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Avance 1

Daniel Esteban Quiroz


Curso: Formación científica y enseñanza de las ciencias
Profesor: Helbert Velilla
Fecha: 27/09/15

La discusión sobre el relativismo en la enseñanza de las ciencias

1. Introducción.

En la formulación del problema había intentado mostrar la necesidad y la importancia de


poner sobre la mesa la cuestión del relativismo según el Programa Fuerte de la sociología del
conocimiento científico. Según había mostrado, este concepto es el que muestra de manera más
explícita la relación entre ciencia y sociedad y la necesidad de abordar dicha relación ya que,
según la sociología del conocimiento los procesos de cambio en la ciencia e incluso los
contenidos que se muestran como racionales, neutrales y absolutos, son determinados
socialmente y relativos a comunidades y contextos específicos. La ligazón entre ciencia y
sociedad, al menos desde esta perspectiva, es innegable.
Además, había puesto en contexto el problema con relación a la formación científica y la
enseñanza de las ciencias. La ciencia es un fenómeno social, según Olivé (2007) siguiendo a
Kuhn, “primero, porque tiene esa estructura comunitaria, y segundo, porque su desarrollo no se
da al margen de la sociedad más amplia en cuyo seno se despliegan las comunidades
científicas”. Estas comunidades tienen unos valores que defienden y transmiten a través de la
formación de sus nuevos miembros lo que, según Kuhn, constituye un “dogmatismo de la ciencia
madura” que, en cierta medida, dificulta la comunicación entre distintas comunidades y, aún más,
la comunicación de la ciencia hacia la sociedad en general.
Por otra parte, al menos en América Latina, este dogmatismo se ve reflejado en la
enseñanza de las ciencias en el sentido de que este proceso es llevado a cabo de manera
meramente operativa e instrumental, con base en una concepción de la ciencia que no tiene en
cuenta las concepciones de la sociología del conocimiento científico acerca de la relación de
aquélla con la sociedad. En este contexto aún se piensa en la ciencia como algo racional, exacto y
que da cuenta de la realidad de forma literal y absoluta, sin ninguna mediación social
(Quintanilla, 2003). Esto tiene consecuencias tanto para la ciencia misma como para la sociedad
que es afectada por ella, pues ésta no tiene la posibilidad de enterarse al menos someramente de
los avances de la ciencia y mucho menos de participar y decidir sobre éstos en la medida en que
la afecta. Como consecuencia de ello, según Olivé (2007):

Dada la complejidad del fenómeno científico y tecnológico a principios del siglo XXI,
la conclusión que podemos obtener con ayuda de las enseñanzas de la filosofía de la
ciencia es que la sociedad está urgida de una enorme cantidad de científicos y
tecnólogos conscientes de la responsabilidad social de su trabajo y del efecto social y
cultural de sus productos. También debemos aceptar que ya no nos podemos dar el lujo
de posponer la formación de profesores de ciencias, de comunicadores y de
especialistas en gestión y en políticas científicas, al más alto nivel, que tengan una
sólida formación en el análisis básico de la ciencia y la tecnología, el que ofrece la
filosofía de la ciencia.

Como dijimos, la discusión sobre el relativismo puede llegar a ser un aporte fundamental en
la formación de esta nueva clase de profesionales conscientes de la relación entre ciencia y
sociedad. Uno de los pasos que me propuse en la elaboración de este trabajo fue la descripción
sucinta de la tesis relativista en la sociología del conocimiento. Este avance tiene como propósito
elaborar este punto; además, deberé mostrar también la crítica a esta concepción, puesto que,
ciertamente, hablar de relativismo es mover las bases epistemológicas de las visiones más
tradicionales sobre la ciencia. Así pues, en qué consiste el relativismo según el Programa Fuerte1
de David Bloor y Barry Barnes, cuál es la crítica que se le ha hecho y cómo responden aquéllos a
ésta, es lo que pasaré a describir a continuación.

2. Relativismo contra racionalismo.

Las distintas sociologías del conocimiento, a partir del SP, manejan una tesis relativista;
cada autor le da un matiz distinto y le pone ciertos límites. Sin embargo, en sus puntos básicos,
consiste en lo siguiente:

1
A partir de aquí lo mencionaré como SP (strong programme).
Se niega que existan criterios absolutos y fundacionales que garanticen la verdad
o la racionalidad. Aunque los juicios y decisiones de los científicos se reclamen
racionales y sus afirmaciones pretendan ser verdaderas, tanto la noción de
verdad como las de progreso y racionalidad son revisables y relativas
comunidades, épocas y contextos concretos. También las normas y valores que
guían la actividad científica son cambiantes y relativos, pues son producto de
procesos sociales dentro de la comunidad científica así, la producción, el
desarrollo y el cambio del conocimiento científico no son procesos autónomos ni
objetivos, sino resultado de negociaciones y procesos de interacción social entre
científicos. Lo que se entienda por ciencia, su validez y aceptabilidad, al igual
que los métodos utilizados, son cuestiones relativas. Este es el principio de
Relativismo (González & Sánchez, 1988).

Entre otras cosas, esta es la consecuencia de la orientación que toma el estudio de la


sociología del conocimiento científico, pues pretende investigar las causas sociales de todas las
creencias, sean éstas verdaderas o falsas; no es gratuito que Bloor (1998) haga la siguiente
definición: “para el sociólogo el conocimiento es cualquier cosa que la gente tome como
conocimiento”. Si es cualquier cosa que se tome como conocimiento, necesariamente debe haber
un elemento convencional. Las creencias producto de la actividad científica no se salvan de caber
en este conjunto: sus valores, conceptos y paradigmas tienen una determinación social e histórica,
y no hay nada que pueda ser totalmente abstraído de las cuestiones sociales, puesto que,
finalmente, la ciencia es una actividad hecha por seres humanos de carne y hueso.
El SP, al menos desde la perspectiva de Bloor, pretende encontrar “lazos causales
conectando las formas de control social de una sociedad, sus usos de la naturaleza, su
conocimiento científico y las actividades y acciones de los científicos individuales” (González &
Sánchez, 1988). La búsqueda de estos lazos se basa en tres principios, los cuales caracterizan
normalmente a una doctrina relativista: 1) las creencias sobre un determinado tema varían; 2) la
respuesta a cuál de esas creencias pertenece a un contexto depende de las circunstancias o
personas; 3) principio de simetría o equivalencia: todas las creencias son o igualmente verdaderas
o igualmente falsas (Bloor & Barnes, 1997). Sin embargo, se hace necesaria una corrección del
tercer principio, pues cae en los siguientes problemas: si todas las creencias son igualmente
verdaderas, ¿cómo confrontar aquéllas que son diametralmente opuestas? ¿Cómo probar que una
u otra son correctas? Por otro lado, si todas las creencias son igualmente falsas, la reflexividad de
la sociología del conocimiento (Bloor, 1999) haría de esta perspectiva una autocancelación de sí
misma. Así, Bloor y Barnes (1997) hacen la siguiente corrección del principio de simetría:
Nuestro postulado de equivalencia, por el contrario, consiste en sostener que todas las
creencias están a la par en lo que respecta a las causas de su credibilidad. No es que
todas las creencias sean igualmente verdaderas o falsas, sino que, independientemente
de su verdad o falsedad, el hecho de su credibilidad debe verse como igualmente
problemático.

La pregunta fundamental de la sociología del conocimiento, y de la cual derivan las demás,


podría formularse de la siguiente manera: ¿qué hace que las personas crean lo que creen? Y esto
también abarca a la ciencia: ¿por qué ésta afirma lo que afirma y se le considera como cierto,
racional, universal y necesario?
Las causas de las creencias de la ciencia, según el SP, son de diversa índole: empíricas,
operativas, pragmáticas, etc., pero tienen en su base cuestiones sociales. Finalmente, las causas
sociales de las creencias científicas tienen que ver, fundamentalmente, con “intereses” (González
& Sánchez, 1988).
Estos se clasifican en dos grandes grupos: los intereses instrumentales y los ideológicos.
Estos últimos se subdividen en tres: los profesionales, los comunitarios y los sociales generales.
Paso a describir cada uno de ellos.
“Los intereses instrumentales se centran en la predicción, manipulación y control del
medio y, en gran medida, se les puede considerar primarios, pues el conocimiento es adaptativo
y está orientado a la supervivencia y subsistencia” (González & Sánchez, 1988). Este primer
grupo de intereses incluye los esfuerzos de la ciencia por elaborar leyes universales que den
cuenta de los fenómenos que estudia; la búsqueda de regularidad, predicción y posibilidad de
manipulación es algo que guía de manera fundamental la actividad científica y es un criterio
básico para la aceptación de las teorías científicas.
Estos intereses son explícitos, conocidos y aceptados por los científicos. No obstante, los
intereses que influyen más en la aceptación de teorías y que, sin embargo, permanecen implícitos
u ocultos son los ideológicos. “Y aunque intervienen también en la generación de creencias, su
papel es más fundamental en su evaluación y aceptación, así como en las controversias y en la
producción de consenso…” (González & Sánchez, 1988). El conjunto de intereses profesionales,
comunitarios y sociales generales se encarga de dirimir ciertas polémicas en la ciencia, ya que,
como han mostrado Bloor y Barnes (1997) con algunos ejemplos como el de la disputa entre
Priestly y Lavoisier sobre la combustión, los hechos como tal pueden no ser suficientes para
resolver una disputa en ciencia, pues desde la perspectiva de las partes confrontadas, ese mismo
hecho puede “confirmar” la postura propia de cada uno. En este punto puede haber influencia de
aspectos políticos, morales y hasta religiosos, como en la postura escéptica de Bateson acerca de
la teoría genética de la herencia (Bloor, 1999).
Los intereses profesionales tienen que ver con la dinámica social dentro de las mismas
comunidades científicas; estos intereses en especial serán de mucha importancia para el
desarrollo de mi trabajo ya que tienen que ver directamente con la formación científica y la
enseñanza de las ciencias, pues es a través de este proceso como “los científicos no sólo
aprenden cómo comportarse dentro de la comunidad, sino que adquieren también habilidades
especializadas y asumen como garantizadas ciertas creencias y normas de acción y evaluación,
ignorando otras o dejándolas en un segundo plano” (González & Sánchez, 1988). A partir de las
creencias y normas que se asumen en una comunidad científica, ésta adquirirá criterios para
analizar las evidencias, interpretar los fenómenos y tomar posturas en las distintas controversias
que se den o dentro de la comunidad o entre grupos distintos.
Los intereses comunitarios tienen que ver con la relación entre comunidades científicas y el
contexto cultural en general; se relacionan con el reconocimiento social y el prestigio que
adquieren dentro de la sociedad como tal, lo cual se traduce fundamentalmente en mecanismos de
control, normas de presentación de resultados, financiamiento mayor o menor, entre otros;
“pueden entenderse, en cierto sentido, como generalizaciones de los intereses profesionales”
(González & Sánchez, 1988).
Finalmente, los intereses sociales generales funcionan a un nivel macro, pues a diferencia
de los anteriores, en donde quienes actúan e influyen son los científicos, en este contexto quien
actúa e influye es la sociedad en general a través de intereses económicos, políticos e ideológicos
(González & Sánchez, 1988). Son éstos quienes determinan en mayor medida la persuasión que
otorga cierta ventaja a una postura específica en las controversias de la ciencia; en la mayoría de
los casos, esto se da en la medida en que favorece ciertas posturas políticas de control y
manipulación social. “Así, ciertas creencias científicas, leyes o sistemas de clasificación pueden
ser evaluados favorablemente y mantenidos por su utilidad para el control, la manipulación y la
persuasión social” (González & Sánchez, 1988).
Estas son, a grandes rasgos, las consideraciones que hace el SP con relación a las creencias
científicas sobre la base del principio de relativismo. Sin embargo, esto no está en absoluto
exento de críticas. “El mundo académico abomina por completo del relativismo. Los críticos no
dudan en describirlo con palabras como ‘pernicioso’, o en utilizar la imagen de una ‘marea
amenazadora’” (Bloor & Barnes, 1997). La peligrosidad que se le atribuye a la tesis relativista
tiene su razón de ser. En efecto, pensar que todo el conocimiento está determinado socialmente
implicaría hacer temblar los cimientos del concepto mismo de verdad, que es finalmente lo que
busca la ciencia al estudiar la naturaleza: descubrir verdades acerca de ella, las cuales deben ser
independientes de la dinámica social del ser humano para que, sobre ellas, se puedan hacer
predicciones y manipulaciones de tal naturaleza.
Quizás la crítica más importante que se le hace al relativismo tiene que ver con su principio
de simetría, el cual establece que todas las creencias deben ser explicadas de la misma manera,
sean éstas verdaderas o falsas. Según los “racionalistas”, como los llaman Bloor y Barnes (1997),
las únicas creencias que pueden ser explicadas desde una perspectiva sociológica son las
creencias falsas, pues una vez se ha llegado a la verdad sobre algo, ésta se explica a partir de
principios inmanentes a la verdad; el error puede ser producido por diversas causas sociales:
prejuicios defendidos radicalmente, cuestiones políticas, etc.; pero lo verdadero se explica a sí
mismo, pues se supone que al ser así es universal y necesario, lo cual hace que se desligue de
intereses ideológicos. “Así, la sociología del conocimiento queda reducida a una sociología del
error” (Bloor, 1999).
Ante esto, Bloor y Barnes (1997) ponen el siguiente ejemplo: existen dos tribus que,
aunque primitivas, son muy diferentes en sus creencias. Si un miembro de una tribu se enfrenta
con las creencias de la otra, éste preferirá las de su propio grupo y, además, tendrá todo un
aparato de criterios localmente aceptados para justificar su preferencia. El relativista no rechaza
el hecho de que se tengan preferencias en las creencias y que, ante éstas, se utilice la etiqueta de
verdadero o falso, racional o irracional, lo que sucede es que “reconoce que sus justificaciones se
detendrán en algún principio o supuesta cuestión de hecho que sólo tiene credibilidad local. La
única alternativa es que las justificaciones comenzarán a convertirse en circulares y a suponer
lo que intentan justificar” (Bloor & Barnes, 1997). Es decir, cuando se piden justificaciones ante
las creencias verdaderas, necesariamente se llegará a un punto sin salida, en cuyo momento se
tendrá que suponer lo que se quiere demostrar. Así, las creencias verdaderas también tienen,
según el relativismo, una influencia social.
Han quedado algunos puntos pendientes y hace falta profundizar lo ya esbozado. Sin
embargo, espero con esto haber puesto sobre la mesa los puntos fundamentales del tema básico
de mi trabajo.

3. Bibliografía.

- Bloor, D. (1999). Conocimiento e imaginario social. Barcelona: Gedisa.

- Barnes, B. & Bloor, D. (1997). Relativismo, racionalismo y sociología del conocimiento. En:
González, M.I. López, J.A y Luján, J.L. (Eds.), Ciencia, tecnología y sociedad. Barcelona: Ariel.

- González de la Fe, T. & Sánchez, J. (1988). Las sociologías del conocimiento científico. Revista
española de investigaciones sociológicas, 43, Universidad de La Laguna, pp. 75-124.

- Olivé, L. (2007). La ciencia y la tecnología en la sociedad del conocimiento. México D.F.:


Fondo de Cultura Económica.

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