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Ser un verdadero líder implica mirar primero hacia dentro, para luego mirar hacia fuera. Se
trata de revisarse a uno mismo. El comportamiento es un indicador fiable del impacto que se
genera en el entorno, y, precisamente, en la conducta es donde se ven reflejadas las creencias
y valores de las personas. Daniel Goleman ya apuntaba en 1996 en su libro Inteligencia
emocional como entre los factores determinantes del éxito también se encuentran habilidades
como la empatía, la autorregulación, la perseverancia, el entusiasmo o la capacidad para
motivarse. Son muchos los expertos que avalan que en el camino hacia el logro de las metas, la
capacidad de gestionar las emociones propias y externas es esencial.
La importancia de la comunicación
Una actitud negativa o indiferente puede esconder una necesidad, un malentendido e incluso
una oportunidad. El líder debe estar dispuesto a hablar, a preguntar y a crear espacios donde
el resto de profesionales puedan plantear sus dudas e inquietudes sin que esto suponga
ningún tipo de problema. La comunicación no solo ayuda a generar confianza, también sirve
como vehículo para estrechar vínculos entre los miembros de un equipo. Por supuesto, el uso
del lenguaje es clave en este sentido. No solo se trata de adaptar el discurso a los diferentes
interlocutores, los espacios y los canales también importan. Por ejemplo, no tiene el mismo
efecto comunicar una mala noticia por correo electrónico que hacerlo de forma presencial en
un entorno tranquilo. Este tipo de comportamientos y actitudes en línea con un liderazgo
efectivo esconden detrás valores como el respeto por los demás, la confianza, la empatía y la
responsabilidad.
Todas las organizaciones aspiran a ser excepcionales, pero si los profesionales que forman
parte de ellas no están motivados, no son felices y no están comprometidos, difícilmente
ofrecerán un servicio que esté a la altura de estas expectativas. Los líderes son personas
capaces de llevar las ideas y los sueños a la realidad, pero solo pueden conseguirlo con la
ayuda de los demás. Por tanto, recaerá en su figura la responsabilidad de motivar, inspirar y
encender el motor del equipo. Solo cuando un profesional sea entusiasta y apasionado y actúe
de acuerdo a valores como la honestidad, la justicia y la integridad, será capaz de contagiar su
emoción al resto.
La etiqueta de líder no se gana con el mero ejercicio de un cargo. El liderazgo se mide a partir
de las metas que se fijan, las razones que las motivan y el camino que se elige para alcanzarlas.
Un individuo con mucha influencia pero con soluciones erróneas, no será realmente un líder,
en la medida que no conseguirá inspirar y transmitir su entusiasmo al resto de forma real y
efectiva. Por otro lado, un trabajador con unas responsabilidades limitadas pero que destaque
ante el resto por sus valores estará construyendo una carrera exitosa basada en un verdadero
liderazgo. Todos los profesionales tienen algún tipo de influencia en los demás y los valores no
solo alimentan el liderazgo, también el desarrollo profesional.