese vacío
que la voz en tanto que distinta de las sonoridades, voz no modulada pero articulada, resuena.
La voz de que se trata es la voz en cuanto imperativa, en cuanto reclama obediencia” (LACAN
1962).
Al preguntarnos ¿qué quiere decir Lacan cuando afirma que la voz resuena en el vacío del
Otro? Propusimos que el Otro constituye un vacío y allí resuena la voz como objeto a. Y resuena
de un modo diverso a las sonoridades porque es una voz áfona. Por ello, es necesaria cierta
modulación para que el objeto voz pueda disfrazarse por el juego significante.
En cuanto al lugar topológico de la voz que resuena en el vacío del Otro, la voz es un objeto
a en la medida en que condensa la parte del ser del sujeto que no tiene significación en el Otro.
Por eso en Subversión del sujeto ubica la voz más allá del Otro (LACAN 1960b).
Planteada de esta manera la articulación entre la voz y el superyó, en cierto sentido creemos
que pierde eficacia la distinción entre superyó materno y paterno, ya que lo crucial es que el
superyó surge como objeto resto de la división del sujeto. Y en ese punto, “Cada vez que se
vocifera se anula el no ser” (LACAN 1960b). Se produce la impureza. La voz anula al sujeto
como falta en ser.
La complejización en la teoría consiste en que el ser pasa a ocupar el lugar de aquello que
del significante no se dejó nadificar, ya no exclusivamente el de la falta en ser. Dicho de otra
manera, el significante transforma el grito en llamado pero no puede hacer desaparecer la
dimensión del grito.

240
Aquí se anudan voz, superyó y goce. Y Lacan concluye la conceptualización de esta
articulación postulando la incidencia de la voz en cuanto al superyó del siguiente modo: “En
efecto, aun si la ley ordenase: Goza, el sujeto sólo podría contestar con un: Oigo” (LACAN
1962b). Es decir, se articulan el desvalimiento del sujeto y la preexistencia del significante para
determinar la posición del sujeto frente al superyó.

d. El superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica;


En el cuarto núcleo problemático desarrollamos una línea de investigación apenas
esbozada por Lacan, que nos permitió indagar la articulación entre el superyó, las operaciones de
alienación y separación y la constitución del sujeto. A partir de allí, ubicamos un aspecto de la
operación analítica atinente al superyó, que se fundamenta en las formaciones del inconsciente.
En primer lugar, trabajamos la articulación entre el padre, el tótem y el superyó a partir de
las formaciones del inconsciente y distintos referentes clínicos: el olvido, el lapsus y el acting y el
síntoma -que ubicaríamos con Lacan en términos de un acting out-.
En cuanto al olvido del nombre, se trata de un olvido renegatorio del tótem. Un personaje
que rechaza su herencia y su pertenencia a un linaje. Sin embargo, dicho olvido garantiza la
eficacia, aunque no sintomática, de dicha antecedencia. Hallamos entonces, que el tótem se hace
presente y se propone a la lectura mediante una formación del inconsciente. Se trata de los
pequeños actos de la vida cotidiana determinados por aquello que se incorpora del padre y que es
señalado por el tótem.
En Tótem y tabú (1913) Freud trabaja esta herencia, la deuda simbólica, a partir del tótem.
Luego, en Introducción del narcisismo (1914) lo hace a partir del Ideal del yo. Y finalmente, en
la segunda tópica incorpora estos desarrollos bajo la égida del superyó. ¿Por qué? Si bien no es
explícito, hemos considerado que hay un argumento freudiano que consiste en destacar las
insignias paternas que se transmiten vía el complejo de Edipo y complejo de castración. De este
modo, al proponer el superyó como heredero del complejo de Edipo, está planteando la
articulación entre las insignias del padre y el superyó, aquello que se incorpora a la salida del
Edipo.
Hemos trabajado las razones que conducen a Freud a plantear una torsión: el punto en que
el superyó deviene cruel. Y para ello señalamos el antecedente del tabú. Cuando Freud plantea las
insignias mediante la conceptualización del tótem en Tótem y tabú (1913), también desarrolla
extensamente el lugar del tabú. De este modo, si bien el eje del texto de 1913 consistía en ubicar
la función paterna en cuanto al padre muerto como garante de la exclusión de un goce, al mismo

241
tiempo, a Freud le resultaba pertinente, ya desde aquella época, situar otra dimensión del padre
asociada al castigo y a lo no dicho, el silencio de las pulsiones que se le podrían adscribir al tabú.
En cuanto al acto fallido, destacamos un lapsus que inscribe al sujeto en un linaje. También
se trata de una formación del inconsciente en la que se articula el superyó en su dimensión de una
marca que soporta la inscripción del sujeto.
Sin embargo, el lapsus a diferencia del olvido, permite que el sujeto se confronte con un
significante particular, Juden, que lo habilita a interrogar su herencia.
En esta línea, destacamos siguiente propuesta freudiana respecto del ello y del superyó, que
representan los influjos del pasado: Freud propone que el ello representa los influjos del pasado
heredado, y en cambio, el superyó representa el pasado asumido por otros (FREUD 1938).
Entonces, la confrontación con aquello que nombra al sujeto, aquello que inscribe al sujeto
en una cadena de generaciones, no es aún, la asunción de la herencia. Sin embargo, es uno de los
modos posibles en que en un análisis se abre la posibilidad de interrogar el tótem, aquello que se
incorpora como marca del padre.
Lacan destaca que incorporar no es asimilar (LACAN 1962). Entonces, es posible dar un
paso más y formular aquello que Freud intuye. No alcanza con incorporarlo, además, es
necesario de apropiarse de la herencia. En ese sentido, el superyó representa el pasado asumido
por otros (FREUD 1938). Por ello Freud, en diversas ocasiones, cita a Goethe: "Lo que has
heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo".
Entendemos que un lapsus en análisis permitiría comenzar a interrogar, y eventualmente
poseer, aquello que se hereda del padre.
Finalmente, el síntoma y el acting out. Tomamos como referente clínico el caso de los sesos
frescos (LACAN 1954b). ¿Qué nos permitió ubicar respecto del superyó en esta dimensión
simbólica de la herencia y la deuda como un modo de presencia del sujeto?
Lacan escribide una respuesta al comentario de Hyppolite y el texto de referencia es el
artículo freudiano sobre La negación donde Freud sitúa la oralidad en la operación del juicio de
atribución. Afirmación y expulsión primordiales como dos caras de la operación que funda el
campo de lo simbólico.
Freud ya había apelado a la oralidad para dar cuenta tanto de la constitución de la sociedad
totémica (FREUD 1913b) como de la identificación primaria (FREUD 1921).
Ahora bien, no se trata solamente de la incorporación del padre. Por eso Freud sitúa dos
operaciones simultáneas respecto del juicio de atribución. Se afirma al padre como significante, y
se expulsa al padre como objeto pulsional.

242
Esta propuesta freudiana no ha tenido eco en desarrollos posteriores, y sin embargo, en este
punto es crucial para nuestra lectura. La recuperamos con Lacan.
Entonces, ubicamos con Lacan que el acting del paciente de Kris hace emerger una
relación oral primordialmente cercenada. Allí leímos una referencia a aquello que queda
rechazado en la intervención de Kris en el punto en que interviene respecto de la realidad: lo
rechazado sería la herencia totémica que determina el síntoma del miedo al plagio. Ir a comer
sesos frescos sería un acting, en tanto objeto oral, un llamado a la incorporación del tótem dejada
de lado en la intervención.

En segundo lugar, estas cuestiones nos condujeron a indagar la constitución del sujeto, y de
este modo, plantear la hipótesis de que no habría sujeto sin separación. Con las operaciones de
alienación y separación (LACAN 1966b) indagamos ciertas cuestiones atinentes a la articulación
entre el superyó y el padre, que en Freud permanecen oscuras. Hemos insistido respecto del lugar
del tótem en cuanto a la constitución del sujeto. Sin embargo, ubicamos que no alcanza con la
operación de identificación a un rasgo emblemático -tótem- recortado del campo del Otro para
pensar la constitución del sujeto. El sujeto surge a partir del cruce de dos operaciones: alienación
y separación. Que un significante represente al sujeto para otro significante (LACAN 1957b)
implica que el sujeto surge dividido por el intervalo significante resistiéndose al aplastamiento de
la alienación al Otro.
De esta manera, pudimos trabajar porqué la teoría del yo autónomo rechaza la deuda del
sujeto respecto del Otro. Y en ese punto ubicamos que allí no hay alienación. Al mismo tiempo,
también situamos su contracara, allí donde solo hay alienación. Es decir, otro modo de rechazo de
la división del sujeto. Tomamos las sectas como referente de esta cuestión allí donde no hay
separación.
Luego, trabajamos la articulación de las operaciones de la causación del sujeto articuladas a
las prohibiciones universales edípicas: incesto y parricidio. Y en ese sentido, hallamos cierto
lugar común, transitado habitualmente, en tratar conceptualmente la prohibición como
denegación de la imposibilidad. Nos preguntamos ¿cuáles son las imposibilidades que las
prohibiciones recubren? Y nos respondimos que la prohibición del incesto tematiza la
imposibilidad de hacer Uno con el Otro. Mientras que la prohibición del parricidio figura la
imposibilidad de la autofundación del sujeto.
Finalmente, nos preguntamos si el efecto superyoico resulta de la invocación –tú eres- o
bien de la lectura de la frase. Hallamos la lectura que Lacan propone en el Seminario 3 permite
situar que el superyó tiene relación con el nombre, y que su carácter superyoico deviene de una

243
lectura que transforma el nombre en la consistencia del ser. Por ello, cuando situamos que no hay
alienación sin separación, ahora agregamos que podría haberla, y a eso se lo llamaría, desde esta
perspectiva, efecto superyoico: el aplastamiento del sujeto en el punto en que el ser adquiere
consistencia.

Habiendo trabajado un aspecto de aquello que habitualmente se denomina “efecto


superyoico”, propusimos que las formaciones del inconsciente permiten operar en el análisis con
los efectos superyoicos de la constitución del sujeto; allí donde es posible leer al sujeto como
falta en ser.
En definitiva, desde nuestra perspectiva estas cuestiones iluminan un aspecto de la
operación analítica que se fundamenta en las formaciones del inconsciente y tendría incidencia en
el efecto superyoico.

e. El superyó como imperativo de goce y la posición del analista.


Este último núcleo de problemas nos permitió plantear que habría una salida del impasse
en el dispositivo analítico al que conduce el superyó. Nos referimos al impasse que hemos
trabajado a lo largo de la primera parte de la Tesis: masoquismo moral, beneficio primario del
síntoma y complicaciones en la transferencia por fuera de la neurosis de transferencia.
Para ello ubicamos un contrapunto entre la posición del analista y el superyó. Para trabajar
dicho contrapunto utilizamos los articuladores del plus de gozar (LACAN 1969) y los goces
(LACAN 1972a).
A partir de estas referencias la formulación del superyó nos permitió discriminar el goce en
juego en el superyó, de aquel que se plantea en cuanto a la posición del analista.
Consideramos en dicho punto, la posición del analista a partir de los goces, pero por fuera
del goce del Otro, donde inscribimos el goce del superyó. Es decir, el superyó delimitado a partir
del goce del Otro y la posición del analista referida al Otro goce.
Para desarrollar estas cuestiones, hemos trabajado la formulación del superyó como
imperativo de goce, enunciada pero no suficientemente desarrollada por Lacan en el Seminario
20. Dicha conceptualización, se sostiene, a nuestro entender, de dos lugares: La
conceptualización del objeto a causa de deseo y el objeto a plus de gozar del Seminario 17
(LACAN 1969), y por otro, la formalización de los goces (LACAN 1972a).
Habiendo desplegado estos dos puntos, situamos la posibilidad de que el goce del Otro
adquiera existencia en las neurosis. Dicho goce absoluto, este goce supuesto del Otro, no es
alcanzable. Y sin embargo, dicho goce del Otro adquiere existencia, desde nuestro punto de vista,

244
a partir del lado macho de las fórmulas: hay Uno exceptuado de la castración. Porque la fórmula
permite leer el elemento que, al tiempo que funda un campo, se excluye. Pero también permite
ubicar la figuración neurótica de dicho elemento excluido. Allí situamos la articulación entre
superyó y masoquismo.
En ese sentido, situamos como antecedente el masoquismo moral (FREUD 1924a), es decir,
un modo de darle consistencia al goce del Otro.
De esta manera, por un lado, el goce del Otro, supuesto, quedaría figurado a partir de un
padre exceptuado de la castración. Ubicamos allí el superyó. Y por otro lado, el masoquismo
moral, correlato del superyó, sería un modo de recuperación de goce. Un modo de presencia
subjetiva que garantizaría la ilusión del goce del Otro. Una garantía que introduce un nuevo modo
de satisfacción. Por ello destacamos los desarrollos acerca del plus de gozar.
De este modo, es posible retomar el impasse en el dispositivo analítico que delimitamos a
partir de la conceptualización freudiana del superyó: aquel que ubicamos en los deslizamientos
que van del fantasma –masoquismo femenino- al masoquismo moral, del síntoma analítico al
beneficio primario del síntoma y de la transferencia a las diversas dificultades respecto de la
posición del analista. Es decir, diversos modos de recuperación de goce que en ocasiones surgen
luego de un movimiento del análisis.
Los distintos operadores le permiten a Lacan situar el superyó como rechazo de la
castración al conceptualizarlo como un modo del objeto a plus de gozar, una modalidad de
recuperación parcial de goce (RABINOVICH 1989). De esta manera, se establece un contrapunto
con el postulado del superyó como una barrera frente al goce al teorizarlo como la instancia que
ordena gozar (LACAN 1972a).
Los desarrollos previos fundamentan, a nuestro entender, la última formulación del superyó
enunciada por Lacan: “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo
del goce: ¡Goza!” (LACAN 1972a).

Luego, trabajamos una segunda dimensión donde el eje es la posibilidad de evitar la


angustia. El superyó como un lugar de “amparo”. Al retomar el planteo freudiano con la lectura
que realizamos en el Capítulo 4 respecto de las perversiones, tal como las conceptualiza Lacan en
el Seminario 16, hallamos que en el masoquismo perverso, es la víctima quien organiza las reglas
en función de su propio goce. El masoquista le otorga al amo su papel con el fin de sostener que
es el Otro quien goza. Por ello, Lacan dice que el sujeto masoquista se hace objeto y así completa
al Otro. El masoquista trabaja para darle consistencia al goce del Otro, y por su intermedio,
obtiene un goce fálico que requiere de la renegación de la castración.

245
Del mismo modo, el yo, identificado al objeto perdido, se ofrece al maltrato del superyó
para reintegrarle ese objeto. Hemos desarrollado que en este punto Lacan situó que en cuanto al
superyó el objeto en juego es la voz. La voz se constituye como objeto perdido y el masoquista
restaura la completud del Otro restituyéndole dicho objeto. La contracara, es que el Otro goce, si
surge, lo hace por la vía del síntoma. Es decir, el predominio del goce fálico va en detrimento del
Otro goce. El análisis progresa por la vía inversa, es decir, por la vía del Otro goce, dando lugar a
la castración en el Otro.

Para concluir, indagamos la diferencia entre inconsistencia e incompletud a partir de Gödel


con el fin de fundamentar desde allí la conceptualización de una salida del impasse que introduce
el superyó.
Primero trabajamos la razón que conduce a Lacan a plantear que no hay universo de
discurso: es imposible hacer un “todo”, es decir, un conjunto con todos los significantes.
Entonces, el conjunto se demuestra inconsistente.
Para salvar esta inconsistencia, para que la noción misma de conjunto pueda existir, es
necesario que el mismo sea incompleto. Es decir, le falte un elemento. Esto es lo que demuestra
el Teorema de Gödel.
Entonces, en segundo lugar, se nos planteó la pregunta respecto de cómo formalizar esta
contradicción en el seno del Otro que introduce la definición misma del significante: La
definición del significante plantea que sin el significante ante el cual los demás representan al
sujeto, todos los otros no representan nada. Este rasgo común es el que haría de ellos un "todo”,
es decir un "todo" definido a partir de la excepción.
Entonces, ubicamos que si la falla en el Otro fuese incompletud, la única salida sería la
resignación y la reivindicación del falo. Al considerar que la castración en juego es otra,
recurrimos al planteo freudiano: se trata de la castración de la madre. Aquí situamos la
pertinencia del teorema de Gödel para articular la consistencia y la completud.
En resumidas cuentas, hemos desplegado el modo en que Gödel termina con la ilusión de
alcanzar la prueba absoluta de la consistencia de algún sistema. Para eso recurre al concepto de
incompletud. Lo que hace Gödel es demostrar la incompletud de los sistemas formales por la vía
de los indecidibles. Los indecidibles hacen al sistema incompleto. En otros términos Gödel reúne
los conceptos de consistencia y completud, demostrando que no puede haber a la vez un sistema
consistente y completo. El precio de la consistencia es la incompletud. De esta manera, se obvia
el principio de no contradicción. En el Otro es posible la contradicción.

246
A partir de aquí, situamos que la experiencia analítica se juega entre la inconsistencia y la
incompletud del Otro, reservando la consistencia para el objeto a (LACAN 1972a). El neurótico
cree en la consistencia del Otro y rechaza la contradicción. Un análisis comienza de este modo, y
en cierto sentido es así, puesto que el Otro es completo respecto de la significación. El objeto a es
lo que obtura la inconsistencia del Otro. El asunto es que esa garantía de verdad no la aporta el
Otro del significante, sino el propio sujeto con su goce, con el objeto a. Es de este modo que hace
del Otro un Otro consistente, aunque incompleto, puesto que se plantean una serie de
indecidibles.
En conclusión, al obturar la inconsistencia del Otro, a costa de los indecidibles, el sujeto
mantiene su “no querer saber” que muy tempranamente había delimitado Freud.
Nuestra propuesta consiste en ubicar en dicho lugar, el del objeto a, la articulación entre el
superyó y el masoquismo moral, y de este modo, con la lógica y la lectura de Lacan del
Seminario 20, precisar una modalidad del obstáculo que puede adoptar el dispositivo analítico.
De esta manera, la inconsistencia del Otro permitiría situar un horizonte, más allá del Otro
que adquiere consistencia bajo la forma del superyó. En este sentido, el superyó no sería un tope
de la cura, sino un impasse al dispositivo analítico tal como lo delimitamos en la obra de Freud.

Estos diversos núcleos problemáticos, nos permitieron interrogar el impasse en el


dispositivo analítico al que conduce la conceptualización freudiana del superyó.

9.3. Aún…el superyó


¿Hay una clínica del superyó? ¿Un análisis del superyó? No, porque el superyó es un resto
de la constitución del ser hablante. Y al mismo tiempo, porque las operaciones de la constitución
subjetiva, tal como las hemos desarrollado en el capítulo 6, son correlativas de las operaciones de
la producción del dispositivo analítico: alienación y separación (LACAN 1966b).
De este modo, en lugar de considerar una clínica del superyó, consideramos que sí es
posible plantear una clínica que aborde las consecuencias del superyó, aquellas que hemos
desarrollado a lo largo de la Tesis.
Para concluir, retomemos una idea planteada en el capítulo 7. La ética que se desprende de
El malestar en la cultura, es acorde a la conceptualización freudiana del superyó. El superyó
intenta modificar aquello que la cultura no ha logrado.
De esta manera, el planteo de Freud nos lleva a considerar que la renuncia pulsional -
fundamento del texto freudiano - se ha articulado al ideal de privación. Dicha articulación entre el
ideal de privación y la renuncia pulsional, fundamenta aquello que ha sido entendido como

247
“paradojas del goce” (MILLER 1991). Es decir, Freud puede explicar que el superyó exige la
renuncia, y luego, la satisfacción se localiza, justamente, en la renuncia misma. Por ello, la
renuncia contrariamente a aliviar la culpa, la alimenta.

En este punto arriba Lacan, y hallamos que, luego de varias décadas de recorrido, trata esta
cuestión planteando el superyó como un mandato de goce. Es decir, no conceptualiza una
paradoja, sino un imperativo imposible de cumplir.
De esta manera, el “¡Goza!” (LACAN 1972a) se constituye en la interpretación lacaniana
del superyó conceptualizado por Freud.
Si frente al “Goza, el sujeto sólo puede contestar con un: Oigo” (LACAN 1960b) el
análisis podría constituirse en una nueva operación de lectura de la vociferación del superyó.
Entonces, no se trataría de que el superyó viene a relevar a la cultura allí donde ella ha fallado.
Sino que la lectura y escritura de un análisis, podría eventualmente, equivocar la consistencia que
adquiere el destino ineludible del superyó.

Concluimos entonces señalando un cambio de acento en la teoría de Lacan. Desde nuestra


perspectiva, dicha modificación permitiría fundamentar la existencia de una conceptualización
lacaniana del superyó.
Si en Subversión del sujeto (1960) Lacan destaca el mandato del superyó que el sujeto no
puede dejar de oír, por nuestra parte, ubicamos que en diversos lugares Lacan acentúa la
incidencia de la lectura. Es decir, el acento se desplaza de lo que se “oye” a una operación de
lectura.
Cuando Lacan plantea que “Nada obliga a nadie a gozar, salvo el superyó. El superyó es el
imperativo del goce: ¡Goza!” (LACAN 1972a), conduce el problema nuevamente, aunque no sin
diferencias, al asunto de la satisfacción freudiana. En ese punto, ubicamos la posibilidad de que
un análisis opere una modificación en la posición subjetiva correlativa del superyó, que en
términos de Freud, hemos desarrollado bajo el concepto de masoquismo (FREUD 1924a).

A partir de los desarrollos de esta Tesis de Doctorado, postulamos que la conceptualización


freudiana y lacaniana del superyó incide de un modo central en los obstáculos, impasses y
reformulaciones del dispositivo analítico.
El espíritu de nuestra Tesis, ha consistido en reabrir, echar nueva luz, recrear y
profundizar los interrogantes abiertos por Freud y Lacan.

248
ANEXO

PLAN DE TESIS

1. MARCO TEÓRICO E INTERÉS DEL TEMA

Marco teórico: Psicoanálisis freudiano-lancaniano.


Delimitamos el marco teórico a partir de los desarrollos de Freud y Lacan. Ellos conforman
las fuentes primarias. Los demás autores se constituyen como fuentes secundarias que permitirán
destacar desarrollos, captar matices, ubicar impasses y fundamentalmente precisar lecturas.

Recorte e interés del tema:


La propuesta consiste en indagar la formulación freudiana y lacaniana del superyó y su
incidencia en el dipositivo analítico. Indagaremos dos dimensiones del superyó –civilizante y
cruel- que se precisan a partir del concepto de pulsión. Nos dedicaremos especialmente a la
articulación del superyó con la pulsión de muerte y el masoquismo erógeno primario porque
permitirá precisar la dimensión cruel del superyó. De este modo, abordaremos las consecuencias
del superyó en la teorización freudiana de la experiencia analítica. Nos centraremos en los
siguientes ejes: la conceptualización del masoquismo, la reformulación del síntoma como
beneficio primario y la posición del analista por fuera de la neurosis de transferencia.
Luego, a partir de la función del objeto, precisaremos la delimitación lacaniana del
dispositivo analítico. A continuación desarrollaremos la formulación lacaniana del superyó que se
delimita a partir de los nuevos operadores de lectura que introduce Lacan: los tres registros, el
objeto a, el gran Otro y los goces.
A partir de allí, indagaremos los núcleos problemáticos que son posibles de recortar a partir
de la formulación lacaniana del superyó: la discusión que se establece entre la conceptualización
freudiana y lacaniana del superyó respecto de la ley y los mandatos; el contrapunto entre superyó
paterno y materno; el estatuto del objeto voz y su incidencia en la clínica psicoanalítica; el

249
superyó, la constitución del sujeto y la operación analítica; el superyó como imperativo de goce y
la posición del analista.
Nuestro interés se sostiene en la interrogación de los alcances y límites de la clínica
psicoanalítica.

Definición y operacionalización de los principales conceptos a utilizar.


-Superyó: lo abordaremos en dos dimensiones que precisaremos a partir del concepto de
pulsión. Esto permitirá situar un aspecto civilizante del superyó, articulado a la prohibición del
incesto, la colocación de la libido y la constitución del yo, y una dimensión cruel, que permitirá
dar cuenta de las principales consecuencias del concepto de superyó en la teorización freudiana
de la experiencia analítica: la reformulación del masoquismo, la postulación del beneficio
primario del síntoma y la indagación de la posición del analista por fuera de la neurosis de
transferencia.
No utilizaremos las dos dimensiones del superyó que se establecen en la discusión entre un
superyó edípico (HARTMANN y LOWENSTEIN 1962) y un superyó temprano (KLEIN 1928)
porque consideramos que la crueldad del superyó no se reduce exclusivamente a lo preedípico.
Por otro lado, sí utilizaremos las referencias a lo preedípico pero en el sentido que le aporta
Lacan, por fuera del Edipo (LACAN 1969), y no necesariamente previo al Edipo.
También distinguiremos la dimensión cruel del superyó del concepto lacaniano de superyó
materno (LACAN 1957a) ya que entendemos que la referencia a la crueldad no prescinde de la
categoría del padre en la obra freudiana (FREUD 1939).
Por último, abordaremos las definiciones lacanianas del superyó destacando la relación del
superyó con los tres registros, el objeto voz y el goce del Otro.
-Pulsión: para precisar el concepto de superyó utilizaremos los dos dualismos pulsiónales
planteados por Freud, destacando la pulsión sexual (FREUD 1905a) y la pulsión de muerte
(FREUD 1920).
-Dispositivo analítico: haremos uso del concepto de dispositivo analítico para delimitar la
experiencia analítica. En sentido estricto, el concepto de “dispositivo analítico” no se encuentra
presente en los desarrollos teóricos de Freud ni de Lacan. Sin embargo, es un concepto utilizado
habitualmente por la comunidad analítica lacaniana (MILLER 1987) para nombrar el artificio
mediante el cual opera la cura analítica (FREUD 1893). Con el dispositivo analítico nos
referiremos, por un lado, al síntoma neo-producido y la neurosis de transferencia. Y por otro, a la
articulación de la transfrencia con el objeto.

250
-Síntoma: abordaremos el síntoma como síntoma neo-producido (FREUD 1893) para situar
el primer referente freudiano del dispositivo analítico, y luego, como beneficio primario del
síntoma (FREUD 1926) para dar cuenta de la articulación entre síntoma, superyó y pulsión de
muerte.
-Transferencia: por un lado, utilizaremos la articulación entre transferencia y repetición
para dar cuenta de la posición del analista respecto del retorno de lo reprimido. Realizaremos la
lectura de esta dimensión de la transferencia a partir de los desarrollos de Lacan sobre el sujeto
supuesto saber (LACAN 1967b). Por otro, utilizaremos los desarrollos freudianos sobre la
transferencia como resistencia (FREUD 1912) para dar cuenta del modo en que el analista pasa a
ocupar un lugar en la fantasía que se pone en juego en análisis para ser desmontada (FREUD
1916c). Para ello, nos apoyaremos en la conceptualización lacaniana de la lógica del fantasma
(LACAN 1966a).
En tercer lugar, abordaremos la articulación entre superyó y transferencia desde tres
lugares: el objeto voz (LACAN 1962) porque nos permitirá situar la relación entre el analista y la
angustia; el “nuevo superyó” (FREUD 1938) para iluminar el lugar del analista respecto de la
demanda; la “reacción terapéutica negativa” (FREUD 1923) para situar la ausencia del analista
como objeto que permite operar con la neurosis de transferencia.
-Masoquismo: La pluralización de los masoquismos (FREUD 1924a) permitirá trazar
diversos obstáculos de la clínica psicoanalítica que se precisan a partir de la relación con el
superyó: principalmente, el obstáculo que implica el masoquismo moral para el dispositivo
analítico al no localizarse ni como retorno de lo reprimido, ni enmarcado en una escena como la
fantasía de fustigación.
-Sujeto: Utilizaremos el concepto de sujeto dividido conceptualizado por Lacan (LACAN
1957b) para situar, por un lado, el conflicto psíquico como fundamento del síntoma (FREUD
1894) y por ende de la primera tópica, y por otro, para ubicar diversos problemas que
delimitaremos a partir del superyó, donde no opera el sujeto como falta en ser: el masoquismo, el
beneficio primario del síntoma y la reacción terapéutica negativa.
-Objeto a: Utilizaremos el concepto de objeto a introducido por Lacan (LACAN 1959) para
precisar el estatuto de la voz del superyó. Al mismo tiempo, el concepto de objeto nos permitirá
indagar ciertos problemas respecto de la aticulación entre las alucinaciones, el superyó, el
fantasma y las formas sádica y masoquista de la perversión.

251
2. OBJETIVOS E HIPÓTESIS

OBJETIVO GENERAL
 Investigar la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó y su incidencia en los
obstáculos, impasses y reformulaciones del dispositivo analítico.

OBJETIVOS PARTICULARES
 Indagar la conceptualización del dispositivo analítico de la primera tópica freudiana
destacando la teorización del síntoma y la neurosis de transferencia.
 Formalizar los distintos problemas que se constituyen como antecedentes del superyó a lo
largo de la primera tópica freudiana.
 Investigar la formulación freudiana del superyó y precisar sus dos dimensiones a partir del
concepto de pulsión.
 Identificar la formulación freudiana del superyó como principal obstáculo a la curación e
indagar de qué modo dicha formulación se precisa a partir del concepto de pulsión de muerte.
 Interrogar las consecuencias del superyó en la conceptualización freudiana del masoquismo,
el síntoma y la posición del analista por fuera de la neurosis de transferencia.
 Indagar de qué manera el superyó introduce un impasse en la teorización freudiana del
dispositivo analítico y esclarecer su estatuto en los márgenes de la última formalización de los
obstáculos.
 Investigar la formulación lacaniana del dispositivo analítico y su estatuto a partir de la
función del objeto.
 Formalizar la conceptualización lacaniana del superyó a partir de los nuevos operadores que
introduce Lacan: por un lado, los tres registros y el objeto a, y por otro, el gran Otro y los goces.
 Indagar los núcleos problemáticos que son posibles de recortar a partir de la formulación
lacaniana del superyó: a. La discusión que se establece entre la conceptualización freudiana y
lacaniana del superyó respecto de la ley y los mandatos; b. El contrapunto entre superyó paterno
y materno; c. El estatuto del objeto voz y su incidencia en la alucinación, el superyó, el fantasma,
las modalidades sádica y masoquista de la perversión y la posición del analista; d. El superyó, la
constitución del sujeto y la operación analítica; e. El superyó como imperativo de goce y la
posición del analista.
 Investigar el modo en que incide el superyó en los obstaculos y reformulaciones del
dispositivo analítico delimitado a partir de la conceptualización de Lacan.

252
HIPÓTESIS GENERAL
 La conceptualización freudiana y lacaniana del superyó incide en los obstáculos, impasses y
reformulaciones del dispositivo analítico.

HIPÓTESIS PARTICULARES
 La conceptualización freudiana del síntoma y la neurosis de transferencia permite delimitar el
dispositivo analítico de la primera tópica.
 Los desarrollos acerca de la compulsión del síntoma, la autocrítica, los diques pulsiónales, el
destino del monto de afecto, el ideal del yo, la conciencia moral, el delirio de observación y la
reacción terapéutica negativa, anticipan la conceptualización del superyó al constituirse como
problemas que no se inscriben dentro de la lógica de la primera tópica.
 El concepto de pulsión permite delimitar dos dimensiones del superyó.
 La teorización freudiana del superyó como principal obstáculo a la curación se precisa a partir
del concepto de pulsión de muerte.
 La conceptualización freudiana del superyó incide en la conceptualización del masoquismo,
complejiza el estatuto del síntoma al introducir el beneficio primario, y conduce a indagar la
posición del analista por fuera de la neurosis de transferencia.
 El superyó introduce un impasse en la teorización freudiana del dispositivo analítico, y por
ello, Freud lo ubica en los márgenes de su última formalización de los obstáculos.
 Los nuevos operadores que introduce Lacan -los tres registros, el objeto a, el gran Otro y los
goces- permiten recortar e indagar ciertos núcleos problemáticos del concepto de superyó: a. La
discusión que se establece entre la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó respecto
de la ley y los mandatos; b. El contrapunto entre superyó paterno y materno; c. El estatuto del
objeto voz y su incidencia en la alucinación, el superyó, el fantasma, las modalidades sádica y
masoquista de la perversión y la posición del analista; d. El superyó, la constitución del sujeto y
la operación analítica; e. El superyó como imperativo de goce y la posición del analista.
 La conceptualización lacaniana del superyó permite interrogar el impasse en el dispositivo
analítico al que conduce la conceptualización freudiana del superyó.

253
3. METODOLOGÍA
De acuerdo a lo formulado como objetivos e hipótesis nos proponemos indagar la
conceptualización del superyó y sus consecuencias en la teorización freudiana y lacaniana del
dispositivo analítico.

Se trata de un estudio teórico-conceptual que utiliza:


 Fuentes primarias: textos de Freud y Lacan que permiten recortar el objeto de investigación.
 Fuentes secundarias: publicaciones de autores lacanianos contemporáneos que permiten
fundamentar, interrogar y profundizar el Problema de Investigación.

Unidades de análisis:
 El dispositivo analítico de la primera tópica freudiana.
 Los antecedentes del superyó.
 Las dos dimensiones de la conceptualización freudiana del superyó.
 Las consecuencias del superyó en la teorización freudiana de la experiencia analítica: el
masoquismo, el beneficio primario del síntoma y la posición del analista por fuera de la
neurosis de transferencia.
 La fomulación lacaniana del dispositivo analítico a partir de la función del objeto.
 La conceptualización lacaniana del superyó.
 Los núcleos problemáticos que se delimitan a partir de la formulación lacaniana del superyó:
a. La discusión que se establece entre la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó
respecto de la ley y los mandatos; b. El contrapunto entre superyó paterno y materno; c. El
estatuto del objeto voz y su incidencia en la alucinación, el superyó, el fantasma y las
modalidades sádica y masoquista de la perversión; d. El superyó, la constitución del sujeto y
la operación analítica; e. El superyó como imperativo de goce y la posición del analista.

Variables:
 Los conceptos de síntoma y neurosis de transferencia permitirán delimitar el dispositivo
analítico de la primera tópica freudiana. Además, destacamos la importancia del concepto de
fantasía y su revisión a la luz de la segunda tópica.
 El concepto de pulsión permitirá delimitar las dimensiones del superyó y sus consecuencias.
 Los nuevos operadores que introduce Lacan -los tres registros, el objeto a, el gran Otro y los
goces- permitirán recortar e indagar los núcleos problemáticos del concepto de superyó.

254
Primer período:
En el primer período nos centraremos, por un lado, en la revisión del dispositivo analítico
de la primera tópica freudiana, y en los antecedentes y dimensiones de la conceptualización del
superyó. Y por otro, indagaremos las consecuencias del concepto de superyó en la teorización
freudiana de la experiencia analítica.
Ubicaremos el dispositivo analítico a partir del síntoma neo-producido y la neurosis de
transferencia. Nos apoyaremos en los conceptos de deseo, pulsión sexual y fantasía.
Situaremos los antecedentes teóricos y clínicos del superyó anteriores a El yo y el ello.
Revisaremos la formulación freudiana del superyó delimitando sus dos dimensiones:
civilizante y cruel. Para ello nos apoyaremos en el concepto de pulsión. Nos dedicaremos
especialmente a examinar la dimensión cruel del superyó porque luego nos permitirá ubicar las
principales consecuencias en la delimitación de la experiencia analítica: el masoquismo, el
beneficio primario del síntoma y la posición del analista por fuera de la neurosis de transferencia.

Fuentes primarias principales:


 Escritos de Freud: “Las neuropsicosis de defensa”, “Tres ensayos“, “Tótem y tabú”, “Sobre la
dinámica de la transferencia”, “Introducción del narcisismo”, “Más allá del principio de placer”,
“El yo y el ello”, “El sepultamiento del Complejo de Edipo”, “El problema económico del
masoquismo”, “31º Conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica”, “Inhibición,
síntoma y angustia”, “El malestar en la cultura”, “Moisés y la religión monoteísta”, "Análisis
terminable e interminable".

 Escritos y Seminarios de Lacan: Seminario 5: “Las formaciones del inconsciente”, Seminario


7: “La ética del psicoanálisis”, Seminario 11: “Los cuatro conceptos fundamentales de
psicoanálisis”, “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, “Proposición
del 9 de octubre”.

Fuentes secundarias principales:


 CANCINA, P. (1993): El dolor de existir y la melancolía. Colección la clínica en los bordes.
Ediciones Homo Sapiens.
 GEREZ-AMBERTIN, M. (1993): Las voces del superyó en la clínica psicoanalítica y en el
malestar en la cultura.
 GLASMAN, S. (1983): Superyó, nombre perverso del padre. Conjetural Nº 2. Ed. Sitio.

255
 LAZNIK, D. (2003): Configuraciones de la transferencia: masoquismo y separación. Revista
Universitaria de Psicoanálisis, Volumen 3. Buenos Aires, Facultad de Psicología (UBA).
 LAZNIK, D. (2007a): La delimitación de la experiencia analítica y las figuras de lo no
analizable.
 LAZNIK, D. (2008a): Elisabeth Von R: Del padecimiento a la queja y de la queja a la
producción del síntoma analítico. Sitio web de la Cát.I de la asignatura “Clínica
Psicoanalítica”.
 LAZNIK, D., LUBIÁN, E., KLIGMANN, L. (2010a): La primera tópica freudiana: alcances
y límites.
 LAZNIK, D. y otros (2006a): Del ideal al objeto. Memorias de las XII Jornadas de
Investigación. UBACyT. Vol. II. Facultad de Psicología (UBA).
 LOMBARDI, G. (2008) Predeterminación y libertad electiva. En Revista Universitaria de
Psicoanálisis. Año 8. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires.
 LOMBARDI, G. (1987) La neurosis obsesiva en la enseñanza de J. Lacan. En Curso de
Psicopatología V. La neurosis obsesiva (Mazzuca, Lombardi, De Lajonquiere). Buenos Aires.
Tekné.
 MASOTTA, O. (1980): El modelo pulsional. Uenos Aires. Altazor.
 MILLER, J.A. (1984a): Recorrido de Lacan-Ocho Conferencias.
 RABINOVICH, D.S. (1983): La teoría del yo en la Obra de Jacques Lacan. Buenos Aires.
Manantial. 1988.
 RABINOVICH, D.S. (1986): Sexualidad y significante. Buenos Aires. Manantial. 1999.

Instrumentos de recolección
- Revisión bibliográfica.

Segundo período:
A partir de las conclusiones del primer período, en el segundo período indagaremos la
formulación lacaniana del superyó y su incidencia en el dispositivo analítico. Nos centraremos en
los núcleos problemáticos que se delimitan a partir de la formulación lacaniana del superyó: la
discusión que se establece entre la conceptualización freudiana y lacaniana del superyó respecto
de la ley y los mandatos; el contrapunto entre superyó paterno y materno; el estatuto del objeto
voz y su incidencia en la clínica psicoanalítica; el superyó, la constitución del sujeto y la
operación analítica; el superyó como imperativo de goce y la posición del analista.

256
Nos serviremos de teorizaciones contemporáneas y desarrollos de Lacan atinentes a estas
temáticas.
Consideramos que estos desarrollos, en articulación con las conclusiones del período
precedente, permitirán establecer la incidencia del superyó en la determinación de los obstáculos,
impasses y reformulaciones del dispositivo analítico teorizado por Freud y Lacan, contribuyendo
a revisar, consolidar y ampliar los alcances de la praxis psicoanalítica.

Fuentes primarias principales:


 Escritos de Freud: “Más allá del principio de placer”, “El yo y el ello”, “El problema
económico del masoquismo”, “Inhibición, síntoma y angustia”, “Moisés y la religión
monoteísta”.

 Escritos y Seminarios de Lacan: Seminario 3: "Las psicosis", Seminario 7: “La ética del
psicoanálisis”, Seminario 10: “La angustia”, Seminario 14: “La lógica del fantasma”, Seminario
15: “El acto psicoanalítico”, Seminario 16: "De un Otro al otro", Seminario 17: "El reverso del
psicoanálisis", Seminario 20: “Aún”, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de
las psicosis”, “Kant con Sade”.

Fuentes secundarias principales:


 COTTET, S. (1987): Freud y el deseo del psicoanalista. Buenos Aires. Manantial.
 LAZNIK, D. (2002): Anudamientos de lo no ligado, (2007a): La delimitación de la
experiencia analítica y las figuras de lo no analizable. Memorias de las VIII y XIII
Jornadas de Investigación. UBACyT. Facultad de Psicología (UBA).
 LAZNIK, D. (2007b): Las nosografías freudianas y “lo no analizable”. Sitio web de la
Cát.I de la asignatura “Clínica Psicoanalítica”. Formato digital.
 LAZNIK, D. y LUBIÁN, E. (2006) La transferencia: de la suposición a lo no domesticado.
 LAZNIK, D., LUBIÁN, E., KLIGMANN, L. (2010b): Hacia una clínica de la segunda
tópica freudiana.
 LOMBARDI, G. (1993): La clínica del psicoanálisis. El síntoma y el acto. Atuel. Argentina.
1993.
 LOMBARDI, G. (2001). La clínica del psicoanálisis 3. Las psicosis. Buenos Aires: Atuel.
 MILLER, J.A. (1998): Sobre Kant con Sade. En Elucidación de Lacan. Buenos Aires. Eolia-
Paidós.
 RABINOVICH, D.S (1988): El concepto de objeto en la teoría psicoanalítica. Manantial.

257
Argentina. 1988.
 RABINOVICH, D.S. (1993): La angustia y el deseo del Otro. Buenos Aires. Manantial.
1993.
 SCHEJTMAN, F. (2012): Superyó, carozo del padre. Buenos Aires. Grama. 2012.

Instrumentos de recolección
- Revisión bibliográfica.

258
BIBLIOGRAFÍA

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 ADORNO, T. y HORKHEIMER, M. (1944). Dialéctica de la ilustración. Madrid: Akal.
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Literales.
 ALVAREZ, M. (2008). La imposible apropiación del capital humano. Sitio web: Virtualia.
 AMIGO, S. (1999). Clínica de los fracasos del fantasma. Buenos Aires: Letra Viva.
 ARIEL, A. y LAZNIK, D. (1992). La cura en Psicoanálisis. Buenos Aires: BCZeditores.
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Madrid: Gredos.
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www.psicopatologia.com/perspectivas.com
 CANCINA, P. (1993). El dolor de existir y la melancolía. Buenos Aires: Letra Viva.
 CASSIRER, E. (1997). La filosofía de la Ilustración. [Philosophie der Aufklärung, New
Haven, Yale University Press, 1932]. México: Fondo de cultura económica.
 COTTINGHAM, J. (1995). Descartes. México. UNAM. Facultad de Filosofía y Letras.
 COTTET, S. (1987). Freud y el deseo del psicoanalista. Buenos Aires: Manantial.
 DELEUZE, G. (1967). Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel. Buenos Aires:
Amorrortu.
 DESCARTES, R. Discurso del método - Meditaciones metafísicas. Traducción, prólogo y
notas de Manuel García Morente. Madrid: Espasa-Calpe.
 DIDIER-WEILL, A. (1998). Invocaciones. Dionisos, Moisés, San Pablo y Freud. Buenos
Aires: Nueva Visión.
 DURAND, I. (2008). El superyó, femenino. Las afinidades entre el superyó y el goce
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 ECO, U. (1984). Cómo se hace una tesis. Buenos Aires: Gedisa.
 ETCHEGOYEN, H. (2005). De las vicisitudes del proceso analítico. En H. Etchegoyen. Los
fundamentos de la técnica psicoanalítica. (pp. 697-852). Buenos Aires: Amorrortu editores.

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Volumen I (pp. 41-66). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1893a). Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos. En J. Strachey
(Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen II (pp. 25-40). Buenos Aires:
Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1893b). Señorita Elisabeth von R. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen II (pp. 151-195). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1894). Las neuropsicosis de defensa. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen III (pp. 41-60). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1895a). Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado
síndrome en calidad de neurosis de angustia. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen III (pp. 85-116). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1950{1895b}). Proyecto de psicología. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen I (pp. 323-446). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1896a). Carta 52. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen I (pp. 280-282). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1896b). Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa. En J.
Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen III (pp. 157-184). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1896c). Manuscrito K. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen I (pp. 260-269). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1900). La interpretación de los sueños. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen V (pp. 504-607). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S (1905{1901a}). Fragmento de análisis de un caso de histeria. En J. Strachey
(Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen VII (pp. 1-108). Buenos Aires:
Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1901b). Psicopatología de la vida cotidiana (el olvido de los nombres propios).
En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen VI (pp. 1-270). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1904). El método psicoanalítico de Freud. En J. Strachey (Comp.). Sigmund
Freud. Obras completas. Volumen VII (pp. 233-242). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S (1905a). Tres ensayos de teoría sexual. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen VII (pp. 109-224). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S (1905b). El chiste y su relación con lo inconsciente. En J. Strachey (Comp.).

260
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen VIII. Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las Ratas). En
J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen X (pp. 119-194). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. En J. Strachey (Comp.). Sigmund
Freud. Obras completas. Volumen XII (pp. 93-106). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S (1913a). La predisposición a la neurosis obsesiva. Contribuciones al problema de
la elección de neurosis. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen
XII (pp. 329-346). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1913b [1912-1913]) Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de
los salvajes y los neuróticos. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen XIII (pp. 1-164). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1914a). Recordar, repetir y reelaborar. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XII (pp. 147-157). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1914b). Introducción del narcisismo. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XIV (pp. 65-98). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1915a (1914)). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. En J. Strachey
(Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XII (pp. 159-174). Buenos Aires:
Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1915b). Pulsiones y destinos de pulsión. En J. Strachey (Comp.). Sigmund
Freud. Obras completas. Volumen XIV (pp. 105-134). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1915c). La represión. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen XIV (pp. 135-152). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1915d). Lo inconsciente. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen XIV (pp. 153-214). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1915e). Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica. En J.
Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XIV (pp. 259-272). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1915f). De guerra y de muerte. Temas de actualidad. En J. Strachey (Comp.).
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XIV (pp. 273-304). Buenos Aires: Amorrortu
editores.
 FREUD, S. (1915g). La transitoriedad. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen XIV (pp. 305-312). Buenos Aires: Amorrortu editores.

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 FREUD, S. (1917b (1916). 17ª Conferencia: El sentido de los síntomas. En J. Strachey
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Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1917c (1916). 18ª Conferencia: La fijación al trauma, lo inconsciente. En J.
Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XVI (pp. 250-261). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1917d (1916). 23ª Conferencia: Los caminos de la formación de síntoma. En J.
Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XVI (pp. 326-343). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1917e (1916). 28ª Conferencia: La terapia analítica. En J. Strachey (Comp.).
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XVI (pp. 408-421). Buenos Aires: Amorrortu
editores.
 FREUD, S. (1918{1914}). De la historia de una neurosis infantil (El hombre de los lobos). En
J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XVII (pp. 1-112). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1919a). Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica. En J. Strachey (Comp.).
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XVII (pp. 151-163). Buenos Aires: Amorrortu
editores.
 FREUD, S. (1919b). Pegan a un niño. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen XVII (pp. 173-200). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1919c). Lo ominoso. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen XVII (pp. 217-251). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1920). Más allá del principio de placer. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XVIII (pp. 1-62). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. En J. Strachey (Comp.).
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XVIII (pp. 63-136). Buenos Aires: Amorrortu
editores.
 FREUD, S. (1923a). El yo y el ello. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen XIX (pp. 1-66). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1923b) La organización genital infantil. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XIX (pp. 141-150). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1924a). El problema económico del masoquismo. En J. Strachey (Comp.).

262
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XIX (pp. 161-176). Buenos Aires: Amorrortu
editores.
 FREUD, S. (1924b). El sepultamiento del Complejo de Edipo. En J. Strachey (Comp.).
Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XIX (pp. 177-188). Buenos Aires: Amorrortu
editores.
 FREUD, S. (1924c). Neurosis y psicosis. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras
completas. Volumen XIX (pp. 151-160). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1925a). La negación. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen XIX (pp. 249-258). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1925b). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los
sexos. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XIX (pp. 259-
276). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1926). Inhibición, síntoma y angustia. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XX (pp. 71-164). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1927). El humor. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas.
Volumen XXI (pp. 153-162). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1928 (1927)). Dostoievsky y el parricidio. En J. Strachey (Comp.). Sigmund
Freud. Obras completas. Volumen XXI (pp. 171-194). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1930 (1929)). El malestar en la cultura. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XXI (pp. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1931). Sobre la sexualidad femenina. En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud.
Obras completas. Volumen XXI (pp. 223-244). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1932 (1931)). Sobre la conquista del fuego. En J. Strachey (Comp.). Sigmund
Freud. Obras completas. Volumen XXII (pp. 169-178). Buenos Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1933a (1932)). 29ª Conferencia: Revisión de la doctrina de los sueños. En J.
Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XXII (pp. 7-28). Buenos
Aires: Amorrortu editores.
 FREUD, S. (1933b (1932)). 31ª Conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica.
En J. Strachey (Comp.). Sigmund Freud. Obras completas. Volumen XXII (pp. 53-74).
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