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FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA (SIGLOS XIX y XX):


PANORÁMICA (MARX, NIETZSCHE Y ORTEGA).

1. INTRODUCCIÓN

La Filosofía Contemporánea surge a raíz de la Revolución Francesa y los inicios del siglo XIX, que marcan la caída del
Antiguo Régimen, y se caracteriza por estar traumáticamente fracturada o fragmentada en dos grandes bloques
antagónicos y a menudo hostiles entre sí: la Filosofía Analítica y la Filosofía Continental:

-a) Filosofía Analítica: intenta basarse estrechamente en la lógica formal y los hallazgos de las ciencias naturales,
y sus autores dicen representar los preciados valores de rigor lógico, claridad y objetividad propios de las ciencias.
Esta filosofía es fundamentalmente empirista; está representada en el siglo XIX por el positivismo y el utilitarismo,
y en el siglo XX por la filosofía del lenguaje y el neopositivismo.
-b) Filosofía Continental: da menos importancia a la lógica y las ciencias naturales, y se basa en las obras de
grandes autores (Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Freud). Esta filosofía puede ser racionalista (psicoanálisis),
constructivista (hegelianismo, marxismo, romanticismo, neokantismo, fenomenología) o escéptica-relativista
(Nietzsche, estructuralismo, postmodernismo). La Filosofía Continental no es unitaria, y dentro de ella hay muchas
corrientes diversas. Los filósofos analíticos suelen verla, en el mejor de los casos, como una rama de la literatura o
la poesía y, en el peor, como una forma de sofistería irracional oculta bajo un lenguaje oscuro y difícil.

Simplificando un poco, podríamos decir que la Filosofía Analítica es una filosofía de ciencias, y la Filosofía Continental
una filosofía de letras o humanidades. No obstante, en las dos últimas décadas ha surgido dentro de la Filosofía
Continental una nueva corriente o escuela, llamada Realismo Especulativo, que recupera el interés central por la lógica y
las ciencias naturales e incluso propone un acercamiento al positivismo, borrando la línea divisoria entre Filosofía
Analítica y Filosofía Continental.

2.SIGLO XIX.

En el contexto filosófico-cultural del siglo XIX, seguimos bajo la alargada sombra de Platón y Aristóteles, a los que se
añade la inmensa figura de Kant, padre del llamado “constructivismo”, que supone un intento de síntesis entre el
racionalismo (heredero de Platón) y el empirismo (heredero de Aristóteles), y asimismo pretende responder a los desafíos
del escepticismo (heredero de los sofistas). El constructivismo sostiene que el sujeto o el ser humano construye
activamente su mundo, imponiendo una serie de estructuras a priori sobre los datos de los sentidos; por tanto, conocemos
la realidad que nosotros mismos hemos construido previamente y que Kant llama fenoménica (lo que no implica que no
haya una realidad externa independiente de nosotros, la nouménica o Cosa-en-sí). Kant decía que nuestro conocimiento es
como una pequeña isla rodeada de niebla en mitad de un vasto océano; la isla es la realidad fenoménica, es decir, los
fenómenos (intuiciones y objetos empíricos) que percibimos; lo que está más allá de la niebla, es decir, el vasto océano,
es la realidad nouménica, que no conocemos ni llegaremos a conocer nunca.

Metáfora de la isla en la niebla de Kant


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Georg Wilhelm Friedrich Hegel

2.1. Constructivismo.

Dentro de las filosofías constructivistas herederas de Kant, destaca en primer lugar el Idealismo Alemán, iniciado por
Fichte y Schelling y culminado por Hegel (1770-1831). Hay que decir que se trata de un Idealismo Objetivo, el cual es
realista (es decir, no niega la existencia de una realidad exterior independiente del ser humano y cognoscible por éste), al
contrario del Idealismo Subjetivo defendido por Berkeley e incluso parcialmente por Kant (ya que éste considera que la
realidad-en-sí o nouménica es totalmente incognoscible). El Idealismo es una postura metafísica que defiende la primacía
del espíritu, la conciencia o las ideas sobre la materia (mientras que el Materialismo defiende lo contrario).

Hegel, filósofo ilustrado como Kant, introduce una nueva racionalidad, la de un Espíritu Absoluto que rebasa los límites
de la mera razón individua: es una racionalidad universal presente en el devenir histórico y que se despliega y desarrolla
mediante un proceso dialéctico, es decir, un proceso de luchas o contradicciones entre opuestos (conciencia/inconsciente,
libertad/esclavitud, razón/sinrazón, fenómeno/noúmeno, Ser/Nada, Dios/No-Dios, etc.); todos estos opuestos son aspectos
o caras inseparables de la misma moneda, y en última instancia se identifican entre sí. El Espíritu Absoluto no es un Dios
externo o trascendente al mundo, sino que forma parte del mundo y se despliega en la historia del universo y de la
humanidad: el Espíritu Absoluto es el mismo proceso histórico que lo integra todo, y la realidad se “racionaliza” o vuelve
cada vez más racional en ese devenir histórico. Por eso, sólo al final de la historia será posible el Conocimiento Absoluto,
cuando todo lo real sea racional (aunque el final de la historia no llegará nunca, dice Hegel). Contra el Idealismo
Transcendental kantiano, que aún mantenía la idea de una realidad-en-sí o nouménica incognoscible, Hegel defenderá un
Idealismo Absoluto: no hay más realidad que la del Espíritu Absoluto desplegado en la historia, de tal modo que el
Espíritu Absoluto es a la vez fenómeno y noúmeno. Aunque la filosofía de Hegel se define mejor como Constructivismo
Dialéctico que como Idealismo: el ser humano (como parte esencial y autoconsciente del Espíritu Absoluto) construye el
mundo y la realidad que conoce, y a su vez esta realidad construye y determina al propio ser humano.

Karl Marx

La filosofía de Hegel originó dos líneas de pensamiento: la derecha hegeliana (Göschel, Fischer) aceptó el estado
monárquico y burgués de Prusia como el fin de la historia y la plena racionalización de la realidad. Pero la izquierda
hegeliana (Feuerbach, Marx, Engels) se quedó con la parte dialéctica-revolucionaria, es decir, la idea del desarrollo
histórico como una lucha entre elementos opuestos, introduciendo una visión práctica de la filosofía (praxis
revolucionaria) como instrumento de liberación de la humanidad. Para Karl Marx (1818-1883), la filosofía tiene como
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misión liberar a la clase trabajadora de su explotación histórica en los distintos modos de producción (esclavismo,
feudalismo, capitalismo) y sacarla de su estado de alienación o embrutecimiento: “Los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de transformarlo” (Marx: Tesis sobre Feuerbach
–tesis 11–). Por influencia del positivismo, el materialismo histórico de Marx y Engels surgió con pretensiones de ser una
teoría científica sobre el devenir histórico, la base “científica” sobre la que guiar la “praxis” revolucionaria del
movimiento obrero y socialista. El marxismo, como teoría pretendidamente “científica”, asimiló la dialéctica hegeliana
pero desde una perspectiva no idealista sino materialista: no son las ideas o la conciencia de los pueblos lo que determina
el devenir histórico, sino que es la realidad material, entendida como infraestructura económica (modos y fuerzas de
producción) la que condiciona las ideas y explica los cambios sociales e históricos. A pesar de ello, el marxismo sigue
siendo una filosofía profundamente hegeliana, y puede considerarse como una forma de Constructivismo Dialéctico
Social: el ser humano (como parte esencial y autoconsciente de la Sociedad) construye colectivamente el mundo y la
realidad que conoce, y a su vez esta realidad lo construye y determina como ser humano.

El Romanticismo fue una reacción contra los ideales ilustrados y su exceso de confianza en la razón; lo irracional, el
sentimiento y la imaginación son vías de acceso a la realidad, algo que ya vimos en Rousseau y Hume. Los filósofos
románticos, en general, valoran la individualidad pero también el “espíritu del pueblo”, la tradición y el “culto al héroe”,
origen de los nacionalismos. Frente al último gran sistema metafísico de Hegel y más en sintonía con el irracionalismo
romántico, y también frente al positivismo dominante, Arthur Schopenhauer (1788-1860) “intuye” la existencia de una
“Voluntad” ciega, irracional, inconsciente e inabarcable detrás de todo fenómeno natural, de la vida y del pensamiento:
esa Voluntad es el noúmeno kantiano, que podemos conocer aunque sea parcialmente. En Schopenhauer se manifiesta la
desconfianza en la lógica, en la razón científica y en la racionalidad histórica hegeliana, en favor de las fuerzas
irracionales, el instinto, la intuición y la creatividad artística, que luego volveremos a encontrar en la filosofía vitalista de
Nietzsche. Ahora bien, Schopenhauer no es un escéptico como Nietzsche, y sigue creyendo en una verdad objetiva y
universal. Tuvo una notable influencia en Freud y en el surgimiento del psicoanálisis.

2.2. Empirismo.

Auguste Comte

Entre las filosofías empiristas (y, por tanto, de cuño aristotélico) del siglo XIX, destaca de modo sobresaliente el
Positivismo, consecuencia del enorme desarrollo de las ciencias físico-naturales. El gran desarrollo de las ciencias
durante los siglos XVIII y XIX dio lugar a la consideración de la Física como la única y auténtica Filosofía. El filósofo
francés Auguste Comte (1798-1857) afirmaba que su época había alcanzado el estadio positivo (o científico), estadio en
el que se habían superado definitivamente los otros dos estadios precedentes: el teológico (o religioso) y el metafísico (o
filosófico). La perspectiva positivista se impone y la observamos también en las ciencias sociales, dando lugar a la
psicología (ciencia de los hechos psíquicos) y la sociología (ciencia de los hechos sociales e históricos). El fisiólogo
Wilhelm Wundt crea en 1879 el primer departamento de Psicología Experimental, con la clara pretensión de convertir el
estudio del psiquismo humano en una ciencia de laboratorio, siguiendo el modelo de la Física. Incluso el marxismo, que
no es positivista ni empirista sino hegeliano y constructivista, pretende ser una teoría científica sobre la historia.

El utilitarismo inglés de Jeremy Bentham y John Stuart Mill es un positivismo moral, un intento de hacer una ciencia
exacta de la moral apoyándose en una “aritmética de los placeres” y en la utilidad práctica; su máxima es “lograr la mayor
cantidad de felicidad o bienestar para el mayor número posible de gente”. Toda realidad –social, histórica, conductual,
moral–, debe ajustarse a la exitosa metodología científica, exacta y cuantitativa, de la Física.
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2.3. Escepticismo o relativismo.

Friedrich Nietzsche

Finalmente, el historicismo y el vitalismo surgen como corrientes de pensamiento escépticas y relativistas, que reaccionan
contra los excesos positivistas. El vitalismo tiene a su mayor exponente en Nietzsche (1844-1900); éste consideró en un
principio a Schopenhauer como su “maestro”, pero acabó apartándose de él, pues Schopenhauer acabó “cubriendo de oro”
o ensalzando los valores de la compasión y del ascetismo como vía de salvación individual. Contra ese “ideal ascético”
propio de la cultura occidental se rebela la filosofía de Nietzsche, filosofía que ensalza los valores de la vida (vitalismo) y
critica los viejos y caducos valores de la tradición griega clásica y del cristianismo, cuya moral de hombres débiles y
enfermizos (moral de esclavos), basada en mentiras, supone una negación de la vida y de los instintos vitales (fuerza,
arrojo, orgullo, poder, dominio, sexo).

El “superhombre” o, mejor dicho, el “ultrahumano” nietzscheano, es el niño o la niña que ríe, baila, canta y juega, que
dice un sí rotundo a la vida y a las pasiones vitales, que invierte los valores y supera el “nihilismo”, la pérdida de
horizontes y valores y el vacío que deja la certeza de que Dios no existe (ha muerto). Sin duda, la obra de Darwin El
origen de las especies no sólo revolucionó la vieja imagen fijista y religiosa sobre el origen de la vida, sino que también
su idea de la lucha por la vida y la supervivencia de los más aptos, verdadera ley natural, estuvo presente en Nietzsche y
en los posteriores “extrapoladores” de la ley natural a la economía y la vida social (los “darwinistas sociales” como
Herbert Spencer).

2.4. Racionalismo.

Sigmund Freud

La principal filosofía racionalista (y, por tanto, de cuño platónico) del siglo XIX, y también de los siglos XX y XXI, es el
psicoanálisis, creado por Sigmund Freud (1856-1939). Freud, igual que Platón, defiende un dualismo mente/cuerpo en
el que la mente tiene sus propias leyes distintas a las de la biología (aunque Freud es ateo y piensa que la mente no
sobrevive a la muerte del cuerpo, al cual necesita para poder existir). Freud también propone una división tripartita de la
psique basada estrechamente en la división platónica del alma: Ego o Yo (alma racional), Id o Ello (alma concupiscible) y
Superego o Superyó (alma irascible); asimismo da una gran importancia a los instintos y pulsiones innatos e
inconscientes, que determinan el comportamiento humano.
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El filósofo Paul Ricoeur ha denominado a Freud, junto con Marx y Nietzsche, como los “maestros de la sospecha”,
grandes desmitificadores de la cultura moderna, pues desenmascaran las falsedades que ocultan los ideales y valores
ilustrados de racionalidad: Marx “descubre”, tras las manifestaciones culturales e ideológicas (superestructura), leyes
coyunturales inexorables vinculadas a los modos de producción (infraestructura) vigentes; Freud, en su teoría
psicoanalítica, observa que detrás de todo comportamiento humano se ocultan poderosas determinaciones inconscientes; y
Nietzsche ve que la religión, la moral, la filosofía y la ciencia occidentales son una falsificación, producto de un sistema
de valores creado por espíritus débiles, decadentes y resentidos con la vida.

Marx, Nietzsche y Freud han sido los pensadores más influyentes del siglo XX, junto con los científicos Darwin y
Einstein. Y todavía hoy, en el año 2019, su influencia en nuestro pensamiento y nuestra visión del mundo continúa
siendo inmensa, no sólo entre filósofos profesionales sino también entre la gente de a pie.

3. SIGLO XX.

Niños judíos prisioneros en Auschwitz (1943). Hanna Arendt (1906-1975).

El siglo XX es el siglo de los grandes progresos científicos y tecnológicos, pero también de la barbarie y la irracionalidad
de las dos grandes guerras, de los totalitarismos nazi y estalinista, de la “banalización del mal” (idea de la filósofa
existencialista Hanna Arendt), de los dos bloques con sistemas antagónicos (capitalismo y comunismo). Y, finalmente,
es el siglo del triunfo del modelo capitalista suavizado por la socialdemocracia y los Estados del bienestar, y del arte de
masas y los “mass media”, protagonistas de la última gran revolución, la de las tecnologías de la información y
comunicación, fuente infinita de información y de manipulación (caverna platónica del siglo XXI), que ha hecho del
planeta una “aldea global” en la que, sin embargo, son inevitables las enormes diferencias entre países ricos y pobres y el
deterioro progresivo del medio ambiente.

Asimismo, una nueva revolución científica ha cuestionado los principios básicos de la sólida física newtoniana, y ha
abierto las puertas a una nueva y difícilmente comprensible visión del universo: la Teoría de la Relatividad de Einstein y
la Mecánica Cuántica ofrecen una visión muy diferente y extraña del espacio, el tiempo, la materia y la energía.

Es casi imposible resumir en unas líneas las distintas líneas de pensamiento de este siglo. Destacamos las siguientes:

3.1. Empirismo.

Siguiendo el espíritu positivista de finales del siglo XIX surgen en primer lugar los filósofos del lenguaje, la llamada
“Filosofía Analítica” (Moore, Russell, Wittgenstein), que dio lugar poco después al “neopositivismo” o “positivismo
lógico” del Círculo de Viena. Desde un empirismo riguroso, consideraron que la mayoría de los problemas de la filosofía
eran “falsos problemas”, originados por un mal uso del lenguaje y carentes de significado (“esencia”, “alma” o “Dios”
eran falsos conceptos o “pseudo-conceptos”). Los filósofos del lenguaje y los neopositivistas propusieron como objeto
único de la filosofía el análisis del lenguaje, bien para conseguir un “lenguaje científico riguroso y perfecto” base de toda
ciencia, lo que favoreció el desarrollo de la lógica formal, o bien para depurarlo de errores. El principal representante de
esta corriente fue Ludwig Wittgenstein, en el que destaca una primera etapa más positivista (con la creación de un
“lenguaje lógico perfecto” en su obra Tractatus logico-philosophicus), y otra menos formalista o logicista (con el análisis
de los “usos del lenguaje”, para evitar las “trampas” o falacias de pensamiento a las que puede conducir un mal uso del
lenguaje).
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A partir de la segunda mitad del siglo XX, u7el positivismo ha seguido desarrollándose y evolucionando hasta convertirse
en una potente escuela filosófica, sobre todo en los países anglosajones. Tras la Segunda Guerra Mundial, los positivistas
defienden que la ciencia físico-natural es, junto con las matemáticas, la forma más avanzada de conocimiento, y que la
filosofía debe tener como misión ayudar a los científicos a clarificar conceptos e ideas, realizar grandes síntesis de los
distintos campos del conocimiento científico, e impulsar el progreso científico-tecnológico y ético de la humanidad.

3.2. Constructivismo.

Dentro del Constructivismo heredero de Kant, encontramos varias corrientes o escuelas filosóficas en el siglo XX:

a) Fenomenología y corrientes ligadas a ella, como el Existencialismo y la Hermenéutica. La fenomenología surge en


el contexto de la crisis de la ciencia de finales del siglo XIX, que dio lugar al irracionalismo vitalista (en la línea de
Nietzsche, que niega la objetividad y la “verdad” de las ciencias). Edmund Husserl pretendía crear una “filosofía
científica de la vida” analizando los fenómenos de conciencia de una forma objetiva, utilizando el método de Descartes, y
descubriendo las “esencias” de las cosas (los “noúmenos” o cosas-en-sí). El método fenomenológico será aplicado al
análisis de la “esencia del ser humano” por filósofos como Martin Heidegger o Jean Paul Sartre. Para Sartre, el ser
humano es una criatura “arrojada a una existencia” que no ha elegido y, dado su carácter de ser inteligente y consciente,
está “condenado a elegir”. La vida es un absurdo y un sinsentido, y la libertad una condena que nos provoca angustia y
sufrimiento.

b) Neomarxismo o “marxismo occidental”: Escuela de Frankfurt. En Frankfurt, como consecuencia de la revisión


crítica de las tesis marxistas y las nuevas aportaciones de Freud, Max Horkheimer fundó en 1924 el “Instituto de
investigaciones sociológicas” junto a distinguidos pensadores como Theodor Adorno, Herbert Marcuse o Walter
Benjamin (muchos de ellos judíos). En su llamada “teoría crítica” defendieron una “dialéctica negativa” (frente a la
positiva y superadora de Hegel): la historia tiende a justificarse y presentarse como racional, pero está llena de injusticias
e irracionalidad. El exceso de positivismo del mundo contemporáneo ha favorecido el desarrollo de una “razón
instrumental” con fines económico-políticos, que nos ha conducido a la “cosificación” de la naturaleza y del hombre y a
la destrucción del medio natural. Por eso, la actitud de la filosofía debe ser la de una constante crítica encaminada a
acciones socio-políticas (praxis) al servicio de la emancipación humana. La “teoría de la acción comunicativa” de Jürgen
Habermas, último filósofo de la Escuela de Frankfurt, parte de unos planteamientos menos pesimistas para alcanzar esa
emancipación: se trata de volver cada vez más razonable a la humanidad en su conjunto, sumando a la “razón
instrumental” dominante una “razón dialógica o comunicativa”, dirigida al entendimiento entre los distintos pueblos,
culturas e individuos en pos de unos valores éticos comunes.

c) En cuanto a la filosofía española, cabe destacar dos grandes pensadores, muy influidos por el existencialismo y el
vitalismo: Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. La obra de Unamuno estuvo marcada por un profundo
problema existencial: el “sentimiento trágico de la vida” provocado por la contradicción entre la racionalidad, que no
puede concebir la idea de un alma inmortal, y la voluntad humana que anhela una vida eterna. En cuanto a Ortega y
Gasset, desde la propuesta que él llamó “raciovitalista”, rechazó los planteamientos antagónicos del realismo y el
idealismo como visiones incompletas de la realidad: conciencia y mundo son inseparables, y la vida es la “realidad
radical” donde “el yo” de cada individuo coexiste con la realidad natural, social e histórica que le ha tocado vivir y que
forma parte inseparable de su propio ser: yo soy yo y mis circunstancias. Crítico de todo planteamiento extremista, como
el dogmatismo y el escepticismo, consideró la verdad como una suma de perspectivas, pero sin caer en el puro
subjetivismo. Defensor del regeneracionismo y de la apertura de España a Europa, de la unidad europea y de la
democracia liberal, criticó los nacionalismos como reductos de la barbarie primitiva, así como cualquier posición política
radical: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser
un imbécil” (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas).

3.3. Escepticismo o relativismo.

Entre las filosofías escépticas o relativistas del siglo XX, debemos destacar dos:

-a) Estructuralismo (Claude Lévi-Strauss, Michel Foucault): esta corriente se desarrolló principalmente en Francia en
los años 1950-60, influida por la obra de Nietzsche y, en menor medida, de Marx y Freud. Defendía que el ser humano no
es libre ni racional, puesto que su comportamiento y pensamiento están determinados por estructuras ideológicas y
culturales que los envuelven. Esas estructuras también determinan los conocimientos que se tienen en cada época
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histórica y en cada cultura y sociedad, de manera que la ciencia, la filosofía, la moral, la política, etc. no son
conocimientos objetivos ni universales, sino que dependen siempre de su contexto estructural, social e histórico.

-b) Postmodernismo (Jacques Derrida, François Lyotard, Gianni Vattimo, Judith Butler): se trata de un amplio y
heterogéneo movimiento filosófico, cultural y artístico, que supone una radicalización de los postulados del
estructuralismo. Para la filosofía postmoderna, la naturaleza humana no existe sino que es básicamente un constructo
social. La propia realidad no existe con independencia de los sujetos humanos que la crean, y el principal medio de
construcción de la realidad es el lenguaje o discurso (constructivismo radical, frente al constructivismo moderado de Kant
y el constructivismo realista de Hegel). Al final, toda la realidad se reduce básicamente a lenguaje, texto o discurso.

La filosofía postmoderna hace hincapié en el final de los “grandes relatos”, es decir, las grandes cosmovisiones o sistemas
de pensamiento (racionalismo, empirismo, marxismo, positivismo, etc.), que pretenden conocer o interpretar la realidad
en términos absolutos. Muchos consideran a Nietzsche como el primer gran postmoderno, crítico de todos los “grandes
relatos” de la cultura occidental, y defensor del perspectivismo como única vía válida de acceso a la verdad. Entre los
pensadores postmodernos de la segunda mitad del siglo XX, Derrida toma de Heidegger el concepto de
“deconstrucción,” para referirse a la disolución del sentido que tradicionalmente se veía detrás de los textos literarios y
filosóficos; Derrida afirma que, cuando “deconstruimos” un texto, es imposible encontrar un sentido único o válido, sino
que las lecturas y referencias posibles son infinitas. En esta línea, los postmodernos niegan la racionalidad plena de los
discursos, teorías y producciones humanas: éstas se disuelven en innumerables elementos difícilmente racionalizables.
Vattimo, siguiendo a Nietzsche, afirma que no hay hechos, sino interpretaciones. El pensamiento postmoderno, dice
Vattimo, es un pensamiento “débil”: no hay una lógica aplastante en ninguna teoría moral, política, filosófica, etc., por lo
que el “pensamiento débil” es un pensamiento anárquico y sin fundamentos, pero precisamente por ello es pacifista,
abierto y tolerante, y rechaza todos los dogmatismos y sus consecuencias (fanatismos, violencia, guerras).

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