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Historia de las mulas en bolivia

Los Andes y las Mulas

Freddy Céspedes

Hace más de 500 años, desembarcó junto con los españoles un animal,
que pasaría a ser más tarde, la sustituta de la llama en los trabajos más
pesados en la historia socio económica del Alto Perú, hoy Bolivia.

A más de cuatro mil metros, encontramos a la mula, de mirada triste, de


ojos oscuros y largas pestañas  que dejan caer lágrimas que  mojan su
entorno ocular.

Llora porque el viento frígido de la montaña no tiene compasión,  su


suerte está echada al azar, pues puede caer y matarse en las oquedades de
las montañas de la cordillera.

Como hace siglos aun debe caminar con sus dueños indígenas Quechuas,
junto a turistas que requerimos sus servicios para que nos lleven las
coloridas mochilas y todo el equipo en expediciones por la Cordillera de
los Andes.

Me detengo a observarlas a la mezcla de  burro y yegua, no pueden


reproducirse, aunque hubo casos excepcionales, generalmente son
híbridas; sin embargo son más fuertes que sus padres y tan vivaces,  que
sus amos les ponen nombres.

Tienen la fama de ser inteligentes y testarudas. En las largas caminatas,


sus dueños las cuidan más que a su mujer.

Son las famosas “Baqueanas” que conocen los desfiladeros más


horrorosos y son tan fuertes que inclusive, cargaban en sus lomos,
pesados pianos que los terratenientes de antaño mandaban a traer de los
puertos del Pacífico. Se utilizó el nombre de Baqueana desde hace
siglos,  para describir a las mulas fuertes, inteligentes y con capacidad
para adaptarse a las condiciones de trabajo más duras.
Los primeros vapores que surcaron el Titicaca, llegaron por partes sobre
los lomos de estas doncellas eternas.

Ahí está la mula enhiesta, lista para la larga caminata. Su vestimenta que
llevará en los próximos días la hacen más apuesta, pues necesita para esta
travesía algunos elementos complementarios.

¡Chu!, ¡chu!, ¡chu!, ¡chu!.  Mula gran puta, le grita a todo pulmón su
dueño. Entiende la última palabra, y  al instante, la princesa está quieta.

Una delgada cuerda o “carbisto”  sujeta el cuello  para que no se espante.


Ya los ayudantes se aprestan para cargar la mula.

Luego un colchón de paja o “ Parejo” cubre el pelaje del animal.


También va la “ Pajira” hecha de hoja de plátano y lazo de cuero.

Posteriormente viene el “Atawar” o tejido de lana que se pone debajo de


la cola y hace que el peso de la carga no se vaya adelante. Es como el
freno del animal.

Seguidamente se pone la Sincha para ajustar todo el cuerpo, con sus


correas respectivas. A estas alturas la mula, ya está preparada
anímicamente. Ya sabe que luego vendrá la carga de hasta 90 kilos, que
es el peso promedio para no fatigar al animal. Existen  ejemplares que
llevaban hasta 200 kg.

Ya soporta la pesada carga, su dueño le cubre los ojos con su bufanda,


pues algunas,  se espantan ante cualquier movimiento brusco.

La “ Ch´ipa”, es otro elemento importante, porque les sirve para sujetar


la carga. Es una malla de cuero trenzado. Luego se debe pasar el
“Machio” o cuerda de cuero para sujetar el bulto. Una otra cuerda de
cuero o “ Reata” asegura la firmeza.

Ya firme el equipaje, una ancha “ Huasca” o cinturón de 20 centímetros


de ancho y hecho de cola de caballo, sella la inmovilidad del pesado
cargamento.
Nuestra mulita está impaciente por partir, hasta que por último, viene el “
Manteo” que le cubre el lomo,  cual un velo de novia.

Ya está lista para la boda del peregrinar entre montañas y glaciares sobre
desfiladeros y paisajes rudos. No es tan fácil vestir una mula;  mucho
menos desvestirla.

Sólo para clérigos y mujeres

 “Las primeras referencias que se tiene de su presencia en América, fue


cuando Cristobal Colón tuvo que solicitar permiso a la autoridad del rey
para  montar una mula, porque su salud estaba deteriorada; ya que desde
1494, estaba prohibido que los hombres vayan en mula; decían, “pierden
la hombría y la habilidad de montar y controlar los caballos; sólo estaba
permitidos para montar en mula los clérigos y las mujeres”.

Según las crónicas de la conquista, “Diego de Almagro y su ejército,


antes de posar en mina alguna al cruzar las montañas y la meseta andina,
vieron sorprendidos que los nativos poseían objetos de oro y plata y
luego de algún tiempo,  empezaron la propagación de la fe católica y la
búsqueda de metales preciosos como objetivos principales para la
conquista”. Ahí estaba la mula para ese fin.

Sin embargo, La mula, ya estaba  familiarizada con el continente, pasó a


formar parte del eslabón más importante de la economía mercantil de la
plata de Potosí, porque podía soportar mayor capacidad de carga que la
llama,  que comenzó a escasear por la demanda de carne en los centros
mineros, ya que para 1625, Potosí contaba con más de 160.000
habitantes. Para esa época era una de las ciudades más pobladas del
mundo.

En el siglo XVII  anualmente miles de mulas, descendían desde las


minas de plata del cerro Rico hasta el Puerto Potosí, hoy Arica y
retornaban cargadas de sedas, vinos, encajes y otros productos de
ultramar,  en un lento ascenso hacia la mina de plata más rica del mundo,
descubierta por el indígena Diego Huallpa en 1545.
“Se estima que entre 1762 y 1772 se habían vendido en el Virreinato del
Perú medio millón de acémilas”.

Este auge dio inmensas fortunas  a estancieros y criadores especialistas


en mulas para llevarlos al Alto Perú. Uno de ellos fue Francisco Candioti
que fue considerado como el proveedor más grande de mulas, por lo
tanto, un hombre rico; a quien se le conocía como el rey de las mulas en
todo el norte del Río de la Plata (Argentina).

Los mejores pastos y ferias en el Altiplano

En los siglos XVII-XVIII-XIX y muy entrados el siglo XX, la mula fue


el eje que movió el engranaje económico de una extensa región del
continente, su centro estaba localizado en las verdes praderas  de
Córdova, Argentina,  y de aquí los gauchos distribuían en inmensas
ferias en Salta, y Jujuy, incrementando el precio a medida que subían
hacia el Altiplano boliviano. Fue famosa la feria de venta de Mulas en
los campos de Wari donde descansaban hasta 6000 de ellas en los
inmensos pastizales de esa región y muy  cercana a las minas.

En ese paisaje duro las mulas se adaptaron y observaron esa planicie de


más de 100.000 km2 de extensión.

 “¡Cuántos matices!, los pastizales resecos en invierno son de un amarillo


intenso, en la lejanía del cielo azul se asoma tímidamente un anaranjado
tirando a rojizo, todo es policromía el suelo está salpicado por pajonales,
existen afloramientos de piedra calcárea de un blanco de nieve.

Según la hora del día, se pinta el cielo desde el celeste claro, casi blanco,
hasta cerca al zenit, cuando metamorfosea al azul oscuro.

Pero el altiplano no es triste, sonríe cuando caen las primeras gotas  en


los meses de Diciembre a Marzo, es ahí donde adquieren tintes verdes
sus praderas y terrazas de agricultura, las habas se mesen altivas con sus
penachos blanquiazules, las ocas y las lisas adquieren manchas de
sangre, las quinuas y sus tallos de suave rosado; sus granos rojos y
amarillos”.
Los cerros, ocres, las montañas azuladas, las tormentas siniestras;  los
perros que ladran en la lejanía. El altiplano está lleno de colores y las
mulas se quedaron, no así el caballo que nunca pudo adaptarse a grandes
altitudes.

El estaño oro de Bolivia

Cuando se pensó que la caída de los precios de la plata  hacia 1880, iba a
ser el fin de la mula como animal de transporte,  la economía de Bolivia
tomó un nuevo giro, cuando Simón Patiño a fines del siglo XIX,
descubrió la mina más rica de estaño del mundo. Ya Pedro Vicente
cañete y Domínguez, en su guía histórica del Gobierno e Intendencias de
la provincia de Potosí 1791, decía: “ El cerro de Huanuni, en el distrito
de Oruro, produce el estaño más rico y el más estimable, no solamente en
estos reinos, sino también por las naciones extranjeras; de suerte que
entre ellas es tan conocida Huanuni por su estaño finísimo, como Potosí
por su plata”.

La Salvadora, la mina de Patiño,  ubicada a casi cinco mil metros sobre


el nivel del mar, cerca a Huanuni, sin acceso, sin comunicación y con
escasas sendas para mulas; con fuertes vientos y barrancos profundos. 
Aquí se  forjó una de las más  importantes fortunas del mundo.

Patiño el rey del estaño,  emprendió  la construcción de su imperio


transportando el mineral a lomo de mula por más de 65 km. hasta la
estación de Machacamarca para enviarla por ferrocarril hacia el puerto de
Antofagasta.

En esa época uno de los principales problemas era el transporte; la


lentitud y las demoras en el envío de sus concentrados por las tormentas
de granizo,  vientos helados y nevadas invernales que frenaban su
distribución,  también creaban retrasos al retorno con los abastecimientos
destinados a la mina”.

“Patiño, había proyectado  sus soluciones  en construir un camino lo


suficientemente ancho  pero no muy empinado, que permitiera a las
mulas tirar las largas y angostas carretas.
Así llevó maquinaria y andariveles en mulas argentinas para la
construcción del ingenio Miraflores.

También existen relatos espantosos de  mulas,   que fueron introducidas


dentro las largas galerías, para el transporte de  minerales por varios
kilómetros en el interior de la montaña y que por el tiempo transcurrido
en la oscuridad, quedaron ciegas.

Gauchos en las selvas de Bolivia

Pero la mula argentina, no sólo fue utilizada en la minería, una gran


cantidad de ellas pasaban de largo el Altiplano, cruzando cordilleras,
duras nevadas, ríos caudalosos y pantanos infestados de malaria,  para
descender finalmente a las zonas de producción de oro, goma y corteza
de quina, materia prima de la quinina, único remedio por ese entonces
para combatir la malaria.

 El norte de Bolivia, conocida en esa época como el Territorio de


Colonias. En uno de los primeros mapas de Bolivia de 1859 reza: como “
Regiones no exploradas y pobladas por salvajes”.

Actualmente existen en Apolo población intermedia entre los Andes y las


selvas del Madidi a más de 2000km del norte argentino,  una danza que
rememora el ingreso de gauchos argentinos arriando mulas para su venta
a las diferentes empresas gomeras asentadas en la región.

“ Se atribuye el origen de esta danza a una pareja de argentinos Santiago


y Felipa Guerrero que se avecindaron en el Cantón Atén, quienes
presumiblemente nostálgicos de su tierra interpretaban su folklore con
instrumentos típicos bolivianos, como el charango”.

Con referencia a los pasos Edgar Céspedes señala: “ muy posible que
estos bailaban el malambo, porque el paso es muy parecido….Don
Santiago posiblemente agarraba su charango y bailaba el malambo con
su china, tal vez la chacarera más, en el paso de la gauchada hay la
cepillada y allá en el malambo hay la escobillada”..
La vestimenta de esta danza reproduce la vestimenta del gaucho
argentino, calzones anchos, faja, botas altas, camisa y sombrero alón.

Las mulas seres con alma pasiva, de orejas puntiagudas, de frente ancha
y ojos tristones, de paso firme y de inteligencia comprobada.

Forman parte de la historia de los Andes, de sus alegrías y tristezas,


llevaron en sus lomos: minerales, hermosas mujeres de alcurnia, y
pesados cañones en las guerras que se dieron en Sud América; cruzaron
la cordillera con San Martín y Bolivar, llevaron el progreso a los últimos
confines sacrificando su vida al caer en las oquedades de la montaña.

Nadie se acordó de tu importancia en la economía Boliviana, fuiste


valiente, terca y calculadora, mereces ser respetada por tu fortaleza,
lentitud, paciencia y coraje.

Entrando a la selva

En la Cordillera de Apolobamba en Bolivia, la mula sigue siendo el


principal sistema de transporte entre los pueblos suspendidos en las
montañas.

Hoy gracias al turismo, estas viejas baqueanas vuelven a recorrer estas


sendas centenarias. Son tan inteligentes que conocen cada peldaño
peligroso del camino, toman aire y de un brinco sortean el peligro,
llevando su carga a buen destino

Una de las características es que reconocen la voz de mando en idioma


Quechua de su dueño; si quieres moverlas en castellano, te miran
incrédulas.

 Las malas palabras que utilizan sus amos y hasta la forma  dulce de
hablarle como :  “ Pasa, pasa, pasa  mulita” cuando hay peligro que se
caiga al vacío son, simplemente testimonio de ser muy comprensivas.

Es vivaz cuando se cruza una lagartija o una serpiente en las zonas


tropicales, se detiene, para las orejas, se pone altiva y cruza corriendo por
instinto.
Cuando está mal cargada, se pone inquieta, se para y el dueño debe darse
cuenta de su pedido para que le arreglen la carga. Tienen buena memoria
para recordar los caminos y toman las rutas menos peligrosas.

En Bolivia la mula es todavía parte del léxico popular. Se dice que


cuando los gauchos venían arriando las mulas, el dueño les mandaba con
extras para que se repongan en caso de pérdida o muerte en su largo
caminar.

Cuando se hacía el recuento a la llegada a la estancia, siempre había una


cantidad enorme de perdidas o muertas. El patrón o dueño sorprendido
decía “ No me metas mulas hombre”, que se entiende como: No me
mientas hombre. Muchas veces, si alguien va mintiendo, inmediatamente
sale de los labios del incrédulo, no más mulas, no más mulas, no más
mulas…….

Fuentes:

Revista:

Todo es Historia: José Andrés Carrazzoni ·332 Marzo 1995. Historia de


las Maravillosas mulas.

Prefectura del Departamento de La Paz: Apolobamba, Caupolican-


Historia de una región Paceña ·  

CharlesF. Geddes Patiño Rey del Estaño

Jaime Mendoza: El Macizo Boliviano

Adolfo Costa Du Rels: El Embrujo del oro


Cuando el Estaño era oro de Bolivia

Freddy Céspedes E.

Cuando Pizarro y Almagro llegaron a América, quedaron sorprendidos por las puntas de lanzas y
otras armas de los Incas hechas de resistente bronce que les causaron muchas bajas en la guerra
de la conquista.
Lo cierto es que el cobre aleado con el estaño daba a los incas, armas más resistentes y duras
capaces de abrirle la cabeza de un golpe a cualquiera que se atrevía a dasafiarlas.

En 1640 decía el padre Alvaro Alonso Barba “Los indígenas llaman plomo blanco” a lo que
conocemos nosotros como estaño; éste es el veneno de los metales - sostenía- porque
mezclándose con otro metal, perdían su maleabilidad”, es decir, se volvían más duros.

En 1624, las minas de Potosí estaban en su auge, los españoles despreciaron al estaño, para ellos
era sinónimo de riqueza sólo la plata; así que el cerro rico de Potosí fue horadado con cinco mil
minas que afianzaron las monarquías de Europa.

Llegada la independencia, desfalleció la minería de la plata, no había más remedio que ingresar a
las infestadas selvas en busca de la goma elástica para sobrevivir; algunos, perseveraron en el
fondo de las viejas minas y ¡zas, sorpresa !, descubrieron ricas y cuantiosas vetas de estaño que el
desarrollo de la industria pesada y bélica en Europa y Norteamérica,  exigían por toneladas. Fue la
salvación de Bolivia.

Las viejas minas de plata, habían sido rehabilitadas para dar estaño, primero los desmontes de
varios siglos fueron aprovechados, luego aparecían más y más en la cordillera de los Andes,
formando una gran cadena estañífera como Carhuay-kollo, challapata, Antequera, Poopó Quimsa
Cruz, Illimani, Huayna Potosí y otros donde se encontraban pedrones de estaño hasta de una
tonelada.

Este mineral era trasladado a los ingenios hasta convertirse en “ barrilla” que era una especie de
arena de estaño y que variaba  entre un 65 a 90% de pureza para luego fundirlas y convertirla en
barras de metal.

En pocos años, los campamentos de mineros se habían convertido en ciudades, por ejemplo la
mina más rica del mundo “ La Salvadora” de Simón Patiño, en Uncía Potosí, contaba en 1907 con
cuatro periódicos semanales, diez lujosos hoteles, escuelas particulares y fiscales, una plaza de
toros, un biófrafo o cine “París”, clubes de tiro al blanco y tenis, sus tiendas comerciales de
extranjeros asociados en clubes Arabe, español, turco, alemán, escocés, austriaco, eslavo, francés
y otros.

También contaban con centros de placer para gringos y cholos con pianos, bandurrias y los
gramófonos alegrando las frígidas noches de las minas, pero todos ellos con los bolsillos llenos de
Libras Esterlinas, es decir se compraba desde amores hasta acciones en las gélidas minas.

En las ciudades como La Paz, Oruro, Cochabamba, Potosí, el comercio y el boom de las
construcciones no se detenía, se iluminaron las calles, el servicio de alcantarillado recién era
conocido, se inauguraron tranvías en La Paz.

Cochabamba, producía una intensiva agricultura, Los Yungas de la Paz, abastecían de coca a miles
de mineros; es decir el estaño benefició a la economía de principios de siglo XX, porque las minas
así lo exigían; lastimosamente el grueso de los capitales salidos de las minas se fue a ultramar y
hoy sólo quedan pueblos fantasmas donde ayer había opulencia y desarrollo. Ya las minas de
estaño de Patiño pasaron a la historia.

FUENTES
UNCIA Y LLALLAGUA 1882-1924. ARANCIBIA ANDRADE, Freddy

EL MACIZO BOLIVIANO. Mendoza, Jaime.

DE MI TIERRA. RODRIGO, Saturnino

Capitulo uno. Los Mineros

p. 193-231

TEXTO NOTASILUSTRACIONES

TEXTO COMPLETO

1Si existe un sector organizado cuya oposición recurrente ha preocupado a los gobernantes, ése es
el de los mineros. La revisión de las huelgas y batallas de todo tipo en las que se han visto
comprometidos, su fuerza de arrastre ante los demás sindicatos, su importancia en la COB es
impresionante y constituye la evidencia de su poder. Y, si aun fuera necesaria una otra prueba de
su vigor, se podría mencionar la inaudita capacidad de recuperación de sus sindicatos, después
que las sangrientas represiones, los despidos, apresamientos y exilios habían decimado sus
dirigentes. ¿Por qué representan un peligro tal que todos los gobiernos han buscado ya sea
controlarlos o ya sea derrotarlos? Pero, también, ¿por qué se ven obligados a recomenzar
constantemente un combate que nunca termina? Estas son las principales interrogantes de este
capítulo.

2Se puede decir, en breve, que si la Bolivia del 52 es socialmente un país rural, económicamente,
es un país minero. Toda su historia está signada por un destino minero, desde la extraordinaria
epopeya del Cerro Rico de Potosí, que hizo del Alto Perú (después Bolivia) el principal productor
de plata durante tres siglos y que forjó la leyenda de su riqueza, hasta la explotación de las vetas
estañíferas. Destino paradojal de un país cuyos tesoros parecen escapárseles a sus habitantes,
condenado a una reiterada pobreza y agotado, se diría, después de haber cavado tanto. “Entonces
cualquier piedra del cerro era todo plata, hoy todo es piedra,” se quejaba el cronista Arzans de
Orsúa y Vela (citado en Francovich 1980: 67). La misma queja podría ser retomada hoy en día,
pues parece que la riqueza engendrada por 80 años de explotación del estaño ha sido
completamente agotada sin dejar ningún fruto.

3La producción masiva de estaño arranca a principios del siglo xx, cuando aumentan los precios
del estaño en el mercado mundial. Hasta 1929, Bolivia cubre un cuarto de la producción mundial,
una quinta parte hasta 1949 y, todavía, una sexta en 1952. En 1950, todavía ocupa el segundo
lugar entre los productores, después de Malasia.

4Paralelamente a los minerales de estaño, también se extraen minerales de zinc, plomo, cobre,
antimonio, tungsteno, bismuto, etcétera. Pero, en ese conjunto, la parte de los minerales de
estaño constituye siempre la más importante, tanto en las cantidades extraídas como en el valor
de las exportaciones. El estaño es, pues, el principal producto de exportación del país y ningún
otro producto logra disputarle su supremacía. Entre 1912 y 1952, la proporción de las
exportaciones mineras oscila entre el 81 y el 98,52 % (1948): la del sólo estaño nunca es inferior al
55 %; llega hasta el 74.4 % en 1931.

5Las minas se encuentran en el Altiplano y en la cordillera oriental de Los Andes, al interior de una
franja de más o menos 90 km. de ancho y 750 km. de largo, que se extiende desde el norte del
Lago Titicaca hasta la frontera con la Argentina. Casi todas las principales ciudades del país (La Paz,
Oruro, Potosí, Sucre) se encuentran situadas en esa franja. Cochabamba está cerca, en el borde
oriental de la cordillera.

6En 1950, el conjunto de los trabajadores de las “industrias extractivas” se estimó en 45.330
personas, donde 44.330 son empleados mineros, o sea, 3.2 % de la población activa. Estos se
reparten entre las grandes minas (26.632 asalariados), las minas llamadas “medianas” (que
disponen de un capital mínimo, de una tecnología moderna y emplean asalariados) y las minas
“pequeñas (las que, a menudo, se explotan en familia y artesanalmente; algunas se explotan
intermitentemente, de acuerdo a las fluctuaciones del mercado).

7Entre los 672 patrones de minas censados en 1950, tres acaparan el 78.6 % de la extracción de
estaño durante el decenio 1940-1950: Patiño (46 %), Hoschild (22.5 %) y Aramayo (6.9 %). Los dos
primeros, de origen boliviano, acumulan su capital de la explotación misma, en tanto que Hoschild
empieza sus actividades con capitales argentinos y chilenos y se enriquece con la comercialización
de minerales. Pero, rápidamente, los tres internacionalizan sus capitales. Patiño instaló su centro
de operaciones en Hamburgo, Londres y, luego, en los Estados Unidos; Aramayo, después de un
breve paso por Londres, prefirió Suiza; y Hoschild se encaminó hacia el mercado financiero de
Nueva York. Una vez pasada la época de las primeras inversiones, en los años 20, los tres
“barones” sólo invierten en el país lo estrictamente necesario para que las minas continúen en
operación. Las ganancias de las compañías son sin embargo considerables. De 1924 a 1928, Patiño
multiplica su capital por 7, mientras que Aramayo duplica el suyo entre 1940 y 1947. Es notable
que la fortuna de Patiño se registre en miles de millones de dólares (Bernard 1967).

8A partir de fines del siglo xix, la mina ha proporcionado al país la mayor parte de sus ingresos
fiscales. De 1937 a 1950, representan de 50 a 88 % de los ingresos gubernamentales. Sin embargo,
la relación entre los impuestos pagados por los industriales mineros y el valor de sus
exportaciones permanece modesta: 4.1 % de 1900 a 1920 y 9.4 % de 1921 a 1940 (Ruiz González
1980: 42 y 100); de 1940 a 1948, mientras Patiño obtiene ganancias que equivalen a cuatro veces
su capital operativo, sus impuestos aumentan a sólo un 17 % de esas fabulosas ganancias (Ruiz
González 1956: 214).

9Así, pues, vemos hasta qué punto, en el alba de los años 50, la suerte de Bolivia depende de las
actividades mineras y comprendemos, en consecuencia, la presión que ejercen los tres “barones
del estaño” sobre la vida económica del país. Y se la comprende aún mejor si se precisa que los
barones también poseen bancos y que controlan el comercio de importación. También son
propietarios de haciendas. Y, por ello, hay que cuidarse de oponer muy sistemáticamente a los
propietarios mineros modernistas con los hacendados tradicionalistas. Los dos tipos de
explotación de la mano de obra coexisten y no se excluyen mutuamente.

10El 31 de octubre de 1952, las minas de los tres “barones del estaño” se nacionalizan. El decreto
se firma en Catavi, en el corazón mismo del imperio Patiño. La COB y los partidos de inspiración
marxista exigen una expropiación sin compensación, pero, finalmente, se impone la posición
moderada de Paz Estenssoro: ésta prevé una indemnización de 21 millones de dólares para las
compañías expropiadas.

11La actitud de Paz Estenssoro es fácil de comprender. Parte de los capitales de Patiño son
norteamericanos y los Estados Unidos expresan claramente que no les gustaría en nada una
confiscación pura y simple pues sentaría un mal precedente. Hacen de la indemnización una
precondición para el reconocimiento del nuevo régimen. La amenaza es aún más fuerte pues los
Estados Unidos son los principales compradores del estaño boliviano y, además, tienen la
capacidad de jugar con los precios del mercado gracias a los stocks  acumulados durante la
Segunda Guerra Mundial. Después del fin de la Guerra de Corea, en 1953, por otra parte, se
hundirán los precios del mercado internacional. Finalmente, puesto que carece de fundiciones
propias, la nueva Corporación Minera Boliviana (COMIBOL) debe enviar su estaño a la fundición de
la William Harvey Smelter (Liverpool), propiedad del grupo Patiño, y a la fundición de Texas City,
controlada por el Estado norteamericano.

12La COMIBOL se compone, en aquel entonces, de 12 empresas productoras de minerales (que


abarcan 24 minas) y de empresas “de apoyo”; un conjunto que se divide en tres grupos, cada uno
con su propia gerencia, al que, además, habrá que añadirle los servicios de educación y salud con
los que, progresivamente, se dota la compañía durante los años 50. Así, la COMIBOL se convierte
en la más importante empresa del país, tanto por el número de sus asalariados como por su papel
central en la economía del país. Para comprender bien su capital importancia en la economía del
país, basta con indicar que, en 1978, esta empresa por sí sola todavía asegura el 65 % de la
producción de minerales, siendo el estaño el más importante de todos (70 % del estaño nacional).
Ella es el primer proveedor de divisas (260 millones de dólares), el primer contribuyente (100
millones de dólares) y la empresa que cuenta con el mayor número de asalariados (22.700, o sea,
el 1.4 % de la población económicamente activa).

13En estas circunstancias, los conjuntos mineros más importantes, y el mayor número de los
mineros asalariados, se encuentran, pues, bajo la autoridad de un mismo patrón y sometidos a
una misma política general, la que, como veremos, varía de acuerdo a los gobiernos. Dado el lugar
de la nueva compañía en la economía nacional y puesto que su patrón no es otro que el Estado
boliviano, es comprensible que los graves conflictos entre los mineros y el Estado-patrón
adquieran dimensiones políticas: sea que los gobernantes logren contener o canalizar las
exigencias de los mineros, por medio de maniobras o represiones, o ya sea que estos últimos
pongan en peligro al gobierno en ejercicio. En efecto, la tradición de lucha minera continúa, ahora
en el seno de la COMIBOL. De ahí surgen los dirigentes notables. Ahí empiezan y se libran las
acciones más duras. Y, como consecuencia, ahí también se ejercen, preventivamente o ya en
represalia, las represiones más sangrientas.

14El grupo de la minería mediana sobrevive a la revolución. Esas minas empiezan a ganar en
importancia con el retorno de los militares en 1964, al beneficiarse de las benevolencias de los
nuevos gobernantes, ansiosos de favorecer las inversiones privadas, especialmente extranjeras. La
pertenencia al grupo permanece regulada: para ser parte de él, como antes de la revolución, es
necesario invertir un mínimo de capital, producir cantidades suficientes de minerales y disponer
de una organización técnica eficaz. En realidad, las fronteras son tenuas: ciertas empresas
“medianas” son más reducidas que las más grandes de la pequeña minería, y todas comparten el
rasgo de ser minas privadas. De todas maneras, la minería mediana representa el sector más
dinámico durante los años 1960-1970. Después de 1960, es a este sector al que se deben las más
importantes mejoras en las técnicas de explotación. Entre 20 y 30, según los momentos (24 en
1981), esas minas producen una amplia gama de minerales: 60 % de tungsteno y de antimonio, 50
% de wolfram, 38 % de zinc, 22 % de plomo, 20 % de estaño, plata, cadmium, etcétera.

15El número de las minas pequeñas en explotación cambia permanentemente, en función de los
precios de los minerales y de los ciclos de vida de las comunidades o familias propietarias.
Globalmente, después de 1952, su número parece en aumento. Este es un conjunto muy
heterogéneo, en el que uno encuentra desde empresas mecanizadas hasta minas que se explotan
manualmente —estas últimas constituyen la gran mayoría.

16Finalmente, las cooperativas constituyen una categoría aparte. Su origen se remonta a los años
50, pero su número aumenta brúscamente a principios de los 60, cuando la COMIBOL, para
deshacerse de los empleados supernumerarios, les concede la explotación de pequeñas minas
marginales en contrato de alquiler, renovable, y, entonces, los despedidos se organizan en
cooperativas destinadas a dicha explotación.

17La pequeña minería y las cooperativas tienen en común que, casi siempre, emplean una
tecnología muy rudimentaria, dependen de la COMIBOL o el Banco Minero de Bolivia para la
comercialización de sus minerales, y que no practican ningún tipo de actividades de exploración.
Entre ambos, estos sectores ocupan a cerca de un 60 % de los trabajadores mineros, teniendo en
cuenta todas las categorías y, si uno se limitara a los trabajadores de interior mina, este porcentaje
sería aún mayor (cf.  Gómez d'Antelo (1978: 185), Ayub y Hashimoto 1985).

18En suma, una super-empresa estatal, la COMIBOL, se encuentra rodeada por una polvareda de
pequeñas minas (las más grandes entre las minas medianas pueden considerarse como tales tanto
en relación con las dimensiones de las minas medianas en el resto del mundo como con la
COMIBOL), donde una porción no despreciable de ellas dependen directamente de ésta.

Las condiciones de trabajo

19La Empresa Minera Catavi, la antigua corona del imperio Patiño, es la más importante empresa
de la COMIBOL, tanto por la producción de minerales como por el número de sus asalariados y
ofrece un excelente punto de partida para tratar el tema de las condiciones de trabajo de los
mineros porque, debido a su tamaño, ahí uno encuentra todas las categorías posibles de
trabajadores.

 1 Estas cifras y las que siguen provienen de: Estudios socio-económicos de los centros
mineros y su (...)

20En 1978, emplea a 4.749 asalariados.1 2.839 son mineros, incluidas todas las categorías:
mineros, trabajadores del ingenio y de los talleres de reparación, etcétera. Y, más o menos un
tercio de los efectivos trabajan en los socavones.

21A las diversas categorías de trabajadores, hay que añadirle la de los “subsidiarios,” o sea,
aquéllos a los que la COMIBOL concede un permiso de explotación y que, a su vez, deben vender
su producción de minerales a las compañía. Estos trabajadores no disponen de ninguno de los
servicios que la COMIBOL concede a sus asalariados (pulpería, hospital, escuela) y, cruelmente,
carecen de asistencias técnica y financiera. Para 1978, su número se ha estimado en 2.639, cifra
apenas inferior a la del conjunto de los obreros asalariados de la empresa. Dado que estos
“subsidiarios” son prácticamente todos mineros, queda claro que, en Catavi-Siglo xx, la mayoría de
los mineros no son empleados de la COMIBOL.

22En general, las condiciones de trabajo de los mineros bolivianos son precarias y peligrosas. Esto
se debe a que, en las minas de la COMIBOL, la tecnología no ha evolucionado prácticamente en
nada después del período prerrevolucionario: “En materia de explotación, se han mantenido
sistemas tradicionales que se utilizaban cuando las minas no habían sido nacionalizadas. Aun en el
caso de la mina Matilde, que es la más mecanizada, su maquinaria proviene de la época en que
todavía no pertenecía al estado” (Castaños 1979: 29). En realidad, hasta se trata de una
degradación de las condiciones del trabajo y de una arcaización de las técnicas, pues, junto a los
mineros de interior mina de la COMIBOL, los que, a pesar de todo, trabajan en condiciones de una
relativa seguridad —aun si estas condiciones les parecerían anacrónicas e intolerables a los
mineros, por ejemplo, en Europa— con instrumentos mecánicos, con horario fijo y en equipo, hay
que tener en cuenta a todo el mundo de los “subsidiarios,” cuyo trabajo se emparenta con el de la
mayoría de los mineros pequeños. Estos penetran en “agujeros de rata” y no cuentan con otros
útiles que un cincel y un martillo, o una picota, y salen diez minutos después, para poder respirar,
con su carga amarrada a los pies. Se encuentran condenados a arriesgar su vida para lograr, a toda
prisa, los pocos quintales de mineral que la COMIBOL o el propietario de la mina les compra a fin
de mes —y, a menudo, a precios de usura.

23Se podría creer que la producción de las diversas categorías de subsidiarios de la COMIBOL es
despreciable en comparación con la de la empresa propiamente dicha. Este no es, de lejos, el caso.
En Catavi-Siglo xx, esa producción constituye más de un tercio del total, en 1975 y 1976. Y,
proporcionalmente, es más alta en la segunda mitad de los años 70 que en la primera mitad.
Catavi-Siglo xx no es el único caso, pues, en Potosí (Compañía Minera Unificada), los subsidiarios
aseguran la mayor parte de la producción de estaño en 1976. En ese mismo año, su producción
representa un cuarto de la producción total de estaño de la COMIBOL. Y, siempre en 1976, son
ellos los que extraen casi la totalidad del wolfram (cf.  Pelaez y Vargas 1980).

24El trabajo del minero es extenuante, los accidentes son frecuentes y, además, hay que tener en
cuenta las enfermedades. En Siglo xx, la utilización cada vez más frecuente del Blockcaving,  que
consiste en precipitar grandes bloques de roca por medio de la dinamita, lo que provoca grandes
nubes de polvo, multiplica los riesgos de una silicosis. Una encuesta realizada en 1974 (Lora 1976),
sobre 17.050 mineros en actividad, muestra que un 12.05 % de ellos se encuentran afectados (24
% en Catavi-Siglo xx). En promedio, el tiempo de trabajo de los mineros afectados por silicosis es
de 9 años y 4 meses. A la silicosis se añaden otras enfermedades pulmonares, como la
tuberculosis, debidas los cambios de temperatura entre el interior mina y la superficie, que
pueden alcanzar hasta los 40 y 50 grados, y los gases tóxicos y los residuos de las explosiones, que
convierten el aire del interior mina en algo prácticamente irrespirable.

25En tales condiciones de trabajo, para poder sobrevivir, el minero debe emplear una energía
poco común. Y, con el fin de evitar los riesgos de accidente, debe respetar una serie de reglas que
June Nash las resume de la siguiente manera: “1) Reconoce y atiende al ritmo de la mina y sigue
los pasos de tus compañeros para akullikar,  almorzar y regresar a tu sitio de trabajo; 2) Coopera y
relaciónate con tus compañeros, haciéndote amigo con los otros hombres que en momento de
peligro te prestarán ayuda; 3) Evita el trabajo solitario para que siempre dispongas de ayuda”
(Nash 1975: 203). Todas estas reglas tienden hacia una atenta y activa solidaridad y, por lo tanto,
hacia formas de organización compartida.

26Puesto que no se envejece poco a poco en una mina, la población de los mineros se caracteriza
por su extrema juventud. La encuesta previamente citada muestra que el 60 % de ellos tiene
menos de 31 años y que un 16.5 % tiene menos de 21 años (la edad promedio de los silicosos es
de 37 años). Es probable que esta juventud explique, en parte, la fogosidad y combatividad que
han demostrado a lo largo de sus luchas.

27Finalmente, la cercanía a la muerte no puede sino marcar profundamente al minero y dotarle


de una suerte de fiereza. Se siente superior por el hecho de haber enfrentado y vencido tantos
peligros. Y esta su experiencia no le es desconocida a la población —es secular y, por otro lado, la
mayoría de los mineros no ha perdido sus vínculos con el mundo campesino— que sabe reconocer
su coraje.

28En el capítulo dedicado a las condiciones de trabajo, hay que incluir las relaciones jerárquicas en
el seno de la mina. Según June Nash, existe una neta ruptura entre los obreros, los capataces
incluidos, por un lado, y, por otro, los técnicos e ingenieros. La situación parece haberse agravado
con la nacionalización que, por un lado, provocó la salida de numerosos empleados calificados y
que, por otro, después instaló a un cualquier litigante que nunca más desapareció. Esencialmente,
los mineros les reprochan a los técnicos e ingenieros por incompetentes: “Sin duda han estudiado
la teoría, pero, en cuanto a la práctica, saben muy poco,” dice un minero entrevistado por June
Nash (Nash 1979: 322). Además, tendrían miedo de descender al interior mina y, también, se les
reprocha sus “aires de grandeza” y su falta de respeto a los mineros. Por todas estas razones, las
diferencias salariales parecen escandalosas. En suma, en las minas, existen como dos universos de
empleados, separados el uno del otro, y relativamente incompatibles en lo que a los ingresos,
prestigio y toma de decisiones se refiere. Una separación tanto más sensible pues, a los ojos de los
mineros, los privilegios del personal técnico de operación carecen de justificación.

29Su descontento se agrava aún más por el hecho que su trabajo sirve para mantener a una
burocracia hipertrofiada que no cesa de crecer mientras que, relativamente, el número de
mineros es cada vez menor. Este fenómeno es particularmente notable durante la época del
gobierno del general Bánzer, pero no se reduce a sólo esa época (cf.  Iriarte 1984, Ayub y
Hashimoto 1985).

 2 Este mismo autor corrobora los datos de June Nash respecto a las débiles relaciones
entre los técn (...)

30Ahora bien, esta “empleocracia” de la mina viene signada por su ineficacia. René Ruiz González,
quien nunca ha cesado de denunciar las carencias, destaca, entre otras insuficiencias, la
multiplicación de los responsable y, en consecuencia, la ausencia de autoridad —en la época del
MNR, la administración de una mina dependía, a la vez, de la dirección de la COMIBOL, del
Ministerio de Minas, del sindicato de mineros, del control obrero y del comando del MNR—, la
ausencia de planificación, la ausencia de normas presupuestarias y la mala administración de las
cuentas, etcétera (Ruiz González 1980:156-175). Además, las permanentes interferencias entre la
vida de la empresa y las batallas en las direcciones políticas del país se traducen en continuos
cambios en todos los puestos de dirección de la empresa, lo que no puede sino perjudicar su buen
funcionamiento. En una mina estudiada por Doris Wiederkehr, “entre 1953 y 1958, hubo 10
gerentes diferentes, 8 superintendentes de la mina, 7 superintendentes del ingenio de
preconcentración y 7 ingenieros en jefe” (1975: 156).2

31La “fragilidad” de los cuadros técnicos y administrativos y el ritmo de cambios (turn-over)  tienen


consecuencias que se suceden en cadena. Según el informe de una evaluación solicitada en 1956,
en diversos grados, las minas adolecen de: falta de herramientas de trabajo, falta de alimentación,
de combustible, de sistemas de seguridad, de servicios de salud y educación, de vivienda... “Todo
lo cual ha desmoralizado a los trabajadores y ha contribuido también a la falta de disciplina” (Ford,
Bacon & Davis 1956). Un diagnóstico global que no sólo vale para los años de la evaluación sino,
con matices según las épocas, ciertamente, para el conjunto de los treinta años de las minas y las
gerencias de la COMIBOL.

32En suma, la molestia y la inseguridad provocadas por sus superiores son motivo de permanentes
reclamos por parte de los mineros. Apenas si soportan su situación, peor aún, en la medida que la
nacionalización les había dado esperanzas de una vida mejor y que se revela, con el correr del
tiempo, como un remedio que sólo genera otros males. Permanece el contraste entre los dos
mundos: el de los privilegiados, o sea, los cuadros, y el de los mineros, que reciben un salario que
apenas les alcanza para sobrevivir, arriesgando su vida en el fondo de la mina.

33A este agobiante cuadro, hay que añadirle el hecho que la movilidad social ascendente de los
mineros se encuentra bloqueada y que ellos son plenamente conscientes del sentimiento agudo y
doloroso que les causa ese bloqueo. En 1968, cuando Magill Jr. (1972: 141) pregunta a una
muestra de mineros, fabriles, trabajadores del petróleo y campesinos, cuáles son las posibilidad
que tienen de progresar o avanzar en su trabajo, 80 % de los mineros responden con pesimismo;
son los más sombríos de la muestra. Asimismo, son los más numerosos entre los que consideran
que las diferencias entre ricos y pobres se hacen cada vez más grandes (85 %). Y, el futuro de sus
hijos les parece más sombrío que a los demás obreros. Es cierto que acaban de vivir una época
particularmente difícil; pero, después, su situación no ha mejorado, y no se puede considerar a
esas actitudes como ahora caducas.

34Magill Jr., siguiendo a Lipset (Lipset 1963: 261), encuentra que este bloqueo en los ascensos o,
más exactamente, en el sentimiento que de éste poseen los mineros, es una de las razones
primordiales de su radicalismo político. En efecto, no es difícil imaginar que su exasperación, ante
los inconvenientes del trabajo —y ante los callejones sin salida a los que, finalmente, conduce—,
se agrave aún más, si se tiene en cuenta las esperanzas “míticas” que suscitó. Muchos son los que
vienen a las minas empujados por la necesidad, lo que no les impide creer en la posibilidad de un
rápido enriquecimiento —la mina es siempre, poco o mucho, El Dorado— que les permitirá, al
jubilarse al cabo de unos años, adquirir un negocio o un camión, hacer que sus hijos estudien, y,
así, avanzar un paso más en la escala social.

 3 Al respecto, cf.  el testimonio del sacerdote Maurice Lefebvre (en Mansilla Torres 1983:
86).
35La mayor parte de las minas se encuentra en las alturas, en las regiones áridas e inhospitalarias
del país, lejos de los grandes centros urbanos. Por ello, fue necesario construir los campamentos
en torno a los socavones. Todo en todos los campamentos, aun en los más antiguos, parece
provisorio.3 Tanto las instalaciones (casas, edificios públicos, calles...) como los servicios
(electricidad, agua...) son precarios y deficientes, como simplemente asentados para luego ser
destruidos y botados. Y, además de la pobreza, se siente una tristeza, que Sergio Almaraz supo
traducir en un capítulo de su Réquiem para una República, titulado “Los cementerios mineros.”
Dice Almaraz: “A cuatro o cinco mil metros de altura, donde no crece ni la paja brava, está el
campamento minero. [...] Y allí, en ese frío, buscando protección en el regazo de la montaña,
donde ni la cizaña se atreve, están los mineros. Campamentos alineados con la simetría de
prisiones, chozas achaparradas, paredes de piedra y barro cubiertas de viejos periódicos, techos
de zinc, piso de tierra; el viento de la pampa se cuela por las rendijas y la familia apretujada en
camas improvisadas —generalmente bastan unos cueros—, si no se enfría, corre el riesgo de
asfixiarse. Oculto en esos muros está el pueblo de hambre y de los pulmones enfermos, los de las
‘tres puntas’ diarias de trabajo, los del ‘veinticuatreo.’ Sin pasado ni futuro, esta miseria lo ha
envuelto todo. El campamento está simplemente ahí, perdido en algún rincón; fuera de él, la
soledad; dentro, la pobreza. En esta eternidad sórdida sus habitantes recuerdan a los penados de
la aldea zaristas porque se los siente igualmente segregados y pesando una condena sobre sus
vidas. Es el exilio minero” (1969: 55-56).

36La precariedad de las viviendas aparece, sin cesar, en todos los informes y testimonios sobre las
condiciones de vida en los campamentos mineros. Así, por ejemplo, en Colquiri, es normal y
corriente que seis personas habiten en una única pieza de 3 por 3 o, en el mejor de los casos, de 3
por 4 metros (Baldivieso et al.  1968:161). Amenudo, además de la familia minera, parientes más o
menos cercanos o amigos vienen a incrementar ese hogar. Domitila de Chungara cuenta como,
joven, recién casada, a su llegada a Siglo xx, ella y su esposo no encontraron otra solución para
alojarse que la de compartir dos piezas con una familia compuesta por una pareja, las hermanas
del marido y sus tres hijos (cf.  Viezzer 1977). Debido a este amontonamiento y la promiscuidad
que implica, al minero le es prácticamente imposible descansar apropiadamente después de su
trabajo. Los más afectados son aquéllos que trabajan en el turno de la noche (22 h-6 h de la
mañana): retornar a su hogar cuando despiertan las calles y los niños.

37A este cuadro, hay que añadirle todavía el racionamiento de la electricidad, la que sólo se
distribuye durante unas cuantas horas, los aprovisionamientos de agua en las fuentes públicas, las
colas en las duchas y letrinas públicas...

38En las minas nacionalizadas, el conjunto de los servicios colectivos del campamento dependen
de la COMIBOL. Las condiciones de vida se añaden, pues, a las condiciones de trabajo como un
motivo de constante queja y de reivindicación ante la compañía. Aun la alimentación del minero
depende de la COMIBOL. Cada mina cuenta con su pulpería que vende artículos de primera
necesidad a precios inferiores a los del mercado. Este sistema de aprovisionamiento data desde
antes de la revolución; el aislamiento de los campamentos obligó a los primeros patrones a tener
que proveer todas las necesidades de los mineros, los alimentos y vestimentas, sobre todo. A
partir de 1952, los mineros tienen acceso a 30 artículos de primera necesidad a precios
“congelados.” Después, en 1956, el gobierno de Siles Zuazo, dedicado a promover la libre
competencia, intenta suprimir las pulperías, pero, la presión conjugada de los sindicatos y las
esposas de los mineros hacen posible el restablecimiento de las subvenciones para cuatro
artículos alimentarios: carne, leche, harina y azúcar.

39Las minas privadas de alguna importancia, es decir, la mayoría de las de la minería mediana,
están organizadas de esta misma manera. A la larga, la vida entera del minero depende de la
compañía o el patrón: su vida en el trabajo, pero también su vida en el reposo; la suya y también la
de su familia; la manera con la que se alimenta, se cuida, con la que se educan sus niños.

40El conjunto de estos datos sobre las condiciones de trabajo y de vida del minero que acabamos
de presentar nos permite realizar un primer balance. A primera vista, parece que no hay que ir
mucho más lejos para explicar su particular combatividad. En efecto, las minas se encuentran en el
corazón mismo de la economía boliviana, las más importantes de ellas, tanto por el volumen de su
producción como por el número de sus asalariados, dependen directa o indirectamente (los
“subsidiarios”) de un único patrón, la COMIBOL, indispensable hasta para contar con una vivienda
o para poder alimentarse. Los mineros viven en los campamentos y en un relativo aislamiento. Su
trabajo es peligroso; son relativamente jóvenes. Se distinguen de los técnicos y sus superiores
tanto en sus condiciones de trabajo como en su nivel de vida y, frecuentemente, chocan con ellos.
Este conjunto de rasgos comunes les otorga intereses comunes y les conduce a las acciones
colectivas.

41Dos autores, Kerr y Siegel, insisten en torno a dos condiciones que, en este conjunto, les
parecen dominantes: el tipo de trabajo, peligroso e insalubre, por un lado, y, por otro, la
agrupación de los mineros en “masas aisladas,” a tal punto que se los puede considerar una “raza
aparte”: “Estas comunidades tienen sus propios códigos, sus mitos, sus héroes y sus patrones
sociales. Hay pocos entre ellos lo suficientemente neutrales como para jugar un papel de
intermediario en los conflictos y calmar los ánimos. Todo el mundo tiene problemas, pero lo
importante es que sean idénticos para todos: peligros laborales, desempleo fruto de una severa
recesión económica, malas condiciones de vida (que se tornan aún más insoportables porque
dependen del empleador), bajos salarios o trabajo intermitente” (Kerr y Siegel 1954). Sin embargo,
hay que desconfiar de este tipo de explicación “ecológica.” En efecto, si bien los campamentos
presentan indudables semejanzas, pueden distinguirse unos de otros, sobre todo por su tamaño y
su mayor o menor cercanía a los centros urbanos. El grado de aislamiento no es el mismo para
todos: en Potosí, los mineros viven en el seno mismo del complejo urbano; la mina de San José,
estudiada por June Nash, es aledaña a la ciudad de Oruro; Milluni, una mina privada, se encuentra
muy cerca de La Paz. Todas estas minas han sido parte, en uno u otro momento, de las grandes
batallas sindicales y políticas. Y no existe ninguna correlación visible entre el grado de aislamiento
y la combatividad. Además, no son los campamentos más pequeños o de tamaño mediano los que
se han probado los más tercos sino Catavi-Siglo xx, el complejo minero más grande del país, el que
se considera el “Petrogrado boliviano,” según una expresión de Filemón Escóbar (dirigente
troskista de Siglo xx).

42Por determinante que sea la suma de los intereses comunes, ésta no es suficiente, en rigor, para
explicar la acción colectiva de los mineros. Es todavía necesario que ellos estén organizados y que
cuenten con los medios para hacerse escuchar.

La organización sindical y la cultura minera


 4 Para 1954, Yvon Le Bot propone una cifra de 45.000 afiliados (Le Bot 1984).

43El número de adherentes regulares de la FSTMB puede estimarse en torno a los 50.000
miembros (52.000 en 1960,50.000 en 1975). Pero, esta cifra oculta, sin embargo, los diferentes
cambios en la composición interna de los grupos sindicalizados. Entre 1960 y 1975, mientras
disminuye el número de los asalariados en la COMIBOL, a medida que la Corporación reduce su
personal (36.000 en 1960 y 24.000 en 1975), el número de afiliados provenientes de las empresas
privadas y cooperativas aumenta: de 6.000 a 14.000, incluyendo los subsidiarios. “Para 1974. los
informes anuales de la FSTMB mostraban ingresos de 810.000 pesos bolivianos por concepto de
afiliación de trabajadores pertenecientes a las minas nacionalizadas y de 228.000 pesos por parte
del sector privado (que incluía cooperativas, minería chica, arrendatarios, etc.), los que constituían
una tercera parte de los miembros regulares, pero eran una muy pequeña e irregular fuente de
ingresos por concepto de afiliación” (Whitehead 1980).4

44El sindicalismo minero debe su dinamismo y sus cuadros más activos a unas cuantas pocas
minas, todas ellas del sector nacionalizado. En primer lugar, a Catavi-Siglo xx que cobija a tres
importantes sindicatos, el de Catavi, el de Siglo xx y el de los “locatarios” de Siglo xx. Se puede
atribuir ese papel motor a varias razones. Por un lado, como ya precisamos, se trata del complejo
minero más importante de la COMIBOL, el que produce la mayor cantidad del mineral de estaño y
emplea el personal más numeroso. Con sus 4.500 a 4.700 asalariados y sus 2.700 subsidiarios,
también permite vivir a todo un conjunto de pueblos aledaños, con más de 50.000 habitantes.

45Debido a su tamaño y al rosario de poblaciones aledañas que lo constituye, el complejo Catavi-


Siglo xx es difícil de controlar por parte de las autoridades gubernamentales, las que necesitarían
contar con un personal mucho mayor del que disponen para poder hacerlo. Por otra parte, Catavi-
Siglo xx posee una larga y trágica historia: mina de estaño de Patiño (la más rica), ha sido víctima
de las más sangrientas masacres (la primera en 1923). Así, las convocatorias a la movilización se
nutren, siempre, de la gesta heroica de su larga y permanente resistencia. Con un martiriologio tan
impresionante, los mineros de Siglo xx deben defender su reputación de valor y audacia. Debido a
todas estas razones, Catavi-Siglo xx fue y sigue siendo una especie de escuela de cuadros, un
vivero sindical y político. Allí uno encuentra todas las expresiones de la izquierda boliviana, las que
se enfrentan mutuamente en una especie de tribuna cerrada y permanecen en constante
agitación.

46Junto al sindicato de Huanuni, los tres sindicatos de Catavi-Siglo xx congregan a un quinto de los


adherentes de la FSTMB. Bien organizados, proporcionan, por tradición, los dirigentes más
influyentes y ejercen un peso decisivo en su orientación tanto sindical como política. Los otros
sindicatos importantes pertenecen a las restantes más grandes minas de la COMIBOL (Quechisla,
Colquiri, Potosí), así como también a ciertas otras minas próximas a las grandes ciudades, San José
(COMIBOL), aledaña a Oruro, y Milluni (mina privada), cercana a La Paz. Las que restan, casi una
treintena, cuentan con menos de 1.000 adherentes, cada una.

47En el campamento, el sindicato se ve involucrado en una gran variedad de problemas. Junto a


las habituales reivindicaciones salariales o las relativas a las condiciones de trabajo, también se
añaden los problemas relativos a las condiciones de vida: viviendas, pulpería, problemas sanitarios
y educativos, organización de la defensa de las radios mineras, libertades al interior del
campamento, etcétera. Para sólo citar un ejemplo, en Si me permiten hablar, Domitila de
Chungara cuenta, al pasar, la enérgica intervención que hizo a su favor el célebre dirigente de
Siglo xx Federico Escobar ante la administración, para que ésta le devuelva el cuarto que ocupaba
junto a su marido y del que se los había desalojado inmotivadamente; embarazada en ese
momento, Domitila de Chungara daría a luz a su primer hijo unos pocos días más tarde (Viezzer
1977: 69-70).

48Así, el responsable sindical puede verse obligado a resolver querellas vecinales o disputas
familiares, frecuentes en esa atmósfera de tensión y promiscuidad. Reguladores de la vida en las
comunidades mineras, los sindicatos son, entonces, organizaciones multifuncionales.

 5 En su testimonio, Domitila de Chungara narra este nacimiento (cf.  Viezzer 1977: 76-85).

49Su campo de intervención se ha ampliado aún más después del surgimiento de los Comités de
Amas de Casa.5 En principio, estos Comités fueron movilizados para obtener la liberación y la
reincorporación de sus maridos cuando éstos se encontraban presos o en la clandestinidad o el
exilio y, en este caso, también fueron medios de lucha para el mantenimiento o restauración de
ciertos derechos (al trabajo, a la justicia, libre circulación, etcétera); las mujeres presentan
reivindicaciones que son respaldadas, aunque no necesariamente forzadas, por los sindicatos: la
necesidad de pensiones y de seguros para las viudas de los mineros, la creación de orfelinatos...;
también son muy sensibles a los problemas relativos al aprovisionamiento de las pulperías.

 6 Con la excepción de la Radio Pío XII (Llallagua), que pertenece a los Padres Oblatos de
María Inma (...)

50Las informaciones repercuten al interior de los campamentos, y de una mina a la otra, por
medio de un conjunto de emisoras de radio. Cada mina importante cuenta con una estación de
radio, hasta de varias —como las 4 que suman Catavi y Llallagua, el más importante pueblo
aledaño al complejo Catavi-Siglo xx—, controladas por los sindicatos.6 La mayoría de las que
actualmente operan surgieron poco después de la revolución del 52 y su modelo fueron las dos
primeras que se instalaron: “La voz del minero” en Llallagua y la “Radio 21 de Diciembre” en
Catavi. En 1956, las 19 radios existentes conforman una red de emisoras mineras, la que, en 1960,
cuenta con 23 radios. En ciertos momentos, juegan un papel decisivo en la vida política nacional.
Por ejemplo, en julio de 1980, cuando el general García Meza acaba con dos años de intentos
democráticos por medio de su brutal golpe de estado, las radios mineras son las únicas capaces de
trasmitir las informaciones, en el país y durante varios días. Así, y hasta que las estaciones sean,
una tras de otra, tomadas y destruidas, el relato del asalto a los campamentos se difundió en todo
el país.

51Dado el papel central del sindicato en la vida del minero y la vasta gama de sus intervenciones,
conviene analizar con cuidado el tema de su liderazgo. Para ello, hay que distinguir dos niveles de
responsabilidad: la del dirigente local y la del dirigente nacional. Comencemos por el primer nivel.
Cada mina cuenta con su propio sindicato; éste, por su parte, se divide en secciones, de acuerdo a
determinados lugares de trabajo, en y en torno al pozo, y su número es proporcional al tamaño de
la mina: más vasta la mina, más numerosas las secciones. En general, la carrera de un dirigente
empieza a este nivel, el de la sección. Tomemos el caso de Artemio Camargo, dirigente de
Siglo xx —miembro, por otra parte, del MIR, asesinado en enero de 1981. Empieza su carrera en la
sección “La Salvadora” —punto de partida de la fortuna de Patiño. De partida, consolida su
convocatoria preocupándose de los problemas del trabajo cotidiano: mantenimiento,
aprovisionamiento de explosivos, ventilación... Luego, una vez conquistada la confianza de sus
compañeros de trabajo, participa en las reuniones de los delegados del sindicato (más o menos
una centena en Siglo xx), donde, ciertamente, también se discuten temas de orden más general
como, por ejemplo, salarios, estrategias sindicales y asuntos políticos. E interviene en las
asambleas; asambleas limitadas a una o varias secciones, o relativas al conjunto del sindicato y, en
Siglo xx, algunas que reúnen a varios sindicatos del complejo Siglo xx-Catavi. En este caso, se trata
de impresionantes reuniones públicas con miles de personas, donde, eventualmente, participan
los familiares de los mineros, esposas e hijos incluidos, y aun personas ajenas a la mina. Ya
bastante conocido, puede ahora presentarse a las elecciones del sindicato, con algunas
posibilidades de triunfo: éstas se realizan cada año, siempre y cuando el régimen político vigente
no impida su ejercicio.

52Las reiteradas convocatorias a estas asambleas, en las que se debaten los problemas
públicamente, en común, y en las que cualquier persona puede hacer uso de la palabra, no deja de
tener sus consecuencias en las características de un líder quien debe ser, ante todo, un muy buen
orador. Consciente de esta necesidad, Artemio Camargo organizaba, todos los sábados, cursos en
los que los futuros cuadros de su partido aprendían el arte de la oratoria. Junto a sus alumnos,
escogía un tema vinculado al trabajo cotidiano, el salario o sobre un asunto más general: como un
discurso para el 1o. de mayo, por ejemplo. “Y, luego, todo el mundo a discursear imaginando, con
la mayor vividez posible, que se lo estaba haciendo ante la sección, ante el cuerpo de delegados o,
mejor, ante una muchedumbre concentrada en la Plaza del Minero,” el forum de Siglo xx. Al
organizar estos cursos, respondía, sin duda alguna, al deseo de numerosos mineros, pues, según
Camargo, “el trabajador de base, después de dos o tres años en la mina, se da cuenta que el resto
de su vida será minero y, entonces, empieza a ser una especial aspiración la de convertirse en
dirigente” (Del Granado 1983: 74-75). Puesto que las perspectivas de un ascenso social son
prácticamente nulas, excepto en ciertos períodos, siempre cortos, en los que algunos logran
ahorrar suficiente dinero como para poder adquirir una tienda o comprar un camión, el
convertirse en un dirigente sindical o político resulta, de hecho, la única estrategia posible—
aunque ciertamente peligrosa— para poder mejorar su status  social.

53Las reuniones en asamblea tienden hacia las decisiones unánimes, adoptadas ahí mismo, con las
manos en alto. A menudo, así se declaran las huelgas, al calor de la asamblea, como respuesta a
una cualquier agresión a los derechos de los mineros o sus personas. El hecho que las decisiones
se tomen en común, en la efervescencia colectiva, fortalece el vínculo carismático del líder con sus
tropas, facilita la cohesión y, por lo tanto, acción colectivas. Pero, es también un campo abierto a
las manipulaciones.

54La reelección anual y la convocatoria a asambleas no impiden que los dirigentes puedan ejercer
su cargo durante varios años seguidos y, algunas veces, durante largos e ininterrumpidos períodos,
pues, una vez que se han vencido las pruebas iniciales, es difícil desalojar a un dirigente.
Whitehead cita el caso del líder nacionalista de la mina de San José, Armando Morales, reelecto
por octava vez en 1964 (Whitehead 1980). En 1975, cuando es despedido y reemplazado por un
“coordinador laboral,” impuesto por el Ministerio del Trabajo, el sindicato lucha, una vez más, por
su reincorporación.
55Armando Morales está lejos de ser una excepción. Federico Escóbar, quien ocupa por primera
vez un cargo de responsabilidad, en Catavi, a fines de los 40, permanecerá como el indiscutible
líder de Siglo xx hasta su muerte, en 1966. Artemio Camargo empieza su carrera en 1974; llega a
ser el dirigente más notable de Siglo xx y ejerce su cargo hasta su asesinato, en 1981. En suma,
todos los dirigentes locales prestigiosos emprenden largas carreras. Sólo existen dos ocasiones
que obligan a reemplazarles: su muerte, por causa muy a menudo de su asesinato, y, algunas
veces, debido a su promoción en el estado mayor de la Federación o de la COB, cuando ésta los
aleja por mucho tiempo de sus bases. Caso contrario, para vencer a los dirigentes en ejercicio, un
recién llegado debe necesariamente contar con una fuerte personalidad, dones oratorios y,
además, con un carisma especial.

56Una breve mirada a la composición del Comité Ejecutivo de la FSTMB en 1978 (48 miembros)
revela que los principales dirigentes nacionales, aquéllos que se encuentran al frente en la lista de
Secretarios, son los mismos después de muchos años. Lechín ocupa las cumbres de la Federación
desde su creación en 1946. Otros, como Simón Reyes (Partido Comunista de Bolivia, Huanuni),
Víctor López (independiente, Quechisla), Filemón Escóbar (troskista, Siglo xx) empezaron su
carrera nacional a fines de 1960.

57Un dirigente que se ha destacado a nivel local, casi inmediatamente, se ve lanzado hacia la
FSTMB o la COB, para ejercer responsabilidades a nivel nacional. En el caso de Artemio Camargo,
es el partido político al que pertenece —el MIR—, el que lo incita a presentar su candidatura para
un cargo en la dirección de la FSTMB, en el XVIII Congreso (31.03.1980), con el fin de facilitar y
ampliar la convocatoria nacional del partido.

 7 Cf.  Nash 1972; también, Delgado González (1984: 294-301).

58El representante sindical que se encuentra metido en la bisagra del mundo sindical y del político
vive constantemente solicitado por dos tensiones: empujado hacia las alturas por los políticos que
andan en búsqueda de intermediarios, por un lado, y, por otro, tributario de su base sindical. Se ve
sometido a todas las tentativas de corrupción politiqueras7 y también se siente obligado a
compartir los sufrimientos de sus compañeros de trabajo; el pragmatismo de la política le tienta,
pero también se compromete, en sus declaraciones públicas, en favor de los mineros y con el
mandato que le han confiado.

59Es por ello que se encuentra sometido a una permanente vigilancia. Uno de los fines de las
asambleas es el de pedirles a sus dirigentes que rindan cuentas de sus actos. Es también algo
relativamente frecuente que las bases insistan en que las negociaciones con la dirección o el
gobierno sean públicas (o, por lo menos, abiertas a los observadores). Teniendo en cuenta los
dudosos —o totalmente inexistentes— rendimientos de cuentas, los cambios de etiqueta política
o el “oficialismo militante” de ciertos dirigentes, esta desconfianza es totalmente justificada.
Varios calificativos sirven para caracterizar a los oportunistas: “camaleones,”
“lacayos,” “llunk'us”  (“serviles”), “corchos” —porque flotan—, “sanchopanzistas,” etcétera (Nash
1972). Según June Nash, los mineros están tan conscientes de las posibles traiciones de sus
representantes que tienden a no confiar verdaderamente sino en aquéllos que han pagado con su
vida su resistencia a la cooptación política (Federico Escobar, César Lora, Isaac Camacho), a tal
punto que, “en el seno del mundo obrero, únicamente los muertos son los héroes” (1972).
60La longevidad de numerosos dirigentes, su “permanencia” en el aparato de la FSTMB, ha llevado
a algunos autores, como Robert Vandycke, a tratarla como si ésta fuese una burocracia. Así
sucedería, en la medida que la FSTMB constituye un poder jerarquizado, “una dirección
administrativa que mantiene las redes de comunicación, la continuidad de las operaciones y del
empleo”; además, sería una “asociación constituida por personas para beneficio propio; el
sindicato impide una definición democrática de los fines y objetivos” que debe buscar esta
asociación (Vandycke 1969).

61Para apreciar mejor el alcance del análisis de Vandycke es necesario, de partida, reinscribirlo en
el contexto político de la época a la cual se refiere: en los años 60, luego de la caída del MNR,
cuando el general Barrientos ocupa la presidencia. Durante todo el período previo, el conjunto del
sindicalismo está ligado con el MNR y la jerarquía sindical se confunde, en gran medida, con el
Movimiento o, por lo menos, con algunas facciones del mismo. Así, pues, como a menudo afirma
Vandycke, la Central Obrera se beneficia con “substanciales ventajas debido a su inserción en los
engranajes del poder político y de su posición privilegiada en algunos sectores de la economía
minera en particular.” El dinero, generosamente otorgado por el poder, permite asegurar le
lealtad de un buen número de secciones.

62Sin embargo, más o menos a partir de 1957, como efecto de las medidas de ajuste monetarias
dictadas por Siles Zuazo, los líderes sindicales mineros, empujados por sus bases, no tuvieron otra
alternativa que la de emanciparse progresivamente del MNR y, por lo tanto, tuvieron que
renunciar a las ventajas financieras que les concedía el partido en el poder. Y, en los años 70, las
tentativas del gobierno de Bánzer por renovar esas prácticas clientelísticas —la compra de
dirigentes, en primer lugar, y, luego, apadrinando a los “coordinadores”— fracasaron
completamente.

63Whitehead presenta otras objeciones más a esta tesis que ignora el funcionamiento interno de
los sindicatos mineros. En efecto, hemos visto que la práctica de la asamblea, a todo nivel, obliga a
que los dirigentes justifiquen permanentemente sus decisiones, si no les obliga a hasta cambiar su
conducta. Es pues muy difícil de concebir que, a nivel local, un dirigente pueda imponer por
mucho tiempo sus opciones en contra de la opinión de los sindicalizados. Al respecto, Whitehead
cita el Manual del ejército estadounidense sobre Bolivia, el que insiste en las carencias de la
dirección de la FSTMB y constata “que gran parte de la fuerza real radica en los dirigentes locales
que representan a los trabajadores de las principales minas del gobierno, especialmente Siglo xx,
Catavi, Colquiri, Huanuni, San José y Potosí [...]. [L]os miembros ofrecen su lealtad y su apoyo a
estos dirigentes locales más que al sindicato nacional” (cit. en Whitehead 1980).

64Como prueba abundantemente la historia sindical de estos treinta años, la mayoría de las
decisiones de huelga se toman a nivel local —en las grandes minas, sobre todo. De acuerdo a las
circunstancias, la dirección nacional frena, sigue, repercute o amplifica el alcance de la iniciativa;
pero sucede que aquélla se encuentre, las más de las veces, ante el hecho consumado.
Finalmente, recordemos que, toda vez que debe tomar una decisión importante, el Comité
Ejecutivo de la FSTMB está obligado a convocar a un ampliado. Ahora bien, un ampliado supone
delegaciones sindicales de cada mina. Existe, pues, una especie de derecho de atención y de
decisión, el que se ejerce constantemente y con un grado variable de vigilancia.
65Pero, sobre todo, si uno se guía por la perspectiva de Vandycke, no se puede entender cómo el
sindicalismo minero ha logrado sobrevivir a las continuas represiones de las que son víctimas sus
dirigentes nacionales, los que, en su mayoría, han sufrido largos períodos de prisión,
clandestinidad y aun exilio. Todas y cada una de las reconstrucciones del edificio sindical se apoyan
en los mineros del fondo, los que, mal que bien, han conservado sus secciones en vida, por medio
de reuniones clandestinas en el interior mina.

66Dicho de otra manera, si bien es cierto que los dirigentes de la FSTMB se incrustan durante
mucho tiempo a la cabeza de sus organizaciones, también es cierto que, no por ello, se
independizan de las decisiones de sus bases: están bajo una permanente vigilancia; y, por lo tanto,
es inexacto entender a la FSTMB como una estructura jerárquica de mando. Su permanencia
depende, en gran parte, de la empatía que despiertan, y la posición de cada uno de los miembros
del Comité Ejecutivo implica, por lo menos en lo que a los primeros de la lista se refiere, más una
escala de prestigio que una de mando. Aun si bien Lechín se ha perpetuado por muchísimo tiempo
a la cabeza de esta lista, son innumerables las ocasiones en las que se ha visto en dificultades y,
aun, en minoría.

67No es necesario, sin embargo, sustituir la hipótesis burocrática por la imagen idealizada de una
descentralización de decisiones hasta una democracia de las bases. Si bien la reelección anual de
los dirigentes, la competencia entre los partidos que intentan ganar posiciones por medio del
sindicalismo y la práctica de las asambleas parece ajustarse a esta imagen idealizada, ya hemos
visto que las elecciones no implican, necesariamente, un cambio en las direcciones sindicales. En
lo que a las asambleas se refiere, no necesariamente todos y cada uno toman la palabra: “Durante
las asambleas, la mayoría de las críticas vienen de un reducido número de activistas políticos y de
los antiguos responsables sindicales y no de las bases,” constata Doris Wiederkehr (1975:161). Y,
pese a las múltiples incitaciones a participar en ellas, los candidatos resultan, a menudo, escasos.

68La imagen de la descentralización democrática no entra en entredicho únicamente debido a un


conjunto de disfunciones que se podría asumir que son sólo superficiales y que, por tanto, podrían
ser corregidas. Si bien el sindicato es un grupo asociativo que se propone el logro de una serie de
fines definidos por medios definidos, su papel va más allá de la simple defensa de las condiciones
de trabajo en la mina. Representa a la comunidad minera de la cual es su emanación. Y, utilizo el
término “comunidad” a propósito. En efecto, el sindicato extrae parte de su fuerza de los grupos
primarios, cuyo modelo es, sobre todo, familiar. Su solidez reside, en gran parte, en las relaciones
personales directas que los dirigentes anudan con sus bases y funciona, más o menos, como una
gran familia; no es, pues, un verdadero espacio de debates y de acción democráticos —si
entendemos por democracia, a la vez, el gobierno de todos bajo un pie de igualdad y el
individualismo en el implícito, y no el ejercicio formal de un voto o la reunión en asambleas. En
realidad, a menudo, la comunidad minera ofrece la imagen de bloques clientelistas agrupados en
torno a sus líderes. Y, la Federación es un vivero de patrones en competencia, los mismos
organizados en cliques coronadas por el superpatrón Lechín.

69Si bien los patrones y el superpatrón dependen de sus bases organizadas para continuar en
ejercicio, muchos los líderes locales deben una buena parte de su convocatoria y su elección a
estos mismos patrones que les proveen, sobre todo, de fondos para sus campañas —fondos que,
casi siempre, provienen de los partidos políticos a los que pertenecen. Este juego clientelista se
consolida por medio de todas las estrategias familiares imaginables: consanguinidad, alianzas
matrimoniales, compadrazgo. Es así que “durante el período del control obrero, todos aquéllos
que andaban en búsqueda de trabajo, frecuentemente, tenían vínculos con algún controlador
obrero,” y “todos aquéllos que desean hacerse elegir para un cargo sindical conocen el valor de los
vínculos de compadrazgo con un miembro importante de la jerarquía sindical” (Wiederkher 1975:
161; cf.,  también, Nash 1972).

70Dicho de otra manera, el sindicalismo minero no le debe su fuerza al hecho que la organización
responde al fin de la defensa de los trabajadores, que le ha sido asignado —la mayoría de las
grandes batallas que ha emprendido las ha perdido y, globalmente, la situación de los mineros no
ha mejorado—, ni tampoco al hecho que sus jefes son competentes y asumen eficazmente su
papel de sindicalistas, sino a las relaciones directas, afectivas, que aúnan a representantes y
representados, y permiten que cada uno pueda identificarse con un representante sindical y, a la
vez, esperar sacar un beneficio personal gracias a tales relaciones. Estos vínculos resultan tanto
más fuertes en la medida que el dirigente se ha visto expuesto a los peligros y vicisitudes
inherentes a toda actividad de oposición, que se ha sacrificado por la causa de los mineros —o,
por lo menos, que se puede se puede imaginar que sucedió. Estos mecanismos de identificación
explican, también, los momentos explosivos en la acción colectiva: tocarle al vecino implica, en
cierta forma, atentar en contra de mi familia y, por lo tanto, de mí mismo.

71Sin duda, se habrá notado que esta aproximación clientelista al sindicalismo minero contradice
la imagen “clasista” que presenté previamente. De hecho, intenta más bien completarla pues la
forma sindical no hace otra cosa que traducir la situación híbrida de la sociedad de los mineros. En
la medida que los mineros se encuentran comprometidos en una lucha frontal contra el Estado-
patrón representado, localmente, por medio de las direcciones de las minas y su cohorte de
ingenieros, técnicos y empleados, se conciben como un proletariado solidario y explotado —y, se
los puede describir como tal. Pero, también son miembros de comunidades todavía afines a las
comunidades campesinas, con sus diversos tipos de solidaridad familiar y sus jerarquías, también,
éstas últimas, de orden familiar. Unas veces predomina una forma de solidaridad; otras veces, la
otra. Salvo cuando se imbrican, el sindicato ofrece la imagen de pirámides más o menos elevadas,
aliadas y solidarias contra el enemigo de clase, o antagónicas unas con otras, de acuerdo a las
fluctuaciones de la vida política. Evidentemente, la oposición a un régimen de fuerza, a un Estado-
patrón dictatorial, reanuda las alianzas, reagrupa a los opuestos internos, al mismo tiempo que,
por otra parte, a menudo, favorece a la democracia en las bases, en la medida que es necesario
mantener la vida sindical y renovar los representantes, ya que los anteriores se encuentran
perseguidos. En cambio, los regímenes democráticos —que multiplican las iniciativas en la
cumbre, comprometen a los líderes en la vida política y develan las iniciativas partidarias—
resultan, a la larga, disgregantes para el sindicalismo pues exacerban el clientelismo.

 8 Utilizo los términos de “enculturación” y “aculturación” en el sentido que los utiliza


Melville J. (...)

72La mayoría de los mineros son de origen campesino; y tanto más numerosos cuando la mina es
más pequeña. Unicamente, las minas más importantes, como Siglo xx-Catavi, cuentan con
generaciones sucesivas de trabajadores mineros; sobre todo después de los años 60, después de
los despidos y purgas sucesivas: la reducción de los efectivos habría contribuido a disminuir el
acceso de los migrantes a la COMIBOL. Es pues legitimo abordar el problema de la “enculturación”
de los mineros desde el ángulo de la “aculturación” de los campesinos8, como un cambio en la
apariencia, los valores y las normas de los campesinos migrantes.

73Sin duda alguna, el trabajo en la mina, tanto desde el punto de vista del entorno físico, de sus
condiciones generales, como de sus relaciones de producción, produce un shock  en el emigrante.
Igualmente, la vida en el campamento constituye una novedad para un campesino, más habituado
a los espacios amplios que a la promiscuidad. A continuación, veamos, brevemente, algunos de los
más espectaculares de estos cambios. De partida, la apariencia. Abandonando su vestimenta
tradicional de bayeta, su llucho y sus ojotas (cf.  Brown et al.  1968:45), el campesino se viste a la
europea, como el resto de sus colegas de trabajo, lo que, por lo menos para el espectador venido
de fuera, lo confunde con el conjunto de la población de los mineros, sin distinción. Luego, ¿el
lenguaje? A menudo analfabeto, quechua o aymara parlante, debe aprender el castellano para
entender las órdenes de sus superiores, pero también para participar en la vida del campamento
y, en especial, en las asambleas sindicales. Desde ya, le causan admiración los que hablan el
castellano sin mayores dificultades, y, se motiva aún más en la medida que comprende que el
aprendizaje de la lengua nacional es el canal obligado de su promoción social; le permite ampliar
el círculo de sus relaciones y también conocer a los representantes de otras capas sociales,
superiores a la suya (empleados, técnicos, transportistas, comerciantes...) que le dan la medida de
sus nuevas aspiraciones. Al mismo tiempo, el castellano le permite el acceso a la información
difundida por los medios de comunicación (radios y periódicos, y, luego, la televisión en los 70),
con cuya ayuda amplía aún más sus horizontes hasta tener una idea relativamente precisa del país,
su gobierno y del lugar que ocupa en la mina. Es el omnipresente sindicato, “catalizador en las
relaciones humanas entre mineros, naciendo bajo su influencia agrupaciones deportivas,
campeonatos, actividades de cooperativismo” (Brown et al.  1968: 41), el que más contribuye a su
hispanización y, desde ya, a su socialización política (cf. Magill Jr. 1972: Cap. VIII).

74Asume nuevos hábitos de consumo. Su salario le permite adquirir productos manufacturados,


los zapatos Manaco, el par de lentes oscuros Rayban y la radio portátil, con los que se presenta
ante su comunidad para mostrarles a los suyos que ya no es más un pobre indio desamparado sino
un señor que goza de la vida, contribuyendo así a perpetuar el “mito de la mina” (Brown et
al.  1968: 41).

 9 Cf,  también, la entrevista a Filemón Escóbar, dirigente de Siglo xx y de la FSTMB


(Jornada, 13.08. (...)

75Su propio carácter se ve profundamente alterado. “De humilde se torna seguro de sí mismo y
hasta arrogante, cuando no agresivo. De estoico y paciente, se transforma en explosivo e
intolerante, furibundo reclamador de mejoras y del respeto de sus derechos, actitud que a veces
es exagerada por el estímulo de hábiles agitadores. De introvertido y con tendencias a vivir en un
círculo reducido, se ve obligado a convivir con muchas personas por el hacinamiento. Su aptitud
social y de expresión se desarrollan con el continuo ejercicio de las asambleas y reuniones, no
siendo raro que algún campesino que llegó a la mina muy silencioso y hermético se convierta en
un fogoso orador que maneja con flexibilidad y precisión cualquier ideología que le de
oportunidad de superación” (Brown et al.  1968: 45).9
76Según June Nash, la cultura minera es una de transición, una cultura “chola,” que sólo ofrece
una entrada parcial en la cultura hispánica dominante: “Los cholos hablan español pero no
siempre lo utilizan apropiadamente [funcionalmente]. Portan una vestimenta cuyo estilo es una
copia de las costumbres a principios de la independencia. La pollera, superposición de faldas muy
amplias, es claramente distinta de los vestidos modernos, aunque también se confecciona con
fibras sintéticas, y el sombrero hongo [derby] es un emblema de pertenencia étnica. Los cholos
aprenden a despreciar la ignorancia y atraso de los indios pero no participan completamente en la
cultura dominante” (Nash 1979: Cap.IX). El minero y su esposa se hallan entre dos mundos: el uno
campesino, ahora negado, y, el otro urbano e hispano, envidiado. Lo que crea diferencias hasta en
el seno mismo de sus familias, entre el hombre, generalmente más aculturado, y la mujer, y, sobre
todo, entre los padres y los hijos.

77Esta cultura de transición reposa en un tipo de relaciones familiares patriarcales donde el que
domina es el hombre. Los malos tratos que sufren las mujeres están institucionalizados y
justificados por un precepto que dice que ellas no aman más que sus maridos. De hecho, a
menudo, ellas permanecen junto a ellos únicamente para ocuparse de los niños y tener acceso a la
pulpería que permite alimentar a la familia, aún si el resto del salario mensual el marido lo gasta
en alcohol (cf.  Nash 1972). La autoridad del padre o, más exactamente, su arbitrariedad también
se ejerce sobre los niños. Si bien es, generalmente, cariñoso, también es algo frecuente que
suscite rivalidades y competencias entre ellos, favoreciendo a unos en detrimento de otros y
fomentando, así, tensiones y envidias al interior de la familia.

78En consecuencia, la cultura chola, en la medida que es una cultura de alienación y dependencia,
puede ser considerada como un freno a la lucha de clases. En efecto, privilegia todas las tentativas
individuales (o familiares) de promoción social o de conservación defensiva de las posiciones ya
adquiridas —el puesto de trabajo, en primer lugar—; las estrategias propias al compadrazgo son
un claro ejemplo de estas actitudes. Es, pues, el lugar de arraigo de todos los clientelismos
previamente descritos.

79En definitiva, los intereses comunes de los mineros, como resultado de sus condiciones de
trabajo y de hábitat, les llevan a vincularse unos con otros y a actuar colectivamente en contra del
enemigo patronal, por un lado, y, por otro, el estilo de las relaciones tradicionales en el seno de los
grupos primarios les lleva a actuar más defensiva e individualmente.

80Retomemos el problema de la cultura minera desde otro ángulo. ¿Ciertos segmentos culturales
comunes no sirven acaso como referencias en las luchas, pues son capaces de forjar solidaridades
aún más profundas que las del trabajo o de fortalecer las existentes? El plantear esta pregunta
equivale a examinar la idea ya mencionada acerca de la existencia de verdaderas comunidades
mineras ya no desde el punto de vista de sus modalidades de representación sindical sino desde el
de sus costumbres, ritos y valores.

81En su “Mitos y costumbres en las minas nacionalizadas de Bolivia,” June Nash dice que “el Tío [el
diablo] controla las ricas vetas de metal y las revela sólo a aquéllos que le hacen ofrendas. Si es
ofendido por los mineros, puede causar accidentes” (Nash 1970). Se lo representa por medio de
estatuillas —aunque algunas ofrecen dimensiones humanas— dispersas en las galerías de las
minas. Su apariencia “varía de acuerdo a la imaginación de los trabajadores, pero su cuerpo está
siempre tallado en mineral. Las manos, cara y piernas son esculpidas con arcilla de la mina.
Brillantes pedazos de metal pueden ser introducidos en las órbitas de sus ojos, o focos que algunas
veces son de los cascos de los mineros. A veces, las máscaras de estuco que son usadas por los
diablos del carnaval son colocadas en su cabeza. También se los encuentra vestido con un chaleco
de lana, una capa vistosa y altas botas. Los dientes pueden ser hechos de vidrios, cristales
puntiagudos y la boca está lista para las ofrendas” (Nash 1970). Se lo honra ceremonialmente, por
medio de ch'allas  especiales, lo que da lugar a celebraciones públicas, denominadas karaku.

 10 La “mesa” es un espacio ritual que, a menudo, tiene la forma de un rectángulo provisto
con diverso (...)

82He ahí cómo se realiza una ch'alla  minera: “Empezamos a ch'allar  en los lugares de trabajo
dentro de la mina. Traemos banderines, mixturas y serpentinas. Primero empezamos con el Tío.
Ponemos un cigarrillo en su boca. Después de esto, echamos alcohol a la tierra para la
Pachamama. Luego se lo damos al Tío. Después sacamos nuestra coca y empezamos a mascar. Y
fumamos. Servimos licor de las botellas que cada uno de nosotros ha traído. Encendemos el
cigarrillo del tío y le decimos: ‘Tío, ayúdanos en nuestro trabajo. No dejes que tengamos
accidentes.’ No nos arrodillamos delante de él como lo haríamos delante de un santo porque eso
sería sacrilegio. Y entonces todos empezamos a emborracharnos. Hablamos de nuestro trabajo y
del sacrificio que estamos haciendo. Cuando esto ha terminado, enrollamos las serpentinas en el
cuello del Tío. Preparamos nuestras mesas  y después de algún tiempo decimos ‘Vamonos.’
Algunos tienen que cargar a los que están borrachos. Vamos al lugar donde nos cambiamos la ropa
y, cuando salimos de ahí, nuevamente hacemos la ofrenda del licor, banderines, y envolvemos
nuestros cuellos con serpentinas. De allí en adelante, cada uno hace lo que se le antoja; se va a su
casa o continúa tomando, pero es su propia decisión”.10 La ceremonia de la ch'alla  reúne
íntimamente, pues, a los mineros de una sección dada o de una “cuadrilla” (unidad de trabajo más
pequeña) en torno a su “Tío": “La ch'alla  vence antagonismos y celos presentes en las situaciones
de trabajo, libera frustraciones reprimidas, crea igualdad e impulsa camaradería” (Nash 1970).

83Nos podemos preguntar si el culto al “Tío” no es una especie de opio del minero, si no lo distrae
de su lucha en contra de sus empleadores. ¿No es acaso el “Tío” la causa de todos los males del
minero, así como también de sus felicidades? ¿Acaso no engendra, a su gusto y arbitrio, la muerte
o las riquezas?

84Brillantemente, June Nash demuestra que el sindicalismo militante y el culto al “Tío,” lejos de
oponerse, pueden, al contrario, complementarse, como en el caso de la resistencia a la dictadura
de Barrientos. Antes de exponer su demostración, volvamos un poco hacia atrás en el tiempo.
Cuando el MNR toma el poder, en 1952, los sistema de trabajo y las remuneraciones de los
mineros del interior mina se modifican. Antes de la revolución, el trabajo se realizaba en equipos
de 10 a 15 hombres, cuyo jefe era el “perforista.” El salario dependía de la cantidad de mineral
extraído. El equipo constituía, pues, un todo homogéneo, remunerado en función de su
producción; y no es difícil comprender que éste era el núcleo del sindicalismo minero. Después de
la nacionalización, los mineros son pagados en función del tonelaje de piedras, mineralizadas o no,
extraídas de la mina, y los equipos de perforación se reducen a dos hombres. El minero todavía
recibe una prima en función del rendimiento, pero su importancia es ahora relativa al conjunto de
los minerales producidos en todas las minas nacionalizadas y deja de ser relativa a un equipo. En
consecuencia, la sección sindical reemplaza al equipo de trabajo como espacio de la sociabilidad
primaria. Paralelamente, se experimenta una disminución en los tiempos dedicados al culto del
“Tío,” que ahora sirven, sobre todo, como momentos de recreación después del trabajo; parece,
entonces, que todo se orienta hacia un creciente “desencanto” (en sentido weberiano) de la vida
al interior mina.

85Llega, pues, el gobierno del general Barrientes, interesado, a la vez, en aumentar los
rendimientos en las minas y en debilitar todas las formas de vínculos entre los mineros. Decide
suprimir la ch'alla  en las minas, mientras que, por otra parte, reprime duramente las actividades
sindicales. Desde ya, los mineros se ven obligados a refugiarse en el interior mina para organizar
sus reuniones sindicales. Y, es notable que, al mismo tiempo, renacen los cultos dedicados al “Tío”
y ganan en vigor. Los dos tipos de actividades, sindicales y religiosas, se realizan en el mismo lugar.
Tanto que un líder sindical, citado por June Nash, entiende que en la ch'alla  reside la causa de la
solidaridad proletaria: “Esta tradición en interior mina debe ser continuada porque no hay
comunicación más íntima, más sincera o más hermosa que el momento de la ch'alla,  el momento
en que los trabajadores mascan coca juntos y la ofrecen al Tío. Allí presentan sus problemas y nace
una nueva generación revolucionaria que quiere hacer cambios estructurales. Esta es su
universidad” (Nash 1970).

86En esta precisa ocasión, el hecho de resistir a la política barrientista equivale a salvaguardar, al
mismo tiempo, las costumbres religiosas y las prácticas sindicales; ambas van juntas. Lo que puede
entenderse como una doble resistencia, cultural y “sindicato-política,” una doble respuesta a una
doble opresión. Pero, también es posible argüir que el fondo de la creencia de la que el “Tío” es
objeto y la realización de los rituales son menos importantes que las prácticas colectivas
fraternales que motivan. O sea, la ch'alla  sólo sería el pretexto para una reunión, que es ésta, en
rigor, la que permite la expresión de los problemas y resentimientos colectivos, y que es ahí donde
se estimula la organización necesaria —el sindicato— para resolver los problemas. Sea como sea,
en esta circunstancia, las ceremonias rituales y el sindicalismo operan juntos: ch'alla  y sindicalismo
se ayudan mutuamente.

 11 Las palliris  son las mujeres mineras que muelen las piedras mineralizadas en los
desmontes de las (...)

87Esto no quiere decir que siempre sucede lo mismo. De acuerdo a las informaciones recogidas
por June Nash, Patiño fomentaba el karaku  en sus minas. Pagaba el animal sacrificado al “Tío,”
asistía a las celebraciones y bailaba con las palliris  (Nash 1979: 60).11 En cada mina, los
administradores le daban un regalo personal a cada minero —ropa, generalmente— y, en
reciprocidad, los mineros le regalaban un pedazo de mineral de alta ley. Para June Nash, este
intercambio de thinka  (regalo del patrón) y de achura  (regalo del minero), que simbolizaba las
relaciones de reciprocidad en el trabajo, fortalecía los vínculos paternales pues motivaba a los
mineros hacia el trabajo y el sacrificio. Así, Patiño utilizaba el culto al “Tío” para su propio
beneficio, añadiéndole el intercambio de regalos que, luego, se hizo una costumbre. La
significación social de los cultos dedicados al “Tío”, así como también la de sus diversas formas,
están, pues, ligadas al contexto social del país y a las relaciones de producción en el seno de las
minas en las que se los practica: antes de la revolución del 52, Patiño intenta utilizarlos para su
propio beneficio; cuando Barrientos los prohibe, su cumplimiento fortalece la lucha en contra de la
opresión que ejerce el régimen.
88Este ejemplo de un fortalecimiento en los mecanismos de solidaridad sindical en relación con un
culto o una fiesta religiosos no es un caso aislado; he aquí otro, también recogido por June Nash:
“Después de la inmotivada masacre de familias mineras en Catavi y Siglo xx (24 de junio de 1967),
cuando los trabajadores estaban celebrando la ceremonia del ‘recalentamiento de la tierra’ para la
Pachamama, los trabajadores han intensificado su celebración en desafío a la opresión militar y
como reafirmación de su voluntad de sobrevivir. Cuando visité el campamento, en la noche de San
Juan, el 23 de junio de 1970, la gente me dijo que habían redoblado sus esfuerzos para honrar a la
Pachamama, en memoria de los muertos. La FSTMB, reconociendo la importancia de este
acontecimiento en la historia y sentimiento de la clase trabajadora, escogió esa noche como la
fecha en la que se inauguran los cursos para la formación de nuevos dirigentes sindicales” (Nash
1977: 136-137). En este caso, también, el régimen barrientista provoca la oportunidad de
fortalecer los vínculos sindicales al ordenar una acción punitiva en las minas en el momento de la
celebración de una fiesta religiosa.

89La historia reciente de la mina está anclada en una antigua historia que se pierde en la mitología
“encantada” de los orígenes. La extracción intensiva de los minerales de la plata y la sujeción de
los indígenas a la “mita” se remontan hasta los principios de la Colonia y se confunden con ella. Y
los dirigentes sindicales actuales no cesan de recordar, a menudo, que los beneficios de la
explotación minera siempre han sido para los extranjeros, colonizadores, magnates del estaño,
compradores imperialistas; más exactamente, insisten sobre el hecho que la riqueza local muy
rara vez ha beneficiado a los propios mineros, alienados del producto de su trabajo; y que los
compradores locales, los rescatistas, nunca han sido otra cosa que meros intermediarios de las
potencias extranjeras, acumuladoras o compradoras. En suma, según este análisis histórico, los
mineros son víctimas y siempre han sido víctimas de una doble explotación, interna y externa, de
clase y nacional, hoy en día capitalista e imperialista. Así, la historia reciente y la historia antigua
conforman un todo coherente.

90Esta doble explotación ha tenido como principal resultado un impresionante martiriologio. Las
masacres de mineros en el siglo xx son parte de una larga cadena que se remonta a las
hecatombes que sufrieron los mitayos a principios de la Colonia. Y, si bien el recuerdo de los
sacrificados en el pasado se ha perdido en las brumas de la memoria, la de los masacrados, al
contrario, sigue vigente. No sólo, siempre, uno encuentra en las minas a testigos presenciales de
alguna masacre quienes transmiten su testimonio, sino, más aún, los episodios trágicos son
recurrentes en los discursos de los dirigentes sindicales. Sus principales víctimas se han convertido
en los héroes legendarios de una gesta épica, santificados por el martirio. Así, no es difícil imaginar
que, en una asamblea, la simple enumeración de los enfrentamientos o la evocación de los
dirigentes asesinados basten para suscitar una profunda emoción, capaz de unificar al grupo y
predisponerlo al combate. Cada importante reunión o asamblea es, de hecho, una
conmemoración. Los muertos unen a los vivos. A este respecto, es significativo que, en su primer
Congreso en junio de 1944, la FSTMB haya decidido que el 21 de diciembre, día del aniversario de
la masacre de Catavi en 1942, sea “el día del trabajador minero.”

 12 El sindicato había declarado una huelga, reclamando un aumento salarial. Patiño
replicó inmediatam (...)
91El recuerdo de los muertos está siempre vivo, en la medida que se encuentra inscrito en el
espacio mismo de los campamentos. En Siglo xx —la mina cuyo martiriologio es, de lejos, el más
impresionante—, se puede observar una estatua dedicada a Federico Escobar frente al teatro que
lleva su nombre; un campo, entre Siglo xx y Catavi, lleva el nombre de María Barzola, víctima de la
masacre de 194212, el nombre de César Lora permaneció escrito en los muros muchos años
después de su asesinato (Nash 1977: 137). Y, como apropiadamente subraya June Nash, “sus
monumentos han adquirido dimensiones míticas” (1977: 137).

92Esta inscripción en el espacio merece ser destacado pues delimita un territorio propio, una
especie de refugio, y como a tal, en reiteradas ocasiones, lo han defendido los mineros. La defensa
del grupo no es, entonces, únicamente una defensa de las personas que lo constituyen, sino
también del territorio que éstas ocupan: la nación de los mineros defiende su patria. Esta patria
tiene un corazón, una capital: Siglo xx. Sus sujetos poseen su propia forma de vida, tienen sus
instituciones y una religión específicas, articuladas por una historia común.

93En consecuencia, se puede hipotetizar, que la articulación entre una lucha de clases y una lucha
nacional, que se desarrolla en una atmósfera de rememoración sacralizada, contribuye en la
recurrente movilización de los mineros. Recordemos, en efecto, que el tiempo de la mina sucede
marcado por numerosos rituales, dedicados tanto a los héroes de la mina como a sus divinidades;
un conjunto de manifestaciones que no solamente se articulan sin mayores problemas con el
sindicalismo sino que, además, en el período aquí estudiado, contribuyen a vivificarlo. Esta es
también la opinión de June Nash, para quien “[s]ean las que fueren sus más profundas relaciones,
es durante estos rituales que el espíritu de rebelión sale hacia la superficie [...] Los rituales y
creencias combinan los mitos que marcan su historia, y las celebraciones del Carnaval, de la ch'alla
y la ceremonia del recalentamiento de la tierra preparan a la gente para el momento en el que
tengan que asumir su propio destino” (1979: 169).

Movilización y represión

94Luego de haber examinado la lista impresionante de las condiciones que facilitan la movilización
de los mineros y que, a la vez, también explican su fuerza y relativa constancia, nos falta ver en
qué momentos es ésta más fuerte o, si se prefiere, nos falta examinar las secuencias de
movilización y desmovilización. Evidentemente, están en función de la mayor o menor ayuda o
represión gubernamentales.

95La movilización alcanza su máximum  cuando una ayuda desde arriba coincide con la
movilización surgida desde la base o, para retomar una metáfora de Nettl, cuando una
movilización en estalactita (“éxito de una élite o aun de un único líder en la creación de nuevas
lealtades”) (cit. en Chazel 1975). se combina con la movilización en estalagmita. Este es el caso de
los primeros años del gobierno de Paz Estenssoro. Al contrario, encuentra su mínimum  cuando la
represión es tal que la organización sindical se encuentra al borde de la destrucción total. En este
caso, el punto más bajo se da al final de las dictaduras de Barrientos y de Bánzer y después de la
ocupación de las minas por García Meza en 1981, cuando los campamentos parecen campos de
concentración y uno encuentra ahí reunidas a todas las instancias represivas: los cuadros de la
COMIBOL, las Fuerzas Armadas y la policía.

GRAFICO 1. Los Altibajos de la Movilización de los Mineros


Aumentar Original (jpeg, 128k)

96Uno puede fácilmente esquematizar esta alternancia de fases; pero, evidentemente, hay que
tomar a este grueso esquema por lo que es, un simple punto de apoyo para el análisis. En realidad,
los mineros comenzaron a ser reprimidos antes de 1965. Si he simbolizado los años 1957-1964 con
el signo “=”, se debe a que, en esa fase, ciertas fracciones sindicales recibían ayuda mientras otras
eran reprimidas. En total, los años de represión (14) son mucho más numerosos que los años
permisivos (9).

97Pero, pese a la intensidad de las represiones, la movilización recomienza rápidamente una vez
que éstas cesan, lo que muestra la importancia fundamental de las condiciones habituales de
trabajo y de vida mineras o, retomando la variable de Tilly, de sus intereses comunes y el vigor de
sus organizaciones sindicales.

98¿Cómo opera esta movilización? De partida, y siempre, es un trabajo de construcción o de


reconstrucción de la red sindical. Esta reconstrucción consiste, primero, en la reelección de los
dirigentes de base, luego, en la tarea de reanudar los vínculos entre las diversas instancias de la
Federación, reconstruyendo también aquéllas que habrían sido eliminadas. Después, consiste en la
labor de dotarla de medios (dinero, por supuesto, pero también radios, periódicos, armas...).

99Ahora, podemos comprender en qué momento las acciones colectivas poseen la más alta
posibilidad de explotar. Esencialmente, en dos tipos de situaciones: uno, en el que los mineros
tienden a maximizar sus logros en un contexto permisivo —habiendo logrado un cierto grado de
movilización, tratan de incrementarlo aún más aprovechando su relativo poder (en la primera
época del MNR, por ejemplo)— o, segundo, tratan de cuidar sus logros en un contexto represivo.
Las acciones colectivas de este segundo tipo son habituales al inicio de la fase dictatorial o cuando
un gobierno civil intenta socavar alguna ventaja ya lograda. Fácilmente, uno reconoce ahí las
acciones en contra de Siles Zuazo en 1957, contra Paz Estenssoro en 1963, contra Barrientos en
1964 y, en menor grado, contra Bánzer en 1975. Estas son las más típicas, en el sentido que los
mineros, una vez logrado un alto nivel de movilización, no dudan en lanzarse a la batalla.

100Cuando el gobierno quiere socavar logros y el grado de movilización de los mineros es elevado,
e independientemente del provocador de la batalla, el enfrentamiento puede ser muy violento y
causar muchas víctimas, porque son dos verdaderos ejércitos los que se enfrentan (Barrientos
1965, García Meza 1981).

101El sindicalismo minero que acabamos de descubrir se parece mucho a aquél que un equipo de
investigadores dirigidos por Alain Touraine puso en evidencia, en las minas de Lota, en Chile, en
los años 60 (Di Tella et al.  1967). La encuesta chilena analiza y compara las conductas sindicales de
dos empresas: una, Lota, “profundamente marcada por el capitalismo familiar,” y, la otra,
Huachipato, una empresa siderúrgica del Estado, dirigida por managers,  burocratizada, en la cual
una autoridad impersonal, anónima y regida por normas precisas reemplaza la autoridad personal
de los propietarios. Con un agudo sentido de la economía en la exposición, para distinguirlas
mejor, los autores de la obra aplican a cada empresa una palabra-clave: “orden” para Lota y
“racionalización” para Huachipato. A estos dos tipos de empresas corresponden dos tipos de
sindicatos cuya lógica interna tiende hacia la forma Gemeinshaft  (Töennies) o, si se prefiere,
comunal (Weber), en el caso de Lota, o hacia la forma Gesellshaft  o asociativa, en el caso de
Huachipato.

102La COMIBOL es, ciertamente, una empresa estatal grande, pero sólo aparentemente es una
burocracia. En efecto, no responde a los necesarios criterios de racionalidad. Su equipamiento es,
a menudo, obsoleto. Su dirección no puede ser entendida como una de managers.  Al contrario,
sus gerentes —y el conjunto de su personal superior—se nombran de acuerdo a su filiación
política y de su proximidad a los gobernantes (proximidad familiar, regional, de cuadro); de ahí, los
acelerados cambios y reemplazos. La gestión de la empresa es más predadora que productora. Los
roles directos están mal definidos; las cadenas de autoridad operan en cortocircuito; y la
arbitrariedad es la ley. En consecuencia, la COMIBOL está más cerca de una empresa tradicional
que de una moderna.

103Como en Lota, en las minas de la COMIBOL, “el minero se enfrenta en su puesto de trabajo a la
ruptura entre el trabajo productivo y la autoridad patronal; a nivel de la empresa divisa la misma
frontera entre los obreros y la dirección; en el conjunto de la vida social, él siente la misma
dicotomía. Por eso, todas las experiencias que vive tienen el mismo sentido. La misma
insatisfacción resurge en torno al rendimiento cotidiano y de las querellas en torno al alojamiento.
Cada incidente es el signo de una condición obrera global” (Di Tella et al.  1967: 235). "La
reivindicación pone en movimiento [...] el conjunto de la personalidad, de los roles sociales, de las
pertenencias del individuo" (Di Tella et al  1967:324); en consecuencia, a menudo, sus reacciones
son agitadas y emocionales, la vida en los campamentos se asemeja a la vida comunitaria. Son
lugares relativamente cerrados, donde las formas de existencia tradicionales ritman la vida social.
Ciertamente, el tiempo corto está regulado por el trabajo en la mina: la sirena marca los 3x8; pero
el tiempo largo está dividido por las fiestas tradicionales, marcadas de religiosidad (Carnaval, San
Juan, Todos Santos). Y la propia vida cotidiana de la mina transcurre “encantada” por la presencia
de divinidades, a las que se honra permanentemente.

104En un tal contexto, el sindicato no es solamente el modo de representación de los trabajadores


sino, también, el de toda la comunidad. Los miembros del campamentos están ligados, a la vez,
por medio de vínculos de parentesco y de co-parentesco (comunales) y por vínculos sindicales (de
asociación). Y todos sufren de la misma explotación, la misma segregación. En estas condiciones,
no es difícil comprender su prontitud para movilizarse y la violencia de sus reacciones cuando los
dañan o atacan.

105Pero, esta superposición de una asociación y una comunidad también explica, a la inversa, la
importancia de las estrategias individuales o, mejor, familiares de preservación y de promoción
sociales, las que consisten en la búsqueda de la protección de sus superiores (técnicos, personal
administrativo) o, más aún, de los dirigentes sindicales y los políticos. Muchos son los mineros que
utilizan el compadrazgo para lograr ese fin, exactamente igual como hacen algunos campesinos
con los comerciantes para colocar su producción o como los empleados en los pueblos con los
abogados, policías, militares... para cuidarse, para prever posibles futuros problemas o para lograr
un cualquier beneficio inmediato. De esta manera, “ciertos trabajadores optan por medios
contrarios a los de la solidaridad de clase, cuando perciben que pueden conseguir influencia por
medio de regalos a su superior o pasando información acerca de las actividades sindicales” (Magill
Jr. 1972). Y, vengan de donde vengan, las estrategias clientelísticas, tienden a arraigarse
fácilmente en un tal contexto, marcado por la necesidad de patronazgos. Esto no quiere decir que
dichas estrategias prosperan de manera uniforme, porque, en los momentos de crisis, en los de
represión, sobre todo, la alianza “clasista” opera y rompe los vínculos verticales de clientela
existentes con los representantes locales del Estado-patrón y los partidos políticos que los
fomentan.

106Las redes de clientelismo al interior de los propios sindicatos, entre las direcciones y los
afiliados, son, pues, las más tenaces. Y, ahí, uno se encuentra ante la paradoja de un sindicalismo
politizado que, frecuentemente, proclama la lucha de clases hasta el enfrentamiento armado y
que, al mismo tiempo, mantiene y manipula todos los hilos del paternalismo. Si la variante
lechinista del MNR ha permanecido dominante en el sindicalismo minero, es porque ha sabido
jugar maravillosamente en un medio ávido de ayudas, protección y de influencias personales. Y,
esta adhesión de los mineros al lechinismo nos ofrece una primera respuesta para entender los
límites de su acción política. En la medida que ésta es, sobre todo, un constante intento de diálogo
con los gobernantes y de participación en sus decisiones políticas —en breve, un reformismo—, no
incita a la toma directa del poder político.

107Pero, también, hay que atribuir la impotencia de los mineros para tomar el poder por sí
mismos a la naturaleza “parroquial” de sus demandas (acentuadas, probablemente, por la
superposición de la comunidad minera y el sindicato) y al hecho que sus sueños tienden hacia la
constitución de territorios mineros independientes más que al gobierno del país.

108En efecto, como muestra muy bien la encuesta de Magill así como también el examen de las
principales decisiones a las que conduce la dominación de los mineros, cuando les es permitido
ejercerla, las actitudes, las decisiones suspendidas, las acciones colectivas responden a móviles
corporativos.

109Sin embargo, la incapacidad de los dirigentes de la FSTMB y de la COB para arrastrar tras de sí
a los mineros, como para provocar una acción propiamente revolucionaria o, por lo menos, para
promover una política económica de neta inspiración estatista, no debe hacernos olvidar la
prontitud de movilización del sindicalismo minero en la defensa de sus intereses corporativos, lo
agudo de sus actividades colectivas y su capacidad de ampliar sus luchas hasta los otros sindicatos.
Este poder de movilización y de acción explica el peligro que éstos siempre han significado para los
gobiernos tentados de utilizar la fuerza para controlarlos. Indirectamente, este sindicalismo y sus
capacidades han facilitado la imposición de regímenes de fuerza, de los cuales, a su vez y
trágicamente, ha resultado ser su más grande víctima.

NOTAS

1 Estas cifras y las que siguen provienen de: Estudios socio-económicos de los centros mineros y
su contorno espacial (Ministerio del Trabajo y Desarrollo Laboral-Banco Mundial 1982).

2 Este mismo autor corrobora los datos de June Nash respecto a las débiles relaciones entre los
técnicos (ingenieros, geólogos, etc.) y los obreros mineros, y ofrece múltiples ejemplos de su
hostilidad recíproca (Wiederkehr 1975: 165-169).

3 Al respecto, cf.  el testimonio del sacerdote Maurice Lefebvre (en Mansilla Torres 1983: 86).

4 Para 1954, Yvon Le Bot propone una cifra de 45.000 afiliados (Le Bot 1984).

5 En su testimonio, Domitila de Chungara narra este nacimiento (cf.  Viezzer 1977: 76-85).

6 Con la excepción de la Radio Pío XII (Llallagua), que pertenece a los Padres Oblatos de María
Inmaculada (cf.  Gumucio Dagrón 1983).

7 Cf.  Nash 1972; también, Delgado González (1984: 294-301).

8 Utilizo los términos de “enculturación” y “aculturación” en el sentido que los utiliza Melville J.
Herskovitz (cf.  Herskovitz 1967).

9 Cf,  también, la entrevista a Filemón Escóbar, dirigente de Siglo xx y de la FSTMB (Jornada,


13.08.1970).

10 La “mesa” es un espacio ritual que, a menudo, tiene la forma de un rectángulo provisto con
diversos objetos que se queman a lo largo de la ceremonia en curso.

11 Las palliris  son las mujeres mineras que muelen las piedras mineralizadas en los desmontes de
las minas y que luego revenden el mineral a los empresarios o rescatistas.

12 El sindicato había declarado una huelga, reclamando un aumento salarial. Patiño replicó
inmediatamente cerrando la pulpería. Se organizó una manifestación exigiendo su reapertura. A la
cabeza de la manifestación, una anciana mujer, María Barzola portaba la bandera nacional.
Víctima de la primera ráfaga, cae envuelta en los pliegues de la bandera.

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES

En las primeras décadas del siglo XX el crecimiento de la producción boliviana de estaño fue
espectacular. En directa respuesta al crecimiento de los precios y de la demanda, las exportaciones
mas que duplicaron de 1900 a 1910 (de 9.740 TMF a 22.885 TMF) para aumentar en un 30% la
próxima década, llegando a 28.230 TMF en 1920. Este incremento acrecentó la importancia de la
producción boliviana en la oferta mundial que pasó del 11% de la producción mundial en 1900, al
20% en 1910.

Esta excelente respuesta de la minería a los estímulos del mercado dependió en gran parte de la
infraestructura material y humana formada previamente durante el desarrollo de la minería
argentífera. La minería de la plata había formado técnicos y mano de obra calificada, además de
un grupo de “empresarios” con conocimientos comerciales y técnicos en minería que se
desempeñaron como pioneros de la minería. A pesar de esto, los métodos de producción en este
primer período (1900-1915) eran primitivos y no muy diferentes a los usados en los siglos XVIII y
XIX. Con excepción de ciertas empresas mineras, la explotación no era sistemática: no existían
mapas geológicos y la producción se realizaba si previa planificación explotándose sólo las vetas
más rica y accesible, con el menor capital posible y hasta deteriorar el yacimiento estanníferos
permitía este tipo de trabajo.

El rápido crecimiento inicial de la minería estannífera demandó mayor mano de obra de la


inmediatamente disponible. Además, la minería estannífera tuvo que competir con la construcción
de ferrocarriles y con las salitreras chilenas para la provisión de mano de obra. Esto provocó
incremento de salarios en épocas de auge y su reducción e épocas de depresión. La provisión
irregular de mano de obra –que estaba sujeta al ciclo agrícola fue sin duda un factor importante en
la mecanización temprana de muchas minas en el período 1912-1915, en el cual se introdujeron
las primeras perforadoras por aire y maquinaria para reemplazar el manipuleo del mineral.
También hubo escasez de personal técnico y administrativo que se resolvió trayendo extranjeros,
ya que en el país la formación de ingenieros de minas comenzó recién en 1917.

El numero de personas empleadas en la minería estannífera se cuadruplico entre 1900 y 1907,


incrementando de 3.000 a 12.700. Este rápido aumento se debió precisamente al “boom” que
experimentó la minería en este período, cuando se incrementaba tanto el número de minas en
producción como el empleo en las minas ya en producción. A partir de 1907 el crecimiento fue
más gradual, llegando a emplearse aproximadamente 15.000 personas en 1910 y 17.000 en 1925.
Gran parte de esta mano de obra era de carácter estacional. Esto dio origen a una mano de obra
permanente y especializada (barretos, encargados de quebrar el mineral) y a una temporal no
especializada (cargadores y otros).

En la minería estannífera el uso de maquinaria era mínimo: en 1900 sólo Huanuni tenía
maquinaria a vapor. El incremento de los precios, la llegada de los ferrocarriles, y la mayor
disponibilidad de capital facilitó la importación de maquinaria y de los ingenios de concentración
en gran escala a partir de 19085. la principal fuente de capital, en principio, era la de los
comercializadores, en forma de anticipos o de crédito de los comerciantes. Mas estas fuentes sólo
podían satisfacer la demanda de capitales a corto plazo. Dado que la participación de la banca
local como fuente de financiamiento fue marginal, los capitales de Inversión se consiguieron en el
exterior. Para 1913, superaban los 10 millones de libras esterlinas y los componían mayormente
capitales chilenos, británicos, y en menor grado, estadounidenses.

La capitalización de la minería hizo posible la agrupación de la producción en un grupo de


empresas “modernas” que se caracterizaban por el grado de mecanización alcanzado en la
explotación y concentración, por su organización administrativa, por la mayor disponibilidad de
capital de operación y la comercialización directa de sus minerales. Ese grupo, compuesto por la
Aramayo Francke Mines Ltd. (registrada en Londres en 1906), la Compañía Estañífera de Llallagua
(registrada en Santiago de Chile en 1906), el grupo Patiño (compañía Minera La Salvadora,
Empresa Minera Huanuni, Compañía Uncía y otras), y la Compañía Minera y Agrícola Oploca de
Bolivia (Registrada en Santiago de Chile en 1906), producía en 55% de la producción total en 1912
y par a 1917 había superado el 65%.

COCHABAMBA, Bolivia (Reuters) - El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, visitó la mayor mina
de estaño de Bolivia, Huanuni, para conocer la experiencia del país andino en explotación minera.

El ecuatoriano fue el primer mandatario en arribar a Bolivia para participar de la cumbre de


presidentes de los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) que
inicia el viernes.

Tras llegar a la sede de la cumbre en la ciudad central de Cochabamba, Correa voló en avioneta a
la región altiplánica de Oruro, donde ingresó con casco y botas de caucho a la mina en compañía
del vicepresidente boliviano Alvaro García y de ejecutivos de la estatal Corporación Minera de
Bolivia (Comibol), que maneja el enorme yacimiento.

“(Le pido a los mineros de Bolivia) que me ayuden porque en Ecuador queremos desarrollar el
inmenso potencial minero que tenemos, pero hay grupos extremos fundamentalistas que le dicen
no a la minería”, dijo Correa.

“Lo más triste es que muchas veces ni siquiera es idea de ellos, sino que gringuitos que vienen de
ONG’s y nos dicen a nosotros no extraigan, no exploten (recursos naturales) cuando ellos tienen la
barriga llena y nosotros tanta miseria”, agregó.

Huanuni es el centro minero más importante de Bolivia y una de las minas de estaño más
productivas del mundo. Está ubicada al sudeste de la ciudad de Oruro.

Desde 1950 hasta fines del siglo pasado Huanuni fue la mina subterránea de estaño más grande
del mundo y desde que fue descubierta por casualidad fue aprovechada a punta de hachas y
bestias de carga para el transporte.

A principios de año, el Gobierno boliviano anunció la inversión de 40 millones de dólares para


construir un ingenio minero que permitiría a la mayor mina de estaño de Bolivia duplicar su
producción para el 2010

La minería es la segunda fuente de ingresos extranjeros de la empobrecida Bolivia después del gas
natural. Según fuentes oficiales, Bolivia exportó poco más de 1.500 millones de dólares por
minerales en el 2008.

Un conflicto minero en Bolivia


causa 21 muertos y más de una
cincuentena de heridos
Los enfrentamientos entre obreros estatales y
cooperativistas evidencian la crisis de la gestión
gubernativa
Sábado, 7 octubre 2006, 03:19

Mineros estatales de Huanuni transportan a un


compañero herido en los enfrentamientos. [AP]

ORURO. El enfrentamiento minero en la localidad boliviana de Huanuni, que se


saldó el jueves con veintiún fallecidos y más de cincuenta heridos, puso en
evidencia la débil gestión del ministro del área, Walter Villarroel, quien defendió
a los cooperativistas en detrimento de los obreros estatales de la compañía
Corporación Minera de Bolivia (Comibol) en el conflicto que mantienen por las
tierras de esta región y en la crisis por la que atraviesa el sector minero del país.

Al menos diez personas murieron entre ellas dos mujeres, y otras 57 resultaron
heridas cuando mineros que trabajan por cuenta propia en cooperativas atacaron
con dinamita a obreros estatales del subsuelo en la localidad andina de Huanuni,
según anunció el portavoz presidencial, Alex Contreras. En este municipio se
encuentra el más rico yacimiento de estaño del país, que está encerrado en los
bolsones del cerro Posokoni. Según los informes parte de los 4.000 mineros
cooperativistas que se han asentado en Posokoni, situado a 288 kilómetros de La
Paz, atacaron a unos 1.000 mineros de Comibol, que trabajan para el Estado y a
quienes se llama «sindicalizados».

La pelea por el control de las minas comenzó a materializarse la semana pasada,


cuando centenares de cooperativistas ocuparon por la fuerza el centro estatal
minero de Colquiri y tomaron por asalto los almacenes de la mina Viloco,
mientras miles de sus compañeros bloqueaban las principales carreteras del
occidente boliviano, logrando paralizar el alza de impuestos para la minería
privada y frenando el potenciamiento de la Comibol. Estas acciones provocaron
la reacción de los mineros y campesinos de Huanuni. La postura de los mineros
estatales constituye la concreción práctica de la decisión asumida en la asamblea
general del pasado 4 de julio, donde proclamaron la necesidad de nacionalizar sin
indemnización todas las minas manejadas por las transnacionales y los
consorcios privados, de consolidar a Comibol como la única encargada de
explotar los recursos mineralógicos para beneficiar al pueblo y de gestionar la
empresa a través del control obrero colectivo, explica la prensa local, recogida
por Europa Press.

Debido a lo ocurrido el Ejecutivo ordenó el repliegue de los soldados apostados


en Huanuni hace cuatro meses, cuando los cooperativistas, que ya habían tomado
parcelas, intentaron apropiarse de más sectores de la mina local ante el rechazo
de los mineros estatales. Los militares se retiraron porque, según explicó el
ministro de Presidencia, Juan Ramón Quintana, estaban siendo «hostilizados,
provocados» por los mineros. AGENCIAS

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