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BIEN COMÚN Y BIEN PROPIO EN LA

ORGANIZACIÓN
Los gerentes contraponen en el día a día el bien común con el bien propio, de allí que sea muy difícil
encontrar el equilibrio entre servir a los demás y servirse a uno mismo; siendo esto como pasar del
lado oscuro a la polaridad de la claridad: la vida real es algo distinto.

El bien común estaría representado alegóricamente por las cuatro virtudes cardenales (prudencia,
justicia, templanza y fortaleza) y la paz, como consecuencia de todas ellas. Tiene su guía en la
sabiduría, que orienta sus actos. Como consecuencia se evidencia un trabajo planificado por juego
de planes estratégicos y operativos referenciados por un proyecto de largo plazo como marco de
trabajo; asimismo, una ejecución cuidadosa siguiendo lo planificado, detectando sobre la marcha los
desvíos a través de verificaciones documentadas y una posterior revisión por auditores externos a
las unidades operativas respectivas; constatando los resultados esperados por un personal
motivado. Es decir, que una gerencia orientada al bien común genera una empresa llena de vitalidad,
optimismo, sentido de visión, buenas relaciones, febril actividad, resultados financieros favorables y
libres de inquietudes.

Una gerencia que no se orienta al bien propio, es incapaz de mirar más allá de sus intereses materiales
y de corto plazo; caracterizada por la politiquería rodeada de violencia, avaricia y otros vicios como
grandes defectos de esta postura: la paz y la concordia se encuentran sujetas al bien individual y el
poder; el abuso y la corrupción se muestran en su versión más elemental; allí todo vale, es el reino
del individualismo. En dicho contexto el liderazgo se genera desde el cargo, a merced de la autoridad,
liberando la responsabilidad del resto para no asumir lo que corresponde.

El bien común es el bien de las personas, y en el caso de las organizaciones, es el bien para todos los
grupos interés que participan, sin embargo comienza en uno mismo. De allí que resulta clave la
reflexión sobre la oportunidad y responsabilidad de hacer crecer el talento de líder y el liderazgo
centrado en el bien común; promoviendo que este bien común parta de la propia persona humana,
en las relaciones, en los equipos de trabajo y en toda la organización.

Dentro de las organizaciones obrar en función del bien común es difícil, porque la naturaleza humana
prefiere ocupase del bien propio, aun cuando el bien común comienza en uno mismo. La principal
batalla que se libra en la conciencia del gerente es entre la influencia del bien común y el bien propio
o individual, ya que ambos se vinculan a la conducta directiva lo que determina que la lógica de las
decisiones tenga en cuenta no solo conocimientos y habilidades, sino, sobre todo, las actitudes y
formas de pensar que están detrás de lo que hace y para que lo hace.
La idea actual es que el gerente crezca y se desarrolle centrado en el bien común a nivel de él mismo,
sus relaciones, equipos y organización; convirtiéndose en un factor del cambio social y organizativo
donde la clave está en integrar aparentes opuestos para ir creando una espiral positiva donde se
identifiquen nuevas oportunidades para el beneficio de todos. Dicho crecimiento, tanto en la
organización como en la comunidad en la que vive, es una forma de ver el bien común en acción. Allí
el deseo de aportar ofrece su lado público y de mayor impacto. Dicho liderazgo no se improvisa, por
el contrario forma parte de una construcción cultural que parte de la aplicación del bien común a la
toma de decisiones.

Lo opuesto es aquella cultura dominada por el individualismo centrado en el bien propio con
mentalidad cortoplacista, muy parcial y egoísta mostrando una profunda deshumanización fruto del
estilo de liderazgo y de las características de las herramientas de gestión empleadas. Por el contrario,
un liderazgo centrado en el bien común requiere sensibilidad para entender la conexión entre los
instrumentos de gestión y el tipo de conductas que desencadenan, en orden a construir una cultura
positiva que ayude a lograr mayores niveles de competitividad, caracterizada por mostrar
compromiso, colaboración, comunicación, adaptación al cambio y honestidad, generando una
verdadera ventaja competitiva. Esta cultura propicia una alta dirección cohesionada con una visión
compartida, buena comunicación de las ideas, gestión por valores; propiciando un buen soporte para
los proyectos a largo plazo y habilidad para sostener ideas aparentemente contradictorias: el
resultado es sostenibilidad y progreso.

En síntesis, un liderazgo centrado en el bien común no solo permite alcanzar resultados económicos,
sino que propicia el crecimiento del personal de la organización convirtiéndose en un estilo de
liderazgo positivo que trasciende a la organización generando impacto en la sociedad.

Datos bibliográficos

Huete L., García J. (2015). Liderar para el bien común. LID. España. p. 335

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