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Los ingenios, sobre todo los más grandes, eran recintos cerrados en los que
laboraba medio centenar de mitayos a cargo de capataces. Disponían de varias
dependencias como un almacén para el mineral, otro con los materiales
necesarios para la fundición, como sal, cobre, cal y otros, y un tercero en el que se
conservaba el elemento fundamental que era el mercurio.
El corazón del ingenio estaba constituido por “castillo”, la enorme rueda sostenía
por grandes arcas y el acueducto, que formaban el complejo industrial. El eje
central (qué podría llegar hasta los siete metros de largo de una sola pieza) y las
vigas y postes eran de madera.
La enorme rueda era movida por agua que era conducida por acueductos y esta
rueda a la vez daba movimientos al sistema de molienda de almadenetas. A
continuación se hallaban los hornos y “buitrones”, receptáculos de madera o
piedra divididas en seis compartimientos llamados cajones, donde se hacia la
amalgama de la plata y mercurio y los que daba fuego por debajo.
Desde 1630, época en que el indio pastor de ovejas Santiago Huaricapcha hace
su casual descubrimiento, se inicia la historia del asiento mineral de San Esteban
de Yauricocha, y, éste toma un inusitado auge en la explotación de las minas y a
medida que pasa el tiempo, su importancia es creciente; a tal extremo que,
durante el mando del Virrey Don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, se remite a
la Metrópoli cuantiosas cantidades de ducados procedentes únicamente del
mineral de Yauricocha convirtiéndose en reducto de mineros españoles que hacen
de este asiento mineral, sitio propicio para su enriquecimiento.