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El sistema de responsabilidad por daños al

medio ambiente
José Juan Bautista Romero

1. Introducción. Planteamiento de la cuestión.


Hace menos de un año las Cortes generales aprobaron la Ley de
Responsabilidad Medioambiental, una Ley esperada y de gran
importancia por muchas razones, una de las cuales es , sin duda, su
propio objeto: la protección del medio ambiente que constituye
una de las crecientes preocupaciones de nuestra sociedad. Es
importante por las consecuencias que seguramente se derivaran de
su aplicación, lo es porque supone la transposición de una Directiva
europea , la 2004/35/CE, que constituye , a su vez, como dice el
prof. JORDANO FRAGA el cumplimiento de uno de los grandes retos
históricos del derecho ambiental de la Unión Europea. Pero
también lo es singularmente, y es este aspecto el que ocupará la
mayor parte del análisis que abordo en este trabajo, porque se
aparta de los conceptos
centrales, de las categorías propias de la responsabilidad civil.
¿ Cómo entender si no una responsabilidad sin víctima, o con una
serie de recursos naturales ocupando la posición de la víctima. O
una responsabilidad por inminencia del daño sin que éste se haya
materializado?.
Los hechos del tipo vertidos contaminantes, escapes tóxicos,
contaminación del suelo … pueden producir , y esta afirmación es
uno de los tópicos de la responsabilidad medioambiental, dos tipos
de daños de diferente carácter, aunque se puedan dar
simultáneamente: daños en bienes o derechos privados de las
personas y daños al medio ambiente en sí mismo, sin que se
produzca ninguna lesión individualizada, no afectan a ningún
derecho o interés particular concreto , se les suele denominar “
daños públicos ambientales” o “daños ambientales
autónomos”[1]o “daño ecológico puro”. Estos daños son muy
frecuentes porque muchos de los bienes que integran el medio
ambiente son de dominio público, como las aguas, las costas o los
montes públicos, o bien porque son de utilización pública, como el
caso de la atmósfera o los espacios naturales protegidos.
Por otra parte, cualquiera de los daños al medio ambiente puede
dar lugar a consecuencias jurídicas diversas: puede generar una
responsabilidad de tipo penal, por constituir un ilícito penal. El
Código Penal prevé con carácter general que la realización de un
acto descrito por la Ley como delito o falta obliga a reparar, en los
términos previstos, en las leyes, los daños y perjuicios por él
causados, responsabilidad que comprende: la restitución, la
reparación del daño y la indemnización de perjuicios morales y
materiales. También pueden ser constitutivos de una infracción
administrativa, cuya sanción lleva aparejada, como dispone la
LRJAP-PAC, la obligación de reposición de la situación alterada por
el autor y para aquellos supuestos en que la reparación no fuera
posible , prevé la indemnización de los daños y perjuicios causados.
Pero también puede, caso muy poco probable, que los daños no
sean constitutivos de delito ni de infracción administrativa, y
entonces habría que acudir a un sistema de responsabilidad
extracontractual , que supone el deber jurídico de reparar o
indemnizar generado por la causación de un daño sin que concurra
relación jurídica previa entre el autor del daño y la víctima.
En el caso de los daños ambientales la Constitución contiene un
claro mandato dirigido a los poderes públicos de “ defender y
restaurar el medio ambiente”, y de establecer un sistema que
permita hacer efectiva “ la obligación de reparación del daño
causado” para todo el que atente contra la utilización racional de
los recursos naturales. El precepto constitucional, art. 45, se
encuadra, como es sabido, dentro de los principios rectores de la
política social y económica que conforman el Cap. III del Tít. I de la
CE, se trata, a tenor de lo establecido en el art. 53 CE, de principios
o valores informadores del ordenamiento jurídico, no aparecen
configurados como derechos subjetivos por lo que no son
directamente invocables ante los Tribunales, ni tampoco, claro
está, susceptibles de amparo constitucional.
El medioambiente no se configura en la CE como un derecho
subjetivo, sino como un principio rector del ordenamiento,
principio que tiene por finalidad la defensa de un bien o interés
colectivo, ¿ cuál es el grado de protección que tiene ese bien?, eso
es algo que compete determinar al legislador. El valor informador
que tiene el art. 45 CE no parece constituir una mera “invitación “ al
legislador, sino que , como todo el texto constitucional, tiene un
valor normativo, y por tanto vinculante, como reconoció ya en su
Sentencia de 02/02/1981 el Tribunal Constitucional: “ no hay en la
Constitución normas meramente programáticas, sino que todos sus
preceptos encierran un mandato preciso que vincula en sus propios
términos a todos los poderes constitucionales”.
Ese mandato constitucional de establecer, con independencia de
las sanciones administrativas o penales que correspondan, un
sistema que obligue a reparar el daño ambiental causado, ha tenido
un diverso desarrollo a través de distintas normas jurídicas, con las
cuales el legislador no parece sentirse satisfecho por lo que él
mismo declara en el Preámbulo de la Ley de Responsabilidad
Medioambiental ( en adelante LRM).
Por tanto, son el mandato constitucional del artículo 45, junto con
la insatisfacción con una legislación que no ha sido capaz “ de
prevenir la producción reiterada de accidentes de diversa
naturaleza que han tenido gravísimas consecuencias para el
entorno natural”, así como la obligación de trasponer una Directiva
comunitaria de larga y compleja gestación, que
establece un marco de responsabilidad medioambiental basado en
el principio de “ quien contamina paga”, las causas eficientes de la
actual Ley 26/2007, de 23 de octubre, de Responsabilidad
Medioambiental.
Esta regulación viene de alguna forma a corregir las deficiencias
que presenta nuestro sistema de responsabilidad extracontractual,
tanto en su aspecto de responsabilidad civil como en el de
responsabilidad patrimonial de la Administración Pública, para la
reparación de los daños ambientales, y que siguiendo a LOZANO
CUTANDA[2], serían las siguientes:
Por un lado, la existencia de muchos casos en que el sistema no
garantiza la restauración del medio ambiente por la dificultad de
probar la relación de causalidad entre una acción u omisión ilícita y
la lesión considerada( casos de acciones simultáneas de varios
sujetos, “ daños históricos”, etc…). Lo que ha provocado que en
muchos supuestos los Tribunales por mucho que apliquen una
responsabilidad de carácter objetivo, desestimen las pretensiones
de responsabilidad civil o patrimonial por daños ambientales,
debido a la falta de prueba del nexo causal entre la actividad y los
daños producidos. En otros casos, aún pudiéndose imputar el daño
a una persona determinada, ésta resulta insolvente. E incluso cabía
la posibilidad de que aunque se probase la relación causal y siendo
solvente el causante del daño, si las leyes no determinaban lo
contrario, la jurisprudencia, con carácter general, prefería la
indemnización al perjudicado que la reparación en especie del
daño, sin garantía alguna de que dicha indemnización fuera a
utilizarse en restaurar los daños ambientales producidos.
Un segundo defecto del sistema anterior a la LRM es que resultaba
de todo punto insuficiente o inadecuado para velar por la
reparación de daños medioambientales que no produjesen una
lesión individualizada, es el caso de los daños que se han
denominado anteriormente “ daños ambientales autónomos”. La
inexistencia de derechos o intereses legítimos individualizados
vulnerados, dificultaba la posibilidad de pedir reparación por la vía
civil o de exigir la correspondiente responsabilidad patrimonial a la
Administración. En el caso de responsabilidad civil, de conformidad
con la LEC ( Ley 1/2000, de 7 de enero), la legitimación la ostentaría
quien ha visto vulnerados sus derechos o intereses legítimos. Y por
lo que respecta a la responsabilidad patrimonial el problema se
plantea porque la LRJAP-PAC exige que el daño sea “efectivo
evaluable económicamente e individualizado en relación con una
persona o un grupo de personas”. Cuando los daños no son
residenciables en el patrimonio de una o varias personas, bien
porque son de carácter difuso, bien porque
afectan a bienes públicos o a bienes de uso común, la
responsabilidad patrimonial como fórmula de protección del
medioambiente es de muy escasa eficacia.
En definitiva, la razón de todo ello, como señala ESTEVE PARDO[3] ,
es que el espacio medioambiental no está dominado por las
categorías y conceptos jurídicos tradicionales, con los que en otros
ámbitos se opera a plena satisfacción, los propios conceptos
centrales y referencias básicas de la institución de la
responsabilidad civil: causalidad, carga de la prueba, derechos
subjetivos afectados, víctima y responsable, daños en bienes y
derechos con un titular determinado, etc…, se muestran
inadecuados e incluso inoperantes.

2. EL RÉGIMEN COMUNITARIO DE RESPONSABILIDAD AMBIENTAL:


EL PRINCIPIO “ QUIEN CONTAMINA PAGA”
El objetivo fundamental de todo sistema de responsabilidad
consiste en compensar el daño causado a la víctima haciendo uso
de un mecanismo resarcitorio. Así el que provoque un daño a otro
está obligado a restituir el bien dañado a su estado anterior o, en su
caso, a indemnizar por el deterioro causado. Pero además, junto a
este objetivo tradicional de compensación, subyace un objetivo
derivado de inspiración socioeconómica tendente a conseguir el
denominado ajuste de actividades de las partes potencialmente
contaminantes mediante el mecanismo de internalización de costes
de contaminación en el proceso de producción y su posterior
reflejo en el precio del producto.
Entendida, pues, la responsabilidad como un mecanismo a la vez de
compensación y de ajuste de actividades, la misma no es más que
un manifestación del principio “ quien contamina paga”, que ha
llegado a ser el principio básico, no el único, de la política ambiental
en el ámbito comunitario.
En realidad el principio en su origen, al menos, tiene un sentido
limitado. En particular la OCDE lo convirtió en 1972 en un principio
orientador en materia de políticas ambientales aunque más tarde
lo ha elevado a la condición de principio fundamental. En el sentido
originario propugnaba que el autor de la contaminación debe
soportar los gastos de las medidas tomadas por la Administración
para asegurar que el medio ambiente se encuentra en un estado
aceptable, constituía un principio de atribución de costes, que se
reflejarían en el precio de los bienes o servicios que pudieran
causar contaminación. Más adelante viene a ofrecer cierta base
argumentativa para que el autor de daños ecológicos tuviese que
responder. Como daño colectivo, el deterioro del medioambiente
puede generar costes a la sociedad en su conjunto, por lo que
debería ser el autor del daño, no la colectividad, quien soportase
dichos costes, constituye pues un principio de atribución de costes.
Los llamados Libro Verde sobre reparación del daño ecológico y
Libro Blanco sobre responsabilidad ambiental, dejando de lado la
interpretación puramente económica del principio , lo convierten
en un mecanismo jurídico de atribución de responsabilidad.
El momento crucial de su consagración se produce con la adopción
del Acta Única Europea (1986), que introduce un nuevo Título en el
Tratado constitutivo de la CE ( Tít. VII arts. 130R a 130T), en virtud
del cual se reconoce competenciaa la Comunidad en meteria de
medioambiente y se recogen los principios y objetivos que han de
regir la acción de la Comunidad en este ámbito. El Acta Única
Europea establece con claridad el referido principio, así como los de
prevención y corrección en la fuente de las agresiones al medio
ambiente. El Tratado de la Unión Europea mantiene esta
consideración en el art. 130R ap. 2 añadiendo el principio de
cautela y al otorgar la posibilidad de establecer cláusulas de
salvaguarda.
Por tanto, el principio “ quien contamina paga” se encuentra
plasmado en la actualidad al más alto nivel posible en el Derecho
comunitario ( Tít. XVI art. 130R, 2 TUE). Para la mayoría de los
autores este principio es la piedra angular del Derecho ambiental. Y
como sostiene JORDANO FRAGA,[4] significa optar entre las
diversas alternativas posibles de distribución de los costes de
descontaminación ( sociedad en su conjunto- contaminador
directo) , por la solución en que los costes se imputan al
contaminador directo.
Parece difícil determinar la naturaleza jurídica de este principio,
algunos señalan que se trata de una directiva de orden económico,
más que de un principio jurídico, por el contrario otros insisten en
la naturaleza normativa directa y en su carácter de principio
general del derecho, lo que le permitiría, incluso, ser aplicado en
ausencia de norma. Lo que no parece caber dudas es sobre su valor
como informador del derecho comunitario derivado.
La doctrina viene reivindicando un concepto amplio del principio
que abarque la función reparadora, así se identifica el principio con
el fundamento último de la responsabilidad por daños. Se afirma
que es el fundamento último del mecanismo de responsabilidad
por daños al medio ambiente, a la vez que justifica la elección de un
régimen de responsabilidad objetiva. Pero en realidad el principio
en sí no justifica específicamente una regulación sobre
responsabilidad por daños, sino que sólo requiere que el coste de
las medidas adoptadas para prevenir y controlar el daño ecológico
lo soporten quienes lo producen, en definitiva , que se establezca
un sistema que evite que sean “subsidiadas” las actividades
dañosas para el medio ambiente, que evite que sea la colectividad
quien soporte los costes. El principio por sí mismo no es una norma
jurídica directamente aplicable, ni tampoco dice nada sobre qué
medidas deban utilizarse para lograr el resultado, se podría
entender que justifica desde las sanciones económicas impuestas al
causante del daño, como el establecimiento de tributos ecológicos
o , como es el caso, la implantación de un mecanismo resarcitorio
del daño.
Hay también una cuestión de fondo que se plantea : la aplicación
excesiva y sin matices del principio,¿ no conducirá a resultados no
deseados e incluso contrarios a los pretendidos por un vaciamiento
de su contenido?, por ejemplo la aplicación de la norma de
responsabilidad con carácter retroactivo, o la imputación de
responsabilidad aun en ausencia de nexo causal.
Han sido las especialidades que reviste la restauración de los daños
ambientales y la insuficiencia de los Estados para instaurar un
sistema de responsabilidad efectivo, lo que ha llevado a la
Comunidad a intervenir, culminando en 2004 con la Directiva , tras
un largo proceso que en síntesis ha sido el siguiente:
Las intenciones de regulación de los daños ambientales se
plasmaron en la propuesta de Directiva de 1 de septiembre de 1989
de la Comisión de las Comunidades Europeas sobre
Responsabilidad civil a consecuencia de los daños y perjuicios
causados por los residuos, lo que distaba aun mucho de ser una
regulación general del daño ambiental. A continuación fue la
Comunicación de la Comisión de la CEE al Consejo y al Parlamento
Europeo y al Comité Económico y Social de 14 de mayo de 1993,
conocida como “ Libro Verde de reparación del daño ecológico”, un
documento de análisis que planteaba los criterios fundamentales
en la materia y valoraba las distintas opciones. Tras esta
comunicación, el Libro Blanco sobre responsabilidad ambiental,
presentado por la Comisión, que concluía valorando como la mejor
opción la adopción de una Directiva marco comunitaria, que
contemplara, por un lado, una responsabilidad objetiva por los
daños derivados de actividades peligrosas reguladas por la
legislación comunitaria, y por otro, la responsabilidad por culpa en
los casos de daños derivados de actividades no peligrosas.
Finalmente, llegó la Directiva 2004/35/CE del Parlamento Europeo
y del Consejo , de 21 de abri de 2004 sobre Responsabilidad
medioambiental en relación con la prevención y reparación de los
daños ambientales, que entre otras cosas se apartaba de los
presupuestos contenidos en el Libro Blanco, dejando fuera de su
regulación los llamados daños tradicionales, aquellos que afectan a
derechos o intereses individualizados.
Ateniéndonos a la declaración que figura en el tercer Considerando
de la Directiva, el objetivo de la misma es establecer un marco
común para la prevención y la reparación de los daños
medioambientales a un coste razonable para la sociedad. El art. 1º
establece que este marco jurídico se basará en el principio “ quien
contamina paga”.
La Directiva establece dos regímenes de responsabilidad, dos
cánones de responsabilidad distintos en función de la actividad
contaminante y del objeto dañado. La responsabilidad es objetiva si
el daño o la amenaza los causan alguna de las actividades
económicas y profesionales enumeradas en el Anexo III. En cambio,
la responsabilidad es subjetiva o por culpa si se trata de daños “
causados a las especies y habitats naturales protegidos por
actividades profesionales, distintas de las enumeradas en el Anexo
III” ( art. 3). La aplicación selectiva del canon de responsabilidad
objetiva se justifica como instrumento de control del volumen de
las actividades particularmente peligrosas relacionadas en el Anexo
III.
El daño ambiental se define en el art. 2 , la doctrina ha subrayado
que la normativa comunitaria no tiene por objeto la protección del
medio ambiente de forma global, puesto que la definición de daño
medioambiental sólo se refiere a ciertos elementos de dicho medio
que, por lo tanto, son los únicos que están sometidos a la
obligación de prevención y reparación. Pero además, para que un
atentado a la integridad de uno de estos elementos constituya un
daño, es preciso que se cumplan determinadas condiciones: que se
produzca directa o indirectamente un cambio adverso y que este
cambio sea mensurable, como la más significativa.
La Directiva no se aplica a :

1- Los daños medioambientales o amenazas inminentes provocados


por:

a- actos derivados de conflictos armados, hostilidades, guerra civil o


insurrección.
b- Un fenómeno natural de carácter excepcional, inevitable e
irresistible.
2- Los daños y amenazas inminentes de los mismos que surjan de
un hecho cuya responsabilidad esté regulada en alguno de los
Convenios Internacionales que se citan en el correspondiente
Anexo.
3- Riesgos nucleares.
4- Actividades cuyo principal propósito sea servir a la defensa
nacional o a la seguridad internacional.
Por otra parte, también enumera la Directiva, arts. 8.3 y 8.4, los
casos en que los operadores podrán exonerarse de su
responsabilidad, y lo hace de una forma bastante heterogénea. En
primer lugar, no se exigirá a un operador que sufrague el coste de
las acciones preventivas o reparadoras, en caso de daños causados
por un tercero, a pesar de haber tomado las medidas de seguridad
adecuadas. Tampoco cuando debido a una orden o instrucción
obligatoria de la autoridad pública ( salvo que éstos hayan sido
originados por las propias actividades del operador). Y en segundo
lugar se habilita a los Estados miembros para que puedan prever la
exoneración , cuando sin existir culpa o negligencia por parte del
operador, se cause daño por:

.1- acción autorizada mediante autorización expresa y plenamente


ajustado a las condiciones en ella fijadas, otorgada de conformidad
con las disposiciones legales y reglamentarias nacionales aplicables.
2- Actuación o utilización de un producto respecto de los cuales el
operador demuestre que no se habían considerado potencialmente
perjudiciales para el medio ambiente según el estado de los
conocimientos científicos y técnicos existentes en el momento en
que se produjo la actividad.
En resumen, la doctrina considera que se trata de una Directiva de
mínimos, como establece en su art. 16.1 no constituirá obstáculo
para que los Estados miembros mantengan o adopten disposiciones
más rigurosas en relación con la prevención y reparación de daños
medioambientales. Se trata de una norma que establece un sistema
predominantemente administrativo de responsabilidad
medioambiental, siguiendo en eso a la CERCLA. Se introduce , como
señala LOZANO CUTANDA[5] un nuevo sistema de responsabilidad
de derecho público por daños al medio ambiente, que trata de
suplir las insuficiencias del régimen tradicional de responsabilidad
civil para reparar daños ambientales cuando se trate de bienes y
recursos que no son de propiedad privada.
No hay que olvidar que en el Considerando núm. 13 la propia
Directiva cuestiona la idoneidad del instrumento de la
responsabilidad civil en el ámbito de los daños ambientales, al
señalar que: “ No es posible subsanar todas las formas de daño
medioambiental mediante el mecanismo de la responsabilidad.
Para que ésta sea eficaz, es preciso que pueda identificarse a uno o
más contaminantes, los daños deben ser concretos y cuantificables
y es preciso establecer un vínculo causalentre los daños y los
contaminantes identificados. Por consiguiente, la responsabilidad
no es un instrumento adecuado para abordar la contaminación de
carácter extendido y difuso, en la cual es imposible asociar los
efectos medioambientales negativos con actos u omisiones de
determinados agentes individuales”.
Y por último decir que es una Directiva que pretende instaurar un
sistema no sólo para reparar sino también para prevenir los daños
ambientales, lo cual no responde estrictamente a la concepción
tradicional de la responsabilidad , que gravita sobre la idea de
reparación.

3. LA RESPONSABILIDAD POR DAÑOS AL MEDIO AMBIENTE COMO


RESPONSABILIDAD OBJETIVA.
Hemos visto como la Directiva europea que se traspone a nuestro
ordenamiento jurídico por la Ley 26/2007, de 23 de octubre,
establece un sistema que se podría calificar de predominantemente
objetivo, si bien es cierto que se crean dos cánones distintos de
responsabilidad en función de la naturaleza de la actividad y del
objeto dañado, y que el establecimiento de determinadas
exoneraciones o la habilitación para que los Estados miembros las
establezcan son importantes quiebras del sistema de
responsabilidad objetiva.
La propia LRM en su Preámbulo califica el régimen que transpone
como “un régimen administrativo de responsabilidad de carácter
objetivo e ilimitado” basado en los principios de prevención y de “
quien contamina paga”. Establece una responsabilidad de carácter
objetiva porque “las obligaciones de actuación se imponen al
operador al margen de cualquier culpa, dolo o negligencia que haya
podido existir en su comportamiento”.
En nuestro ámbito la doctrina , en general, venía decantándose a
favor de la responsabilidad objetiva en la regulación de los daños
ambientales porque , así lo ha venido entendiendo, es la que mejor
favorece los intereses de la víctima( o de los bienes que ocupan su
posición) a ser resarcida. En general , como afirma RUDA
GONZÁLEZ[6] la creencia de que la
responsabilidad en el caso de los daños medioambientales sea
objetiva es “ algo bueno en sí mismo está tan extendida y
arraigada , que cualquiera que lo pusiese en entredicho parecería o
un hereje, o un diletante, o un imprudente”.
Conviene poner de manifiesto las diferencias entre el sistema de
responsabilidad subjetiva y el de responsabilidad objetiva. Mientras
que el primero centra toda la atención en el sujeto causante del
daño y se adentra , de alguna forma, en la interioridad de las
motivaciones o de las condiciones personales en que se desarrolla
la acción causante del daño, de tal forma que si la conducta es
reprochable porque en ella se advierte culpa, dolo o negligencia
sería plenamente responsable, pero si no se aprecian tales “
patologías” no se puede exigir responsabilidad y la víctima tendría
que soportar el daño. En el sistema de responsabilidad objetiva, por
el contrario, es la víctima la que se sitúa en el centro de atención.
Las exenciones o exoneraciones no se localizan en torno al sujeto
causante sino en torno a la víctima , para determinar si tenía el
deber jurídico de soportar el daño.[7]
En la responsabilidad objetiva el carácter de la conducta de quien
causa el daño deja de ser relevante, apreciándose únicamente el
daño causado. Los sistemas de responsabilidad objetiva eximen de
demostrarla existencia de culpa, aunque eso no implica que no
haya que probar la relación de causalidad entre la actividad del
sujeto agente y el daño producido. Pero es obvio, como señala
GOMIS CATALÁ[8] , que no existe un único modelo de
responsabilidad objetiva. Se podría distinguir una “responsabilidad
objetiva absoluta” cuando ni tan siquiera es necesario probar la
existencia del nexo causal, hay una presunción de causalidad y
ninguna posibilidad de excepciones o exoneraciones, de la
“responsabilidad estricta pura” en que sería necesaria la prueba del
nexo causal pero no existe posibilidad de exoneraciones y de la
“responsabilidad estricta relativa” en que además de ser necesario
probar la conexión causal, contempla la posibilidad de establecer
exenciones o exoneraciones. En el extremo opuesto estaría la
responsabilidad subjetiva y más allá la “ statutory inmunity” en que
la norma eximiría de responsabilidad al autor del daño.
A mi entender se podría hablar de una distinta gradación, una
evolución constatable históricamente, hacia el sistema de
responsabilidad objetiva, que iría desde una primera objetivación
de la responsabilidad por culpa introduciendo como medida de la
conducta criterios o patrones objetivos, léase por ejemplo “ lex
artis”, desde los que decidir la responsabilidad, pasando por la
concepción del riesgo: determinadas actividades ( conducción
vehículos a motor, producción energía nuclear) crean un riesgo de
cuya realización se ha de responder sin entrar a valorar la conducta
de quien lo crea, ni tan siquiera mediante estándares objetivos,
basta con establecer el nexo causal entre la acción y el daño; hasta
llegar a una responsabilidad que no encuentra su fundamento en el
riesgo, que puede ser totalmente desconocido o impensable de
acuerdo con el estado de los conocimientos del momento, sino en
el puro daño.
Parece claro que el mecanismo de responsabilidad objetiva se vaya
imponiendo con mayor nitidez cada vez, puesto que en términos de
justicia distributiva se asienta sobre un fundamento sólido y
equilibrado, y también porque se trata de una modalidad que
facilita la efectiva reparación del daño ambiental. Los argumentos
que se han ido esgrimiendo a favor de ésta son:

-Es el régimen más favorable para la víctima porque le ahorra todas


las complicaciones de la prueba de la culpa, que a veces resulta
imposible.
-Agiliza el proceso, facilita la tarea del juzgador al no entrar en
cuestión los elementos conductuales del causante del daño.
-Incentiva a los potenciales responsables para que adopten un
mayor grado de cuidado.
-Los avances técnicos, el empleo de nuevas sustancias, como los
organismos genéticamente modificados, pueden generar nuevos
riesgos, en parte desconocidos, lo que está más a favor de que la
responsabilidad sea objetiva.

El régimen tradicional de la responsabilidad por culpa corresponde


a una época en la cual los daños se producían normalmente por el
empleo de medios o instrumentos que eran fácilmente dominables
por el hombre, el desarrollo industrial y tecnológico acarreó un
constante factor de riesgo que se manifestará en los procesos
productivos, en la proliferación de nuevas sustancias peligrosas, en
el manejo que se hace de las mismas, etc… El ejercicio de tales
actividades es sin duda portador de “ un notable peligro de daños”
que afecta directamente a las personas y al medio ambiente,
quienes deberán ser compensados por el responsable por el simple
hecho de ejercer actividades peligrosas particularmente arriesgadas
al margen de cualquier consideración de culpa o negligencia. Así
surgió la responsabilidad por riesgo, conforme a la cual quien crea
en su propio beneficio una situación de riesgo o de peligro es
responsable del daño causado sin entrar en consideración de cómo
haya sido su conducta “ubi cómodo, ibi incommodo”. El siguiente
paso está en prescindir del riesgo, que puede ser totalmente
ignorado por el causante dado el estado de los conocimientos
científicos o técnicos, es más que puede incluso pensar en su total
inexistencia, y centrarse en lo realmente relevante: la antijuricidad
del daño, el que la víctima no ha de soportar los efectos dañosos.
Con otro punto de vista REYES LÓPEZ[9] afirma que desde la
interpretación jurisprudencial la responsabilidad objetiva viene
calificada por los siguientes criterios, que antes que otra cosa
parecen una objetivación de la culpa, porque no se sustraen de la
consideración subjetiva :

1- Presunción de culpabilidad por parte del causante del daño, la


adopción de esta presunción implica la necesidad de invertir la
carga de la prueba, lo que facilita la posición del perjudicado que
verá como corresponde al agente desvirtuar que no ha obrado con
la diligencia debida.
2- El principio de que cuando en una actividad arriesgada se
produce un daño previsible y evitable no basta con cumplir las
disposiciones legales y reglamentarias, pues la producción del daño
implica su insuficiencia.
3- La apreciación de la prueba en beneficio del más débil cuando no
se pueda probar con exactitud la causa del daño.
4- Cuando no se pueda probar con exactitud la causa del daño es el
agente quien debe probar su propia diligencia. Cuando el daño se
ha producido como consecuencia del ejercicio normal o anormal de
una actividad de la cual la persona obtiene un beneficio económico,
la carga de la prueba se invierte de tal manera que no es el
perjudicado quien tiene que probar la culpa del dañador sino que
es éste quien tiene que probar que adoptó las medidas de
precaución posibles para evitar el daño.
5- Elevación del nivel de diligencia exigible con relación a las
personas, al tiempo y al lugar, de manera que deba extremarse la
prudencia precisa para evitar el daño.
El Libro Verde de la Comisión sobre reparación del daño ecológico
examinaba las ventajas e inconvenientes de la responsabilidad por
culpa y de la responsabilidad objetiva y llegaba a la conclusión de
que un régimen de responsabilidad objetiva demasiado amplio, que
regulara un número muy grande de actividades podría tener
consecuencias negativas para los agentes económicos, crear
incertidumbre jurídica y resultar inaplicable en la práctica, por eso,
consideraba, que no todas las actividades deberían estar sujetas al
régimen de responsabilidad objetiva, lo que significaba que sólo se
consideraba que deberían estar sometidas a dicho régimen las
actividades peligrosas para el medio ambiente, y cuando no
concurriese la nota de peligrosidad operaría el régimen de
responsabilidad por culpa.

La LRM mantiene este doble tipo de responsabilidad y lo hace


diversificando dos categorías de operadores para cada uno de los
cuales se establece un régimen de responsabilidad que presenta
diferencias sustantivas y de gran calado : los operadores que
realizan las actividades enumeradas en el Anexo III están sujetos a
un régimen de responsabilidad objetiva. Cualquier operador que
realice alguna de las actividades allí indicadas, aunque sea de un
modo esporádico y ocasional, puede verse sujeto al régimen que
para ellas se establece. Se aplicará el régimen de responsabilidad
de la LRM aunque no exista dolo, culpa o negligencia ( art. 3.1).
Como dije más arriba la LRM en su Preámbulo la califica como “…
una responsabilidad de carácter objetivo en la que las obligaciones
de actuación se imponen al operador al margen de cualquier tipo
de culpa, dolo o negligencia que haya podido existir en
sucomportamiento”.
Para ESTEVE PARDO[10] no parece correcto hablar de
responsabilidad objetiva cuando se ha desvanecido el marco
característico de la responsabilidad civil . La responsabilidad de la
LRM es una responsabilidad sin víctimas, sin personas que puedan
considerarse como tales, y sin ese y otros elementos de la
responsabilidad civil, pierden buena parte de su sentido, si no todo
él, los modelos invocados para caracterizarla o adjetivarla como
responsabilidad objetiva.
Para las actividades que no se contemplan en el Anexo III de la Ley
el régimen que se establece es sustancialmente distinto: Cuando
medie dolo, culpa o negligencia serán exigibles las medidas de
prevención, evitación del daño y de reparación, en ausencia de
dolo, culpa o negligencia no existe la obligación de reparar y sólo
son exigibles las medidas de prevención y evitación del daño. Si nos
acogemos a los cánones clásicos para calificar este tipo de
responsabilidad , podría caracterizarse como responsabilidad
subjetiva, ya que la medida que más la caracteriza de las
enunciadas es la de reparación del daño. Se trata de una
responsabilidad que repara prioritariamente y casi exclusivamente
en las condiciones y modo de proceder del sujeto causante. Culpa y
negligencia son las notas características de la responsabilidad
subjetiva, también conocida como responsabilidad por culpa. El
deber de reparar no es exigible si la actuación fue diligente aunque
de ella se hubiera derivado un daño.

4. ELEMENTOS DE LA RESPONSABILIDAD MEDIOAMBIENTAL: EL


NEXO CAUSAL
Anteriormente se ha señalado siguiendo a ESTEVE PARDO en sus
comentarios a la LRM, que el espacio medioambiental no está
dominado por las categorías y conceptos jurídicos tradicionales, y
que los conceptos básicos de la responsabilidad civil se muestran
inadecuados o inoperantes en el ámbito de este tipo de daños, la
responsabilidad de la LRM es una responsabilidad sin víctimas y
orientada, antes que a la búsqueda y declaración de un
responsable, a la adopción de medidas de prevención y reparación
del daño. Pero aun así, entiendo que para que exista
responsabilidad sea cual sea la naturaleza de la misma son
necesarios al menos tres elementos. Daño, hecho ( acción u
omisión) y una relación de causalidad entre ambos elementos. Nos
fijaremos en este último porque lo cierto es que su prueba en el
caso de los daños ambientales puede llegar a ser
extraordinariamente difícil. Ciertamente el problema primordial de
la responsabilidad que determina no sólo su extensión sino incluso
su existencia radica en probar el nexo existente entre un hecho y el
resultado dañoso, es decir, la relación de causalidad.
El Libro verde ya destacaba los problemas especiales que podían
surgir para probar la relación de causalidad, a veces no se puede
establecer el nexo causal si el daño es resultado de actividades de
varias partes distintas, también surgen dificultades cuando el daño
no se manifiesta hasta pasado un tiempo o incluso puede ocurrir
que el propio causante plantee otras posibles explicaciones
científicas plausibles sobre el daño. El daño medioambienta puede
ser consecuencia del efecto acumulativo de varios actos
contaminantes realizados a lo largo del tiempo y del espacio.
¿Es la conducta del operador la causa de la producción del daño?
Decidir esta cuestión resulta ineludible, pero es una decisión, como
afirma ESTEVE PARDO en la obra citada, para la que la instancia
competente no tiene un conocimiento adecuado y para la que la
ciencia, en muchas ocasiones, no ofrece tampoco una solución
clara. Es entonces cuando el Derecho tiene que configurar las
fórmulas y las vías para cumplir con su función decisoria . Para ello
se han articulado soluciones jurisprudenciales , doctrinales y
legislativas, que pasaré a considerar para terminar exponiendo la
solución que adopta la LRM.
Como afirma GOMIS CATALÁ[11] la resolución del asunto de la
prueba del nexo causal es especialmente compleja y mucho más en
el ámbito medioambiental, se ha dejado en muchas ocasiones,
tanto en el ámbito nacional como internacional, en manos de los
jueces que persiguen una solución de tipo práctico, como es lógico,
una solución aplicada al caso concreto planteado. No parece haber
en la jurisprudencia española una teoría clara de la causa, ni una
solución homogénea a los problemas que plantea la prueba del
nexo causal. Se citan algunas STS como prototipos de respuesta al
problema de la causalidad , donde predomina el criterio , que
parece el más aceptado, de causalidad adecuada, conforme al cual
la conducta de una persona es causa del daño si es apta en general
para causar un resultado como el que se produjo o aumentó
significativamente el riesgo de que se produjera:

-STS 19/06/1980 trata de los daños sufridos por una mejillonera


cuyo titular pretendió que se imputaran a los armadores de un
petrolero, por las derramadas ocasionadas al hacer el trasvase de
petróleo a una refinería. El TS no consideró probada la relación de
causalidad entre ambos sucesos, ya que un gran número de buques
habían sido sancionados en la misma fecha por vertidos en las
aguas de esa bahía , por lo tanto, no quedó demostrado que los
daños fueran ocasionados únicamente por la actividad del
demandado.
-STS 27/10/1990 relativa a un supuesto de contaminación de un río
con el resultado de muerte de peces, aquí el tribunal acogió la
teoría de la causalidad adecuada al exigir que “el resultado sea una
consecuencia natural, adecuada y suficiente de la determinación de
la voluntad, debiendo valorarse en cada caso concreto si el acto
antecedente que se presenta como causa tiene virtualidad
suficiente para que del mismo se derive como consecuencia
necesaria el efecto lesivo producido”.
-STS 14/07/1982 se decanta por una teoría de la causa eficiente “la
causa adecuada y determinante del daño no fue otra que la
inmisión de polvo industrial, sin que se hubiese acreditado la
eficacia de otras concausas” definiendo a continuación la causa
como aquella que aun concurriendo con otras sea la decisiva y
determinante del evento dañoso, en relación con las circunstancias
del caso y del “ buen sentido “.
-STS 16/01/2002 “ la causa determinante de la mortandad de
truchas que afectó a la piscifactoria de la entidad demandante,
sobre todo en el periodo de junio y julio del año 1993, y vino a ser
básicamente la utilización del río Tajo para refrigerar la central
nuclear "José Cabrera" (de la titularidad de la recurrente), que
ocasionó por sí un aumento de la temperatura de las aguas, seis
grados aproximadamente, por encima del límite autorizado de los
30 grados centígrados, lo que actuó como determinante decisivo
para ocasionar la mortandad masiva de las truchas que se
producían en las instalaciones de la sociedad demandante
PISZOLLA, sin que dicho aumento de la temperatura se hubiera
justificado por causas naturales, es decir que sólo obedeció el
calentamiento de las aguas a la conducta industrial agresiva de
Unión Eléctrica Fenosa S.A. que no obtuvo autorización para
rebasar el referido límite de 30 grados y dejó también de cumplir la
previsión impuesta en la concesión de construir torre de
refrigeración, si bien la instaló después de los hechos.
De este modo, establecido el origen del daño de modo bien
precisado, la relación causal con el resultado producido no se
presenta como juicio probabilístico, sino cierto, con base en el
material probatorio aportado al pleito y especialmente la prueba
pericial, que los juzgadores de instancia han interpretado con la
debida racionalidad y lógica.”
En otro caso ( se trata de inmisiones) la actividad desarrollada
dentro de los límites de la explotación y permitidos por la
autorización administrativa y la normativa reglamentaria aplicable
excluyen la relación de causalidad ( STS 17/11/2006).
En realidad existen otras sentencias que son dispares vgr.: STS
04/06/1980 y STS 23/01/1986 , se trata de responsabilidad por
daños ocasionados por incendios no pudiéndose acreditar la causa
primera , originaria del incendio, el Tribunal considera como causas
suficientes para imputar la responsabilidad en el primer caso la
causa que posibilitó el agravamiento del incendio, en el segundo
caso la causa que hizo posible su propagación. Sin embargo en
otras sentencias, STS 18/05/1989 y 08/04/1992, la ausencia de
prueba de la causa originaria del fuego imposibilitó la apreciación
de las conductas que concurrieron al desenlace final.
Las teorías clásicas basadas en la causalidad adecuada o en la
equivalencia de condiciones explican la causa a partir de datos
puramente fácticos, pero este enfoque no sólo dificulta la prueba
del nexo causal sino que introduce un elemento de confusión,
porque el nexo causal al ser un concepto jurídico, un elemento del
instituto de la responsabilidad, no tiene naturaleza fáctica sino
jurídica. Una cosa es determinar desde un punto de vista fáctico si
un daño es consecuencia de una determinada actividad y otra
distinta decidir si ese daño se puede o no imputar jurídicamente a
un acto determinado, como afirma GOMIS CATALÁ en la obra
citada “ la incertidumbre científica no debe conducir a la
incertidumbre jurídica”.
Verdaderamente la responsabilidad no puede imponerse sólo sobre
la base de consideraciones de tipo causal, porque el nexo causal
será en muchas ocasiones incierto, tienen que entrar en juego otros
criterios como , por ejemplo, el del fin protector de la norma
fundamentadota de la responsabilidad. El nexo causal puede ser
muy fácil de probar cuando hay un solo autor del daño y además
está identificado, cuando los efectos de su conducta son conocidos
científicamente, el tiempo entre ésta y la aparición del daño es
relativamente corto, el daño es atribuible a un solo suceso…¿ Pero
es real este escenario? La decisión sobre si existe o no nexo causal
es fundamentalmente, por tanto, una cuestión de apreciación.
En el caso de los daños ambientales parece bastante oportuna la
teoría de las probabilidades, la relación de causalidad resultaría
probada cuando los elementos de juicio suministrados conduce a
un grado suficiente de probabilidad de que un determinado hecho
sea el causante del daño, por lo que el legitimado activamente no
estaría obligado, cosa en la práctica casi imposible, a demostrar esa
relación con total exactitud científica, bastaría con que resultase
probado un determinado grado de probabilidad, que puede estar
entre una probabilidad próxima a la certeza y una probabilidad alta.
La respuesta legislativa al problema del nexo causal en los daños al
medio ambiente la encontramos en el artículo 3 de la LRM. El art. 3
lleva por título “ ámbito de aplicación”, refiriéndose en realidad al
ámbito subjetivo y de actividades sujetas a la aplicación de la LRM,
pero, en realidad, contiene también los criterios en virtud de los
cuales puede entenderse que una de esas actividades fue la causa
de un daño medioambiental o de una amenaza. Son cuestiones
bien distintas las del ámbito de aplicación y la de la causalidad. En
un mismo precepto de la LRM se entrecruza el tratamiento de la
causalidad con la delimitación del ámbito de aplicación.
El art. 3.1 en su segundo párrafo comienza diciendo : “Se
presumirá, salvo prueba en contrario…”, con lo que resuelve la
posible incertidumbre estableciendo una presunción iuris tantum:
si una actividad está contemplada en el Anexo III es ella, y por lo
tanto el operador que la desarrolla, la causa y el causante del daño
o de su amenaza inminente. El único requisito material es que la
actividad resulte apropiada para causar el daño o su inminente
amenaza. ESTEVE PARDO[12] ve en esta redacción la influencia de
la Ley alemana de responsabilidad medioambiental de 1990, ley
que alteraba por
completo el tradicional planteamiento de la responsabilidad civil
que imponía a la víctima la carga de la prueba de la relación de
causalidad. La ley alemana introdujo la presunción de que el daño
era causado por la instalación que desarrollaba una actividad
adecuada, apropiada para producirlo, sin embargo la cláusula no
fue admitida pacíficamente sino que se hizo con una gran oposición
de la industria, estableciéndose en la redacción final que la
causalidad no operaba “ si la instalación se explota de conformidad
con las disposiciones vigentes”.
El planteamiento de la LRM difiere en este punto de la alemana , el
modelo de la LRM se construye sobre una presunción genérica de
causalidad, esta presunción podrá ser destruida, por supuesto, pero
corresponde al operador presentar la prueba en contrario de ella.
Es en otro lugar del régimen de responsabilidad ,no en el de la
relación causal como hace la ley alemana, donde se regulan los
motivos de exoneración, en el que se establecen las circunstancias
por las que a un operador al que se le atribuye la causación de un
daño queda exonerado de la obligación de pagar los costes de las
medidas de reparación o prevención.
Una cuestión importante es si la presunción de causalidad se aplica
exclusivamente a las actividades del Anexo III o se extiende a otras,
la LRM no las menciona aunque tampoco las excluye
expresamente.
En principio y salvo que exista una expresa indicación en contrario
de una ley parece que lo razonable es que sea el accionante quien
ponga en evidencia la relación de causalidad, lo contrario entraría
en contradicción con el derecho fundamental que enuncia el art 24
CE a la presunción de inocencia, si bien referido al ámbito penal y
de infracción administrativa. Si no hay afirmación legal expresa
consagrando el régimen de presunción parece obvio que sea el
régimen común el que se aplique, quien actúa debe probar. Por lo
que para las actividades excluidas del Anexo III no rige entonces el
principio de causación del daño o de la amenaza inminente por
parte del operador, cuando no sea evidente la relación de
causalidad procede probarla.
Por último decir que la LRM contiene otro pronunciamiento con el
que pretende dar respuesta a problemas de causalidad que se
plantean frecuentemente en relación con este tipo de daños, la
cuestión de la contaminación difusa. Dispone el artículo 3.3 que la
Ley sólo se aplicará a los daños causados por contaminación difusa
cuando se pueda establecer un vínculo causal entre los daños y los
operadores concretos.
5. EXCLUSIONES DEL RÉGIMEN DE LA LEY DE RESPONSABILIDAD
MEDIOAMBIENTAL.
El alcance de cualquier régimen de responsabilidad viene
condicionado por las causas de exoneración que prevea. Algunas
consisten en ausencia del nexo causal otras en una exclusión de la
antijuridicidad que suelen conocerse como causas de justificación o
exoneraciones.
Una responsabilidad objetiva absoluta prescinde de toda
exoneración por falta de nexo causal, el sujeto responsable lo sería
a pesar de que no existiese un nexo causal entre su conducta y el
daño, es decir, que se convierte en un garante de la no producción
del daño, la responsabilidad existiría por el simple hecho de que el
daño hubiese tenido lugar, aunque el sujeto no lo hubiese causado.
Este sistema es una solución drástica que los ordenamientos
jurídicos, en general, prefieren no seguir debido a su carácter
extremo, la pregunta es si en el tipo de daños de que tratamos ,
daños medioambientales autónomos, a causa de la gravedad de los
mismos sería o no aconsejable.
La LRM establece una serie de excepciones , no se aplicará la Ley y
por tanto el régimen de responsabilidad que establece, por razón
de la causa. Se cruzan el tratamiento de la causalidad con el ámbito
de aplicación de la Ley, podemos decir que se configura un peculiar
ámbito de aplicación causal.
Las excepciones son las siguientes:

-Actos derivados de un conflicto armado, de hostilidades, de guerra


civil o de insurrección.
-Un fenómeno natural de carácter excepcional, inevitable e
irresistible.
- Las actividades cuyo principal propósito sea servir a la defensa
nacional o a la seguridad internacional y aquéllos cuyo único
propósito sea la protección contra los desastres naturales.
Estas excepciones no plantean en general problemas de
interpretación. Sí, es importante señalar que aunque la LRM
permite desarrollos legislativos posteriores en razón de esta
materia, tanto por parte del Estado, como de las CC.AA. en función
de sus respectivas competencias, los daños medioambientales
producidos por actividades cuyo propósito principal sea servir a la
defensa nacional o a la seguridad internacional quedan excluidos
de los desarrollos legislativos posteriores, por tanto no pueden ser
objeto de modulación por las CC.AA.
Con respecto a los daños producidos por fenómenos naturales, lo
que en la C.E.R.C.L.A. se denominan acts of God, todos los sistemas
de responsabilidad objetiva contemplan al menos esta causa de
exención de responsabilidad capaz de interrumpir el nexo causal
entre la actividad del sujeto agente y el resultado dañoso.
Precisamente la “ fuerza mayor” constituye el motivo de exención
por excelencia.
Los Convenios internacionales han procurado una definición de la
misma para unificar la interpretación del concepto, abarcando dos
eventos extraordinarios:

-actos de guerra y similares


-hechos, sucesos de la naturaleza calificados como excepcionales,
es decir, inevitables e irresistibles.
El problema está en determinar el alcance del concepto, máxime
cuando ningún texto comunitario ofrece una definición. El hecho de
que la Directiva aluda sólo a algunos supuestos de fuerza mayor, y
la ausencia de una definición general que recoja los caracteres de
excepcionalidad e inevitabilidad hace propicio una interpretación
divergente del régimen comunitario.
El Tribunal de Justicia se ha pronunciado en algunas ocasiones en el
marco de la política agraria común, lo que para muchos autores es
una interpretación demasiado restrictiva y muy ceñida al ámbito
que trata, pudiendo resultar inapropiada para el tema que nos
ocupa. Una de las definiciones más genéricas de fuerza mayor que
ha ofrecido el Tribunal de Justicia es la de “ circunstancias extrañas
al operador concernido, anormales e imprevisibles, cuyas
consecuencias no hubieran podido ser evitadas a pesar de la
diligencia empleada”.
En nuestro Derecho positivo hay que estar a la definición que da el
art. 1105 del CC.: hechos que no hubieran podido preverse o, que
previstos, fueren inevitables. La interpretación judicial que del
mismo se ha hecho en todos los ámbitos es copiosa. En general
suele exigirse que sean excepcionales y además inevitables e
irresistibles, también suele exigirse que el daño se deba sólo a los
mismos. La STS de 3 de noviembre de 1988 : “acontecimiento que
por su propia naturaleza excede del concepto de diligencia, debido
a que todo esmero hubiera sido irrelevante para evitarlo, a
diferencia de lo que acontece con el caso fortuito”
STS de 20 de julio de 2000: “Tampoco se puede considerar y ,
menos aún, estado de fuerza mayor, la que actúa imponiendo
inevitablemente el resultado dañoso ocasionado, es decir, que ha
de tratarse de una fuerza superior a todo control y previsión y que
excluya toda intervención de culpa por los recurrentes…”
El concepto de excepcionalidad tiene que ser matizado, por
ejemplo en los casos de incidentes de contaminación marina por
hidrocarburos es recurrente la existencia de fuertes tormentas,
pero ¿ se puede considerar excepcional si el barco hubiese podido
soportarla de haber estado en condiciones de navegar?. STS
12/12/2000 no es excepcional la lluvia que
arrastra residuos tóxicos a un río , porque dicha lluvia “ más pronto
o más tarde necesariamente ha de llegar”.
La interpretación que pudiéramos llamar clásica es a la que apunta
implícitamente el 1105 CC: imprevisibilidad e inevitabilidad, frente
a la idea de “caso fortuito” como imprevisible pero evitable. La
jurisprudencia , sobre todo la contencioso administrativa y la social,
tienden también a otro binomio: el de los daños provinentes de
hechos externos a la propia esfera de actuación del operador sería
fuerza mayor, cuando se trata de hechos internos a la organización,
a la esfera de actuación del operador se estaría ante el “caso
fortuito”. El propio Consejo de Estado define la fuerza mayor como
“ causa extraña al objeto dañado, excepcional e imprevisible o que
de haberse podido prever fuera inevitable”.
La fuerza mayor plantea algunos problemas específicos en relación
con los daños medioambientales. La Ley de Responsabilidad
Medioambiental no emplea la expresión fuerza mayor, ¿ quiere
esto decir que la norma no alude a ella? Parece que si es exigible la
existencia de un nexo causal entre la conducta y el daño, la simple
exigencia de nexo causal ( art. 3 de la LRM) significa “ a contrario
sensu” que queda admitida la fuerza mayor como causa de
exoneración. La fuerza mayor tal como está concebida en nuestro
Derecho, art. 1105 CC.; libera de responsabilidad con carácter
general . Además tanto los “actos derivados de un conflicto
armado, de hostilidades, de guerra civil o de insurrección “, como
“un fenómeno natural de carácter excepcional, inevitable e
irresistible” son casos de fuerza mayor, como hemos visto.
Al hilo de lo anterior puede surgir otro problema dado que la LRM
alude a algunos supuestos como causa de exclusión ¿ qué ocurre
con respecto a los no previstos? Por ejemplo un grave atentado
terrorista, una huelga general, parece que en todo caso habrá que
valorar lo inesperado y lo inevitable de la situación, o en todo caso
considerar estos fenómenos como integrantes del supuesto de
“inexigibilidad de la obligación de sufragar costes” previsto en el
art. 14.1 a) : la actuación de un tercero ajeno al ámbito de
organización de la actividad.
El art. 3 concluye señalando otras excepciones por razón de la
causa de los daños, en su apartado 5: Son excepciones a la
aplicación de la Ley no a la aplicación de un régimen de
responsabilidad que encuentra su base en otra normativa:

-Daños cuya responsabilidad esté establecida en alguno de los


Convenios internacionales que enumera el Anexo IV.
-Riesgos nucleares, daños medioambientales o amenazas
inminentes de tales daños, causados por las actividades que
empleen materiales cuya utilización esté regulada por la normativa
derivada del Tratado Constitutivo de la Comunidad Europea de la
Energía Atómica, y también los incidentes o actividades cuyo
régimen de responsabilidad esté establecido por alguno de los
convenios internacionales del Anexo V.
Sin embargo, fuera del art. 3 , siguiendo la sistemática propia de la
LRM, encontramos otro supuesto de exclusión por razón de la
causa, lo encontramos en el artículo 14 bajo la rúbrica de “
Inexigibilidad de la obligación de sufragar costes”, aunque se trata
sin duda de una cuestión genuinamente vinculada a la causalidad:
la actuación de un tercero ajeno al ámbito de la organización, a
pesar de que se hayan tomado las medidas de seguridad
adecuadas.
La conducta de un tercero no se califica en la LRM subjetivamente,
por tanto no parece preciso, en modo alguno, que se trate de una
conducta dolosa o negligente, basta con que el daño lo provoque
alguien ajeno al ámbito de la organización, con lo cual aquí pueden
tener cobertura desde actos propiamente de sabotajes hasta
actitudes negligentes o simples accidentes producidos por un
tercero. Si el tercero ha de ser un ajeno, obviamente no podrá ser
ni representante, ni empleado, ni agente ejecutivo del operador, ni
estar asociado con él de algún modo.
Habría que precisar si tiene a estos efectos carácter de tercero
quien mantiene una relación contractual con el operador, en el
caso Boliden-Apirsa la STS Sala 3ª 22/11/2004 se condena a la
empresa propietaria de la balsa a pesar de que la culpa era
atribuible a contratistas independientes.
El requisito de que la acción u omisión del tercero sea causa
exclusiva del daño aparece también en algunos ordenamientos,
aunque en teoría cabría distribuir la responsabilidad entre ambos
en otro caso. De hecho se trata de una restricción formidable de la
causa de exoneración, pues será muy difícil probar que el
demandado no pudo hacer nada para evitar el daño . nada dice,
como hubiera sido deseable, la LRM al respecto donde se
contempla la intervención de un tercero como causa de
exoneración , no como causa que modula y ocasiona la distribución
de la responsabilidad. Para que opere como tal se requiere que
existan , tomadas por la organización, medidas de seguridad
adecuadas.
El art. 14.1 letra b) bajo la rúbrica citada prevé la inexigibilidad de la
indemnización cuando el daño se produzca, dentro de unas
determinadas condiciones, por el cumplimiento de un mandato de
la Administración. Hay muchos ordenamientos jurídicos en los que
el cumplimiento de un deber legalmente previsto excluye que el
daño sea antijurídico, por ejemplo pensemos en el caso en que la
Administración obligue al responsable de determinados residuos a
depositarlos en determinado lugar y de determinado modo con lo
que se produce un daño ecológico.
La norma que prevé la exoneración en este tipo de supuestos se ha
ido imponiendo en el plano internacional[13], por influencia de la
ley holandesa, según ésta , el autor de daños causados por
sustancias peligrosas no responde si actuó en cumplimiento de una
disposición obligatoria de la autoridad, a condición de que lo
causase exclusivamente dicho incumplimiento. Lo recoge la
Directiva , conforme a la cual el operador puede liberarse si
demuestra que ha cumplido una orden o instrucción obligatoria de
la autoridad pública. La exoneración no tiene lugar si la orden o
instrucción son subsiguientes a una emisión o incidente generados
por las propias actividades del operador, siguiendo a RUDA
GONZÁLEZ cabe exigir:
a- Que el deber de actuar que implica la orden o instrucción sea
especial, de modo que el mandato se refiera en concreto a la
actividad dañosa.
b- Que el cumplimiento del mandato sea razonable según las
circunstancias.
c- Que la autoridad ordenante sea legítima.
¿Quién responde entonces del daño? Parece necesario admitir que
será a la autoridad ordenante a la que quepa exigir responsabilidad
patrimonial.

6. TÍTULO HABILITANTE Y CLÁUSULA DEL ESTADO DE LOS


CONOCIMIENTOS CIENTÍFICOS.
Existen dos circunstancias con respecto a la exoneración del deber
de sufragar las medidas reparadoras , que se localizan en el espacio
dominado por el operador y sujeto a sus exclusivas decisiones, a
diferencia de los dos últimos supuestos ( intervención de tercero y
ordenes o instrucciones de la autoridad ) en los que tenía una
incidencia determinante la actuación o la decisión adoptada desde
el exterior, desde fuera del ámbito de organización del operador
que consecuentemente perdía el control de los mismos.
Como dice ESTEVE PARDO en los cometarios a la Ley 26/2007 “
estas causas ponen a prueba el carácter objetivo de la
responsabilidad que la propia LRM predica para sí misma”.
El operador no estará obligado a sufragar el coste de las medidas
reparadoras cuando demuestre que no ha incurrido en culpa, dolo
o negligencia y que concurre alguna de las siguientes
circunstancias: (art. 14.2LRM )
a- Autorización administrativa otorgada de conformidad con la
normativa aplicable a las actividades enumeradas en el Anexo III ( Si
no son del Anexo III y no se ha incurrido en culpa, dolo o
negligencia no son exigibles las medidas de
reparación).
b- Actividad, emisión o utilización de un producto que en el
momento de realizarse o utilizarse no eran considerados como
potencialmente perjudiciales para el medio ambiente con arreglo al
estado de los conocimientos científicos y técnicos existentes en
aquel momento.
El tema de las autorizaciones es un supuesto de no pacífica
admisión por la doctrina y la jurisprudencia. La cuestión que se
plantea es si un sujeto puede ser declarado responsable cuando
ejerce una actividad no culposa conforme a la normativa ambiental
y en el marco de una autorización administrativa, pero que, sin
embargo, ha producido un resultado dañoso.
En el marco de un sistema de responsabilidad basado en el riesgo
parece lógico que el sujeto que se arriesga y beneficia soporte el
coste de la reparación del daño que a su vez se verá reflejado en el
precio final del producto, todo ello sin olvidar que nos movemos en
un régimen , a veces , de dudoso rigor científico, en el que las
circunstancias en que se concede una autorización pueden variar.
En el ámbito de los convenios internacionales no se considera que
el cumplimiento de las normas o permisos sea una causa de
exención de la responsabilidad, lo mismo ocurre en la mayoría de
los Derechos nacionales que han asumido un sistema de
responsabilidad objetiva.
En nuestro Derecho la jurisprudencia en este sentido se recoge
claramente entre otras en STS 16/01/1989 : “el acatamiento y la
observancia de las normas administrativas no colocan al obligado al
abrigo de la correspondiente acción civil de los perjudicados o
interesados en orden a sus derechos objetivos lesionados, puesto
que si aquéllas contemplan intereses públicos sociales, ésta
resguarda el interés privado exigiendo, en todo caso, el
resarcimiento del daño…”, STS de 30/11/1990 se ha de responder
incluso si se obra al amparo de licencias o autorizaciones.
Con respecto a la significación y a los efectos que pueden derivarse
de la sujeción de una actividad , que produce un resultado lesivo, a
lo dispuesto en una autorización administrativa , hay que hacer
algunas consideraciones:

a- Podemos considerar a las autorizaciones como parámetro de


juridicidad. La autorización hace jurídico al daño medio ambiental.
No se trataría de un daño antijurídico, sería un riesgo permitido que
recibe cobertura jurídica. Entendiendo aquí la antijuricidad como lo
hace la STS de 29/12/1997 : vulneración del deber jurídico absoluto
de no causar un daño a otro.
b- Cualquier autorización habilita para el desarrollo de la actividad
que contempla pero no autoriza para producir daños
medioambientales. Los daños se han podido producir por la
presencia y efecto de otros muchos factores que operan en el
medio. Por ejemplo una misma autorización de vertidos puede
tener efectos muy perjudiciales si se dan una serie de
circunstancias que previamente han deteriorado el curso de agua
receptor, entonces podrían producirse daños importantes sin dejar
de cumplir la autorización. No parece lógico, en este caso, decir que
el daño contaba con cobertura jurídica, se trataría de daños que
desde el punto de vista de la normativa vigente resultarían
totalmente inadmisibles.
La LRM potencia especialmente el deber de cuidado y diligencia.
Art. 9.1 2º párrafo : “El cumplimiento de los requisitos, de las
precauciones y de las condiciones establecidas por las normas
legales y reglamentarias o de los fijados en cualesquiera títulos
administrativos cuya obtención sea necesaria para el ejercicio de
una actividad económica o profesional, en particular, en las
autorizaciones ambientales integradas, no exonerará a los
operadores incluidos en el anexo III de la responsabilidad
medioambiental, sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 14”.
Sobre el operador autorizado no sólo recae el deber de ajustarse a
los términos de la autorización , sino de adoptar las medidas
apropiadas, en el caso de que percibiese que con su actuación
autorizada está causando un daño.
c- Hay que tener en cuenta el amplio margen de indeterminación
de las autorizaciones en que el componente medioambiental tiene
relevancia destacada. Son autorizaciones que, por lo general, no
ofrecen una caracterización precisa de la instalación o actividad a
desarrollar sino que se remiten a lo que sean las mejores técnicas
disponibles en el sector, con obligación de incorporarlas siempre
que no tengan costes excesivos ( Por ejemplo en el anexo III LRM
figuran en primer término la explotación de instalaciones sujetas a
una autorización de conformidad con la Ley 16/2002, de 1 de julio,
de Prevención y Control integrado de la contaminación, ley que
generaliza a todas las instalaciones que caen bajo su ámbito la
llamada cláusula de adaptación tecnológica. La relevancia de una
cláusula de este tipo en las autorizaciones complica
extraordinariamente el objetivo fundamental del art. 14.2 LRM que
no es otro que ofrecer a los operadores una vía a la que acogerse
para librarse de la presunción del art. 3.1 de la LRM que recae
sobre ellos. El cumplimiento por parte de los operadores tiene que
ser doble en muchos casos, primero cumplir con una serie de
requisitos y formalidades jurídicas par obtener la autorización y
segundo, cumplir con el estado que la técnica establece “ las
mejores técnicas disponibles” , requisito éste cuyo cumplimiento es
dinámico y temporal, pues las mejores técnicas disponibles
evolucionan con el tiempo.
La otra circunstancia que exonera del deber de indemnizar (costes
de reparación) si no ha mediado culpa, dolo o negligencia, según el
art. 14.2 b) de la LRM , es : “ Que el operador pruebe que el daño
medioambiental fue causado por una actividad, una emisión, o la
utilización de un producto que, en el momento de realizarse o
utilizarse, no eran considerados como potencialmente perjudiciales
para el medio ambiente con arreglo al estado de conocimientos
científicos y técnicos existentes en aquel momento”. Es lo que se
conoce como riesgos de desarrollo.
En muchos casos el estado de la ciencia y de la técnica no permite
conocer los riesgos ligados a determinadas sustancias, actividades o
instalaciones, por ejemplo: las emisiones de radiación
electromagnética de las antenas de telefonía móvil ¿ producen
efectos sobre la salud humana? ¿ qué tipo de efectos?, en todo
caso los conocimientos sobre la materia son controvertidos.
Muchas veces no se puede determinar a ciencia cierta si la
sustancia, actividad o instalación en cuestión es dañina, por lo que
cualquier estimación de probabilidad es arbitraria, para evitar la
incertidumbre bastaría evitar la actividad, el producto etc…, esto a
veces es posible , otras no. Puede que incluso los conocimientos
científicos y técnicos en un momento determinado no ofrezcan
dudas sobre la inocuidad de un determinado producto, actividad o
instalación, y con posterioridad quede demostrado que son
potenciales productores de daño al medio ambiente.
Se vienen denominando por la doctrina riesgos de desarrollo a los
creados por un defecto o por un error que no eran reconocibles a la
luz del estado de los conocimientos científicos o técnicos existentes
en el momento de que se trate. La referencia legal al estado de los
conocimientos científicos y técnicos supone que el riesgo no es
cognoscible, no simplemente que el operador no podía conocerlo.
El criterio es un criterio objetivo y no depende del conocimiento
actual de ningún operador concreto, la imposibilidad para descubrir
el riesgo como tal es constitutiva para la exclusión de la
responsabilidad. Y en ese sentido habrá de ser probado por el
operador que lo alegue, cuestión ésta de suma complejidad.
Podría pensarse en dos alternativas extremas: o exoneración de
toda responsabilidad por riesgos de desarrollo al agente, siempre, o
imputarle todas y cada una de las consecuencias de su actividad.
Bajo un sistema de responsabilidad por culpa, la cuestión sería
relativamente clara, en la medida en que el causante del daño no
haya podido razonablemente preverlo y por tanto quede probada
su diligencia. En un régimen subjetivo, la responsabilidad por
riesgos de desarrollo supondría que se aplicase el principio de
precaución, y por tanto, se acabase prescindiendo de la culpa.
Donde la cuestión parece tener pleno sentido es en los sistemas de
responsabilidad objetiva.
En un sistema de responsabilidad objetiva se responde por la
causación del daño más allá del cumplimiento de tales o cuales
deberes de precaución , es decir, se responde en ausencia de culpa,
lo que no siempre queda claro, como hemos visto, es si, además de
prescindir de la culpa, hay que hacerlo también de la imputación
objetiva , existencia del nexo causal. Lo que se trata de decidir ,
como dice SALVADOR CODERCH[14] es si acaecido el daño, el
innovador, que no había podido conocer por el estado de los
conocimientos científicos en ese momento, que podían ocasionar
riesgo, ha de responder simplemente por su condición de tal, es
decir, de innovador, porque es evidente que toda innovación puede
llegar a comportar riesgos hasta ese momento desconocidos,
supondría un coste añadido imputable al operador que innova por
razones de riesgo abstracto. Hay algunos casos en que la respuesta
debería ser afirmativa, en aquellas actividades cuyos riesgos son
siempre riesgos de desarrollo, como se pregunta el prf. JORDANO
FRAGA[15] en relación con la actividad de ingeniería genética :
“Porque ¿ cuáles son los daños ambientales que puede producir la
ingeniería genética que no son riesgos de desarrollo?”.
El antecedente en el Derecho comunitario está en la Directiva sobre
responsabilidad por daños causados por productos defectuosos,
que facultaba a los Estados miembros para permitir que los
industriales alegasen : “ que en el momento en que el producto fue
puesto en circulación, el estado de los conocimientos científicos y
técnicos no permitía descubrir la existencia del defecto”. La
Directiva 2004/35, de 21 de abril , de responsabilidad
medioambiental permite a los Estados miembros adoptar esta
cláusula ( la transposición en Alemania la deja como opción a la
legislación de los landers) en la trasposición a nuestro
ordenamiento jurídico de la misma, la LRM la incorpora , pero es
que no podría haber hecho otra cosa contando con que la reforma
de 1999, Ley 4/1999, de la Ley de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas, la había consagrado para la
responsabilidad patrimonial de la Administración en su art. 141.1 : “
…No serán indemnizables los daños que se deriven de hechos o
circunstancias que no se hubiesen podido prever o evitar según el
estado de los conocimientos de la ciencia o de la técnica existentes
en el momento de producción de aquéllos, todo ello sin perjuicio
de las prestaciones asistenciales o económicas que las leyes puedan
establecer para estos casos”. Siendo esto así, ¿ cómo no establecer
la cláusula también para los particulares, cuando la Directiva marco
lo permite?.
No obstante, la inclusión de la exoneración por riesgos de
desarrollo es una inclusión matizada, conviene recordar que sólo se
aplica a la responsabilidad por los costes de las medidas de
reparación, los costes de prevención quedarían implícitamente a
salvo.
El progreso técnico genera sus riesgos. Hay riesgos, como venimos
afirmando, que no son cognoscibles porque el estado de los
conocimientos técnicos y científicos no permiten detectarlos. Los
problemas de responsabilidad que se plantean son complejos, si el
causante no conocía, porque no podía saber ni él ni ningún otro
operador, que su actividad generaba un riesgo . En un régimen de
responsabilidad subjetiva, como ya hemos visto, sería posible
considerarlos como un mero accidente de un progreso técnico a
favor de la sociedad.
Cuando se responsabiliza a alguien que crea un riesgo, se le hace
responder por la creación de ese riesgo, suponiendo que el mismo
no pudiera haber sido conocido, es más, si los conocimientos que
existen en el momento revelan que tal riesgo no existe, no cabría
hacer la imputación al causante. El modelo de responsabilidad por
riesgo no sería operativo en el caso de los riesgos no cognoscibles.
Por tanto, sólo un sistema puro de responsabilidad objetiva volcado
en la reparación del daño injustamente sufrido , haría en esos casos
responsable al causante del daño.
Parece admitido que la responsabilidad por riesgos de desarrollo
incentivaría a los sujetos potencialmente responsables para que
dedicasen más recursos a investigación y desarrollo sobre los
nuevos problemas de daños al medio ambiente, se reduciría el
riesgo de que las industrias empleasen cualquier tipo de sustancias
pese a desconocer sus posibles efectos sobre las personas o el
medio. También la admisión de responsabilidad por riesgos de
desarrollo evitaría controversias sobre si pudo o no conocerse la
peligrosidad de determinada actividad o sustancia, y en qué
momento. Se ajustaría plenamente al principio de que “ quien
contamina paga” porque el causante del daño respondería por el
mero hecho de haberlo causado, y por supuesto, también al
principio de precaución, porque quien creó el riesgo de que el daño
se produjese debería haberse anticipado a este hecho.
En la otra parte de la balanza habría que considerar algunas
razonescontrarias a la admisión de responsabilidad por riesgos de
desarrollo. Es obvio que no todas las actividades posibles pueden
ser totalmente seguras, no reconocerlo sería muy poco realista,
como tampoco parece un objetivo realista conseguir un riesgo cero
mediante la investigación en seguridad. La cuestión más bien es
decidir cuánto riesgo se está dispuesto a asumir. La responsabilidad
por riesgos de desarrollo podría hacer que se paralizasen
actividades deseables socialmente. Hay actividades cuyos efectos
nos son desconocidos de acuerdo con el actual estado de
conocimientos científicos que son provechosas no sólo para quien
las lleva a cabo, sino también para la sociedad en su conjunto .
¿ Sería deseable por equitativo que sea la sociedad quien soporte
los riesgos de desarrollo?.
En todas estas consideraciones está latente la pregunta que se hace
ESTEVE PARDO[16] : ¿ para qué se protege la innovación?.
Tradicionalmente al desarrollo tecnológico se le han venido
reconociendo amplios márgenes de impunidad: era necesario para
la sociedad asumir y cargar con los riesgos del progreso técnico
para librarse de carencias y peligros naturales, se apuesta por el
riesgo y la incertidumbre ante la necesidad. Los daños había que
entenderlos como desafortunados accidentes necesarios para el
progreso material. Pero cada vez más, en las sociedades
desarrolladas, en un nivel como el actual de progreso tecnológico ,
los riesgos que genera el desarrollo técnico pierden su justificación
en la superación de graves peligros para la sociedad . Muchos de
esos daños, antes desafortunados accidentes en aras de una vida
mejor, se estima ahora, que podrían ser evitados simplemente no
realizando la actividad que los comporta o no realizándola si no se
está seguro, es decir, si no se tienen conocimientos fiables sobre los
riesgos que la actividad entraña.
Si los riesgos de desarrollo se producen en una actividad tendente a
conjurar un peligro o a reducir un riesgo de mayor entidad no
parece lógico que fueran imputables a quienes sin conocerlos, ni
poderlos conocer, los generó.
Pero cuando se traspasa el umbral de la superación de peligros, el
riesgo que se genera parece que debe ser asumido por el causante,
que además se beneficia del mismo, y no cabe alegar que no pudo
ser conocido por el estado de los conocimientos, porque podía
haberse evitado correr esos riesgos, no era necesario asumirlos.
Concluye el autor citado, que si se optase por exonerar al causante
de los riesgos no cognoscibles por la ciencia se estaría dando
cobertura a que la técnica acabe experimentando con las personas
y el medio ambiente. Se sabría entonces de la existencia de un
riesgo cuando ya se produjo el daño, como tal irreversible, y no
antes.

7. CONCLUSIONES
No parece que la regulación jurídica de los daños ambientales haya
sido una tarea fácil, ni en nuestro Derecho, ni en el Derecho
comunitario, porque si bien en el ámbito comunitario existió la
firme intención por parte de la Comisión de establecer un régimen
jurídico para los mismos, la diversidad de puntos de vista de los
distintos Estados e incluso la oposición de alguno de ellos, hasta el
año 2004 no culminó la adopción de un régimen comunitario de
responsabilidad por daños ambientales. En nuestro Derecho no
existía un sistema específico de protección mediante reglas de
responsabilidad de bienes “estrictamente ambientales” hasta que
se traspone la Directiva 2004/35 mediante la Ley 26/2007, de 23 de
octubre.
El propio mandato constitucional del art. 45 obliga a establecer un
sistema que conduzca a reparar el daño causado a los bienes
ambientales, independientemente de las sanciones administrativas
o penales que pudieran corresponder. Con el establecimiento de la
norma referida trata de hacerse efectivo dicho mandato, viniendo
supuestamente a remediar las deficiencias de las distintas normas
que trataron de desarrollarlo con diversa fortuna.
¿Resuelve la LRM los defectos de un sistema que tenía serios
problemas para garantizar la restauración del medio ambiente
dañado?.
El nuevo sistema de responsabilidad abarca la protección de daños
o amenazas de daños exclusivamente a recursos naturales o a las
funciones que desempeñan ( no a todos los daños sino a los que la
LRM define en su art. 2.1 como “daño medioambiental”: especies
silvestres y sus habitats, aguas, riberas del mar y rías y suelo). No
incluye los daños tradicionales a personas o a bienes de titularidad
privada, que es el objeto característico de la responsabilidad civil,
salvo que los daños a bienes privados se configuren como un daño
medioambiental.
La LRM se aleja de los patrones propios de la responsabilidad civil,
elementos tan significativos como el sujeto pasivo, es decir, la
víctima sobre la que se centra todo modelo de responsabilidad
objetiva para valorar si sobre ella recae o no el deber jurídico de
soportar el daño, está como tal ausente del sistema que se
configura. ¿ Quién es la víctima en el daño medioambiental? La
respuesta más lógica parece ser el “todos” del art. 45.1 C.E. , que
por tener derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado,
tienen derecho a la restauración total de los recursos naturales
dañados.
Sin duda, también una de las mayores novedades del nuevo
sistema de responsabilidad medioambiental es que se dirige no
sólo a reparar sino también a prevenir los daños al medio
ambiente, con lo que también se rompe el esquema tradicional de
la responsabilidad extracontractual en nuestro Derecho, en tanto
que la nota característica de la misma, tanto la de carácter civil,
como administrativo , se ha considerado siempre que radica en la
producción efectiva de un daño que debe ser objeto de reparación.
La LRM proclama que el sistema que instituye configura una
responsabilidad ilimitada, porque la obligación que asume el
operador responsable consiste en devolver los recursos naturales
dañados a su estado original. También la califica de responsabilidad
objetiva porque las obligaciones de actuación se imponen al
operador al margen de cualquier culpa , dolo o negligencia. Esto es
sin duda más discutible.
Lo que hace la LRM siguiendo a la Directiva que traspone es crear
un doble estatus, un doble tipo de responsabilidad, diversificando
dos categorías de operadores fundamentadas en el riesgo que sus
actuaciones comportan, los que realizan actividades de mayor
riesgo ( Anexo III LRM) están sujetos a un régimen de
responsabilidad objetiva, que como hemos visto tiene sus
matizaciones, pues al fundamentarse en la categoría “riesgo” en
ningún caso puede venir a constituir una responsabilidad objetiva
absoluta centrada sólo en el daño causado. En cambio a los
operadores que realicen actividades no contempladas en el Anexo
III no se les exige la adopción de medidas reparadoras , las medidas
de prevención y evitación son exigibles en todo caso, si no ha
mediado culpa, dolo o negligencia, por tanto la responsabilidad es
subjetiva atendiendo a la conducta de quien realiza la actividad.
Uno de las principales deficiencias del sistema anterior a la LRM
venía constituida por la dificultad de probar la relación de
causalidad entre la acción y la lesión causada , lo que provoca que
en muchos casos y por mucho que los Tribunales trataran de aplicar
una responsabilidad de carácter objetivo, las pretensiones de
responsabilidad por daños ambientales se desestimaran debido a la
falta de prueba del nexo causal entre la actividad y los daños. La
respuesta de la LRM al problema del nexo causal consiste en sentar
una presunción genérica de causalidad con la que se carga al
operador que
desarrolle alguna de las actividades enumeradas en el Anexo III, por
supuestoque la presunción puede ser destruida pero le
corresponde al operador presentar la prueba en contrario. Por
tanto una presunción de causalidad a las actividades con mayor
riesgo y una inversión de la carga de la prueba .
El sistema de responsabilidad objetiva, que la LRM dice instaurar
para quienes realicen las actividades del Anexo III, se ve claramente
atenuado y puesto a prueba por las exoneraciones que la propia
Ley establece. Si hay algunas cuya admisión es poco problemática,
como la de intervención de un tercero, pues implica la ruptura del
nexo causal, aunque tal vez hubiese sido deseable contemplar,
como suele hacer nuestra jurisprudencia, la posibilidad de
concurrencia en la producción del daño; hay otras cuya admisión es
más discutible, me refiero a los supuestos del ap. 2 del art. 14 : el
supuesto de que exista una autorización administrativa que parece
incluso contrario a una jurisprudencia asentada , que afirma que se
ha de responder aunque se obre al amparo de licencias o
autorizaciones.
Y el caso de los riesgos de desarrollo que, si bien con el
antecedente de la Ley de Régimen Jurídico de las Admones.
Públicas resulta poco menos que inevitable, pone a prueba la
objetividad del sistema, y lo pone a prueba precisamente por lo que
afirmamos más arriba, si el sistema se fundamenta en el riesgo, un
riesgo que no pudo ser conocido , cuya existencia se ignora dado el
estado de los conocimientos del momento en que se produce
difícilmente podría ser imputado al causante. El modelo de
responsabilidad por riesgo deja de ser operativo en el caso de
riesgos no cognoscibles, pero dado que algunos, caso de al
ingeniería genética, son fundamentalmente no cognoscibles, el
modelo para los mismos se debería orientar hacia una
responsabilidad objetiva absoluta.

NOTAS

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ambiente en Derecho público: última jurisprudencia y algunas
reflexiones de lege data y contra lege ferenda” en REDA núm. 107,
2000.
[2] LOZANO CUTANDA, B. :Administración y Legislación Ambiental,
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[3] ESTEVE PARDO, J: La Ley de responsabilidad Medioambiental.
Comentario sistemático. Madrid, 2008.
[4] JORDANO FRAGA, J: La protección del derecho a un
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[5] LOZANO CUTANDA, B. : La responsabilidad por daños
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responsabilidad de derecho público” que establece la Directiva
35/2004/CE. En Medio Ambiente y Derecho. Revista Electrónica de
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[6] RUDA GONZÁLEZ, A: El Daño ecológico puro .Pamplona , 2008.
[7] ESTEVE PARDO, J.: o.c.
[8] GOMIS CATALÁ, L: Responsabilidad por daños al medio
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[9] REYES LÓPEZ, M.J. (Coord.) : Derecho Ambiental español.
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[10] ESTEVE PARDO, J.: o.c.
[11] GOMIS CATALÁ, L. : o.c.
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[13] RUDA GONZÁLEZ, A. : o.c.
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Los riesgos de desarrollo en la responsabilidad del producto .
Madrid, 1999.
[15] JORDANO FRAGA, J: La responsabilidad por daños ambientales
en el derecho de la Unión Europea. : Análisis de la Directiva
2004/35, de 21 de abril, de Responsabilidad Medioambiental.
Medio Ambiente y Derecho. Revista electrónica de Derecho
Ambiental, ns. 12-13, 2005
[16] ESTEVE PARDO, J: Técnica, riesgo y Derecho. Tratamiento del
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BIBLIOGRAFÍA
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derecho público” que introduce la Directiva 2004/35/CE. Medio
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