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Bensayag Schmit.
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Juego de palabras entre le savoir (el saber) y lega á voir (el eso a ver) [N. del T.j.
todo de aquel que la porta. En la clínica de la tristeza social, en la clínica psi, el proyecto de
escucha y de ayuda debe pasar por un trabajo previo sobre uno mismo cuyo propósito es
no ver en la persona una etiqueta. Pero eso no es en absoluto suficiente, hay que ir más
allá y ayudar al otro, al individuo o a la familia, a despegarse de esa etiqueta con la que a
menudo se identifica y que a veces asimila a un modo de estar en el mundo.
Etiqueta y determinismo.
Comprendemos ahora que verse revestido de una etiqueta equivale a ser encerrado en una
suerte de destino determinado. Uno se encuentra, a pesar suyo, en una configuración de
determinismo social o individual: nuestros deseos, nuestro devenir y lo que podemos
esperar y construir en nuestras vidas forman parte de un saber y de una estadística
preestablecidos, que nos exilian de nuestra propia incertidumbre, condición de la libertad
de todo ser humano o grupo social
Este determinismo social, del que la consulta psicológica participa a menudo, forma parte
de la visibilidad de nuestra historia hecha pública. La visibilidad comparte esa idea de
determinismo y de fatalismo. Al mismo tiempo, el determinismo significa claramente una
violencia muy fuerte ejercida contra la gen» te arrojada por el etiquetamiento al campo de
lo visible. Se verifica, efectivamente, que el saber y el eso a ver sobre una persona son
finalmente compartidos y aceptados por esa persona que es objeto de la mirada y del saber.
Explícitamente o no, esa persona sabe que la sociedad espera de ella una identificación
con su etiqueta, pero no de manera recalcitrante porque entonces no podrían ayudarla.
Frente al etiquetamiento y al saber normalizador, el único medio de resistencia para aquel
que quiere existir como persona implica muy a menudo una violencia sintomática hacia los
otros, hacia su propio medio y hacia sí mismo.
Pero la historia muestra que es sobre todo la acción colectiva lo que permite escapar al
determinismo de la etiqueta. Esto es claro para las diversas minorías sociales que han
cambiado de lugar en el dispositivo de la norma social por medio del juego de la resistencia-
construcción. Es por ejemplo el caso de las comunidades homosexuales objeto del discurso
y de la mirada, objeto de represión y de tratamiento (para su bien...), objeto de tentativas
de exterminio, los grupos homosexuales figuraban entre esos visibles. Cuando alguien era
identificado como homosexual, esa etiqueta lo volvía visible, era clasificado en referencia a
la mirada normal; sus actos eran interpretados como síntomas y esos síntomas instalaban
a la persona en una unidimensionalidad patológica que permitía tener un saber sobre ella
y sobre su destino. Y lejos de buscar establecer un saber compartido con la persona en
cuestión, la etiqueta la invalida como sujeto del discurso: hay quienes saben en lugar de
ella.
Esta es la lógica que los homosexuales consiguieron romper con sus luchas, sus trabajos
y sus escritos. Se han transformado poco a poco en sujetos del discurso, criticando y
desplazando la norma heterosexual dominante. Pero al tomar la palabra y expresarse, este
grupo no se vuelve más claró o más transparente. Por el contrario, ese cambio les permite
ser vistos en su multiplicidad: para el grupo y para cada uno de los que lo componen, esto
significa que la sociedad les reconoce otra cosa, que no se resume en una etiqueta, dado
que la multiplicidad no se puede limitar a un solo elemento que toma el lugar del todo.
Paradójicamente, el hecho de comunicar les da el derecho a una cierta privacidad y
opacidad que son el fundamento concreto de toda objetividad en el discurso.
El ejemplo afortunado y alegre de la cultura sorda ilustra bien esta dinámica. Es sabido que
con frecuencia los sordos han sido duramente reprimidos: quince mil sordos fueron
esterilizados por los nazis, y otros conocieron la misma suerte en países democráticos
como Suecia o los Estados Unidos; su lengua, consistente en señas, fue prohibida, y en el
mejor de los casos se les proponía la oralización con el fin de acceder al estatuto de
disminuidos aceptables y de imitadores de la norma. Al esgrimir la noción de cultura sorda,
aquellos que se han enfrentado a esta normalización nos han enseñado mucho. Por
ejemplo que una subjetividad perceptible, es decir un modo particular de percepción del
mundo, va a construir una singularidad conceptual concreta.
El sordo no se define por la falta» es un ser humano que percibe y habita un medioambiente
diferente al del oyente. La lengua de señas no es una especie de muleta que reemplazaría
a la maravillosa lengua de los oyentes; es simplemente una lengua diferente. Y» como todo
el mundo sabe» una lengua no es una simple herramienta de comunicación, es también
una combinatoria pensante y creadora de conceptos, de preceptos y de afectos que le son
propios.
En este sentido, la integración social de los sordos no debe pensarse como un favor de
parte de los normales para con los pobres deficientes. Se trata más bien de una ampliación
del mundo por obra de una sensibilidad conceptual, artística y humana suplementaria:
combinada con la cultura dominante no sorda, la cultura sorda enriquece a la sociedad. Así
es como la etiqueta sordo, que condenaba a la persona a un determinismo estrecho (en el
sentido de que, a la pregunta ¿qué es lo que un sordo desea?, la respuesta normalizadora
era desea oír), da lugar a una multiplicidad nueva y profusa. Allí donde el eso a ver, a
propósito del sordo, nos hacía creer en un saber sobre él, aparece una opacidad creadora.
A través de estos ejemplos, se comprende de qué modo la etiqueta social es parte de una
disciplina, de un esfuerzo permanente por un ajuste a la norma, por una normalización. Al
contrario, una sociedad democrática, no esclerosada, es una sociedad en la que esas
etiquetas, esas determinantes pueden evolucionar, cambiar y desaparecer. Es en ese punto
donde se juega una buena parte del destino de nuestras sociedades occidentales, sobre su
capacidad de resistir a la gran tentación de reemplazar los saberes múltiples y
contradictorios por saberes tecno- científicos. Es difícil para nuestros contemporáneos
adherir a la idea de que el aumento de los saberes científicos sobre la vida y sobre las
sociedades no debe reemplazar la multiplicidad. Pero esta última no debe ser comprendida
como una ignorancia que va en el sentido de un oscurantismo, sino como la cohabitación
de los saberes producidos por la ciencia y la técnica con saberes de otra naturaleza.
Seamos claros: la resistencia a la ideología cientificista no se opone a las prácticas
científicas. Esa resistencia contribuye a su desarrollo puesto que las libera de la carga
abusiva que las hace responsables del devenir de la sociedad. Nuestras sociedades viven
hoy un evidente déficit de pensamiento y de sentido; pero no se trata de acusar a la ciencia
y a la técnica de robar o de monopolizar este pensamiento, este sentido. Más bien hay que
desarrollar los lazos y las prácticas que permiten llenar ese vacío y acompañar el desarrollo
de la tecnociencia.
Por lo tanto, si el saber y el eso a ver se refieren a prohibiciones fundantes de cada cultura,
debemos comprender que la ciencia explica solamente mecanismos y que eso no nos
exime en absoluto de reflexionar sobre ellos.
Un día viví un episodio bastante cómico con el emperador. Era una tarde de verano y hacía
mucho calor en el consultorio; recibí a Marc y le propuse ir a beber algo en el bar, lo cual
era una cosa bastante corriente. Cuando estábamos en el bar, vienen a tomar el pedido y
yo pregunto: “¿Qué va a tomar, señor emperador?”. El responde y, cuando se van con
nuestra orden, me dice con un tono un tanto protector: “¿Sabe, Benasayag...? A mí no me
molesta para nada, pero si usted me sigue llamando así en público, lo van a terminar por
creer un poquito trastornado”; y acompañó su afirmación con un gesto inconfundible del
índice girando sobre sí mismo cerca de la sien... Así, poco a poco yo aprendía a darme
cuenta de cuándo podía llamarlo señor emperador. Y por su parte él aprendía, tal vez al
mismo tiempo que me lo enseñaba, que no todo el mundo puede oír las interesantes
informaciones sobre su planeta, por la buena y simple razón de que muy poca gente está
en condiciones de comprender, para empezar, los Pensamientos de Pascal...
Esta historia no nos debe hacer olvidar lo que todavía no se ha dicho: que Marc no fue
jamás medicado, que jamás fue hospitalizado, en psiquiatría, ni etiquetado, que tampoco
fue nunca objeto de un programa de integración... Sólo cuando entró en la Ecole Nórmale
Supérieure, después de haber hecho matemática superior y la especialización en
matemática, y cuando yo le aconsejé que se dedicara sobre todo a la investigación y no
tanto a la enseñanza, compartió mi opinión y siguió mi consejo.
En un momento de esta historia con Marc, le propuse hacer una pequeña película en la que
explicara su imperio, los delicados mecanismos de ese mundo en el que los dos sexos no
se distinguen por ningún signo exterior, siendo uno y el otro idénticamente lisos, donde el
partido mayoritario es misógino, donde las mujeres (que él era el único que podía identificar)
eran genéticamente inferiores a los hombres, donde el imperio subvencionaba a los
miembros de un partido anarquista como si fuesen payasos oficiales... Contrariamente a lo
que se podría creer, los relatos de Orbuania no se parecían en nada a una novela de ciencia
ficción. El emperador me contaba con el correr de los años detalles sobre la circulación
vehicular, los impuestos, la educación, entre otras cosas. Y me informaba de las
interminables guerras y conflictos que su imperio mantenía con sus colonias, porque el
señor emperador realmente no era un izquierdista...
Le interesó mucho hacer un documental, pero como siempre había que ponerse de acuerdo
en un punto: no utilizar ese film como material psi. Podía ser mostrado a filósofos,
antropólogos u otros intelectuales, pero en ningún caso a técnicos que no verían en él otra
cosa que síntomas, que no verían, según los términos de Marc, nada.
Podemos enunciar la base del trabajo con Marc a través de algunos principios. Para
empezar, se trata de decir claramente que la gente que nos consulta está muy bien tal como
es. No son personas con defectos de fabricación: son como son y, juntos, tratamos de ver
cómo pueden descubrir sus potencialidades, cómo pueden ser no solamente emperadores
sino también otra cosa como, en el caso de Marc, investigadores matemáticos por ejemplo,
o, como en el de Julien, de quien hablaremos más adelante 14, músicos.
Nuestro trabajo puede hacerse en una puesta entre paréntesis de una parte de la realidad,
con el fin de construir con nuestros pacientes esa base común a partir de la cual es posible
comenzar a integrar, a construir y a caminar. Una clínica de la situación es un trabajo de
liberación del potencial, de los potenciales presentados por Spinoza como las pasiones
alegres. Se trata de evitar el camino de la tristeza, el de un saber normalizador que aprisiona
al otro en su etiqueta.